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Para estudiar estos elementos Pareto construye dos conceptos originales: residuos y
derivaciones.
Un tema que Pareto estudia con particular interés es la reproducción de la elite política.
Las elites tienden a cerrarse, reproduciéndose por herencia, es decir, tienden a
convertirse en aristocracia. Ahora bien, la historia enseña que las aristocracia no duran:
«la historia es un cementerio de aristocracias». La historia enseña que las elites son
sustituidas por otras: es el fenómeno de la circulación de las elites. El hecho base es
que una elite en el poder busca mantener su posición, mientras que otra espera
expulsarla apoyándose en la mayoría. Cuando la elite de oposición lo consiga, se formará
otra nueva oposición que a su vez buscará el apoyo de la mayoría. Lo que Pareto
describe no es la histórica lucha de la burguesía contra aristocracia, sino la lucha entre
elites aristocráticas. Para mantenerse en el poder toda aristocracia tiene que poseer
coraje para defenderse; si fuera preciso, tiene incluso que recurrir a la fuerza. Si una elite
no está dispuesta a la lucha, es que está en decadencia y debe dejar paso a un nuevo
grupo que ejerza la dominación. Pareto cree que esa es la situación de la elite burguesa
en su tiempo, que admite que la elite socialista es un peligro, pero no lo cree grave y por
eso no lo toma en serio. Pareto avisa a la burguesía que es mucho más peligroso el
reformismo de Bernstein que el marxismo intransigente.
Nuestro autor dedica amplia atención a la crítica del socialismo en su obra Los sistemas
socialistas. En primer lugar, reconoce su papel decisivo en el progreso de la sociedad; «la
religión socialista» ha dado al proletariado la energía para defender sus derechos. El error
del socialismo consiste en creer que la sociedad se puede construir según un plan
preestablecido. El socialismo cree en la existencia de una verdad política que puede
imponerse porque es científica. Pero el gobierno de una sociedad según un racionalismo
integral lleva a la disgregación, porque una sociedad exclusivamente determinada por la
verdad racional no existe y no puede existir, no tanto porque los prejuicios impiden a los
hombres comportarse según la razón, sino porque no somos capaces de un tal
conocimiento, porque no conocemos todos los datos que componen la realidad social. Por
tanto no es científico incrementar la lucha de clases y esperar de ella la regeneración
social. Y no es científico pretender ser científico cuando en realidad el socialismo basa su
difusión entre las masas en entusiasmos de naturaleza religiosa. La crítica de Pareto se
hace mucho más concreta cuando entra en el análisis de los programas socialistas. El
socialismo de Estado, por su carácter parasitario, provoca un empobrecimiento general de
la sociedad: se aprovecha de lo que la libertad ha producido, pero no es productivo él
mismo. Habría que contabilizar cuidadosamente la gestión socialista, porque al final se
puede tener una sociedad más pobre que la sociedad capitalista. Puesto que Pareto ha
reconocido la justicia básica de las pretensiones socialistas, no niega la necesidad de
cambios sociales sino el método. La imperfección del conocimiento político exige que todo
cambio sea gradual, que solamente se ponga en marcha cuando se tenga evidencia de la
necesidad y contando con la imperfección de los hombres. Con esto último quiere
avisarnos que no se puede hacer un cambio social que suponga en los hombres una
perfección ciudadana que no existe.
Marx había considerado al hombre como una criatura racional y perfectible, mientras que
Pareto lo consideraba como esencialmente irracional e inmutable, y expuso su teoría de
los «residuos» como el fin de demostrar esta afirmación. Por otra parte, Marx pensaba
que el conflicto de clases en la historia llevaba de manera progresiva a sistemas sociales
más «populares» (al menos en el sentido de que aumentaba las posibilidades de libertad
para el hombre, o las de controlar su propio destino), en tanto que Pareto concebía la
historia como cíclica en su esencia. En directa oposición a la teoría marxiana de la lucha
de clases, este presentó su teoría de las élites. La circulación de las élites, sustancia real
de la historia, tenía pocas consecuencias positivas para el «pueblo», o quizás no tenía
ninguna.
Pareto y la ciencia
Para Pareto, la conducta humana abarcaba, en principio, dos dominios autónomos y
mutuamente excluyentes: el de la ciencia y la lógica por una parte, y el del sentimiento por
la otra. La ciencia supone la lógica, la observación y la experiencia objetiva, en las cuales
se basa la «verdad». El otro dominio es «no-lógico-experimental». Se trata de dos
dominios independientes, y la ciencia nada tiene que decir acerca del «razonamiento»
que abandona su ámbito. Pareto elige la «ciencia», pero niega que esta pueda nunca
reemplazar al otro ámbito y aun hacer serias incursiones en él. De hecho, el sentimiento
es la fuerza fundamental y predominante en la sociedad, el factor determinante de la
conducta humana (fuera de la esfera muy restringida en la que Pareto confina de manera
arbitraria a las normas lógico-experimentales).
Pareto nos asegura reiteradamente que su único fin es alcanzar la verdad científica, la
cual, en el ámbito social, puede obtenerse aplicando los métodos de las ciencias físicas.
Pero hay una importante característica de los fenómenos sociales que Pareto se propone
destacar: la utilidad de una idea y su verdad no son necesariamente independientes.
Los sentimientos cambian poco o nada en absoluto. Lo que cambia es la forma de apelar
a ciertos sentimientos y/o la justificación de ciertas acciones motivadas por sentimientos.
Aquí Pareto ve una diferencia entre la élite y la no-élite. La élite actúa primordialmente
sobre la base del autointerés ilustrado, mientras que las clases inferiores y sometidas son
impulsadas, en principio, por el sentimiento. Para promover sus intereses, la élite halla
conveniente apelar, en busca de apoyo, a los sentimientos de las clases inferiores. Así, la
no-élite, la masa, es impelida a la acción por fuerzas ciegas, mientras que la élite se
conduce de acuerdo con una comprensión racional de su situación.
Las élites y las aristocracias no perduran, sino que degeneran bastante rápidamente.
Toda élite necesita, pues, vigorizarse con refuerzos provenientes de las clases inferiores,
con sus mejores elementos. La decadencia de la élite se expresa en una explosión de
humanitarismo enfermizo, mientras una nueva élite llena de fuerza y vigor se forma en el
seno de las clases inferiores. «Toda élite que no está dispuesta a luchar para defender su
posición se halla en plena decadencia. No le queda nada por hacer, como no sea ceder el
lugar a otra élite que tenga las cualidades viriles que a ella le faltan. Las instituciones
sociales se establecen por la fuerza y se mantienen por la fuerza». La lucha y la
circulación de élites es la esencia de la historia; por ello, los levantamientos populares
tienen verdaderas consecuencias para el pueblo. Sirven solo para facilitar la caída de la
vieja élite y el surgimiento de la nueva. Las élites usan a las clases inferiores, rindiendo un
homenaje puramente verbal a sus sentimientos, con el fin de conservar o tomar el poder.
La sociología de Pareto
Las acciones del hombre, en general, son no-lógicas. Define la conducta lógico-
experimental, la confina más o menos exclusivamente a las acciones científicas y
económicas (aunque podría incluir también algunas artes militares y políticas), y luego
mediante su definición residual, clasifica a todas las otras acciones como no-lógicas. Lo
que cambia y lo que ha variado a lo largo de la historia son las «explicaciones», las
«razones» y las justificaciones teóricas que han dado los hombres de sus acciones. Pero
estas, las «derivaciones», como las llama Pareto (en apariencia porque derivan, a su
entender, de los sentimientos), deben considerarse en todas las circunstancias como
efectos del sentimiento, la causa última tanto de la acción no-lógica como de la
explicación no-lógica. Solo son observables la acción («residuo») y la retórica ofrecida
para justificarla («derivación»), y ambas son manifestaciones de una fuerza no-observable
e invariable, o sea, el «sentimiento».
En el sistema de Pareto, A = sentimientos, B = conducta no-lógica y C = teoría seudo
lógica o explicación razonada. La gente se imagina que es «C» lo que la impulsó a actuar.
En realidad, A determina tanto B como C, de modo que la relación causal es AB, AC. Pero
está dispuesto a atribuir alguna influencia a C: la «existencia de la teoría C reacciona
sobre el estado psíquico A y en muchos casos tiende a reforzarlo. La teoría, pues, influye
sobre B, siguiendo la línea CAB. Y por supuesto, también las acciones pueden tener
influencia «sobre el estado psíquico A y, por consiguiente, sobre la teoría C, siguiendo la
línea BAC», etc. «Por ejemplo, C es la teoría del libre comercio por un país; A, un estado
psíquico que es en gran parte producto de intereses individuales, económicos, políticos y
sociales, y de las circunstancias en las que vive la gente. Las relaciones directas entre C y
D son, por lo general, muy tenues. Actuar sobre C para modificar D da resultados
insignificantes. Pero toda modificación de A puede reaccionar sobre C y sobre D. Se verá
que D y C cambian simultáneamente, y un observador superficial puede pensar que D ha
cambiado porque ha cambiado C, mientras que un examen más minucioso revelará que D
y C no están correlacionados en forma directa, sino que dependen ambos de una causa
común, A». Los sentimientos, no los intereses racionales, determinan la conducta
humana.
De ahora en adelante el elemento A se lo llamará residuos, esto es, lo que queda cuando
se despoja a la conducta de sus elementos variables. El residuo es, pues, el elemento
constante, siempre reducible al principio subyacente en la acción no-lógica o
«razonamiento». Corresponden a ciertos instintos de los seres humanos.
No deben confundirse los residuos A con los sentimientos o instintos a los que
corresponden. Los residuos son las manifestaciones de sentimientos e instintos. Los
residuos, junto con los apetitos, los intereses, etc., son los factores principales en la
determinación del equilibrio social. La formulación completa sería: “Los sentimientos o
instintos correspondientes a los apetitos, intereses, etc., son los principales factores en la
determinación del equilibrio social”.
Los instintos o sentimientos (residuos) difieren unos de otros. Pareto distingue seis tipos:
i. Instinto para las combinaciones. Usa este término como sinónimo de «capacidad
para pensar», «inventiva», «imaginación», «ingenio», «originalidad», etc. Por sus
consecuencias, este residuo ha dado origen al «progreso» humano.
vi. El residuo sexual. Aunque Pareto nos brinda seis tipos de residuos, emplea
principalmente los dos primeros, y es raro que tenga algo que decir acerca de los
cuatro restantes.
Aunque Pareto nos brinda seis tipos de residuos, emplea principalmente los dos primeros.
Residuos de la clase I
Residuos de la clase II
Esto nos lleva a los residuos de la clase II, a la persistencia de agregados: hábitos,
costumbres, tradiciones y otras creencias y prácticas que persisten a través del tiempo.
Fundamentales para la teoría de Pareto referente al equilibrio social y la circulación de las
élites, y para su concepción de la sociedad y la historia, estas «persistencias» residen
primordialmente en las masas o mejor dicho en los individuos que componen la masa.
Es entre las «masas» en conjunto donde este residuo es más activo. El equilibrio y la
declinación de una élite y el surgimiento de otra dependen del grado de éxito con el que
una élite puede inventar fórmulas que apelen a los sentimientos dominantes de las
masas. La masa es pasiva en su recepción y retención de sentimientos prácticamente
inmutables, y la élite es activa en la explotación de esos sentimientos por medio de sus
fórmulas ingeniosas. Así como los sentimientos permanecen inmutables, lo mismo sucede
con la condición de las masas, lo cual es independiente de la frecuencia con que las élites
cambian de posiciones. En último análisis, no son las condiciones existenciales de las
masas las que determinan sus sentimientos, sino justo a la inversa. La masa es siempre
ciegamente no-racional, porque está controlada o movida por «fuerzas», «instintos» o
«sentimientos» sub o inconscientes. Las masas están condenadas, y esta es un condición
permanente.
Los residuos se hallan en una relación de recíproca determinación con el equilibrio social.
Se restaura así la vieja cadena causal. Esta comienza con el «sentimiento» o «instinto»
que da origen a acciones no-lógicas (residuos), las cuales a su vez son «logicalizadas»
(siempre con una seudo lógica) como «derivaciones».
Así el «equilibrio social» de Pareto se basa en los sentimientos inmutables. Todas las
religiones surgen del mismo sentimiento. En cada sociedad particular, pues, la declinación
de una forma va acompañada del surgimiento de otra. La «religión», en general,
permanecerá constante, puesto que los sentimientos de subordinación que en el pasado
llevaron a la sumisión de las clases inferiores a las superiores se expresan hoy en la
sumisión de las clases inferiores a los dirigentes de los sindicatos y los partidos políticos.
Pareto, pues, considera «ventajoso para la sociedad» que «una comunidad se divida en
dos partes, una en la que prevalezca el conocimiento y que gobierne y dirija a la otra, en
la cual predominen los sentimientos, de modo que, en definitiva, la acción sea vigorosa y
se halle sabiamente dirigida. Y «el arte de gobernar reside en hallar maneras de
aprovechar tales sentimientos, no en malgastar energías en inútiles esfuerzos por
destruirlos». Nos dice que «es ventajoso para la sociedad que observen, respeten,
reverencien y amen espontáneamente los preceptos admitidos en su sociedad». Pareto
ha determinado qué es lo mejor para la «sociedad» y cuál es la manera más adecuada de
mantenerlo: mediante una élite que explote los sentimientos de las masas ignorantes.
Este cálculo destinado a determinar qué es «beneficioso para la sociedad», debe quedar
en manos de la élite científica y la clase gobernante, pues «a menudo se sirve mejor a la
utilidad social si los miembros de la clase sometida, cuya función no es dirigir sino actuar,
aceptan una de las dos teologías, según el caso: o bien la teología que insta a la
conservación de las uniformidades existentes, o bien la que aconseja el cambio».
Los líderes de la clase sometida, que están prontos y dispuestos a usar la fuerza y
pueden hacerlo, derriban a la clase gobernante, lo cual se produce con mayor facilidad si
esta se mueve por sentimientos humanitarios y si ha hallado pocas maneras – o hallado
ninguna – de asimilarse a la élite de la clase sometida. Una aristocracia cerrada es muy
vulnerable e insegura. En cambio, cuanto más propensa es la clase gobernante a
absorber a los súbditos hábiles «en las tramoyas, el fraude y la corrupción», tanto más
segura es su dominación; pues así frustra la posibilidad de que estos elementos
«talentosos» se «conviertan en líderes de los plebeyos dispuestos a usar la violencia. De
este modo, sin líderes, sin talentos y desorganizada, la clase sometida es casi siempre
impotente para establecer un régimen duradero».
Mientras que la élite gobernante, por ser pequeña, se fortifica grandemente con la
afluencia de los residuos de la clase I (es decir, de individuos que los tienen y que se
inclinan a gobernar), la clase sometida no solo se debilita por la pérdida de eso
elementos, sino también por el hecho de que si bien «le quedan muchos individuos con
instintos de combinaciones [los] aplican, no a la política (…) sino a las artes y oficios
independientes de la política. Esta circunstancia da estabilidad a las sociedades, pues la
clase gobernante solo necesita absorber un número pequeño de nuevos individuos para
mantener a la clase sometida sin líderes. Sin embargo, a la larga la diferencia de
temperamento entre la clase gobernante y la clase sometida se acentúa en forma gradual,
los instintos de combinaciones tienden a predominar en la clase gobernante, y los
instintos de persistencia del grupo, en la clase sometida. Cuando esa diferencia se hace
suficientemente grande, estalla la revolución». Tal es la teoría paretiana de la revolución,
basada en los residuos, los sentimientos y el temperamento. La fórmula general, nos dice,
puede aplicarse a las naciones-estado. Aquellas que no han perdido «el hábito de utilizar
la fuerza» vencerán a las que han perdido este «hábito»; a la larga, esto «conduce a un
país a la ruina». En general, el ideal de reemplazar el uso de la fuerza por la ley pacífica
es una penosa ilusión.
En cuanto a los oprimidos, o los que piensan que lo están, se usan las derivaciones –
tales como el humanitarismo – para incitarlos, para llevar a los neutrales de su lado, para
hacerlos condenar o para debilitar de cualquier otra manera a los poderes gobernantes.
Pareto solo siente desprecio por «aquellos cuyas columnas vertebrales están corroídas
por el veneno del humanitarismo». Es irresistible la tentación de ofrecer unos pocos
ejemplos del enfoque «científico-sociológico» que hace Pareto de la «fuerza». Cuando en
un país la clase gobernante, A, por humanitarismo u otras consideraciones, «es cada vez
menos capaz de usar la fuerza», se puede decir que dicha élite «falta a su principal deber
como clase gobernante. Un país semejante va hacia la ruina total». Pero entonces los B,
la clase sometida, «usan la fuerza en gran escala y no sólo derrocan a los A, sino que
matan a un gran número de ellos, y al hacerlo – a decir verdad – realizan un útil servicio
público, como si libraran al país de una perniciosa peste». Gracias a esto, «la trama social
adquiere estabilidad y fuerza; se salva al país de la ruina y surge una nueva vida».
El instinto de combinaciones es, para Pareto, la inteligencia de la élite para aprovechar las
supersticiones de las masas, pero nunca para creer ella misma en los absurdos. La élite
logrará sus fines tanto más eficazmente, cuanto más ignorantes permanezcan las masas
de esta doctrina, con lo cual sugiere que ellas son capaces de enterarse de la
manipulación deliberada que realiza la élite y, con tal conocimiento, impedirla. Así, deja
abierta la posibilidad de inferir que la estupidez y la aquiescencia del «pueblo» no son
necesariamente permanentes. Sin embargo, hablando con mayor claridad, su fórmula
para el éxito es esta: los prejuicios del pueblo (residuos de la clase II) deben ser bastante
fuertes como para asegurar su obediencia al líder, pero no tan fuertes como para impedir
ciertas innovaciones. Es esta última afirmación «científico-sociológica» la que explica la
victoria en la guerra y la prosperidad y el progreso en la paz.
Las formas de gobierno tiene cierta influencia sobre los sucesos y el desarrollo sociales,
reconoce Pareto, pero esas formas son en sí mismas «producto de los rasgos
caracterológicos de los pueblos implicados, por lo cual dichos rasgos son muchos más
importantes como causas de los fenómenos sociales». «Podría decirse que una clase
gobernante sólo ofrece una resistencia efectiva si está dispuesta a llegar hasta el límite de
sus resistencia sin vacilación, usando la fuerza y apelando a las armas siempre que fuere
necesario».
Pareto y el fascismo
Antes de la marcha sobre Roma, Pareto tuvo una actitud muy reservada y en ocasiones
hasta hostil hacia el movimiento fascista. Es indiscutible, sin embargo, que cuando el
dictador italiano se estableció en el poder, Pareto dio su apasionada aprobación a lo que
consideraba, al parecer, como la «forma moderada» que el fascismo asumió en su
primera etapa. Luego, mantuvo su apoyo y aprobación al régimen, pero destacó «la
necesidad de salvaguardar una serie de libertades».
Para Pareto, el fascismo no sólo parecía confirmar sus teorías sino también ofrecer
esperanzas de una «nueva era». Que se identificó con el nuevo orden se pone de
manifiesto en el hecho de que el 23 de marzo de 1923 aceptó su nombramiento como
senador, cargo que se había negado a aceptar del gobierno prefascista.
En general, Pareto parece haber creído que, si el régimen prefascista no había salvado o
no había podido salvar al país de la «anarquía» por medios legales, el fascismo tenía que
lograrlo por la fuerza. Pero después de alcanzar esto, el régimen debía tratar de
establecer una «nueva legalidad». El fascismo sería bueno para Italia, si evitaba las
guerras y se abstenía de imponer restricciones «exageradas» sobre la libertad. En
resumen, ¡el fascismo habría sido bueno si no hubiera sido fascismo! Sin embargo, su
brega por las «libertades» era típicamente paretiana: lo más importante era que la nueva
élite gobernara «de manera efectiva», y esto exigía que concediera una «cierta dosis de
libertad» al pueblo.