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VILFREDO PARETO (1848 – 1923)

Vilfredo Pareto (1848-1923) fue un cosmopolita y un aristócrata por nacimiento, formación


y profesión. Nació en París, hijo de un marqués italiano y una francesa. Estudió ingeniería
en Turín, sin perjudico de su afición por las humanidades clásicas. Trabajó en los
ferrocarriles, pero sus ideas sobre mejoras a introducir no fueron atendidas. Entonces
Pareto pasó al estudio de la economía. Se trasladó a Suiza y sucedió a Walras en la
cátedra de Economía de la Universidad de Lausana (1893). A partir de entonces
comienzan a aparecer sus grandes obras (en francés): los dos volúmenes del Curso de
economía política (1896-1897), los dos volúmenes de Los sistemas socialistas
(1902.1903). En 1911 se retiró de la cátedra para entregarse a los estudios y a la
composición de sus libros (en italiano): Tratado de sociología general (1916), Hechos y
teorías (1920) y Transformaciones de la democracia (1921). Poco antes de su muerte fue
nombrado miembro del Senado italiano a propuesta de Mussolini.

Es llamativo el cambio de orientación que se da en Pareto alrededor de los cincuenta


años. Hasta entonces había sido un liberal convencido, defensor de la democracia, de los
valores humanistas, por tanto, un hombre de mentalidad optimista: es el Pareto
economista. Desde entonces queda marcado por la desilusión y por el pesimismo: es el
Pareto sociólogo.

Pareto llega a la sociología desde la economía. Incluso su mismo concepto de la ciencia


sociológica refleja este itinerario porque entiende que la sociología estudia aquellos
componentes de la acción humana que no son estudiados por otras disciplinas, la
principal de las cuales es la economía. La misma definición de economía impide la
explicación de la parte más importante de las acciones individuales, puesto que la
economía está basada en el presupuesto de la racionalidad de la acción económica y esto
impide la explicación de la parte más íntima de la acción humana. En efecto, en la
mayoría de las acciones humanas hay factores que no se dejan reducir a la lógica y que
han de ser tomados en cuenta.

Para estudiar estos elementos Pareto construye dos conceptos originales: residuos y
derivaciones.

El análisis social revela el dato básico de la desigualdad de los hombres. La unión


integrada de individuos desiguales hay que entenderla con criterios orgánicos. la sociedad
se nos presenta como un organismo en el que todo no es igual a la suma de las partes.
Para entender el funcionamiento de la sociedad desigual es necesario el concepto de
elite, un conjunto minoritario que abarca todos aquellos individuos que destacan en las
distintas actividades. La elite son los mejores; es la aristocracia. Dentro de la elite existe
un grupo más reducido, la elite política o clase política, formada por todos aquellos que
ejercer de forma importante y permanente (directa o indirectamente) el gobierno de la
sociedad. Pues bien, el estudio de la política es el estudio de la elite política.

Un tema que Pareto estudia con particular interés es la reproducción de la elite política.
Las elites tienden a cerrarse, reproduciéndose por herencia, es decir, tienden a
convertirse en aristocracia. Ahora bien, la historia enseña que las aristocracia no duran:
«la historia es un cementerio de aristocracias». La historia enseña que las elites son
sustituidas por otras: es el fenómeno de la circulación de las elites. El hecho base es
que una elite en el poder busca mantener su posición, mientras que otra espera
expulsarla apoyándose en la mayoría. Cuando la elite de oposición lo consiga, se formará
otra nueva oposición que a su vez buscará el apoyo de la mayoría. Lo que Pareto
describe no es la histórica lucha de la burguesía contra aristocracia, sino la lucha entre
elites aristocráticas. Para mantenerse en el poder toda aristocracia tiene que poseer
coraje para defenderse; si fuera preciso, tiene incluso que recurrir a la fuerza. Si una elite
no está dispuesta a la lucha, es que está en decadencia y debe dejar paso a un nuevo
grupo que ejerza la dominación. Pareto cree que esa es la situación de la elite burguesa
en su tiempo, que admite que la elite socialista es un peligro, pero no lo cree grave y por
eso no lo toma en serio. Pareto avisa a la burguesía que es mucho más peligroso el
reformismo de Bernstein que el marxismo intransigente.

Nuestro autor dedica amplia atención a la crítica del socialismo en su obra Los sistemas
socialistas. En primer lugar, reconoce su papel decisivo en el progreso de la sociedad; «la
religión socialista» ha dado al proletariado la energía para defender sus derechos. El error
del socialismo consiste en creer que la sociedad se puede construir según un plan
preestablecido. El socialismo cree en la existencia de una verdad política que puede
imponerse porque es científica. Pero el gobierno de una sociedad según un racionalismo
integral lleva a la disgregación, porque una sociedad exclusivamente determinada por la
verdad racional no existe y no puede existir, no tanto porque los prejuicios impiden a los
hombres comportarse según la razón, sino porque no somos capaces de un tal
conocimiento, porque no conocemos todos los datos que componen la realidad social. Por
tanto no es científico incrementar la lucha de clases y esperar de ella la regeneración
social. Y no es científico pretender ser científico cuando en realidad el socialismo basa su
difusión entre las masas en entusiasmos de naturaleza religiosa. La crítica de Pareto se
hace mucho más concreta cuando entra en el análisis de los programas socialistas. El
socialismo de Estado, por su carácter parasitario, provoca un empobrecimiento general de
la sociedad: se aprovecha de lo que la libertad ha producido, pero no es productivo él
mismo. Habría que contabilizar cuidadosamente la gestión socialista, porque al final se
puede tener una sociedad más pobre que la sociedad capitalista. Puesto que Pareto ha
reconocido la justicia básica de las pretensiones socialistas, no niega la necesidad de
cambios sociales sino el método. La imperfección del conocimiento político exige que todo
cambio sea gradual, que solamente se ponga en marcha cuando se tenga evidencia de la
necesidad y contando con la imperfección de los hombres. Con esto último quiere
avisarnos que no se puede hacer un cambio social que suponga en los hombres una
perfección ciudadana que no existe.

El pensamiento político de Pareto es el de un aristócrata liberal que considera que el


sistema representativo solamente puede funcionar bien si existe una elite instruida que lo
gestione. El dominio siempre está en manos de una elite, por lo tanto la democracia
queda como ideal inalcanzable. De ahí que las pretensiones democráticas e igualitarias
de los socialistas y de los demócratas (los llama «humanitarios») sean equivocadas y,
además, perjudiciales, porque impiden la consolidación de una auténtica elite. Como
antes Tocqueville, Pareto le tiene miedo a la sociedad de masas.
La obra de Vilfredo Pareto constituye un intento sumamente ambicioso pero en gran
medida ineficaz de refutar y desacreditar los principios del Iluminismo, tanto en las formas
que tuvo en el siglo XVIII como en las que adoptó en el siglo XIX. Pueden considerarse
sus voluminoso escritos como un sostenido ataque contra las teorías liberal-democrática,
socialista y marxista.

Marx había considerado al hombre como una criatura racional y perfectible, mientras que
Pareto lo consideraba como esencialmente irracional e inmutable, y expuso su teoría de
los «residuos» como el fin de demostrar esta afirmación. Por otra parte, Marx pensaba
que el conflicto de clases en la historia llevaba de manera progresiva a sistemas sociales
más «populares» (al menos en el sentido de que aumentaba las posibilidades de libertad
para el hombre, o las de controlar su propio destino), en tanto que Pareto concebía la
historia como cíclica en su esencia. En directa oposición a la teoría marxiana de la lucha
de clases, este presentó su teoría de las élites. La circulación de las élites, sustancia real
de la historia, tenía pocas consecuencias positivas para el «pueblo», o quizás no tenía
ninguna.

A través de su obra, Pareto afirmó su adhesión a la «ciencia» e insistió en que sus


propósitos eran estrictamente científicos, pero un cuidadoso examen de dicha obra revela
la naturaleza polémica de sus conceptos, su método y sus teorías.

Pareto y la ciencia
Para Pareto, la conducta humana abarcaba, en principio, dos dominios autónomos y
mutuamente excluyentes: el de la ciencia y la lógica por una parte, y el del sentimiento por
la otra. La ciencia supone la lógica, la observación y la experiencia objetiva, en las cuales
se basa la «verdad». El otro dominio es «no-lógico-experimental». Se trata de dos
dominios independientes, y la ciencia nada tiene que decir acerca del «razonamiento»
que abandona su ámbito. Pareto elige la «ciencia», pero niega que esta pueda nunca
reemplazar al otro ámbito y aun hacer serias incursiones en él. De hecho, el sentimiento
es la fuerza fundamental y predominante en la sociedad, el factor determinante de la
conducta humana (fuera de la esfera muy restringida en la que Pareto confina de manera
arbitraria a las normas lógico-experimentales).

La primera tarea de Pareto era distinguir cuidadosamente entre proposiciones científicas y


proposiciones no científicas. La experiencia objetiva es el único criterio para juzgar la
teoría científica, a la cual se llega inductivamente por la descripción de las relaciones
entre los hechos. En resumen, las teorías científicas son «lógico-experimentales». Las
otras «teorías», a las que llama «no-lógico-experimentales», agregan algo a la
experiencia y tratan de dominar a los «hechos».

Pareto nos asegura reiteradamente que su único fin es alcanzar la verdad científica, la
cual, en el ámbito social, puede obtenerse aplicando los métodos de las ciencias físicas.
Pero hay una importante característica de los fenómenos sociales que Pareto se propone
destacar: la utilidad de una idea y su verdad no son necesariamente independientes.

«Les Systèmes Socialistes»


A lo largo de todo su Systèmes, como en su obra posterior, Pareto sostiene que el
sentimiento es la fuerza dominante y arrolladora de la conducta social, y que la lógica y la
racionalidad tienen una significación mínima. Es menester no detenerse en los
«razonamientos» de los hombres, que son cualquier cosa menos razonables, sino pasar
el examen de los sentimientos subyacentes. Así, para Pareto, el sentimiento se convierte
en lo que era para Marx el llamado sustrato económico. Pero mientras que para Marx los
cambios en el sistema económico provocaban a la larga cambios en el carácter y la
psicología de los hombres, el sustrato sentimental de Pareto es una entidad inmutable.
Solo varían los «razonamientos» (o lo que luego llamaría «derivaciones») que justifican y
«explican» la conducta humana, no los sentimientos.

Los sentimientos cambian poco o nada en absoluto. Lo que cambia es la forma de apelar
a ciertos sentimientos y/o la justificación de ciertas acciones motivadas por sentimientos.
Aquí Pareto ve una diferencia entre la élite y la no-élite. La élite actúa primordialmente
sobre la base del autointerés ilustrado, mientras que las clases inferiores y sometidas son
impulsadas, en principio, por el sentimiento. Para promover sus intereses, la élite halla
conveniente apelar, en busca de apoyo, a los sentimientos de las clases inferiores. Así, la
no-élite, la masa, es impelida a la acción por fuerzas ciegas, mientras que la élite se
conduce de acuerdo con una comprensión racional de su situación.

Los sentimientos son de variados tipos y se hallan desigualmente distribuidos en una


sociedad. Cada individuo ocupa una determinada posición en la pirámide social, y si se
ordena a los individuos según su grado de influencia y de poder político, en casi todas las
sociedades los que tienen mayor influencia y poder político son también los de mayor
riqueza. Esta es la élite.

Las élites y las aristocracias no perduran, sino que degeneran bastante rápidamente.
Toda élite necesita, pues, vigorizarse con refuerzos provenientes de las clases inferiores,
con sus mejores elementos. La decadencia de la élite se expresa en una explosión de
humanitarismo enfermizo, mientras una nueva élite llena de fuerza y vigor se forma en el
seno de las clases inferiores. «Toda élite que no está dispuesta a luchar para defender su
posición se halla en plena decadencia. No le queda nada por hacer, como no sea ceder el
lugar a otra élite que tenga las cualidades viriles que a ella le faltan. Las instituciones
sociales se establecen por la fuerza y se mantienen por la fuerza». La lucha y la
circulación de élites es la esencia de la historia; por ello, los levantamientos populares
tienen verdaderas consecuencias para el pueblo. Sirven solo para facilitar la caída de la
vieja élite y el surgimiento de la nueva. Las élites usan a las clases inferiores, rindiendo un
homenaje puramente verbal a sus sentimientos, con el fin de conservar o tomar el poder.

La sociología de Pareto
Las acciones del hombre, en general, son no-lógicas. Define la conducta lógico-
experimental, la confina más o menos exclusivamente a las acciones científicas y
económicas (aunque podría incluir también algunas artes militares y políticas), y luego
mediante su definición residual, clasifica a todas las otras acciones como no-lógicas. Lo
que cambia y lo que ha variado a lo largo de la historia son las «explicaciones», las
«razones» y las justificaciones teóricas que han dado los hombres de sus acciones. Pero
estas, las «derivaciones», como las llama Pareto (en apariencia porque derivan, a su
entender, de los sentimientos), deben considerarse en todas las circunstancias como
efectos del sentimiento, la causa última tanto de la acción no-lógica como de la
explicación no-lógica. Solo son observables la acción («residuo») y la retórica ofrecida
para justificarla («derivación»), y ambas son manifestaciones de una fuerza no-observable
e invariable, o sea, el «sentimiento».
En el sistema de Pareto, A = sentimientos, B = conducta no-lógica y C = teoría seudo
lógica o explicación razonada. La gente se imagina que es «C» lo que la impulsó a actuar.
En realidad, A determina tanto B como C, de modo que la relación causal es AB, AC. Pero
está dispuesto a atribuir alguna influencia a C: la «existencia de la teoría C reacciona
sobre el estado psíquico A y en muchos casos tiende a reforzarlo. La teoría, pues, influye
sobre B, siguiendo la línea CAB. Y por supuesto, también las acciones pueden tener
influencia «sobre el estado psíquico A y, por consiguiente, sobre la teoría C, siguiendo la
línea BAC», etc. «Por ejemplo, C es la teoría del libre comercio por un país; A, un estado
psíquico que es en gran parte producto de intereses individuales, económicos, políticos y
sociales, y de las circunstancias en las que vive la gente. Las relaciones directas entre C y
D son, por lo general, muy tenues. Actuar sobre C para modificar D da resultados
insignificantes. Pero toda modificación de A puede reaccionar sobre C y sobre D. Se verá
que D y C cambian simultáneamente, y un observador superficial puede pensar que D ha
cambiado porque ha cambiado C, mientras que un examen más minucioso revelará que D
y C no están correlacionados en forma directa, sino que dependen ambos de una causa
común, A». Los sentimientos, no los intereses racionales, determinan la conducta
humana.

Pone el énfasis en la conducta institucionalizada como manifestación de un estado


psíquico, nunca a la inversa. Los hombres son esencialmente no lógicos porque se ven
impelidos a la acción por fuerzas no-lógicas, por sentimientos. Pero los hombres también
tienen una permanente «necesidad» de «racionalizar» su conducta, y lo hacen por medio
de fórmulas seudo lógicas.

La teoría de los residuos


En su examen – que llena un volumen – de los «residuos», Pareto se concentra con
exclusividad en lo que había definido como conducta no-lógica y en su causa presunta, a
la que rotula «A». El elemento A, nos dice ahora, corresponde a «ciertos instintos del
hombre o, con mayor exactitud, de los hombres» y «es prácticamente constante en los
fenómenos sociales». Algunos instintos no entran en sus consideraciones. «Todavía sin
explicación – agrega – quedarían los apetitos simples, los gustos, las inclinaciones y, en
las relaciones sociales, la importantísima clase de los llamados “intereses”.» Fabrica,
pues, «instintos» según su necesidad, y además incluye siempre los «intereses» bajo el
rubro general de acción no-lógica. Pero no explica por qué los intereses deben ser
considerados de este modo y no como una categoría más o menos racional.

De ahora en adelante el elemento A se lo llamará residuos, esto es, lo que queda cuando
se despoja a la conducta de sus elementos variables. El residuo es, pues, el elemento
constante, siempre reducible al principio subyacente en la acción no-lógica o
«razonamiento». Corresponden a ciertos instintos de los seres humanos.

Al elemento B se lo llama en el sistema paretiano derivaciones, y alude a las teorías no-


lógico-experimentales. Además, introduce un elemento C al que llama derivados;
aparentemente lo concibe como una especie de manifestación teórica secundaria de A,
pero nunca vuelve a usar este término.

No deben confundirse los residuos A con los sentimientos o instintos a los que
corresponden. Los residuos son las manifestaciones de sentimientos e instintos. Los
residuos, junto con los apetitos, los intereses, etc., son los factores principales en la
determinación del equilibrio social. La formulación completa sería: “Los sentimientos o
instintos correspondientes a los apetitos, intereses, etc., son los principales factores en la
determinación del equilibrio social”.

El instinto o sentimiento subyacente, es la fuerza fundamental. «Residuo», pues, alude a


la conducta evidente (verbal o no verbal), que es una manifestación del sentimiento y/o
instinto y «derivación» es la «explicación», justificación o exposición razonada
estrictamente verbales que se brinda del acto.

Los instintos o sentimientos (residuos) difieren unos de otros. Pareto distingue seis tipos:

i. Instinto para las combinaciones. Usa este término como sinónimo de «capacidad
para pensar», «inventiva», «imaginación», «ingenio», «originalidad», etc. Por sus
consecuencias, este residuo ha dado origen al «progreso» humano.

ii. Instinto de persistencia de grupo o persistencia de agregados. Persistencia de las


relaciones entre una persona y otras personas o lugares:
Relaciones de familia y grupos emparentados.
Relaciones con lugares.
Relaciones de clase social.
Persistencia de las relaciones entre los vivos y los muertos.
Persistencia de las relaciones entre una persona muerta y las cosas que le
pertenecieron en vida.
Persistencia de las abstracciones.
Persistencia de las uniformidades.
Sentimientos transformados en realidades objetivas.
Personificaciones.
Necesidad de nuevas abstracciones.
Como vemos, las relaciones de clase social están incluidas aquí, por lo cual se las define
sumariamente como no-racionales; su «prueba» consiste en dar ejemplos de conducta
no-racional entre los obreros.

iii. Necesidad de expresar sentimientos mediante actos externos. Necesidad de


«hacer algo», que se expresa en combinaciones. Éxtasis religioso.

iv. Residuos vinculados con la sociabilidad. Esto se refiere a la «necesidad» de


uniformidad y conformidad. También incluye la aversión por lo nuevo, la compasión
de sí mismo, la repugnancia al sufrimiento, etc., como también «arriesgar la propia
vida», «compartir con otros lo que se posee», los «sentimientos de superioridad» y
los de «inferioridad», la «necesidad de aprobación por el grupo» y el «ascetismo».

v. Integridad del individuo y sus pertenencias. Aquí Pareto incluye la «resistencia al


equilibrio social» (siempre no-racional por definición), los «sentimientos de igualdad
en los inferiores», la restauración de la integridad individual, etc.

vi. El residuo sexual. Aunque Pareto nos brinda seis tipos de residuos, emplea
principalmente los dos primeros, y es raro que tenga algo que decir acerca de los
cuatro restantes.

Aunque Pareto nos brinda seis tipos de residuos, emplea principalmente los dos primeros.
Residuos de la clase I

«Tomando la clase I en su conjunto – escribe Pareto – se observa: 1) una propensión a


las combinaciones; 2) una búsqueda de las combinaciones que se juzgan mejores; 3) una
propensión a creer que hacen realmente lo que se espera de ellas». Esta clase es
«experimental», no en el sentido de «lógico-experimental», sino en el de ensayar como
diversión toda suerte de combinaciones, de jugar con las cosas, de hacer descubrimientos
inesperados y de realizar cosas que tienen consecuencias inesperadas. Todo ello, dice
Pareto, ha conducido al «progreso». El residuo de las combinaciones es la basé común
de la teología, la metafísica y la ciencia experimental. «Esos tres tipos de actividad son,
sin duda, manifestaciones del mismo estado psíquico, y si este se extinguiera, se
desvanecerían en forma simultánea».

La racionalidad es para Pareto es el dominio exclusivo de las élites científicas,


económicas, políticas y militares, y la no-racionalidad, el dominio de las «masas».

Residuos de la clase II

Esto nos lleva a los residuos de la clase II, a la persistencia de agregados: hábitos,
costumbres, tradiciones y otras creencias y prácticas que persisten a través del tiempo.
Fundamentales para la teoría de Pareto referente al equilibrio social y la circulación de las
élites, y para su concepción de la sociedad y la historia, estas «persistencias» residen
primordialmente en las masas o mejor dicho en los individuos que componen la masa.

Es entre las «masas» en conjunto donde este residuo es más activo. El equilibrio y la
declinación de una élite y el surgimiento de otra dependen del grado de éxito con el que
una élite puede inventar fórmulas que apelen a los sentimientos dominantes de las
masas. La masa es pasiva en su recepción y retención de sentimientos prácticamente
inmutables, y la élite es activa en la explotación de esos sentimientos por medio de sus
fórmulas ingeniosas. Así como los sentimientos permanecen inmutables, lo mismo sucede
con la condición de las masas, lo cual es independiente de la frecuencia con que las élites
cambian de posiciones. En último análisis, no son las condiciones existenciales de las
masas las que determinan sus sentimientos, sino justo a la inversa. La masa es siempre
ciegamente no-racional, porque está controlada o movida por «fuerzas», «instintos» o
«sentimientos» sub o inconscientes. Las masas están condenadas, y esta es un condición
permanente.

El mismo «método» que empleó Pareto – consistente en definir la conducta lógico-


experimental, asignarle arbitrariamente esferas muy restringidas y luego proceder a
examinar las otras esferas de la conducta, definidas a priori como no lógicas – lo condujo
de manera directa a la conclusión que había postulado como hipótesis: la conducta
humana es hasta tal punto no-racional que excluye toda posibilidad de alterar el orden
social de modo consciente y racional. La acción humana es el resultado de causas
sentimentales, las cuales son tan profundas y poderosas que no pueden ser
contrarrestadas o superadas por sus débiles, insignificantes y ocasionales esfuerzos de
llevar a cabo una acción consciente y racional.

El sentimiento en el pensar: la teoría de las derivaciones


La gente tiene «necesidad» de que su conducta no-lógica parezca lógica. Por ello, brinda
explicaciones seudo lógicas de sus actos y cree erróneamente que la «explicación» es la
causa de su conducta. Pero en realidad, dice Pareto, son los sentimientos los que la
impulsan a la acción. Las derivaciones «extraen la fuerza que tienen, no – o la menos, no
de forma exclusiva – de consideraciones lógico-experimentales, sino de los sentimientos».

Los residuos se hallan en una relación de recíproca determinación con el equilibrio social.
Se restaura así la vieja cadena causal. Esta comienza con el «sentimiento» o «instinto»
que da origen a acciones no-lógicas (residuos), las cuales a su vez son «logicalizadas»
(siempre con una seudo lógica) como «derivaciones».

En última instancia, su teoría acerca de la estructura de la sociedad tiene un carácter


psicológico: el llamado equilibrio social está determinado por la distribución de atributos
psicológicos o, más precisamente, por la distribución de los individuos que tienen esos
atributos. Se ignoran así casi todas las otras condiciones. El resultado, pues, es una
concepción según la cual las sociedades cambian poco o nada en absoluto. Pareto
explica está ausencia de todo cambio «esencial» por la gran cantidad de gente que ha
creído y continúa creyendo en desatinos no lógicos.

Así el «equilibrio social» de Pareto se basa en los sentimientos inmutables. Todas las
religiones surgen del mismo sentimiento. En cada sociedad particular, pues, la declinación
de una forma va acompañada del surgimiento de otra. La «religión», en general,
permanecerá constante, puesto que los sentimientos de subordinación que en el pasado
llevaron a la sumisión de las clases inferiores a las superiores se expresan hoy en la
sumisión de las clases inferiores a los dirigentes de los sindicatos y los partidos políticos.

Pareto, pues, considera «ventajoso para la sociedad» que «una comunidad se divida en
dos partes, una en la que prevalezca el conocimiento y que gobierne y dirija a la otra, en
la cual predominen los sentimientos, de modo que, en definitiva, la acción sea vigorosa y
se halle sabiamente dirigida. Y «el arte de gobernar reside en hallar maneras de
aprovechar tales sentimientos, no en malgastar energías en inútiles esfuerzos por
destruirlos». Nos dice que «es ventajoso para la sociedad que observen, respeten,
reverencien y amen espontáneamente los preceptos admitidos en su sociedad». Pareto
ha determinado qué es lo mejor para la «sociedad» y cuál es la manera más adecuada de
mantenerlo: mediante una élite que explote los sentimientos de las masas ignorantes.

Sociedad, élites y fuerza


La diferenciación social, según Pareto, expresa el hecho de que los individuos son «física,
moral e individualmente diferentes». Más aún, algunos individuos son «superiores» a
otros. Pareto usa el término élite para referirse a la «superioridad»: en inteligencia,
carácter, habilidad, capacidad, poder, etc. Y aunque admite la posibilidad de que a
algunos se los incluye en la élite sin que posean en realidad esas cualidades, en última
instancia se aferra a la tesis de que quienes tienen cualidades de élite se convierten en
élite. De tal modo, la élite de una sociedad está compuesta por aquellos que tienen los
índices mayores en sus respectivas ramas de actividad. Pareto divide la élite en dos: una
élite gobernante, formada por «quienes directa o indirectamente desempeñan un papel
fundamental en el gobierno, y una élite no-gobernante, que comprende al resto». En
conjunto, constituyen el estrato o clase superior de la sociedad. El estrato inferior, o no-
élite, en contraste, está formado por aquellos cuya influencia política resulta ser casi nula
desde el punto de vista de Pareto. Sigue hablando de la élite y la no-élite, de la clase
superior y la inferior, de gobernantes y gobernados, con lo cual utiliza una abstracción.
Relaciona a los gobernantes con sus residuos, pero solo con las dos primeras clases de
ellos, pues no tiene nada que decir acerca de las cuatro restantes.
Hay, según Pareto, un predominio de los residuos de la clase I en el estrato superior, y de
los de la clase II en el inferior. Con mayor precisión, en el estrato superior, «los residuos
de la clase II pierden fuerza gradualmente, hasta que de vez en cuando reciben refuerzos
de mareas provenientes del estrato inferior». Las revoluciones, en efecto, son grandes
mareas religiosas, son las acometidas ascendentes de las clases inferiores, fuertes en
residuos de la clase II. También apela a los residuos para explicar por qué «la historia es
el cementerio de las aristocracias»: la élite decae en calidad y cantidad, esto es, en los
residuos que «le permitieron conquistar el poder y mantenerlo. Las familias que surgen de
las clases inferiores y llevan consigo el vigor y las proporciones de residuos necesarios
para mantenerse en el poder restablecen no solo el número de la clase gobernante, sino
también – lo cual es más importante – su calidad. La élite también se recupera por la
pérdida de sus miembros más degenerados». Si la circulación cesa, la clase gobernante
se derrumba «y arrastra consigo a toda la nación. El equilibrio suele alterarse por una
poderosa causa de la acumulación de elementos superiores en las clases inferiores y,
recíprocamente, de elementos inferiores en las clases superiores». Tales son los
rudimentos de la teoría paretiana de la revolución. Pero esta «teoría» incluye otro
elemento fundamental, la fuerza, que para Pareto hasta puede ser lo más importante. Son
«elementos superiores» no solo los «aptos para gobernar», sino también los que están
dispuestos a usar la fuerza. Los elementos inferiores y decadentes son ineptos y temen el
uso de esta. La élite «en decadencia» se aparta del uso de la fuerza y trata de comprar a
sus adversarios; tiene más de zorro que de león y, por ello, se hace cada vez más
vulnerable a los nuevos leones.

«Las sociedades en general subsisten porque en la mayoría de los miembros que la


constituyen los sentimientos correspondientes a residuos de sociabilidad (clase IV) se
hallan vivos y vigorosos.» Que la sociedad subsista o se disuelva depende de la
proporción relativa y de la fuerza de los sentimientos sociales que haya en ella. Según la
distribución y la intensidad de tales sentimientos (es decir, de los individuos que los
tienen), la sociedad será más o menos «uniforme» o estará inclinada al cambio. Las
sociedades son esencialmente «heterogéneas», dice Pareto, en la distribución de los
residuos; «la exigencia de uniformidad es muy fuerte en algunos individuos, moderada en
otros, muy débil en algunos aún y casi del todo ausente en unos pocos». Y «podemos
agregar como dato cierto que el número de individuos en quienes la exigencia de
uniformidad es más fuerte que la exigencia media del estado intermedio en que está
situada la sociedad es mucho mayor que el número de individuos en quienes la exigencia
es menor que el promedio y muchísimo mayor que el número de individuos en los que
esta se halla totalmente ausente». Así, las sociedades se mantienen unidas porque en
ellas predominan individuos con fuertes instintos sociales; y la prueba de ello reside en el
hecho de que las sociedades no se disuelven. Los hombres solo se preocupan de
justificar sus sentimientos, cualesquiera que estos hayan sido; impulsados por dichas
fuerzas ciegas, «explican» y justifican su práctica post hoc, en forma verbal. Lo mismo es
cierto de la fuerza, «usada por quienes desean conservar ciertas uniformidades y por
quienes desean alterarlas. Y cuando alguien dice que aborrece el uso de la fuerza, quiere
decir: por el otro».

Este cálculo destinado a determinar qué es «beneficioso para la sociedad», debe quedar
en manos de la élite científica y la clase gobernante, pues «a menudo se sirve mejor a la
utilidad social si los miembros de la clase sometida, cuya función no es dirigir sino actuar,
aceptan una de las dos teologías, según el caso: o bien la teología que insta a la
conservación de las uniformidades existentes, o bien la que aconseja el cambio».

Cuando el predominio de la élite gobernante se halla amenazado y, por sentimientos


humanitarios (o de otro género), esta renuncia a hacer frente a la fuerza con la fuerza,
hasta un pequeño grupo puede imponerle su voluntad. Y si la clase gobernante desiste de
usar la fuerza por razones de conveniencia, y recurre en cambio al fraude y al engaño
para desbaratar a sus adversarios, sólo se logrará que con el tiempo cambie su
composición: el poder pasa «de los leones a los zorros». La correría, basada en el instinto
para las combinaciones (clase I), se hace preponderante y se intensifica en esta clase, a
la par que declinan los residuos de la clase II. Es precisamente el aumento de los
residuos de la clase I, que suministran la «habilidad y el ingenio» ahora necesarios para
vencer por la astucia a los adversarios, lo que hace a la clase gobernante cada vez más
vulnerable a los que desean y pueden usar la fuerza, esto es, a los leones, tanto de esta
clase como de la sometida.

Los líderes de la clase sometida, que están prontos y dispuestos a usar la fuerza y
pueden hacerlo, derriban a la clase gobernante, lo cual se produce con mayor facilidad si
esta se mueve por sentimientos humanitarios y si ha hallado pocas maneras – o hallado
ninguna – de asimilarse a la élite de la clase sometida. Una aristocracia cerrada es muy
vulnerable e insegura. En cambio, cuanto más propensa es la clase gobernante a
absorber a los súbditos hábiles «en las tramoyas, el fraude y la corrupción», tanto más
segura es su dominación; pues así frustra la posibilidad de que estos elementos
«talentosos» se «conviertan en líderes de los plebeyos dispuestos a usar la violencia. De
este modo, sin líderes, sin talentos y desorganizada, la clase sometida es casi siempre
impotente para establecer un régimen duradero».

Mientras que la élite gobernante, por ser pequeña, se fortifica grandemente con la
afluencia de los residuos de la clase I (es decir, de individuos que los tienen y que se
inclinan a gobernar), la clase sometida no solo se debilita por la pérdida de eso
elementos, sino también por el hecho de que si bien «le quedan muchos individuos con
instintos de combinaciones [los] aplican, no a la política (…) sino a las artes y oficios
independientes de la política. Esta circunstancia da estabilidad a las sociedades, pues la
clase gobernante solo necesita absorber un número pequeño de nuevos individuos para
mantener a la clase sometida sin líderes. Sin embargo, a la larga la diferencia de
temperamento entre la clase gobernante y la clase sometida se acentúa en forma gradual,
los instintos de combinaciones tienden a predominar en la clase gobernante, y los
instintos de persistencia del grupo, en la clase sometida. Cuando esa diferencia se hace
suficientemente grande, estalla la revolución». Tal es la teoría paretiana de la revolución,
basada en los residuos, los sentimientos y el temperamento. La fórmula general, nos dice,
puede aplicarse a las naciones-estado. Aquellas que no han perdido «el hábito de utilizar
la fuerza» vencerán a las que han perdido este «hábito»; a la larga, esto «conduce a un
país a la ruina». En general, el ideal de reemplazar el uso de la fuerza por la ley pacífica
es una penosa ilusión.

En cuanto a los oprimidos, o los que piensan que lo están, se usan las derivaciones –
tales como el humanitarismo – para incitarlos, para llevar a los neutrales de su lado, para
hacerlos condenar o para debilitar de cualquier otra manera a los poderes gobernantes.
Pareto solo siente desprecio por «aquellos cuyas columnas vertebrales están corroídas
por el veneno del humanitarismo». Es irresistible la tentación de ofrecer unos pocos
ejemplos del enfoque «científico-sociológico» que hace Pareto de la «fuerza». Cuando en
un país la clase gobernante, A, por humanitarismo u otras consideraciones, «es cada vez
menos capaz de usar la fuerza», se puede decir que dicha élite «falta a su principal deber
como clase gobernante. Un país semejante va hacia la ruina total». Pero entonces los B,
la clase sometida, «usan la fuerza en gran escala y no sólo derrocan a los A, sino que
matan a un gran número de ellos, y al hacerlo – a decir verdad – realizan un útil servicio
público, como si libraran al país de una perniciosa peste». Gracias a esto, «la trama social
adquiere estabilidad y fuerza; se salva al país de la ruina y surge una nueva vida».
El instinto de combinaciones es, para Pareto, la inteligencia de la élite para aprovechar las
supersticiones de las masas, pero nunca para creer ella misma en los absurdos. La élite
logrará sus fines tanto más eficazmente, cuanto más ignorantes permanezcan las masas
de esta doctrina, con lo cual sugiere que ellas son capaces de enterarse de la
manipulación deliberada que realiza la élite y, con tal conocimiento, impedirla. Así, deja
abierta la posibilidad de inferir que la estupidez y la aquiescencia del «pueblo» no son
necesariamente permanentes. Sin embargo, hablando con mayor claridad, su fórmula
para el éxito es esta: los prejuicios del pueblo (residuos de la clase II) deben ser bastante
fuertes como para asegurar su obediencia al líder, pero no tan fuertes como para impedir
ciertas innovaciones. Es esta última afirmación «científico-sociológica» la que explica la
victoria en la guerra y la prosperidad y el progreso en la paz.

Las formas de gobierno tiene cierta influencia sobre los sucesos y el desarrollo sociales,
reconoce Pareto, pero esas formas son en sí mismas «producto de los rasgos
caracterológicos de los pueblos implicados, por lo cual dichos rasgos son muchos más
importantes como causas de los fenómenos sociales». «Podría decirse que una clase
gobernante sólo ofrece una resistencia efectiva si está dispuesta a llegar hasta el límite de
sus resistencia sin vacilación, usando la fuerza y apelando a las armas siempre que fuere
necesario».

Pareto y el fascismo
Antes de la marcha sobre Roma, Pareto tuvo una actitud muy reservada y en ocasiones
hasta hostil hacia el movimiento fascista. Es indiscutible, sin embargo, que cuando el
dictador italiano se estableció en el poder, Pareto dio su apasionada aprobación a lo que
consideraba, al parecer, como la «forma moderada» que el fascismo asumió en su
primera etapa. Luego, mantuvo su apoyo y aprobación al régimen, pero destacó «la
necesidad de salvaguardar una serie de libertades».

Para Pareto, el fascismo no sólo parecía confirmar sus teorías sino también ofrecer
esperanzas de una «nueva era». Que se identificó con el nuevo orden se pone de
manifiesto en el hecho de que el 23 de marzo de 1923 aceptó su nombramiento como
senador, cargo que se había negado a aceptar del gobierno prefascista.

En general, Pareto parece haber creído que, si el régimen prefascista no había salvado o
no había podido salvar al país de la «anarquía» por medios legales, el fascismo tenía que
lograrlo por la fuerza. Pero después de alcanzar esto, el régimen debía tratar de
establecer una «nueva legalidad». El fascismo sería bueno para Italia, si evitaba las
guerras y se abstenía de imponer restricciones «exageradas» sobre la libertad. En
resumen, ¡el fascismo habría sido bueno si no hubiera sido fascismo! Sin embargo, su
brega por las «libertades» era típicamente paretiana: lo más importante era que la nueva
élite gobernara «de manera efectiva», y esto exigía que concediera una «cierta dosis de
libertad» al pueblo.

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