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Las torturas más sanguinarias y crueles

de la Santa Inquisición
Desde la «doncella de hierro» (en la que se introducía al preso en un sarcófago con
pinchos), hasta el potro. La infame imaginación de los inquisidores no tenía fin

Manuel P. Villatoro
@ABC_HistoriaSeguirActualizado:04/12/2015 15:41h1

Desde Galileo Galilei hasta Juana de Arco. A día de hoy se

cuentan por decenas los personajes destacados de la Historia que

fueron perseguidos y ajusticiados por la Santa

Inquisición , una institución creada en el siglo XIII cuya

lucha contra los herejes se extendió durante más de seis siglos

por países

como Francia , Italia , España o Portugal

. Ideada para combatir a todo aquel que se alejase de la fe que

por entonces se proclamaba como oficial (además de aquellos

que cometían algunos actos considerados como amorales), esta

institución vivió su esplendor y su mayor barbarie durante

la Edad Media. Sin embargo, por lo que es recordada en la


actualidad no es solo por la cantidad de cadáveres que dejó a sus

espaldas en Europa, sino por el uso de multitud de instrumentos

de tortura capaces de arrancar una confesión

a homosexuales ,

presuntas brujas o blasfemos . Entre los mismos

destacaban algunos tan crueles como el potro (ideado para

estirar los miembros de la víctima) o el castigo del

agua (el cual creaba una severa sensación de ahogamiento en el

reo). Todos ellos, al menos en España, dejaron de usarse el 4 de

diciembre de 1808, día en que Napoleón Bonaparte abolió la

Inquisición.
Para hallar el origen de esta institución es necesario fijar

nuestros ojos en la Francia del siglo XII , una época -la

Edad Media- en la que el cristianismo ya había logrado

alzarse como la primera y principal religión del Sacro Imperio


Romano. Fue en ese momento cuando nacieron multitud de

grupos que, aunque enarbolaban la bandera de esta creencia,

entendían que no había que honrar a Dios como afirmaba la

Iglesia oficial. Entre ellos destacaban los valdenses y

los cátaros , quienes se atrevían además a criticar a los

líderes espirituales del momento por vivir de una

forma demasiado ostentosa . Aquello no gustó

demasiado al Papa Lucio III quien -tras reunirse en concilio con

otros tantos líderes religiosos- cargó de bruces contra ellos

mediante una normativa divulgada en 1184. «El papa promulgó

la célebre Ad abolendam “contra los cátaros, los

patarinos, […] los josefinos, los arnaldistas y todos los que se dan

a la predicación libre y creen y enseñan contrariamente a la

Iglesia católica sobre la Eucaristía, el bautismo, la remisión de

los pecados y el matrimonio”», explica el doctor en Historia José


Sánchez Herrero en su obra «Los orígenes de la Inquisición

medieval».

Todos aquellos grupos fueron declarados herejes. «La herejía, en

sentido formal, consiste en la negación consciente y

voluntaria , por parte de un bautizado, de verdades de fe de la

iglesia», explica el teólogo Otto Karrer (S.XIX). Aquella

constitución puso los cimientos de la futura Inquisición, pues

establecía que las autoridades eclesiásticas tenían la potestad

de perseguir a los enemigos de la Iglesia y devolverles

al camino correcto. «Todo arzobispo u obispos debía

inspeccionar detenidamente [...] una o dos veces al año,

las parroquias sospechosas , y lograr que los habitantes

señalasen, bajo juramento, a los heréticos . Éstos eran

invitados a purgarse de la sospecha de herejía por medio de un

juramento, y mostrarse en adelante buenos católicos. Los

condes, barones, rectores, consejos de las ciudades y otros


lugares debían prestar juramento de ayudar a la Iglesia en esta

obra de represión, bajo la pena de perder sus cargos ;

de ser excomulgados y de ver lanzado el entredicho sobre sus

tierras», explica el autor. Además, en el texto se establecía que

eran delegados apostólicos y estaban protegidos directamente

por la Santa Sede a la hora de llevar a cabo este trabajo.

En las décadas posteriores este sistema no fue seguido de forma

específica ni continua. Hubo que esperar hasta el año

1229 para que, mediante una ordenanza real, se estableciera que

las autoridades civiles y eclesiásticas tenían la obligación de

recuperar aquellas tareas y buscar y castigar a los herejes. No

obstante, apenas dos años después el Papa Gregorio

IX dictaminó mediante la normativa

« Excommunicamus » que la Iglesia sería la única con

este poder, además de determinar -por primera vez- el


procedimiento concreto que se aplicaría contra los infieles y las

penas por las que pasarían si eran encontrados culpables. «Al

mismo tiempo el senador de Roma, Annibaldo , publicó un

estatuto contra los heréticos, donde empleó por primera vez la

palabra "inquisitor" con su significación técnica

de inquisidor y no en el sentido general de investigador»,

añade el experto. Acababa de nacer la Inquisición , y lo

hacía teniendo la potestad de arrebatar sus bienes a aquellos que

fueran considerados herejes e, incluso, desterrar a sus familiares.

No obstante, esta fue la «Inquisición pontificia», la más aciaga

durante la Edad Media y diferente a la española, nacida en el

siglo XV de la mano de los Reyes Católicos.


Con todo, parece que a los inquisidores no les resultaba nada

sencillo encontrar a los herejes (pues estos tenían la curiosa

manía de negar su condición si eso hacía que no les cayese


encima todo el peso de la justicia). Por ello, en 1252 el

Papa Inocencio IV permitió oficialmente el uso de la

tortura para lograr que aquellos «desviados de la religión

oficial» cantasen su confesión (y lo que se terciase) a sus

sacerdotes. Aquella cruel norma fue proclamada mediante la

siguiente bula: «El oficial o párroco debe obtener de todos los

herejes que capture una confesión mediante la

tortura sin dañar su cuerpo o causar peligro de muerte,

pues son ladrones y asesinos de almas y apóstatas de

los sacramentos de Dios y de la fe. Deben confesar sus errores y

acusar a otros herejes, así como a sus cómplices, encubridores,

correligionarios y defensores».
Para entonces ya no solo se consideraban herejes las órdenes

religiosas que se desviaban de la Iglesia oficial, sino

también los judíos , los apóstatas ,


los excomulgados , los falsos apóstoles ,

las brujas, los blasfemos , y otros tantos. Lo que se

buscaba mediante la tortura era que, haciendo uso de este dolor,

toda esta inmensa lista de herejes admitiesen aquello por loq ue

eran acusados y pudiesen ser castigados por ello. Con este

objetivo se idearon todo tipo de instrumentos a lo largo de los

seis siglos que estuvo vigente en diferentes países la Inquisición.

En el caso de que resistiesen el proceso sin confesar, se suponía

que los acusados debían ser liberados. «Cuando se administraba

la tortura y no se obtenía confesión, la conclusión lógica, si es

que la tortura probaba algo, era que el acusado era

inocente . Según la frase legal, había purgado la prueba y

merecía la absolución», determina Primitivo Martínez

Fernández en «La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia». Sin

embargo, en la mayoría de los casos los reos acababan diciendo

cualquier cosa a cambio de que parase aquel horror.


Las torturas más crueles de la Inquisición (desde su creación

hasta su abolición en España)

1-El potro

Tristemente, «el potro» fue una de las máquinas de tortura más

conocidas de la Edad Media. Su sencillez, su facilidad de

construcción y, finalmente, su efectividad a la hora de lograr que

el reo confesase (o dijese al pie de la letra lo que

los inquisidores querían escuchar) hizo que fuera una de las

máquinas más famosas durante aquella época. Y no solo en el

ámbito religioso. «Se llamaba así al caballete o potro

triangular sobre el que se ponía a los acusados que no querían

confesar. El potro era empleado también por la justicia

ordinaria en la aplicación del tormento», explica la escritora

del S.XIX Irene de Suberwick en su obra «Misterios de la

Inquisición y otras sociedades secretas de España».


Su funcionamiento era simple, pero eficaz. Para causar el mayor

dolor posible al preso, se le ubicaba sobre una mesa que contaba

con cuatro cuerdas . Cada una de ellas, para atar sus

brazos y piernas. «Las cuerdas de las muñecas estaban fijas a la

mesa y las de las piernas se iban enrollando a una rueda

giratoria. Cada desplazamiento de la rueda suponía una

extensión de los mismos», destaca Primitivo Martínez Fernández

en «La Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia». El dolor que

producía en los huesos era sumamente insufrible y, si las vueltas

a aquella maléfica rueda eran demasiadas, podía provocar

el desmembramiento de las extremidades .

Usualmente, este tormento solía tener dos partes. La primera

duraba varias vueltas y buscaba amedrentar al preso.

Posteriormente, se paraba la máquina y se instaba a la víctima a

« hablar ». Si no aceptaba, se continuaba hasta que lo


hiciese. Con todo, algunos autores son partidarios de que había

un nivel más de interrogatorio. Este duraba presuntamente

varios días y, tras él, el reo solía fallecer. Fuera como fuese, la

víctima podía ser cruelmente estirada hasta 30

centímetros . A su vez, destaca que, si no obtenían la confesión

deseada, también podían recurrir a aplicar otros castigos al

sujeto allí tumbado mientras el potro surtía su efecto (por

ejemplo, quemar sus costados con fuego -siempre

considerado purificador-).
Además del posible desmembramiento, el dolor que causaba esta

máquina era increíble. «El torturador le daba vueltas al timón

[…] hasta que los huesos de la víctima eran dislocados con un

ruido fuerte , causado por los cartílagos, ligamentos y

huesos que se rompían . Si el torturador seguía girando el

timón, las piernas y los brazos eran eventualmente

arrancados del cuerpo », señala Luis Muñoz en su obra


«Origen, Historia Criminal y Juicio de la Iglesia Catolica». Tal y

como se puede observar en las crónicas de la época, tras unas

«vueltas» en este invento era casi imposible mantenerse en pie.

Lo mismo pasaba con la capacidad de caminar. De hecho, era

sumamente difícil dar siquiera dos pasos.


2-El aplasta pulgares

El aplasta pulgares era un instrumento metálico en el que se

introducían los dedos de las manos y los pies. A continuación,

mediante un tornillo se le daban varias vueltas hasta que los

apéndices acaban totalmente destrozados . Tenía un

origen veneciano y la mayoría de los textos lo definen como un

utensilio sencillo, pero sumamente doloroso.


3-El tormento del agua

El conocido como tormento del agua era uno de los más

imaginativos. Su utilidad era tal que, en la actualidad, algunas


agencias de inteligencia lo siguen utilizando. Contaba con varias

versiones, pero la más básica consistía en tumbar a la víctima

sobre una mesa, atarle las manos y los pies , taparle

las fosas nasales (en la mayoría de los casos) y,

finalmente, introducirle una pieza de metal en la

boca para evitar que la cerrase bruscamente. A continuación, y

tal y como señala Muñoz en su obra, se le metían «ocho cuartos

de líquido» por el gaznate. La sensación de ahogamiento era

insoportable y, en muchas ocasiones, hacía que la víctima se

quedase inconsciente. «La muerte usualmente ocurría

por distensión o ruptura del estómago », comenta el

Con el paso de los años, esta tortura se fue perfeccionando hasta


autor español.

el punto de lograr una sensación totalmente horrible en la

víctima. Esta se lograba, principalmente, introduciendo

un trapo de lino hasta su garganta y echando agua a


través de él. «El agua se filtraba gota a gota a través del húmedo

lienzo, y a medida que se introducía en la garganta y en las fosas

nasales, la víctima, cuya respiración era a cada instante más

difícil, hacía esfuerzos por tragar aquella agua y aspirar un poco

de aire. Más a cada uno de sus esfuerzos que imprimían a su

cuerpo, una convulsión dolorosa [aparecía]», explican

Feréal y otros autores en «Misterios de la Inquisicion de

España». El sufrimiento se medía acorde al número de jarros del

líquido elemento que se introducían entre pecho y espalda de la

víctima.

Uno de las muertes más crueles por este método se sucedió a

finales del siglo XVI, como bien señala Muñoz: «Uno de los

muchos casos registrados por la Inquisición en 1598 estuvo

relacionado a un hombre que fue acusado de ser un hombre

lobo y poseído por un demonio. El verdugo vació un volumen de


agua tan grande en la garganta de la víctima, que su barriga se

expandió y se puso dura poco antes de que muriera ». El

último tipo de «tormento del agua» consistía en hacer lo mismo,

pero en una escalera sobre la que se ponía al preso boca

abajo .

En pleno 2015, la CIA sigue utilizando una tortura similar a esta,

aunque es llamada «ahogamiento simulado» y se lleva a cabo

tumbando al preso en una mesa, vendándole los ojos (tras

sujetarle manos y pies) y, finalmente, arrojándole agua al

interior de la boca y la nariz. Aunque parezca un acto inocente es

sumamente cruel, pues -al no ver nada- el cerebro sufre una

sensación de ahogamiento y claustrofobia similar a la que se

produciría bajo el líquido elemento. El organismo suele

responder con convulsiones y temblores. Según el Departamento

de Justicia de los Estados Unidos, se usó contra los presos de


Guantánamo durante años. Además, es una técnica de

interrogatorio que las fuerzas especiales americanas deben

aprender a eludir antes de ser enviadas a territorio enemigo.

4-La pera vaginal, oral o anal

Como su propio nombre indica, este instrumento de tortura tenía

forma de pera (estrecho en una punta y ancho en la otra) y se

introducía en la boca, la vagina o el ano de la víctima.

La oral se aplicaba a «predicadores heréticos y reos de

tendencias antiortodoxas» la vaginal a las mujeres

culpables de «relaciones con Satanás o con uno de sus

familiares» y la anal a los «homosexuales pasivos». Una

vez en el interior, comenzaba el suplicio, pues se abría

mediante un tornillo generando un dolor inmenso en el

preso.
«La pera era forzada dentro de la vagina, ano o boca. Una vez

dentro de la cavidad, era entonces expandida al

máximo girando un tornillo. La cavidad en cuestión

resultaba irremediablemente mutilada , casi siempre

ocasionando la muerte», determina el divulgador histórico

Martín Careaga en su obra « La santa Inquisición ».

Además del dolor que causaba cuando se abría, en sus paredes

exteriores contaba con unas púas que desgarraban el

interior de la boca, la vagina o el ano del afectado provocando

severas hemorragias.

5-La garrucha

Esta tortura era conocida en la vieja Europa como

« estrapada », aunque en España fue importada como « la

garrucha ». Su funcionamiento, al igual que el del potro, era


bastante sencillo y no requería de un gran equipamiento técnico,

pero no por ello era menos dolorosa. La tortura consistía, simple

y llanamente, en atar las manos del preso por detrás de su

espalda. A continuación, se alzaba a la víctima varios

metros del suelo (tirando de sus muñecas) mediante un

sistema de poleas. Una vez en alto, llegaba el castigo.

«Finalmente, se le dejaba caer. La longitud de la cuerda estaba

medida para que no se golpeara con el suelo , pero la

sacudida le dejaba descoyuntado», añade Martínez Fernández en

su obra. El descenso hacía que todo el peso del cuerpo de la

víctima se sustentase en los brazos, algo sumamente doloroso.


En palabras de este autor, esta tortura fue utilizada en primer

término en Italia, donde era llamada «strapatto» y, al igual que

el potro, contaba con varias partes. En la primera, se suspendía a

la víctima unos seis pies (unos 2 metros) sobre el suelo y se la


dejaba caer desde allí. Este procedimiento, según Muñoz,

provocaba desgarramientos en el húmero y dislocaba

la clavícula . Después de esta «primera toma de contacto» con

«la garrucha», se preguntaba al prisionero si quería confesar sus

pecados a la Santa Inquisición. Si así lo hacía, el tormento se

daba por finalizada. En caso contrario volvía a empezar, aunque

de una forma un poco más dolorosa.


«En esa posición [cuando estaba suspendido] hierros de

aproximadamente cuarenta y cinco kilogramos eran

atados a los pies. Los verdugos entonces halaban la cuerda y

soltaban bruscamente a la víctima, sujetándole fuerte antes de

que tocase el piso», señala Muñoz. El proceso se repetía una y

otra vez. Curiosamente, a partir de 1620 varios inquisidores

hicieron múltiples recomendaciones para que el dolor del

prisionero fuese lo más intenso posible. Entre las mismas


destacaban el levantar muy lentamente al reo para que

«disfrutase» del cruel viaje y dejarle suspendido el tiempo en que

se tardaba en recitar dos veces en silencio el salme

« Miserere » (una oración de arrepentimiento).

«Si la víctima aguantaba la tortura y rehusaba confesar, los

torturadores la llevaban a una plataforma donde le quebraban

los brazos y las piernas hasta que moría », completa

Muñoz. Pero no se detenía en ese punto el castigo pues, si

lograban resistir y no se marchaban al otro barrio, el preso era

estrangulado y quemado. No fue el caso de una bella mujer que,

según cita M.V. de Feréal (S.XIX) mientras sufría la

tortura de la garrucha «sufrió un ataque en el que lanzó mucha

sangre de su pecho». Según parece, durante el castigo se le

rompió la arteria, lo que la hizo fallecer a las pocas jornadas.


Curiosamente, una tortura similar fue practicada décadas

después por los nazis en Auschwitz.

6-La cuna de Judas

La «cuna de Judas» era un artilugio que estaba formado por dos

elementos. El primero era un sistema de poleas que

permitía alzar a una persona en el aire. El segundo,

una pequeña pirámide de madera cuya punta estaba

sumamente afilada. La tortura consistía en levantar a la víctima

en el aire y dejarla caer repetidamente y con fuerza sobre la base

del artefacto para que su ano, vagina o escroto se

desgarrasen. El verdugo, además, podía controlar el dolor que

sufría el afectado controlando la altura a la que se ubicaba el

prisionero.
Una curiosa variante de la cuna de Judas se llevaba a cabo

utilizando agua y ubicando al afectado totalmente

atado apoyado con varios pesos en los pies sobre la pirámide.

«Era un tratamiento frecuentemente utilizado contra las mujeres

acusadas de ser brujas. En el juicio por agua contra las brujas, se

suponía que el agua, siendo un elemento “ inocente y

puro ”, haría flotar a la víctima si era inocente, pero si era

culpable, entonces se hundiría. Lo cual evidentemente siempre

sucedía, pues nadie podía flotar en esa posición», determina

Careaga en su obra.

7-La doncella de hierro

Este castigo era uno de los más crueles, aunque se sospecha que

no llegó a utilizarse de forma tan usual como el potro debido a su

severidad. Para llevar a cabo la tortura de la «doncella de hierro»

se introducía al preso en un sarcófago con forma humana


con dos puertas. Este artilugio contaba con varios pinchos

metálicos en su interior que, cuando se cerraba el ataúd, se

introducían en la carne del reo. Curiosamente, y en contra de lo

que se cree, estas «agujas» gigantescas no acababan con su vida,

aunque le causaban un dolor increíble y hacían que

se desangrase poco a poco . Pero eso sí, no le

atravesaban de lado a lado, como se muestra en algunas

películas.
A su vez, era algo precario como elemento para lograr que los

herejes confesaran, pues no había forma de aumentar

progresivamente el dolor que causaba. «Había pocos sarcófagos

y en realidad estaban pensados para infundir terror .

Cualquiera de las torturas precedentes, aunque de apariencia

más modesta, permitía una aplicación de intensidad variable,

según las necesidades, mientras que la doncella no permitía

graduaciones», señala el autor de «La Inquisición, el lado oscuro

de la Iglesia».
Tal y como explicamos en ABC en 2012, la primera ejecución con

este método se sucedió el 14 de agosto de 1515 , y la

víctima fue un falsificador. «Las puntas afiladísimas le

penetraban en los brazos, en las piernas, en la barriga y en el

pecho, y en la vejiga y en la raíz del miembro, y en los ojos y en

los hombros y en las nalgas, pero no tanto como para matarlo, y

aseí permaneció haciendo un gran griterío y lamento durante dos

días, después de los cuales murió», explica el autor alemán del

S.XIX Gustav Freytag. Según se cree, Erzsébet Báthory ,

la «condesa sangrienta» (una mujer acusada de asesinar a

cientos de personas por creer que así podría obtener la belleza

eterna) era una de las asesinas que -durante el siglo XVII- más

disfrutaba usando este artilugio con aquellas chicas que

capturaba y aniquilaba.
8-La sierra
La «sierra» era uno de los castigos más brutales que se podían

perpetrar contra un prisionero. Usualmente estaba reservado a

mujeres que, en palabras los inquisidores, hubiesen sido

preñadas por Satanás. Para lograr acabar con el supuesto niño

demoníaco que llevaban en su interior, los responsables de

cometer la tortura colgaban a la hechicera boca abajo con el ano

abierto y, mediante una sierra, la cortaban hasta que

llegaban al vientre . «Debido a la posición invertida en que se

colgaba a la víctima, el cerebro aseguraba amplia oxigenación y

se impedía la pérdida general de sangre. La víctima, por ello, no

perdía la consciencia hasta llegar al pecho», completa Careaga.

Aunque no era una tortura que buscara una confesión, su

crudeza hace que no pueda ser olvidada en esta lista.

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