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Prof. Sosa
Cabe señalar que esta temática ha ocupado en los últimos años un papel protagónico en el campo
académico. Varios de los análisis desarrollados (Braslavsky, 1986; Urresti, 1996, 2000; Margulis, 2000;
Reguillo, 2000; Miranda, 2007; Pérez Islas, 2000; Chávez, 2005; Kaplan, 2009; Tenti Fanfani, 2008; entre
otros) sostienen la necesidad de desnaturalizar la categoría de juventud y conceptualizarla en términos
socioculturales.
Estas investigaciones cuestionan aquellos posicionamientos ideológicos que promueven una visión
única y unificadora de los jóvenes – y por ende de los estudiantes- sosteniendo la necesidad de pensar
a las juventudes en plural. Ya lo había advertido Bourdieu (1990). “La juventud no es más que una
palabra”, es una construcción social. Para el sociólogo francés serían quienes pugnan por el poder
frente al mundo de los adultos.
Sin embargo, cabe señalar que las múltiples y profundas transformaciones que configuran el
mundo juvenil han impulsado el uso cada vez más frecuente de la denominación de “nuevas
juventudes”. Esta nominación intenta dar cuenta de que existen muchas formas de ser joven y diversas
maneras de dotar de significados a la condición juvenil. Esta y la juventud se refieren a relaciones
sociales históricamente situadas y representadas que conforman conjuntos de significados de
identidad y diferencia, inscriptos en redes y estructuras de poder.
Retomando lo anterior, puede decirse que definir la juventud desde una perspectiva
socioeducativa crítica y sociocultural implica distanciarnos de aquellas conceptualizaciones que
sostienen que existe una “única manera de ser joven” o que señalan a éste como una categoría
homogénea, una esencia o un período de transición. Siguiendo a Reguillo (2009):
(…) Los jóvenes no constituyen una categoría homogénea, no comparten los modos de inserción
en la estructura social, lo que implica una cuestión de fondo: sus esquemas de representación
configuran campos diferenciados y desiguales.
En nuestras sociedades existen diferentes discursos construidos a lo largo del tiempo que remiten
a distintos modos de pensar, denominar y representar a la juventud.
Recordemos, que las representaciones sociales son una forma de conocimiento práctico sobre el
mundo social y como consecuencia, remiten a diferentes modos de operar sobre él.
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Seminario de Sistematización de Experiencias
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(...) Todos los agentes de una formación social determinada tienen en común un conjunto de
esquemas de percepciones elementales, que reciben un comienzo de adjetivación en las parejas de
adjetivos antagónicos comúnmente empleados para clasificar y calificar a las personas o los objetos en
los campos más diferentes de la práctica.
Retomando la perspectiva anterior, Castorina y Kaplan (1995) se han referido a este concepto,
sosteniendo que:
(…) Las representaciones sociales son el conjunto de nociones y valores que se comparten y
comunican, preexistiendo a los sujetos que se apropian de ellas. Estas representaciones encuentran sus
límites en ciertas condiciones sociales e históricas de producción.
Así, los autores destacan que el sistema de clasificación es objetivado en las instituciones:
De esta forma los autores procuran demostrar cómo la eficacia simbólica del lenguaje se
corresponde con el origen social de los alumnos y actúa de forma duradera sobre las prácticas.
Resulta interesante retomar esta investigación, dado que los autores introducen el concepto de
“máquina ideológica”, para mostrar este mecanismo ya que consideran que la escuela, al recibir
productos socialmente clasificados, proporciona productos escolares del mismo tipo: “esta máquina
ideológica asegura una correspondencia muy estrecha entre la clasificación de entrada y la clasificación
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de salida sin nunca reconocer (oficialmente) los principios y los criterios de la clasificación social”. Es
decir que el sistema de clasificación escolar cumple una función doble y contradictoria: permite realizar
una operación de clasificación social a la vez que la oculta; sirve de relevo y de pantalla entre la
clasificación de entrada, que es abiertamente social, y la clasificación de salida, que desea ser
exclusivamente escolar.
Bourdieu y San Martín (1997) sostienen que los actos de nombramientos son un acto de
ordenación en el doble sentido de la palabra:
(...) Instituye una diferencia social de rango, una relación de orden definitiva: los elegidos quedan
marcados de por vida, por su pertenencia (antiguo alumno de...); son miembros de un orden en el
sentido medieval del término y de un orden nobiliario, conjunto claramente delimitado (se pertenece a
él o no) de personas que están separadas del común de los mortales por una diferencia de esencia y
legitimadas por ello para dominar. Por eso la separación realizada por la escuela es así mismo una
ordenación de sentido de consagración, de entronización en una categoría sagrada, una nobleza
Las clasificaciones sociales son significaciones sociales, económicas y culturales, que impactan en
la construcción las trayectorias educativas. Así, la eficacia simbólica del lenguaje reside en que actúa de
manera implícita y duradera sobre las prácticas.
En Argentina, desde una perspectiva socioeducativa, Carina Kaplan (1992, 1997, 2006) retoma la
importancia de analizar los actos de nominación escolar ya que sostiene que estos, inconscientes en
sentido sociológico, median en la interacción y en la práctica escolar pudiendo signar trayectorias
escolares. Una de las investigaciones más importantes realizada por la autora, publicada como “Buenos
y Malos alumnos: descripciones que predicen”, retoma lo analizado por Bourdieu y Saint Martín en
Francia, a través de un estudio sobre los juicios magisteriales de maestros de escuela básica en la
ciudad de Buenos Aires.
En su trabajo, Kaplan se propone ilustrar una parte del conocimiento práctico de los maestros, es
decir, cómo ellos clasifican, califican y generan expectativas diferenciales sobre sus estudiantes a la vez
que indaga en la existencia de una vinculación entre estas expectativas y las trayectorias escolares que
efectivamente los estudiantes desarrollan.
En este punto resulta importante retomar cuáles fueron las visiones que históricamente se
construyeron sobre los jóvenes a fin de reflexionar sobre los discursos hegemónicos que prevalecen en
nuestro contexto, donde pareciera imponerse un relato social que los estereotipa con una marca
negativa: jóvenes rebeldes, violentos, apáticos, problemáticos, delincuentes, conflictivos, peligrosos,
etc.