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- Teologia de la ascensión
- Las ofrendas y los sacrificios se unen al sacrificio de Cristo que son
para alcanzar la salvación.
- Crisis a partir del siglo I
Actualidad
- Vivir nuestra fe con empeño generoso
- Mediocridad vamos perdiendo el amor primero (sacerdotes de la
nueva alianza derramado para el servicio a los hermanos).
Desarrollo de temas principales
Hay, efectivamente, una clara relación entre Santiago y Pablo: la oposición entre «hacedores»
y «escuchadores» aparece en ambos autores (Sant 1,22-25; Rom 2,13); la «guerra» que hay
en el corazón mismo del cristiano es común (Sant 4,1; Rom 7,23), y podríamos señalar otras
notables semejanzas. Pero Pablo y Santiago no tienen tan sólo semejanzas. Haga usted un
sencillo ejercicio: tome una hoja en blanco y divídala en dos partes con una línea vertical. En
la parte izquierda escriba el texto de Rom 3,28 y en la parte derecha el texto de Sant 2,24.
Subraye las palabras semejantes que los dos autores usan, pero fíjese en la diferente
conclusión a la que llegan. Lo mismo puede hacer con los textos de Rom 4,2 y Sant 2,21.
espués de hacer esto nos será fácil entender por qué muchos autores hablan de una oposición
entre Pablo y Santiago. Esta aparente oposición que hemos constatado ¿supone que cada uno
de los dos autores conocía lo que pensaba el otro o, más aún, conocía el texto del otro? Ésa
es una pregunta de difícil respuesta.
Baste decir que no es imposible que Santiago estuviera respondiendo indirectamente, si no a
Pablo, sí al menos a una falsa interpretación de su doctrina. Las opiniones de los estudiosos
que aceptan que hay cierta polémica entre los dos autores se dividen a la hora de decidir quién
responde a quién, según la opción de datación de la carta que hayan escogido.
Independientemente de una posible relación polémica entre Pablo y Santiago, trataremos
ahora de fijarnos en aquello que estos dos autores tienen en común y aquello en lo que
difieren. Efectivamente, ambos escritores usan un trinomio de palabras: fe, obras,
justificación. La manera como las usan y las conclusiones a las que llegan parecen, sin
embargo, opuestas: Santiago exige las obras mientras que Pablo las excluye. Sin embargo,
un estudio atento y detallado mostrará que, a pesar de usar las mismas palabras, los autores
sagrados están hablando de cosas diferentes.
Comencemos por el término las obras.
Los textos paulinos se sitúan en el contexto de la polémica judaizante. San Pablo está
combatiendo a aquellos a quienes llama «falsos hermanos» y que llegaban a los lugares en
donde él había evangelizado para atacar su trabajo. Sostenían estos judaizantes que para ser
cristiano había que hacerse primero, y por fuerza, judío. Así, los paganos serían admitidos en
el seno de la comunidad cristiana solamente si aceptaban la Ley de Moisés y estaban
dispuestos a cumplir con sus prescripciones. Las obras a las que hace alusión Pablo son, pues,
las obras de la Ley, es decir, la circuncisión, las costumbres alimentarias, el culto sacrificial
en el Templo, etc. (Ef 2,8-9.11).
El punto máximo de la demostración paulina es, precisamente, hacer ver que las obras de la
Ley (la circuncisión, especialmente) no pueden producir la justificación, ya que Abrahán fue
justificado antes de que hubiera Ley. Santiago, en cambio, cuando habla de las obras se
refiere a los actos de bien o de misericordia, que son frutos de la caridad (cf. Gal 5,6), como
la asistencia a los necesitados (Sant 2,19-20), por eso los considera indispensables. Lo mismo
encontramos si analizamos el término fe en ambos autores.
Para Pablo la fe incluye las obras de caridad, porque es la adhesión de toda la vida al Salvador
(Gal 5,6; 1 Cor 3,13; Rom 2,6-10). Para Santiago, en cambio, la fe es una pura proclamación
verbal o intelectual de verdades abstractas. Por eso el autor de la Carta de Santiago tiene la
audacia de afirmar que este tipo de fe también la poseen los demonios (2,19). Como puede
verse, también en lo que toca a este término los dos autores hablan de cosas diferentes. Pablo
insiste a cada momento en la necesidad de las obras, en el sentido que Santiago da a este
término (1 Cor 3,13; 2 Cor 5,10). Desde este punto de vista, ambos estarían de acuerdo en
firmar de su propio puño y letra la descripción del juicio final dado por Jesús en Mt 25,31-
46. Pablo rechaza las obras de la Ley, pero no deja nunca de recomendar los actos de amor
cristiano. Una última nota sobre el tercer término, la justificación, pone de manifiesto el
acuerdo de fondo de nuestros dos autores: el contexto escatológico. Que el ser humano sea
justificado sin las obras (Pablo) quiere decir que no es la Ley de Moisés, sino la gracia la que
pone en una buena relación al ser humano con Dios. Ser justificado quiere decir, entonces,
acceder a unas nuevas relaciones con Dios por el bautismo y la conversión. Para Santiago,
en cambio, las obras de la caridad son necesarias para la salvación, es decir, la justificación
entendida como último juicio.