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El misterio de Cristo, desarrollado a través del ciclo anual, nos llama a vivir su misterio en nuestras propias
vidas. Este llamado se ilustra mejor en las vidas de María y los Santos, celebrados por la Iglesia a través del
año. No hay ningún conflicto entre el misterio de Cristo y la celebración de los santos, sino más bien contienen
una maravillosa harmonía. La Santísima Virgen María está unida por un vínculo inseparable a la obra salvífica
de su Hijo, y las fiestas de los Santos proclaman la maravillosa obra de Cristo en sus siervos y ofrecen a los
fieles apropiados ejemplos a imitar. En estas fiestas de los Santos el Misterio Pascual de Jesucristo se
proclama y se renueva.
El ayuno es una buena cosa cuando se hace con una perspectiva bíblica.
Es bueno y agradable a Dios cuando renunciamos hábitos y prácticas
pecaminosos. No hay absolutamente nada de malo en dejar de lado un
tiempo en que nos centramos en la muerte y resurrección de Jesús. Sin
embargo, estas prácticas son las cosas que deberíamos hacer todos los
días del año, no sólo los 40 días desde el Miércoles de Ceniza hasta el
Domingo de Pascua. Si un cristiano desea observar la Cuaresma, somos
libres para hacerlo. La clave está en enfocar el tiempo en arrepentirnos
de nuestros pecados y consagrarnos a Dios, no en tratar de ganarnos el
favor de Dios o aumentar su amor por nosotros.
TIEMPO ORDINARIO
Son treinta y tres o treinta y cuatro semanas en el transcurso del año, en las que no se celebra ningún aspecto
particular del misterio de Cristo. Es el tiempo más largo, cuando la comunidad de bautizados es llamada a
profundizar en el Misterio Pascual y a vivirlo en el desarrollo de la vida de todos los días. Por eso las lecturas
bíblicas de las misas son de gran importancia para la formación cristiana de la comunidad. Esas lecturas no
se hacen para cumplir con un ceremonial, sino para conocer y meditar el mensaje de salvación apropiado a
todas las circunstancias de la vida.
El Tiempo Ordinario del año comienza con el lunes que sigue del domingo después del 6 de enero y se
prolonga hasta el martes anterior a la Cuaresma; vuelve a reanudarse el lunes después del domingo
de Pentecostés y finaliza antes del Domingo Primero de Adviento.
Las fechas varían cada año, pues se toma en cuenta los calendarios antiguos que estaban determinados por
las fases lunares, sobre todo para fijar la fecha del Viernes Santo, día de la Crucifixión de Jesús, a partir de
ahí se estructura todo el año litúrgico.
El tiempo del Año litúrgico que no tiene un carácter propio (Adviento Navidad,
Cuaresma y Pascua) recibe el nombre de Tiempo ordinario, que abarca 33 ó
34 semanas. En este tiempo no se celebra ningún aspecto concreto del
misterio de Cristo.