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La Posmodernidad

Introducción a
la Filosofía

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La Posmodernidad
 Introducción

Como el alumno advertirá en el programa, en el módulo 3 aparece en el


punto 3.1 el tema de la Ilustración. Para esta temática, el alumno podrá en-
contrar suficiente material en el módulo 2 que ya ha transitado.

En este módulo 3, comenzaremos haciendo alusión a una temática que


atañe a los autores que aparecen en el punto 3.2. Si bien no pueden ser con-
siderados sin más como posmodernos, reflejan una serie de planteos que
durante el siglo XX y XXI se harán más preponderantes. Es por eso que el
alumno se sumergirá, ahora en este momento de la historia del pensamiento
que para muchos representa “la posmodernidad”.

 ¿Qué es la Posmodernidad?

¿Es posible hablar de una filosofía posmoderna? ¿No es acaso la posmoder-


nidad el deterioro definitivo de lo filosófico? Autores como Lyotard, Vattimo,
Lipovetsky, Finkielkraut, entre otros, se han ocupado de mostrar una nueva
forma de entender la filosofía.

El pensamiento posmoderno surge como reacción a la Ilustración del siglo


XVIII, a la filosofía que cree en la absolutización de la Razón y en el sentido
único de la historia. Rousseau, Kant o incluso más tardíamente Hegel pueden
considerarse los filósofos prototípicos de la modernidad. Frente a ellos la
obra demoledora de Nietzsche abre las puertas de planteos posmodernos.
Nietzsche es uno de los exponentes de la llamaba “filosofía de la sospecha”,
y esta sospecha, en el caso de Nietzsche, radica precisamente ahí, en el he-
cho de considerar que la modernidad no es más que la recuperación de la
vieja tradición apolínea occidental que surgió con Sócrates y Platón y que
culmina en el proyecto ilustrado. Nietzsche formula en su obra “La gaya cien-
cia” la sentencia que proclama el fallecimiento de la modernidad: Dios ha
muerto. No hay desde ahora un punto de referencia común, un fundamento,
un “arriba y un abajo”. Es la irrupción del nihilismo. Ya no hay verdad filosó-
fica, sino verdades; no existe un sentido de la historia, sino que cada cual
debe inventar el suyo, y la razón, el viejo instrumento filosófico que había
creado el pensamiento griego, deja de tener vigencia absoluta. Como Hei-
degger se ha ocupado de mostrar en sus trabajos sobre Nietzsche, Dios es
todo el mundo suprasensible, el mundo de las ideas de Platón, el ser tras-
cendente. La muerte de Dios significa ontológicamente que el ser es ente,
que el ser es lo que aparece, que el ser es superficie, es presencia. Heráclito,
con su “Todo fluye”, ha barrido a Parménides, el de “El ser es”. Pero la

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muerte de Dios es también la muerte de los absolutos: la ciencia, las ideolo-
gías, las religiones, etc. Todo aquello que pretenda erigirse en absoluto, cae
ahora bajo sospecha.

Pero a nivel antropológico ocurre otro tanto. La muerte de Dios lleva consigo
la muerte del hombre, del sujeto moderno, de ese sujeto que se creyó, tam-
bién, Dios. Desde ahora ya no será posible, en su opinión, volver a situar a la
realidad como punto de partida de nuestras indagaciones y elucubraciones.
El ego cogito cartesiano, el sujeto trascendental kantiano, o incluso el sujeto
absoluto de Hegel, son aniquilados definitivamente. El sujeto epistemoló-
gico quedará superado, en las nuevas filosofías posmodernas, por el sistema
(Luhmann) y la estructura (Foucault). El superhombre de Nietzsche no es un
hombre superior, más hombre, más individuo, más sujeto, sino la categoría
que rompe con el antiguo concepto moderno de hombre. El superhombre
anunciado en la muerte de Dios de Nietzsche lleva consigo una nueva con-
cepción del tiempo y de la historia: el eterno retorno.

El pensamiento no puede fundarse, porque no hay “fundamento”. Todo es


precario, todo es relativo. Si acaso solamente existe una certeza absoluta,
una certeza mínima, es podría ser: la negación de lo absoluto, o el absoluto
de la relatividad. Se podrían resumir en cinco los rasgos constitutivos de la
posmodernidad:

1. Una nueva superficialidad que se encuentra prolongada tanto en la


noción de “teoría” contemporánea como en toda una nueva cultura
de la imagen o el simulacro.
2. Debilitamiento de la historicidad. La modernidad encuentra su final
desde el momento en que no es posible descubrir una visión unitaria
de la historia.
3. Un subsuelo emocional totalmente nuevo.
4. Irrupción de una nueva tecnología de lo virtual.
5. Misión política del arte en el nuevo espacio mundial del capitalismo
multinacional avanzado.

 Posmodernidad, desmitificación y deconstrucción

Pero la posmodernidad es, ante todo, la filosofía de la desmitificación de la


desacralización, la filosofía que desvela el derrumbamiento de los viejos ído-
los. Las repercusiones en el terreno de la ética son importanes: ya no existen
imperativos categóricos. Ética y sociología, moral y política se confunden o
se identifican. Valores sociales y valores morales se entremezclan sin posibi-
lidad de establecer fronteras entre ambos. Al respecto, Vattimo sugiere que
después de Nietzsche, y el proceso de desmitificación, la experiencia de la
verdad no puede ser ya simplemente tal como era antes, no hay fundamento
absoluto.

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El saber científico es un modo de conocimiento, entre otros, y no posee en
sí mismo una entidad mayor que la de otros modos de conocimiento tales
como el arte, la religión o la filosofía. De ahí la imposibilidad de reducir todo
saber confiable al saber científico. Justificar la validez del saber científico
desde él mismo es incurrir en un verdadero círculo vicioso que la filosofía
posmoderna no soporta. El positivismo tuvo la ilusa pretensión de absoluti-
zar la ciencia tomando como modelo la física-matemática. Pero desde Her-
der, por ejemplo, sabemos que solamente existen saberes “regionales” y re-
lativos. Admitir la historicidad del saber y de la razón es equivalente a la ne-
gación de toda trascendencia y de todo absoluto. La seguridad de la ciencia,
el poder de la razón, la certeza del pensamiento y del individuo, no son más
que falsos ídolos que ahora, la posmodernidad se ha encargado de desen-
mascarar. Todo ello sería, parafraseando a Sartre, una pasión inútil.

Un autor importante en este contexto, es Michel Foucault (1926-1984). Pro-


pone “una arqueología de las ciencias humanas”. Hace hincapié en las rup-
turas fundamentales producidas en la idea moderna de “hombre” y protesta
enérgicamente contra cualquier intento de fijar al ser humano en una esen-
cialidad inmutable y en un soberano punto medio. Siguiendo a Nietzsche
pero a la vez invirtiendo su idea, Foucault proclama de la “muerte del hom-
bre”, esto es, hay que pensar al ser humano de manera distinta de como se
ha hecho hasta ahora. Una filosofía nueva, así como una ética y una política
también nuevas, se ha de guiar por el ser humano no según lo que es, sino
en función de su capacidad de vivir, actuar y pensar de modo diferente y
configurar sus relaciones de manera “distinta”. El alumno podrá aquí seguir
la bibliografía ampliatoria (Hoffe, O. (2003), p. 304).

 El ser humano posmoderno y su situación en la cultura

La posmodernidad abre un cambio de rumbo en las consideraciones de la


historia y las ciencias humanas contemporáneas de finales del siglo XX. El
valor de las mayúsculas ha perecido a favor de las minúsculas, o vasta ver
cómo escribimos, sobre todo en contextos virtuales. Los nuevos sofistas han
hecho su aparición transformando todo lo que encuentran a su paso. La
apariencia devora al ser. Las grandes revoluciones modernas, los enormes
mitos, las esperanzas en sociedades justas, todo parece haber concluido.
Desconfianza en la ciencia y en la técnica, en los valores de libertad, igualdad
y fraternidad, en lo universal frente a lo particular. El estado de la cultura
moderna también parece haber tocado fondo.

La nueva civilización ha abierto senderos de desesperanza. La utopía


colectiva no tiene sentido. Los mínimos han conquistado los máximos
(hablar de “ética mínima” casi se nos ha impuesto como una obligación). El
individuo solitario, que tiene a su alcance grandes posibilidades de transmitir

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informaciones, no sabe qué comunicar, porque ya no hay comunicación. No
hay comunicación en el sentido de que no es posible poner nada en común,
no hay nada que compartir, porque todos somos habitantes de una
colectividad de islas. La cultura posmoderna es la cultura del archipiélago, lo
fragmentado. Nada es homogéneo. Es el triunfo de la heterogeneidad. Pero
nuestra civilización actual no vive en la ausencia de valores. Ello no sería
posible. La posmodernidad no destruye la ética, sino solamente su
fundamento absoluto, su punto de referencia. La posmodernidad inventa
nuevos valores, pero todos ellos andan huérfanos de fundamento:
hedonismo, egoísmo, ecologismo, pacifismo, ausencia de sentido, estética
kitsch, retorno a lo regional.

La “diferencia” será la categoría sociológica fundamental. La cultura


posmoderna es una cultura pluricultural. Ello no significa otra cosa que la
drástica oposición a lo homogéneo. Diversidad frente a la integridad. Pero lo
que resulta más interesante de la cuestión respecto a tal diversidad, es que
la heterogeneidad cultural no se da únicamente en el nivel supranacional o
supraestatal, sino que es, sobre todo y principalmente, interestatal. La
proliferación de subculturas, de tribus urbanas, con sus propias reglas,
rituales, normas, valores, etc. Son una clara muestra del pluralismo
intercultural posmoderno en el que vivimos inmersos.

Decimos esto porque es posible caracterizar la posmodernidad como una


crisis de valores, si bien es algo más que determina en sí a esta nueva
concepción del valor: es fundamentalmente una crisis antropológica. El
sujeto moderno, el punto cero de todas nuestras representaciones, ha
desaparecido. La persona ha quedado difuminada en el grupo, en la masa,
en el sistema. Ello resulta todavía más grave al hacer referencia a las
relaciones de alteridad, a los procesos de comunicación y, por lo mismo, a la
educación.

Ya no tienen lugar problemas existenciales o sociales, al modo de la lucha de


clases, porque incluso el mismo concepto de clase ya no existe. Las
tecnologías que dirigían los procesos antropológicos y sociales al inicio del
siglo han sucumbido. La turbina ha dejado paso a la computadora. Las
fuerzas de producción analizadas cuidadamente por Marx no encuentran
referente social, a la luz de la filosofía de la posmodernidad. Los modos de
producción son ahora modos de reproducción. Pero el ocaso de las
tecnologías y de las formas de racionalidad va acompañado del crepúsculo
de los afectos.

Este diagnóstico planteado, lejos está de hacernos caer en el pesimismo.


Más bien, nos hace caer en la cuenta que estamos en una nueva época con
un nuevo sujeto, que ya no se constituye a partir de relatos absolutos, sino

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que se va haciendo en la relación con otros y, sobre todo, de la relación
virtual, que es el nuevo nombre de la modernidad.

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Referencias
Vásquez Rocca, A. (2011). La posmodernidad. Nuevo régimen de verdad, violencia
metafísica y fin de los metarrelatos. Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y
Jurídicas, 29, 285-300.

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