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de James A. Schellenberg
Un filósofo en Chicago
Cuando William Rainer Harper estaba organizando la Universidad de Chicago pensó en fortalecer
especialmente tres departamentos: el de Clásicas, el de Semíticas y el de Filosofía. James Hayden
Tufts, filósofo y colaborador de Harper en las tareas organizativas, sugirió el nombre de John Dewey
para la jefatura del departamento de Filosofía. Cuando se le ofreció a Dewey el puesto lo aceptó y
mostró el deseo de llevar con él a un joven filósofo de la Universidad de Michigan. De este modo
George Mead fue en 1894 a la Universidad de Chicago como profesor ayudante de Filosofía.
La nueva escuela, bajo el liderazgo de Dewey, fue reconocida como el centro de un movimiento
filosófico que se empezó a llamar pragmatismo. Tufts, Dewey y Mead abogaban por un enfoque
filosófico que identificaba el significado de las ideas con sus consecuencias prácticas. Diez años
después Dewey marchó a Columbia, pero Mead permaneció en Chicago durante muchos años. Cuando
murió, en 1931, a los sesenta y ocho años, todavía era allí profesor de filosofía.
Durante los casi cuarenta años que Mead enseñó en Chicago, esta ciudad se mantuvo como el centro
del pragmatismo americano. John Dewey continuó siendo el líder intelectual del grupo aun años
después de marcharse, pero no se puede decir que fuese sólo una escuela de los discípulos de Dewey.
Se compartía una orientación general, pero cada uno tenía su área propia de especial interés.
Un tema central en la filosofía de esta escuela de Chicago fue la preocupación por los procesos, el
considerar las ideas como parte del devenir de la actividad. Toda la vida es actividad, actividad que se
despliega de forma natural y está organizada por objetivos que emergen y cambian en el proceso del
devenir mediante el ajuste y el reajuste. Se admite, por lo general, que esta fue la esencia de la
filosofía pragmática que se gestó en Chicago.
La mente en acción.
Nuestro tratamiento sobre el pensamiento de Mead ha resaltado el tema de la acción en progreso.
Este es el aspecto conductista de Mead, atribuyendo su significado más al devenir de la conducta
social que a las cualidades interiores de la mente. Para Mead el acto social era la unidad adecuada del
análisis psicosociológíco. Un acto, sin embargo, debe considerarse que incluye aspectos tanto internos
como externos, ya que Mead no era un conductista en el sentido de restringir la atención al
comportamiento externo.
El acto, según el análisis de Mead, posee típicamente cuatro fases que pueden identificarse como el
«impulso», la «fase perceptiva», la «manipulación» y la «consumación». El impulso pone en marcha el
acto; la fase perceptual le proporciona dirección; la fase de manipulación suministra la ejecución, y la
consumación es la experiencia final que acarrea el acto. En los seres humanos es especialmente
importante la fase manipulativa, puesto que es cuando entramos, de hecho, en contacto con la
realidad. En este punto Mead concedió un papel crucial a la mano en el desarrollo de la naturaleza
específicamente humana. Es con la mano y su maravillosa flexibilidad mediante la que aprendemos los
diferentes medios que se pueden usar para alcanzar nuestros fines. Y esta conciencia de los varios
medíos posibles amplía enormemente el carácter autorreflexivo de los seres humanos. Los animales
inferiores apenas pueden diferenciar las etapas perceptiva y consumatoria de los actos; sin embargo,
Todos nosotros estamos, en cierto sentido, cambiando el orden social en el que estamos inmersos;
vivimos así y nosotros mismos cambiamos a medida que vivimos; siempre hay acción en el mundo
social como respuesta a cualquier reacción. Este proceso de reconstrucción continua es el proceso del
valor, y el único imperativo esencial que veo es que este esencial proceso social tiene que seguir... y
tiene que continuar no tanto porque la felicidad de todos es preferible a la felicidad individual, sino
Continuidad
«Pienso que», decía John Dewey de Mead, «más que en ningún otro hombre de los que conocí, su
naturaleza original y lo que adquirió y aprendió, eran una y la misma cosa... no existía división en su
filosofía entre hacer, reflexionar y sentir porque no existía esa división en él mismo» (Dewey, 1931, pp.
310-313). Esta continuidad de personalidad, y en especial, la continuidad entre pensamiento y acción,
parecía más natural en George H Mead que en la mayoría de los filósofos. Y esta continuidad dejó
también su huella en los temas clave de la filosofía de Mead, incluyendo la continuidad de la acción en
el tiempo, la continuidad entre los hechos y los valores en la acción, y la continuidad entre el individuo
y la sociedad.
La realidad, para Mead estaba siempre centrada en el presente, pero el presente incluía a la vez un
reconocimiento del pasado y una preparación para el futuro. Por lo tanto, las acciones de los hombres
y de las mujeres son las que enlazan esas categorías temporales, ancladas en un presente en devenir.
Además, en la filosofía pragmática de Mead se daba la continuidad entre los hechos y los valores. Es
arbitrario distinguir entre lo que es objetivamente real, fuera de cualquier propósito humano, y lo que
va implicado en la realización de los fines humanos. Lo primero («la realidad objetiva») no se percibe,
de hecho, a no ser que se relacione con los valores humanos para facilitar su percepción; y lo último
(«los valores») requiere una realidad física de algún tipo para transmitir cualquier significado.
La continuidad de acción en el tiempo y la continuidad de hechos y valores fueron los temas centrales
en la filosofía de Mead. Pero la continuidad más específicamente central en la psicología social de
Mead fue la continuidad entre individuo y sociedad. Las personas requieren de una sociedad para su
emergencia y son modeladas a partir de la sustancia de la interacción social. La sociedad también
requiere, pese a que originalmente se desarrolló con anterioridad a las mentes autoconscientes en su
forma humana, de la participación consciente de los hombres y mujeres individuales.
Esta continuidad entre individuo y sociedad, junto a una postura de otorgar prioridad causal a la
sociedad, fue la que hizo al cuño psicosociológico de Mead especialmente popular entre los
sociólogos. La influencia de Mead, durante su última década en Chicago, en el departamento de
Sociología -el centro más importante por entonces, de la sociología americana- originó el que a veces
se denominase al departamento «una avanzada de G. H. Mead» (Rucker, 1969, p. 22). Hombres tales
como W. 1. Thomas, Robert Park, Ernest W. Burgess, Ellsworth Farís y Louis Wirth (todos ellos
dirigentes de la sociología americana que trabajaron durante esa época en Chicago) reconocieron en
especial su gratitud hacia Mead. Faris, por ejemplo, que fue jefe del departamento de sociología en
1925, aconsejaba a todos los estudiantes que cursaban la especialidad de sociología, que escogieran la
asignatura de psicología social de Mead, y la mayoría de ellos lo hicieron.
La influencia de Mead poco a poco rebasó el límite de Chicago y el interaccionismo simbólico se
convirtió en el tema teórico dominante entre la mayor parte de los psicólogos sociales procedentes de
la sociología. No hay una escuela claramente definida de ortodoxos meadianos, y suele ser imposible
identificar hasta dónde llega el interaccionismo simbólico cuando se encuentra mezclado con otras
interpretaciones. Es posible, sin embargo, enumerar una variedad de líneas de estudio que se solapan
y que representan a la vez las líneas principales de la investigación psicosociológica entre la mayoría de
los sociólogos y aquellas áreas especialmente influenciadas por la gran aureola de G. H. Mead. Entre