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Comunistas contra anarquistas, una

guerra civil dentro de otra


“¡Manteneos firmes, la España Nacional está con vosotros! De toda la canalla roja, la
FAI es la única fuerza española auténtica”, decía en mayo de 1937 el general Queipo de
Llano en una de sus famosas alocuciones radiofónica. Tenía claro el militar que había
protagonizado el alzamiento en Andalucía que cuanto menos unidad hubiera en las filas
del enemigo, menos capacidad para el esfuerzo bélico tendrían. Los sucesos ocurridos
entre los días 3 y 8 de mayo de 1937 en Cataluña, sobre todo en Barcelona, hacía
concebir esperanzas de una guerra más corta.

El 3 de mayo 200 policías se presentaron en la central de teléfonos de Barcelona para


hacerse cargo, en nombre del Gobierno, de la gestión del servicio que, en virtud de un
bando de colectivizaciones, dependía hasta entonces de los anarquistas. Lo que
importaba era hacerse con el servicio de censuras que se encontraba en la segunda
planta. Tenía importancia porque era el departamento desde el que se escuchaban las
conversaciones con Barcelona y permitía detectar a los enemigos emboscados.

Hasta ese momento los anarquistas habían hecho uso de esa posibilidad de escucha para
protagonizar una represión contundente contra los derechistas que eran escuchados
cuando hacían alguna afirmación contrarrevolucionaria, un descuido que le costaba la
vida y terminaba con su cadáver abandonado en una cuneta. El Gobierno quería
hacerse cargo de ese servicio para ponerlo en manos de los servicios de espionaje y
aplicar su utilidad al esfuerzo bélico.
Tras varios tiroteos, los anarquistas fueron desalojados por unidades de la Guardia
Nacional Republicana y milicianos comunistas que se sumaron al ataque contra los
anarquistas. A partir de ese momento comunistas, por un lado, y anarquistas, por otros,
se repartieron la ciudad y empezaron una guerra que causó más de mil muertos y en
torno a 1.500 heridos.

Los anarquistas tomaron desde el principio la iniciativa, la zona de la ciudad que


controlaron, al oeste de La Rambla, se llenó de barricadas y atacaron a cuanto
representante del comunismo y del Ejecutivo catalán encontraban a su paso. La CNT, el
POUM, las Juventudes Libertarias o la Asociación de Amigos de Durruti fueron muy
contundentes. Además de los ataques contra las milicias del PSUC, abiertamente
comunistas, centraron su actuación en los atentados contra autoridades. El más
importante fue el asesinato de Antonio Sesé el día 5 de mayo, día en el que iba a
tomar posesión de su cargo como consejero de la Generalidad. Sufrió una
emboscada organizada por dos docenas de miembros de la CNT contra los que nada
pudieron hacer los cuatro escoltas que le acompañaban, que también murieron en la
refriega.

Los días siguientes, 6 y 7 de mayo, los enfrentamientos se extendieron por varios


municipios catalanes: Tarragona, Tortosa, Vich y Reus son escenarios de
enfrentamientos entre ambos bandos, anarquistas y comunistas, que se saldan con varios
centenares de muertos.

La situación era, por entonces, tan complicada que la 26 División Anarquista,


anteriormente conocida como la Columna Durruti, se acuarteló en Barbastro para
trasladarse a Barcelona a apoyar a sus correligionarios contra los comunistas.
Finalmente el día 7 de mayo dos columnas de guardias de asalto formadas por 5.000
hombres llegan desde Madrid y Valencia a Barcelona. Sus órdenes son claras: desarmar
a los anarquistas para reestablecer el orden.

A partir de ese momento, el PSUC y el PCE, con el beneplácito del PSOE y la UGT
iniciaron una campaña de depuración contra los anarquistas. Los libertarios eran
detenidos y ejecutados, si tenían suerte. Si no la tenían sufrían torturas espantosas. Así
cayeron Andrés Nin, el líder del POUM, que fue torturado y asesinado haciéndose
desaparecer su cadáver para que no se estableciera una investigación como asesinado,
sino como desaparecidos.

Otro caso llamativo fue el de dos anarquistas italianos: Camilo Berneri y Francesco
Barbieri. Habían venido para hacer labor periodística para varios medios anarquistas
internacionales. Habían criticado muy duramente la imposición estalinista en el
Gobierno del Frente Popular. Les costó caro. Fueron secuestrados por comunistas y,
ayudados por varios Mossos d’Esquadra fueron asesinados y sus cuerpos
abandonados junto al edificio de la Generalidad.
Llamativo es también lo que les ocurrió a los 12 jóvenes miembros de las Juventudes
Libertarias del barrio de Sant Andreu que fueron rodeados por numerosos
comunistas cuando se dirigían al centro de Barcelona. Los detuvieron y fueron llevados
al cuartel Voroshilov –que era el cuartel general militar del Partido Comunista en
Barcelona- donde fueron torturados hasta morir. Los cuerpos fueron encontrados en
una fosa con los claros signos de haber sido torturados con saña.

Son solamente algunos ejemplos. La purga de los comunistas contra los anarquistas
en Cataluña y Valencia continuaron durante toda la Guerra Civil, prácticamente
hasta el final de la contienda

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