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4. Tú que nos has hecho renacer por el agua y el Espíritu: Señor, ten
piedad
Tú que enviaste al Espíritu Santo para crear en nosotros un corazón
nuevo: Cristo, ten piedad
Tú que eres el autor de la salvación eterna: Señor, ten piedad
I.
Cuando llegó el instante de tu muerte
inclinaste la frente hacia la tierra,
como todos los mortales;
mas no eras tú el hombre derribado,
sino el Hijo que muerto nos contempla.
II.
Tú, a quien he buscado, Señor,
en este día,
a quien he escuchado,
dame el reposo de esta noche.
III.
El corazón se dilata
sin noche en tu santo cuerpo,
oh morada iluminada,
mansión de todo consuelo.
IV.
En ti, Señor, reposan nuestras vidas
en el descanso santo de la noche;
tú nos preparas para la alborada
y en el Espíritu Santo nos acoges.
V.
Cuando la luz del sol es ya poniente,
gracias, Señor, es nuestra melodía;
recibe, como ofrenda, amablemente,
nuestro dolor, trabajo y alegría.
VI.
Cristo, Señor de la noche,
que disipas las tinieblas:
mientras los cuerpos reposan,
se tú nuestro centinela.
VII.
Se inclina ya mi frente,
sellado está el trabajo;
Señor, tu pecho sea
la gracia del descanso.
VIII.
Cuando acabamos el día
te suplicamos, Señor,
nos hagas de centinela
y otorgues tu protección.
IX.
Junto a ti, al caer de la tarde,
y cansados de nuestra labor,
te ofrecemos con todos los hombres
el trabajo, el descanso, el amor.
X.
Día y noche va tu espíritu, Señor, conmigo,
día y noche pienso que Tú estas en mí.
Si anochece en el camino,
va tu espíritu, Señor, conmigo.
Si en la noche pierdo el rumbo,
pienso que Tú estás en mí.
XI.
¡Oh Jesús! Se acaba el día
y aquí vengo con amor,
a decirte todavía:
¡Buenas noches, oh mi Dios!
XII.
Cuando miro atrás, pienso y veo
que mis huellas borra el viento,
pues mi vida ha sido nada
y la muerte va viniendo.
XIII.
Ya el sol del firmamento se retira,
más tu fuego, Señor, alumbra siempre
en nuestros anhelantes corazones
derrama, oh Trinidad, tu amor perenne.
XIV.
¡Oh Jesús, mi dulce dueño!
Oye mi última oración,
antes de entregarme al sueño
quiero darte cuanto soy.
Yo te entrego mi pasado
con humilde devoción,
tú conoces mis pecados
y tú sabes cuantos son.
XV.
Cuando el sol, Señor, se apaga,
y las sombras todo llenan,
ilumina nuestras almas
con la luz de tu presencia.
Y en la tarde de la vida,
tras las penas y el cansancio,
duerma el alma sueño eterno
en la paz de tu regazo.
XVI.
Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz, que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
XVII.
Cristo está conmigo,
Junto a mí va el Señor;
me acompaña siempre,
en mi vida, hasta el fin.
XVIII.
Hora de la tarde,
fin de las labores.
Amo de las viñas,
paga los trabajos de tus viñadores.
XIX.
Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo;
la noche entera,
la pasamos queriendo
mover la piedra.
No supieron contarlo
los centinelas,
nadie supo la hora
ni la manera;
antes del día,
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.
XX.
Bendito padre celestial,
gracias te doy por un día más de vida
por el aire que respiro, por la paz que tu me das
por estar siempre a mi lado, mi guía y mi escudo protector
¡os ruego tu salvación!
Oraciones Marianas
I.
¡Oh Señora mía,
oh Madre mía!,
yo me entrego del todo a Ti
y en prueba de mi afecto,
con amor filial
te consagro en esta noche:
todo lo que soy, todo lo que tengo.
Guarda y protege,
y también defiende a este hijo tuyo, amén.
II.
Alégrate María,
Inmaculada y Santa,
amada de Dios,
nueva Eva elegida,
cooperadora de la reconciliación.
III.
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las oraciones
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien
líbranos de todo peligro,
¡oh Virgen gloriosa y bendita! Amén.
IV.
Madre del Redentor, Virgen fecunda
puerta del Cielo
siempre abierta,
estrella del mar
ven a librar al pueblo que tropieza
y se quiere levantar.
Ante la admiración
de cielo y tierra,
engendraste a tu Santo Creador,
y permanecés siempre Virgen,
recibe el saludo del ángel Gabriel
y ten piedad de nosotros pecadores. Amén
V.
Salve, Reina de los Cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz, salve puerta,
que dio paso a nuestra luz.
VI.
Acuérdate,
¡oh piadosísima, Virgen María!,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que
han acudido a tu protección,
implorando tu auxilio
haya sido abandonado de Ti.
VII.
¡Oh Corazón de María,
Madre de Dios y Madre nuestra!
¡Corazón amabilísimo,
objeto de las complacencias
de la adorable Trinidad,
y digno de la veneración
y ternura de los ángeles
y de los hombres!
VIII.
Oh Santa María de mares estrella,
Virgen de Dios Madre y del cielo puerta.