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La peste o muerte negra 1

En el año 1346 llegaron a Europa rumores de una terrible epidemia, supuestamente surgida en China,
que a través del Asia Central se había extendido a la India, Persia, Mesopotamia, Siria, Egipto y Asia
Menor. Se habla de regiones enteras que habían quedado despobladas, de forma que hasta el Papa
Clemente VI en Aviñón se muestra interesado por el tema, y reuniendo los informes que van llegando,
calcula que el número de víctimas debe ascender a casi veinticuatro millones de personas. Sin embargo,
como en aquel entonces se desconocía el concepto de contagio, no hubo ninguna alarma en Europa
hasta que la peste fue introducida en Italia por los barcos genoveses y venecianos que venían del mar
Negro; La peste aparece en Italia en octubre de 1347, Y para enero del año siguiente ya ha penetrado
en Francia, vía Marsella, y ha llegado hasta el Norte de África. La rata negra, buena pasajera de los barcos,
la va extendiendo a lo largo de las costas y ríos navegables. Al mismo tiempo que penetra en España, en
Italia alcanza Roma y Florencia, y llega a Paris en junio de 1348, pasando poco más tarde a Inglaterra a
través del Canal de la Mancha. Ese mismo verano llega a Suiza y por el Este se extiende hasta Hungría.
Aunque el número de víctimas varió desde un quinto de la población en algunos lugares hasta la casi
total exterminación en otros, los investigadores modernos han llegado a aceptar como estimación más
aproximada la cifra que nos da Froissart en su crónica, es decir, un tercio de la población,
aproximadamente, desde la India hasta Islandia.
Un tercio de la población de Europa en aquella época equivaldría a unos veinte millones de personas. En
realidad es imposible saber el número de víctimas con exactitud, porque en este tema los cronistas de
la época no son de fiar y hay que recurrir a otras fuentes, como recaudaciones de impuestos, censos o
los escasos documentos que se conservan de las iglesias en los que se recogen nacimientos y
defunciones.
En 1349 la peste reaparece en Paris, se extiende por Picardia, Flandes y los Países Bajos; de Inglaterra
pisa a Escocia e Irlanda, así como Noruega donde, procedente de Inglaterra, llega un barco fantasma con
un cargamento de lana y toda la tripulación muerta, que embarranca cerca de Bergen. Desde Noruega
se extiende la epidemia a Suecia, Dinamarca, Prusia e Islandia, llegando incluso hasta Groenlandia. Deja
una extraña bolsa de inmunidad en Bohemia y alcanza Rusia en 1351, aunque el primer brote ya había
remitido en casi toda Europa a mediados de 1350. Italia, con una población de diez u once millones de
personas, fue la que padeció más duramente sus efectos. En Florencia podemos decir que «llovía sobre
mojado»; como consecuencia del inicio de lo que sería la Guerra de los Cien Años, las principales casas
bancarias florentinas, los Bardi y Peruzzi, fueron a la bancarrota cuando Eduardo III de Inglaterra no pudo
devolver los empréstitos que le habían concedido para la primera campaña (años 1343-44). Siguieron
años de malas cosechas y con ellos apareció el hambre y se produjeron revueltas de campesinos y
trabajadores; después la peste mató de tres a cuatro quintos de la población de esta ciudad, una de las
más importantes de Italia.
En los sitios cerrados, tales como los monasterios o las prisiones, la infección de una persona
normalmente significaba la de todos, como ocurrió en los conventos franciscanos de Carcasona y
Marsella, en los cuales toda la comunidad murió. De los 140 frailes dominicos que había en Montpellier
sólo sobrevivieron siete. El hermano de Petrarca, Gerardo, miembro de un monasterio de cartujos,

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enterró a su prior y a treinta y cuatro compañeros, uno por uno, hasta que se quedó solo con su perro y
huyó a buscar refugio en otra parte.
Aunque la tasa de mortandad fuese mayor entre los pobres, los grandes también sufrieron el azote de
la peste. El rey Alfonso XI de Castilla, el vencedor de Salado, fue el único monarca reinante que murió de
la peste, pero su vecino Pedro de Aragón perdió a su mujer Leonora, a su hija y a una sobrina, en el
espacio de seis meses. El emperador de Bizancio, Juan Cantacuzeno, perdió a su hijo. En Francia
murieron la reina coja Juana y su nuera, la esposa del Delfín, ambas en 1349.

También murió la reina de Navarra. La segunda hija de Eduardo III de Inglaterra, que iba a casarse con el
heredero de Castilla -el futuro Pedro el Cruel-, murió en Burdeos cuando se dirigía hacia su boda. Las
mujeres parecen haber sido más vulnerables que los hombres, quizá porque al estar más recluidas en el
hogar estaban más expuestas a las pulgas. Así murió la amante de Boccaccio, hija ilegítima del rey de
Nápoles; y también Laura, la amada real o imaginaria de Petrarca.
Entre los médicos la mortalidad fue naturalmente más alta: de veinticuatro médicos que había en
Venecia, veinte fueron víctimas de la epidemia.
En cuanto al clero, la mortandad varió según el rango. La única excepción a esta regla fue la muerte de
un tercio de los cardenales, pero ello se debió más bien a que se encontraban concentrados en la corte
papal en Aviñón. Entre los obispos se calcula que murió uno de cada veinte; en cambio los sacerdotes
sufrieron igual que el pueblo llano, aunque en muchos lugares abandonaron sus deberes y huyeron por
miedo al contagio. Por una extraña y siniestra coincidencia, en Inglaterra murieron sucesivamente el
arzobispo de Canterbury, en agosto de 1348, su sucesor en mayo de 1349, y el siguiente candidato tres
meses más tarde.
Los campesinos caían muertos en los campos, en los caminos o en sus casas, y los que sobrevivían se
hallaban presos de una apatía total, dejando el trigo maduro sin segar y el ganado desatendido. Esto
ponía en peligro la economía del siglo, que dependía de la cosecha de cada año para comer y para hacer
la siembra del año siguiente. La disminución alarmante de la mano de obra bien pronto se hizo patente
y acarrearía graves problemas que examinaremos más adelante. «Quedaron tan pocos siervos y
trabajadores que nadie sabía a quién pedir ayuda» escribió Knigbton. La idea de un futuro sin futuro -
valga la redundancia- creó un sentimiento de demencia y desesperación. Un cronista bávaro cuenta que
«los hombres y las mujeres deambulaban como si estuviesen locos y dejaban que su ganado se perdiese
porque ya nadie quería preocuparse por el futuro».
Responde a las siguientes preguntas:
1. ¿Qué causó la epidemia en Europa?
2. ¿Por qué se extendería la peste por Europa tan rápidamente?
3. ¿Cuáles fueron las consecuencias de esta grave epidemia?
4. ¿Cuantos millones de personas se estima fallecieron a causa de la peste?
5. ¿Qué soluciones propondrías o que implementarías para enfrentar esta grave y contagiosa
enfermedad?

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