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Razón y fe[editar]

Detalle de San Agustín en una vidriera por Louis Comfort Tiffany en el Lightner Museum.

San Agustín, a los diecinueve años, se pasó al racionalismo y rechazó la fe en nombre de la


razón. Sin embargo, poco a poco fue cambiando de parecer hasta llegar a la conclusión de
que razón y fe no están necesariamente en oposición, sino que su relación es de
complementariedad.16 Según él, la fe es un modo de pensar asintiendo, y si no existiese el
pensamiento, no existiría la fe. Por eso la inteligencia es la recompensa de la fe. La fe y la
razón son dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados.16
Esta postura se sitúa entre el fideísmo y el racionalismo. A los racionalistas les
respondió: Crede ut intelligas («cree para comprender») y a los fideístas: Intellige ut
credas («comprende para creer»). San Agustín quiso comprender el contenido de la fe,
demostrar la credibilidad de la fe y profundizar en sus enseñanzas.

Interioridad[editar]
Agustín de Hipona anticipa a Descartes al sostener que la mente, mientras que duda, es
consciente de sí misma: si me engaño existo (Si enim fallor, sum). Como la percepción del
mundo exterior puede conducir al error, el camino hacia la certeza es la interioridad (in
interiore homine habitat veritas) que por un proceso de iluminación se encuentra con las
verdades eternas y con el mismo Dios que, según él, está en lo más íntimo de la intimidad.
Las ideas eternas están en Dios y son los arquetipos según los cuales crea el Cosmos. Dios,
que es una comunidad de amor, sale de sí mismo y crea por amor mediante rationes
seminales, o gérmenes que explican el proceso evolutivo que se basa en una constante
actividad creadora, sin la cual nada subsistiría. Todo lo que Dios crea es bueno, el mal carece
de entidad, es ausencia de bien y fruto indeseable de la libertad del hombre.
Agustín también reflexiona sobre el tiempo desde la perspectiva de la conciencia subjetiva. El
interior del hombre, dotado de memoria, está disperso entre el pasado y el futuro y anhela lo
imperecedero. Es a través del examen de la propia trayectoria existencial y la introspección en
la propia alma, donde Agustín expresa sus convicciones.

Ciudad de Dios[editar]
En la historia coexisten la Ciudad del Hombre, volcada hacia el egoísmo, y la Ciudad de Dios
que se va realizando en el amor a Dios y la práctica de las virtudes, en especial, la caridad y
la justicia. Ni Roma ni ningún Estado es una realidad divina o eterna, y si no busca la justicia
se convierte en un magno latrocinio. La Ciudad de Dios, que tampoco se identifica con la
Iglesia del mundo presente, es la meta hacia donde se encamina la humanidad y está
destinada a los justos.
Lucha contra las herejías[editar
Agustín acusa al pelagianismo de no creer en el amor gratuito de Dios. La salvación para él no
es un merecimiento del hombre por sus buenas obras, sino pura gracia.
Agustín también ataca al donatismo. Este no admite a los que en las persecuciones renegaron
de la fe. Agustín aboga por la acogida y el perdón.

Ética[editar]
El amor agustino se basa en el amor a Dios. Este amor libera al ser humano permitiéndole
hacer lo que él quiera. Ello, en tanto tiene como base el amor a Dios.
Para san Agustín
el amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee,
sobra todo lo demás.

San Agustín también dijo:


Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.

Para el santo, Dios creó a los seres humanos para Él, y por ello los seres humanos no van a
estar plenos hasta que descansen en Dios.
Como para otros Padres de la Iglesia, para Agustín de Hipona la ética social implica la
condena de la injusticia de las riquezas y el imperativo de la solidaridad con los
desfavorecidos
Las riquezas son injustas o porque las adquiriste injustamente o porque ellas mismas son injusticia, por
cuanto tú tienes y otro no tiene, tú vives en la abundancia y otro en la miseria.
Psalmos 48

Agustín de Hipona defendió asimismo el bien de la paz y procuró promoverla


Acabar con la guerra mediante la palabra y buscar o mantener la paz con la paz y no con la guerra es
un título de gloria mayor que matar a los hombres con la espada.
Epístola 229

Recepcióneditar

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