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INSUPERABLE DELICIA

Ed. Ramírez Suaza, P.ThM

La Biblia es un libro que goza de amores y odios en el mundo entero, con más fervor
dentro de la Iglesia. Aquí, en nuestra congregación, salta a la vista los amores y odios
que le profesamos a la Palabra de Dios. Pocos la aman, muchos no la aman.

En teoría, la Iglesia es la comunidad que abraza alegre y amorosamente la Biblia, pero


la sorpresa que me he llevado como pastor ha sido lamentable: un número significativo
de la Iglesia moderna no ama la Biblia. Y por favor, intento ofrecerles un diagnóstico
empírico, no depositar juicios sobre Ud., y con esto procuro que juntos nos abramos a
la franqueza, a la sinceridad y renuncia de hipocresías para reconocer que no estamos
amando la Palabra de Dios. Que no estamos deleitando el alma en la Palabra de Dios.
Que no estamos saciando nuestra sed en la Palabra de Dios. Que no estamos
caminando a la luz de la Palabra de Dios. Que no estamos orando según la Palabra de
Dios. Que nuestra mente no está moldeada por la Palabra de Dios. Que somos la
comunidad cuya urgencia principal es volver el corazón, el afecto, la mente y le
diligencia a las Escrituras.

Steve Lawson es uno de los predicadores más ungidos que el Señor ha levantado en
nuestros días, dice él: “La Biblia no es difícil de entender; simplemente es difícil de
aceptar”. Esta frase sinceramente me ha hecho reflexionar seriamente en cómo
recibimos, comunitariamente hablando, el evangelio. Inclusive me llegué a preguntar,
¿será por eso que las personas que pueden asistir los miércoles al estudio bíblico no
vienen?

Hermanos míos, la Biblia “Es un gran libro, lleno de grandes historias con grandes
personajes. Tienen grandes ideas (no solo con respecto a sí mismos) y cometen
grandes errores. Trata sobre Dios, la codicia y la gracia; sobre la vida, la lujuria, la risa
y la soledad; sobre el nacimiento, los comienzos y la traición; sobre hermanos, peleas y
sexo; sobre el poder y la oración, la prisión y la pasión. Y solo estamos hablando de
Génesis.”1

Cuando leo el Salmo 1, a veces me siento como el “hijo pródigo” que cambió los
manjares de la casa de su padre por las algarrobas de un criadero de cerdos. Así me
siento cuando me hago consciente que he cambiado los deleites de la Biblia por andar
el consejo de malos. Cuando renuncio a las sabrosuras de la Biblia por estar en el
camino de pecadores. Cuando menosprecio las delicias de la Biblia por sentarme en la
silla de escarnecedores. Cuando hago gestos de asco a la Biblia a cambio de beber de
las aguas negras de La TV, de la internet, de las redes sociales, del ocio.

1
N.T. Wright. Simplemente Cristiano. Miami: Vida (2012): 197
1
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Por otro lado, parte de la Iglesia evangélica ha venido usando la Biblia como si fuera el
libro de las páginas amarillas, sólo lo abren cuando quieren un beneficio celestial “a
domicilio”. Otros, la quieren usar como si fuera un extintor, leerla no más en
momentos de extrema angustia. Me han preguntado muchas veces personas que no
aman la Biblia: -Pastor, estoy desesperado. Dígame qué texto de la Biblia leo para
calmarme.- Yo digo, ¡nada! La Biblia no es una caja de píldoras tranquilizantes. El
teólogo alemán Walter Brueggemann dice: “La Biblia no es un amuleto de la suerte
para conseguir la bendición de Dios… En mi opinión, la Biblia es valiosa porque ofrece
un modo de entender el mundo desde un nuevo enfoque, un enfoque que conduce a la
vida, a la alegría y a la plenitud.”2

Jamás olvide esto: la Biblia se lee diario o no se lee. Valga la pena aclarar que se trata
de una lectura orante, reflexiva, aplicativa y obediente. De lo contrario, no funciona.
Nada funciona. Ella es nuestro pan de cada día. La lectura bíblica para el cristiano
debe ser un manjar en cada mañana. Un deleite cada noche. Un privilegio a cada
momento. Una alegría permanente. Un alimento insustituible. Una bendición
irremplazable. Una vida hecha vida.
Por favor, abramos las Escrituras en el Salmo 1.

El Salmo 1 dibuja el rostro de la persona que peregrina por los caminos de


la Escritura, la elogia y le enseña a comprenderse a sí misma como
inquebrantablemente dichosa y que su destino final es un universo de
delicias. Por otro lado, dibuja -por contraste- al pecador, cuya vida es un
fiasco.

Toda casa grande cuenta con varias puertas, siendo así, todos reconocen que una es la
puerta principal, la puerta de la entrada. El Salterio, que así llamaremos hoy al libro de
los Salmos, es como una inmensa casa; ella tiene 150 habitaciones. -Bastante grande,
¿no le parece?- Si Ud. quiere hacer una “entrada triunfal” a esta hermosa e inmensa
casa, debe hacerlo por la puerta principal: el Salmo 1.

Cuando un lector creyente de los Salmos abre el libro, la primera palabra de todo el
Salterio es “Bienaventurado”. Es como el letrero de bienvenida a la casa de oraciones y
canciones existencialmente sinceras. Es como si le dijera al lector: bienvenido al
mundo de las delicias insuperables. Como si le dijera al cristiano: bienvenido al mundo
de la felicidad donde se aprende a orar y a cantar en medio de la zozobra, de la
desesperación, de la soledad, de la tristeza, de los temores, de las incertidumbres.
Venga y sea extraordinariamente dichoso cualquiera sea su situación.

2
W. Brueggemann. La Biblia, fuente de sentido. Barcelona: Claret (2003): 7
2
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Esta palabra de bienvenida en el Salterio, Bienaventurado, es una cordial invitación a


quien no ha podido ser bienaventurado en el alcohol. Es para quien no ha podido ser
bienaventurado en las drogas. Es para quien no ha logrado ser bienaventurado en la
inmoralidad sexual. Es para quien no ha logrado ser feliz en las miserias de su pecado.
Es una amorosa invitación para quienes no son dichosos a pesar de ser religiosos.
Este es el Salmo que nos regala la fórmula para vivir en la insuperable delicia del
placer divino en las Sagradas Escrituras.

Resulta inevitable un misterioso encanto del alma cuando los ojos se clavan sobre los
versos de este cautivante poema; pues “propone un contraste entre el destino del que
ama la Palabra de Dios y el destino de los impíos. El que se dedica a la Palabra de Dios
será fructífero, y lo que emprende, tendrá éxito porque el poder de la Palabra y la
bendición de Dios lo acompañarán”3 toda su existencia.

Le invito a considerar la expresión “se deleita en la ley del Señor”.


El poeta del Salmo 1 está describiendo a un peregrino que ha dado la espalda al consejo
de los malos, al camino de los pecadores, a la silla de los escarnecedores para ir a
deleitarse, a ensanchar su corazón de alegrías en la Palabra de Dios.
El peregrino del Salmo 1 aprendió a vivir en la insuperable delicia que le proporciona
Dios a través de su Palabra.

Nuestros corazones han caminado en pos de “placeres líquidos” en los últimos años.
Encontré un artículo titulado: “Placer líquido: aproximación a la sociedad
contemporánea” en una revista sociológica de la Universidad de Navarra, España. Dice
en una de sus conclusiones:
El placer se vuelve líquido, inestable, y de este modo pierde su esencia misma.
Los modelos de placer de la sociedad contemporánea (cine, viajes, comidas en
restaurantes, erotismo, deportes de alto riesgo, videojuegos, etc.) poseen una
estructura de huida frente a los ritmos y espacios del día a día. Se busca el placer
como algo disgregado de la vida misma, como producto de consumo extraño al
entorno en el que se vive y a las personas que nos rodean. Para disfrutar se hace
preciso consumir, huir, quebrar el ritmo impuesto pero, en el fondo, no se
disfruta, sólo se aspira a realizar los modelos de placer impuestos desde fuera. 4

La sociedad moderna “busca el placer como algo disgregado de la vida misma, como
producto de consumo extraño al entorno en el que se vive y a las personas que nos

3
DH. FRANZ. Palms, Ed. Eerdmans, Grand Rapids, 1988 (el original en alemán. 1867). pp. 83-87.
4
Manuel Cruz Ortiz de Landázuri. “PLACER LÍQUIDO: APROXIMACIÓN A LA SOCIEDAD
CONTEMPORÁNEA” Intersticios: Revista Sociológica de Pensamiento Crítico. Vol. 7 (1) 2013
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rodean.” Como si fuera poco, parte de la Iglesia decidió seguir estas huellas banales de
la vida.

¿Por qué nos está costando tanto deleitarnos en el Dios de la Palabra?


¿Por qué abandonamos a Dios, fuente de agua viva, a cambio de cisternas rotas?
¿Por qué lo bueno nos está pareciendo malo y lo malo bueno?
La mujer samaritana abandonó los pozos del adulterio por las aguas vivas que le
ofreció Jesús. En la Iglesia tenemos samaritanos al revés: cambiando las aguas vivas de
Jesús por los viejos pozos de la samaritana.
El pastor español, Marcos Vidal, en su canción “Cristianos” dice: “Ojalá el Maestro
pueda decir como dijera hace años: -No lloréis, sólo duerme no está muerta.- ¿Qué te
pasa Iglesia amada que no reaccionas, sólo a veces te emocionas y no acabas de
cambiar?”
Esforcémonos este año por deleitarnos en el Señor. Que todos nuestros placeres sean
genuinos en él. Que nuestra felicidad sea limpia sin las manchas desgraciadas del
pecado. Una vida pecaminosa le hará creer que eres feliz. Una vida cristiana le hará
vivir realmente feliz.

Hace dos semanas les conté que el teólogo John Piper viene invitando la Iglesia a un
hedonismo cristiano, es decir, a buscar y encontrar la alegría, la felicidad, la plenitud,
las delicias existenciales en Dios. Dice Piper:
El Hedonismo Cristiano enseña que el deseo de ser feliz es dado por Dios y no
debe ser negado o resistido, sino dirigido a Dios para satisfacción. El Hedonismo
Cristiano no dice que cualquier cosa que te guste es buena. Dice que Dios te ha
mostrado lo que es bueno y el hacerlo debe traerte gozo (Miqueas 6:8). Y ya que
el hacer la voluntad de Dios debe traerte gozo, la búsqueda del gozo es parte
esencial de todo esfuerzo moral. Si abandonas la búsqueda del gozo (y por ende
te niegas a ser un Hedonista) no puedes satisfacer la voluntad de Dios.5

El Salmo 119.103 dice: ¡Cuán dulces son tus palabras en mi boca! ¡Son más dulces que
la miel en mis labios!
El Salmo 19 dice a partir del vv. 7: La ley del Señor es perfecta: reanima el alma. El
testimonio del Señor es firme: da sabiduría al ingenuo. 8 Los preceptos del Señor son
rectos: alegran el corazón. El mandamiento del Señor es puro: da luz a los ojos. 9 El
temor del Señor es bueno: permanece para siempre. Los decretos del Señor son
verdaderos, y todos ellos justos. 10 Son más deseables que el oro refinado y más dulces
que la miel que destila del panal. 11 Con ellos, Señor, amonestas a tu siervo, y
recompensas grandemente a quien los cumple.
5
John Piper. “La felicidad de Dios: fundamento del hedonismo cristiano.”
https://www.desiringgod.org/messages/the-happiness-of-god?lang=es
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Jeremías 15.16 dice: 16 Señor, Dios de los ejércitos, cuando hallé tus palabras,
literalmente las devoré; tus palabras son el gozo y la alegría de mi corazón, porque tu
nombre ha sido invocado sobre mí.
Ezequiel 3.3 dice: «Hijo de hombre, aliméntate, llena tus entrañas con este pergamino
que te doy.» Yo lo comí, y su sabor en mi boca fue dulce como la miel.

Al leer estos textos llego a la conclusión de que algo grave pasa en nosotros que la
Palabra no nos parece deliciosa como la miel silvestre. Que no reanime nuestras almas
ni nos provea sabiduría ni nos parezca deseable. Algo muy mal anda en nosotros que la
Biblia no trae alegría al corazón. ¿Así de mal estamos?
Hago una salvedad: reconozco las hermosas excepciones.

Conclusión
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba en condición caótica y
vacía. A modo de misterio, el Espíritu del Señor se movía sobre las aguas. Caos, vacío,
oscuridad eran las realidades en el origen de la vida. De repente, maravillosamente
sorprendente, aparece la voz de Dios; sí, una voz indescriptiblemente poderosa que
hace desaparecer el caos, la oscuridad y el vacío en la creación. La Palabra de Dios trajo
orden al caos. Provocó milagrosamente contenido para desaparecer el vacío del
planeta: tierra, aguas, fauna, flora, ¡vida! Colores, aromas, sonidos, formas, texturas,
sabores… Todo esto por la Palabra de Dios. Por la misma Palabra creó la humanidad,
un ser viviente dentro de la tierra que fuese imagen y semejanza de Dios. Y digo que
fue creado por la Palabra divina, porque dijo Dios: «Ahora hagamos al hombre a
nuestra imagen…» (Gén. 1. 26). Y lo hizo. Por la Palabra les dio un mandamiento:
“…del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes,
ciertamente morirás” (Gén. 2.17). Esa Palabra divina de mandamiento al ser humano
creado a imagen y semejanza de Dios les fue concedido para vida eterna.

Aconteció que el ser humano, aunque creado a imagen y semejanza de Dios, eligió
desobedecer Su Palabra y con la desobediencia trajo a la creación el regreso del caos, el
vacío, la oscuridad.
Hasta aquí, la tragedia se apodera de la vida. La desgracia marchita la belleza puesta
por Dios en su creación. La confusión hace amarga la existencia, el pecado hizo a los
hombres unos muertos en vida. Pero todo esto no tomó por sorpresa al Creador,
aunque con la desobediencia fuimos derrotados en nuestra humanidad, hasta des-
humanizados, al Creador nuestra maldad no lo derrotó, no lo frustró ni lo confundió;
con el poder de Su Palabra empezó a solucionarlo todo y lo solucionó. Desde entonces
y por muchos siglos, la Palabra de Dios venía a la tierra, como si nos visitara para no
abandonarnos a las desdichas del caos, del vacío y de la confusión; y esa Palabra fue
para muchos manantial en el desierto; medicina en tiempos de dolor; refugio en días
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malos; alimento en necesidad; vida en muertes. Los profetas describieron esta mística
experiencia así: “vino a mí Palabra del Señor” o “vino la Palabra del Señor al profeta
fulano de tal”. Esa Palabra que vino de visita cantidad de veces, trajo orden, belleza,
contenido otra vez a su caótica creación. Hasta que un día, esa Palabra de Dios se hizo
humana y habitó entre nosotros, nos permitió ver su gloria, la gloria que corresponde
al unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad. Milagro extraordinario: ¡la Palabra de
Dios se humanizó! Y vaya misterio hermoso: ¡esa Palabra humana era Dios! Nuestra
delicia insuperable.

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