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Ensayo presentado para el Coloquio Momentos de ruptura: Acontecimiento y

negatividad en el pensamiento moderno

La “vuelta a los principios”: evento y repetición en los Discursos de Maquiavelo

En un texto publicado recientemente sobre Lenin el filósofo esloveno Slavoj Zizek


distingue teóricamente las nociones de retorno y repetición1. Muy esquemáticamente, según
Zizek existiría una diferencia sustantiva entre el retorno y la repetición que está vinculada
al modo en que estas nociones se relacionan con el pasado. La noción de retorno expresaría
una fidelidad estricta respecto de éste que no se encuentra en la idea de repetición.

Zizek expresa claramente esta idea cuando sostiene que

“’Lenin’ no es el nombre nostálgico para la vieja certeza dogmática;


totalmente lo contrario, para ponerlo en términos de Kierkegaard, EL
Lenin que nosotros queremos recuperar es el Lenin-in-becoming, el Lenin
cuya experiencia fundamental era arrojar una nueva constelación dentro de
la catástrofe, en la que las viejas coordenadas demostraban ser inútiles, y
que así fue obligado a REINVENTAR al marxismo –recordemos sus
mordaces y oportunos comentarios a propósito de algún nuevo problema:
‘Sobre esto, Marx y Engels no dijeron una palabra’. La idea no es retornar
a Lenin, sino REPETIRLO en el sentido Kierkegaardiano: para recobrar
el mismo impulso en la constelación de hoy”. 2

Como se lee, la repetición no se encuentra, a diferencia de lo que ocurre con la noción de


retorno, comprometida con la restauración del pasado. Repetir a Lenin no implicaría, de
acuerdo a esta cita, volver sobre el pasado con expresión nostálgica (“los viejos buenos
tiempos revolucionarios”), así como tampoco ajustar el proyecto leninista a las nuevas
condiciones del capitalismo mundial. De lo que se trataría es más bien de renovar, en la
coyuntura presente, el gesto de Lenin, ese que lo llevó, según Zizek, a reinventar las
coordenadas fundamentales del marxismo. En otras palabras, mientras que la idea de
1
Zizek, S. Repetir Lenin, Madrid, Akal, 2004
2
Ibíd. p. 41
retorno involucraría una fidelidad estricta al legado político de Lenin –a saber, la idea del
partido centralizado como forma privilegiada de organización de clase, la toma del poder
por medios violentos, la subsiguiente ‘dictadura del proletariado´-, la repetición reconoce,
en cambio, que ‘Lenin ha muerto’.

Zizek sostiene acerca de este punto que “repetir a Lenin significa que uno tiene que
distinguir entre lo que Lenin efectivamente hizo y el campo de posibilidades que él abrió,
la tensión entre lo que Lenin hizo y otra dimensión, lo que era ‘en Lenin más que el propio
Lenin’”3. Desde este punto de vista repetir a Lenin no significa repetir “lo que Lenin HIZO,
sino lo que él FALLO HACER, sus oportunidades FRACASADAS”4.

Este último punto expresa bien el hecho de que la repetición se encuentra comprometida no
tanto con el pasado sino con el futuro, con lo que está aún por hacerse (“lo que Lenin falló
hacer; sus oportunidades fracasadas”). Podemos decir, en suma, que mientras que el retorno
vuelve al pasado con la intención de traer dicho pasado al presente, la repetición vuelve
sobre el pasado para diferenciarse de él, para recomenzarlo. Desde esta perspectiva resulta
plausible afirmar que si el retorno opera por medio de una lógica representativa –pues
intenta hacer presente, en el sentido temporal, algo ausente- , la repetición no es sino la
puesta en cuestión de toda lógica de tipo representativo. A diferencia del retorno, la
repetición pertenecería más bien al orden de lo eventual.

Lo que intentaré hacer en lo que resta de tiempo es mostrar que la distinción entre retorno y
repetición, tal como ha sido expuesta, nos permite una mejor comprensión de la teoría de la
“vuelta a los principios” expuesta por Maquiavelo en los Discursos III, 1. Mi hipótesis es
que la “vuelta a los principios” debe considerarse como una formulación específica,
relacionada a los cuerpos políticos, del vínculo entre repetición y evento. Ahora bien, antes
de abordar directamente esta cuestión, quiero llamar la atención sobre el hecho de que el
lugar en donde Maquiavelo formula su teoría de la repetición sea, en importante medida,
una reescritura de otro libro, La Historia de Roma desde su fundación de Tito Livio.

3
Ibíd. p. 84
4
Ídem.
Los Discursos y la Historia de Roma de Tito Livio

Como se sabe bien, Maquiavelo comienza el Proemio al libro primero de sus Discursos
reivindicando resueltamente su originalidad. Maquiavelo dice ahí haberse aventurado a
entrar en un camino aún no recorrido por ningún otro y compara la novedad de su método
con el descubrimiento de aguas y tierras desconocidas. Sin embargo, tan pronto realiza esta
declaración, el secretario florentino anticipa la intención de su libro, a saber, persuadir a sus
contemporáneos para extender al dominio de la política la imitación de la Antigüedad.
Maquiavelo, en efecto, se lamenta de que mientras la imitación de los antiguos es un hecho
en campos como el de la medicina, el arte y el derecho, “cuando se trata de ordenar la
república […] no se encuentra príncipe ni república que recurra a los ejemplos antiguos”5.

Claude Lefort advirtió bien la naturaleza paradójica de dicho propósito: al mismo tiempo
que Maquiavelo documenta la novedad radical de su modo de acercamiento al dominio de
la política, erige a la Antigüedad como modelo a imitar. “Todo sucede –afirma Lefort-
como si, a su modo de ver, el descubrimiento del continente desconocido ordenara una
vuelta al mundo antiguo, o incluso coincidiera con el redescubrimiento de ese mundo”6.

Maquiavelo avanza dos explicaciones para este hecho (que en política no se imite a los
antiguos). La primera hace referencia a la debilidad a la que ha conducido al mundo la ética
cristiana, la cual, según el florentino, “ha glorificado más a los hombres contemplativos que
a los activos”7. Según Maquiavelo el modo de vida que acompaña a las virtudes cristianas
ha debilitado a los hombres haciéndolos presa fácil de los “hombres malvados, los cuales lo
pueden manejar [al mundo] con plena seguridad, viendo que la totalidad de los hombres,
con tal de ir al paraíso, prefiere soportar sus opresiones a vengarse de ellas”8.

Maquiavelo, sin embargo, rechaza esta primera alternativa para avanzar la explicación que
él considera más adecuada. El problema radicaría, según él, en la falta de un verdadero
conocimiento de la historia. De no extraer de ella, al leerla, “su sentido, ni gozar del sabor

5
Maquiavelo, N. Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid, Alianza, 2000, ( I, Proemio), p. 28
6
Lefort, C. “Maquiavelo y la veritá effetuale”, en El arte de escribir y lo político, Barcelona, Herder, 2007, p.
233
7
Maquiavelo, Op. cit. II, 2, p. 198
8
Ibíd. II, 2, p. 199
que encierra. De donde nace que muchos lectores se complacen al escuchar aquella
variedad de sucesos que contiene, sin pensar de ningún modo en imitarlos”9.

La lectura que sus contemporáneos realizan de los antiguos, pensaba Maquiavelo, no


produce en aquellos nada más allá del placer estético de ser testigos lejanos de la variedad
de sucesos que contienen sus historias, “juzgando la imitación no ya difícil, sino imposible,
como si el cielo, el sol, los elementos, los hombres, hubieran variado sus movimientos, su
orden y sus potencias desde los tiempos antiguos”10. Estos lectores no son, pues, sino
“simples espectadores de las escena del pasado –escribe Lefort al respecto- sin apercibirse
de que los viejos tiempos no son diferentes de aquellos en los que viven; no piensan en
imitarlos porque se separan del pasado por una actitud contemplativa, o debería decirse
mejor, estética; no se saben insertos en el mismo mundo que sus antecesores”11.

Con el propósito, por lo tanto, de alejar a los hombres de este costoso error, Maquiavelo, a
la manera de Pierre Menard12, se propuso (re)escribir los diez primeros libros de la Historia
de Roma de Tito Livio, incitando a leerlos a la luz tanto de los hechos pasados como de los
presentes “de modo que quienes lean esas aclaraciones mías puedan fácilmente extraer
aquella utilidad por la que debe buscarse el conocimiento de la historia” 13. Esta rescritura,
evidentemente, no busca repetir palabra por palabra el libro de Tito Livio. En esto
Maquiavelo se diferencia del personaje de Borges, quien quiso escribir el mismo libro que
escribió Cervantes antes que él. Maquiavelo no quiere ser Tito Livio. A este respecto, los
comentadores han insistido bastante sobre la manera en que los Discursos toman distancia
del libro del historiador romano. En efecto, es bien conocido el tono aristocrático de la
Historia de Roma mientras que los Discursos están escritos, en cambio, desde una
perspectiva republicana o, incluso, hay quienes afirman, democrática o populista14.

Intentado explicar este punto, Lefort afirma que Maquiavelo invocó la autoridad del gran
historiador romano estratégicamente, con el objetivo de conciliarse con sus lectores. Leo
Strauss, similarmente, sostuvo que dado que Maquiavelo no podía polemizar en contra del

9
Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, (Libro I, Proemio) Madrid, Alianza, 2005, p. 28
10
Ibíd. pp. 28-29
11
Lefort, C. Op. cit. p. 234
12
Borges, J. “Pierre Menard, autor del Quijote”, en Ficciones, Madrid, Alianza, 2002
13
Maquiavelo, Discursos, (I, Proemio) op. cit. p. 29
14
Véase McCormick, J. Machiavellian Democracy, New York, Cambridge University Press, 2011
cristianismo y la autoridad de la Iglesia sin contar con el apoyo de alguna otra autoridad,
Livio se volvió la Biblia de Maquiavelo, o mejor dicho, su anti-Biblia15. A mi juicio, ambas
interpretaciones, aunque no del todo incorrectas, pierden de vista un aspecto importante a
tener en cuenta, a saber, la relación entre la teoría de la “vuelta a los principios” y la
estructura general de los Discursos. Retomaré este punto al final de esta presentación.

“La vuelta a los principios” y el tiempo de la corrupción

La teoría de la “vuelta a los principios” se halla explicitada recién en el primer capítulo del
tercer libro de los Discursos, el último, en donde Maquiavelo sostiene que si se quiere que
una república viva largo tiempo es necesario retraerla a sus principios. Cito al florentino:

“Nada hay más cierto que el hecho de que todas las cosas del mundo
tienen un final, pero, en general, las que cumplen enteramente el ciclo que
les ha sido asignado por los cielos son las que no han desordenado su
cuerpo, sino que lo tienen regulado de modo que no se cambia, y, si se
altera, es para recibir salud y no daño. Y hablando de cuerpos mixtos
como las repúblicas y las sectas, digo que son salutíferas aquellas
alteraciones que las reconducen a sus principios. Y por eso están mejor
organizadas y tienen una vida más larga las que, mediante sus
instituciones, se pueden renovar a menudo o que, por cualquier
circunstancia ajena a sus ordenamientos, llegan a dicha renovación. Y es
más claro que la luz que, si no se renuevan, no pueden durar. El modo de
renovarlas es, como se ha dicho, reducirlas a sus principios”16.

En El momento maquiavélico17 John Pocock ofreció, como es bien sabido, una


interpretación de Maquiavelo desde el vértice óptico del republicanismo cívico.
Interpretando la obra de Maquiavelo dentro del marco del pensamiento político florentino
de la época, Pocock considera que el problema teórico y práctico de mayor magnitud al que

15
Strauss, L. Thoughts on Machiavelli, Chicago, University of Chicago Press, 1958
16
Maquivelo, N. Discursos (Libro III, 1), op. cit. p. 305 [Las cursivas son mías]
17
Pocock, J. G. A. El momento maquiavélico: el pensamiento político florentino y la tradición republicana
atlántica, Madrid, Tecnos, 2008
se enfrentaron los intelectuales florentinos era el de “explicar cómo nacían las repúblicas y
de qué manera era posible asegurar su pervivencia en el tiempo”18. Según este intérprete,
para resolver teórica y prácticamente dicho dilema Maquiavelo y sus contemporáneos
abrían apelado a la noción de virtud cívica proveniente de la tradición aristotélica. En sus
palabras, “mediante la institucionalización de la virtud cívica, la república o la polis
asegura su propia estabilidad en el tiempo, y encamina el desarrollo de la materia prima
humana que la nutre hacia la realización de aquella vida política que constituye el fin del
hombre”19.

Que la permanencia de las repúblicas en el tiempo sea el problema teórico de mayor


magnitud explica bien el hecho de que la corrupción del cuerpo político sea un tema tan
relevante para Pocock. Es, justamente, desde este punto de vista, a partir del cual este autor
interpreta la “vuelta a los principios”. Cito:

“Cuando Maquiavelo advierte que los cuerpos políticos y religiosos


deben ser preservados devolviéndolos a sus principios originales
(riducano inverso i principii loro), no está afirmando que un Estado
corrupto pueda volver a sus inicios, y por así decirlo, comenzar de nuevo,
o que el ciclo de Polibio sea reversible, sino que los síntomas de la
corrupción deben ser prevenidos mediante una revisión ejemplar y
probablemente punitiva de los principii en intervalos de
aproximadamente diez años”20.

Lo que hay que evitar no es sino que el proceso del tiempo, con su disposición hacia la
degeneración de los cuerpos, envuelva con su manto a la república. Al respecto, Pocock
señala que “los mecanismos institucionales pueden reforzarse y renovarse y están en
condiciones de prevenir los síntomas de la corrupción cuando ésta realmente todavía no ha
comenzado, pero una vez que la corrupción ha comenzado posiblemente resulten
impotentes”21. La ventaja que supone contar con mecanismos institucionales de prevención
de la corrupción es que, en su ausencia, la única alternativa disponible es la presencia de un

18
Ibíd. p. 273
19
Ibíd. p. 272
20
Ibíd. p. 292
21
Ídem.
hombre sabio, de excepcionalidad virtud, capaz de advertir el advenimiento de males aún
no perceptibles para la mayoría. Sin embargo, dado que, aun admitiendo que tal hombre
existiera, éste “encontraría difícil convencer a sus vecinos y mucho más cuanto más
corruptos fueran”22. La única alternativa al marco constitucional parece ser, por lo tanto, el
gobierno tiránico o la dictadura de un hombre sabio.

En virtud de la influencia del republicanismo cívico en la literatura sobre el florentino, esta


interpretación de los Discursos III, 1 se ha logrado imponer con fuerza entre los estudiosos.
Interesantemente, en sus célebres comentarios acerca del “sutilísimo florentino” Spinoza
habría avanzado, ya en la segunda mitad del siglo XVII, una interpretación muy similar de
este pasaje. En efecto, según Spinoza la causa primordial por la cual se disuelven las
repúblicas es que “al Estado, como al cuerpo humano, <<se le agrega diariamente algo que
de vez en cuando necesita curación>>”23. Cuando no ocurre esto a su debido tiempo, “sus
vicios se acrecentarán hasta el punto de que no podrán ser erradicados sino con el mismo
Estado”24. Spinoza llega a considerar como remedio de esta situación la creación, cada
cinco años, de un dictador supremo “el cual tendría derecho a conocer, juzgar y dictaminar
sobre la actuación de los senadores y cualquier funcionario y, por consiguiente, de
restablecer el Estado sobre sus primeras bases”25. Sin embargo, además de ser demasiado
incierta, dado que la potestad dictatorial es absoluta, “no puede menos de resultar temible a
todos”26, mientras que el fin de su constitución debiera ser tan sólo la amenaza de los
“malos”. Para no dejar en manos de la Fortuna el mantenimiento de la república, Spinoza,
de modo similar a Pocock después que él, consideraba que ésta debía poseer fundamentos
institucionales tales que de ahí se siga que la mayoría sea guiada por “aquellos sentimientos
que llevan consigo la mayor utilidad del Estado”27.

22
Ídem.
23
Spinoza, B. Tratado político, Madrid, Alianza, 2010, p. 233
24
Ídem.
25
Ibíd. p. 234
26
Ídem.
27
Íbíd. P. 238
La “vuelta a los principios”: evento y repetición (del comienzo)

Mi interpretación de la “vuelta a los principios” toma distancia de la lectura ofrecida por


estos autores. En lugar del énfasis sobre la corrupción y los mecanismos institucionales
para combatirla, mi interpretación pone el acento sobre la potencia inscrita en todo
comienzo, más exactamente, sobre la apertura del campo de posibilidades para la
innovación política, esto es, para el advenimiento de lo nuevo. De este modo, mientras la
lectura republicana de la “vuelta a los principios” parece comprometida con la idea de
preservar el cuerpo político en su estado “original”, o lo más cercano posible a éste, libre de
las impurezas que necesariamente trae consigo el paso del tiempo, por mi parte interpreto la
“vuelta a los principios” en sentido opuesto, esto es, como la negación de toda
“originalidad” o pureza del comienzo.

Hannah Arendt apunta en la dirección correcta cuando, en su célebre ensayo sobre la


autoridad, afirma que la “vuelta a los principios” quiere decir traer al presente el instante de
la fundación28. Esta idea no debe confundirse, sin embargo, con aquella lectura que ve en la
“vuelta a los principios” el regreso al origen mítico de la comunidad política. Dicho regreso
al origen de la comunidad correspondería, de acuerdo a la distinción con la que inicie esta
exposición, a la idea de retorno. Mi hipótesis, en cambio, es que este traer al presente el
instante de la fundación debe ser interpretado en los términos en que expusimos la noción
de repetición.

Si seguimos la lectura de Arendt, que Maquiavelo reivindique la necesidad de “volver a los


principios” o, acaso podríamos decir, de repetir el instante de la fundación, justamente en
su obra dedicada a Roma no es casual. Y es que de acuerdo a la propia Arendt, en el centro
mismo de la política romana, desde los comienzos de la república hasta el fin de la época
imperial, se alzaba la convicción acerca del carácter sacro de la fundación. Para los
romanos, en efecto, una vez que se ha fundado un nuevo orden, éste conservaba su validez
para todas las generaciones futuras. Para los romanos la fundación se habría convertido de
esta manera, en claro contraste con los griegos, para quienes se trataba de una experiencia
trivial, en el hecho decisivo de toda su historia. La fundación obtuvo de este modo el

28
Arendt, H. “¿Qué es la autoridad?”, en Entre el pasado y el futuro: ocho ejercicios sobre la reflexión
política, Barcelona, Península, 1996
estatus de un acontecimiento único. Debido precisamente a este carácter único los romanos
no eran capaces, al asentar una nueva colonia, de repetir la fundación original, aquella de
su primera polis. Los romanos simplemente añadían esta nueva ciudad a la polis originaria.

Es en este contexto, explica Arendt, que aparecieron la palabra y el concepto de autoridad.


El sustantivo autorictas, señala, “deriva del verbo augere, <<aumentar>>, y lo que la
autoridad o los que tienen autoridad aumentan constantemente es la fundación”29. Según lo
anterior, si la autoridad de los vivos deriva siempre de la autoridad de los (padres)
fundadores, la autoridad romana tenías sus raíces necesariamente en el pasado. Maquiavelo
no solamente habría descubierto que la mentalidad y la historia romanas dependían
enteramente de la experiencia de la fundación, sino que él mismo habría considerado a esta
última como la acción política principal, “el único hecho importante –escribe Arendt- [ya]
que establecía el campo político público y hacía posible la política”30.

Existe, no obstante, una diferencia fundamental entre la mentalidad romana sobre la


fundación y la perspectiva de Maquiavelo sobre la misma que resulta crucial para nuestra
propuesta. Esta es la de que mientras que para los romanos la fundación era, como hemos
visto, un acontecimiento único y, por lo tanto, irrepetible en el tiempo, para el secretario
florentino la fundación era una experiencia imitable, para decirlo de otro modo, se
encontraba abierta a la posibilidad de la repetición. Solamente desde esta perspectiva el
momento de la fundación puede dejar de estar atado al pasado para pasar a ser algo de la
dimensión del hacer, quizá más exactamente, del porhacer.

Ahora, ¿cuál es el contenido o la naturaleza de este porhacer? Más precisamente, ¿qué es


aquello que se repite en cada nueva fundación? Como hemos visto, de acuerdo a Pocock la
única alternativa a los mecanismos institucionales que mantienen la corrupción de la
república a raya era la existencia de un hombre sabio, capaz de prever los males cuando
éstos aún no se hacen manifiestos en el cuerpo político. Desde la perspectiva de la
fundación, dicho hombre corresponde a la figura del legislador virtuoso, aquel cuya
legislación es tan perfecta que el cuerpo político así fundado por él no requiere de ulteriores
reformas para su conservación en el tiempo.

29
Ibíd. p. 132
30
Íbid. p. 151
En el capítulo 2 del libro primero de los Discursos, Maquiavelo contrapone aquellas
ciudades que fueron fundadas por un legislador, como es el caso de Esparta por Licurgo,
con aquellas otras que, como Roma, “no habiéndose trazado según un ordenamiento
jurídico prudente, se vio forzada a reorganizarse a sí misma”31. Acerca del primer grupo de
ciudades, Maquiavelo dice: “Y desde luego podemos llamar feliz a aquella república en la
que haya surgido un hombre tan prudente que le haya dado leyes ordenadas de tal manera
que, sin necesidad de corregirlas, pueda vivir segura bajo ellas”32.

Aunque el lenguaje utilizado por el florentino pueda mover a engaño, su preferencia


explicita por el modelo constitucional romano sobre el modelo representado por Esparta
debe interpretarse, en mi opinión, como un rechazo de esta concepción clásica del
legislador sabio o virtuoso. Para Maquiavelo, interesantemente, lo más importante en el
caso de Roma era precisamente el hecho de que su constitución no nació a partir de un
legislador, así como que ésta haya alcanzado su perfección por “la concurrencia de las
circunstancias”33. Estas circunstancias no son otras que aquellas motivadas por el conflicto
entre las dos partes en que se encuentra dividida toda ciudad, a saber, los grandes, que
como bien se sabe, tienen un gran deseo de dominar, y el pueblo, cuyo mayor deseo, en
cambio, es el de no ser dominado. Acerca de la división y el conflicto entre clases en la
historia de Roma, Maquiavelo escribió: “creo que los que condenan los tumultos entre los
nobles y la plebe atacan lo que fue la causa principal de la libertad de Roma, se fijan más en
los ruidos y gritos que nacían de esos tumultos que en los buenos efectos que
produjeron”34.

En el pasaje citado al comienzo de la sección anterior, Pocock rechazaba la idea de que el


ciclo de los regímenes políticos expuesto por Polibio sea, según Maquiavelo, “reversible”.
Sin embargo, Maquiavelo consideraba, al contrario de lo que señala Pocock, que la
república romana había logrado contravenir dicho ciclo degenerativo al que supuestamente
todos los tipos puros de gobierno están sometidos. El modo en que los romanos lo hicieron
fue, en contra del prejuicio tradicional en favor de la concordia, haciendo precisamente del

31
Maquiavelo, N. Op. cit. (I, 2), p. 34
32
Ídem.
33
Ídem
34
Ibíd. (I, 4), p. 41
conflicto el origen de las leyes: “todas las leyes –sostiene Maquiavelo al respecto- que se
hacen en pro de la libertad nacen de la desunión entre [clases]”35. Mi hipótesis es que al
contestar la idea del legislador sabio, de origen claramente teológico, Maquiavelo rechaza
junto con ella la idea de la fundación originaria en tanto modelo. La repetición de la
fundación, por lo tanto, que no es sino la repetición del comienzo del espacio para la
política, si seguimos a Arendt, coincide con la reactualización de la potencialidad del
conflicto entre las clases de la ciudad.

La “vuelta a los principios” no implica, desde este punto de vista, la restitución


arqueológica de un “origen” dado que, tal como era concebido por los romanos, podríamos
denominar “original” u “originario”. Al contrario, si para Maquiavelo resultaba posible
repetir la (experiencia de) la fundación era precisamente porque no hay nada de “original”
en ella. “Debido a esta “inoriginalidad” constitutiva de la historia -sostiene Roberto
Esposito-, el origen es siempre, de modo latente, coetáneo con cada momento histórico.
Esto permite que sea reactivado como una fuente de energía en lugar de simplemente como
una especie de retorno espectral”36. La “vuelta a los principios” no puede significar por
tanto la representación exacta de la fundación original. Antes bien, lo que se busca en los
principios es la posibilidad de provenir del pasado.

Ciertamente, la historia constitucional romana comienza con sólo dos actores: la monarquía
y la aristocracia senatorial. Sin embargo, “habiéndose vuelto insolente la nobleza romana
[…] el pueblo se sublevó contra ella, de manera que […] se vio obligada a conceder su
parte al pueblo”37. Según la interpretación de Maquiavelo de la historia constitucional
romana, es precisamente con la institución de los tribunos de la plebe cuando la
constitución de la república alcanzó la perfección propia de un régimen mixto. Antonio
Negri supo ver bien, no obstante, que la concepción del florentino acerca de la constitución
mixta es antitética a la teoría polibiana de los regímenes mixtos. Mientras que de acuerdo a
la segunda aproximación la constitución mixta es una “constitución del equilibrio y la
moderación”, para Maquiavelo, como hemos visto, la constitución romana tenía su eje, por

35
Ibíd. (I, 5), p. 42
36
Esposito, R. Living Thought: the origins and actuality of Italian philosophy, California, Stanford University
Press, 2012, p. 23
37
Ibíd. (I, 2), p. 39
el contrario, en la conflictividad inherente a toda ciudad. Esta conflictividad, por su parte,
aparece en la lectura de Negri vinculada con la apertura del campo de posibilidades para la
acción política: “la concepción de la historia [de Maquiavelo] no tiene ya nada que hacer
con dimensiones polibianas o, de cualquier modo, cíclicas, porque aquí la relación entre
principio y reforma es omnicomprensiva, y la desunión no estimula técnicas de reequilibrio
de poderes, sino al contrario representa un motor de continua reapertura de la historia”38.
La idea que cobra forma aquí es la de que “principio” equivale a “potencia”, no a un
determinado orden establecido por un principio ordenador trascendente.

Esta idea es cercana a la interpretación ofrecida por Vatter de “la vuelta a los principios”,
probablemente la exégesis más exhaustiva de esta teoría en la literatura reciente sobre
Maquiavelo. Según este autor, Maquiavelo habría sostenido dos concepciones diferentes de
la “vuelta a los principios”. Estas concepciones corresponden a lo que este autor denomina
signaturas distintas de la “vuelta a los principios”: la de Rómulo, por una parte, y la de
Bruto, por la otra. Mientras que a la primera firma correspondería el origen de la forma
Estado, a la signatura de Bruto corresponde lo que Vatter denomina el evento republicano.
En palabras del propio Vatter,

“hay dos tipos de retornos: uno que trae de nuevo al pueblo a un


comienzo de terror y que sirve para restablecer la autoridad del Estado
(éste es el retorno ‘bajo la firma de Rómulo’), y el otro es la clase de
retorno que subvierte el estado y provoca su reordenamiento radical (éste
es el evento republicano, el retorno ‘bajo la firma de Bruto’)”39.

El primer modelo de la “vuelta a los principios” asume que existen dos tipos de formas de
estado, las repúblicas y los principados. Mientras que la “vuelta a los principios” de los
principados es básicamente un regreso a las condiciones de terror que estaban presentes
antes de la fundación del Estado, la “vuelta a los principios” de las repúblicas es una
renovación de los ordenes en virtud de las demandas de libertad como no-gobierno
procedentes del pueblo. No obstante, dado que la república así interpretada es una forma-

38
Negri, A. El poder constituyente: ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Madrid, Prodhufi, 1994,
p. 95
39
Vatter, M. Between form and event: Machiavelli´s theory of political freedom, Dordrecht, Kluwer Academic
Publishers, 2000, p. 260 [La traducción es mía]
estado, “la vuelta a los principios” es siempre funcional al fin de auto-preservación de dicha
forma. Ambas formas se asemejan, por lo tanto, en que requieren repetir sus principios con
el fin de perdurar en el tiempo.

De acuerdo al segundo modelo de “la vuelta a los principios”, la república es un evento y


no un estado. Esto significa, según Vatter, que su propósito es la libertad como no-gobierno
y no el establecimiento de una forma política cualquiera. “El propósito del evento
republicano –escribe Vatter- es el de efectuar una auténtica discontinuidad: el tiempo es
interrumpido en su flujo lineal. Aquí no hay un retorno al pasado, como lo hay en la
renovación que caracteriza a la vida del estado; más bien, la discontinuidad es el
advenimiento del futuro”40.

La interpretación de la “vuelta a los principios” que he intentado ofrecer aquí es mucho más
cercana a este modelo que al modelo representado por la firma de Rómulo. O para ponerlo
en los términos de Zizek con los que comenzamos, lo que importa no es lo que Rómulo
efectivamente hizo sino el campo de posibilidades que abrió, las que incluyen la negación
activa del propio orden estatal fundado por él. Si comprendemos la repetición histórica de
este modo, esto es, de forma activa, como la negación de la originalidad del origen, o, en
otras palabras, como la afirmación de un origen que solo vive de negar su carácter original,
en lugar de hacerlo de forma pasiva, como el retorno a un origen prefijado que toma la
forma del modelo, entonces la repetición corresponde a la idea de evento.

Althusser señaló acerca de los Discursos que la razón profunda de la “vuelta a los
principios” era la fantasía del (re)comienzo absoluto, del nacimiento de algo absolutamente
nuevo. Podemos agregar nosotros ahora, del nacimiento de lo nuevo a partir de la repetición
del comienzo. Mientras el pensamiento clásico, sostiene Althusser, piensa solamente las
condiciones de posibilidad de un consentimiento ya establecido naturalmente, para
Maquiavelo lo que hay que pensar es más bien la inexistencia. En concordancia con esto
puede decirse que lo que Maquiavelo se propuso como tarea fue pensar lo porvenir, esto es,
lo que no tiene forma porque no se hace presente todavía.

40
Ibíd. p. 262
Consideraciones finales

Se puede concluir que lo que encontramos en los principios, en el comienzo, tal como
Maquiavelo lo concibe, no es la originalidad del origen, sino la pura posibilidad de
(re)comenzarlo. Volver a los principios es repetir nuevos comienzos que interrumpan el
continuum temporal de una historia entendida en forma lineal.

El último capítulo de este libro se titula “Que el consulado y cualquier otra magistratura se
otorgaba en Roma sin tener en cuenta la edad”, y concluye elogiando la virtud y, sobre
todo, la juventud de algunos en quienes recayeron puestos de autoridad en Roma. Leo
Strauss advirtió, de modo sugerente, que en el mismo libro en donde Maquiavelo se
presenta su teoría de la imitación se culmina con una exaltación de los jóvenes, es decir, de
aquellos más llenos de futuro41.

Habíamos dicho al comienzo que tanto Lefort como Strauss consideraban que en los
Discursos Maquiavelo habría utilizado de modo estratégico la autoridad intelectual de Tito
Livio para poder presentar su propio pensamiento de modo seguro. Maquiavelo, sin
embargo, desde nuestro punto de vista, no buscaba ni conciliarse con sus lectores ni, por
otra parte, enfrentar la autoridad de Roma y del historiador romano con la autoridad de
Cristo y la Iglesia católica. Considero, en cambio, que los Discursos se pueden leer también
como modelo o ejemplo de un modo de escribir que establece, mediante la cita y el
comentario, un nuevo comienzo del libro de Livio. Maquiavelo no busca así en los
Discursos representar el pasado romano tal como Livio lo describió, antes bien, lo que
intenta es señalar nuevos modos de interpretar dicho pasado. Todo texto, al igual que todo
comienzo es concebido por el florentino como imperfecto, incompleto, abierto por lo tanto
a permanentes reactualizaciones concebidas como “vueltas a los principios”.

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Strauss, L. “Maquiavelo”, en Strauss, L.; Cropsey, J. (comps.) Historia de la filosofía política, México, Fondo
de Cultura Económica, 1993, (falta número de página).

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