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El legado de Califa

Basadre en su obra Historia de la republica del Perú, en la que se argumentaba que el presidente Piérola
(1895-1899) fue el auténtico héroe popular de la reconstrucción nacional de postguerra. Él consideró que
Piérola rectifico sus errores del pasado y se reinvento así mismo para lidiar con un estado desorganizado
e improvisado (Basadre encargado de negocios de EEUU en Lima). Por otro lado Manuel Gonzales
Prada consideraba que Piérola, el “ex dictador”, era un bárbaro prehistórico en medio de la civilización
moderna, representante de todo lo que se hallaba torcido y deficiente en la historia peruana, el escritor
distinguió a Piérola como uno de los peores líderes políticos de la historia, al no ser capaz ni estar
dispuesto a cambiar sus procederes anteriores. (Gonzales Prada, un compañero de colegio y persona
cercana a Piérola).
La presidencia «legal» de Piérola fue un producto de incesantes conspiraciones y violencia insurreccional,
estuvo, asimismo, plagada de ataques autoritarios contra la libertad de prensa, los derechos políticos y
electorales, y la probidad de la Administración Pública. Gobernando desde el «núcleo purulento» del
centro de negocios limeño, Piérola cultivó una nueva alianza estratégica con los civilistas, sus antiguos
enemigos, les dio la espalda a sus seguidores más radicales y atendió, más bien, a la élite económica y sus
nuevos tratos con el gobierno. El segundo régimen de Piérola fue, pues, una «dictadura económica» que
no respetó las normas fiscales ni las cuentas transparentes del sector público.
La lógica de la recuperación de posguerra había transformado el papel del Estado como agente
económico antes del segundo gobierno de Piérola. Ahora se contrataba con grupos del sector privado
para que recaudaran las rentas del gobierno y se hicieran cargo de obras públicas y otros servicios.. Piérola
tuvo que cambiar sus vínculos con los intereses extranjeros que se beneficiaban utilizando la deuda
pública peruana. Los nuevos arreglos económicos y financieros favorecían ahora a unos cuantos intereses
oligopólicos, fundados principalmente en la inversión directa y las líneas de crédito de la banca local. En
estas circunstancias, la vieja estrategia pierolista para financiar intentonas violentas para tomar el poder
iba siendo menos efectiva.
Las acusaciones más reveladoras contra Piérola sobre responsabilidades personales y públicas
entremezcladas, así como abusos financieros, provienen de la correspondencia que mantuvo con
Guillermo Billinghurst, su excolaborador y vicepresidente. Indignado por la traición política de Piérola,
el acaudalado de Billinghurst escribió cartas recriminatorias que fueron leídas y citadas por
González Prada. En las cartas originales, Billinghurst revelaba haber ayudado a cubrir los gastos de la
insurrección de Piérola en el periodo 1894-1895, Billinghurst le increpaba a Piérola a que presentara las
cuentas claras de cómo se habían usado dichas sumas y si los gastos violaban las leyes civiles e incluso
criminales. Piérola replicó a las imputaciones de su desencantado correligionario con cautela, atribuyendo
las críticas de Billinghurst a un exabrupto apasionado.
Durante su segundo gobierno (1895-1899), Piérola llevó a cabo una serie de aparentes reformas con la
intención política de retener el poder. Atendiendo a los intereses financieros y económicos que
respaldaban su gobierno, Piérola y un Congreso colaborador introdujeron diversas medidas. Una de ellas
fue el establecimiento de una agencia de recaudación privada, la Sociedad Recaudadora de Impuestos.
Esta práctica, juntamente con el aborrecido estanco de la sal y los contratos para la construcción de una
carretera a la selva central (la vía del Pichis), fueron criticados por González
Prada como medios de corrupción y «gatuperios» concertados con aliados civilistas. El ilustre radical
también atacó la nueva legislación para la reforma de la moneda nacional, el sistema bancario y la industria
de seguros.
Las nuevas y sólidas conexiones con la élite financiera en rápido crecimiento le dieron a Piérola tanto
ventajas políticas como una participación personal en tratos especulativos de bienes raíces y acciones.
Ello le brindó un ingreso considerable, incluso después de dejar el mando. A pesar de estos cambios, en
1897 Piérola intentó lanzar una nueva «orgía» de fabulosos préstamos externos para la construcción de
carreteras y ferrocarriles, esta vez hacia la selva. Evidentemente, estas estrategias eran muy similares a las
que habían favorecido a los especuladores de la pasada era del guano.
Pierola, con intenciones de retener el poder, tenía en mente organizar una revolución pidiendo
financiamiento a varios “financistas” para el mismo, Merlou había sido uno de ellos, sin embargo no lo
apoyó dado que algunos calculaban que al menos 400.000 libras eran necesarias para organizar una
revolución, el fracaso en reunir solo 10.000 era una prueba concluyente del apoyo decreciente a los
pierolistas.
No solamente sería difícil mantener semejante arreglo en secreto ante la mirada de tantos accionistas,
sino que, además, sería casi imposible ocultar al público que semejante préstamo sobre las acciones de
dichas compañías no era más que un subsidio directo para la insurrección.
En el temprano siglo XX, el país había sido parcialmente modernizado e institucionalizado. En
consecuencia, el patrón violento y venal del pierolismo se había debilitado.112 Para remozar los medios
obscuros con que conseguir y conservar el poder, es decir, para reinventar las estrategias corruptas del
Califa, era necesario que apareciera un nuevo tipo de líder. El único político que mostraba semejante
perfil era Augusto B. Leguía, en varios sentidos un discípulo aventajado de Piérola.

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