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DEDICATORIA

Dedicamos el presente trabajo a


nuestros padres por su apoyo y amor
incondicional que nos brindan cada
día.

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La Paleopatología es una disciplina relativamente nueva, descrita como tal en el año
1882 por Schufeldt, y publicado como un nuevo vocablo en el Standard Dictionary, Vol.
2, en 1885, donde se la definía como “La ciencia de la condiciones patológicas presentes
en los órganos de los animales extintos o petrificados”. Este primer concepto, bastante
restrictivo por cierto, pronto evolucionó a otros más ambiciosos, surgidos tras la
comprobación de que la enfermedad y la muerte son consustanciales a la vida, y no sólo
en el ámbito de la existencia humana, sino también en todas las formas de vida
conocidas. En el año 1913, Sir Marc Armand Ruffer definió esta especialidad del
siguiente modo: “Paleopathology is the science of the diseases which can be
demostrated in human and animal remains of ancient times”. Sin embargo, tan sólo
podrá conocerse la Paleopatología de aquellos seres vivos que dejen fósiles de sus restos.
Por ejemplo una especie de microorganismo, sin un caparazón calcáreo o silíceo, cuyos
restos fósiles, apenas sean una impronta, una sombra en un estrato sedimentario, será
poco menos que imposible poder conjeturar fuera de toda duda que algunos hallazgos de
su estructura se deban a alguna patología, independientemente de que dicha patología
pudiese o no causarle la muerte.
De forma genérica, podríamos decir que la Paleopatología, a su vez, se divide en otras
tres ramas:
 Paleofitopatología: como su nombre indica, se dedicaría al estudio de la
enfermedad en fósiles y restos vegetales antiguos.
 Zoopaleopatología: dedicada al estudio de la enfermedad en fósiles y restos
animales antiguos.
 Paleopatología Humana: dedicada, evidentemente al estudio de la enfermedad
en seres humanos de la antigüedad.

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Por dicho motivo, la Paleopatología es, necesariamente, una rama del saber
multidisciplinar, podríamos decir casi holística, pues será preciso tener amplios
conocimientos de biología, veterinaria, paleontología, geología, geografía, historia,

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arqueología y antropología. Pero si de entre todas las especies biológicas nos interesa en
especial el ser humano, serán la Medicina, más concretamente la Historia de la Medicina,
así como la Odontología, las que más información pueden aportar para su conocimiento,
máxime en cuanto que son los restos óseos los hallazgos más habituales, mucho más
frecuentes que las partes blandas, y en especial, las piezas dentales, al constituir la parte
más dura del cuerpo, y por lo tanto, la que es razonable suponer que resista mejor las
condiciones ambientales y el paso del tiempo tras la muerte de su propietario.
Esta situación limita considerablemente su ámbito y posibilidades, pues a no ser que
dispongamos de un cadáver momificado, congelado, o conservado de algún modo,
permitiendo disponer de parte, o de la totalidad de sus tejidos blandos, lo que no nos
engañemos, no es demasiado frecuente, no seremos capaces de conocer la presencia de
enfermedades o lesiones que no dejen algún tipo de huella en el esqueleto o los dientes.
Pero no sólo eso, tanto los huesos como los dientes, aun siendo tejidos vivos, y por lo
tanto con capacidad de reacción, tienen unas formas de reaccionar ante las agresiones más
limitadas que en el resto de los tejidos, pero además, en la mayoría de los casos, necesitan
más tiempo para manifestarse que en el caso de los tejidos blandos, a excepción de
lesiones del tipo de fracturas y fisuras, que se producen de forma más o menos instantánea
cuando la etiología es un mecanismo traumático, el resto tarda semanas, cuando no meses
en dejar una impronta reconocible en el tejido óseo, del que los dientes no dejan de ser en
realidad una especialización del mismo. Si una enfermedad ocasiona la muerte de forma
rápida, es muy probable que no deje ningún tipo de impronta en los restos óseos, por lo
que no podremos conocer su existencia. Lo mismo ocurre con la mayoría de las
enfermedades benignas, aunque de evolución crónica, que permiten una prolongada
supervivencia de su anfitrión. Un ejemplo de este último caso serían la mayoría de las
parasitosis intestinales por gusanos, tales como oxiuros, áscaris, duelas del hígado, tenias,
etc., que, excepto en el caso de la presencia ocasional de algún cisticerco en un hueso, en
un coprolito, o en restos momificados o conservados, con algunas de sus partes blandas,
no podremos comprobar su presencia, aun a sabiendas de que la inmensa mayoría de la
población humana, por no decir su totalidad, padecen este tipo de parasitosis, incluso en
las poblaciones actuales en medios ambientes considerados muy higiénicos.

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Y finalmente, debemos contar con un nuevo handicap, y es que, ante una impronta en un
hueso, podemos plantearnos un amplio abanico de diagnósticos diferenciales, puesto que
el tejido óseo reacciona de forma muy similar a agresiones muy diferentes, e incluso
podemos confundir efectos tafonómicos sobre el hueso con patologías previas en su
propietario. Por ejemplo, si el resto óseo están enterrado en un medio muy ácido, habrá
perdido una parte importante de su componente mineral, por lo que fácilmente podríamos
deducir, erróneamente, que su poseedor padecía algún tipo de osteoporosis u osteopenia,
cuando tal vez, no ocurrió nada de esto. No sólo la Tafonomía tiene mucho que decir,
también los hábitos culturales de las poblaciones humanas, y sobre todo, el trato que
daban a los cadáveres es determinante, pues en el caso de cremaciones, o de
fragmentaciones del esqueleto, difícilmente podremos llegar a conclusiones fiables sobre
la presencia o ausencia de lesiones en los restos óseos.
No debemos olvidar que, en la mayoría de las ocasiones, desconocemos por completo la
identidad de la persona a quien pertenecieron unos restos en concreto, pero además,
tampoco tendremos ningún dato sobre su historial clínico, como mucho, podremos
conocer algunas pinceladas del medio en que se desenvolvió su vida. Sobre este
particular, la Paleopatología puede abrirnos nuevos horizontes, al aportarnos datos sobre
los aspectos ecológicos (Paleoecología) y epidemiológicos (Paleoepidemiología) de la
adaptación humana, permitiéndonos incluso reconstruir la dieta consumida por los
distintos grupos humanos a lo largo de la historia, máxime si tenemos en cuenta que
enfermedad y nutrición están estrechamente vinculadas, en el sentido de que déficit
nutricionales totales o parciales predispondrán a determinadas patologías, y disminuirán
la esperanza de vida, mientras que el exceso de determinados nutrientes, ocasionará
problemas similares, e incluso intoxicaciones agudas y crónicas.

PALEOFITOPATOLOGIA

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La Paleofitopatología estudia la etiología de las enfermedades de las plantas que han
quedado preservadas en el registro fósil, así como aquellos síntomas que ocasiona

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anormalidades en la estructura, función y/o morfología. Como era de esperar, a lo largo
de la evolución, las plantas han desarrollado mecanismos de defensa ante las agresiones
externas, tanto morfológicos como fisiológicos, que podemos clasificar de forma
genérica en dos tipos principales, la protección mecánica, y la protección química. Entre
los mecanismos de protección mecánica, podemos reseñar la presencia de espinas y/o
pelos, destinadas a evitar su consumo por parte e animales herbívoros, o al menos a
reducir su palatabilidad y hacerlas menos apetecibles, así como al crecimiento de tejidos
destinados a aislar las zonas dañadas; como ejemplos de protección química podemos
señalar la producción de cristales, compuestos orgánicos macromoleculares y toxinas
destinadas a intentar evitar el ataque o reducirlo a los niveles menos lesivos posible para
la propia planta.
Sin embargo, esta disciplina cuenta con grandes limitaciones, puesto que es muy
probable que no se fosilicen ejemplares con determinadas patologías que incluso pueden
acelerar su proceso de autolisis y/o de putrefacción tras su muerte, mientras que aquellas
patologías que no dejen señales detectables en los fósiles, no podrán ser diagnosticadas,
como por ejemplo aquellas enfermedades que causan cambios en la pigmentación de las
plantas.
Tampoco son detectables las patologías de las plantas que sólo se fosilizan en
circunstancias excepcionales, como es el caso de las plantas herbáceas.
El primer autor que describe una patología en una planta fósil fue Goeppert en 1836,
quien observó en un ejemplar de Hymenophyllites Zobeli la presencia de estructuras
compatibles con una infección fúngica.
Desde entonces, se han descrito multitud de patologías, que pueden deberse a diversas
actividades de otros organismos vivos, que, como agentes causales, se alimentan de
plantas, o se refugian en ellas, o las utilizan para fines tales como reproducirse, es el caso
de aves que hacen nidos con restos vegetales. Todas estas actividades, además de
producir sus propias improntas en los vegetales, pueden ocasionar de forma secundaria,
la transmisión de enfermedades a las propias plantas, enfermedades que a su vez,
ocasionarán nuevas improntas, que si dejan huellas en el registro fósil, son susceptibles
de ser detectadas y descritas por la Paleofitopatología.
Tampoco es fácil asignar un daño concreto a la acción de una determinada especie
biológica, y con frecuencia, ni siquiera podremos ser capaces de discernir si se trata de
un artrópodo, o de un gasterópodo.
Los hallazgos más comunes son las huellas de alimentación en hojas y tallos, sobre
todo las ocasionadas por artrópodos, pueden tratarse de huellas marginales en las hojas,
en forma de marcas semicirculares o escotaduras, continuas o discontinuas. También
podemos encontrar huellas no marginales, las más frecuentes son pequeños orificios
circulares en las láminas de las hojas, ocasionadas por la acción de gasterópodos y
artrópodos. Menos frecuentes son los hallazgos de huellas en las zonas entre los nervios,
suelen estar ocasionadas por la acción de larvas de insectos, que se alimentan de las
capas más externas de la cutícula y epidermis de las hojas, sin llegar a interesar el
mesófilo, ni penetrar en la capa cuticular adaxial de las áreas existentes entre los nervios
dejando intactas la nerviación secundaria y terciaria.
Otro tipo de hallazgos son las galerías o canales de alimentación, ocasionadas con
mayor frecuencia por artrópodos, son túneles producidos por larvas de insectos en los
tejidos de hojas y tallos. Se encuentran con mayor frecuencia en angiospermas, pero
también han sido descritas en gimnospermas, helechos y briofitos.

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En las estructuras leñosas también podemos encontrar daños, son las huellas de xilofagia,
consecuencia de la acción de otras especies biológicas con intencionalidad nutricional,
pero también de autoprotección, refugiándose así de la acción de

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predadores. En ocasiones, han dejado registro fósil incluso las heces fecales de los
agentes causales de estas perforaciones, se trataría pues de coprolitos. También podemos
encontrar tejido de reacción de la propia planta ante estos ataques, lo que permitiría
desestimar la hipótesis de que estos daños sean consecuencia de cambios tafonómicos
que no tendrían nada que ver con la acción de otras especies biológicas durante el
proceso vital de la planta fosilizada.
Otros hallazgos menos frecuentes son las huellas de reproducción, como ejemplo
podemos citar las agallas o zoocecidias, se trata de estructuras morfológicas patológicas
semejantes a tumores, producidos por una reacción fisiológica de los tejidos de la planta
que rodean directamente a un parásito, intentando aislarlo para minimizar su capacidad
lesiva, lo que en ocasiones es beneficioso para el propio parásito, al encontrar protección
y alimento en este tejido vegetal. También podemos encontrar coprolitos en su interior.
Las infecciones por hongos, pueden ocasionar en las plantas acciones de parasitismo, o
por el contrario de saprofitismo, en Paleofitopatología, lo más frecuente es que los
hongos dejen señales de pudrición en los tejidos vegetales afectados.

PALEOZOOPATOLOGIA

La Paleozoopatología es la disciplina que tiene por objetivo descubrir, describir y


diagnosticar aquellas anomalías y enfermedades presentes tanto en la fauna fósil, como en
aquella que tenga interés histórico y de la que se conserven restos susceptibles de ser
estudiados. Es decir, nos encontramos con dos orígenes de especimenes de interés para la
Paleozoopatología:
 Restos Animales Arqueológicos: habitualmente se trata de fauna actual, o
extinguida muy recientemente, hablando en términos histórico-arqueológicos.
 Restos Animales Paleontológicos: en la mayoría de los casos se trata de restos
fosilizados, habitualmente huesos libres de partes blandas, pertenecientes a
géneros y especies de animales extinguidos en la actualidad.
Aunque lo habitual es investigar sobre restos óseos, en ocasiones, puede hacerse sobre
restos momificados de forma natural, como es el caso de grandes mamíferos como el caso
de los Perezosos gigantes localizados en Argentina, o aquellos otros mamíferos de gran
porte encontrados en los pozos de brea de Estados Unidos, también encontramos casos de
animales momificados de forma premeditada por seres humanos, como es el caso de gatos,
monos, ibis y cocodrilos en el antiguo Egipto, así como ejemplares congelados, como es el
caso de los Mamuts Siberianos.
En estos momentos, no parece tener especial interés la Paleozoopatología, incluso entre
los investigadores, encontrando pocas referencias bibliográficas, así como también pocas
comunicaciones a congresos. Por otra parte, a veces, se producen situaciones curiosas,
dando más importancia al hallazgo de una lesión osteomielítica en un hueso largo de la
extremidad inferior de un Tiranosaurio Rex que a la misma lesión en un roedor
extinguido en el Mioceno. La realidad es que la Paleozoopatología precisa de un equipo
multidisciplinario más numeroso y especializado, si cabe, que la Paleopatología Humana,
donde tienen cabida arqueólogos, paleontólogos, antropólogos, biólogos, médicos y
veterinarios. Otro problema añadido es que, como es evidente, no se conoce en
profundidad la patología de todas y cada una de las especies extintas, por lo que debe
hacerse un paralelismo con las patologías presentes en las especies vivas, y de las que si
se tiene conocimiento, lo que dificulta aún más la posibilidad de realizar diagnósticos de
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certeza, lo que viene agravado por los efectos del tipo de fosilización, el sustrato en que
se encuentra cada fósil, los fenómenos tafonómicos y diagenéticos, así como un rescate

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incorrecto, un trasporte inadecuado, o una manipulación desafortunada, pueden invalidar
cualquier tipo de investigación posterior. Aún más complejo es el diagnóstico de
enfermedades en invertebrados.
Con el fin de hacer una escueta revisión de hallazgos de interés patológico en fauna, se
hará una clasificación según los periodos geológicos a que pertenecen los hallazgos:
 Precámbrico: hasta la fecha no se han mencionado restos de enfermedad, por la
sencilla razón de que la inmensa mayoría de la fauna era unicelular, lo que
dificulta en extremo su estudio patológico.
 Cámbrico: casi todos los hallazgos descritos corresponden a lesiones de tipo
predatorio, y en casi todos los casos, se trata de diferentes especies de trilobites,
lesiones en ocasiones, seguidas de fenómenos regenerativos, lo que indica
supervivencia del espécimen a la agresión.
 Ordovícico: los hallazgos más habituales siguen siendo las lesiones predatorias
en trilobites, aunque también, en menor medida, se encuentran documentadas en
otros grupos zoológicos.
 Silúrico: en la bibliografía no se documenta ningún hallazgo paleozoopatológico
de este periodo geológico.
 Devónico: además de lesiones secundarias a predación, se encuentran hallazgos
compatibles con procesos infecciosos, o parasitarios, es el caso de los abscesos
dentales descritos en peces primitivos como el Neoceratodus (Sacoptherigio).
 Carbonífero: se han descrito lesiones pseudotumorales posiblemente secundarias
a parasitismo en algunos Rinoideos encontrados en Norteamérica, así como
fracturas consolidadas en costillas de un pez pulmonado, lo que denota
supervivencia tras la agresión.
 Pérmico: además de los abscesos dentales en peces descritos por Moodie en el
año 1917, encontramos fracturas diafisarias en diversos reptiles mamiferoides
primitivos como el Dimetrodon y el Edaphosaurus.
 Triásico: en la bibliografía encontramos descritas fracturas de mandíbula en un
pez pulmonado sarcopterigio, el Protopterus, así como osteítis en reptiles como
el Dilaphosaurus, un carnosaurio, o el Stegoceras, un pachycefalosaurio, y
también fracturas en un ejemplar de Phytosaurus, un parasaurio, e incluso una
fusión vertebral de etiología discutida, posiblemente degenerativa, en un
Eurhinosaurus, un ictiosaurio.
 Jurásico: se han descrito las habituales lesiones de origen predatorio en
invertebrados tales como ammonites y belemnites, se han descrito lesiones de este
tipo en un cangrejo Limulus, junto a las huellas fósiles erráticas que se han descrito
como posibles huellas erráticas periagónicas. También encontramos
documentadas fracturas de huesos largos en Allosaurus, lesiones osteíticas de ilion
en Camptosaurus, un iguanodóntido, lesiones tumorales en la escápula de un
Allosaurus, fusiones vertebrales en la región caudal que algunos autores atribuyen
a traumatismos repetidos durante la cópula, paquiostosis generalizada en
Thaumatosaurus, un plesiosaurio, así como diversos casos de enfermedad
degenerativa osteoarticular, como artrosis.
 Cretácico: en la bibliografía encontramos abscesos mandibulares, osteomielitis
en huesos diafisarios y necrosis avasculares vertebrales en Mosasaurios, reptiles
acuáticos. Un caso interesante es el de un ejemplar de Clydastes que presenta la
fusión de siete vértebras asociada a un proceso infeccioso con calcolitos en su
interior, y la preservación en el interior de la lesión de un diente de tiburón
atribuido a Squalicorax. Se describen multitud de fracturas en Triceratops,
Hadrosaurios, Deynonichus, Tyranosaurus, Pteranodon, un reptil volador. Otro

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caso interesante es el hallazgo de alteraciones por sobreposición de capas que
presentan algunos huevos de dinosaurios localizados en Tremp (Lérida).
 Paleoceno: no se han descrito hallazgos de interés Paleozoopatológico.
 Eoceno: además de los hallazgos descritos en líneas anteriores, podemos destacar
los abscesos dentales descritos en mamíferos, tales como el Ryphodon, un
ungulado, la osteomalacia generalizada en un ejemplar de Lymnocyon, un
carnívoro, una lesión craneal en un Coryphodon, un pantodonta, así como el
descubrimiento de una larva de mosca fosilizada, tipo miasis, en un ejemplar de
Lophiodon, un tapiroide, una asimetría en el xiphyplastron de una tortuga
Noechelys encontrada en Salamanca, o una lesión mandibular en un prosimio
europeo, un ejemplar de Adapis.
 Oligoceno: encontramos descritos casos de osteomielitis vertebral en un ejemplar
de Brontops, la fractura de un incisivo inferior en Amphicanopus, un
rinoceróntido, o una osteocondromatosis múltiple hereditaria en un elevado
porcentaje de cánidos primitivos, tales como Hesperocyon, Cynodictis,
Daphoenus, Nothocyon y Thomarctus.
 Mioceno: se han descrito multitud de lesiones en invertebrados, tales como
fracturas en el caparazón de gasterópodos como Turritela, y frecuentes anomalías
congénitas en equinodermos Clypeaster que presentan cuatro o seis pétalos en vez
de cinco. En vertebrados, además de las frecuentes fracturas, encontramos una
actinomicosis mandibular en un precursor del caballo, el Merychippus, lesiones
pseudotumorales en mandíbulas de un sirénido Metaxytherium localizado en
Barcelona, lesiones paquiostolíticas en Lorancamenys, un jiráfido, o una
anquilosis ipsilateral de los huesos del carpo y el tarso de un Hiparión encontrado
en Teruel, se trata de una enfermedad ósea anquilosante del carpo y el tarso típica
de los équidos.
 Plioceno: podemos encontrar la descripción de una fractura en el hueso crural de
una Rana Temporaria, o la fractura bilateral del isquion de una Rana Mugiens, un
caso de paquiostosis en un ejemplar de Neobalena, una fractura humeral en un
lobo Aenocyon, una osteomielitis mandibular en un pequeño roedor Ondrata.
 Pleistoceno: en este periodo geológico encontramos un verdadero aluvión de
hallazgos en la bibliografía especializada, podemos reseñar fracturas en Pezophas,
una columbiforme, lesiones craneales traumáticas sanadas en Mammuth y
Mastodon, fracturas consolidadas en Lagopus, (conejo), Crocuta, (hiena), una
pseudoartrosis en la tibia de un Vulpes, un zorro, casos de fractura del baculum u
os penis en úrsidos y pinnípedos, una anomalía congénita, la notocordodisrafia en
un atlas de Ursus, un oso, osteofitosis vertebrales en Bos, un bóvido, o la fusión
congénita talo-calcánea de un Ursus.
 Periodo Histórico: además de los hallazgos arqueológicos, contamos con
representaciones artísticas de patologías en animales domésticos y salvajes, así
como animales momificados, en los que se han descrito lesiones craneales tales
como anencefalia y osteomalacia, lesiones odontoestomatológicas, artrósicas,
traumáticas, osteomielíticas con periostitis, tumorales, tales como Condrosarcoma
pelviano, en enfermedades metabólicas, como osteomalacia.

¿CÓMO DEBEN MANIPULARSE LOS RESTOS CON INTERÉS


PALEOPATOLÓGICO?

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Como ya se ha mencionado, en la inmensa mayoría de las ocasiones, nos encontraremos
estrictamente con restos óseos, que, en sus dos terceras partes, están constituidos por

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materia mineral, integrada por sales de fosfato tricálcico, carbonato cálcico y fosfato de
magnesio de forma predominante. El tercio restante está formado por materia orgánica,
constituida de forma mayoritaria por una trama tridimensional de fibras de proteínas,
sobre todo colágeno, siendo estas en definitiva las que proporcionan al hueso su forma, a
la vez que le confieren cierta elasticidad, mayor que si no dispusiera de ellas. Una prueba
de ello es que los huesos calcinados, en los que se ha eliminado la mayor parte de la
materia orgánica, son extremadamente frágiles y quebradizos, aunque conserven su
estructura mineral.
Cuando se observan huesos antiguos, la primera impresión que nos dan es que se trata de
un material inerte, impresión muy alejada de la realidad, pues el hueso seco es un
material higroscópico, que absorbe o pierde agua de forma relativamente rápida,
manteniendo así un equilibrio con la humedad del medio en que se encuentra. Pero
además, el hueso seco también es un material anisotrópico, en cuanto a que es capaz de
expandirse y contraerse en las tres direcciones del espacio, de forma muy diferente,
aunque estos cambios no sean especialmente llamativos.
La prueba de que no es un material inerte la encontramos en que a pesar de su relativa
abundancia, si no se degradasen, todos los seres vertebrados que han vivido a lo largo de
la historia del planeta Tierra, nos habrían dejado su esqueleto para que pudiésemos
estudiarlo. Hecho que, evidentemente, no ha ocurrido. Lo habitual es que pasado un
tiempo más o menos prolongado, termine por destruirse, como hicieron mucho antes los
tejidos blandos. Sólo en las escasas ocasiones en que los huesos llegan a un equilibrio
estable, aunque precario, con el medio en que se encuentran, pueden conservarse durante
largo tiempo.
De hecho, los huesos sólo se conservarán cuando las condiciones ambientales sean
favorables para ello, de lo contrario, se destruirán sin dejar rastro tras el paso de unos
pocos decenios. La Tafonomía es pues fundamental. Si se mantienen en el exterior,
expuestos a los elementos, el efecto continuado de las condiciones climatológicas, junto
con la acción trófica de multitud de seres vivos, terminarán por hacer que la totalidad de
la materia ósea, tanto la materia orgánica, como la materia mineral, se disgreguen y se
incorporen a los ciclos pertinentes, por lo que, salvo en casos de temperaturas extremas
bajo cero durante largos periodos de tiempo, es de esperar que desaparezcan
completamente en un plazo relativamente corto. Por el contrario, si se mantienen en un
medio subterráneo, sufren una serie de transformaciones que, en la mayoría de las
ocasiones, también causan su destrucción, aunque en general, los plazos son más
prolongados que si se abandonan a su suerte en el exterior. Sólo se conservarán durante
periodos muy prolongados de tiempo, si el material óseo llega a un equilibrio con el
medio que propicie su conservación. Para ello, tienen influencia factores como el tipo de
suelo, sus características físico-químicas, y las condiciones medioambientales durante el
tiempo que los huesos estén enterrados.
Por otra parte, durante el propio periodo de enterramiento, los huesos también pueden
sufrir transformaciones físicas, tales como deformaciones o fracturas, ocasionadas por la
presión ejercida por el peso de los sedimentos, así como por los movimientos tectónicos
del terreno. Los factores que influyen en estos fenómenos son el tamaño relativo de los
granos de roca y sedimento, así como el grado de compactación del terreno. Si los granos
son gruesos, se conservan relativamente bien los huesos de gran tamaño, pero se
destruirán los más pequeños y frágiles, así como los posibles materiales a ellos
asociados. De forma contraria, una elevada compactación del terreno destruirá las piezas
de gran tamaño, pero se conservarán mejor las pequeñas, especialmente las de forma
plana. La propia textura del terreno puede ser determinante, al influir en el grado y
velocidad de penetración de los gases atmosféricos, de modo que un suelo arenoso,
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resulta más aeróbico que otro arcilloso. Cuanto menos oxígeno tenga un terreno, mejor se
conservará la materia orgánica.
El ph del suelo también es importante para la conservación o destrucción de los restos
óseos. Los terrenos ácidos, es decir, con un ph menor de 7, disuelven la fracción mineral
de los huesos, por lo que éstos, en general, se conservan mejor en terrenos alcalinos.
La humedad relativa del suelo también es importante, en general los huesos se conservan
mejor en terrenos secos, pues la humedad permite el crecimiento de microorganismos, y
también de vegetales multicelulares que degradarán los huesos. Por otra parte, la propia
humedad hidroliza la porción orgánica de los huesos. En cualquier caso, un terreno
excesivamente seco tampoco hace que los huesos se conserven eternamente, puesto que
aparecerán fisuras y grietas que permitirán la actuación del resto de elementos que
degradan la materia ósea.
Si llega materia vegetal viva a los huesos, inevitablemente, en su crecimiento vegetativo
podrán provocar grietas y fisuras en los huesos, sobre todo en los de gran tamaño,
además de producir degradaciones biológicas al crecer. Pueden ocasionar marcas en la
superficie de los huesos, que reproducen las raíces que las ocasionaron, y si se introducen
en un orificio nutricio, una lesión en su cortical, o en la cavidad medular, finalmente,
harán una función de palanca que disgregarán el hueso en fragmentos cada vez más
pequeños, acelerando así su proceso de degradación, aunque el medio tal vez no sea tan
adverso teniendo en cuenta el resto de factores implicados, y de no haber llegado ahí la
vegetación, podría haber permitido una conservación mucho más prolongada.
La salinidad del terreno también es importante, pues las sales presentes, pasado el
tiempo, penetrarán en los huesos, y cuando se produzcan cambios en la humedad relativa,
como por ejemplo, un secado rápido, dichas sales se cristalizarán en la superficie del
hueso. Ya hemos mencionado que el hueso es un material poroso, y que no es en
absoluto inerte, por lo que también puede teñirse del color de las sales del medio en que
se encuentra, por ejemplo, si existen sales de cobre, o fue enterrado con un ajuar de
bronce, o cobre, los huesos podrán teñirse, total o parcialmente de un color verde.
Esto quiere decir que cuando desenterramos unos huesos, estamos rompiendo el medio
en que se encontraban, modificando pues las condiciones de conservación de los mismos,
favorables o desfavorables hasta ese momento, pero estables, para pasar a otro medio con
condiciones variables, esto supone un evento potencialmente traumático para la materia
orgánica que pueda acompañar a los restos óseos, lo que incluye a la parte orgánica de
los propios huesos. Por este motivo, durante el propio proceso de extracción de los
huesos, pero especialmente durante su manipulación posterior, embalaje, transporte y
almacenamiento, deben mantenerse lo más fielmente posible las condiciones iniciales en
que se encontraron los huesos.
De no mantenerse la temperatura, los huesos pueden sufrir dilaciones o contracciones, que
pueden ocasionar fisuras más o menos importantes, así como permitir reacciones químicas
que dañen al hueso, e incluso, permitir que el propio hueso sufra ataques biológicos.
Otro tanto ocurre si no se mantienen las condiciones de humedad, si aumenta la humedad
de un hueso seco, se dilata, si disminuye su humedad se contrae, por lo que también puede
sufrir fisuras, grietas, roturas más o menos importantes, e incluso en condiciones muy
adversas, su desintegración total.
Temperatura y humedad están con frecuencia estrechamente relacionadas, pues las
temperaturas elevadas suelen disminuir la humedad relativa, y viceversa.

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De forma indirecta, la luz, a corto plazo también puede ser lesiva para los huesos, pues si
es lo suficientemente intensa como para elevar la temperatura, disminuirá su humedad
relativa, por lo que ya estará ocasionando un perjuicio. Además, por sí sola, la luz ya
daña los huesos, al provocar un cambio en su coloración, se amarillea y pierde así su
color natural.
Durante la propia excavación, para evitar dañar los huesos, se usarán instrumentos que
no los dañen, por lo que se proscribe el uso de herramientas duras y puntiagudas que
pueden rayar o dañar la superficie del hueso. Lo más recomendable es usar herramientas
de madera, como las usadas para modelar arcilla, así como pinceles suaves, por supuesto,
siempre que la dureza del terreno lo permita.
Desde que son descubiertos los huesos, deben documentarse, mediante esquemas y
fotografías, y si es posible, incluso mediante grabaciones de vídeo. Conviene extraerlos lo
más rápido posible, para evitar que sufran cambios ambientales, sin embargo, la
minuciosidad con que debemos actuar, no siempre permite hacerlo con la celeridad que la
fragilidad de los huesos aconseja.
Si el estado de los huesos lo permite, se puede iniciar el proceso de limpieza in situ,
retirando los restos de sedimento que tenga adheridos con cepillos suaves, palillos de
madera blanda y herramientas de madera, antes de que dichos sedimentos se endurezcan.
Si están húmedos, se dejaran secar en un lugar ventilado, pero protegido de la luz y del
calor. Sin embargo, en ocasiones, se aconseja preservar estas mismas condiciones de
humedad para evitar que se resquebrajen, será la experiencia del responsable de la
excavación quien determine en que casos conviene permitir que se sequen los huesos, y
en cuales otros no debe permitirse.
Si los huesos están secos, se limpiarán con cepillos y pinceles suaves, ayudados incluso
por peras de goma. En el caso de que tengan restos de sedimento adheridos, no deben
rascarse, sino que se ablandarán previamente, humedeciéndolos con un hisopo empapado
en alcohol, para a continuación retirarlos con un palillo de madera blanda, por ejemplo,
madera de naranjo. La utilidad del alcohol estriba en que al ser altamente volátil, no
aporta humedad al hueso de forma significativa.
Si se trata de un cráneo colmatado de tierra, lo ideal es no retirarla de forma inmediata,
pues esta tierra permite que el cráneo sea menos frágil y soporte mejor las condiciones de
transporte. Se vaciará cuidadosamente cuando el cráneo ya esté en el laboratorio.

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En ocasiones, sobre todo si el enterramiento se realizó en un terreno calcáreo, los huesos
están íntimamente concrecionados. Este material calizo se retirará sin hacer fuerza, y sin
usar instrumentos duros, cortantes, ni puntiagudos. Lo ideal será hacerlo en el laboratorio
con medios humanos y materiales especializados en estas labores.
Una vez extraídos de su emplazamiento, deberán embalarse también lo más rápidamente
posible en las condiciones adecuadas. De ningún modo debe permitirse que unos huesos
queden expuestos a la intemperie durante unos días, y ni siquiera durante unas horas.
Con frecuencia, el estado de los huesos es tal, que lo más aconsejable, dada su extrema
fragilidad es consolidarlos también in situ, antes incluso de su levantamiento, lo que
permitirá manipularlos minimizando sus daños, sin embargo, si se considera necesario
hacer dataciones o determinaciones de ADN, debemos conservar parte de los huesos sin
consolidar, pues el proceso podría interferir, invalidando cualquier investigación
posterior de este tipo.
En ocasiones, cuando es posible, se aconseja la extracción en bloque del hueso o huesos
junto con la tierra que le rodea, lo que contribuye a su protección.
Otra técnica de protección de los huesos, que puede usarse sola, o en asociación con otras
es el engasado, para lo cual, se envuelve en gasas, que se consolidan con materiales que
no dañen el hueso, tales como resinas especiales, por ejemplo Paraloid B-72.
En la antigüedad, los arqueólogos utilizaban vendas empapadas en escayola, lo que
dificultaba su extracción y manipulación en el laboratorio, actualmente, nuevas técnicas y
materiales han venido a ayudar en estas tareas. Por ejemplo la espuma de poliuretano
puede sernos útil para hacer una cama rígida que proteja los huesos.

17
Ni que decir tiene que todos los hallazgos, así como los materiales asociados a los
huesos, deben etiquetarse convenientemente, para evitar su confusión y pérdida.

18
Para evitar que los huesos sufran daños durante el transporte, deben embalarse en
recipientes rígidos, del tamaño adecuado para permitir que los huesos puedan ser
introducidos sin ser forzados, para a continuación inmovilizarlos, de lo contrario, se
golpearán entre sí, o contra las superficies interiores del contenedor, y sufrirán daños,
llegando incluso a desintegrarse.

Una manipulación insuficientemente cuidadosa en el yacimiento, durante su extracción,


limpieza, transporte y desembalaje, puede ocasionar el deterioro de los restos hallados, lo
que, en el mejor de los casos, supondrá un esfuerzo suplementario para reconstruirlos,
esfuerzo que siempre pudo haberse evitado. Con frecuencia, los restos sufren daños
irreversibles que los invalidan para casi la práctica totalidad de investigaciones ulteriores.
Una vez en el laboratorio, se abrirán los contenedores, registrando su contenido, y el
estado de conservación en que se encuentran, así como las manipulaciones y tratamientos
que parezcan haber sufrido hasta ese momento, dejando constancia escrita de todo ello en
una ficha a tal efecto.
Conviene limpiar completamente los huesos, pues con frecuencia, si conservan tierra
adherida, puede ocultar datos relevantes, tales como marcas de manipulaciones
postmortem, detalles de interés, o evidencias de patologías sufridas en vida por su
poseedor.
Nunca debe sumergirse en agua un hueso para su limpieza, pues aumentará su humedad
relativa, se expandirá, y podrá sufrir daños. Por el contrario, lo más recomendable, llegado
el caso, es usar hisopos humedecidos con una mezcla al 50 % de agua destilada y alcohol,
que se aplicarán en áreas muy localizadas del hueso, frotando suavemente, y retirando a
continuación el líquido de limpieza con otro algodón seco. De esta forma la

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poca humedad que aporta la mínima cantidad de agua utilizada, queda contrarrestada por
la volatilidad del alcohol.
La limpieza conviene que sea exhaustiva, pero no abrasiva ni excesiva, por lo que se
desaconseja el uso de productos detergentes o ácidos.
En el caso de los dientes, no debemos confundir la posible presencia de restos de placas
dentarias con suciedad. En este caso, no debe retirarse el sarro dental.
Si los huesos están húmedos, una vez en el laboratorio, deben secarse de forma controlada
y lenta. Lo ideal es reducir paulatinamente la humedad relativa de 5 % en 5
%, sin que nunca esté por debajo del 45 %, tal y como aconsejan Botfeldt y Richter
(1998). Con frecuencia, una vez secos son más fáciles de limpiar.

En el caso de las concreciones calcáreas que se mencionó anteriormente, lo ideal es que


personal especializado libre a los huesos de dicho material extraño con un torno de
dentista o un lápiz percutor de forma extremadamente cuidadosa. En general se
desaconseja el uso de ácidos, aunque algunos autores defienden el uso ocasional de ácido
acético muy diluido para ablandar estas concreciones. A tal efecto, se usara u hisopo de
forma reducida y puntual, para neutralizar el ácido de forma inmediata con agua destilada
aplicada también de forma puntual en la misma zona.
La tendencia actual es la de no consolidar los huesos si no es estrictamente necesario, por
el contrario, se prefiere conservarlos de la forma más adecuada, y reducir al mínimo las
consolidaciones. Lo que si suele ser necesario con frecuencia es el pegado de los huesos.
Esta tarea se realizará de forma minuciosa, evitando cometer errores que nos llevarán a
modificar el aspecto y tamaño reales del hueso pegado, lo que nos llevará luego a errores
de interpretación. Se usarán productos que no dañen los huesos, sean duraderos y fáciles

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de retirar llegado el caso en el futuro. Si faltan porciones importantes de hueso, como es
el caso de los cráneos, o de determinados huesos largos,

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puede reconstruirse la porción perdida, a tal efecto, se usarán materiales que reúnan los
mismos requisitos que para pegar los huesos.
Finalmente, los restos, si no se va a realizar de forma inmediata una investigación sobre
ellos, deberán embalarse nuevamente, y almacenarse adecuadamente, a una temperatura
de entre 10 y 25º centígrados, sin sufrir cambios bruscos, sino graduales, la humedad
relativa conviene que esté entre el 45-65 %, puesto que si es inferior al 45 %, los huesos
se secarán excesivamente, y se resquebrajarán, y por encima del 65 %, crecerán
microorganismos que los dañarán. Ni que decir tiene que deberán protegerse de la luz.

ESTUDIO PALEOPATOLÓGICO DE MOMIAS Y RESTOS


HUMANOS MOMIFICADOS

Como ya se ha mencionado, aunque lo habitual es que el Paleopatólogo trabaje


exclusivamente con restos óseos, en ocasiones, se da la feliz circunstancia de que puede
hacerlo con restos humanos que conservan la totalidad, o una porción de sus partes
blandas, por lo que sus observaciones podrán ser más profundas.
El término momia, habitualmente se refiere a los cadáveres conservados mediante algún
proceso de desecación que los priva de gran parte de sus líquidos corporales, sin
embargo, en la actualidad es un concepto más amplio, y se aplica a cualquier cuerpo
preservado tras la muerte del individuo, independientemente del proceso que haya hecho
posible su conservación.
Los cadáveres, tanto de seres humanos, como de animales, pueden preservarse en las
siguientes circunstancias:
 Conservación por Momificación Natural: el cadáver se deseca por
deshidratación natural, sin intervención humana, de forma que se retrasa o se
impide la putrefacción del mismo, para ello, es preciso que el medio en que se
encuentre el cadáver presente de forma constante, una humedad relativa muy baja,
y una elevada temperatura ambiental, superior a 25-30 º, todo ello asociado a una
elevada proporción de aire circulante que “arrastre” la humedad retirada del
cadáver, alejándola del mismo. Si la desecación del cadáver ocurre de forma
rápida, se impide la proliferación de los gérmenes de la putrefacción. Estas
condiciones se dan de forma natural en medios desérticos. Otra posibilidad es el
contacto del cadáver con determinadas sales minerales, como el nitrato potásico,
que permiten la desecación de los tejidos blandos, sin necesidad de temperatura
elevada y humedad relativa baja, es decir, en ambientes no necesariamente
desérticos. La momificación puede ser total, o parcial, comenzando por la
porciones acras del cuerpo, tales como las manos, los pies, los pabellones
auriculares, o la nariz, y desde aquí, si las condiciones se mantienen de forma
adecuada, la momificación se extiende al resto del cadáver. Los cuerpos que han
experimentado una momificación natural presentan una coloración pardusca en la
piel, con una consistencia similar a la del cuero curtido, los globos oculares han
perdido turgencia y perdida de su forma esférica, otro tanto ocurre con el resto del
cuerpo, que verá disminuido su volumen corporal, mientras que los órganos
internos se endurecen, adoptan un color pardo oscuro o negruzco, y se vuelven
difíciles de reconocer; el pelo y las uñas pueden estar bien conservados.
 Conservación por Fijación: en ocasiones, los cadáveres abandonados en los
pantanos, no se descomponen, sino que se conservan, como consecuencia de las
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propiedades antibióticas del musgo esfagno, lo que en ocasiones facilita una
conservación de los cadáveres extraordinariamente buena, incluyendo sus
vestidos y algunos objetos, tales como la cuerda con la que fue ahorcado. Con

23
frecuencia se produce una desmineralización y descalcificación ósea hasta tal
extremo que pueden doblarse los huesos sin romperse. En la antigüedad, se
pensaba que este mecanismo de conservación se debía a las condiciones de
anaerobiosis ácida asociada a la presencia de tanino, presentes en los pantanos y
turberas. Son los llamados cuerpos de los pantanos, bog bodies, o peat bodies.
 Conservación por Saponificación: el término saponificación significa
literalmente “formación de jabón”, y consiste en la trasformación de la grasa
corporal del cadáver en una sustancia denominada adipocira, constituida en gran
parte por ácido palmítico. El mecanismo químico es una hidrólisis postmortem,
con hidrogenación de la grasa corporal contenida, mayoritariamente en el tejido
adiposo del cadáver. Cuando la adipocira es reciente, su consistencia es untuosa,
moldeable, puede cortarse con facilidad, y en su interior presenta restos de
músculos, y otras partes blandas. Con el paso del tiempo, se vuelve dura,
granulosa, quebradiza y de color gris claro. Los órganos internos no sueles
conservarse, y suelen desaparecer al sufrir una putrefacción algo más lenta de lo
habitual. Como en el caso de la conservación por momificación natural, el
fenómeno comienza también por las partes acras, para avanzar por las
extremidades hasta alcanzar el tronco. Suele ocurrir preferentemente en cadáveres
de sexo femenino, al presentar éstas mayor cantidad de grasa corporal. Esta
circunstancia se da cuando los cadáveres son enterrados en fosas comunes,
especialmente si el terreno es húmedo, aunque esta condición no es indispensable,
a veces, parece bastar con la propia humedad corporal. A veces, un mismo cadáver
puede presentar áreas momificadas de forma natural, junto a otras saponificadas.
 Conservación por Corificación: este mecanismo fue descrito por el autor italiano
Dalla Volta en el siglo XIX, y se produce en cadáveres que han sido introducidos
en féretros de zinc soldados. En estas condiciones, los cadáveres presentan
características similares a las momias, consistentes en una piel similar al cuero
curtido, de color amarillento y resistentes al corte, aunque son relativamente
rígidos, conservan cierta flexibilidad en las articulaciones, superior a la de las
momias. Los órganos internos, se reducen de tamaño, aunque se conservan, con
lo que el abdomen se deprime. Las masas musculares también se reducen de
tamaño. En este mecanismo intervienen fenómenos de coagulación,
deshidratación, polimerización y acidificación de las grasas, en el ambiente
reductor producido por el medio anaerobio del féretro soldado, aunque durante los
primeros momentos, mientras queda algo de aire, puede darse cierto grado de
putrefacción, que se interrumpe a continuación.
 Conservación por Congelación: se da cuando el cadáver permanece en un
ambiente con temperaturas por debajo del grado de congelación del agua, lo que
impide la putrefacción. Si la situación cambia y se eleva la temperatura del
cadáver, se inicia la putrefacción de forma inmediata y acelerada. El aspecto de
los cuerpos es el mismo que si la congelación se hubiese producido de forma
intencional con medios artificiales.
 Conservación por Momificación Antropogénica: es la momificación de forma
intencional con el fin de mantener el cadáver lo más parecido posible al aspecto
que presentaba en vida. Existen numerosos métodos, aunque todos ellos pretenden
deshidratar el cadáver para evitar la putrefacción. La técnica más antigua, data de
hace unos 8.000 años antes de Jesucristo, y consistía en eviscerar completamente
los cadáveres, incluyendo los músculos y el tejido subcutáneo, a veces incluso el
esqueleto, conservando sólo la piel, para sustituir

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todo el material orgánico extraído por barro y madera. Este método podemos
observarlo en las momias Chinchorro de Chile. Otra variante mejorada de esta
técnica, consiste en extraer tan sólo las vísceras más susceptibles de sufrir la
putrefacción, salando el resto del cadáver con sales desecantes como el natrón,
es la técnica usada en el Egipto faraónico. Algunas momias canarias tan sólo han
sido tratadas externamente con sustancias desecantes, tales como ciertas plantas,
polvo de brezo, resinas y piedra pómez, todo ello asociado a la acción del sol y
del humo de fogatas. En otras ocasiones, no se produce manipulación alguna del
cadáver, tan sólo se aprovechan las condiciones climáticas y medioambientales
para facilitar una momificación por entero natural, como ocurre con las momias
de los indios Basket-Makers del suroeste de Estados Unidos.
Indudablemente, el estudio de restos humanos preservados, es más interesante que el de
los huesos secos, sin embargo, debemos contar con cuatro importantes obstáculos de los
cadáveres preservados, especialmente en los momificados:
1. Las proteínas se han degradado.
2. Se han perdido las células epiteliales, y los núcleos de la mayoría de las
células corporales.
3. Los lisosomas de las células se han roto, liberando su contenido rico en
enzimas, que degrada el resto de las estructuras celulares.
4. A pesar del mecanismo conservador, el cuerpo no es del todo inmune a la
acción de bacterias, hongos, artrópodos, e incluso vertebrados, que pueden
destruir los tejidos blandos con el paso del tiempo.
Además, siempre debemos contar con la posibilidad de que un hallazgo concreto, no sea
más que una pseudopatología, y que no se trate de una lesión real, sobre todo porque
algunas prácticas funerarias sustituyen partes del cadáver original por otras procedentes
de otros cadáveres, o moldes de resina, cabello de otras momias, relleno subdérmico con
arena y otras sustancias conservantes, anudado de tejidos, obturación de orificios
corporales, desecación cadavérica mediante el fuego, con lo que al coagular las proteínas
musculares, el cuerpo adopta la denominada “posición del pugilista”. Siempre deberemos
estar atentos a esta posibilidad.
En ocasiones, podrá realizarse incluso una autopsia reglada de la momia, aunque lo
habitual es que no se practique, al ser una técnica mutilante, por el contrario, se pueden
realizar endoscópias a través de los orificios naturales, o practicando incisiones mínimas
a través de las cuales puede introducirse el instrumento óptico, que, además nos permitirá
tomar muestras para su estudio histopatológico, mediante técnicas, una vez rehidratado el
tejido a estudiar, muy similares a las de la Histopatología convencional, aunque las
conclusiones deberán realizarse con las debidas cautelas, ante la posibilidad de que,
nuevamente nos encontremos ante una pseudopatología.
Lo más habitual sin embargo es realizar un estudio de imagen con Radiología Simple, y
si es posible, con Tomografía Computerizada, e incluso con Resonancia Magnética. En el
año 1986, Piepenbrink y colaboradores aconsejan sumergir las piezas patológicas en una
solución acuosa de acetona al 20 %, a la que se ha añadido timol para evitar su
putrefacción, durante un periodo de dieciocho días.
El estudio de las momias, nos permitirá desarrollar investigaciones impensables en el caso
de que contemos tan sólo con huesos secos, como es el caso de la reconstrucción de
dietas antiguas, los estudios genéticos con ADN antiguo, que nos permitirá hacer
estudios paleodemográficos, o los estudios inmunohistoquímicos, que nos permitirán
detectar por ejemplo lesiones tumorales no visibles con medios histopatológicos o de
diagnóstico por imagen.

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Otra posibilidad no menos interesante es la Investigación de drogas de abuso en
cabello humano, tales como cocaína, nicotina, cannabis u opiáceos, así como sus
metabolitos, usando técnicas de toxicología forense, tales como el radioinmunoensayo. El
estudio de los coprolitos humanos, permite no sólo detectar la presencia de restos
alimenticios en su interior, sino también el polen, con lo que puede averiguarse en un
individuo concreto, en que estación del año se produjo la última ingesta de alimentos.
También es posible detectar huevos de parásitos, como las tenias de pescado,
concretamente Diphylobohtrium Paccificum descritos por Reinhard y Bryant en el año
1992. Posteriormente, en el año 1998, Reinhard utilizó la microscopía electrónica de
barrido, observando la superficie de estos mismos huevos, pudiendo así determinar si los
alimentos se ingerían crudos o cocinados. El estudio inmunológico de los coprolitos,
puede incluso permitir identificar el origen de la carne consumida, es decir, la especie
animal concreta.

METODOS DE ESTUDIO DE LA ANTROPOLOGIA, Y OTRAS


CIENCIAS AFINES, DE INTERES EN
PALEOPATOLOGIA

Cuando se encuentran unos restos humanos, parece razonable esperar que sea la
Antropología Física quien primero evalúe el hallazgo, determinando el número de
individuos a quienes pertenecen los restos, si se encuentran o no restos de animales o
plantas asociados, así como otros hallazgos de interés, relacionados o no con esos restos
humanos. De este modo podremos conocer no sólo el número de individuos, sino sus
edades, sexos, talla, constitución física, perfil poblacional, cronología del yacimiento y su
contexto etno-histórico, y por supuesto, los hallazgos paleopatológicos.
Para ello, deben limpiarse los restos, e individualizarlos cuando pertenecen a varios
individuos, lo que no siempre es fácil, sobre todo cuando las edades, sexos, y condiciones
físicas de los individuos son muy similares, la dificultad es extrema en el caso de
individuos subadultos. En general puede afirmarse que cuanto más joven es un individuo,
mayor problema se tendrá en reconstruir su esqueleto, al estar constituido por huesos
inmaduros con grandes porciones no osificadas que no se habrán conservado, así como
huesos con múltiples centros de osificación que se habrán individualizado, y serán
difíciles de diferenciar entre sí, mezclados en un verdadero amasijo de huesecillos en que
desafortunadamente, todos parecen prácticamente iguales.
Si los estudios poblacionales son complejos en sí mismos, cuando pretendemos obtener
conclusiones válidas en estudios poblacionales paleopatológicos, aún encontramos
mayores dificultades. La primera limitación es el número de individuos, pues cuanto más
antiguo es el yacimiento, más difícil es que podamos contar con un número suficiente de
individuos que garanticen una validez de las conclusiones a que se pueda llegar.
Estadísticamente, se menciona que el número mínimo debería ser de veinte (20)
individuos, lo que en la mayoría de las ocasiones es simplemente inasequible. El segundo
obstáculo es que no siempre se conserva la totalidad de los esqueletos, sino que por el
contrario, han desaparecido gran parte de los huesos de menor tamaño, sobre todo en
individuos infantiles, así como grandes porciones, o la totalidad incluso de algunos
huesos largos. Por último, con frecuencia, los grupos de edades no suelen estar
igualmente representados, es muy frecuente que los individuos infantiles estén muy
deteriorados, o que incluso no se encuentren en ese mismo enterramiento.

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Todas estas dificultades no significan que el estudio paleopatológico de una población sea
una quimera inalcanzable, simplemente, deberán ser tenidas en cuenta sus limitaciones.

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Como más recientes aplicaciones técnicas, tenemos los estudios paleogenéticos, así
como los estudios paleoinmunológicos.
Los marcadores nutricionales suelen ser relativamente asequibles. Los más conocidos y
estudiados son los estudios de las alteraciones y patologías orales. La causa es muy
sencilla, tanto los dientes, como su soporte óseo son los indicadores esqueléticos
relacionados más directamente con la dieta y nutrición de su poseedor, al ser la primera
parte del aparato digestivo que entra en contacto con los alimentos.
La caries es la patología oral más conocida. Su frecuencia en una población refleja los
cambios en la dieta mejor que otros marcadores, aunque no deben olvidarse factores
modificadores de su presencia, tales como la higiene oral, así como factores
constitucionales y culturales.
La perdida de soporte óseo de los dientes suele estar relacionada con la presencia en la
dieta de alimentos pegajosos, lo que facilita que colonicen microorganismos responsables
de la infección periodontal.
Los cálculos dentales han supuesto opiniones encontradas para los paleopatólogos, pues
mientras algunos mantenían que aparecían en etnias con un gran consumo de alimentos
de origen animal, otros opinaban que prevalecían más en etnias que consumían
predominantemente alimentos de origen vegetal. Lo cierto y verdad es que el estudio
microscópico de los cálculos, refleja la presencia de microrresiduos vegetales, tales como
fitolitos, microcarbones y almidones, pero también microrresiduos de origen animal,
tales como fragmentos de espinas de pescado, espículas, pequeñas escamas, etc. Los
abscesos periodontales suponen la entrada de gérmenes a través de caries, fracturas
dentales o desgaste extremo del esmalte, y suponen la pérdida antemortem de la pieza
dental afecta. Como puede deducirse, se dan ante la presencia de patologías dentales
previas.
La hipoplasia del esmalte dental es una interrupción temporal o definitiva del desarrollo
del diente, suele asociarse a estrés fisiológico sistémico de cualquier etiología, tales como
enfermedades agudas, cambios en la dieta, destete, o cualquier problema de salud, agudo o
crónico.

También pueden hacerse estudios poblacionales en el resto del esqueleto. Por ejemplo, un
equivalente esquelético de la hipoplasia del esmalte dental, son las llamadas Líneas de
Harris, ocasionadas por una detención transitoria del crecimiento como consecuencia de
un estrés fisiológico. Este marcador debe interpretarse con precaución, pues en casos de
supervivencia prolongada del individuo, la remodelación ósea puede atenuar o incluso
hacer desaparecer las líneas de Harris.
En poblaciones antiguas, uno de los marcadores nutricionales más usados es la presencia
de osteoporosis hiperostótica, suele relacionarse con la anemia entre otras

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causas, y es bien visible en huesos planos, por ejemplo al criba orbitalia, o
adelgazamiento del techo de las órbitas.
Los datos métricos del esqueleto también son de interés, si encontramos tasas bajas de
crecimiento o un retraso en su evolución normal, respecto de otras poblaciones que
puedan considerarse comparables, serán datos muy significativos, aunque por sí solos no
nos indiquen las causas responsables. En este sentido, es muy interesante el cálculo de la
estatura de la población infantil calculada a partir de la longitud de los huesos largos,
aunque pueden usarse otros métodos, tales como los perímetros o diámetros, también de
los huesos largos, así como la masa de hueso cortical. Con una elevada probabilidad, una
población de niños de talla baja, será en el futuro una población de adultos de talla baja.
También son de interés el desarrollo, erupción y talla dental de una población.
Otros marcadores nutricionales de interés, al reflejar estados carenciales durante el
crecimiento, son la platibasia (Ángel, 1982), la deformación antero-posterior de la pelvis
(Ángel, 1978, 1984, Sibley et al., 1992), y la forma arqueada (Kennedy, 1984) o en sable
(Buxton, 1938) de las diáfisis de los huesos largos.

No sólo podemos inferir el estado nutricional de una población, también pueden


estudiarse los marcadores de actividad y estilo de vida, así como los marcadores de
estrés ocupacional. Ambos se basan en el estudio de las remodelaciones óseas
desarrolladas por los individuos estudiados para permitirles soportar mejor las fuerzas
ejercidas sobre su esqueleto, cuando estas se producen de forma continuada durante
periodos de tiempo muy prolongados. Estos estudios tienen su origen en la Medicina del
Trabajo, así como en la Medicina Deportiva. En casos extremos, esta remodelación no es
suficiente, y se produce una pérdida ósea por atrofia, tales como osteoporosis o
reorientación de las trabéculas óseas. Un ejemplo sería el denominado squatting, al estar
mucho tiempo en cuclillas, se producen nuevas carillas articulares como extensión de las
ya existentes, por ejemplo, en las tibias y fémures. Otras lesiones óseas con un origen
similar son los microtraumatismos de las vértebras, el desgaste y eburneación de las
articulaciones, e incluso la ausencia de fusión de los núcleos de osificación, como es el
caso del hueso acromial en arqueros, tal y como describió Stirland en 1991.

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Las hipertrofias musculares ocasionadas por los esfuerzos continuados, tienen su
representación en el esqueleto en sus inserciones, ocasionando entesopatías, del tipo de
irregularidades y osteofitos en las inserciones musculares de dichos huesos.
El desgaste dental también puede ser un factor ocupacional, especialmente si se
encuentra localizado de forma exagerada en determinadas piezas dentarias, por ejemplo,
un excesivo y desproporcionado desgaste en las piezas dentarias anteriores, asociado a un
desgaste moderado en las piezas posteriores, en ausencia de maloclusión, nos habla a
favor de un trabajo extraalimentario con las piezas dentarias, como por ejemplo, masticar
de forma continuada cuero para ablandarlo y/o curtirlo.

Una elevada presencia de enfermedades infecto-contagiosas, nos habla de probables


factores nutricionales adversos, así como condiciones de vida insalubres, e incluso de un
medio de vida adverso por factores climatológicos, catástrofes naturales, conflictos
armados, etc. Aunque también puede ser un dato a favor de convivencia con animales
domésticos, o del consumo de sus productos, tales como el caso de enfermedades como la
tuberculosis y la brucelosis. Estamos hablando de los indicadores esqueléticos de
infección. Se trataría del ámbito de aplicación de la Paleoparasitología.
También son de interés las tasas de traumatismos registrados en los restos óseos, sin
embargo, debemos ser cautos, pues muchas de estas lesiones no son antemortem, sino
que se han producido postmortem, ocasionadas por las condiciones tafonómicas con el
paso del tiempo, o incluso durante la propia excavación, incluso en condiciones
cuidadosas, a veces no es posible evitar completamente este tipo de daños en los huesos,
y que pueden confundirse con fisuras y fracturas sufridas antemortem. Por el contrario,
hay lesiones que no es fácil confundir, es el caso de las trepanaciones craneales, cuando
el individuo ha sobrevivido, y los bordes de la lesión presentan signos evidentes de
regeneración, es decir, actividad osteoblástica. Con frecuencia, algunas lesiones
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traumáticas en los huesos, e incluso avulsiones dentales antemortem, pueden ser
consecuencia de comportamientos culturales muy concretos.
Para poder apreciar este tipo de marcadores, no basta un estudio macroscópico de los
restos encontrados, con frecuencia, serán necesarios estudios de imagen, tales como
estudios radiológicos y tomográficos, así como estudios histológicos y microscópicos.
Pero tampoco esto es suficiente, conviene hacer una determinación bioquímica de los
compuestos y elementos químicos que aparecen en los restos, tanto los que aparecen por
causas fisiológicas, como los que aparecen como contaminantes.
La inmunología también encuentra su aplicación en la paleopatología.
El estudio de elementos químicos traza, así como isótopos radiactivos estables es de
interés en estudios poblacionales sobre su dieta y nutrición.
También la biología molecular, con el estudio del ADN es de interés, no sólo para
permitir investigar grupos humanos, familias, e incluso individuos concretos y sus
posibles patologías, tales como determinados cánceres o enfermedades hereditarias
trasmisibles, sino también infecciones bacterianas, víricas, fúngicas, protozoarias, o por
parásitos multicelulares, sino también de elementos constituyentes de la dieta, tales como
alimentos de origen marino en poblaciones muy alejadas del mar, y que supondría la
posible presencia de algún tipo de comercio, o en su defecto de movimientos
poblacionales. Desafortunadamente, estos estudios aún están muy limitados por su
elevado precio, y la escasa diversificación de los kits comerciales existentes, que sin
duda, se verán ampliados considerablemente en el futuro.

Los datos, una vez obtenidos, deberán sufrir un análisis estadístico, y en ocasiones
también, un análisis paleoepidemiológico. De lo contrario, no podrán ser validados.
También deberemos tener en cuenta el marco geográfico, así como el marco temporal de
la población objeto de estudio, para poder comparar las conclusiones con otros estudios
similares en poblaciones próximas en el tiempo y en el espacio, con lo que podremos
deducir posibles interacciones entre ellas. Todo ello sin olvidar los estudios
paleodemográficos. De lo contrario, no podremos detectar la existencia de grupos de
riesgo en una población, ni podremos suponer cual era la esperanza de vida dentro de ese
grupo humano.
Otro ámbito de la Paleopatología que cada vez cuenta con mayor número de
publicaciones son los relacionados con el conocimiento de las fuentes alimenticias en el
pasado la Paleodieta, lo que proporciona el contexto necesario para evaluar los efectos
de la nutrición en el crecimiento estaturo-ponderal de los individuos, y su desarrollo
posterior, así como la valoración de los indicadores paleopatológicos de los diversos
tipos de estrés y enfermedades, así como el papel que desempeña la actividad física en la
búsqueda de comida, entre otros aspectos. Son múltiples las disciplinas que nos pueden
servir de ayuda en estos aspectos, analizando los restos de fauna y flora hallados, así
como el estudio de del utillaje empleado para la recolección, captura o elaboración de los
31
alimentos, aunque estos medios sólo nos permiten cierto grado de aproximación, pues
no nos informan sobre la proporción entre los distintos tipos de

32
alimentos, sólo de su presencia o ausencia. En estos momentos, los métodos que nos
permiten un mayor acercamiento son los estudios químicos sobre los huesos. El motivo
es simple, muchos de los nutrientes, cuando se incorporan en exceso en la dieta, se
acumulan en diferentes tejidos, incluido el tejido óseo bien como reservorio primario,
bien de forma secundaria; por el contrario, si la dieta es deficitaria en algún nutriente
esencial, dicho déficit se verá también reflejado en el tejido óseo. Los nutrientes más
útiles en este tipo de investigaciones son los aminoácidos y los elementos minerales,
cuya presencia u ausencia el los huesos son fiel reflejo de que se incorporen o no en
cantidad adecuada en la dieta. La mayoría de estos estudios combinan ciertas
determinaciones químicas en los huesos, con estudios morfológicos y patológicos,
macroscópicos y microscópicos.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que, como ya se ha mencionado, el tejido óseo está
vivo, tiene su metabolismo, sufre cambios y se adapta, no todo lo que entra al hueso se
queda allí eternamente, puesto que éste, sufre continuamente lo que se conoce como
remodelación ósea, aunque se trate de un individuo adulto, cada año, renueva
aproximadamente un 2-3 % de su tejido óseo compacto, y un 25 % de su tejido óseo
esponjoso, es decir, que en plazo aproximado de diez años, cualquiera de nosotros ha
renovado completamente su esqueleto.
También deberemos tener en cuenta otros factores, la composición del terreno en el lugar
del enterramiento, puede aportar o sustraer algunos de los elementos que nos interesa
investigar, lo que modificará la interpretación de los resultados.
El paso del tiempo puede ser así mismo fuentes de distorsión, pues, por ejemplo, se estima
que todo el colágeno del hueso desaparece cuando pasan 100.000 años, por lo que si
determinamos el Carbono 13 en la creencia de que medimos la fracción proteínica de la
hidroxiapatita del hueso, en realidad, puede que estemos determinando el carbono de
origen lipídico y no el colágeno.
En todo caso, los resultados obtenidos, deberán interpretarse adecuadamente en el
contexto particular de cada investigación, sin asumir los resultados analíticos como
verdades inamovibles.
Los estudios químicos más habituales son el análisis de isótopos estables en el colágeno,
y el análisis de elementos traza en la hidroxiapatita. Los elementos traza de mayor
interés en al actualidad son el Calcio y el Estroncio, así como el Bario, aunque en menor
medida.
Las aplicaciones bioantropológicas de los elementos traza son las siguientes:
1. Posibilidad de estudiar la dieta, su tipo y origen.
2. Predicciones del efecto posible sobre la salud de los individuos, déficits o
excesos de elementos traza.
3. Posibilidad de realizar correlaciones conductuales, tales como migraciones,
enlaces matrimoniales, y estratificación social.
4. Presencia de indicios del tipo de medioambiente en el que vivió un individuo
concreto.
5. Predicción de la edad aproximada en que se produjo el destete de un individuo
concreto.
El estudio de los isótopos estables, permite conocer la proporción de proteínas presentes
en la dieta, orientándonos hacia la presencia de alimentos de origen marino en la misma.
Por otra parte, el estudio de los elementos traza, inicialmente servían para orientar entre
la herbivoracidad o carnivoracidad de la Paleodieta, facilitando datos sobre el origen de
los diferentes alimentos, y su proporción. Con posterioridad, se han abierto nuevas líneas

33
de investigación, permitiéndonos conocer paleodietas ricas en fibras, proteínas, hierro, y
posiblemente, grasas.

34
Actualmente se están abriendo nuevas líneas de investigación, tales como la
determinación de C13 no en el colágeno, sino en el colesterol, así como los estudios sobre
la composición de hidratos de carbono y grasas en la Paleodieta, lo que permitiría atribuir
algunas lesiones en los huesos a enfermedades metabólicas.
Estos análisis nos permiten también obtener información paleodemográfica, puesto que
si en un mismo ámbito geográfico, encontramos dos grupos humanos coetáneos, donde los
hallazgos químicos de sus huesos nos indican que sus dietas eran muy diferentes, podemos
presumir que uno de ellos ha realizados movimientos migratorios, o como comenta
Ericson en 1985, podemos presuponer que se trataba de un grupo de soldados muertos
durante una batalla en tierras extranjeras.
Sin embargo, también en el pasado existieron cambios en la dieta de un mismo grupo
humano en función de sus estratos sociales, en general aquellos que contaban con un
status más elevado tenían en su dieta mayor proporción de proteínas de origen animal,
mientras que por el contrario, los grupos humanos eminentemente agrícolas, con un
menor status socio-económico, presentan mayores niveles de estroncio en sus huesos.
Otros elementos de interés serían el cinc y el hierro, aunque su importancia es
cuestionada por algunos autores, al considerar que la variabilidad individual, a
consecuencia de sus metabolismos específicos, es tan elevada que difícilmente puede ser
tenido en cuenta sus cifras en restos óseos. También debemos tener en cuenta que la dieta
no tiene que ser forzosamente igual en todos los miembros de un mismo grupo humanos,
con frecuencia, es sustancialmente diferente entre los individuos de sexo masculino y
femenino, así como entre individuos adultos, infantiles y adolescentes, sobre todo en
sociedades cazadoras-recolectoras, pero también en sociedades agrícolas, ganaderas o
mixtas.
Y todo ello sin olvidar la posible presencia de cambios dietéticos diacrónicos, puesto
que es frecuente que la dieta haya variado en un mismo ámbito geográfico con el paso
del tiempo, ya sea por cambios en los hábitos alimenticios, de tipo cultural, por ejemplo,
o por modificaciones en la disponibilidad de los recursos naturales.
Otros elementos como el plomo, nos orientarían hacia el tipo de utensilios utilizados para
cocinar los alimentos.
El mercurio por ejemplo podría aportarnos también datos de interés, pues es posible
hallarlo en algunas momias, se usó en vida para tratar infecciones como la sífilis, y con
frecuencia, la causa de la muerte fue la intoxicación por mercurio, y no la infección
sifilítica (Aufderheide y Rodríguez 1998).

LAS TÉCNICAS DE INVESTIGACIÓN DE ADN


ANTIGUO, LA PALEOGENÉTICA

En primer lugar, comenzaremos por definir el concepto de ADN antiguo, se trata del ADN
recuperado de restos biológicos preservados natural o artificialmente, y que haya sufrido
un proceso autolítico y/o diagenético, e incluiría los siguientes tipos de ADN:
 ADN Forense: obtenido de todo tipo de muestras del ámbito forense.
 ADN envejecido: obtenido de material biológico archivado, como herbarios,
muestras incluidas en parafina, cortes histológicos, etc.
 ADN antiguo: obtenido de muestras de considerable antigüedad, normalmente
del ámbito arqueológico y paleoantropológico, aunque también puede incluir
35
especimenes de museo.
 ADN geológicamente antiguo: de millones de años de antigüedad, recuperado
de muestras fosilizadas, en el caso de que pueda demostrarse su existencia.

36
La extracción del ADN antiguo es especialmente completa en cuanto que no es posible su
preservación completa, se encuentra muy fragmentado y con entrecruzamientos
moleculares, debido, probablemente al daño hidrolítico, y con modificaciones de sus bases
pirimidínicas, debido principalmente, al daño oxidativo.
Aunque en ocasiones las condiciones ambientales pueden reducir la tasa de degradación
del ADN, la imposibilidad de detener los daños que sufre la molécula hacen prever un
límite temporal para la preservación del ADN bajo cualquier condición. En base a los
conocimientos científicos actuales, parece muy improbable la persistencia de algún
fragmento informativo de ADN en restos biológicos de más de 100.000 años (Lindahl
1993), y esto en regiones fría, en regiones cálidas se reduciría a pocos miles de años
(Poinar et al. 1996).
Por otra parte, la persistencia de ADN en tejidos blandos exige la preservación de la
estructura celular, lo que puede conseguirse a través de momificación artificial o natural.
En el caso de los restos óseos y dientes, puede producirse un fenómeno de momificación
celular rápida, debido a la baja cantidad de agua que contienen, y a la protección de la
matriz inorgánica (Hummel y Hermann, 1994). La microscopia confirma que en los
huesos persiste la estructura celular y subcelular (Hagelberg et al. 1991 y Hummel,
1994).
Un interesante campo de investigación del ADN antiguo es el diagnóstico molecular de
enfermedades infecciosas presentes en restos humanos de notable antigüedad.
En el ámbito de la botánica, y también de la zoología, la investigación del ADN antiguo
permite ayudar a esclarecer relaciones filogenéticas entre algunas especies y sus
predecesores evolutivos, así como a esclarecer cuestiones de ecología de animales ya
extintos, a partir de los restos hallados en sus coprolitos, permitiendo determinar que
especies animales y/o vegetales se encontraban en su dieta, esta técnica se denomina
coproscopia molecular (Poinar et al., 1998).
Los éxitos más mediáticos de las investigaciones con ADN antiguo, sin lugar a dudas, son
los surgidos en el ámbito de la Medicina Forense, donde de forma cotidiana se esclarece la
identidad de personas desaparecidas, e incluso la de delincuentes que perpetran delitos
graves a través de sus restos biológicos depositados en el lugar del crimen, o sobre los
cuerpos de sus víctimas.
Pero volviendo al ámbito que nos ocupa, el estudio de ADN antiguo en arqueología y
antropología, permite ayudar a obtener datos importantes de un yacimiento en particular,
enmarcándolo en el contexto de la población, y también puede ayudar a esclarecer o a
construir teorías generales sobre grupos de poblaciones, incluyendo sus relaciones y
migraciones.
Se puede así determinar el sexo en casos en que no sea factible la determinación
morfológica, por ejemplo en el caso de restos óseos muy fragmentarios y deteriorados, o
de individuos infantiles, en los que no se han definido aún las diferencias sexuales a nivel
anatómico. También es posible establecer relaciones de parentesco entre distintos
individuos de un mismo yacimiento, genealogías entre diferentes poblaciones
emparentadas entre sí, movimientos migratorios.
Otra posibilidad es conocer el periodo y lugar en que pudo domesticarse algún tipo de
especie vegetal con la agricultura, o animal con la ganadería.
Sin embargo, no debemos olvidar otro grave problema, además de lo frágil que resulta el
ADN antiguo, y lo complejo que es su aislamiento e investigación, debemos considerar la
posibilidad de contaminación con ADN exógeno, incluso moderno, como consecuencia de

37
una manipulación inadecuada desde el propio yacimiento, hasta el laboratorio de
investigación.

38
Por todo ello, los estudios de ADN antiguo son muy costosos, consumen gran cantidad
de tiempo y los resultados son escasos. Al menos en la situación actual, por lo que se
reservan para detectar enfermedades de alta incidencia, que dejen una huella morfológica
o que puedan ser utilizadas como marcadores poblacionales. Actualmente, se han
conseguido resultados interesantes en enfermedades genéticas como la fibrosis quística, o
la Beta Talasemia, así como en la investigación de agentes infecciosos tales como
Mycobacterium Tuberculosis, Mycobacterium Leprae, Yersinia Pestis, Bacillus Antracis,
o el virus de la Hepatitis E. Esto ha dado pie a que se hable de nuevas disciplinas, la
Paleobacteriología, la Paleoepidemiología y la Paleogenética.
A pesar de las dificultades metodológicas anteriormente comentadas, el Diagnóstico
Paleopatológico Molecular Positivo, tiene la ventaja única de que el nivel de confianza
alcanzado será difícilmente superable por otros criterios, si se demuestra que los
resultados son correctos.

UTILIDAD DE LAS TECNICAS DE DIAGNOSTICO POR LA


IMAGEN EN PALEOPATOLOGÍA

Desde que se inició a finales del siglo XIX el diagnóstico por la imagen mediante el uso
de los Rayos X, la Paleopatología se ha servido de los recursos que la técnica ponía a su
disposición, y pronto, a la radiología convencional siguieron otras técnicas.
Por el contrario, los ultrasonidos, no parecen tener, de momento, grandes aplicaciones,
algo parecido a lo que ocurre con la Resonancia Magnética, pues con dicha técnica, la
imagen se forma a partir de los núcleos de hidrógeno, relativamente escasos en los
huesos secos. En cualquier caso, podría ser que el estudio de otros núcleos atómicos si
fuese de interés en Paleopatología, el devenir de los acontecimientos nos lo dirá. En el
momento actual, tan sólo tendrían cierta aplicación sobre restos de partes blandas
convenientemente rehidratados, y ello con unos resultados bastante limitados.
Aún a fecha de hoy, la radiología convencional es la técnica de imagen más utilizada en
el estudio de restos esqueléticos, así como en cuerpos momificados, donde posibilita la
comprobación de la estructura esquelética, lo que nos aportará datos orientativos sobre el
sexo y edad del individuo, así como de la presencia o ausencia de órganos o vísceras. Sin
embargo, esta técnica es bidimensional, por lo que deberemos tener en cuenta que las
imágenes de diferentes estructuras se nos superpondrán en un único plano. También es la
técnica más económica, pues podemos hacer uso de los servicios de radiodiagnóstico de
cualquier hospital o consulta, incluso clínicas veterinarias llegado el caso, siendo
perfectamente válidos los equipos portátiles, aunque, de forma preferente, se usarán
aquellos equipos que dispongan de diferentes focos de emisión de radiación, con el fin de
obtener de ellos mayor rendimiento. Habitualmente se utilizan las proyecciones
convencionales en radiodiagnóstico humano, siendo aconsejable no radiografiar
conjuntos de huesos, pues al tener diferentes tamaños y densidades radiológicas,
precisarán diferentes exposiciones, tan sólo cuando pretendamos radiografiar una
articulación, donde los huesos están desarticulados, podrían colocarse en posición
anatómica, en el resto de ocasiones, es preferible radiografiar huesos de uno en uno en
cada placa radiográfica.
Cuando el estudio radiológico se registra en un soporte digital, en vez de en una placa
radiográfica, estaremos hablando de Radiografías digitales, por lo demás, la técnica es
prácticamente idéntica a la radiología convencional. La diferencia más significativa es la
39
posibilidad de usar haces de rayos X atenuados, donde el equipo registrará la intensidad
de las diversas atenuaciones sufridas por las estructuras atravesadas en forma numérica,
posibilitando así reducir las interferencias ocasionadas por la superposición

40
de estructuras en una misma proyección. También es posible almacenar muchísimas
imágenes en un espacio muy reducido.
Dada la importancia de la dentadura, su estudio radiológico también podrá aportarnos
datos de interés, es por esto que la ortopantomografia puede utilizarse en
Paleopatología. Con esta técnica, pueden visualizarse de forma panorámica ambas
arcadas dentarias, superior e inferior, incluso en una misma proyección si se conserva el
cráneo y la mandíbula inferior de un mismo individuo, y se coloca en posición
anatómica. De este modo, podremos apreciar el grado de desgaste dentario, la posible
existencia de malposiciones, inclusiones dentarias, tumores, abscesos, etc. E incluso, en
individuos subadultos, podremos estimar su edad cronológica aproximada al comprobar
que piezas dentarias definitivas y/o deciduales han hecho su aparición, y cuales aún
permanecen en sus alvéolos si hacer aún su erupción.
En sujetos vivos, esta técnica también es válida para estudiar las articulaciones témporo-
mandibulares, sin embargo, en el caso de los restos óseos, con frecuencia desarticulados,
no siempre se conservan todas las porciones óseas, pueden haberse perdido, deformado,
o dañado con el paso del tiempo.
Ya se ha hecho mención del problema que supone para la radiología convencional la
superposición de diferentes estructuras en una misma imagen, este problema desaparece
si utilizamos la Tomografía Computerizada, con esta técnica, el haz de rayos X no
incide sobre una placa fotográfica, sino que se convierte en un código numérico que,
procesado por un ordenador, permite reconstruir imágenes de planos tomográficos del
objeto investigado. Es decir, es como si viésemos delgados cortes transversales de dichos
objetos. Con esto se evita la superposición de estructuras, a la vez que nos permite
visualizar objetos y detalles que escaparían a otras técnicas. A pesar de su utilidad, en la
actualidad, continúa siendo la radiología convencional la técnica de imagen más
utilizada, muy posiblemente por lo asequible y barato que resultan sus instalaciones.
A estas técnicas, ha venido a unirse el análisis de imagen computerizado. Se trata de
ordenadores especialmente diseñados para medir dimensiones espaciales y densidades de
grises en imágenes tomadas mediante un dispositivo periférico. Las imágenes así
obtenidas serán después analizadas mediante un software especialmente diseñado para
estos fines. Una vez que la imagen ha sido, de este modo, discriminada, posee una
naturaleza binaria que nos permite cuantificarla, generando los siguientes parámetros:
 Parámetros morfométricos, relacionados con la extensión, forma y dimensiones
de las estructuras investigadas.
 Parámetros porcentuales, con indicación del porcentaje ocupado por las zonas
discriminadas.
 Parámetros densitométricos, con información cromática.
 Parámetros evaluativos, con tratamiento matemático o estadístico de la
información anterior.
De este modo, podemos estudiar con más comodidad lesiones óseas, pero también
aproximarnos a la edad cronológica de un individuo en el momento de su muerte
estudiando huesos largos, por ejemplo un fémur, e incluso su sexo. En sujetos juveniles,
pueden realizarse estudios histomorfométricos en su cresta ilíaca, lo que nos permitirá
conocer su edad cronológica en individuos menores de veinte años. Como puede
imaginarse, también es de utilidad en el caso de momias.
Dentro del ámbito de estas técnicas, debemos mencionar el análisis de imagen
tridimensional, lo que nos permite realizar una reconstrucción tridimensional de
imágenes de cráneo con el fin de establecer, a partir de éstas, la métrica craneal con un
elevado grado de precisión, sin necesidad de usar métodos invasivos y destructivos. De
41
este modo, podemos reconstruir las facciones que tendría en vida un cráneo, lo que no es
sólo de interés en Antropología Física, sino también en Antropología Forense, de cara a
identificar de forma positiva al propietario de los huesos investigados.

UTILIDAD DE LA PALEOHISTOPATOLOGÍA

Aunque pueda parecer lo contrario, la Paleohistopatología no sólo tendría interés en el


caso de restos momificados, donde podríamos efectuar cortes en sus partes blandas,
teñirlos con las técnicas adecuadas, y observarlos al microscopio. También los huesos
son susceptibles de ser estudiados al microscopio, pero al igual que ocurre en la
Histopatología convencional, es preciso descalcificarlos previamente utilizando ácidos,
aunque con algunas modificaciones a tener en cuenta sobre huesos secos, pues estos son
más quebradizos y sufren daños con más facilidad que los huesos recientes. Otra técnica
utilizada es cortarlos cuidadosamente en finas láminas que a continuación son lijadas o
esmeriladas con polvo de diamante, hasta obtener láminas de unas cincuenta micras,
aptas para ser tratadas con colorantes. Como vemos, se tratan de técnicas destructivas,
por lo que su utilidad será limitada. Sin embargo, también tiene una ventaja, puede
aplicarse en fragmentos óseos muy pequeños, no necesariamente sobre huesos grandes
intactos, de hecho, pueden usarse fragmentos sobre los que casi no podremos hacer otro
estudio. También nos permite diferenciar huesos humanos de huesos animales.
Finalmente, puede ser útil para conocer, dentro de ciertos límites, la edad cronológica y
tafonómica de los restos óseos, contribuyendo así a conocer mejor la historia de las
sociedades humanas.
Podremos así diagnosticar los llamados síndromes osteoarqueológicos. Los más
conocidos son la hiperostosis porótica, los callos de fracturas óseas, la osteoartropatía
hipertrofiante néumica de Pierre-Marie Bamberg, déficit de vitamina C, infartos óseos,
tumores y pseudotumores, displasias fibrosas, osteítis, periostitis, osteoperiostitis,
osteomielitis, eburneización periostótica, sífilis, hiperostosis espongiótica, osteomielitis
hematógena esclerosante, osteítis casificante tuberculosa, condrodistrofia, raquitismo,
osteogénesis imperfecta, enfermedad marmórea de los huesos, osteopatías endocrinas,
tales como los hiper e hipoparatiroidismos, osteomalacia, osteoporosis, síndrome de
Cushing, raquitismo, cretinismo, hipertiroidismo, acromegalia, etc.
Sin embargo, deberán ser tenidos en cuenta los posibles cambios pseudopatológicos
postmortem sufridos por el esqueleto, bien por causas tafonómicas, o bien por
fosilización de los restos óseos, que con frecuencia, sufren el fenómeno conocido como
recristalización, sobre todo en la superficie que estuvo en contacto con el suelo, al
aumentar de tamaño los cristales de hidroxiapatita con el curso de la fosilización. El calor
procedente de cremaciones humanas también produce cambios en los restos óseos,
cambios como la fusión y recristalización de los compuestos derivados de la hidrólisis
térmica de la hidroxiapatita, que ocasionan retracción, figuración, formación de vesículas
en la matriz ósea, estallido-canalización de los conductos de Havers, así como excoriación
y formación de aglomerados en el tejido óseo. Siempre será necesario hacer un
diagnóstico diferencial correcto entre los síndromes osteoarqueológicos y los cambios
pseudopatológicos postmortem.
Con la Paleohistología también podemos conocer los procesos de descomposición ósea
ocasionados por agentes microbianos y fúngicos a lo largo del tiempo.

42
Pero donde verdaderamente la Paleohistopatología posee un campo de aplicación
sumamente interesante es en el estudio anatomopatológico de los tejidos blandos
procedentes de cadáveres momificados total o parcialmente. Incluso el gran patólogo del
siglo XIX Virchow tuvo ocasión de estudiar algunas momias egipcias. Las técnicas

43
básicamente son las mismas que las usadas en patología clínica, con la única salvedad de
que conviene rehidratar previamente las muestras a utilizar. Una vez rehidratadas, el
procesamiento de las muestras, corte, tinción y preparación es prácticamente idéntico a
los métodos usados por cualquier patólogo, sin embargo, para interpretar los posibles
hallazgos, es precisa cierta experiencia, pues el proceso de momificación, así como el
paso del tiempo, indefectiblemente, introducen “artefactos” que pueden confundirse con
patologías para el ojo del patólogo no prevenido contra estas contingencias. Por ejemplo,
el núcleo de las células ha desaparecido, o es prácticamente irreconocible en la práctica
totalidad de los tejidos. Los órganos con reducido componente estromal y muy ricos en
fluidos, tales como el encéfalo, hígado, páncreas suelen ser prácticamente irreconocibles,
por el contrario, aquellos con un menor componente acuoso, y una mayor proporción de
fibras conjuntivas, se conservan relativamente bien, es el caso del músculo esquelético,
corazón, útero, e incluso la pared del intestino.
En el caso de que se estime conveniente practicar este tipo de pruebas a las momias,
conviene tener en cuenta que con frecuencia, no es necesario ocasionar grandes daños a
las mismas para obtener las muestras necesarias, ni que decir tiene, el examen externo no
ocasiona perjuicio alguno, y con frecuencia, pueden usarse técnicas endoscopicas a
través de orificios naturales para obtener las muestras. No debemos olvidar que las
momias artificiales, como es el caso de las egipcias, en la mayor parte de las ocasiones,
habrán sido evisceradas, por lo que no podremos disponer de prácticamente ningún
órgano interno, pero si de piel, tejido celular subcutáneo, músculos y huesos. Esta
situación limita los posibles hallazgos, pero no imposibilita obtener datos interesantes
sobre Paleopatología, Paleoepidemiología y Paleodemografía.
Otra técnica mínimamente invasiva consiste en abrir pequeñas “ventanas” en diferentes
localizaciones, en la piel y tejidos de la cavidad torácica, cavidad abdominal, o donde se
considere conveniente, para, a través de ellas acceder al interior del cuerpo momificado,
realizar un estudio macroscópico, e incluso obtener muestras susceptibles de ser
utilizadas para su estudio Paleohistopatológico.
Algunos autores incluso utilizar gruesas agujas para obtener cilindros de tejido, lo que
minimiza los daños ocasionados en la momia, sin embargo, el pequeño volumen de tejido
obtenido, limita considerablemente su utilidad.
Los métodos más lesivos para las momias, pero a la vez, los que permiten conocer en
profundidad las posibles patologías, exponiendo todas las cavidades corporales, con sus
respectivos órganos, son las técnicas autópsicas.
A la hora de interpretar los resultados, deben tenerse en cuenta algunas posibles causas
que modifican las momias, tales como la posible pérdida de sustancia por traumas
naturales o artificiales ocurridos postmortem, tales como los derrumbamientos, ataques
de animales carroñeros y/o fauna cadavérica, arrancamientos producidos durante el
propia excavación por manipulaciones poco cuidadosas, etc.
Con frecuencia, los cadáveres, aun momificados, sufren cambios postmortem que deben
ser tenidos en cuenta para no confundirlos con patologías. Con frecuencia, la
momificación no ha sido del todo eficaz, y se producen ciertos fenómenos cadavéricos,
con liberación de gases, y putrefacción parcial, lo que puede ocasionar falsas
herniaciones, con protrusión completa o parcial de algunos órganos, tales como la
lengua, el útero y el recto, o incluso la salida del contenido gástrico al interior de la
cavidad abdominal por autodigestión postmortem de su pared.
También debe ser tenida en cuenta la posibilidad de encontrar esporas u hongos
contaminantes sin reacción tisular alguna.

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A veces se encuentra material del terreno, arenoso, o pulverulento en el interior de las
vías aéreas, e incluso en los espacios alveolares de los pulmones, materiales que han

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penetrado hasta ahí postmortem, como consecuencia de la presión negativa generada por
el colapso del tórax, que succiona aquellos materiales que, por su tamaño, pueden
penetrar por los orificios respiratorios o la boca.
Para rehidratar los tejidos, Ruffer, en el siglo XIX utilizó la primera fórmula, constituida
por:
 Alcohol, 30 partes.
 Agua, 50 partes.
 Carbonato Sódico al 5 %, 20 partes.
Otra fórmula más reciente, es la de Sandison, constituida por:
 Alcohol, 30 partes.
 Formol al 1%, 50 partes.
 Carbonato Sódico al 5%, 20 partes.
La Inmunohistoquímica también encuentra su campo de aplicación en Paleopatología, lo
que permite diagnosticar tumores, cuando la Histopatología no es capaz de precisar su
presencia o ausencia fuera de toda duda.
También puede así extraerse ADN de las momias, para lo cual, deberán manipularse con
extremo cuidado, usando los medios adecuados para no contaminarlas con ADN extraño,
procedente, la mayor parte de las ocasiones de los propios investigadores y sus auxiliares.
De este modo, no sólo podrá estudiarse el ADN de los cuerpos momificados, sino también
el de posibles enfermedades infecciosas y parasitarias, no sólo de sus tejidos, sino también
de su contenido intestinal, así como de las heces presentes en su intestino grueso. E
incluso, en su contenido gástrico, podrá, mediante el estudio de ADN del material
extraído, conocer la composición de los alimentos que ingirió en su última comida.
La Microscopía Electrónica, con sus limitaciones, también puede ser utilizada en
tejidos procedentes de momias. Algunas de las técnicas más usadas con el microscopio
electrónico de transmisión, el microscopio electrónico de barrido, la espectroscopia de la
energía dispersiva de los rayos X (EDS, EDX), la microscopia de barrido confocal, la
microscopia electrónica de barrido de emisión de campo (MEBEC), así como la
espectrometría de la longitud de onda dispersiva de rayos X (WDS).
Si la microscopía óptica ya tenía limitaciones en el sentido de que los núcleos celulares
suelen desaparecer, así como apreciarse una destrucción más o menos evidente de la
estructura microscópica, como puede imaginarse, la ultraestructura celular también sufre
profundas modificaciones que deben ser tenidas en cuenta a la hora de interpretar las
imágenes ampliadas que nos aportan estas técnicas, la mayoría de las ocasiones, muy
artefactadas. La mayoría de los autores coinciden en la conveniencia de realizar
simultáneamente un estudio histopatológico convencional del mismo tejido que se
estudia con técnicas de microscopía electrónica, para así poder identificar fuentes de
artefactación, tales como la presencia de pigmentos, materiales inorgánicos añadidos,
presencia de parásitos o microorganismos, así como huellas de su actividad.
Como en casi todas las ocasiones, será conveniente que quienes realizan este tipo de
investigaciones, posean suficiente experiencia, así como un importante archivo
bibliográfico, y una considerable recopilación iconográfica, de este modo, se evitará
perder mucho tiempo en búsquedas infructuosas, o por el contrario, se evitará encontrar
más hallazgos de los que realmente existen.

PALEOPATOLOGIA ODONTOESTOMATOLOGICA

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La Paleodontología, también conocida como Paleoestomatología, es la rama del
conocimiento humano que estudia las estructuras, funciones y enfermedades del aparato

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o sistema estomatognático, a partir de restos humanos procedentes de tiempos antiguos,
sin concretar un periodo de tiempo concreto, como todas las ciencias relacionadas con la
Paleopatología es una ciencia de carácter retrospectivo.
Los dientes son la estructura corporal más resistente del organismo humano, y de hecho,
son los que mejor resisten el paso del tiempo, aun en condiciones adversas de
conservación, siendo habitualmente los últimos en desaparecer si no se fosilizan o
conservan. Incluso en casos de intento de calcinación de un cadáver con fines criminales
para intentar ocultar el cadáver, o al menos de dificultar la identificación positiva de la
víctima, se conservarán con frecuencia, obligando a realizar un esfuerzo suplementario
en el intento de hacerlos desaparecer.
Por este mismo motivo, la cavidad pulpar de cada una de las piezas dentarias, es el
espacio más protegido del organismo, especialmente si se encuentra dentro de su alveolo,
por tal motivo, el contenido de dicha cavidad pulpar en un medio magnífico para estudiar
el ADN nuclear, así como el ADN mitocondrial de su propietario. Estas técnicas tienen
cada vez más aplicación, especialmente en odontología forense.
Mediante la Paleodontología podemos conocer el sexo y edad de un individuo, así como
aproximarnos al contenido de su dieta habitual, de ciertas características de su cultura, y
por supuesto, los posibles procesos patológicos y alteraciones diversas.
Con respecto a la determinación del sexo, es preferible el uso de los huesos del anillo
pélvico, sin embargo, la dentadura puede ser útil en ausencia de los mismos, puesto que
desde el punto de vista antropológico, los dientes de los varones suelen ser de mayor
tamaño que los de las mujeres, lo mismo ocurre con la robustez de la mandíbula, así como
en las inserciones musculares maxilares y mandibulares. Sin embargo, en parte de la
población no es posible establecer diferencias significativas en su dentadura entre ambos
sexos, son los denominados individuos alofisos. Tampoco podremos establecer el sexo de
dentaduras pertenecientes a individuos infantiles o subadultos.
Por el contrario, mediante la dentadura, podremos conocer la edad de un individuo con
más exactitud que con el resto del esqueleto, es decir, la edad ósea es menos fiable que
la edad odontológica. A tales efectos, utiliza los siguientes criterios:
 La cronología de la erupción de las piezas dentarias, con sus tres denticiones,
decidual, mixta y permanente.
 El grado de mineralización de los dientes.
 La aposición de dentina y cemento secundarios.
 El grado de desgaste oclusal de los dientes.
 El grado de desgaste interproximal de los dientes.
 El número de pérdidas dentarias y su causa (caries, periodontopatías,
traumatismos,…).
El desgaste dentario puede darnos mucha información sobre el modo de vida del
individuo, en la superficie del esmalte dentario, se produce cierto grado de atrición
ocasionada por el desgaste fisiológico durante la masticación, pero también podemos
encontrar abrasión, ocasionada por el desgaste patológico debido a parafunciones como
el bruxismo, o el contacto con sustancias abrasivas, y finalmente podemos encontrar
erosión, consistente en un desgaste químico por contacto con sustancias ácidas, no por la
presencia de bacterias.
El desgaste puede estar relacionado con los hábitos alimenticios, pues los vegetales
crudos contienen fitolitos, y como consecuencia, con el paso del tiempo, rayan
paulatinamente los tejidos duros, pero también con los hábitos culturales, mostrando
mutilaciones dentarias, incrustaciones de metales preciosos, así como de piedras
preciosas y semipreciosas, pero también, del uso de la dentadura como “tercera mano”,
48
lo que incluso podría orientarnos hacia el tipo de actividad que realizaba de forma
predominante.
Con respecto a las alteraciones, anomalías y patologías de mayor interés en
Paleopatología, podemos destacar las siguientes:
 Alteraciones del desarrollo óseo y dentario: lo que incluiría las anomalías
congénitas, pero también las adquiridas, tales como las maloclusiones, o las
malposiciones dentarias, no sólo de los dientes, sino también de los huesos de los
maxilares y de la mandíbula.
 Alteraciones de carácter infeccioso o inflamatorio: es el caso de fístulas o
lesiones compatibles con procesos infecciosos dentarios y periodontales, así como
la pérdida del soporte óseo periodontal atribuible a periodontopatías, caries
coronarias o radiculares.
 Alteraciones de carácter quístico o tumoral: pueden descubrirse directamente
en la observación macroscópica de los restos, o bien mediante el uso de técnicas
radiográficas. Con frecuencia se observan lesiones compatibles con quistes o
tumores en los maxilares o en la mandíbula. Ni que decir tiene, el diagnóstico será
de presunción, puesto que no podremos hacer un diagnóstico histopatológico
definitivo.
 Pérdida de tejidos duros dentarios: lo que incluiría no sólo las caries, sino
también el desgaste de los dientes, sea cual sea su etiología.
 Traumatismos óseos y dentarios: con frecuencia, las condiciones de vida en la
antigüedad eran considerablemente más duras que las actuales, los hábitos
culturales, las luchas tribales, las guerras, la dieta alimentaria, así como la
supervivencia en un medio ambiente habitualmente hostil facilitan este tipo de
lesiones, tales como fracturas mandibulares, y con más frecuencia, de piezas
dentarias.
 Patología de la articulación témporo-mandibular: como consecuencia de
procesos degenerativos, pero también de traumatismos, directos o indirectos.
 Por la acción humana (Yatrogénia): son relativamente frecuentes las avulsiones
dentarias o exodoncias con finalidad estética, las mutilaciones y adornos de los
dientes por motivos culturales, no sólo en restos históricos, sino en culturas
actuales.
Con frecuencia, cuando descubrimos un cráneo, o una mandíbula aislada, no se
conservarán algunas piezas dentarias, lo que nos puede plantear el diagnóstico diferencial
entre si la perdida se produjo antemortem, o postmortem. Lo habitual es que sea
relativamente fácil llegar a una conclusión válida, para ello, deberemos observar el
estado del alveolo de la pieza ausente, si está reabsorbido, la pérdida fue antemortem, si
se conserva intacto, habrá sido postmortem.
También podemos encontrar casos de hipoplasia dental, sus causas más habituales son
genéticas o por trastornos alimentarios, habitualmente por déficit nutricionales de
vitaminas y/o oligoelementos. Si la hipoplasia afecta sólo al esmalte sería un caso de
amelogénesis imperfecta, y si afecta a la dentina, una dentinogénesis imperfecta. En
ocasiones, se evidencia un cambio de coloración del diente como consecuencia de la
hipoplasia.
Para que el estudio paleoestomatológico sea completo, la mayoría de los autores aconsejan
medir los diámetros mesio-distal y vestíbulo-lingual de cada una de las piezas dentarias
halladas.

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PALEOPATOLOGÍA DEL CRÁNEO Y DE SU CONTENIDO

En primer lugar, debemos tener en cuenta que estudio paleopatológico de un individuo,


debe realizarse sobre su esqueleto completo, sin embargo, guiados por un interés
puramente descriptivo, de alguna manera, conviene dividir el esqueleto es segmentos
para facilitar la exposición sistemática de los posibles hallazgos.
Por otra parte, conviene recordar también que el hueso no reacciona de una forma única
ante una misma lesión, por el contrario, puede hacerlo de diversos modos, que conviene
conocer. Un mismo mecanismo lesional puede ocasionar diferentes patrones de lesión, y
por el contrario, un mismo patrón de lesión puede estar ocasionado por mecanismos
lesionales muy diferentes, no relacionados entre sí.
Si ignoramos estos principios, a pesar de la experiencia, se pueden cometer errores
diagnósticos importantes.
Otro dato genérico que debemos tener en cuenta, es la toma minuciosa de cuantos datos
podamos recoger, a tales efectos son útiles los diagramas al uso que pueden encontrarse
en la bibliografía especializada, de este modo, podremos hacer estudios comparativos
con otros investigadores, e incluso con otros yacimientos de poblaciones relacionadas o
no con la que estemos investigando en cada momento. Si nuestro método es demasiado
creativo y personalizado, no se podrán comparar los resultados obtenidos con otros
individuos, lo que limitará la utilidad de los posibles hallazgos y su interpretación. Para
evitar este riesgo, basta con adaptarse a los criterios de clasificación al uso para cada
segmento corporal.
Y finalmente, es investigador deberá conocer la pseudopatología, es decir, todos
aquellos hallazgos que pueden parecer lesiones premortem o perimortem en el hueso,
pero que en realidad, son postomortem, bien ocasionadas por mecanismos tafonómicos,
bien por variaciones de la normalidad en la anatomía de un individuo concreto, sin que
esto represente necesariamente una patología, como sería el caso del hallazgo de un
hueso epactal, o hueso inca, en un cráneo, hallazgo que nunca debe confundirse con una
fractura, por ejemplo, sino como una variante de la normalidad.
Los huesos del cráneo, con excepción de la dentadura, no son los más resistentes del
cuerpo humano, pero si son los que aportan más información sobre el individuo en la
mayoría de las ocasiones, de ahí su interés en la Arqueología, y como no podía ser de otra
manera, también ocurre en Paleopatología.
Uno de los hallazgos más llamativos, con las trepanaciones, lo que, en la mayoría de las
ocasiones, no son propiamente hallazgos paleopatológicos, en realidad son consecuencias
de la actividad consciente y voluntaria de quienes las practicaron y/o se sometieron a ellas,
y no siempre con finalidad terapéutica para no sabemos muy bien que trastornos, en
ocasiones, la finalidad fue puramente ritualística, y sobre la que no tenemos datos
objetivos, es decir, sólo podemos especular sobre ella.
Son frecuentes los hallazgos de lesiones sobre el esqueleto del cráneo ocasionadas por la
actividad humana, lesiones ocasionadas durante la búsqueda de alimento, los
traumatismos accidentales, el ataque de animales, o incluso la actividad violenta,
ritualística o guerrera ocasionada por terceras personas, con o sin supervivencia de la
víctima.
También son extremadamente frecuentes los tumores benignos primitivos de los huesos
del cráneo, seguidos en orden de frecuencia por los tumores malignos primitivos también
50
de hueso, y en menor medida, los tumores metastáticos procedentes de otros órganos.
Los más frecuentes parecen ser los localizados en las fosas nasales.
La estirpe celular más frecuente de tumores benignos en el cráneo son los osteomas
osteóides, aunque fácilmente se pueden confundir con meningiomas osteogénicos.

51
Otros tipos de tumores que podemos encontrar referenciados en la bibliografía son los
tumores epidermoides, a veces en forma de reloj de arena, afectando tanto al exocráneo
como al endocráneo, fibromas, angiomas, aneurismas arteriovenosos, sinus pericranii,
neurinomas del nervio acústico.
A veces se observan patologías poco frecuentes, tales como la osteítis hipertrofiante
difusa, también conocida como Leontiasis ósea.
En cuanto a las infecciones infecciosas y parasitarias que pueden dejar su huella en los
huesos del cráneo, además de las patologías más frecuentemente documentadas, la
brucelosis, sífilis, lepra y tuberculosis, podemos encontrar otras, tales como la
osteomielitis, otitis, sinusitis, rinosinusitis, etmoiditis y mastoiditis, que tantos estragos
realizaron entre la población humana en la era preantibiótica.
Con respecto a las anomalías congénitas y hereditarias, son relativamente frecuentes los
hallazgos de cráneos con evidentes cambios volumétricos, del tipo de microcefalia y
macrocefalia, e incluso hidrocefalia, pero también encontramos cambios morfológicos,
tales como la trigonocefalia (sinostosis o fusión prematura de la fontanela metódica que
ocasiona un abombamiento mediofrontal del cráneo), la acrocefalia o acrobraquicefalia
(ocasionada por la sinostosis prematura de la sutura coronal, con lo que el cráneo gana el
altura), la oxicefalia (sinostosis prematura de todas las suturas, con lo que el cráneo no
puede ya crecer, y se ocasiona la microcefalia craneosinostósica), la plagiocefalia
(sinostosis precoz de la hemisutura coronal, asociada a veces con la hemisutura
lambdoidal contralateral, lo que distorsiona el cráneo y en ocasiones también la cara), la
paquicefalia (sinostosis de la sutura lambdoidal poco frecuente que ocasiona el
aplanamiento de la región occipital) y la más frecuente de todas, la escafocefalia
(sinostosis prematura de las sutura sagital que ocasiona la elongación del cráneo
conocida como hiperdolicocefalia, e incluso la aparición de una cresta sagital, similar a la
de algunos simios superiores como el gorila, lo que hace que el cráneo parezca el casco
de una barca invertida, lo que le da su nombre).
En la base del cráneo podemos encontrar anomalías tales como la platibasia (cuando la
apretura del ángulo de Welcker es superior a 140º), asociada con frecuencia a la
impresión basilar (penetración de la apófisis odontoides del axis por encima de la línea
de Chamberlein, a veces se asocia también a la asimilación del atlas o sinostosis del atlas
con el occipital) y la convexobasia, cuya causa no suele ser congénita, sino ocasionada
por la enfermedad de Paget del hueso craneal.
El esqueleto refleja con facilidad las enfermedades metabólicas, por lo que el cráneo,
como una parte del esqueleto más, puede ser asiento de hallazgos que nos hagan pensar
que su poseedor, presentó en vida determinadas patologías, tales como la anemia, dichos
hallazgos son la criba orbitaria, y la osteoporosis hiperostótica. Como causas más
frecuentes son las hipovitaminosis C, y en menor medida, B y A, las intoxicaciones, las
enfermedades crónicas inflamatorias o no, diversas parasitosis crónicas, tales como
paludismo, helmintiasis, amebiasis, tripanosomiasis, leishmaniosis, la conspicua lepra,
las carencias de hierro, la anemia falciforme, e incluso trastornos alimentarios y
nutricionales, tales como las hipoproteinemias o el fabismo (intolerancia al consumo de
habas).
Algunos hallazgos son casi específicos del sexo femenino, tales como la hiperostosis
frontal interna, ocasionada por una disfunción hipofisaria durante el climaterio, y el
adelgazamiento biparietal, que también suele relacionarse con la menopausia. Esta
lesión no debe ser confundida por las lesiones perimortem ocasionadas por scalp, en este
último caso, al intentar cortar la cabellera, se raspa la tabla externa de la bóveda craneal,
dejando marcas características.
52
HALLAZGOS PALEOPATOLÓGICOS EN LA COLUMNA
VERTEBRAL

El primer problema con que se encuentra el Paleopatólogo es que, con frecuencia, no


dispone de la columna vertebral completa, suelen faltar vértebras, e incluso pueden
haberse perdido grandes porciones de algunas de las vértebras de que dispone, y además,
es posible que estén todas revueltas, incluso con las vértebras de varios individuos
diferentes. En primer lugar, deberá identificar cada vértebra, y si esto no es posible, al
menos, conocer a que grupo pertenece, cervical, dorsal, lumbar o sacro- coccígea. Por tal
motivo, conviene conocer profundamente la anatomía de cada una de las vértebras
humanas, de este modo, será más fácil su diferenciación.
En segundo lugar, son frecuentes los hallazgos pseudopatológicos, para evitar errores
diagnósticos, el investigador deberá considerar las siguientes posibilidades:
 Todo hallazgo sospechoso de considerarse una lesión, cuya morfología es muy
similar a un rasgo considerado normal en hueso de otras localizaciones, debería
considerarse un variante normal, a no ser que se demuestre lo contrario.
 Salvo en casos excepcionales, es infrecuente que dos lesiones patológicas
localizadas en una misma vértebra se encuentren perfectamente delimitadas y sean
muy simétricas.
 El hallazgo de un carácter no claramente patológico, que se repite insistentemente
en diferentes vértebras del mismo individuo, o en vértebras de diferentes
individuos, tiene más posibilidades de estar relacionado con una variante normal
que con una patología.
 En los individuos infantiles y juveniles, debemos ser extremadamente cautos al
emitir impresiones diagnósticas.
 Las vértebras de transición entre los diferentes segmentos vertebrales presentan
mayor variabilidad morfológica que el resto de vértebras.
 Durante un búsqueda bibliográfica de variantes anatómicas consideradas
normales, es decir, no patológicas, conviene consultar ediciones antiguas, incluso
del mismo autor, pues con frecuencia, las sucesivas ediciones, amplían algunas de
sus secciones, pero también pueden haberse reducido otras, al considerarlas
suficientemente conocidas, o de menor interés.
Los hallazgos más frecuentes y variados, son las malformaciones congénitas del raquis.
Se localizan con mayor facilidad en las zonas de transición, concretamente, en la
charnela occipito-cervical, así como en las regiones dorso-lumbar y lumbo-sacra. Las
causas más frecuentes son la falta de desarrollo, así como la ausencia de fusión de uno o
varios segmentos durante el complejo desarrollo embrionario.
Entre las anomalías de la charnela occipito-cervical podemos reseñar la Platibasia, o
aplanamiento de la base del cráneo, la Impresión Basilar, o ascenso anómalo de las
estructuras situadas en la región del agujero magno al interior de la fosa posterior de la
cavidad craneal, lo que reduce el volumen de la capacidad craneal, puede ser congénita o
adquirida, y es posible que se asocie a otras malformaciones cráneo-vertebrales
congénitas. Las Malformaciones del agujero occipital incluyen hallazgos tales como
cambios en su diámetro, e incluso vertebralización del occipital, que puede manifestarse
como un tercer cóndilo occipital, o un proceso paracondíleo, entre otras posibilidades. Las
Malformaciones del Atlas incluirían el arco bífido del Atlas, consistente en una falta de
osificación del tercio medio del arco posterior del Atlas, y también la occipitalización o
asimilación del Atlas, a veces asociada con la fusión de la segunda, e incluso la tercera
53
vértebras cervicales. Las Malformaciones de la apófisis odontoides del Axis incluyen la
agenesia, o falta completa, la hipoplasia, o desarrollo deficiente, e incluso la presencia del
os odontoideum, o presencia de la apófisis odontoides como un

54
hueso independiente del resto del Axis; otra posibilidad es encontrar una apófisis
odontoides bífida, si está segmentada en sentido longitudinal. Bajo el término Síndrome
de Klippel-Feil se suele incluir la presencia de una fusión completa de dos o más
vértebras cervicales, es un defecto congénito del desarrollo que se produce por una falta
de segmentación entre la tercera y octava semanas del desarrollo embrionario
intrauterino, y suele asociarse a fusiones en otros segmentos vertebrales, así como a
elevación congénita de la escápula, presencia de costillas cervicales supernumerarias,
espina bífida, fisura del paladar óseo, cifosis y escoliosis.
Con respecto a las anomalías de los cuerpos vertebrales, los hallazgos más frecuentes son
las Hemivértebras, consistente en que una vértebra está constituida tan sólo por la mitad
de un cuerpo vertebral normal, encontrándose el resto ausente, suelen ocasionar
escoliosis y defectos del arco vertebral, con o sin consecuencias neurológicas, las
Vértebras en mariposa ocasionan una constricción central del cuerpo vertebral sin
afectación del canal medular, y los Bloques vertebrales congénitos consecuencia de la
falta de segmentación de las protovértebras o somitos vertebrales durante el desarrollo
embrionario, aunque también pueden producirse de forma adquirida, lo que reduce la
talla y movilidad del individuo.
Las anomalías del arco vertebral pueden ser consecuencia de alteraciones en la
formación, segmentación, maduración y osificación de esta región anatómica, y los
posibles hallazgos son la Raquisquisis o Espina Bífida, considerada la más frecuente de
todas las malformaciones vertebrales, consiste en la falta de fusión del arco vertebral en
su línea media, y puede afectar a una o a varias vértebras. Si este defecto afecta sólo al
segmento óseo, manteniéndose intactas las estructuras que cubren la médula espinal, es
posible la supervivencia del indivíduo, pero si se produce una espina bífida abierta, es
decir, con exposición de la médula espinal al exterior, las posibilidades de supervivencia
en épocas históricas es ínfima, por lo que no suelen ser hallazgos frecuentes, no porque
no se diesen en la antigüedad, sino porque su diagnóstico es sumamente difícil en huesos
perinatales; por el contrario, es un hallazgo frecuente, lo que denota que una espina bífida
oculta, con frecuencia, si no se asocian complicaciones neurológicas, es compatible con
una supervivencia prolongada. La Espondilolisis, puede ser unilateral o bilateral, y
consiste en un defecto localizado en el istmo o pars interarticularis de una vértebra, y
consistente en una solución de continuidad, o en una elongación que suele acompañarse
de un deslizamiento del cuerpo vertebral afecto sobre el inmediatamente inferior, lesión
conocida como Espondilolistesis. La causa más frecuentemente admitida son
microtraumatismos repetidos sobre una región genéticamente predispuesta por defectos
congénitos, o por posturas que faciliten esta lesión, y la posición erecta es, en sí misma,
un mecanismo predisponente. Esta última lesión es difícil de diagnosticar en un esqueleto
desarticulado. Otro posible hallazgo son las Barras vertebrales congénitas, o fusión
congénita de las láminas o pedículos vertebrales de varias vértebras adyacentes.
Otros posibles hallazgos son la Agenesia lumbo-sacra, de diagnóstico infrecuente al no
permitir una supervivencia prolongada. Más frecuentes son los hallazgos de Costillas
accesorias o supernumerarias, presentes en la región cervical, o lumbar.
Las Anomalías transicionales se producen cuando una vértebra incorpora alguna de las
características morfológicas de las vértebras adyacentes, y que no le correspondería
presentar. Puede ser un hallazgo unilateral o bilateral, parcial o completo, simétrico o
asimétrico, y suele ser más frecuente en la región lumbo-sacra. El hallazgo más frecuente
es la sacralización de la quinta vértebra lumbar, seguido de la sacralización del cóccix, y
la lumbarización de la primera vértebra sacra. A veces estas

55
sacralizaciones no son completas, lo que ocasiona un gran desarrollo de la apófisis
transversa de la vértebra sacralizada, lo que se denomina megaapófisis transversa.
La Escoliosis es una deformidad caracterizada por la presencia de una curvatura lateral y
una rotación vertebral sobre el eje fisiológico de la columna vertebral y es un hallazgo
muy frecuente.
Otros hallazgos frecuentes son la Cifosis, o aumento de la curvatura fisiológica del raquis
a nivel dorsal, con lo que ya deja de ser fisiológica, y termina por ser patológica, al
disminuir la movilidad y la estatura del individuo, así como por la posibilidad de ocasionar
una estenosis del canal medular, o una compresión de los nervios raquídeos en sus
agujeros de conjunción, o bien por una inversión de la curvatura fisiológica del raquis a
nivel cervical o lumbar, así como la Hiperlordosis, o aumento de la curvatura fisiológica
del raquis a nivel cervical o lumbar, con las mismas consecuencias.
Como era de esperar, las enfermedades degenerativas se encuentran ampliamente
representadas en los restos óseos históricos, hasta el extremo de que son los hallazgos
más frecuentes, puesto que a partir de la tercera y cuarta décadas de la vida, ya se
produce un proceso involutivo del esqueleto, más acentuado en individuos con una
condiciones de vida duras o difíciles, lo que puede ocasionar, si además se asocia a
déficit nutricionales, o defectos congénitos, que se presente a edades más tempranas. Por
estos motivos, la presencia de hallazgos compatibles con enfermedades degenerativas, no
siempre nos permite hacer un cálculo correcto de la edad de los individuos.
La Artrosis Vertebral se inicia con una degeneración del cartílago articular
intervertebral, que con el paso del tiempo, se extiende a otras estructuras, ocasionando
Discartrosis si se afecta la articulación disco-vertebral, una Artrosis Interapofisaria si
se afecta dicha articulación en exclusiva, o una Espondiloartrosis cuando se afecta la
articulación disco-vertebral y la articulación interapofisaria. El término Espondilosis
suele ser un concepto genérico que englobaría de forma general, cualquier tipo de lesión
degenerativa de la columna vertebral. Las regiones más afectadas son las que soportan
mayores presiones, tales como la transición Cerviño-dorsal, y la región lumbar baja. Los
hallazgos más frecuentes son la presencia de unas excrecencias óseas en posición más o
menos horizontal en los bordes articulares de los cuerpos vertebrales, denominados
osteofitos marginales, así como la eburneación o esclerosis ósea, consistente en una
mayor densidad ósea del hueso adyacente al disco vertebral o cartílago previamente
lesionado; su aspecto, liso y pulido, recuerda al marfil.
La Hiperostosis Anquilopoyética vertebral, también conocida como Hiperostosis
esquelética difusa idiomática (DISH), asimismo denominada Enfermedad de Forestier y
Rotés Querol, es una osificación progresiva del periostio, ligamentos y tendones del
esqueleto raquídeo y axial, con extensión a los huesos pélvicos, y debe diferenciarse de la
Espondilitis Anquilosante y de la Artrosis Vertebral. Puede localizarse en toda la
columna, pero afecta más a los segmentos dorsales medio e inferior, en su cara inferior, y
especialmente en el flanco derecho. Su distribución no suele ser uniforme en un mismo
individuo, y podemos encontrar dos o más vértebras osificadas y fusionadas entre sí,
junto a otras zonas intactas entre las afectadas, lo que no ocurre en la Espondilitis
Anquilosante, tampoco se observan erosiones, esclerosis y fusión de las articulaciones
sacroilíacas, tan frecuentes en esta última patología. No suelen afectarse tampoco las
apófisis articulares de las vértebras.
Con respecto a las enfermedades metabólicas que pueden afectar al raquis, si
consultamos un texto de clínica humana, encontraremos referenciadas tres grandes
enfermedades, la Osteoporosis, o disminución de la masa ósea, con alteración de la
microestructura de los huesos, lo que condiciona una mayor fragilidad, y por tanto, un
56
incremento de la posibilidad de sufrir fracturas óseas. No está pues deteriorada la
composición ósea, pues los huesos están debidamente mineralizados, sólo disminuye su
volumen, la masa ósea, en definitiva. Si lo que disminuye es la mineralización, estamos
hablando de una Osteomalacia, lo que también supone una mayor fragilidad ósea. Por el
contrario, si el hueso sufre un crecimiento anárquico, con una renovación ósea acelerada y
caótica, estamos hablando de la Enfermedad de Paget, donde de forma continuada, se
produce una destrucción ósea u osteoclastosis, con una inmediata remodelación con
crecimiento de hueso nuevo u osteoblastosis, con un predominio claro del crecimiento
sobre la destrucción, a pesar de lo cual, los huesos no son necesariamente más resistentes.
Sin embargo, en paleopatología, no siempre es tan fácil hacer un diagnóstico diferencial,
máxime cuando estas patologías pueden darse de forma coincidente en un buen número de
individuos, por motivos nutricionales, culturales, genéticos, medioambientales,
tafonómicos, climáticos, etc. Por tal motivo, la paleopatología ha acuñado el concepto
Síndrome osteoarqueológico de osteoporosis (Campo, 1999), y engloba en un mismo
esqueleto, hallazgos compatibles con osteoporosis y osteopenia.
Otro hallazgo muy frecuente en los restos óseos históricos son las lesiones de etiología
traumática.
Como consecuencia de las difíciles condiciones de vida, son frecuentes los hallazgos de
lesiones traumáticas en raquis, donde en ocasiones, incluso encontramos signos de
regeneración total o parcial, lo que indicaría una supervivencia prolongada tras sufrir la
lesión. En ocasiones también se encuentran fracturas patológicas, es decir, sin etiología
traumática, ocasionadas por desmineralizaciones de etiología nutricional-carencial o
metabólica, y con mayor frecuencia, por la presencia de tumores en el hueso vertebral,
tumores que a su vez pueden ser, primitivos de la columna, o metastásicos procedentes e
otros órganos y sistemas. Como en todo hallazgo de una fractura ósea, deberemos ser
minuciosos en la exploración, para no confundirla con lesiones postmortem, por causas
tafonómicas, o por manipulaciones inadecuadas durante la excavación, embalaje,
transporte y estudio posterior.
Tanto en el caso de restos históricos, como en la actualidad, son frecuentes los hallazgos
de Hernias Discales, así como de Nódulos de Schmörl, no son infrecuentes las Hernias
intraesponjosas, en estos casos, el núcleo pulposo del disco intervertebral no protruye
fuera del disco en un plano perpendicular a su eje, sino que se impacta en el interior del
cuerpo vertebral de una de las dos vértebras contiguas; todas estas lesiones son
consecuencia también de esfuerzos físicos continuados realizados en actividades
relacionadas con la supervivencia, agricultura, recolección, caza, guerra,
comportamientos culturales, etc.
Como en cualquier otra localización, las enfermedades infecciosas también pueden dejar
su impronta. Las que con mayor frecuencia se diagnostican en restos óseos encontrados en
nuestro medio, son las siguientes:
1. Espondilodiscitis Brucelósica, ocasionada por una bacteria, la Brucella
Mellitensis, que ocasiona una antropozoonosis, siendo su reservorio habitual
animales domésticos, tales como el ganado ovino, caprino y porcino, pero también
camélidos como las llamas y alpacas del nuevo mundo, por este motivo, es
frecuente en sociedades ganaderas, y en restos prehistóricos, en aquellas que han
iniciado la domesticación de animales salvajes para su aprovechamiento lácteo y
cárnico; también podemos encontrar esta bacteria en animales salvajes. El
hallazgo más frecuente es el conocido como Signo de Pedro-Pons, consistente en
una necrosis delimitada del borde antero-superior del cuerpo vertebral con signos
reactivos de proliferación ósea, a veces se desprende dicha zona
57
lesionada, que afecta, de forma mayoritaria al borde supero-anterior de las epífisis
vertebrales de la región lumbar, aunque también podemos encontrarla en otras
localizaciones, e incluso en las articulaciones sacro-ilíacas.
2. Espondilodiscitis Tuberculosa o Mal de Pott, ocasionada por la bacteria
Mycobacterium Tuberculosis, y en menor medida por otras, cuyo reservorio
habitual es el ganado vacuno, y que, en un 25-50 % de los casos, afecta a la
columna vertebral. Se localiza preferentemente en la región dorsal inferior, y en
la región lumbar superior. Con frecuencia se afectan varias vértebras en diferente
grado, coexistiendo vértebras intensamente destruidas, con incluso aplastamientos
masivos de sus cuerpos vertebrales, con otras que a pesar de su cronificación y
larga evolución, predomina la regeneración ósea sobre la destrucción. Con mucha
frecuencia se osifica el ligamento vertebral común anterior, lo que anquilosa las
vértebras afectas y reduce su movilidad. También es frecuente que ocasiones
escoliosis y cifosis importantes al aplastar significativamente varios cuerpos
vertebrales contiguos con integridad de los arcos posteriores.
3. Espondilodiscitis Piógena, ocasionada en la mayoría de las ocasiones por la
bacteria Staphylococcus Aureus, y ocasiona destrucción ósea de menor grado, y
con menos deformidad que la tuberculosis, asimismo, presenta una mayor
proliferación ósea con mayor número de secuestros óseos, sin embargo, con
frecuencia, no es posible realizar un diagnóstico diferencial definitivo con la
etiología tuberculosa, por lo que no dejará de ser un diagnóstico de presunción.
Los tumores también son frecuentes en el raquis, el tumor benigno más frecuente es el
Hemangioma, que puede llegar a ocupar todo el cuerpo de una vértebra sin ocasionar
sintomatología alguna, y que si no ocasiona el colapso de dicha vértebra, no llega a
diagnosticarse en vida de su poseedor. Los tumores que con mayor frecuencia
encontramos en la columna vertebral son las Metástasis de tumores que no son originarios
del hueso, ni siquiera del esqueleto axial, sino de otras estructuras y órganos. El siguiente
tumor más frecuente, es el Mieloma, aunque deberíamos decir los Mielomas, al ser varios
los tumores de esta familia los implicados. En esqueletos de individuos infantiles y
juveniles el tumor primario de hueso más frecuente es el Quiste óseo aneurismático, y se
localiza preferentemente en los elementos posteriores de las vértebras, es decir, en los
pedículos y láminas vertebrales.
Las metástasis de tumores mamarios y pulmonares afectan de forma mayoritaria a las
vértebras torácicas, y suelen ser de tipo osteolítico, sin reacción perióstica, por el
contrario, las metástasis de tumores de próstata suelen afectar a las vértebras lumbares, y
suelen ser de tipo osteoblástico, a veces con una reacción perióstica de aspecto
especulado.
Con frecuencia, la reacción del tejido óseo a la presencia del tumor hace que presente un
aspecto radiológico que se ha denominado Vértebra de Marfil (Kricun, 1993).
Un hallazgo muy frecuente en restos óseos de individuos de raza caucasiana es la
Espondilitis Anquilopoyética o Rizomélica, se trata de una enfermedad inflamatoria
crónica, cuya etiología es desconocida, que se inicia en las articulaciones sacro-ilíacas en
la segunda o tercera décadas de la vida, y va extendiéndose de forma ascendente por el
esqueleto axial, de forma continuada, y sin respetar ningún segmento, limitando su
movilidad y ocasionando grandes molestias, al producir una fibrosis y osificación de los
ligamentos y cápsulas articulares. En sus estadíos más avanzados, después de una
supervivencia prolongada, es frecuente la fusión de las articulaciones interapofisarias y la
osificación de los ligamentos interespinosos y supraespinosos a lo largo de la

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totalidad de la columna vertebral, lo que en el estudio radiológico del esqueleto axial
ofrece una imagen típica, como de un vía férrea con tres raíles (Resnick, 1996).
En esqueletos de individuos varones muy jóvenes, es relativamente frecuente encontrar
casos de Enfermedad de Scheuermann o Cifosis del Adolescente, una osteocondritis
en la que se produce una epifisitis del esqueleto axial por una etiología desconocida, y
que predomina en la región dorsal, aunque se han descrito casos en la región lumbar
(Resnick, 1996), uno de sus signos distintivos es el Signo de Edgren Vaino, consistente
en un crecimiento exuberante de la plataforma vertebral adyacente en oposición al
nódulo de Schmörl. Ocasiona una intensa cifosis al tratarse de huesos en crecimiento.

LA PATOLOGÍA TRAUMÁTICA EN PALEOPATOLOGÍA

Cuando nos representamos mentalmente el tipo de vida que deberían llevar los diferentes
grupos humanos en los primeros periodos de la historia del hombre, nos los imaginamos
sometidos a todo tipo de peligros en medio de una naturaleza adversa a la que había que
arrancar trabajosamente los recursos necesarios para sobrevivir, siempre en pugna
continua con otras especies competidoras, poderosos depredadores, y en un estado
permanente de alerta, por no decir, prebélico con otros grupos humanos vecinos o con los
que convivían en el mismo territorio. Sin embargo, sorprende comprender que las lesiones
traumatológicas son más frecuentes y graves en sociedades tecnificadas y modernas que
en las que podríamos denominar primitivas.
Parece juicioso suponer que las lesiones de partes blandas debían ser más frecuentes que
las fracturas, sin embargo, estas lesiones difícilmente dejan su impronta en el esqueleto,
por lo que sin duda, están siendo infradiagnosticadas por este motivo. Es por esta causa
que los hallazgos traumatológicos más frecuentes en Paleopatología son las fracturas,
lesiones que se producen cuando un segmento de hueso no es capaz de resistir la fuerza
de una acción mecánica ejercida contra él, lo que finalmente rompe su estructura. Aquí
más que nunca deberemos ser cuidadosos en su diagnóstico, pues, como ya se ha dicho
anteriormente, son frecuentes las fracturas postmortem que nada tienen que ver con los
acontecimientos vividos por el propietario de esos huesos, sino con lo ocurrido a lo largo
de la historia con sus restos. Cuando el lesionado pudo sobrevivir a la fractura, y se
comprueban signos de regeneración en la lesión, el diagnóstico diferencial si aparece de
forma clara, pudiendo afirmar sin temor a equivocarse que se trata de una fractura
antemortem.
Por este motivo, ante la presencia de una fractura en un hueso, además del estudio
macroscópico de la misma, es conveniente practicar un estudio radiológico, e incluso, si
es posible, otro microscópico. Además, conviene conocer el estado de las articulaciones
próximas, pues en caso de fracturas no consolidadas, o que lo han hecho en una posición
que se aleja de la posición anatómica del hueso, con una supervivencia prolongada, lo
habitual es que algunas de estas articulaciones, hayan sufrido un desgaste suplementario,
fácilmente objetivable si se han producido en regiones simétricas, como los miembros, de
este modo, podremos establecer comparaciones con el miembro contralateral, si es que se
ha conservado y podemos disponer de él. A pesar de todo, en ocasiones, no seremos
capaces de determinar si una fractura se ha realizado perimortem, sin supervivencia de la
víctima, o postmortem, tal y como ocurre en huesos planos, tales como las costillas, o las
escápulas.

59
Por otra parte, hay signos que pueden orientarnos hacia la data de la fractura, en general,
se considera que si la fractura sigue una trayectoria espiroidea que incluso puede alcanzar
a otros huesos vecinos, se ha producido estando viva la víctima. Otro ejemplo interesante
es que, si en el momento de encontrar el esqueleto, los fragmentos de la

60
fractura se encuentran acabaldados, se considera que es produjo antemortem, y que la
contracción muscular vital produjo dicho acabalgamiento.
En cuanto a la etiología de las fracturas, podemos decir que donde hay una fractura ósea,
hubo un traumatismo, sin embargo, debemos recordar la posibilidad de que se haya
producido una fractura sin traumatismo, es el caso de las Fracturas Patológicas, por
ejemplo, los aplastamientos vertebrales que se producen en los cuerpos vertebrales de los
individuos añosos, sobre todo de sexo femenino, como consecuencia de una intensa
osteoporosis cuasi fisiológica, ocasionada por la propia edad avanzada, factores
hormonales, y nutricionales, que disminuyen la mineralización ósea, haciendo el
esqueleto más frágil, e incluso sufriendo fracturas sin traumatismos, o ante traumatismos
mínimos que no justificarían por sí solos estas lesiones. Algo parecido podría ocurrir ante
la presencia de un tumor en un hueso, si debilita su estructura, puede ser responsable de
la aparición de fracturas patológicas.
A su vez, los traumatismos responsables de las fracturas pueden ser de etiología
accidental, o provocada, en este caso, se incluirían todas aquellas ocasionadas en
conflictos individuales o colectivos, como consecuencia de los cuales, al menos uno de
los contendientes ha sufrido lesiones que interesan a su esqueleto. En ocasiones no
podremos realizar un correcto diagnóstico diferencial, pero en otras, encontraremos un
fragmento del instrumento impactado en el hueso, sobre todo en el caso de instrumentos
líticos, o incluso si se produjo por un arma de fuego, en otros encontraremos cortes en el
hueso, especialmente si se produjo la muerte del individuo de forma más o menos
inmediata, con lo que no se produjeron los fenómenos de remodelación ósea que, sin
duda, habrían modificado el aspecto de la lesión, dejándola irreconocible.
En los casos en que encontramos fracturas graves, como puede ser una fractura de fémur
mal consolidada, o una fractura de tibia que sufrió una osteomielitis a continuación, y a
pesar de ello, la víctima sobrevivió, nos permite aventurar que durante un periodo de
tiempo, recibió cuidados de terceras personas, pues no podía valerse por si mismo, ni
atender a sus necesidades básicas. Por otra parte, esta etapa de dependencia podía ser
considerablemente prolongada, pues la fractura podía no consolidar, ocasionando una
pseudoartrosis del hueso, o hacerlo en una posición no fisiológica, que dificultase la
funcionalidad del miembro, o en otras articulaciones funcionalmente relacionadas, o la
deambulación, o incluso provocando una sobrecarga en dicho miembro. En estos casos,
las posibilidades de supervivencia de un individuo abandonado a sus propios medios, con
frecuencia eran muy limitadas.

LA REUMATOLOGÍA EN PALEOPATOLOGÍA

En su origen, la Reumatología Clínica Humana, dedicaba su esfuerzo al estudio y


tratamiento de las enfermedades del aparato locomotor de etiología no traumatológica,
que por definición, en su mayoría, afectaban de un modo u otro a las articulaciones.
Etimológicamente, el vocablo rheuma significa “algo que fluye” en el idioma griego
clásico, por lo que en puridad, podría aplicarse a todas las afecciones de los distintos
fluidos corporales, aunque desde que en el año 1398, Jhon Trévise publicó su obra
Sometyme rewmatyk humors, considerada la primera obra que se refiere a las
enfermedades reumáticas en lengua anglosajona, se concretó su ámbito de aplicación a
las afecciones de las articulaciones. Sin embargo, en la actualidad, se incluyen también la
gran mayoría de las enfermedades autoinmunes, aunque, al no dejar algunas de ellas
huellas inequívocas en los restos óseos, con frecuencia, no seremos capaces de detectar a
61
estas últimas en los restos de interés paleopatológico, a no ser que conserven partes
blandas.

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Por tal motivo, en Paleopatología, se clasifican las enfermedades reumáticas en cinco
grandes grupos:
 Enfermedades reumáticas infecciosas definitivas.
 Enfermedades reumáticas probablemente infecciosas.
 Enfermedades reumáticas degenerativas.
 Enfermedades reumáticas traumáticas.
 Enfermedades reumáticas metabólicas.
La patología reumática degenerativa más extendida en los seres humanos es la
Osteoartritis, incluso se encuentra en restos de neandertales (Ortner y Putschar, 1981).
Es una vieja conocida en la Historia de la Medicina, aunque hasta el siglo XX, se
confundía con la Artritis Reumatoide y la Gota. La Osteoartritis es una enfermedad
crónica y lentamente progresiva que podemos encontrar en la totalidad de las
articulaciones, afecta al cartílago articular, pero también al hueso subcondral. Con el
tiempo, se rompe el cartílago en zonas puntuales, aquí, el hueso subcondral queda sin
protección ante la fricción, inevitable durante el movimiento de las articulaciones, por tal
motivo, el hueso se erosiona, y si el proceso continúa, el hueso reacciona esclerosándose
en esta zona, e incluso, puede aumentar la superficie articular proliferando hueso de
nueva creación, acompañado de cartílago articular en la periferia de la articulación, es lo
que se denomina osteofitos o en radiología picos de loro, como consecuencia de su
aspecto. Los primeros signos que puede detectar un Paleopatólogo son la nueva
formación de hueso, con ensanchamiento relativo de la articulación afectada, asi como su
porosidad. En casos muy evolucionados se puede encontrar porosidad severa, esclerosis
del hueso subcondral, e incluso eburneación.
Con frecuencia se considera que la Osteoartritis es una consecuencia inevitable de la
edad avanzada, lo que no es del todo cierto. Todos sabemos que cuanto más longeva es
una población, más probabilidades tendremos de encontrar con frecuencia casos de
Osteoartritis, pero olvidamos que las causas que determinan su aparición, tienen más
posibilidades de manifestarse en una persona añosa que en otra joven. Junto al
envejecimiento per se, no debemos olvidar otras etiologías probables, tales como el
efecto mecánico continuado que sobrecarga la capacidad de adaptación del aparato
locomotor, los trastornos hereditarios, inflamatorios, metabólicos y autoinmunes.
La Osteoartritis de rodilla parece tener con frecuencias causas ocupacionales y
posturales, tales como la flexión continuada de rodillas, o la genuflexión prolongada.
La Artritis Reumatoide es una enfermedad autoinmune muy frecuente en la clínica
humana, sin embargo, en Paleopatología, no siempre es fácil de diagnosticar, por la
sencilla razón de que incide con mayor frecuencia en las pequeñas articulaciones de las
manos y pies, para con el paso de los años, extenderse a otras articulaciones. Estos
huesos son especialmente frágiles, y se deterioran con facilidad, por lo que no siempre
podemos encontrarlos, al ser infrecuente encontrar el esqueleto completo de un mismo
individuo. Autores como Rotschild y Ro (1988) la describen en grupos poblacionales
precolombinos de más de cinco mil años de antigüedad, mientras que Ortner y Theobald
(1993), así como Brothwell (1973) la describen en restos humanos neolíticos.
Los hallazgos paleopatológicos que nos orientan hacia la presencia de una artritis
reumatoide son pequeñas erosiones destructivas que surgen en zonas yuxtaarticulares de
las falanges y huesos del carpo y el tarso. En casos más severos, podemos encontrar
lesiones osteoporóticas asociadas, así como cavidades líticas o geodas en los extremos de
las superficies articulares descritas. Al contrario de lo que ocurre con otras enfermedades
reumáticas, no es frecuente que ocasionen una fusión articular periférica, aunque este

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hallazgo, no descartaría de forma definitiva en algunos casos el diagnóstico de la artritis
reumatoide. Con frecuencia el diagnóstico diferencial con otras

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enfermedades reumáticas será causa de no pocos “dolores de cabeza” para el
paleopatólogo.
Las espondiloartropatías ya fueron descritas en el capítulo de las lesiones específicas del
esqueleto axial, es decir, de la columna vertebral. Aun así, recordaremos la Espondilitis
Anquilopoyética, dada su frecuencia.
La Artritis Psoriásica, es también difícil de diagnosticar, puede afectar a articulaciones
sinoviales y cartilaginosas, generalmente es poliarticular, y afecta al esqueleto axial
simultáneamente con el esqueleto apendicular, aunque presenta un claro predominio con
las pequeñas articulaciones de manos y pies, lo que nos puede confundir con la artritis
reumatoide. Resnick y Niwayama (1988) describen las lesiones de las articulaciones
interfalángicas con un aspecto redondeado, que presentan una erosión en forma de taza
en el extremo del hueso, cuyo final se asemeja a la forma de la punta de un lápiz por un
proceso erosivo osteolítico. Otra causa que limita su diagnóstico, es que suele presentarse
en sujetos mayores de cincuenta años, por lo que en poblaciones poco longevas, no será
un hallazgo frecuente.
El Síndrome de Reiter, además de afectar a las articulaciones sinoviales, sínfisis y zonas
de inserción de los músculos, puede afectar a otros órganos y estructuras no articulares.
Muestra preferencia por las articulaciones de los miembros inferiores, y en especial, de
los pies. También puede afectar al esqueleto axial de forma no uniforme, respetando
amplios segmentos, los sindesmofitos no son marginales habitualmente. El hallazgo más
frecuente que nos orienta hacia este diagnóstico es la anquilosis articular periférica.
La Hiperostosis Esquelética Idiopática Difusa, se confunde con frecuencia con la artritis
reumatoide, aunque Aufderheide y Martín (1992) la describen como osificación de los
ligamentos que rodean las vértebras, especialmente en su cara antero-lateral, produciendo
una anquilosis de las mismas sin enfermedad intervertebral, y respetando la altura del
cuerpo vertebral. Autores como Crubézy y Trinkaus (1992) la describen ya en restos
neandertales. También afecta a las entesis o inserciones osteomusculares del resto del
esqueleto axial y apendicular.

LOS MARCADORES DE ESTRÉS OCUPACIONAL EN


PALEOPATOLOGIA

Según Edynak (1976), los posibles estilos de vida de poblaciones humanas antiguas, se
pueden sugerir a partir de la interpretación de los marcadores de estrés y las evidencias
etnográficas.
Las causas de estos marcadores de estrés son múltiples, e incluiríamos, según Kelley y
Angel (1983) las dietas inadecuadas, diversas enfermedades, ocupaciones habituales,
alumbramiento, traumatismos diversos, así como violencia en todos sus tipos.
Los hallazgos más frecuentes se pueden observar en segmentos óseos donde existen
fuertes inserciones musculares, aunque también podemos encontrar modificaciones
cualitativas y/o cuantitativas de la curvatura, longitud o grosor de los huesos, así como
patologías relacionadas con el estrés mecánico.
Molleson en 1987 describió cambios en la forma del cráneo ocasionados por el uso
habitual de una banda en la cabeza para el acarreamiento de cargas pesadas.

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La exostosis del meato auditivo, ha sido atribuida a la exposición prolongada del canal
auditivo a aguas frías, presumiblemente por actividades de buceo habitual en pueblos
costeros para explotar los recursos marinos.
De forma similar, la hipertrofia o neumatización de los turbinadores (concha bullosa),
se produce como reacción de la mucosa nasal a agentes muy irritantes, tales como el
polvo, la humedad, o temperaturas extremadamente altas o bajas.

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Merbs (1983) describe la Osteoartritis de la articulación temporomandibular en
poblaciones que mastican pieles para su reblandecimiento y curtido. Esta causa también es
responsable de la pérdida de piezas dentales anteriores con mucha frecuencia. Si se
describe un fuerte desgaste en las piezas anteriores, sin una correspondencia adecuada en
las piezas dentales posteriores, nos orienta a un uso continuado de dichas piezas como
herramientas de forma ocupacional prolongada. De este modo la presencia de surcos en las
superficies oclusales de las piezas dentales anteriores, según Molnar y Schulz orientarían
hacia actividades tales como la manufactura de cuerdas y la cestería. Por el contrario,
Formicola (1988), considera que algunos surcos interproximales podrían estar
relacionados con la preparación de fibras animales, tales como tendones, o incluso fibras
vegetales, para fabricar arcos u otros instrumentos.
Hallazgos como nódulos de Schmörl, Osteoartritis, Espondilosis, Cifosis, Escoliosis,
Ensanchamientos de los procesos articulares vertebrales, Espondilolistesis lumbar
con compresión de los discos lumbares asociado a osteofitos, Osteoartritis, hernias
intratecales y alteraciones del grosor de los cuerpos vertebrales, con frecuencia, de
deben a causas de estrés ocupacional.
Autores como Lane (1987) asocian la erosión de la articulación esterno-clavicular a la
carga habitual de objetos pesados. Asimismo, Merbs (1983) asocia la erosión de las
articulaciones costo-vertebrales con movimientos intensos de elevación de objetos
pesados. Otro tanto ocurre con la presencia de defectos corticales en la clavícula, con o
sin formación de fuertes impresiones del ligamento costo-clavicular, o la prominencia
de la inserción del músculo pectoral mayor, descrita en quienes usaban con frecuencia
hondas. Otro hallazgo frecuente en honderos es la convexidad lateral de las diáfisis, junto
con una prominencia posterior de la tuberosidad deltoidea y la invasión de la superficie
articular de la cabeza en el cuello anatómico del húmero. Por el contrario, en arqueros,
Merbs describe Osteoartritis de la cavidad glenoidea, y Stirland (1991) describe fusión
del proceso acromial.
La Osteoartritis bilateral de la articulación acromio-clavicular se ha descrito en
remeros, y cazadores-pescadores que usan arpones o lanzas. Estas mismas poblaciones
presentan con frecuencia hipertrofia de la cresta formada por la inserción del
supinador corto en el cúbito, así como origen marcado para el músculo pronador
cuadrado.
En lanzadores de jabalina encontramos exostosis del epicóndilo con formación de
osteofitos en la articulación del codo. Por el contrario, en quienes usan el propulsor o
“atlatl elbow”, presentan lo que se ha descrito como codo del propulsor, y consiste en
cambios degenerativos en la superficie del codo, incluyendo porosidad, eburneación,
destrucción e intensa remodelación ósea.
Leñadores y herreros presentan con frecuencia exostosis plana, amplia y débilmente
curvada en la región posterior del olécranon.
Los albañiles, panaderos, y quienes transportan cargas pesadas presentan con frecuencia
osteofitos, espículas y rugosidades en la tuberosidad braquial del Radio.
La molienda de cereal de forma manual, frecuentemente ocasiona incremento
significativo de las dimensiones de las diáfisis de todos los huesos del brazo, junto con
un arqueamiento y fuerte torsión del húmero, asociada a una disminución de la simetría
bilateral de las articulaciones humero-radiales y radio-carpales.
También en arqueros, se han descrito lesiones unilaterales y osteofiticas de la tuberosidad
radial, especialmente en brazo derecho, así como una banda osteofítica en el proceso
coronóides del cúbito, pequeñas lesiones en la cara distal de la fosa olecraneana del
húmero, asociada a una profunda asimetría de las inserciones musculares entre los
húmeros.

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La Faceta de Poirier del fémur se produce en sujetos que mantienen una postura de
extensión de la cadera con flexión de la rodilla, al usar asientos bajos y rodillas
flexionadas. De forma similar, si se mantiene una postura en cuclillas, se producen
facetas o impresiones osteocondríticas en la región postero-superior de los cóndilos
femorales, asociada a un surco en la línea intercondilar, hallazgo que se produce desde
poblaciones neandertales hasta poblaciones modernas orientales que practican el
squatting o acuclillamiento, que además, ocasiona retroversión de la cabeza tibial, surco
cuadricipital, surco para el tendón del ligamento patelar, facetas de squatting, y una
mayor concavidad en la superficie articular inferior, todo ello en las tibias. En el
astrágalo, esta conducta ocasiona prolongación de la parte externa de la superficie
articular de la tróclea, elevada dorsiflexión de la articulación talo-crural, expansión de la
tróclea, aumento del ángulo de torsión y de inclinación del astrágalo, así como expansión
y fusión de las carillas subarticulares. En el calcáneo ocasiona la formación de la faceta
de sulcus talis. En el pie encontramos facetas o pequeñas extensiones óseas en la
superficie superior de la primera falange proximal.
La equitación frecuente ocasiona desarrollo de las crestas para los músculos adductores
en los fémures.
Las poblaciones que recorren largas distancias, sobre todo en lugares agrestes, presentan
entesopatías que afectan al tendón de Aquiles, al adductor del hallux y exostosis en la
zona posteroinferior de la tuberosidad del calcáneo.
El uso de calzados inadecuados, finalmente, ocasiona distorsión del pie con desarrollo del
hallux valgus, también conocido como “juanete”.

LAS INFECCIONES OSTEO-ARTICULARES EN


PALEOPATOLOGIA

A pesar de la dureza y resistencia del aparato osteo-articular, no está libre de verse


afectado por el ataque de organismos infecto-contagiosos. Este hecho es extensible a todos
los vertebrados, no sólo al hombre, de hecho, Renault en 1899 describió un caso de caries
en mandíbulas de peces no digeridos, presentes en coprolitos de hiena.
Las infecciones osteo-articulares descritas con mayor frecuencia son las Treponematosis,
y las Micobacteriosis, es decir, infecciones ocasionadas por Treponemas y
Micobacterias.
Las Treponematosis ocasionan, tanto en el cráneo como en el esqueleto postcraneal dos
tipos de hallazgos, la periostitis gomosa, y la osteítis sifilítica, predominando en cráneo,
tibia y húmero. Son frecuentes las perforaciones naso-faciales. En neonatos, podemos
encontrar signos de sífilis congénita, tales como las tibias en sable, y los molares con
aspecto de moras. El organismo responsable es sobre todo el Treponema Pallidum,
conocido también como Sífilis.
Con respecto a las Micobacteriosis, el caso conocido más antiguo de tuberculosis
pulmonar lo encontramos en momias egipcias y nubias que datan del II milenio antes de
Cristo, lo que no descarta que pueda encontrarse en restos más antiguos. Autores como
Morse, refieren encontrar Tuberculosis en restos que datan de 3700 años antes de Cristo.
Como es habitual en la Paleopatología, con frecuencia, desafortunadamente, el
diagnóstico es de presunción, no de certeza, pero en el caso de la tuberculosis, si no se
trata de un Mal de Pot en el raquis, el diagnóstico diferencial con otras lesiones es muy
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difícil, por lo que se debe ser muy cauto antes de emitir juicios de valor. El germen
responsable más frecuente es Mycobacterium Tuberculosis.
El cualquier caso, la tuberculosis muestra predilección por el esqueleto axial, los huesos
del pie y de la mano, así como por las costillas. Con respecto a las articulaciones, afecta

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preferentemente a rodillas, caderas, codos, y en menor medida, tobillos, hombros y
muñecas.
Continuando con las Micobacteriosis, debemos mencionar la Lepra, ocasionada por el
microorganismo Mycobacterium Leprae, que como es habitual en Paleopatología,
ocasiona lesiones de difícil diagnóstico, la certeza sólo nos vendrá con técnicas tales como
la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), con la que Rafi et al. en 1994
diagnosticaron un caso de lepra en unos metatarsianos procedentes de un yacimiento de
Jerusalén datado hacia el año 600 después de Cristo. Ocasiona lesiones destructivas en el
pie, cráneo y cara, dichas lesiones son osteomielitis y periostitis, con artropatías de causa
neurógena, puesto que se dañan los nervios sensitivos periféricos, con lo que quien sufre
esta enfermedad, no siente dolor en algunas partes de su cuerpo, por lo que puede lesionar
el esqueleto de estas regiones por sobrecarga, al no existir el mecanismo de protección que
constituye el dolor.
Entre las Osteomielitis Bacterianas, el germen más habitual es Staphylococcus Aureus,
y su localización más frecuente es en los huesos largos de las extremidades inferiores,
especialmente en niños y subadultos. Ocasiona osteolisis, junto con zonas de periostitis,
cloacas, nombre con que se conocen las fístulas de drenaje hacia el exterior, no sólo del
hueso, sino con frecuencia también de la piel. El hallazgo más antiguo corresponde a un
peroné procedente de una mujer neandertalense del Pleistoceno medio, hace
aproximadamente 60.000 años (Reverte, 1996). En opinión de algunos autores, como por
ejemplo Capasso, estas lesiones aparecen con más frecuencia tras la aparición de la
agricultura.
La Brucelosis está ocasionada por la Brucella Mellitensis, coloquialmente es conocida
como Fiebres Maltesas, y el hallazgo más frecuente, es el Signo de Pedro-Pons,
consistentes en una epifisitis anterior del esqueleto axial. Las articulaciones más
afectadas son las caderas y las rodillas. El caso más antiguo, lo describió en 1996
Brothwell en un individuo de la Edad del Bronce procedente de una excavación en la
ciudad de Jericó.
El germen conocido como Actynomices Israelli, ocasiona una enfermedad sistémica
conocida como Actinomicosis, provocando una reacción periostótica con una
característica erosión en el hueso cortical externo, podemos encontrar estas lesiones en el
hueso frontal, pelvis, fémur y mandíbula.
No sólo las bacterias pueden ocasionar lesiones en el aparato osteo-articular, también
pueden hacerlo hongos, virus y parásitos.
Entre los virus, los más frecuentes en la literatura son la viruela, y en menor medida, la
rubéola. La Viruela suele afectar a niños, y afecta a la articulación del codo, sobre todo a
la región metafisaria.
Entre los parásitos, encontramos descritos platelmintos del género Taenia, así como
nematelmintos de los géneros Ascaris, Trichiurus y Diphylobotrium. Ocasionan
hallazgos tales como la Criba Orbitaria o la Osteoporosis Hiperostótica. También
encontramos huevos de Schistosoma o de Bilharzia Haematobium en túbulos renales de
momias egipcias de la XVIII a la XX dinastías, según describió Ruffer en el año 1910.
En cualquier caso, el parásito que más afecta al esqueleto es el Echinococcus
Granulosus, que ocasiona la Hidatidosis o Quiste Hidatídico. Ocasiona quistes
calcificados de diverso tamaño que pueden aparecer en cualquier órgano, y por tanto
también en huesos.
Entre los hongos, y pendientes de la confirmación del diagnóstico, Morse en 1969, y
Poswall en 1976, han descrito coccidiomicosis y blastomicosis en huesos de indios
norteamericanos precolombinos.
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Pero no sólo podemos encontrar las lesiones ocasionadas por los microorganismos, sino
también intentos de tratar quirúrgicamente dichas lesiones o sus consecuencias, con
técnicas relativamente incruentas, como son los intentos de reducción de fracturas
mediante manipulaciones no quirúrgicas, la apertura de forúnculos o abscesos con
instrumental más o menos sofisticado, pero siempre punzante, cortante, o corto-
punzante, trepanaciones craneales, el uso de moldes de pieles de animales, chicle o
arcilla para inmovilizar fracturas patológicas, etc.

LA PALEOPATOLOGÍA Y LA PATOLOGÍA TUMORAL ÓSEA

Cuando observamos un hueso, lo último que se nos pasa por la imaginación es que se trata
de una estructura viva, y por tanto, con un metabolismo propio, que es capaz de crecer,
reproducirse, intentar adaptarse al medio, y si no lo consigue, morir. Por ese motivo, es
capaz de enfermar, de sufrir infecciones, y también de desarrollar tumores, no sólo
tumores propios de la estructura ósea, sino también tumores metastásicos procedentes de
otros tejidos y estructuras que llegan al hueso por contigüidad, por vía hemática, o
linfática, y una vez llegadas la hueso las células tumorales, se reproducen como si se
tratase de un tumor óseo primitivo.
La clasificación más simplista que podamos imaginar de los tumores que pueden afectar
a los huesos es la siguiente:
 Tumores primitivos del hueso.
 Tumores metastásicos o procedentes de otras estructuras anatómicas.
Esta clasificación no nos orienta hacia la potencial gravedad de los mismos, pues en
ambos tipos encontramos tumores benignos, compatibles con una muy larga
supervivencia de quienes los padecen, y por el contrario, otros con una elevada tasa de
letalidad a muy corto plazo. Si consultamos la bibliografía, podemos encontrar multitud
de clasificaciones que no contribuirán a orientarnos en este campo de investigación.
Como suele ocurrir, debemos ser cautos, pues los hallazgos macroscópicos y
microscópicos son muy similares en tumores de tipos muy diversos, e incluso con lesiones
pseudotumorales, o con patologías que no tienen nada que ver con los tumores, siendo por
el contrario procesos infecciosos destructivos del hueso, como vimos en el capítulo
anterior, y que se pueden confundir con las lesiones osteolíticas que ocasionaría un
mieloma en un cráneo, por poner un ejemplo. También patologías no tumorales pueden
ocasionar estas lesiones y hacer que el Paleopatólogo emita un diagnóstico de tumor óseo,
cuando en realidad, estaría ante un proceso degenerativo, o un trastorno metabólico.
Por este motivo, con frecuencia, los diagnósticos serán muy amplios, y lo más genéricos
posible. Pero sin generalizar en extremo. Si la experiencia personal, y la bibliografía nos
dicen que determinados hallazgos son compatibles con un grupo de patologías, el que
estadísticamente sea más habitual en un grupo de edad, étnia, y tipo de hueso, cierta
patología en concreto, eso no hace que todos los casos posibles, automáticamente,
puedan ser diagnosticados de dicha patología. Conviene dejar pues a la imaginación (a la
que alguien definió como “la loca de la casa”) fuera de la investigación.
En caso de duda, lo mejor es describir y documentar las lesiones observadas, es posible
que nuevas técnicas diagnósticas, en el futuro, permitan arrojar luz sobre los casos
dudosos.

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La clasificación más aceptada es la propuesta por la OMS, basada en los rasgos
histopatológicos, a pesar de que varios de los tipos reseñados no son diferenciables en el
hueso seco. A continuación recogemos de forma simplificada dicha clasificación:

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1. Tumores Formadores de Hueso:
Tumores Benignos:
o Osteoma: posee un crecimiento lento, y forma masas de hueso
esclerosas, compacta, de bordes definidos, radioopaca, a veces de gran
tamaño, y aunque no es maligno, si crecen en el interior del cráneo,
puede comprometer estructuras vitales, u ocasionar hipertensión
intracraneal. Si se sitúa en la cortical y esta muy bien delimitado, se
denomina osteoma ebúrneo.
o Osteoma Osteoide: es el tumor benigno más frecuente, se suele dar en
sujetos jóvenes, con especial predilección por huesos largos como la
tibia, fémur, y en menor medida cráneo. Afecta más a varones que a
mujeres, puede ocasionar dolor, y por convención sólo se diagnostica
si mide menos de dos centímetros de diámetro.
o Osteoblastoma: es muy similar al Osteoma Osteoide, pero afecta más
a las vértebras y en menor medida a las diáfisis de los huesos largos de
manos y pies. El aspecto radiológico es el de un hueso desordenado,
pero traveculado.
Tumores Malignos:
o Osteosarcoma: tras el mieloma y el linfoma, es el tumor maligno
primitivo de hueso más frecuente. Afecta preferentemente a varones
en edad de crecimiento de entre diez y veinticinco años, pero también
en las edades avanzadas de la vida, especialmente en sujetos afectados
por la Enfermedad de Paget. Se asienta sobre huesos largos, sobre todo
la zona próxima a la rodilla, húmero, fémur, peroné, mandíbula y en
menor medida, sobre huesos planos. Se han descrito hasta doce
variedades de este tumor, las más habituales en Paleopatología son
Osteosarcoma Condroblástico, Osteosarcoma Intraóseo bien
diferenciado, Osteosarcoma Paraostal, Osteosarcoma Periostal,
Osteosarcoma Telangiectásico, Osteosarcoma de células pequeñas y
Osteosarcoma Multifocal.
o
2. Tumores Formadores de Cartílago:
Tumores Benignos:
o Osteocondroma: es uno de los tumores benignos más frecuentes,
puede ser múltiple o solitario, y suele darse en adolescentes y adultos
jóvenes de ambos sexos, preferentemente en las regiones metafisarias
de huesos largos, pero también en huesos planos como costillas,
escápula y pelvis, y en mucha menor medida en huesos cortos de
manos y pies.
o Condroma: es el tumor cartilaginoso más frecuente. Se localiza en las
regiones metafisarias de huesos largos de manos y pies, y en menor
medida en costillas, fémur y húmero. Si es múltiple y mayor de tres
centímetros, se denomina Encondromatosis o Enfermedad de Ollier.
o Condroblastoma: suele afectar preferentemente a varones
adolescentes o en la primera etapa de la edad adulta, y afecta a las
epífisis de los huesos largos, habitualmente próximos a la rodilla. Por
el contrario, en ancianos, afecta a pelvis, costillas o húmero de forma

73
preferente. Es difícil realizar el diagnóstico diferencias con el
Condrosarcoma y el tumor de células gigantes.
o Fibroma Condromixoide: es el menos frecuente de los tumores
cartilaginosos. Se localiza en las metáfisis de los huesos largos, aunque
puede aparecer en cualquier localización esquelética.
Tumores Malignos:
o Condrosarcoma: es el segundo tumor maligno primitivo de hueso por
orden de frecuencia, y tiene preferencia por varones de edad media y
avanzada, siendo infrecuente en adultos jóvenes. Suele afectar a los
huesos planos, más concretamente a los huesos de la cintura pélvica,
cintura escapular y costillas, así como a los huesos que forman la
rodilla. A diferencia de los Encondromas, es inusual en los huesos de
manos y pies. Su crecimiento es lento, y a veces alcanza gran tamaño,
terminando por invadir las estructuras próximas. Su aspecto
macroscópico es el de un ensanchamiento del hueso con
engrosamiento de la cortical ósea y trabéculas desordenadas. Dentro
de este tumor existen variedades, las más frecuentes en Paleopatología
son el Condrosarcoma desdiferenciado, Condrosarcoma de células
claras, Condrosarcoma mesenquimal y Condrosarcoma yuxtacortical.
o Tumores de Células Gigantes u Osteoclastoma: se trata de un tipo
de tumor que destruye la estructura ósea, afecta a sujetos de entre
veinte y cuarenta años, y parece tener una ligera predilección por el
sexo femenino. Microscópicamente está constituido por multitud de
células gigantes multinucleadas muy similares a osteoclastos de gran
tamaño. Tiene especial predilección por las epífisis y diáfisis de los
huesos largos, sobre todo los de la rodilla y el radio, aunque puede
encontrarse en cualquier hueso. Si evoluciona sin tratamiento, origina
frecuentes fracturas patológicas, sin antecedente traumático previo,
aunque sin afectar al cartílago articular, por lo que las articulaciones
vecinas suelen estar intactas. El borde del tumor no presenta reacción
ósea osteoblástica.
o
3. Tumores de la Médula Ósea:
 Sarcoma de Ewing: es el sarcoma óseo que presenta una predilección por
sujetos de edades más tempranas, especialmente en sujetos de sexo femenino,
y preferentemente leucodermos. Puede aparecer en cualquier hueso, pero es
más frecuente en los huesos de la cintura pélvica y en el fémur. Su especto es
el de un tumor osteolítico con una reacción osteoblástica en su perímetro a
expensas del periostio, lo que le confiere un aspecto radiológico en capas de
cebolla, lo que supone una frustración para el Paleopatólogo, pues su aspecto
en hueso seco no suele permitir un diagnóstico de certeza, al ser muy similar
a los linfomas, neuroblastomas, y otros tumores malignos, con los que se
confunde fácilmente.
 Linfoma Maligno del Hueso: en la literatura antigua, se describía como
Reticulosarcoma y también como Linfoma Histiocítico. Es muy infrecuente en
sujetos jóvenes, y muestra preferencia por individuos maduros de entre
cincuenta y setenta años, asentándose sobre huesos ricos en tejido
hematopoyético, tales como las costillas, vértebras y pelvis. Su aspecto

74
muestra áreas osteolíticas junto a otras osteoblasticas, por lo que puede
confundirse en el caso de huesos secos con osteosarcomas y osteomielitis.
 Mieloma Múltiple: es el tumor maligno primitivo de hueso más frecuente,
pues es responsable de la mitad de este tipo de tumores. Está constituido por
células plasmáticas originarias de la médula ósea, es decir del tejido
hematopoyético, por lo que también se denomina plasmocitoma y afecta a
sujetos maduros de entre cincuenta y sesenta años. Puede ser un tumor único,
pero lo más frecuente es que nos encontremos con múltiples tumores en un
mismo indivíduo. Tiene predilección por huesos ricos en médula ósea, tales
como esternón, vértebras, pelvis y cráneo. Si asienta sobre las vértebras,
ocasiona frecuentes fracturas patológicas, si asienta sobre el cráneo, produce
lesiones similares a las que produciría un sacabocados, y que los radiólogos
han definido como cráneo apolillado.

4. Tumores Conjuntivos: son tumores malignos cuyo diagnóstico


diferencial en la práctica clínica es anatomopatológico, por lo que en hueso seco,
no es posible diferenciarlos, su aspecto es el zonas líticas con bordes desflecados
e irregulares, pero sin reacción osteoblástica periférica, que asienta en las zonas
medulares de la pelvis y regiones metafisarias de huesos largos, que con
frecuencia ocasiona fracturas patológicas. Los más habituales son:
Fibrosarcoma
Histiocitoma Fibroso Maligno

5. Otros Tumores:
 Cordoma: procede de restos de la notocorda primitiva, presente en el
embrión, por lo que aparece en el esqueleto axial, especialmente en las
vértebras sacro-coccígeas, la sincondrósis esfenobasilar, y en menor medida,
otras localizaciones de la columna vertebral, muestra una clara preferencia por
sujetos varones de entre cuarenta y sesenta años. Su aspecto es el de una lesión
osteolítica de contornos irregulares que a veces presenta calcificaciones en su
interior.
 Adamantimoma: es un tumor maligno infrecuente que afecta a los huesos
largos de individuos de entre treinta y cincuenta años, muestra especial
predilección por las diáfisis de las tibias, dicha localización supone un 90 %
de los casos conocidos, con menor frecuencia lo encontramos en fémur,
húmero y radio. Su aspecto es el de múltiples lesiones osteoblasticas que
aparecen en las diáfisis de los huesos largos, de tamaños variados, irregulares,
que a veces se agrupan, y cuyos bordes presentan una reacción osteoblástica.
No suele afectar a la cortical ósea.

6. Lesiones Pseudotumorales: son lesiones no tumorales todas ellas. Las


más frecuentes en Paleopatología son la siguientes:
 Quiste Óseo Simple: se trata de un proceso quístico no neoplásico, es decir,
no es un tumor, sino un simple trastorno del crecimiento óseo normal. Es una
lesión única con predilección por sujetos varones jóvenes de entre diez y veinte
años de edad. Suele situarse en las metáfisis de los huesos largos, sobre todo
en la proximidad de la placa metafisaria de crecimiento con las epífisis
proximales de húmero, y en menor medida, del fémur.
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 Quiste Óseo Aneurismático: es una malformación vascular dentro del
hueso lo que le da un aspecto quístico multilocular irregular que aparece en
las metáfisis de huesos largos, así como en la columna vertebral, y que a veces
recuerda el aspecto de un panal de abejas. En hueso seco con frecuencia es
difícil hacer el diagnóstico diferencial con el Osteosarcoma.
 Ganglión Intraóseo: es conocido también como Quiste óseo
yuxtaarticular, y cursa como una lesión quística benigna osteolítica con un
borde que presenta una reacción ligeramente osteoblástica, y que se localiza
en la proximidad de las articulaciones, en su región yuxtacortical o subcondral.
Por definición no mide más de dos centímetros, y muestra especial preferencia
por los huesos largos de sujetos adultos de entre veinte y sesenta años de edad.
 Defecto Fibroso Cortical: no se considera un verdadero tumor, sino una
alteración del normal desarrollo del esqueleto. Muestra especial predilección
por los huesos de la rodilla, y suele ser bilateral. En algunas étnias aparece en
casi la mitad de sujetos mayores de dos años. Su aspecto es el de una lesión de
baja densidad ósea, rodeada de una cubierta más densa.
 Fibromas No Osificantes: cuando un defecto fibroso cortical crece
mucho, se considera que es un Fibroma no osificante, suelen tener gran
tamaño, por lo que ocasionan frecuentes fracturas patológicas. No se
malignizan, y suelen desaparecer con el paso de los años.
 Displasia Fibrosa: aunque puede encontrarse en sujetos de cualquier edad,
es más frecuente en niños y adolescentes, y cursa como una lesión
hamartomatosa en la que se mezclan de forma anómala múltiples elementos
titulares, y se localiza preferentemente en fémur, tibia, cráneo, húmero,
costillas, peroné y mandíbula. Su aspecto es el de imágenes de baja densidad
ósea, con restos trabeculares en su interior, que a algunos autores les recuerdan
grafismos chinos.
 Miositis Osificante: es una lesión no inflamatoria ocasionada por el
crecimiento de nuevo tejido después de un antecedente traumático, y que no
siempre está relacionado con el músculo, aunque asienta en las masas
musculares de miembros superiores e inferiores, en forma de nódulos
irregulares de aspecto heterogéneo, más densos en su periferia, y menos
conforme profundizamos en su interior, donde podemos encontrar tabiques e
irregularidades. Con seguridad, en el pasado se ha sobrediagnosticado de
forma errónea, en la actualidad, se tiende a ser cautos, y sólo se diagnostica
una vez desechadas otras posibilidades, tales como el Osteosarcoma.
 Histiocitosis de Células de Langerhans o Histiocitosis X: se trata
de un trastorno de la regulación inmunológica que puede afectar a uno o varios
huesos. Se localiza de forma preferente en cráneo, mandíbula, húmero,
costillas y fémur en individuos jóvenes de sexo masculino de entre cinco y
quince años de edad. Existen tres variedades, la Histiocitosis unifocal o
granuloma eosinófilo unifocal, la forma Multifocal o Enfermedad de Hans-
Schuller- Christian y la forma diseminada aguda o Enfermedad de Letterer-
Siwe. Los dos primeros son más frecuentes en Paleopatología, y cursan como
lesiones de apariencia destructiva que pueden manifestar o no reacción
osteoformadora esclerosante perióstica. En hueso seco es muy difícil de
diferenciar de un linfoma o una metástasis.

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7. Alteraciones de los huesos debidas a otros tumores
contiguos: se trata de un crecimiento desordenado de masas tumorales
procedentes de partes blandas, benignas o malignas, que se extienden por
contigüidad a los huesos próximos. Es un grupo abigarrado de lesiones, donde
podemos encontrar cualquier aspecto, osteolítico u osteoblástico, y que puede
confundirse con las alteraciones tafonómicas de naturaleza química sobre huesos
previamente sanos, pero también con metástasis, o con carcinomas.
8. Metástasis: los procesos neoplásicos que pueden asentar sobre el hueso, son,
en su mayor frecuencia, metástasis procedentes de tumores malignos localizados
en tejidos extraóseos, y que llegan al hueso por vía hematógena o linfática. Las
causas más habituales en sujetos adultos son carcinomas procedentes de la mama,
el pulmón, la próstata, el riñón y la glándula tiroides. Por el contrario, en sujetos
en edad pediátrica, proceden de neuroblastomas, osteosarcomas, sarcomas de
Ewing y rabdomiosarcomas. Pueden afectar a cualquier hueso, y suelen mostrar
una acción osteolítica, con frecuencia múltiples y diseminados por gran parte del
esqueleto.

LAS ENFERMEDADES METABÓLICAS Y


CARENCIALES EN
PALEOPATOLOGÍA

El metabolismo de los seres humanos, al igual que ocurre con el resto de seres vivos, no
sólo está codificado genéticamente, lo que lo convierte en algo constante e inmodificable,
o a lo sumo, modificable sólo en casos excepcionales sometidos al azar de la evolución.
Por el contrario, el metabolismo está íntimamente relacionado con las condiciones de
vida de todo ser vivo, su ecosistema, la climatología su situación emocional, y su
situación social. Por este motivo, este tipo de enfermedades es de gran importancia en
Paleopatología, pues aporta información sobre las condiciones de vida de poblaciones
humanas antiguas, información que sería muy difícil, por no decir imposible de conseguir
por otras vías.
Las Metabolopatías es un abigarrado grupo de patologías de difícil clasificación, por lo
que de forma simplificada, las distinguiremos desde el punto de vista funcional del
siguiente modo:
 Metabolopatías dismórficas: son aquellas que modifican la estructura corporal,
como es el caso de la Obesidad.
 Metabolopatías disenergéticas: son aquellas que se deben a perturbaciones en el
recambio calórico, como por ejemplo el edema ocasionado por la desnutrición.
 Metabolopatías disrreguladoras: el mecanismo que produce estas enfermedades
está relacionado con trastornos de los factores de regulación. El ejemplo más
habitual es la Diabetes.
Como es habitual, el Paleopatólogo, sólo dispone del esqueleto para averiguar algo de las
poblaciones humanas históricas, en pocas ocasiones tiene acceso a partes blandas, o
cuerpos más o menos conservados, lo que ampliará sus posibilidades. Por ese motivo se
ve limitado en la mayoría de las ocasiones a investigar aquellas metabolopatías que dejan
algún tipo de impronta en el esqueleto, es lo que se ha venido a llamar Osteopatías
Metabólicas. Dichas improntas, de forma resumida, son el crecimiento y metabolismo
esquelético, tanto por exceso, como por defecto, con frecuencia, están implicadas
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diferentes hormonas, como es el caso del Gigantismo, Acromegalia, distintos tipos de
Enanismos, Osteogénesis Imperfecta, etc.

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Otra forma de clasificar las metabolopatías, es según los nutrientes afectados, por su
simplicidad, es muy útil en Paleopatología. De este modo, podemos reseñar las siguientes
patologías:

1. METABOLOPATÍAS POLIMETABÓLICAS: en este grupo,


están implicadas aquellas metabolopatías que afectan a dos o más tipos de
nutrientes. Las más habituales en Paleopatología son las siguientes:
 OBESIDAD: se define como el acumulo de adipocitos que ocasiona un
sobrepeso superior al 15 % del biotipo normal, puede estar ocasionada por
sobrealimentación, es decir, por causas exógenas, o endógenas,
concretamente, de tipo endocrino, aunque en ocasiones las causas son
mixtas. La obesidad ocasiona artropatías trofoesqueléticas en las rodillas,
lo que se denomina Lipoartritis, así como deformaciones esqueléticas por
sobrecarga, tales como cifosis, lordosis, pies planos, etc. En niños puede
ocasionar incurvaciones de las diáfisis de los huesos largos, y
deformaciones de los miembros inferiores, al ser estos lo que soportan en
mayor medida el peso del cuerpo, como es el caso del genu varo, o genu
valgo.
 DESNUTRICIÓN: también conocida como delgadez extrema o
marasmo. Puede estar ocasionada por causas exógenas, como es el caso de
la carencia alimentaria, con o sin hipermotilidad, o endógenas, como es el
caso de la delgadez constitucional, endocrina, metabólica, vitamínica,
asociada a procesos consuntivos, etc. En ocasiones puede ser debida a
causas mixtas. Con frecuencia es un indicador de malas condiciones de
vida, al darse en épocas de privación, tales como guerras, malas cosechas,
migraciones o bajo nivel social. El hallazgo más habitual son las líneas de
Harris, se trata de líneas de condensación ósea, horizontales y verticales
que se encuentran en las diáfisis de los huesos largos próximos a las
metáfisis, sobre todo en tibia, fémur, radio, metacarpianos y metatarsianos.
También podemos encontrar daños en la dentadura por desnutrición u
otras metabolopatías, como es el caso de la pérdida de piezas dentarias por
hipotiroidismo.

2. METABOLOPATÍAS DE LOS PRÓTIDOS:


 METABOLOPATÍAS DE LAS ALBÚMINAS Y LAS GLOBULINAS: se
producen por trastornos el metabolismo de las proteínas de la sangre que
mantienen la presión coleidosmótica y el sistema inmunológico, también
sirven de medio de transporte de oligoelementos como el hierro, cobre, e
incluso sustancias medicinales, y que en ocasiones, están producidas por
procesos consuntivos o carenciales son las Disproteinemias Extrínsecas.
También encontramos Disproteinemias Intrínsecas, como es el caso de
infecciones tuberculosas, Disproteinemias Neoplásicas, asociadas a procesos
tumorales, y las denominadas Pandisproteinemias, el ejemplo paradigmático
es la Amiloidosis. Las más interesantes en Paleopatología son la
Hipoalbuminemia, y a la Hipoglobulinemia.
 METABOLOPATÍAS DE LAS NUCLEOPROTEÍNAS: las
nucleoproteínas son aquellas proteínas que se encuentran conjugadas con
ácidos nucleicos. Las más habituales en Paleopatología son la Gota o artritis
úrica o Podagra, y la Uraturia y Litiasis Renal. Ambas están

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ocasionadas por un metabolismo inadecuado del ácido úrico, el último
eslabón en la cadena del metabolismo de las purinas. La Gota ocasiona
depósitos de cristales de urato sódico en las articulaciones, así como en otras
estructuras anatómicas, puede limitarse a una sola articulación,
especialmente tarso, tobillo, rodilla, dedos de las manos, o a varias
articulaciones, de forma simultánea o alternante. El signo patognomónico
son los tofos gotosos, y que no son otra cosa que nódulos extraarticulares de
aspecto perlado y blanquecino, duros y a veces móviles sobre el plano
subyacente, constituidos por depósitos de urato sódico, que resultan
indoloros fuera de las fases no agudas, pero que resultan extremadamente
dolorosos en los episodios de reagudización. En las articulaciones ocasiona
precipitaciones de uratos en la superficie del cartílago articular, lo que
ocasiona su degeneración, con destrucción de la sustancia ósea en forma de
subluxaciones, fibrosis, anquilosis, y deformaciones, lo que en conjunto se
denomina Osteoartrosis Úrica. Sin embargo, en el caso de los huesos secos,
el diagnóstico diferencial con procesos degenerativos osteoartrósicos, o con
poliartritis crónicas infecciosas. La Gota Satúrnica está ocasionada por la
intoxicación crónica con plomo. Por el contrario, la Uraturia o litiasis renal
está ocasionada por la acumulación de sales de ácido úrico, concretamente
sales sódicas, potásicas o amoniacales. En este caso, no encontramos
estigmas en los huesos secos, sino que, si la excavación ha sido cuidadosa,
podemos encontrar los cálculos urinarios, si somos capaces de diferenciarlos
de las piedrecillas que sin duda encontraremos mientras cribamos la tierra.
También podemos encontrar litiasis vesical, aunque con frecuencia la
etiología no está relacionada con el metabolismo del ácido úrico. Otras
posibles litiasis urinarias pueden estar constituidas por oxalato cálcico,
ocasionado por la ingesta de alimentos como la uva o espinacas, fosfatos, en
hiperparatiroidismos, enfermedad de Cushing, enfermedad de Basedow,
dietas ricas en calcio, fósforo, o en infecciones urinarias frecuentes
carbonato cálcico, también en infecciones urinarias, o de cistina, por
acumulo de este aminoácido.
 METABOLOPATÍAS DE LAS CROMOPROTEÍNAS Y DE LA
FUNCIÓN RESPIRATORIA CELULAR: son trastornos del metabolismo
de la hemoglobina, mioglobina y de las citocromo-peroxidasas, moléculas
relacionadas con la respiración celular. Su diagnóstico en Paleopatología es
muy limitado en la actualidad. Los hallazgos más frecuentes son las
denominadas osteopatías anémicas, constituidas por zonas de osteoporosis
hiperostótica, tales como la criba craneal y la criba orbitaria.
 METABOLOPATÍAS DE LAS PORFIRINAS: de muy difícil diagnóstico
en Paleopatología, sin embargo, autores como Lüthy, consideran que
hallazgos como la turricefalia, con frecuencia, podrían estar relacionados con
las porfirinosis.

3. METABOLOPATÍAS DE LOS LÍPIDOS: las más interesantes


en el ámbito de la Paleopatología son las Tesaurismosis, al ser las que dejan
estigmas en el hueso seco. Las más habituales son:
 TESAURISMOSIS COLESTERÍNICAS (XANTOMATOSIS
ESENCIAL GENERALIZADA O ENFERMEDAD DE HANS-
SCHÜLLER-CHRISTIAN): que produce depósitos de una mezcla de
colesterol, y en menor medida otros lípidos en las células del retículo

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endotelial, ocasionando osteoporosis en los huesos craneales, exoftalmia,
retraso del desarrollo somático y anemia. El hallazgo más habitual son zonas
de osteoporosis craneal lacunar con posibles fracturas patológicas, sin
traumatismo asociado. Radiológicamente, estas lesiones cursan como focos de
geodas óseas policíclicas y descalcificadas que interesan a las dos láminas
óseas, y que presentan imágenes que recuerdan un mapa, por lo que se
denomina cráneo cartográfico.
 TESAURISMOSIS DE LOS FOSFOLÍPIDOS O ENFERMEDAD DE
NIEMANN-PICK: se produce cuando se acumulan fosfolípidos en las células
del sistema retículo-endotelial, concretamente lecitina y esfingomielina, y
cursa con lesiones muy inespecíficas, tales como osteoporosis ósea y lesiones
similares a las producidas por la tuberculosis miliar respiratoria, lo que
dificulta su diagnóstico diferencial.

4. METABOLOPATÍAS DE LOS GLÚCIDOS: los glúcidos


constituyen la fuente calórica más habitual en la dieta de los seres humanos a lo
largo de la historia, sin embargo, su metabolismo, no suele dejar estigmas óseos,
por lo que su diagnóstico es infrecuente en Paleopatología, sería el caso de la
diabetes, pentosurias, glicosurias, galactosurias, levulosurias o lactosurias. Por el
contrario los mucopolisacáridos o glucosaminoglicenos, cuando sufren un
trastorno en su metabolismo, ocasionan las conocidas como
Mucopolisacaridosis, que dejan estigmas óseos tales como el gargolismo,
caracterizado por rasgos faciales toscos y grotescos, así como vértebras ovoides,
silla turca en J e hiperplasia de las apófisis odontoides del Atlas.

5. METABOLOPATÍAS DE LOS OLIGOELEMENTOS:


en clínica humana, son frecuentes los trastornos del metabolismo
hidroelectrolítico, tales como la acidosis, la alcalosis, la deshidratación intra y
extracelular, así como la hiperhidratación, pero al no dejar impronta alguna en el
hueso seco, no son susceptibles de diagnosticarse en la actualidad en
Paleopatología. Por el contrario, el metabolismo de las vitaminas, sobre todo su
carencia, las avitaminosis o hipovitaminosis, y en menor medida su exceso, las
hipervitaminosis, si son susceptibles de diagnosticarse en hueso seco. Las más
habituales son:
 ESCORBUTO O AVITAMINOSIS C: está ocasionada por una carencia
dietética, o malabsorción de ácido ascórbico o vitamina C. En niños ocasiona
el raquitismo escorbútico o Enfermedad de Möller-Barlow. En hueso seco
se aprecian los rastros que dejan los hematomas subperiósticos, en forma de
hematomas calcificados y periostitis secundarias, así como caída precoz de los
dientes con reabsorción de los alvéolos. Los hallazgos radiológicos más
frecuentes son la línea escorbútica, o rarefacción inmediatamente posterior a
la zona de calcificación preparatoria, el signo de Wimberger o banda ancha o
irregular de sombra oscura alrededor del centro de osificación con rarefacción
en su parte central, la línea blanca de Fraenkel, consistente en una matriz ósea
muy calcificada, ancha y finamente irregular en la porción epifisaria de los
huesos largos, el signo de Pelkan, un pequeño espolón en el borde lateral de
las epífisis, desprendimientos epifisarios, aspecto de vidrio esmerilado de la
parte central de las diáfisis óseas con perdida de las trabéculas óseas,
adelgazamiento de la cortical

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ósea, fracturas subperiósticas de los extremos de las diáfisis, así como
ensanchamiento del ángulo costo-vertebral y costo-cartilaginoso.
 RAQUITISMO O AVITAMINOSIS D: ocasionada por un trastorno del
metabolismo calciofosforado, secundario a factores exógenos, nutricionales o
ambientales, como falta de luz solar, pero también encontramos etiologías
constitucionales y hereditarias. Tiene dos formas clínicas de presentación, el
raquitismo infantil, y el raquitismo tardío o juvenil. Las lesiones óseas más
frecuentes son la craneotabes o reblandecimiento difuso o circunscrito de los
huesos de la bóveda craneal, el tórax infundibular también llamado tórax en
quilla, o de palomo, el rosario raquítico, o abultamiento de las articulaciones
condro-costales, especialmente de la quinta, sexta y séptima costillas, genu
varo, genu valgo, ensanchamiento “en copa” de las epífisis, fracturas “en
tallo verde”, y anomalías de la dentición, sobre todo, retraso en su erupción.
Radiológicamente, cursa con retraso en la aparición de los puntos de
osificación, por lo que la edad ósea aparente es inferior a la edad cronológica
del sujeto, este dato es importante en Paleopatología, pues puede ocasionar un
error al atribuir la edad a los sujetos estudiados. También ocasiona una mayor
transparencia de los huesos, zonas de calcificación irregulares, con aspecto
dentellado, irregular y borroso en el límite de separación entre las epífisis y las
diáfisis, así como irregularidades y deformaciones óseas, y fracturas
frecuentes, ocasionadas por la mayor fragilidad ósea.
 OSTEOMALACIA U OSTEOPOROSIS SENIL: más frecuente en sujetos
de sexo femenino, sobre todo multíparas, ocasiona deformaciones óseas y
frecuentes fracturas, dada la mayor fragilidad ósea, y aunque es una patología
muy frecuente en clínica humana, su difícil diagnóstico diferencial supone un
handicap en Paleopatología.
 OSTEOPOROSIS: es frecuente en mujeres caucásicas, y afecta
preferentemente a huesos largos y vértebras, ocasionando una pérdida de masa
ósea con rarefacción de los huesos, aspecto bicóncavo de las vértebras y
frecuentes cavidades de Schmörl, así como fracturas patológicas, o ante
traumatismos mínimos.
 OTROS DÉFICIT VITAMÍNICOS: aunque son frecuentes en las
poblaciones más desfavorecidas, al no dejar improntas en hueso seco, su
diagnóstico en Paleopatología es testimonial. Podemos citar el déficit de
tocoferol o vitamina E, vitamina F, vitamina K, vitamina A, y las vitaminas
del grupo B.

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