Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
ES MUY bueno y muy provechoso respetar la dignidad ajena cuando se da consejo. “El consejo amable,
considerado y bondadoso produce buenas relaciones”, dice Edward. “Cuando sientes que el consejero te honra
y te respeta, y que está dispuesto a escuchar tu versión del asunto, es mucho más fácil aceptar el consejo”,
asegura Warren. “Cuando un consejero me trata con respeto, me siento libre para dirigirme a él y pedirle
consejo”, observa Norman.
La Asamblea General de las Naciones Unidas proclama: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos
con los otros”. Ya que la dignidad humana es blanco de ataque, con buena razón la Carta de las Naciones
Unidas y el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos reconocen esa cualidad. Afirman la
“fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana”.
¿Se ha atentado alguna vez contra su dignidad? Cuando se le ha aconsejado, ¿se le ha hecho sentir
excesivamente culpable, avergonzado, deshonrado o degradado? “No percibí interés, compasión ni dignidad.
Se me hizo sentir inútil”, dice André, y añade: “Esto me provocó sentimientos de frustración y ansiedad, incluso
depresión”. “Es difícil aceptar consejo de alguien que parece no estar interesado sinceramente en tu bienestar”,
dice Laura.
Por esta razón, se aconseja a los superintendentes cristianos que traten al rebaño de Dios con respeto y honra.
(1 Pedro 5:2, 3.) Si surgen situaciones en las que es necesario y provechoso dar consejo, ¿cómo puede evitar el
modo de pensar y actuar de los hombres mundanos, quienes atacan sin vacilar la dignidad ajena? ¿Qué puede
ayudarle a respetar la dignidad de sus compañeros cristianos, así como la suya propia? (Proverbios
27:6; Gálatas 6:1.)
Observe que la clave para aconsejar con éxito es respetar a la otra persona y su derecho a ser tratada con
dignidad y bondad. Los ancianos cristianos, entre ellos los superintendentes viajantes, deben esforzarse por
seguir este consejo, intentando determinar por qué piensa y actúa como lo hace la persona que necesita el
consejo. Deben querer conocer su punto de vista y hacer todo lo posible para no avergonzar, degradar ni
deshonrar al ayudado.
En su calidad de anciano, hágale ver a su hermano que está interesado en él y que quiere ayudarlo con sus
problemas. Así actúa un buen médico cuando usted va a su consulta para un reconocimiento. La idea de
desvestirse en una habitación fría y estéril puede resultarle embarazosa y humillante. ¡Cuánto agradece que el
médico respete su amor propio y dignidad y le ofrezca una prenda con que cubrirse mientras lo examina para
determinar la causa de su enfermedad! Del mismo modo, el consejero cristiano que respeta a su semejante es
amable y firme, a la vez que lo reviste de dignidad. (Revelación 2:13, 14, 19, 20.) Por el contrario, el consejo
áspero, frío e insensible es como dejar a la persona desvestida: hace que se sienta avergonzada, deshonrada y
despojada de su dignidad.
Los superintendentes de la Escuela del Ministerio Teocrático se esfuerzan especialmente por aconsejar con
dignidad. Cuando dan consejo a personas de mayor edad, reflejan el mismo amor que tendrían a sus padres
carnales. Son considerados, amigables y afectuosos. Esta sensibilidad es necesaria. Genera un ambiente que
conduce a que el consejo se dé y se reciba debidamente.
Ancianos, tengan presente que el consejo práctico es enriquecedor, animador, edificante y positivo. Efesios
4:29 dice: “No proceda de la boca de ustedes ningún dicho corrompido, sino todo dicho que sea bueno para
edificación según haya necesidad, para que imparta lo que sea favorable a los oyentes”.
No hay necesidad de emplear ni lenguaje áspero ni razonamiento duro. Antes bien, el respeto a la otra persona
y el deseo de no herir su amor propio deben impulsarlo a presentar los asuntos de un modo positivo y
constructivo. Antes de hacer cualquier observación, encómiela sinceramente por sus buenas cualidades, y
no ponga el acento en cuestiones que puedan suscitar sentimientos de frustración o inutilidad. Si es anciano,
use su ‘autoridad para edificar y no para derribar’. (2 Corintios 10:8.)
Sí, el consejo de un superintendente cristiano debe infundir el ánimo necesario, impartir lo que es favorable.
No debe desanimar ni “aterrorizar”. (2 Corintios 10:9.) Incluso la persona que ha cometido un mal grave merece
hasta cierto punto que se respete su amor propio y dignidad. El consejo ha de templarse con palabras
bondadosas y firmes de censura para motivarla al arrepentimiento. (Salmo 44:15;1 Corintios 15:34.)
Es digno de mención el hecho de que la Ley que Dios dio a Israel incorporaba esos mismos principios. Permitía
el consejo e incluso la disciplina física, pero a la vez protegía el derecho de la persona a cierto grado de
dignidad personal. Se autorizaba dar golpes ‘que correspondieran en número con el hecho inicuo’, pero
no podían excederse. Se impuso un límite al número de golpes a fin de que el malhechor no ‘quedara
realmente deshonrado’. (Deuteronomio 25:2, 3.)
A Jesús también lo caracterizó el interés por los sentimientos de los malhechores arrepentidos. Isaías profetizó
con respecto a él: “No romperá ninguna caña quebrantada; y en cuanto a una mecha de lino de disminuido
resplandor, no la extinguirá. En apego a la verdad sacará la justicia”. (Isaías 42:3; Mateo 12:17, 20;Lucas 7:37,
38, 44-50.)
En el Sermón del Monte, Jesús también recalcó la necesidad de tener empatía: “Todas las cosas que quieren
que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos”. (Mateo 7:12.) Tan
fundamental es este principio para promover buenas relaciones, que se le suele llamar la regla áurea. Si usted
es anciano cristiano, ¿cómo puede ayudarle esta regla a tratar con bondad y dignidad a aquellos a quienes
aconseja?
Tenga presente que usted también comete errores. Como dijo Santiago, “todos tropezamos muchas veces”.
(Santiago 3:2.) Recordar este hecho nos ayudará a atemperar las observaciones y controlar los sentimientos
cuando sea necesario hablar a otros sobre sus debilidades. Tenga en cuenta sus susceptibilidades. Así evitará
ser demasiado crítico, sacando a colación errores o defectos menores. Jesús puso de relieve la importancia de
este consejo cuando dijo: “Dejen de juzgar, para que no sean juzgados; porque con el juicio con que ustedes
juzgan, serán juzgados; y con la medida con que miden, se les medirá”. (Mateo 7:1, 2.)