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Los libros suelen dividirse en tres partes: principios, interior y finales. Todas las obras,
por sencillas que sean, «constan, cuando menos, de dos de esas tres partes: el pliego de
principios y el cuerpo del libro» (Martínez de Sousa, 2012 [2000], p. 212).
Pueden diferenciarse, además, las zonas que constituyen los exteriores del libro, que
resultan centrales al momento de que los lectores se aproximen a un libro. Mediante el
diseño gráfico y de contenidos, la cubierta, la contratapa, las solapas y la sobrecubierta,
conforman «una zona privilegiada para la transmisión del contenido de una obra»
(Giordanino, 2011, p. 50).
Tanto en la preparación de los materiales para diagramación, como en la posterior
corrección de pruebas, el editor debe verificar la disposición que siguen las distintas
partes del libro y el tipo de información que contienen, atento a la función que cada una
debe cumplir.
Los finales del libro son propios de las obras científicas y técnicas, y se utilizan para incluir
anexos, índices analíticos (de materias, de autores, de lugares, entre otros), cronologías,
glosarios, referencias y otros textos semejantes.