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Reseña critica

En la lectura de Nocturno de la democracia mexicana Héctor Aguilar Camín nos


ofrece una interpretación de los males que aquejan a nuestra criticada
democracia, propone un remedio y hace un llamado al debate. Atiendo a su
invitación. Nuestra democracia está mal vista y muchas son tristes. Creo que
debemos asumir la responsabilidad de defenderla y evitar que se nos venga abajo.

Para curar las deformidades de nuestra democracia Aguilar Camín propone ¿otra
reforma electoral? Entre 1977 y 2013 se introdujeron cuatro diferentes leyes
electorales cada una de las cuales fue reformada por lo menos dos veces. Según
él las más importantes fueron la LFOPPE de 1977 y el COFIPE corregido en 1996
porque dieron respuesta a la representación de minorías, al principio de equidad y
a la imparcialidad de las autoridades electorales. Considera, en cambio, que la
legislación actual, la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales,
(LEGIPE) de 2013 no puede atacar las debilidades que él señala, y propone
modificar algunas de su disposiciones y hasta un cambio de régimen político.

Nuestra democracia también ha tenido que sobreponerse al difícil entorno que han
construido los liberales en el poder desde finales del siglo XX, pues lo que
llamaron reforma del Estado fue en realidad un programa de políticas
antiestatistas que le arrebató funciones, limitó su alcance y le restó relevancia
política. Los vacíos que quedaron han sido ocupados por una constelación de
intereses particulares, desde organizaciones no gubernamentales hasta
universidades privadas, aunque destacan las elites económicas y partidistas,
donde las elites controlan los recursos políticos y económicos de la sociedad y
someten las instituciones al servicio de sus intereses

A excepción de Vicente Fox para quien el Estado no era ni siquiera un motivo de


queja, los últimos presidentes, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Felipe Calderón y
Enrique Peña Nieto nos dijeron una y otra vez que el objetivo del nuevo modelo
económico era modernizar y fortalecer el Estado. El proyecto reformista liberalizó
mercados, privatizó empresas públicas, internacionalizó la economía y
constitucionalizó una política económica guiada por el criterio inamovible del
equilibrio fiscal, En consecuencia no modernizaron ni fortalecieron al Estado,
simplemente lo disminuyeron.
Entiendo la dificultad de encontrar respuestas a los problemas complejos que
enfrenta la democracia en México. Sin embargo, a mí me parece evidente que
ninguno de ellos puede ser resuelto sin el respaldo de la autoridad del Estado.

La presencia del Estado en el ejercicio de sus funciones, de sus responsabilidades


y de sus atribuciones tal y como están definidas en la Constitución, bastaría para
darle vida y para responder a la debilidad institucional, a la dispersión de los
recursos políticos y a la concentración de los recursos económicos. Sin embargo,
¿cómo lograr ese objetivo con el Estado disminuido que hoy tenemos?

No es la primera vez que hacemos un esfuerzo de esa naturaleza, aunque es


probable que en esta coyuntura la magnitud de la tarea sea mucho mayor. Una vía
es la conclusión de un pacto nacional amplio, diferente del que firmó el presidente
Peña Nieto al principio de su gobierno, porque sus objetivos y mecanismos de
funcionamiento serían discutidos antes de llegar a los acuerdos pertinentes, a
diferencia del pacto interpartidista de 2013 que consistió en movilizar apoyo a
decisiones preparadas.

En el pasado hubo proyectos similares. En 1944 Manuel Ávila Camacho convocó


a los representantes de las elites económica, política y académica, y a líderes
empresariales y sindicales, a integrar una comisión para tratar los problemas de la
posguerra.

Son tan malas nuestras condiciones en materia de diálogo político, de seguridad,


de cohesión social, del futuro que ofrecemos a nuestros jóvenes que podemos
hacer de la necesidad virtud y coincidir en que un cambio es necesario, urgente. Si
es así, entonces la convocatoria a un pacto nacional para fortalecer al Estado
puede despertar el interés incluso de empresarios antiestatistas que han
saboreado la amargura de un mercado mal regulado, o cuyas inversiones han sido
destruidas por las organizaciones de narcotraficantes que los extorsionan y
asustan a los turistas.

Una fuente de fortalecimiento podría ser una reforma fiscal profunda, acordada por
todos los actores políticos, con claras intenciones redistributivas que, además,
asegure al Estado los recursos que necesita para cumplir con su obligación de
proveer servicios públicos: seguridad, salud, educación. Los grupos privilegiados
entenderían que a ellos también les conviene un país educado, saludable y
seguro. El éxito de esta convocatoria depende de las personas y de los liderazgos,
que en este caso cuentan por lo menos tanto como las instituciones.
El actual gobierno no cree en esa labor de convencimiento. Hace unos años,
en una pequeña reunión social uno de los asistentes preguntó a un secretario
de Estado cómo iban a explicar a la opinión pública las decisiones que había
anunciado. La respuesta brusca que dio a lo que interpretó como una
insolencia fue: “La gente no quiere rollos, quiere resultados”. Desde luego, el
secretario tiene razón, la gente quiere razones, explicaciones, argumentos,
pero no toda la información gubernamental es rollo, a menos de que así hablen
los funcionarios.

creo que estamos más desilusionados con las decisiones de los gobiernos que
hemos elegido que con la democracia. Si algo hay que cambiar son los
gobiernos, las formas de comunicación entre los funcionarios y los ciudadanos,
los presidentes, el personal político, no necesariamente las instituciones. Para
fortalecer la democracia tenemos que fortalecer al Estado mediante una
convocatoria cuyo punto de partida sea una invitación al debate, no la
contrafirma en un documento planchado.

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