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Para curar las deformidades de nuestra democracia Aguilar Camín propone ¿otra
reforma electoral? Entre 1977 y 2013 se introdujeron cuatro diferentes leyes
electorales cada una de las cuales fue reformada por lo menos dos veces. Según
él las más importantes fueron la LFOPPE de 1977 y el COFIPE corregido en 1996
porque dieron respuesta a la representación de minorías, al principio de equidad y
a la imparcialidad de las autoridades electorales. Considera, en cambio, que la
legislación actual, la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales,
(LEGIPE) de 2013 no puede atacar las debilidades que él señala, y propone
modificar algunas de su disposiciones y hasta un cambio de régimen político.
Nuestra democracia también ha tenido que sobreponerse al difícil entorno que han
construido los liberales en el poder desde finales del siglo XX, pues lo que
llamaron reforma del Estado fue en realidad un programa de políticas
antiestatistas que le arrebató funciones, limitó su alcance y le restó relevancia
política. Los vacíos que quedaron han sido ocupados por una constelación de
intereses particulares, desde organizaciones no gubernamentales hasta
universidades privadas, aunque destacan las elites económicas y partidistas,
donde las elites controlan los recursos políticos y económicos de la sociedad y
someten las instituciones al servicio de sus intereses
Una fuente de fortalecimiento podría ser una reforma fiscal profunda, acordada por
todos los actores políticos, con claras intenciones redistributivas que, además,
asegure al Estado los recursos que necesita para cumplir con su obligación de
proveer servicios públicos: seguridad, salud, educación. Los grupos privilegiados
entenderían que a ellos también les conviene un país educado, saludable y
seguro. El éxito de esta convocatoria depende de las personas y de los liderazgos,
que en este caso cuentan por lo menos tanto como las instituciones.
El actual gobierno no cree en esa labor de convencimiento. Hace unos años,
en una pequeña reunión social uno de los asistentes preguntó a un secretario
de Estado cómo iban a explicar a la opinión pública las decisiones que había
anunciado. La respuesta brusca que dio a lo que interpretó como una
insolencia fue: “La gente no quiere rollos, quiere resultados”. Desde luego, el
secretario tiene razón, la gente quiere razones, explicaciones, argumentos,
pero no toda la información gubernamental es rollo, a menos de que así hablen
los funcionarios.
creo que estamos más desilusionados con las decisiones de los gobiernos que
hemos elegido que con la democracia. Si algo hay que cambiar son los
gobiernos, las formas de comunicación entre los funcionarios y los ciudadanos,
los presidentes, el personal político, no necesariamente las instituciones. Para
fortalecer la democracia tenemos que fortalecer al Estado mediante una
convocatoria cuyo punto de partida sea una invitación al debate, no la
contrafirma en un documento planchado.