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Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos,
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se juntaron a una.
35 Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo:
36 Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
37Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con
toda tu alma, y con toda tu mente.
38 Este es el primero y grande mandamiento.
39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
40 De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
«Jesús respondió: —“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu mente”. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo es similar:
“Amarás a tu prójimo con el mismo amor con que te amas a ti mismo”.»
Mateo 22:37-39 NBD
«Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con
todas tus fuerzas. Éste es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.»
S. Marcos 12:30-31 RVR1960
«Jesús le contestó: —El primero y más importante de los mandamientos es el que dice así:
“¡Escucha, pueblo de Israel! Nuestro único Dios es el Dios de Israel. Ama a tu Dios con todo lo
que piensas, con todo lo que eres y con todo lo que vales.” Y el segundo mandamiento en
importancia es: “Cada uno debe amar a su prójimo, como se ama a sí mismo.” Ningún otro
mandamiento es más importante que estos dos.»
San Marcos 12:29-31 TLA
En otra ocasión Jesús dijo: “Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros.” –
Juan 5:42. Y Pablo menciona en su carta a Timoteo: “Porque habrá hombres amadores de sí
mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos,
impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores
de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que
tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita.” –
2 Timoteo 3:2-5
Nuestro hermano en la fe, también es nuestro prójimo, por eso debemos
instarnos a perseverar en la fe, perdonándonos nuestras ofensas y
nuestras faltas, soportándonos unos a otros, sosteniendo a los débiles,
exhortando y corrigiendo cualquier actitud o desvío en la vida cristiana,
con el fin de restaurar la comunión con Dios y con los hermanos, esto
es bueno y agradable (Salmos 133:1), es evidencia que andamos en la
luz (1 Juan 2:10), demuestra que somos discípulos de Cristo (Juan
13:35), es señal que hemos nacido de nuevo (1 Juan 3:14).
Mateo 5:44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los
que os ultrajan y os persiguen
Juan 13:34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
Romanos 12:14 Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no
maldigáis
Gálatas 6:10 Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a
todos, y mayormente a los de la familia de la fe
1 Juan 3:23 Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de
su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha
mandado.
Consentir el pecado no es amor, tolerar el error no es amor, pero
tal como lo dijo Charles Spurgeon: “No soy enemigo de nadie, pero soy
enemigo de toda enseñanza contraria a la Palabra de Dios”
MENSAJE DEL 2-07-2013
“EL AMOR A DIOS Y EL AMOR AL PRÓJIMO”
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¿Hay otras maneras de amar (hacer bien, servir) al prójimo? Anótelas aquí abajo:
(3) Con respecto a uno mismo
Se dice que si uno no se ama a sí mismo, no puede amar al prójimo; y aunque esta
afirmación suena bien, está cambiando sutilmente los términos de Mateo 22:39, y de
hecho se opone a lo expresado por Jesús. Note lo siguiente:
En primer lugar, en estos versículos (de hecho en ningún versículo de la Biblia) no se dice
que uno debe amar primero a Dios, segundo a uno mismo y tercero al prójimo. ¡Estos
mandamientos no son tres sino dos! Hay un mandamiento primario: amar a Dios, y uno
dependiente de aquel: amar al prójimo como a uno mismo. Pero no se enseña que para
amar al prójimo uno debe amarse primero a sí mismo (en sentido cronológico, de
importancia, etc.). La fuerza del segundo mandamiento está precisamente en su
simultaneidad y su equilibrio: “al prójimo como a uno mismo”.
En segundo lugar, y a pesar de la simultaneidad a la que aludimos recién, todavía es cierto
que Jesús deliberadamente menciona primero al prójimo y después a uno mismo. Es
evidente que el Señor quería eliminar toda posibilidad de que este mandamiento fuera mal
entendido, y que alguien cayera en el error de ponerse a sí mismo segundo en esta escala
del amor, y poner al prójimo tercero. Si existiera esta escala (en realidad no existe, pero si
existiera) ¡el prójimo debería ser el segundo y uno mismo el tercero!
Entonces, ¿qué significa la expresión “como a uno mismo”? Una ligera mirada a Levítico
19 (de donde Jesús cita en el versículo 18) nos ayuda a entender esto de “amar al prójimo
como a uno mismo”. Una buena parte de ese capítulo se dedica a delinear las conductas a
seguir con el prójimo, sea judío o no. Por ejemplo: enseña cómo debe ser la actitud de uno
hacia los padres (3), los pobres (9, 10, 15), los extranjeros (9, 10, 33, 34), y los ancianos
(32); prohíbe el robo (11a), el engaño y la mentira (11b, 12), la opresión física o económica
(13), el abuso de los discapacitados (14), la injusticia (15, 35, 36), el chisme (16a), el
desprecio por la vida ajena (16), el odio, la venganza y el rencor (17, 18a), la falta de
respeto a la sierva, a la esposa del prójimo (20–22) y la incitación a la prostitución de las
hijas (29).
Resulta muy interesante que en medio de estos mandamientos destinados a regular la
conducta a seguir con el prójimo, también se ordena cuidarse (¿amarse?) a uno mismo;
los judíos tenían que vivir en santidad (2), huir de la idolatría (4), ofrecer sacrificios de
manera correcta (5–8), no comer con sangre (26a), no ejercer el ocultismo ni exponerse a
la influencia de los adivinos y agoreros (26b, 31), no maltratar el cuerpo (27, 28), guardar
el día de reposo y reverenciar el santuario de Dios (30).
Levítico 19 destaca la interdependencia y reciprocidad de este mandamiento, donde todos
tienen que ver con todos pero la responsabilidad de amar siempre es de uno mismo. A mi
entender, ésta es la esencia de Mateo 22:39: tiene que ver con ejercer hacia los demás el
cuidado que uno tendría consigo mismo, pero comenzando por el otro y no por uno. El
amor/ágape es hacer bien y servir al prójimo.
Ahora bien, en este esquema ¿dónde queda uno como persona? ¿Propugna la Biblia una
especie de anulación personal? ¿Para amar al prójimo se debe descender al nivel de “no
persona”? ¡Por supuesto que no! ¡Lo que Dios quiere es que por medio del servicio de
amor brindado a nuestro prójimo nos elevemos a nosotros mismos!
En cuanto a la relación del creyente con el prójimo/hermano, las Escrituras señalan que
esta relación se establece sanamente cuando uno ocupa el lugar que le corresponde en el
cuerpo de Cristo: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre
vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de
sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.” (Romanos 12:3).
Hay un nivel conceptual que sí debemos tener de nosotros mismos: tenemos que vernos
tal cual somos (es decir, vernos como Dios nos ve), para ocupar con dignidad ocupar el
lugar que Dios nos ha concedido en el cuerpo de Cristo (vea los versículos siguientes,
donde se mencionan algunos de los dones dados a los creyentes, y Romanos 14:1–15:6
donde se define el trato que debemos brindar a los hermanos débiles en la fe). El que no
se mira a sí mismo desde este nivel demuestra falta de cordura; quien no tiene un
equilibrio espiritual en la consideración de su persona cae en una especie de insania o
locura espiritual. Ahora bien, para mantener esta visión equilibrada de nosotros mismos,
Dios nos ha concedido a cada uno de nosotros la medida de fe que necesaria como para
no menospreciarnos ni ensalzarnos a nosotros mismos, ni menospreciar o adular a otros.
(Vea también Filipenses 2:1–8, y Efesios 5:25–33. En ambos pasajes el Señor Jesucristo
es el ejemplo supremo de la actitud de amor que debemos mostrarnos unos a otros como
hermanos que somos).
En cuanto a la relación con el prójimo que no es creyente, Romanos 1:14–13:14 plantea
distintas situaciones que lo ejemplifican.
En conclusión,