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relatos microperversos

de un editor fracasado
PARTE DECIMOCTAVA

jonathan lamb

2012
Corredor de la muerte

Cuando defeco El calor de la isla echa los libros a sudar. No soportan bien el cambio drástico
Teléfono de editor de clima. Han pasado sin quererlo de la sequedad continental de Madrid a
Llaman a la puerta esta humedad marina de la costa. Mis libros inocentes, libros de mi edito-
Pentotal rial, se han visto sacados de su orden de vitrinas para verse constreñidos a
Corredor de la muerte cajas endebles de cartón, vapuleados por el ajetreo de camiones y del barco
que los ha traído al exilio. Todo porque no he sido capaz de ofrecerles una
vida mejor a manos de lectores amorosos que los abran y acaricien, que los
ojeen y los lean, y que cada semana les pasen el plumero en sus estantes para
sacarles el brillo que merecen. Mis pobres libros son víctimas de un castigo
sin sentido, destinados al olvido eterno aunque nacieran para la inmortali-
dad de sus autores. Yo les di la vida sin pensar en las malas consecuencias.
Ahora yacen apelotonados en cajas y más cajas semideshechas, regadas por
el exiguo apartamento playero que será su nuevo hogar, quizás su corredor
de la muerte, porque es probable que de aquí partan hacia las fauces de una
empresa con autorización gubernativa para su destrucción certificada, legal,
aséptica y ecológica.
Pentotal Cuando defeco

La novela comienza con el hallazgo de un cadáver asesinado con pentotal —Hace tres meses que siento placer cuando defeco...
sódico. Y aunque al autor le preocupa el uso de semejante sustancia porque —¿Eso le preocupa?
suele ser cosa de la CIA, a mí lo que me tiene fascinado es cómo logran asesi- —Bueno, ¿no le parece extraño? Antes no me sucedía.
nar a un cadáver. Pero eso no se explica en la novela. —¿Extraño? Depende... si supiera lo que desfila por esta consulta cada día...
—Ya, puedo imaginarlo… pero no he acabado de contarle. Como le decía,
siento placer cuando defeco, mucho placer. Y no sólo eso. Me gusta cómo
huele. Me gusta mucho. Cuando termino de limpiarme no acciono la cisterna
y me quedo en el cuarto de baño hasta que desaparece el último rastro de
aroma. No lo puedo evitar. ¿Qué le parece?
—No creo que sea grave.
—Lo peor es que en las últimas semanas he empezado a disfrutar con el tac-
to. No sé, la idea se metió en mi cabeza y... ya no cago en el retrete. Lo hago
en el bidé. Me gusta sentir el calorcito entre las manos, y esa textura suave,
maleable. Cada día me depara nuevas sensaciones...
—He conocido algunos casos semejantes al suyo.
—¿En serio?
—Dígame, ¿a qué se dedica usted?
—Soy escritor.
—Ya, y... ¿qué escribe?
—Soy poeta.
—Pero, ¡hombre de Dios, podría haber empezado por contarme este detalle!
Y, dígame, ¿ha publicado alguna obra?
—Pues sí. Precisamente, hace unos meses gané el certamen de Corporación Llaman a la puerta
Demoética y editaron mis poemas...
—Entonces, no se preocupe. ¡Disfrute con su mierda como le venga en gana!
—¡Mil gracias, doctor!, sus palabras me tranquilizan...

Un tipo que quiere editar sus poemas toca a la puerta de mi oficina. Viene
con una carpeta de folios sueltos bajo el brazo. Lo atiendo con amabilidad.
Tras leer media docena de sus poemas saco del primer cajón del escritorio mi
máscara de profesional sobradamente preparado y me la coloco ante la mi-
rada estupefacta del tipo. “Están bien tus poemas”, le digo al fulano. Sonríe.
Luego, impostando la voz, continúo: “Pero les falta mayor riqueza de vocabu-
lario y una mejoría en la musicalidad. ¿Qué poesía sueles leer?”, le pregunto
por satisfacer mi malsana curiosidad. “No leo poesía”, me contesta con aire
dubitativo, “porque no quiero que me influya”. “¡Ah!, haces muy bien”, le
digo, “yo tampoco suelo leer la poesía que me ofrecen publicar porque no
quiero vomitarme encima”. El tipo empieza a temblar mientras recojo sus
folios de mierda, los guardo con sumo cuidado en su carpeta, se la entrego y
lo empujo hacia la calle.
literarios, severos correctivos por haber publicado a un autor que según los Teléfono de editor
más críticos, era un mero bluf comercial, un escritor ramplón al servicio del
poder. De alguna manera estaba de acuerdo con estas aseveraciones, pero yo
debía defender mi apuesta y mantener el difícil equilibrio de un editor en el
mundo de los odios y enemistades entre escritores.
Tras mi negativa a publicar su libro de relatos, el joven escritor de éxito no El teléfono de un editor suele ser una caja de sorpresas. Dirijo una editorial
volvió a telefonearme. Perdón, sí lo hizo, pero sólo para exigirme, de buenos pequeña pero coqueta que durante un tiempo tuvo muchos novios. Por telé-
modos y con simpatía, el pago de sus derechos por las exiguas ventas de su fono me han comunicado toda clase de propuestas. Genialidades sin paran-
novela, cosa que hice de inmediato a través de transferencia. gón, obras que iban a cambiar el curso de la literatura universal, poemarios
Un año más tarde, me alejé definitivamente de las puertas del cielo. Mi con tarifa fija por verso, superventas que me harían rico de la noche a la ma-
maltrecha economía me obligó a regresar a mi ciudad, cargado de escepti- ñana... He recibido llamadas de simples aficionados a juntar letras, de poetas
cismo pero dispuesto a continuar en la lucha con la mayor dignidad posible, malditos y consagrados, de candidatos a Dan Brown, de figuras prominentes
a volver a integrarme en su mundillo cultural. Con esa idea en mente, me de alguna que otra literatura local, de niñas superdotadas que dan lecciones
obligué a mí mismo a acudir una tarde a una conferencia que pronunciaba el gratis de edición, de sabios académicos a punto de jubilarse, de expertos en
joven escritor de éxito. Al fin íbamos a conocernos y supuse que se alegraría. estrategias comerciales... Por teléfono han alabado la belleza de mis libros,
Cuando acabó su intervención, esperé pacientemente a que terminara de han exigido la publicación de unos ripios, me han amenazado con los tribu-
firmar autógrafos y conversar con sus lectoras. Me dirigí hacia él con una son- nales, me han chantajeado, besado el culo o han intentado echarme un polvo
risa en el rostro, y me presenté. Hola, soy Apeles. ¿Quién? Apeles. Perdona, sin condón y por sorpresa. Así es la existencia del editor que vive a las puertas
no te conozco ni me suena tu nombre. Apeles, el editor de tu novela... ¡Ah!, del éxito. En un tiempo, el ring ring del teléfono provocaba un vuelco en mi
ya, te presento a mi novia. Encantado. Encantada. Y bueno, ¿qué tal? Bien, estómago. Ya no. Ahora ni lo descuelgo. No porque al fin mi sello editorial
nos vemos, adiós, adiós. Y ahí me quedé, inmóvil, más tieso que una efigie haya entrado en el parnaso de los suplementos culturales de fin de semana,
egipcia, pensando en lo fácil que puede olvidarse un nombre tan corriente ni porque los beneficios de las ventas de mis libros superen a los gastos. Qué
como el mío, Apeles, y en lo raquítico que es el agradecimiento de un escritor va. Ya no deambulo por las puertas del cielo sino que camino al borde del
que se cree genial. Me consolé recordando lo mucho que se había arrastrado abismo con cierto aire de digna resignación.
ante mí para que publicara su novela y comprobando lo interesado, hipócrita Durante aquellos tiempos dorados en los que estuve a punto de triunfar,
y desmemoriado que puede llegar a ser un joven escritor de éxito cuando recibí llamadas de algunos autores de cierta relevancia en el panorama local.
necesita engordar su ego. Todos querían publicar su última genialidad en alguna de mis colecciones.
Los que no lo consiguieron se indignaron profundamente ante la negativa diseño de la cubierta. Él estaba encantado, eufórico, agradecido. No cesaba
y fueron para siempre mis furibundos enemigos. En cambio, los que final- de ponderar mi profesionalidad y mostrar sus ganas de conocerme personal-
mente pasaron a formar parte de la nómina de los autores de la editorial, se mente. El libro salió a las librerías, tuvo una acogida aceptable en la provin-
convirtieron en amigos, más allá del volumen de sus egos. Pero hubo una cia y el joven escritor se esforzó en la promoción, concediendo numerosas
excepción a esta norma general. entrevistas en las televisiones locales, los periódicos y las emisoras de radio.
Una tarde de primavera, cuando ya me había trasladado a la capital para Yo seguía viviendo en la capital. Durante los primeros meses me llamaba a
besar el éxito, recibí la llamada de un joven escritor de mi tierra. Era un autor menudo para pedirme que enviara un ejemplar a tal o cual periodista, o que
muy conocido allá, que había gozado de cierto éxito con sus primeras novelas. insistiera en la publicación de una reseña en algún medio local. Sentía cierta
Me sorprendió gratamente su llamada. Me proponía la publicación de su úl- decepción por el silencio de los suplementos de cultura nacionales ante la
tima obra, lo cual no dejaba de constituir para mí un honor y un síntoma de edición de su novela. Comenzó a preguntar insistentemente por las cifras
reconocimiento entre mis paisanos. El escritor comenzó la conversación con de ventas, que desgraciadamente, no correspondían con sus expectativas y
la alabanza escueta pero incendiaria de mis méritos. Después, como es lógico, promesas. Yo, por mi parte, hice todo lo que pude, luché por el libro, pero en
pasó a glosar ampliamente los suyos. Quedamos en que me enviaría su texto el primer semestre no logramos superar los seiscientos ejemplares vendidos.
para que yo valorara la posibilidad de publicarlo, aunque él estaba absoluta- En los tiempos que corren, se sabe que si las ventas no empiezan bien ya no
mente convencido de que así sería. Yo no podría dar la espalda a tanta calidad remontarán. La dictadura de la novedad determina la vida de los libros.
y suculentas ganancias futuras. Al cabo de un año, y tras unos meses sin comunicarnos, el joven escritor
Leí la novela. Sin parecerme extraordinaria, pensé que no desencajaría de éxito me llamó de nuevo. Seguíamos sin habernos visto cara a cara pero
del todo el, hasta entonces, cuidado catálogo de la editorial. Por otra parte, manteníamos una relación cordial. Me propuso la publicación de una nueva
sería una oportunidad de impulsar aún más el nombre del sello en el panora- obra suya, esta vez, un libro de relatos. Su derroche de simpatía y agradeci-
ma de la cultura regional y atraer la atención de las instituciones, los medios miento no pudo convencerme. Antes de que terminara de hablar yo ya había
de comunicación y los lectores. Tras las prístinas intenciones de los comien- decidido que no lo publicaría. La experiencia del primer libro y el cambio
zos, yo empezaba a pensar como un empresario, quizá influenciado por el paulatino del signo de los tiempos me obligaban a ello. Empezaba a notar
aroma del triunfo, tal vez aplastado por la montaña de facturas que se iban que mi editorial se alejaba lentamente, cual barca a la deriva, de las puertas
acumulando sobre mi escritorio. Lo cierto es que decidí publicar la novela del del cielo. No podía arriesgarme a seguir perdiendo dinero. Por otra parte,
joven escritor de éxito. tampoco la calidad de su libro de relatos me parecía suficiente, y su creciente
El proceso fue sencillo y rápido. Hablaba a menudo por teléfono con el figura de gran escritor de la cultura impulsada por el poder local empezaba
autor. Con facilidad nos pusimos de acuerdo en algunas correcciones y en el a molestarme. Para colmo de males, recibí en privado y en algunos ámbitos

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