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Sermón

Iglesia Luterana San Pedro


22 de mayo de 2011
Texto: Juan 14:1-14

“Jesús es el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por él.” No es
cierto. No es cierto. Jesús no es el único camino a Dios. Es un camino entre muchos
otros. La verdad absoluta no es propiedad exclusiva de nadie, ni de Jesús, ni de la
iglesia, ni de los cristianos. Todas las religiones tienen algo de verdad. Hay que rechazar
la idea de que la religión cristiana es la única verdadera y que sólo en Jesús hay vida y
salvación. Esa forma de pensar ha llevado al fanatismo religioso, la violencia, y la
persecución de personas de otras religiones por parte de los cristianos. La afirmación
que nadie viene al Padre sino sólo por Jesús ha servido para condenar a las llamas del
infierno a todos los que no son cristianos. En el mundo moderno y pluralista en que
vivimos, ya no deben tener lugar esas actitudes intolerantes y esas formas anticuadas de
pensar. Existen muchas formas de llegar a Dios, y seguir a Jesús sólo es una de ellas, no
la única.
Escuchar ideas como ésas es muy común hoy día. En muchos casos, no sólo son
personas no cristianas las que piensan de esa forma, sino los mismos cristianos. De
hecho, me atrevería a decir que hay muchas personas aquí entre nosotros hoy que
piensan así. Si todavía nos identificamos como cristianos, es sólo porque nacimos en la
iglesia y nos han educado como cristianos desde pequeños. Por las costumbres que nos
heredaron nuestros padres, consideramos que para nosotros es la mejor opción, pero
respetamos la decisión de otras personas de seguir otras religiones y creencias que en
su opinión responden mejor a sus necesidades. Ser cristiano es sólo una opción entre
muchas otras, y todas son igualmente válidas. Es cuestión de preferencia personal, y
cada uno es libre para pensar y vivir como quiera.
Si yo creyera todo eso, no estaría aquí parado en el púlpito ante ustedes hoy. No
es que yo quiera cuestionar la idea de que hay verdad en otras religiones. Tampoco
quiero cuestionar la importancia de respetar las creencias de otras personas cuando son
diferentes de las nuestras. Para mí, no sólo debemos tolerarlas sino apreciarlas, pues
tenemos muchísimo que aprender de personas cuyas creencias son distintas a las
nuestras. Pero al mismo tiempo, yo sí creo con todo mi corazón lo que dijo Jesús: El es
el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por él.
¿Por qué creo yo eso? La realidad es que, aun cuando todos usamos la palabra
“Dios,” cada persona y cada religión entiende esa palabra de una forma diferente. Hay
una infinidad de conceptos de Dios circulando por todo el mundo. Y yo no creo que
todas esas formas de concebir a Dios sean igualmente aceptables. Muchos de esos
conceptos de Dios se utilizan para justificar la violencia y la injusticia, para excluir,

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marginar, oprimir y condenar a otras personas, o para controlar y manipular a la gente
para fines propios. Pero el Dios que nos presenta Jesús no hace nada de eso; al
contrario, es un Dios que libera, transforma, sana, y da vida.
Según el Nuevo Testamento, tenemos un Dios distinto, único, inigualable, que no
se parece a ningún otro Dios o divinidad de la tierra o de la historia. ¿Dónde más
encontramos a un Dios que mandó a su único Hijo amado a nacer, no en un palacio o
una mansión lujosa, sino un miserable establo, hediondo y sucio, lleno de animales y de
gente pobre y humilde como María, José y los pastores? Ese mismo hijo tuvo que huir
por su vida a Egipto como refugiado junto con sus padres, y luego se estableció con su
familia en una pequeña e insignificante aldea de Galilea, donde practicaba la carpintería.
Después comenzó un ministerio itinerante entre gente igualmente marginada, seguido
por discípulos que eran hombres sencillos, como pescadores, un cobrador de
impuestos, y un zelote agitador. No tenía ni dónde recostar su cabeza.
¿Dónde más sino en Jesús encontramos a un Dios así? Un Dios que manda amar
a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen. Un Dios que dice que no hay que
juzgar a los demás sino perdonar 70 veces 7. Un Dios que se oponía a los que querían
prohibirle a Jesús que sanara en el día de reposo, un Dios para el cual la misericordia y
la justicia y el bienestar de la gente son más importantes que los mandamientos de la
ley. Un Dios que dice a los que, en nombre de la ley, querían apredear a una mujer
sorprendida en adultero, “El que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella.” ¿Dónde más encontramos a un Dios así?
En nombre de ese Dios, Jesús denunció la maldad, la hipocresía y la corrupción
de los líderes religiosos poderosos de su tiempo, llamándolos guías ciegos, sepulcros
blanqueados y generación de víboras, acusándolos de abusar del nombre de Dios para
devorar las casas de las viudas y atar cargas pesadas sobre los hombros de los demás.
Les dijo a esos líderes que los pecadores, los odiados cobradores de impuestos y hasta
las prostitutas entrarían al reino de Dios antes que ellos. Entró indignado al templo a
protestar contra la manera en que estaban lucrando con la religión en nombre de su
Dios, para sacar fuera a los que abusaban en la venta y el cambio de monedas y voltear
sus mesas. Ese es el Dios de Jesús, un Dios como ningún otro.
Pero también es el Dios que enseña a dar la otra mejilla y perdonar. El Dios que
prefiere que el pastor deje atrás las 99 ovejas y salga a buscar la que está sola y perdida.
El Dios que dice que en su reino los primeros serán los últimos y los últimos primeros. El
Dios que rechaza la oración del que da gracias a Dios por ser tan religioso y no ser
ladrón, injusto, o adúltero como los demás hombres, y en cambio acepta con agrado al
pecador que se golpea el pecho diciendo, “Señor, ten piedad de mí que soy pecador.” El
Dios que es como un padre que le entrega su herencia a un hijo sólo para verlo
malgastarlo todo en fiestas y mujeres y borracheras, y al verlo a la distancia regresando
a casa, corre a abrazarlo y besarlo, y luego manda ponerle un anillo costoso y hacerle

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una gran fiesta con música, danza, y el becerro engordado. Díganme: ¿Dónde más
encontramos a ese Dios sino en la enseñanza y la práctica de Jesús?
Para mí, ése es el Dios verdadero. El Dios que Jesús llamó Abba, Padre. Es el Dios
que prefiere ver a su Hijo morir antes de verlo callar ante toda la maldad y la hipocresía,
un Dios que prefiere la cruz antes de entregar a toda la humanidad a la perdición. Es el
Dios que según San Pablo escogió lo necio y lo débil y lo vil y lo menospreciado del
mundo, y no lo supuestamente sabio y poderoso y fuerte. Es el Dios del que ese mismo
Pablo escribió, “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también
con él todas las cosas? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Estoy seguro de que ni
la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por
venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor
de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Ese es el Dios en quien yo creo. Yo no creo que haya otro Dios fuera de ése. Y
por lo tanto, cuando oigo que hay muchos caminos a Dios, muchas verdades, muchas
maneras de llegar a Dios, yo digo, “No es cierto. No es cierto. Yo no conozco otra
manera de llegar a ese Dios, el Dios que acabo de describir, el Dios que Jesús llamó
Abba, Padre, sino a través de Jesús. Y por más que respete y valore otras creencias, otras
tradiciones, otras formas de pensar, yo no puedo creer en otro Dios que el Dios que veo
en Jesús, que representa todo lo contrario a lo que mucha gente entiende por Dios. Yo
no puedo dejar de creer que, como Jesús nos dice, él es el camino, la verdad, y la vida, y
que nadie llega al Padre sino por él.”
Noten que Jesús no dice que nadie llega a Dios sino por él, sino que nadie llega
al Padre sino por él. ¿Por qué? Porque en Jesús conocemos a Dios no solamente como
Dios sino como nuestro Padre. Un Padre que siempre nos acompaña y se preocupa por
nosotros. Un Padre que nos recibe tal como somos, con todos nuestros defectos y
pecados y toda nuestra indignidad y suciedad, un Padre que nos ama sin condiciones,
no importa qué hayamos hecho ni qué tan rebeldes hayamos sido. Un Padre que nos
acepta siempre con los brazos abiertos como sus amados hijos e hijas, pase lo que pase.
Un Padre dispuesto siempre a perdonar, a levantarnos cuando hemos caído, a olvidar
nuestro pasado para permitirnos comenzar de nuevo otra vez. Ese es el Dios del que
Jesús dice, “Nadie llega al Padre, a ese Padre, sino por mí.”
Y por eso les dice Jesús a sus discípulos al principio de nuestro texto, “No se
turbe su corazón; ustedes creen en Dios, crean también en mí.” Eso es lo que quiere
Dios; simplemente que creamos y confiemos en él, que pongamos nuestra vida en sus
manos, que lo dejemos ser nuestro Padre. Ese es el Dios y Padre a quien Jesús nos
quiere llevar como el camino, la verdad, y la vida. Mientras tantos otros en nuestro
mundo hoy proclaman a un Dios que inspira miedo y llena de miedo, Jesús proclama a

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un Dios que nos libera del miedo. “Que no se turbe su corazón; sólo crean en Dios;
crean en mí.”
Para mí, ése es el Dios que necesita nuestro mundo hoy; ese Dios, y ningún otro.
No el Dios que margina y excluye. No el Dios que justifica la violencia y quiere que
callemos ante los abusos. No el Dios que dice que la mujer vale menos que el varón. No
el Dios que abandona a los que no son nada ni nadie en este mundo para unir fuerzas
con los grandes y poderosos. Ese es el Dios que muchos hoy día están anunciando,
incluyendo muchos de los que dicen ser cristianos. Y frente a eso, tenemos que decir,
“No es cierto. ¡No es cierto! Ese Dios que están proclamando no es Dios. El Dios
verdadero es el que anuncia Jesús, quien es el camino, la verdad y la vida.”
Eso es lo que tenemos que anunciar tú y yo. En este mundo, hay tanta gente que
anda vagando de un lado para otro sin encontrar el camino. Gente que anda sola y
perdida, siguiendo caminos equivocados, caminos que llevan a relaciones rotas, al
fracaso, a la muerte. Gente que necesita descubrir que Jesús es el camino. Hay tanta
gente cuya vida no es más que una gran mentira. Su matrimonio es una mentira. Sus
relaciones con sus hijos y con otras personas es una mentira. Su vida personal es una
mentira, su trabajo es una mentira, sus finanzas son una mentira. Es gente que necesita
llegar a saber que Jesús es la verdad. Asimismo, hay tanta gente cuya vida en realidad
no es vida sino muerte. Han tomado decisiones malas que llevan a la muerte. Son
víctimas de relaciones opresivas o sistemas injustos que destruyen la verdadera vida y
los dejan rodeados de muerte. Aun en vida, la muerte los tiene cautivados y
esclavizados. Como dice San Pablo, viviendo están muertos, y necesitan saber que Jesús
es la vida. Otras personas viven paralizadas por el miedo, miedo a la vida, miedo a la
muerte, miedo al presente, miedo al futuro, miedo a lo que puede pasar y miedo a lo
que puede no pasar. Son personas que necesitan urgentemente escuchar, “No se turbe
su corazón; crean en Dios el Padre, y crean en Jesús su Hijo, pues él es el camino, la
verdad, y la vida.”
En un mundo así, lleno de gente que anda sola y perdida sin camino, gente cuya
vida es mentira y muerte, gente cautiva del miedo, lo que menos hace falta es que nos
crucemos los brazos y nos lavemos las manos, dejando que todo siga igual, para
afirmar, “Hay muchos caminos. Hay muchas verdades. Hay muchas formas de llegar a
Dios. Todas las creencias son buenas. A ver cuál te agrada más. A ver cuál te hace más
feliz. Ojalá encuentres un camino que te guste. ¡Bye! ¡Que te vaya muy bien!”
No. Lo que hace falta es que tú y yo compartamos nuestra fe y nuestra
convicción de que Jesús es el camino, la verdad y la vida. Lo que hace falta es que
digamos a los demás, “Yo creo que Jesús es el que te puede llevar al Padre, al verdadero
Dios que quiere ser Padre para ti, el Dios de amor incondicional y paz y gozo y justicia y
bienestar y vida.” Por supuesto, eso lo decimos no para condenar ni juzgar a nadie, sino
porque queremos que encuentren la vida. Lo decimos recordando que después de

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escribir, “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en el cree, no se pierda, mas tenga vida eterna,” el evangelista luego
continuó: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar el mundo, sino para
que el mundo sea salvo por él.” Gritar a voces, “Jesús es el camino, la verdad, y la vida”
no es condenar a nadie, sino querer que el mundo encuentre salvación y nueva vida,
vida en abundancia, en él. Sin duda, eso significa condenar a los falsos dioses
proclamados por muchos que oprimen y esclavizan y excluyen y manipulan y cometen
toda clase de injusticia y maldad en nombre de un Dios contrario al que encontramos
en Jesús. Cuando proclaman esos dioses, tenemos que levantar la voz y decir, “No, ése
no es Dios. Ese no es el Dios de Jesucristo.” Pero eso lo hacemos, no para condenar a
nadie, sino para que otros conozcan al Dios verdadero, el Dios que libera y transforma y
perdona y sana y da vida y paz, el Dios que encontramos en Jesús. Ese es el Dios en el
que yo creo. Ese es el Dios que yo creo que el mundo necesita hoy: ése y no otro.
Pero, ¿quién lo va a proclamar al mundo y compartir con los demás? ¿Quién va a
anunciar que Jesús es el camino, la verdad y la vida, el que nos lleva al Padre? Esa tarea
nos toca a ti y a mí, pues todos hemos sido llamados por Dios a realizarla. Sin embargo,
sabemos que para esta tarea necesitamos también a personas con una preparación
especial, que no sólo puedan proclamar ese mensaje ellos mismos, sino también
capacitar y enseñar y animar a otros a cumplir con esa tarea, gente que tenga los
conocimientos necesarios para ayudarles a los demás a distinguir entre el Dios
verdadero y los dioses falsos. En otras palabras, necesitamos pastores y pastoras para
esta tarea.
Todos tenemos un llamado a compartir este Dios con otros, cualquiera que sea la
ocupación o profesión que hayamos elegido en la vida. Pero todos debemos
preguntarnos también si Dios nos está llamando a algo más: a servirle como pastores o
pastoras, por ejemplo, o en alguna otra vocación de servicio en la iglesia o en la
sociedad. Y si nos está llamando, ¿cómo responderemos? ¿Con fe en él? ¿O con miedo?
Saben, yo siempre les digo a los que están considerando la posibilidad de estudiar en el
Seminario para ser pastor o pastora, que tienen que discernir en su corazón si creen que
Dios los está llamando para ese ministerio. Dios no llama a todos a ser pastores y
pastoras, y por eso, si uno cree en su corazón que Dios no lo está llamando a eso, está
bien: Dios también necesita a gente que le sirva en otras profesiones y capacidades, y si
uno se siente llamado más bien a esas otras formas de servicio, qué bueno. Hay que
responder a ese llamado. Pero una cosa es decir, “No me siento llamado por Dios a ser
pastor o pastora,” y otra cosa muy diferente es decir, “Sí me siento llamado o llamada,
pero no voy a responder a ese llamado porque tengo miedo, miedo a cómo me podría
ir, miedo a la incertidumbre, miedo a mis faltas y carencias, miedo al futuro.” Porque si
en esa parte de mi vida tengo miedo y no tengo fe en Dios, en todas las demás partes
de mi vida también me estoy condenando a vivir con miedo y sin fe en Dios. Y una vida

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vivida con miedo, una vida vivida sin fe en Dios, una vida en la que no estoy confiando
plenamente en Dios y poniendo mi vida en sus manos, no es verdadera vida. Si no
confías plenamente en Dios cuando te está llamando a algo, nunca vas a perder el
miedo en tu vida; más bien, vas a ser siempre como el siervo infiel que tomó el talento
que Dios le había dado y lo enterró en un hoyo bajo la tierra, por miedo. Así será tu
vida. Eso es verdad no sólo para los que se sienten llamados por Dios al ministerio
pastoral, sino los que se sienten llamados a servir a Dios en cualquier otra capacidad
también. Para tener verdadera vida, hay que escuchar y creer lo que nos dice Jesús: “No
se turbe tu corazón. Cree en Dios, cree también en mí. Yo soy el camino, la verdad, y la
vida. Créelo. Créelo.”
Tú, ¿lo crees? Con todo mi corazón, espero que sí. Porque si en verdad lo crees,
ya lo tienes todo. Tienes al Dios verdadero, el Dios de Jesús. Tienes un Padre. Tienes un
camino, el mejor de todos. Tienes la verdad, una verdad que nunca te fallará. Y tienes la
vida. Si en verdad lo crees, tu corazón no estará turbado jamás. Eso es lo que Dios y su
Hijo Jesucristo quieren para todo el mundo. Y eso es lo que quieren para ti. Dios quiere
ser tu Padre. Quiere que estés plenamente convencido, no sólo aquí en tu cabeza, sino
aquí en tu corazón, por experiencia propia, que él, el Dios a quien nos lleva Jesús, es el
Dios único y verdadero, y que, por ser único, no encontrarás un Dios como él nunca en
ninguna otra parte. En ninguna otra parte. Amén.

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