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Historia universal del siglo XV al

XIX

Siglo XV: conquistas, monarquía y religión

La difusión de la antigua teoría del geógrafo griego Ptolomeo de que la


Tierra era esférica cargó de esperanzas, ideales y proyectos a la
sociedad navegante y conquistadora de la inquieta Europa Occidental,
influenciada por los maravillosos relatos de Marco Polo. Cada vez eran
más las expectativas y las ganas de hallar esos mitos sobre grandes
tesoros, riquezas y un camino alternativo para alcanzar la India y China
sin tener que rodear África (bajo la carga de tener que pagar impuestos y
correr el riesgo de saqueo por parte de piratas). Pero todo esto no fue
posible hasta que Colón (ver foto abajo) y Vasco da Gama realizaron sus
viajes.

Hasta el momento, Europa se había extendido por ruta marítima p por el


Mediterráneo, llegando a pueblos europeos, asiáticos y africanos. El viejo
continente estaba acostumbrado a tener a su alcance productos
asiáticos (como tintes, especias, sedas,...) pero se le estaba yendo de las
manos la seguridad de sus rutas marítimas. Además, las reservas de oro
y plata se reducían para pagar los productos de Asia y Constantinopla,
fundamental puente para el tráfico entre los continentes, fue conquistada
por los turcos, dificultando cada vez más el comercio.

Aunque Portugal y Castilla no se cruzaron de brazos y desplegaron su


fuerte tradición marinera para ir más allá del Atlántico, encontrar nuevas
rutas, hallar nuevas tierras, perdido el miedo del anterior pensamiento de
que la Tierra era plana y se corría el riesgo de caer por el borde.

Surgió entonces la legendaria figura de Colón, nacido en 1451 en el seno


de una familia de desconocido origen. Se cree, normalmente, que fue
genovés, pero distintos historiadores piensan que pudo ser mallorquín,
catalán, judío, francés, corso, extremeño, castellano, gallego, griego,
inglés e, incluso, suizo, de padre tejedor, lanero y tabernero. "De muy
pequeña edad entré en la mar navegando, e lo he continuado fasta hoy…
Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy
se navega, todo lo he andado". Dijo Cristóbal en 1501. Colón, aceptando
las tesis de Ptolomeo para admitir la esfericidad de la Tierra y teniendo
en cuenta sus cálculos sobre el diámetro del planeta (todo incluido en su
libro Geografía), calculó que la distancia de Canarias a la isla japonesa
de Cipango era lo suficientemente corta como para no tener problemas
de abastecimiento de la tripulación ni de otro tipo. Llegó a la conclusión
de que la distancia era cuatro veces menor de lo que era en realidad, lo
que hizo que el viaje fuese razonable. Tras ser rechazado en Portugal, los
españoles aceptaron el proyecto de Colón y el viaje, financiado por
Fernando II e Isabel, los Reyes Católicos, dio comienzo (ver siguiente
foto, en la que Colón se despide de ellos al zarpar).

El tres de Agosto de 1492, Colón partió al salir el sol en sus tres famosas
carabelas (la Pinta, la Niña y la Santa María) para perderse en la hasta
entonces desconocida inmensidad del Océano Atlántico, pensando que
se toparía con las Indias, desde el puerto de Palos, con un presupuesto
de dos millones de maravedises y un equipo de noventa hombres (entre
los que se encontraban los hermanos Martín Alonso y Vicente Yánez
Pinzón), haciendo escala en Canarias (donde tuvo que ser reparado el
timón de la Pinta).

Por prudencia, y en un acto de inteligencia que tal vez salvó el viaje de


una hostil situación de histeria colectiva, Colón llevó dos cuentas de la
distancia recorrida: una verdadera o privada, en la que apuntaba la
distancia que se había recorrido realmente, y otra pública o falsa, en la
que apuntaba menos distancia para que su tripulación no se preocupara.
Habiendo dejado el archipiélago canario el 6 de Septiembre, el 16
llegaron al mar de los Sargazos. A partir del 1 de Octubre se da cuenta de
que algo falla. El 6, ya han sobrepasado las 800 leguas y no hay indicios
de tierra. Durante la noche del 6 al 7 de octubre, se produjo la primera
rebelión entre los marineros de la Santa María. Los hermanos Pinzón
apoyaron al angustiado Colón y lo sofocaron. Sin embargo, en la noche
del 9 al 10 de octubre, el malestar y el desacuerdo se extendió a todos,
incluidos los propios Pinzón. Acordaron navegar tres días más y al cabo
de ese tiempo, si no encontraban tierra, regresarían. No hizo falta: en la
noche del 11 al 12 de octubre el marinero Rodrigo de Triana lanzó el
mítico grito esperado: “¡TIERRA!”
La ambición, la avaricia y el deseo invadió Castilla al darse cuenta de que
ese nuevo continente (que más tarde sería bautizado “América” gracias al
navegante y descubridor italiano Amerigo Vespucci, que trabajaba al
servicio de España) estaba plagado de riquezas, centradas
principalmente en oro, plata y piedras preciosas. Los pueblos que ya
habitaban desde hacía siglos el continente eran generosos, bastaba con
pedirles oro para que te dieran oro, así que lo que más impactó a la
tripulación de Colón fue que tuvieran un sistema social y unas formas de
organización tan distintas. Los pueblos principales eran los aztecas y los
incas, que constituían imperios que dominaban a otras poblaciones
menores. Colón, consciente de que aquel lugar debía ser conquistado por
Castilla antes que nadie, no tardó en volver al Nuevo Mundo, aunque
insistía en que no había descubierto nada. Él sólo creía que había llegado
a otra parte de las Indias a través del Atlántico. Las teorías de Ptolomeo
comenzaban a tomarse más en serio.

Pero la opinión de Colón no importaba si Castilla opinaba lo contrario.


Para evitar el descontrol y el desenfreno en los conquistadores, España y
Portugal firmaron el tratado de Tordesillas, acuerdo firmado el 7 de junio
de 1494 en la localidad española de Tordesillas (Valladolid), por el cual
los reyes de dichos países se comprometían a cumplir una serie de
cláusulas, encaminadas a repartirse el Océano y a delimitar las fronteras
africanas.

Siglo XVI: realeza y Estado

Nace en este siglo un “movimiento monárquico” llamado Estado Moderno,


consistente en aumentar el poder real, fortalecer al Estado poniéndolo
bajo la influencia de la nobleza y la Iglesia. Así cada país fue
evolucionando de forma distinta. Este sistema se aplicó, fundamental y
descaradamente, a las monarquías de Castilla, Inglaterra y Francia. Este
fortalecimiento dio lugar al triunfo militar y las alianzas matrimoniales.

En Castilla estalló una guerra civil con la muerte de Enrique IV de


Trastámara entre los partidarios de su hija Juana, apodada la Beltraneja,
y su hermana Isabel. Juana tenía el apoyo del rey de Portugal, que se
casó con ella para favorecer la unión de ambos reinos. Isabel contaba
con el rey de Aragón, el que fue su suegro a partir de 1469, al casarse
con su hijo y heredero Fernando. Con el triunfo de los isabelinos, el reino
castellano y el aragonés se vieron unidos bajo una misma corona. Esta
unión facilitó la conquista del reino de Granada (1492) y del de Navarra
(1512). La expansión atlántica y los triunfos militares de Fernando el
Católico en Italia dieron lugar al prestigio y el fortalecimiento de su
corona y reino. Juana, que más tarde sería apodada la Loca, hija de
Isabel y Fernando, acabó reinando Castilla y Aragón, que, aunque
gobernados por la misma persona, seguían manteniendo leyes e
instituciones propias. Se sentaban las bases de la unidad territorial
nacional.

La Guerra de los Cien Años (1339-1453) contra Inglaterra fortaleció la


dinastía de los Valois, en Francia, que también sufrió una unificación
territorial. Esta monarquía tenía un ejército a su servicio y prohibieron la
creación de nuevos ejércitos nobiliarios. Además, ya fuera por conquista
o por matrimonios, consiguió incorporar a su patrimonio los territorios de
las principales casas nobiliarias. Aunque hubo algún que otro conflicto
con España al querer apropiarse de las tierras del ducado de Borgoña, y
de los territorios italianos, a los que se impusieron los españoles a lo
largo de este siglo.

Mientras, Inglaterra se recuperaba de la derrota ante Francia y la lucha


entre los principales linajes por el poder se resolvió en una nueva guerra,
llamada de las Dos Rosas (1455-1485), a favor de Enrique VII (cuyo hijo se
convertiría en el monarca más controvertido y sanguinario de todos los
tiempos), fundador de la dinastía Tudor. En 1495 hizo que Irlanda aceptara
la autoridad del parlamento inglés, y además reformó la administración
de justicia. Para abrir caminos y extender poco a poco el dominio de su
dinastía, casó a una de sus hijas con el rey escocés.

En el plano internacional, la superioridad de la monarquía española en el


siglo XVI se pondría en duda y se debilitaría en el siglo XVII. Francia
comenzó a dominar el territorio continental e Inglaterra se hizo cargo de
los mares.
Pero gran parte de las reformas concernían a la Iglesia, en especial a su
división. La figura del Papa tenía cada vez menos importancia. Esta
división comenzó a raíz de las protestas de Martín Lutero (ver imagen a la
derecha). Lutero insistió en que Dios es el único que puede perdonar
realmente, y el 31 de octubre de 1517 se convirtió en una figura pública y
controvertida al exponer en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de
Wittenberg sus 95 tesis o proposiciones escritas en latín contra la venta
de indulgencias (remisión de los castigos temporales de los pecados
mediante un pago de dinero) para la gran obra de los papas Julio II y
León X: la construcción de la basílica de San Pedro en Roma. Se cree que
Lutero clavó estas tesis en el pórtico de la Iglesia de Todos los Santos de
Wittenberg, pero algunos eruditos han cuestionado la historia. Al margen
de cómo se hicieron públicas sus proposiciones, causaron un gran
revuelo y fueron traducidas de inmediato al alemán, logrando una
amplísima difusión. Incluso los príncipes de Alemania se pusieron de su
parte. La reforma luterana provocó conflictos bélicos durante dos siglos
en Europa.

La reforma de Calvino (ver imagen a la izquierda) se extendió por Francia


y Escocia. Juan Calvino fue un teólogo francés, reformador de la Iglesia,
humanista y pastor, a quien las sectas protestantes de la tradición
reformada consideran el principal exponente de sus creencias, y cada
uno de sus argumentos ha sido utilizado alguna vez por sus partidarios
como doctrina central del calvinismo.

Y en Inglaterra, la monarquía desencadenó su propia reforma, bautizada


como anglicanismo.

Todas estas “reformas a la carta” tan separatistas llevó a la Iglesia a un


proceso de reforma y clarificación dogmática en su décimo-noveno
concilio, el mítico Concilio de Trento, también conocido como
Contrarreforma, que fue promovido por la monarquía española y nuevas
órdenes religiosas.

La sociedad del siglo XVI continúa basándose en los privilegios, y el


clero y la nobleza continúan teniendo prioridades, es decir, sigue el
sistema estamental. El resto de ciudadanos tenían obligaciones hacia
estos grupos, tanto económicas como personales y jurídicas. Y, aunque la
población aumentaba, en el siglo XVII no hubo tal crecimiento por culpa
de las epidemias, las carestías y los efectos de la guerra. La principal
fuente de riqueza era la tierra, que, al no tener innovaciones técnicas
pero sí un rendimiento muy bajo, ocupaba a la mayoría de la población.
Aunque sí comenzaba a ser productiva la industria textil y, aunque
desapercibidamente, la metalurgia, la edición, los productos de lujo y los
materiales de construcción. El crecimiento de la burguesía favoreció la
demanda de estos productos.

Y del matrimonio entre Juana la Loca y Felipe el Hermoso nació otro rey
polémico y legendario, Carlos (1500-1558), que mantuvo al reino español
y al alemán bajo sus órdenes. Debido a esto, se le llama Carlos I de
España y Carlos V del Sacro Imperio Romano. A pesar de todo, España
seguía sin ser considerada un reino, sino un grupo de reinos gobernados
por una misma persona. La política matrimonial de sus abuelos, la muerte
de su padre, la desaparición prematura de presuntos herederos y la
incapacidad de su madre concentraron en su persona las dispares
herencias de las cuatro dinastías. De su abuelo Maximiliano heredó los
territorios centroeuropeos de Austria y los derechos al Imperio, de su
abuela María de Borgoña los Países Bajos, de Fernando el Católico los
reinos de la Corona de Aragón, además de Sicilia y Nápoles, y de su
abuela Isabel I la Corona de Castilla, Canarias y todo el Nuevo Mundo
descubierto y por descubrir. En 1520 consiguió la corona imperial, a la
que también aspiraba Francisco I de Francia. En estas fechas se produjo
también la sucesión del siempre amenazante Imperio turco por Solimán
el Magnífico, tan temido en el Mediterráneo. Podemos ver a Carlos I en la
ilustración centrada. Los peores problemas a los que tuvo que
enfrentarse Carlos I fueron los príncipes alemanes, el Imperio turco y
Francia. Y en política interior de la Península, mantuvo el sistema
marcado por sus abuelos (los Reyes Católicos): mantener en cada reino
sus instituciones y leyes. Acudió al reino de Castilla, al ser éste el más
próspero y poblado, para pedir dinero para su coronación, y, a pesar de
que la respuesta fue no en las Cortes de Santiago, volvió a intentarlo en
La Coruña, donde, por razones poco claras, lo logró. Este acto provocó
una eminente rebelión que trató de imponer al rey un modelo político que
evitase futuros comportamientos autoritarios y reforzase el poder de las
Cortes. Este movimiento, la rebelión comunera, dio lugar a una guerra en
la que las tropas reales vencieron (batalla de Villalar, 23 de abril de
1521), dejando así vía libre a un sistema absolutista en Castilla. Reforzó
la organización del Estado, fundó Hacienda (consejos de gobierno para
asuntos generales) y los virreyes actuaban como representantes del
poder real en esos territorios. Su hijo Felipe II continuaría esta política.

Felipe II (1527-1598, ver ilustración abajo) sería el heredero de Carlos I y


de parte de sus problemas, y reinó de 1556 hasta el día de su muerte,
gobernando el vastísimo imperio integrado por Castilla, Aragón, Valencia,
Cataluña y Navarra; el Rosellón, el Franco-Condado, los Países Bajos,
Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, diversas plazas norteafricanas (Orán,
Túnez), Portugal y su imperio afroasiático, toda la América descubierta y
Filipinas. Sin duda, la unidad territorial más amplia de la época moderna
puesta bajo un mismo cetro. Pero su reinado se vio afectado por algunos
fracasos: aunque consiguió, unido con otros estados europeos, frenar el
avance turco tras la batalla de Lepanto (1571), las flotas españolas no
pudieron invadir Inglaterra. La Armada Invisible fracasó en aquella
ocasión y la supremacía de la flota naval española perdió su dignidad y
prestigio. Comenzó a perder territorios continentales y a frenar sus
dominios marinos. En 1580 subió al trono de Portugal sucediendo a su
abuelo, el rey Manuel I, y se le reconoció como rey en las Cortes de
Tomar (1581). Los problemas del gobierno imperial no paraban de
amontonarse y Felipe II, al pretender controlarlo todo, sólo hacía que se
resolvieran de forma más lenta. Iban en aumento, además, los problemas
internos: las diferencias con su hijo Don Carlos (de cuya muerte llegó a
ser acusado), el enfrentamiento con su secretario Antonio Pérez (que le
sumó problemas con Aragón) y la rebelión de los moriscos. Pero, sobre
todo, las dificultades económicas y financieras, ocasionadas por focos de
conflictos varios, que le llevarían a la declaración de la bancarrota. A su
sucesor, Felipe III (que reinó desde 1598 a 1621), le esperaba una difícil
tarea.

Siglo XVII: reinado y problemas

Felipe III (ver ilustración a la derecha), un rey tímido y débil por


naturaleza y criado por tutores eclesiásticos y aristócratas que le
dejaron un carácter excesivamente religioso para un monarca absoluto,
subió al trono en 1598 y reinó durante 23 años, habiendo sido el único
superviviente para suceder a su padre. Quedó claro que no heredó sus
capacidades, así que creó la figura del valido, es decir, un buen amigo del
rey, que le sustituyese en las tareas de gobierno. Aunque los validos, al
contrario de los secretarios, debían proceder de la alta nobleza. Su firma
llegaba a ser tan importante como la del rey. Durante el reinado de Felipe
III se mantuvo la paz con Francia y se firmó otro acuerdo pacifista con
los Países Bajos del Norte y con Inglaterra. En abril de 1599 contrajo
matrimonio con su prima Margarita de Austria, de la que tuvo ocho hijos.

Casado con Isabel de Borbón (1615), Felipe IV tuvo, además de otros hijos
malogrados, al príncipe heredero, Baltasar Carlos (1629) y a la infanta
María Teresa (1638), futura esposa del mítico rey de Francia Luis XIV,
cuya unión daría lugar, en 1700, al acceso de los Borbones al trono de
España. Su valido el conde-duque de Olivares, que le “formó” para ejercer
la tarea de reinar y le ponía bajo constante influencia, le convenció para
llevar a cabo la completa unión de los reinos de España para que se
comenzase a hablar de un solo país, es decir, un planteamiento
puramente absolutista. Esta propuesta centralista y uniformadora
provocó el levantamiento de Cataluña (1640-1652), que tuvo que
someterse, y de Portugal, que logró la independencia de la dinastía de los
Habsburgo y de España en 1640. Durante el reinado de Felipe IV el
proceso de decadencia española como potencia internacional se aceleró.
El propio soberano, que delegó sus funciones de gobierno en sendos
validos, el conde-duque de Olivares y Luis Menéndez de Haro
sucesivamente, fomentó la actividad cultural de la corte y en 1623
nombró pintor de cámara a Diego de Silva Velázquez, que retrató a Felipe
III, Felipe IV y al conde-duque de Olivares. Pero el poder español en
Europa decrecía y la derrota ante Francia demostraba que España podía
ser vencida también en tierra. Tras la muerte de la reina (1644) y la del
príncipe heredero (1646), Felipe IV se casó con su sobrina Mariana de
Austria en 1648, de cuyo matrimonio sólo dos hijos alcanzaron la edad
adulta, la infanta Margarita (1651) futura emperatriz, y el que sería
heredero del trono, Carlos II (1661), que sería el último Habsburgo.

Carlos II fue toda su vida un ser débil y enfermizo, poco dotado física y
mentalmente, lo que no le impidió tener capacidad moral y sentido de la
realeza. Su inteligencia estuvo probablemente dentro de los límites de la
normalidad, aunque su formación y su cultura fueron escasas. Casado en
dos ocasiones, con María Luisa de Orleans (1679) y Mariana de Neoburgo
(1689), no logró tener hijos. Su carácter débil, que no excluía esporádicos
accesos de cólera y una cierta terquedad, le hizo depender, en exceso, de
las opiniones o caprichos de su madre y esposas. Carlos II heredó el
trono cuando aún no había cumplido los cuatro años, por lo que, de
acuerdo con el testamento de Felipe IV, su madre, Mariana de Austria,
ejerció la regencia, asesorada por una Junta de Gobierno. Tras algunos
conflictos ocasionados por el expansionismo de Luis XIV y los candidatos
a Primer Ministro, la Monarquía quedó casi intacta tras su paso por la
corona, que terminó en el año 1700. Sus continuas enfermedades y la
falta de sucesión alimentaron durante su reinado las negociaciones entre
los príncipes europeos para el reparto de los territorios de la Monarquía
Española. Pero la obsesión por mantener unida la herencia de sus
mayores fue seguramente uno de los motivos que determinaron el último
testamento de Carlos II, en el que, a pesar de las pretensiones de los
Habsburgo, declaró heredero al duque de Anjou, futuro Felipe V.

También tiene lugar en el siglo XVII, concretamente en 1689, el fin del


régimen absolutista en Inglaterra.

Siglo XVIII: Ilustración y revolución

El siglo XVIII en sí podría ser clasificado como una gran época de


transición que dio pie a una transformación política, social y económica
que serían fundamentales desde entonces.

El importante movimiento de la Ilustración, surgido en Francia, fue la


base de esta transición. Tanto es así, que su influencia se extendió por
toda Europa y parte de América. A la izquierda de estas líneas vemos una
imagen de Denis Diderot, considerado, junto a su socio Jean le Rond
d'Alambert, el padre y máximo impulsor de la Enciclopedia, un gran libro
de 28 tomos (11 de grabados) en la que escribieron los más importantes
filósofos e intelectuales de la época, con el fin de alzar la cultura y el
saber como un pilar fundamental para lograr la felicidad y hacer del
conocimiento un arma esencial para lograr ser mejores.
Jean-Jacques Rousseau, véase imagen a la izquierda, (1712-1778),
filósofo, teórico político y social, músico y botánico francés, fue uno de
los escritores más elocuentes de la Ilustración. Defendió que un hombre,
cuando nace, lo hace con una serie de derechos naturales a los que no
puede renunciar y nunca debe estar clasificado por su condición social,
tal y como se creía por entonces. Para su defensa está la ley, que debe
ser la expresión de la voluntad general. Llegó a ser amigo íntimo de
Diderot. Su célebre acierto: “Todo es perfecto al salir de las manos del
Creador y todo degenera en manos de los hombres”, y la retórica
persuasiva de estos escritos provocaron comentarios burlones por parte
del filósofo francés Voltaire, quien atacó las opiniones de Rousseau y por
ello los dos filósofos fueron enemigos enconados.

Entre los que más contribuyeron con sus obras por un nuevo modelo y
concepto de Estado está Charles-Louis de Secondat, barón de
Montesquieu, al que podemos ver a la izquierda de estas palabras. Se
atrevió a cuestionar la entera concentración de poderes en un monarca
absoluto y propuso separar el poder legislativo, del que se encargaría un
Parlamento, el judicial, que quedaría en manos de jueces y tribunales, y
el ejecutivo, que debería estar a las órdenes de un Gobierno. No obstante,
pensaba que el pueblo no debía ser partícipe de estas tareas.

Entre otros ilustrados de Europa caben destacar el español B. Jerónimo


Feijoo y Cesare de Beccaria. La mayoría de ellos eran grandes estudiosos
de la Historia y la naturaleza, y la mejor vía que tenían para dar a
conocer sus teorías, ideas y conocimientos eran las reuniones
organizadas por mujeres de la burguesía y la nobleza en sus salones y la
prensa. El pensamiento ilustrado puso en duda, ante todo, el sistema
político y social del absolutismo, lo que se materializó en unos cambios
de actitud en las formas de gobierno europeas, es decir, el despotismo
ilustrado. Esta “novedad” consistía en impulsar más la economía y
reforzar el poder del Estado, pero sin cambiar realmente la organización
social y política, ofreciendo un modo de gobierno mejor a los ojos de los
ciudadanos.

En España se produjo el cambio de la dinastía de los Austria a la de los


Borbones, que trajo la política centralista que se llevaba a cabo en
Francia. Le dieron más importancia a los asuntos internos del país,
ejerciendo una política derivada de las ideas ilustradas, que alcanzaron
su cumbre con el reinado de Carlos III (ver retrato a la derecha), que se
apoyaba en ministros como Campomanes, Esquilache o el conde de
Aranda. Este equipo de gobierno llevó a cabo una serie de reformas que
provocaron un amplio descontento social, por el que la aristocracia se vio
afectada. De todas maneras, a partir de 1788 la política de reformas
sufrió una marcha atrás durante el reinado de Carlos IV, tras el estallido
de la Revolución Francesa.

Inglaterra sufrió una serie de cambios cruciales, además, en su economía


y demografía, conocida como Revolución Industrial: El carbón mineral,
que ya podía ser empleado como un efectivo combustible, empezaba a
hacer de la industria siderúrgica un pilar cada vez más fundamental, ya
que la máquina de vapor (ver fotografía a la derecha) comenzaba a
sustituir la fuerza humana en numerosos más procesos. Al permitirse la
producción ilimitada de bienes, se pudo suprimir el barbecho en los
cultivos, se permitió la introducción de maquinaria para acelerar la
producción y recogida de lo sembrado; las innovaciones técnicas en la
industria textil, que se apoyaron básicamente en el algodón, aceleraron
la producción al hacer más rápidos los procesos de hilado y tejido. Las
grandes dimensiones y coste de la maquinaria hizo que se pasase de
talleres familiares a grandes fábricas, convirtiendo al artesanado,
impotente, en asalariado.

En esta época también se dio la independencia de las trece colonias


inglesas de Norteamérica, naciendo un único e importante país que iría
expandiéndose con el tiempo: Estados Unidos. El 4 de Julio de 1776 se
reunían en Filadelfia los delegados de las trece colonias para hacer la
Declaración de Independencia, que fue redactada por Thomas Jefferson.
En la sociedad colonial quedó claro bastante pronto que no todo el
mundo estaba del todo de acuerdo con dicha declaración, por lo que la
Guerra de la Independencia entre las colonias e Inglaterra fue también
una guerra civil. A partir de 1778, Francia y España, a los que se les
sumaron otras potencias europeas, apoyaron a los independistas. La
guerra duró hasta 1783, y el 3 de septiembre Inglaterra firmó la paz,
reconociendo la independencia en el Tratado de Versalles, aunque el
independizarse no rompió las relaciones comerciales entre ambos países.

El descontento producido por las múltiples actitudes antiabsolutistas en


Europa y una crisis económica desencadenó en Francia una serie de
procesos cruciales conocidos como Revolución Francesa, que afectarían
a todo el continente: En junio de 1791 se puso en duda, por primera vez,
la monarquía, ya que la familia real fue sorprendida mientras trataba de
abandonar Francia. Una parte de la población opinaba que merecía ser
destituida; la guardia nacional se encargó de fusilar a quienes pensaran
así. Esto hizo que se manifestaran dos sectores: radicales y moderados.
En septiembre de 1791 se aprobó la monarquía constitucional, llevando a
la práctica la idea del barón de Montesquieu de repartir los poderes,
aunque estas medidas no hacen que la crisis económica y la falta de
alimentos pare. Es más, el descontento crece entre la población. En abril
de 1792, por culpa del rey Luis XVI y de un sector de la Asamblea, Francia
le declara la guerra a Austria al creer que tiene la victoria asegurada tras
los cambios, pero el ejército francés no está precisamente organizado. El
10 de agosto, el pueblo de París asaltó las Tullerías. La Asamblea se vio
obligada a secuestrar al rey y destituirle. En plena época de miedo y
tensión, la Asamblea proclamó la república en septiembre. Esta nueva
Asamblea dio lugar a todo tipo de opiniones y corrientes: el grupo más
conservador, los girondinos, pensaban que Luis XVI merecía vivir, y los
jacobinos, liderados por Maximilien de Robespierre (ver su retrato a la
derecha), creían que debía morir. Y así ocurrió: el rey fue ejecutado el 21
de enero de 1793, lo que supuso la declaración de la guerra. La Asamblea
era incapaz de hacer nada y la subida de precios y la escasez de
alimentos ya resultaban alarmantes. Con la muerte del rey, se declaró la
guerra a otras potencias europeas, y se tuvieron que tomar medidas
como la leva en masa, que sólo consiguió empeorar las cosas provocando
levantamientos en el interior. Se creó un comité de salvación pública y un
tribunal revolucionario para prevenir la traición interna. El 2 de junio de
1793, los sans-culottes, miembros activos de la organización popular que
contaba con elementos como Robespierre, Marat y Danton, asaltaron la
Asamblea y los jacobinos desplazaron a los girondinos. En octubre de
1793 comenzó el conocido período del Terror, en el que los jacobinos
mataron en la guillotina a miles de hombres y mujeres que consideraban
un estorbo para la revolución mientras fijaban precios y salarios máximos
y se vigilaban estrictamente el cumplimiento de sus órdenes en París. La
república jacobina eliminó todo movimiento antirrevolucionario interno,
frenó el avance de tropas extranjeras y creó el ejército más poderoso de
Europa. Pero sus métodos comenzaron a ser excesivamente estrictos
con, incluso, quienes habían apoyado la revolución en un principio.
Robespierre, líder de la política jacobina, trató de eliminar toda oposición
de otros sectores, lo que disminuyó sus apoyos. El republicanismo
moderado se reorganizó y el 27 de julio de 1794 al líder jacobino se le
prohibió dirigirse a la Convención Nacional y quedó bajo arresto.
Numerosos seguidores se rebelaron en su apoyo, pero fueron reprimidos.
Robespierre murió guillotinado el 28 de julio junto con sus más próximos
colaboradores, Louis Saint-Just y Georges Couthon, y diecinueve de sus
seguidores. Al día siguiente fueron ejecutados otros ochenta partidarios
suyos. La persecución de jacobinos continuó, dando lugar a una nueva
etapa llamada “Terror Blanco”, protagonizado, principalmente, por
jóvenes realistas como reacción ante la pasividad del poder. También se
reprimieron duramente las peticiones por parte de los sans-culottes para
volver a la Constitución. Esta nueva constitución retomó los principios
burgueses y discriminatorios de la de 1791 y abolía los principios
igualitarios de la de 1793. Mientras los realistas ganaban fuerza y una
minoría especuladora se enriquecía, los problemas económicos de la
inflación y del abastecimiento desestabilizaban el régimen y alertaban al
Francia de que la revolución no había terminado. Tanto la izquierda, con
Babeuf y su conjura de los iguales pidiendo la comunidad de bienes y la
abolición de la propiedad privada, como la derecha, con la restauración
de la monarquía constitucional, amenazaban con terminar con tan
desorganizado liderazgo. Es entonces cuando entra en juego una de las
figuras más controvertidas e importantes de la Historia: Napoleón
Bonaparte (1769-1821), un joven militar republicano que ya era teniente-
coronel de la Guardia Nacional corsa, dio un golpe de Estado,
autoproclamándose uno de los tres cónsules que diría el 15 de diciembre
de 1799: “Ciudadanos, la Revolución ha terminado”. Aunque para el resto
de Europa la revolución no había hecho más que empezar.

Siglo XIX: Napoleón, absolutismo y guerras

La Constitución de diciembre de 1799 nombró a Napoleón primer cónsul,


dejándole a cargo de importantes prerrogativas legislativas, políticas y
militares. Finalizó los conflictos religiosos al firmar un acuerdo con el
Papa en 1801. Y en 1802 ya era cónsul vitalicio, lo que hacía aumentar su
popularidad tanto por el mérito de restablecer la paz interior como por
sus victorias en el exterior. La sociedad francesa se calmaba y Napoleón
realizó reformas que fomentaban la educación, la justicia y la economía,
haciendo que la crisis se calmase. La moneda de plata fue cambiada por
el franco en 1803, estabilizando los precios y acabando con la inflación.
En marzo de 1804 se publicaba el nuevo Código Civil, que consagraba la
igualdad ante la ley y el impuesto y la libertad religiosa. Sus cargos
aumentaban con su prestigio, y en 1804 ya era emperador, haciendo un
gobierno cada vez más personal. Comenzó a pasar por alto las
instituciones republicanas y a comedir la libertad de expresión. En 1808,
el ejército español se alzó contra el francés, pero antes de 1812 los
representantes en Cortes se sometieron al régimen liberalista de
Napoleón. Mientras, en Francia, se censuraba inmediatamente todo
aquello que pudiese dañar la imagen del poder imperial o del Estado. Y lo
que en principio era una campaña militar en defensa del cambio y una
extensión de la libertad por Europa, se convirtió pronto en una descarada
expansión de Francia. Tanto era así que Napoleón ponía al mandato a
familiares y amigos por el continente europeo. Pero, al fin y al cabo, la
voluntad de toda Europa valía más que la de Francia; hasta aquellos que
apoyaban el proceso revolucionario francés y compartían las ideas
dominantes en Francia no aceptaban que les impusieran de ese modo un
sistema político desde fuera. El nacionalismo que había exportado
Francia se volvió contra ella misma, y cada pueblo (entre los que España
se manifestó alzadamente) quiso tomar las riendas de su destino y sus
dominios. A Napoleón se le obligó a renunciar a tantos altos cargos
cuando fue derrotado en Rusia en 1814. Un año después intentaría
recuperar sus cargos, pero fue definitivamente derrotado en la batalla de
Waterloo. Francia restauró una monarquía limitada a la que no se le
toleraría el más mínimo intento de absolutismo a base de levantamientos.

En España se restauraba por la fuerza el absolutismo con Fernando VII,


en 1814. Las colonias españolas en América comenzaban, gracias a los
sectores criollos, a rebelarse y a poner en manifiesto sus intenciones
independistas. Aunque toda Europa en general comenzaba a restaurarse
en monarquías absolutas tras la caída del Imperio napoleónico. En el
congreso de Viena se modificarían de nuevo las fronteras de los países
europeos.

En 1815 se creó la Santa Alianza, pacto concluido por soberanos


europeos (más concretamente por los monarcas de Austria, Rusia y
Prusia que acordaron defender los principios de la fe cristiana) para
establecer el absolutismo defendiendo los principios de la fe cristiana, y
fue firmado en París, el 26 de septiembre. Sin embargo, Europa viviría
tres grandes conflictos durante la primera mitad del siglo XIX:

El primero surgió en España, al restablecerse un gobierno liberal cuando


Riego proclamó la Constitución de Cádiz, en 1820. En Italia se siguió el
ejemplo español y en Nápoles y Sicilia (en 1820) y en Piamonte (1821),
tanto por parte de los liberales como por los revolucionarios, aunque este
triunfo duró poco. En nombre de la Santa Alianza, Austria intervino y
restauró el absolutismo en España en 1823. Portugal también siguió este
proceso.

El segundo movimiento revolucionario fue desatado en París en el año '30


por estudiantes, obreros e intelectuales. Esta sólo fue la raíz que hizo
que también se levantasen sublevaciones nacionales y de carácter social
en Bélgica, Polonia, los Estados alemanes, los de la península Itálica y el
Imperio austriaco. Además se originaron, también en el año 1830, en los
dominios turcos de los Balcanes y Grecia, movimientos de resistencia y
levantamientos contra el Imperio. Esto les permitió tener más autonomía
y ese mismo año se reconocieron la autonomía serbia y la independencia
griega.

También las revoluciones de 1848 se extendieron desde Francia a todo el


continente europeo. París, Berlín y Viena se convirtieron en capitales del
movimiento obrero y sus derechos. Mientras, en otras partes de Europa,
los movimientos se originaban por parte de pequeños pueblos que
pretendían aspirar a convertirse en estados independientes: en el Imperio
austriaco se originaban continuos conflictos entre alemanes, rumanos,
magiares y eslavos. Las revoluciones triunfaban por poco tiempo y luego
decaían rápidamente. En todos los países donde estalló la revolución se
impuso el gobierno conservador y se alzaba la burguesía como gran clase
social dominadora.

Tras derrotar a Austria y obligar a los mandamases de cada pequeño


estado a obedecer la voluntad popular, Italia se establecía como un solo
país en 1870. En Alemania, sus dos grandes potencias (Prusia y el
Imperio austriaco) se negaban a unirse si no estaban la una por encima
de la otra. Así que en 1871 se produjo la unión, sin el Imperio austriaco, y
el II Reich fue proclamado alemán bajo la superioridad de Prusia.

En España, la muerte de Frenando VII en 1833 hizo que se impusiera una


monarquía parlamentaria liberal. La reina Isabel II no era reconocida
como tal por el sector absolutista, que pretendía que el trono acabase en
manos del hermano de Fernando, Carlos V. A raíz de esto se originaron
tres grandes guerras civiles conocidas como Guerras Carlistas:

La primera es también conocida como la Guerra de los Siete Años (1833-


1849), la cual se combatió entre los denominados isabelinos o cristinos,
defensores de la legitimidad al trono de la regente María Cristina, madre
de Isabel II, y los partidarios del infante don Carlos, aferrados a la validez
de la Ley Sálica e identificados bajo la etiqueta carlista. Se vieron las
caras la neutralidad y pasividad del Vaticano y el apoyo tan sólo moral de
la Santa Alianza a las posiciones de don Carlos, frente a la decidida
ayuda de los liberales europeos a la causa isabelina.

Entre 1846 y 1849 se desató la segunda guerra, llamada también de dels


Matiners, en honor a los madrugadores protagonistas. Las expectativas
frustradas de unión dinástica matrimonial entre Isabel II y el conde de
Montemolín, Carlos VI en la genealogía carlista, abrió de nuevo el camino
a la irracionalidad de la fuerza. Desde el otoño de 1846 se detectaron
partidas autónomas levantadas en armas por diversos puntos de
Cataluña (Rocacorva, Manlleu), escenario exclusivo de este nuevo
despliegue bélico y presumible origen del nombre de “madrugadores”
(matiners).

En la Tercera Guerra Carlista, las tropas del candidato Carlos VII se


enfrentaron con las de los seguidores de Amadeo de Saboya, de la I
República y de Alfonso XII, clara muestra de los cambios de pensamiento
y de la inestabilidad política de España en estos años y sus dificultades
para consolidar su forma de gobierno y estructuración territorial del
Estado.

Siglo XIX: industria y disputas sociales

Tras el “desastre napoleónico”, Inglaterra vio reforzada su flota naval,


convirtiéndose en la dueña de los mares y consiguiendo el monopolio en
lo que a comercio marítimo internacional se refiere. Inglaterra, que fue la
promotora en iniciadora de la revolución industrial, también lo fue al
promover la navegación de vapor y el innovador y útil ferrocarril,
inventado por George Stephenson y llevado a la práctica por su hijo
Robert. Tan aceptada fue la idea que cinco años más tarde de su
presentación, 1830, se inauguraba la línea férrea entre Manchester y
Liverpool. A la derecha podemos ver una fotografía de una locomotora de
vapor. Los promotores de las primeras empresas ferroviarias pensaban
que transportar pasajeros ocuparía un pequeño lugar en las ganancias,
residiendo los mayores ingresos en el transporte de mercancías (en
especial carbón). Pero pronto se comprobó que el tráfico de personas
suponía una gran fuente de ingresos, lo que hizo que en 1847 ya se
hubiesen construido más de 8000 kilómetros de vía y casi 10000 en 1850.
Esta expansión estimuló el avance de otros sectores, como la minería de
hierro, carbón y otros minerales y las industrias mecánicas y
siderometalúrgicas. Quedaba claro que la industria avanzaba mucho más
rápido en Gran Bretaña que en el resto de Europa.

Pero no por eso el resto del continente no tenía industria; a partir de 1830
se comenzaron a crear industrias en regiones de Francia, Bélgica y la
Confederación Germánica que en breve se convertirían en zonas de gran
desarrollo industrial. Desde la segunda mitad del siglo XIX, la
industrialización se generalizaría a toda Europa noroeste, cada vez
resultarían más comunes los intercambios comerciales y el desarrollo en
los transportes. y la agricultura sufriría reformas modernizadoras (lo que
hizo aumentar la producción). Esto produjo un crecimiento demográfico
(hay que tener en cuenta que la mayoría de los países europeos duplicó
su número de habitantes) debido, principalmente, a notables mejoras en
la sanidad, alimentación e higiene humanas. Este crecimiento sería aún
más brutal en el siglo XX.
El desarrollo de actividades industriales creó nuevos puestos de trabajo
para una población en constante crecimiento, aunque no todo podían ser
cosas positivas: la industrialización hizo que se sobreacumularan
trabajadores en las ciudades industriales, convirtiéndolas en cúmulos de
desorganización debido al rápido crecimiento desordenado, caótico. Las
distintas clases sociales se establecían en diferentes zonas. Por ejemplo,
la discriminación hacía que la burguesía quisiese vivir lo más alejada
posible de los obreros. Éstos no tenían, precisamente, unas condiciones
de trabajo dignas: Las mujeres cobraban menos que los hombres, y los
niños, menos que las mujeres, por el mismo trabajo. El proletariado era
continuamente expuesto a los más crueles abusos, y se les sometía a
inhumanas condiciones de trabajo, inseguro, antihigiénico y peligroso.
Así que, como protesta, a partir de 1824 comenzaron a crearse
movimientos de protesta, asociaciones y sindicatos a favor de los
trabajadores (lo que se conoció como movimientos cartistas). Estas
uniones alzaban el sufragio universal masculino en votación secreta, la
eliminación del requisito de tener una situación económica acomodada
para poder ser votado, la elección anual de la Cámara de los Comunes y
que los diputados cobrasen. La clase obrera se reconocía como clase.
Sin embargo, estos movimientos perdían fuerza a medida que la ganaban
las Trade Unions (grandes sindicatos, mejor organizados, representando a
cada sector industrial).

Sin embargo, España vivió un claro atraso en su proceso industrializador,


mayoritariamente originado por causas de las que no tenía culpa o
resultaban inevitables: Para empezar, había perdido el comercio que tenía
con sus colonias americanas a partir de la independencia de éstas.
Apenas habían explotaciones carboníferas de buena calidad, y la mayoría
se encontraban en Asturias, donde se tenía un difícil acceso al ser una
zona especialmente montañosa. Además, escaseaba el capital para
invertir en industria y ferrocarril. Encima, en las Guerras Carlistas y de
Independencia se perdieron muchas vidas humanas. Por si fuera poco, el
territorio español había servido de escenario para la contienda entre
Francia e Inglaterra, y en las guerras napoleónicas se habían encargado
de destruir deliberadamente infraestructuras clave, como puentes y
carreteras, para dificultar el desarrollo en España.

Como reacción a la “ley natural del mercado” y a los abusos de la política


capitalista, el proletariado creó el sistema comunista. Dicha “ley natural”
se basaba en que todo el mundo podía llevar a cabo cualquier actividad
económica si ésta le salía rentable. Y, bajo la excusa de la rentabilidad,
los propietarios hacían trabajar más y pagaban menos. Si, además, la
competencia era grande, la clase obrera pagaba las consecuencias: se
les disminuía el salario o eran despedidos sin más. Entonces Karl Marx (a
la izquierda) y Friedrich Engels (a la derecha) crearon el pensamiento
marxista, que se basaba en que toda la Historia ha sido una historia de
luchas de clases, de dominados y dominadores, explotados y
explotadores. Ambos redactaron el Manifiesto Comunista en 1848,
realmente repugnados del comportamiento de la burguesía (que se creía
muy superior y pensaban que debían gobernar aquellos que tuviesen algo
que perder, es decir, ellos mismos). La lucha de clases había comenzado,
y amenazaba una dictadura de la clase obrera en la que no habrían
clases y se compartiría todo el poder en partes iguales. Marx y Engels
consideraban que la negociación era el peor enemigo de esta revolución
porque era un rasgo capitalista descarado que, de aceptarlo, no tendría
sentido luchar por el comunismo bajo reglas capitalistas. Además, los
negociadores sólo modificarían un poquito el capitalismo, así que en
1889 se creó la Segunda Internacional, donde se recrearía un gran
debate entre “revisionistas” y ortodoxos. Los primeros mantenían que el
conflicto de clases no tenía por qué acabar en conflicto, que el
capitalismo podría ir transformándose gradualmente a favor de la clase
trabajadora, y que los partidos políticos revisionistas podrían adaptarse a
las ideas democráticas de los ortodoxos sin que todo terminase en una
dictadura del proletariado. Éstos últimos exigieron su derecho a acudir a
los Parlamentos y exponer sus ideas sin ninguna clase de discriminación,
y el acuerdo así quedó, pero bajo la condición de que los obreros no
podían ser colaboracionistas de los Estados burgueses.

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