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Elogio de la reforma política

Por muy catastrófica que pueda ser la realidad, siempre hay algunas
instituciones o actores del presente que debemos preservar

En los últimos años, especialmente desde que comenzó la crisis política, la idea de
ruptura ha hecho mucha fortuna. La posibilidad de empezar de cero, de abrir un
proceso constituyente o de romper con el pasado ha sido muy recurrente en el debate
público español. Seguramente, estos posicionamientos emergen de dos tradiciones
muy arraigadas en algunos sectores de nuestra sociedad: el regeneracionismo y el
adanismo.

Por un lado, la idea regeneracionista, cargada siempre de un gran pesimismo, se


caracteriza por hacer un diagnóstico tremendista y decadente. Las soluciones que
siempre han defendido sus valedores han sido tan variadas que, llevadas al extremo,
parecen proceder de una visión de España sin solución, presentando como única
salida la ruptura con el presente. En la actualidad, los regeneracionistas han
elaborado una lista de medidas —a veces un tanto inconexas entre sí— sin detallar
de forma clara un modelo de sociedad. Así, por ejemplo, es muy frecuente elaborar
un conjunto de cambios institucionales sin especificar previamente a qué modelo de
democracia aspiramos. El regeneracionismo siempre aspiró a transformar nuestro
país sobre bases nuevas, puesto que no encontraba solución en nuestro presente.

Por otro lado, los adanistas otorgan un cierto poder taumatúrgico a todo lo que tiene
que ver con empezar de cero. Como si al hacer tabla rasa, los problemas que se
arrastran durante décadas desaparecieran fácilmente, o como si algunas dificultades
tuvieran fácil solución. El adanismo, en muchas ocasiones, solo esconde la
incapacidad de mantener un debate sustantivo sobre algunas cuestiones relevantes.

Ni siquiera las posiciones más rupturistas en nuestro país


ponen en cuestión la profunda modernización del Ejército.
Podemos cuenta con un antiguo jefe del Estado Mayor de la
Defensa como dirigente

Frente a los regeneracionistas y a los adanistas, partidarios ambos de la ruptura,


emerge la reforma. Seguramente no suene tan sexi. Es una posición dominada por la
racionalidad y el pragmatismo, y por lo tanto carece de la carga emocional del
rupturismo. Pero dada la situación por la que atraviesa nuestro país, donde los
sentimientos y las emociones dominan en exceso el debate público, quizá
deberíamos dar una oportunidad a los argumentos de la reforma. De hecho, existen
tres razones para defender un horizonte de país basado en el reformismo y la
modernización.

El primero de los argumentos está relacionado con poner en valor el presente. Es


altamente improbable que en el punto de partida de cualquier situación no haya
aspectos que aprovechar. Por muy catastrófica que sea la realidad, siempre hay
algunas instituciones o actores del presente que debemos preservar. Así, por
ejemplo, ni siquiera las posiciones más rupturistas en nuestro país ponen en cuestión
la profunda modernización del Ejército, hasta el punto de que Podemos cuenta con
un antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa como dirigente. Por tanto, en
cualquier progreso algunos aspectos permanecerán. Si nos circunscribimos a la
realidad española, en las cuatro últimas décadas hay muchas cosas que no solo
debemos poner en valor, sino a las que además tenemos que dar continuidad.

En segundo lugar, siempre es conveniente estar prevenidos frente al fracaso. Es


posible que una propuesta política no acabe produciendo los resultados deseados. Y
si esto es así, el escenario será muy distinto si partimos de una reforma y no de una
ruptura. En la medida en que no se haya deshecho todo lo anterior, siempre quedarán
aspectos positivos que se preservaron del pasado. El fracaso de una propuesta
rupturista, sin embargo, implica que lo más probable es que nos encontremos con la
nada. Es decir, ante la posibilidad de que nuestras propuestas no obtengan los
resultados esperados, la reforma siempre producirá un escenario mucho más positivo
que la ruptura, puesto que las reformas siempre tratan de proteger lo bueno del
presente.

Por muy catastrófica que pueda ser la realidad, siempre hay


algunas instituciones o actores del presente que debemos
preservar

Finalmente, toda propuesta rupturista suele implicar atravesar lo que Adam


Przeworski definió en su libro sobre la historia del socialismo como un “valle de
lágrimas”. La vía “revolucionaria” o de ruptura implica transformaciones profundas,
pero suele acarrear unos altos costes durante el periodo de transición. Es por ello por
lo que, por ejemplo, el socialismo acabó abandonando toda propuesta rupturista y
abrazó la estrategia gradualista de las reformas. Ante un “valle de lágrimas” muy
doloroso que implicase sacrificios elevados en el corto plazo, especialmente para los
trabajadores, los socialistas optaron por la reforma.

Esto último no es baladí. El socialismo siempre ha aspirado a una honda


transformación de la sociedad. Su evolución ideológica muestra que este objetivo
siempre se ha perseguido mediante la reforma y la modernización. Se pueden
perseguir las metas más inalcanzables con instrumentos pragmáticos. Por eso hay
una fuerte relación entre la socialdemocracia y la reforma. Desde el Congreso de
Gotha, cuando fueron aceptadas algunas de las tesis de los lassalleanos, pasando por
el revisionismo de Eduard Bernstein o el primer Informe Beveridge, el socialismo
siempre estuvo ligado en sus orígenes a reformar la realidad y a revisar incluso sus
propios postulados. Cuando algunos apelan a un regreso a los principios
fundacionales, se olvidan de que la esencia de la socialdemocracia es el reformismo.
Esto es algo que entendieron de forma nítida los referentes más destacados del
socialismo: Olof Palme, Willy Brandt,Bruno Kreisky, Harold Wilson o Felipe
González son ejemplos de liderazgos socialistas que combinaron de forma muy
acertada el idealismo y el pragmatismo, encabezando proyectos reformistas.
Muchos entendimos que con la Gran Depresión de 2008
había llegado el momento de la socialdemocracia. Solo un
proyecto modernizador y reformista puede dar respuesta a
las múltiples cuestiones que emergieron

Muchos entendimos que con la Gran Depresión de 2008 había llegado el momento
de la socialdemocracia. Solo un proyecto modernizador y reformista puede dar
respuesta a las múltiples cuestiones que emergieron. Pero los proyectos rupturistas
han alcanzado una gran notoriedad en el espacio público. Líderes como Donald
Trump o Viktor Orbán y propuestas como el Brexit parecen tener muchos adeptos
por múltiples razones. Por eso los partidarios de las reformas debemos tomarnos
muy en serio la batalla de las ideas y explicar de forma muy nítida por qué siempre
es mejor modernizar que romper.

Las propuestas reformistas y la socialdemocracia pueden seguir emocionando. Sus


principios y valores sientan las bases en las más bellas ideas que ha construido el ser
humano y nacen en la Ilustración. Pero esto no es óbice para tomarse muy en serio
los argumentos, los diagnósticos serios y rigurosos, y evitar los lugares comunes y
los eslóganes fáciles. Las propuestas reformistas pueden abrirse paso, pero para ello
deben tomarse en serio y respetarse a sí mismas.

Ignacio Urquizu es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de


Madrid (en excedencia) y diputado del PSOE por Teruel en el Congreso de los
Diputados.

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