ENSAYO

Cherub with an hematite eye © By Ernst Fuchs

POR
JUAN JOSE OPPIZZI
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na costumbre muy enraizada en nuestra cultura obliga a

dignificar a los muertos. Vale decir que cuando una
persona muere, pasa a una categoría superior en donde
sus fallas son minimizadas y se vuelve un ser básicamente
bueno. Ese molde repetido es fastidioso cuando se aplica a
individuos –o a cadáveres de individuos– canallescos,
porque exige un esfuerzo de voluntad que raya en la
injusticia. No se me antoja correcto que uno deba
lamentarse ante la desaparición de quien ha sido dañino.
Y es lo que siento, anoticiándome de que Bernardo
Neustadt dejó de existir. Murió en el día del periodista,
coincidencia tentadora para los que pueden escribir algún
panegírico, y coincidencia extraña para quienes podemos
–con elementos que exhibió él mismo– poner en duda su
condición de tal. Si nos atenemos a sus características, las
que cualquier hijo de vecino comprobó en los millones de
veces en que emitió la voz por radio y presentó la figura
Tras la caída del por televisión, es muy probable que el título que mejor le
Proceso se caiga sea el de propagandista. Al menos ése fue el papel
dedicó a que cumplió en los últimos treinta años de trayectoria
dentro de los medios informativos. Su historia –de la que
defender a los tanto se ufanaba– es bastante obvia: se hizo célebre a
personeros del partir de la dictadura militar del autodenominado
régimen y a “Proceso”. Hasta ese momento, no pasaba de ser una
figurita más entre los cientos de hombres y de mujeres
tejer, en la dedicados a la misma actividad. Su colaboración con los
inmejorable militares fue abierta, pero usando la pilatuna habilidad
compañía de necesaria para poder, tras la recuperación del orden
constitucional, continuar la marcha ascendente.
Mariano
Grondona, una Era imposible evitar el asombro ante la explicación que
daba al reprochársele el colaboracionismo: decía haberse
telaraña cuyas equivocado y advertía que no se iba a suicidar por eso.
consecuencias Además, hasta último momento negó haber sabido que
sufriremos aún existían matanzas colectivas y campos de concentración,
dejando abierta la puerta para señalarle que, en ese caso,
por muchos su cacareado nivel informativo quedaba hecho el de un
años. piojo. Lejos de importarle esas grietas morales y éticas,

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tras la caída del Proceso se dedicó a defender a los
personeros del régimen y a tejer, en la inmejorable
compañía de Mariano Grondona, una telaraña cuyas
consecuencias sufriremos aún por muchos años. El auge
del programa que ambos conducían fue directamente
proporcional al ritmo de mediocrización de la sociedad.
Medio país se detenía para escuchar sus opiniones, como
si fueran dos oráculos. Neustadt escudaba sus más bien
exiguas dotes intelectuales tras la esgrima filosófica de
Grondona. En verdad, el que llevaba el peso mayor era
este último. La misión de Neustadt consistía en clavar
gran número de dardos pequeños, para debilitar la
guardia del entrevistado, si era adversario, a la espera de
que Grondona le asestara uno de sus puntazos
académicos. En el caso de ser amigo, el procedimiento
invertía sólo un término: viraba de ataque a complicidad.

Una de las De todos modos, alguna disputa nunca bien aclarada los
alejó y Neustadt se cortó solito rumbo a un objetivo que
campañas más nunca había dejado de acariciar: el poder. La práctica le
encarnizadas fue muy útil: el endeble sistema democrático, bajo la
que realizó en batuta ambigua de Alfonsín, cabeceaba y el sedicente
periodista le ayudaba en el tambaleo. Una de las
esas épocas fue campañas más encarnizadas que realizó en esas épocas
contra la fue contra la recuperación de los niños apropiados por los
recuperación de militares. Su argumento, de una calaña reptil, señalaba
que era muy perjudicial para los niños el saber que no
los niños eran los hijos legítimos de sus apropiadores; ¿para qué
apropiados por molestarlos, si eran felices con sus padres adoptivos?
los militares. Su Cuando la batalla se le fue poniendo más brava que lo que
suponía, se quitó la máscara y sostuvo que, al fin y al cabo,
argumento, de los militares no habían hecho más que una obra benéfica
una calaña al arrancar a los niños de sus padres guerrilleros (en su
criterio, todo quien hubiera sido perseguido, torturado o
reptil, señalaba muerto por el Proceso, era guerrillero y por ende
que era muy aborrecible) y criarlos de acuerdo con principios
perjudicial para cristianos, no de acuerdo con las venenosas ideas
marxistas.
los niños el
saber que no La crisis de 1989 lo tuvo como uno de los ocultos
eran los hijos promotores. Su oportunidad llegó al pergeñarse una
maniobra negra: Álvaro Alzogaray, el teórico más
legítimos de sus inteligente de la derecha criolla, armó una cara buena
apropiadores. para el fascismo, llamándolo “Unión de Centro Democrá-

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co”, según el modelo zorro del franquista español Manuel
Fraga Iribarne, y comenzó a idear los métodos para que
las nociones ultraconservadoras empezaran a ser
infiltradas gota a gota en las mayorías amorfas. Alfonsín,
luego de obedecer a todas las presiones militares y civiles
de los sectores oligárquicos, se dio cuenta de que la última
concesión era su propia renuncia y también cedió,
acorralado por un golpe económico. Entonces se vio cuál
era el candidato para completar el triángulo: Carlos
Menem. Alsogaray necesitaba, además del
propagandista, al ejecutor de sus ideas. Neustadt cumplió
sobradamente con el papel asignado: la hiperinflación, los
Bernardo desmanes, la inseguridad, le dieron letra para pintar un
Neustadt se paraíso que estaba al alcance de todos, siempre que se
erigió en el eliminara gran parte de la estructura estatal y se le diera
mano libre a los capitales privados. Su propaganda fue, ni
periodista más ni menos, la de un rematador. Carlos Menem
estrella, encarnaba la pata restante: un hombre que llegaba al
gobierno mediante un discurso de corte populista y que
opacando a arrastraba a las masas a una confusión sin precedentes.
todos los
demás, y en el Una vez en el sillón de Rivadavia, la primera medida que
tradujo su orientación verdadera fue el nombramiento del
propagandista Ministro de Economía: un empleado de una de las
máximo del corporaciones privadas más grandes del país. Bernardo
poder: llevaba a Neustadt se erigió en el periodista estrella, opacando a
todos los demás, y en el propagandista máximo del poder:
Menem, lo llevaba a Menem, lo interrogaba, le permitía conducir el
interrogaba, le programa y brindaban por cada preciado bien fiscal que
permitía se iba de obsequio a alguna mano –o garra– particular. De
esa época datan unas declaraciones de las que mejor
conducir el atestiguan su cinismo: cuando se produjeron los despidos
programa y masivos de la empresa Somisa, siderúrgica sannicoleña
hecha pedazos para que fuera vendible a costo irrisorio
brindaban por (recuérdese que María Julia Alsogaray, engendro
cada preciado femenino del capitán-ingeniero Álvaro, fue a quien
bien fiscal que Menem le encomendó la graciosa tarea de liquidarla),
como respuesta a los desesperados hombres que iban a la
se iba de calle, Neustadt dijo que no entendía por qué se
obsequio a angustiaban de esa manera, ya que él una vez había
alguna mano –o estado sin trabajo durante un año y eso no le había
acarreado mayores problemas.
garra–
particular. El esquema de Alzogaray-Neustadt-Menem tenía corto
Grenouille aux yeux bleus © By Lukas Kandle

plazo de vida: al acabarse los bienes estatales
vendibles, se secaba el manantial proveedor de las
arcas gubernamentales y no podía continuar
sosteniéndose la ficción de una moneda con igual
valor que la de EE.UU. El estallido era inevitable.
Solución: hallar un candidato para que tomara la
bomba y le explotara en las manos; luego, repetir la
campaña de propaganda de 1989 y hacer retornar al
poder a Menem en el siguiente período. Fernando De
la Rúa fue el tipo ideal para ocupar el lugar justo:
creyendo que el modelo era la cumbre de la
organización nacional, no tocó ni un cabello del
sistema y encima nombró a Domingo Cavallo en el
Ministerio de Economía, lo cual significó encender la
mecha de la bomba. Los dramáticos hechos de 2001
dieron por tierra con De la Rúa, Cavallo y el modelo,
y pusieron en ocultas madrigueras a la mayoría de
los políticos.
Neustadt, por supuesto, quiso emerger indemne de
la convulsión, pero no pudo. Los tiempos cambiaban
mucho más que lo que él había supuesto. Ya no le
alcanzaban los latiguillos (“no me dejen solo”, “¡qué
bueno!, ¡qué bueno!” “¿lo dejamos ahí?”), el citar a
una sabihonda “tía Maruja” o el apelar a una “doña
Rosa”/multitud que requería de lenguaje simple y,
por sobre todo, aparentemente apolítico. No. La
dinámica del tiempo, con su desgaste de
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los materiales poco nobles, fue poniendo en evidencia
las fallas que se habían disimulado con las gambetas de
la picardía o los brillos del poder. El “Periodista de raza”
pertenecía a una especie autoritaria, limitada en lo
expresivo. Cualquier grabación suya es un fiel testigo
de eso. Jamás una reflexión que sobrepasara lo
circunstancial; jamás una investigación auténtica;
siempre con un lenguaje deficiente pero con la soberbia
a flor de labios, descalificando a quienes no pensaban
como él; siempre cantándole loas a lo peor de la política
nacional e internacional; invocando un orden
silencioso de amos y siervos, de ideales metálicos.
Sus últimos años fueron un ejercicio del odio. Desde las
columnas de “Ámbito financiero”, mediante un
conjunto de frases inconexas (simples
desgrabaciones), se dedicó a descarnar al matrimonio
Kirchner, a regalarle epítetos feroces, tal vez buscando
una resonancia tardía que no llegó. Acaso tuvo la
misma finalidad antes de presentar su último libro: dijo
que lo habían amenazado, y atrajo las miradas de toda
la prensa al hacer el papel de un intelectual (!)
enfrentado a misteriosos perseguidores. No conforme
con eso, en el texto de su lápida dejó establecido que fue
alguien que enseñó a pensar.
En todo caso, la inscripción de su tumba sí tiene
un punto de razón: muchos hemos sentido que nos
enseñó a pensar en no ser jamás como él.