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(ra la
no eternidad
Cápsulas literarias portátiles de lectura instantánea
CONTRA LA
POSTMODERNIDAD
ALPHA MINI
16
De pronto, mefue indiferente ser moderno.
ROLAND B AR THES
9
minos, de ahí el paulatino debilitam ien
to de los dispositivos de legitimación, los
ideales regulativos y la trama categorial
de la modernidad, cuya sombra sigue pre
sente en un nivel micrológico a pesar de
haber perdido su vigencia desde una pers
pectiva global. La ventaja normativa que
extrae el postmodernismo de esta situa
ción de crisis e incertidumbre consiste
en no dar un paso atrás en el crepúsculo
de los ídolos, mantenerse en la brecha.
Una brecha que sigue aumentando gra
cias a la concurrencia de factores como
los mass media (la aparición de la socie
dad del espectáculo diluye la barrera en
tre realidad y ficción), el ñn de la política
de bloques (con el consiguiente debilita
miento de las identidades nacionales y,
en general, del control que ostentan los
io
estados sobre la cosmovisión de sus ciu
dadanos) y la creación del mercado glo
bal (el capitalismo victorioso coloniza el
globo sin apenas resistencias, poderosos
oponentes, ni alternativas viables). La
postmodernidad es la transcripción cul
tural, política y filosófica de un capitalis
mo sin fronteras que, además de meterle
la mano en el bolsillo, ha inscrito sus
ideas en el imaginario de la gente.
Entre finales de la década de 1970 y
mediados de los años noventa en los paí
ses desarrollados asistimos a lo que se co
noce como la reacción conservadora, una
época de bonanza económica caracteri
zada tanto por la desregulación de los
mercados y el triunfo de la ideología neo
liberal como por el descrédito y posterior
derrumbe del socialismo real. De modo
11
paralelo, en el ámbito cultural se produ
ce una neutralización del proyecto van
guardista que pretendía sintetizar, en un
mismo gesto subversivo, creación artís
tica y transformación política. En resu
men, que como proyecto científico, cultu
ral y político Occidente se convirtió en un
Museo a mediados de los años ochenta.
Los lugares comunes del postmodernis
mo recogen el sentir de una generación
que no se reconoce en los ideales del pa
sado y tampoco mira con buenos ojos el
futuro inmediato. Relativismo, escepti
cismo y escatología constituyen los ingre
dientes del mismo desengaño político,
de un malestar cultural que ha conocido
multitud de acepciones: crisis de los me-
tarrelatos directrices de la modernidad
filosófica (Lyotard), descrédito de la pu
ra
reza, la novedad y el espíritu contestata
rio del modernismo cultural (Jameson),
disolución de la barrera entre realidad y
apariencia, herencia de la metafísica oc
cidental (Baudrillard) o, simple y llana
mente, fin de la Historia (Fukuyama).
Somos los herederos -querámoslo o n o -
de este gesto de renuncia que marcó épo
ca. Perry Anderson resume esta coyuntu
ra histórico-política del siguiente modo:
«La postmodernidad surgió de la cons
telación de un orden dominante descla-
sado, una tecnología mediatizada y una
política monocroma.»1 Veamos por qué
estos tres factores no son aplicables a
nuestra coyuntura actual.
13
Algunos autores definen la postmoderni
dad, desde un punto de vista sociológico,
como el periodo en que el antagonismo
de clase fue sustituido por una plurali
dad de formas de subjetivación en pug
na dentro de un horizonte de emancipa
ción local. Agnes Heller y Ferenc Fehér
llevan este tópico al paroxismo cuando
afirman en Políticas de la postm oderni
d a d que trascender la modernidad con
siste en estar «más allá de los argumen
tos de clase».2 Puede que esto se cumpla
para las clases subalternas. E lpobretaria-
do internacional se ha mostrado muy dé
bil en las últimas décadas, incapaz de ge-
14
nerar las sinergias necesarias para crear
un frente de lucha social unificado. Nos
hemos acostumbrado a un enfoque mi-
cropolítico del antagonismo social, asis
tiendo en lo que va de siglo a luchas loca
les en la estela del Ejercito Zapatista de
Liberación Nacional (e z l n ). Sólo tras la
primavera árabe, con la irrupción de los
indignados en España y la escalada de al
tercados en Grecia entre manifestantes
y policía, parece que la solidaridad entre
los olvidados del sistema se restablece en
tre muy diversas naciones. En el otro lado
de la balanza, la clase que detenta el mo
nopolio de los grandes capitales nunca
ha sido postmoderna en el sentido pro
puesto por Hellery Fehér: siempre tuvie
ron la coherencia del privilegio. Por mu
cho que revistan sus argumentos de cla-
15
se con el manto de las «leyes objetivas
del mercado», las clases altas poseen una
ideología y un proyecto que, desgracia
damente, es congruente con la realidad.
Una pequeña camarilla transnacional im
pone globalmente sus intereses de clase a
través de la agenda política neoliberal y
la orientación económica del capitalismo
global. En 1997, los quinientos ejecutivos
más importantes del mundo se reunieron
en el Hotel Fairmont de San Francisco
para acuñar el nombre de la sociedad ha
cia la que, según esta ilustrada élite trans
nacional, nos encaminamos a corto pla
zo: la «sociedad 20/80», compuesta por
un 20% de individuos imprescindibles
para el funcionamiento de la maquinaria
económica global, pues poseen trabajos
estables, contratos de por vida, salarios
16
blindados, elevadas remuneraciones e in
gresos extra (bonus); al 80% restante le
están reservadas las «ventajas» de la des
regulación neoliberal: largas jornadas,
contratos precarios, sueldos bajos, des
pido libre y barato. Esto es, todo un pro
grama político de lucha de clases desde
arriba. Como es habitual en estos casos,
la ideología de clase opera a modo de me
canismo de des-identificación: los predi
cadores de la desregulación son, en últi
ma instancia, los más renuentes a la hora
de aplicarse el cuento.
Parabién o para mal, la crisis que esta
mos atravesando ha puesto sobre la mesa
este antagonismo silenciado, poniendo
fin a la ¿rrealPolitik de la globalización
y a la retórica neo-colonial del proyec
to identitario europeo. Desde mediados
17
del siglo pasado, no se recuerda en Euro
pa un enfrentamiento mayor entre capi
tal y trabajo del que se está produciendo
en este momento entre las demandas de
los trabajadores y parados de la periferia
(elprecariado de los mal llamados P i e s :
Portugal, Italia, Grecia y España) y los
proyectos de reajuste programados por
los grandes bancos del centro (principal
mente franceses y alemanes). El Banco
Central Europeo y el Fondo Monetario
Internacional están imponiendo en toda
la Unión una contrarreforma neoliberal
basada en políticas económicas procícli
cas de austeridad, unas medidas que -d i
cho sea de paso - son técnicamente ilu
sorias y no plantean una salida viable de
la crisis, dado que deprimen los ingresos
de los trabajadores y, con ello, contraen
18
aún más la demanda agregada de estos
países.3
En este contexto, la confrontación po
lítica se expresa con toda su distorsión
retórica, con todas sus manipulaciones
mediáticas. En la pugna por monopoli
zar el discurso y hacer oír la propia voz
como la de un interlocutor legítimo, el
objetivo principal -e n este punto del
19
con flicto- consiste en criminalizar a la
clase oponente, apropiarse de los gran
des referentes y pretender que se está ha
blando en nombre del «interés general».
Esto sucede a ambos lados de la barrera,
los creadores de opinión afirman situar
se en una posición privilegiada. Por un
lado, los indignados griegos y españo
les - y no sólo ello s- reclaman que los es
peculadores y banqueros que están en el
origen de las diferentes burbujas (finan
ciera e inmobiliaria) comparezcan ante
la ley; del otro lado, el mainstream de los
medios de comunicación al servicio de
las grandes corporaciones ha decidido
criminalizar sistemáticamente cualquier
atisbo de violencia en la conducta de los
insurgentes, da igual que los altercados
sucedan en la plaza Syntagma en Atenas
20
o ante el Parlament de Catalunya en Bar
celona. En este tira y afloja están enjuego
el espacio público y la esfera simbólica.
En ambos bandos se formulan proyectos
amparados por los mismos lemas de «re
cuperación» y «reforma», aunque de muy
diverso signo. Unos están deseosos de
disciplinar económica y policialmente a
las clases trabajadoras y dispuestos a sa
lir de la crisis a cualquier precio: redu
ciendo el gasto público mediante priva
tizaciones masivas de bienes y sectores
públicos, generando puestos de trabajo
precarios gracias a la flexibilización de
los salarios y alterando - a favor de la pa
tronal- los mecanismos de la negociación
colectiva. Otros, que se niegan a asistir
de brazos cruzados al desmantelamiento
del Estado de Bienestar, reclaman un cas
a i
tigo ejemplar a los responsables de la cri
sis, exigen el cumplimiento de sus dere
chos y apuestan por salir de la crisis a
través de «la eutanasia del rentista» -u n a
reforma impositiva que solucione el gra
ve problema del fraude fiscal en nuestro
p a ís-,4 una profundización en los expe
rimentos asamblearios y un avance ha
cia la democracia participativa.
William Buffet, una de las grandes for
tunas del mundo, tiene muy claro dónde
está el campo de batalla y cuál es su trin
chera. En marzo de 2004 declaró: «Si se
está librando una guerra de clases en
América, claramente mi clase lleva las de
23
pareció, simplemente la iniciativa cam
bió de bando. No es de extrañar que en
nuestra coyuntura actual regrese con ma
yor transparencia que nunca la confron
tación entre intereses de clase; es el mo
mento de decir adiós a los sutiles análisis
ideológicos y a las intrincadas políticas
de resistencia para dejar paso a un mar
xismo sin modales que sepa expresar, del
modo más vulgar y naif posible, las de
mandas de la gente. Hasta Fredric Jame-
son reconoció en 1998 que el momento
del ornato conceptual había pasado a me
jor vida:
24
ciones subyacentes a la ideología ya no
parecen requerir una elaborada maqui
naria de decodificación y reinterpreta
ción hermenéutica; y el hilo conductor
de toda la política contemporánea pa
rece mucho más fácil de captar: a saber,
que los ricos quieren que bajen sus im
puestos. Esto significa que un anterior
marxismo vulgar puede ser nuevamen
te más pertinente para nuestra situa
ción que los modelos más recientes.6
25
venimiento de una sociedad global sin
clases -tras la autodisolución de la clase
media occidental-y, por tanto, conside
ran obsoleta la división del espectro polí
tico en izquierda y derecha. Nos interesa
especialmente la contribución de Antho
ny Giddens al debate sobre la postmoder
nidad y su apuesta por la Tercera Vía. Se
gún Giddens, no se ha producido un corte
tajante con la modernidad sino una radi-
calización de ciertos factores presentes
en ella, en concreto, la autoconcienciay
la reflexión. Lo que él denomina «moder
nidad reflexiva» surge de la conjunción
de individualismo e incertidumbre que
da lugar a una sociedad postradicional
que desintegra las identidades colecti
vas. Con la autoconciencia, se generali
za una actitud de duda y sospecha que
26
caracteriza a una era basada en el recono
cimiento de la ambivalencia. Frente a la
modernidad simple, con sus grandes cer
tezas, sus ideales prefijados y sus proyec
tos faraónicos, la «modernidad reflexiva»
está marcada por el signo de interroga
ción y la democracia. La duda corroe los
referentes colectivos, los dispositivos tra
dicionales de donación de sentido; la so
ciedad profundiza en un individualismo
reflexivo, lo personal deviene político,
no hay autoridad social o política que no
surja del consenso entre las partes. Una
vez la ciudadanía toma conciencia de la
crisis ecológica, cualquier actividad rela
cionada con el consumo y la producción
se convierte en objeto de debate colecti
vo; temas considerados previamente per
sonales, bien fueran profesionales (tra
27
bajo, medio de transporte) o privados
(estilo de vida), saltan al espacio público.
En la sociedad postradicional el desa
cuerdo persiste, pero es superable me
diante el diálogo y la educación, no ex
presa un antagonismo de clase irresolu
ble. De hecho, para Giddens no hay clases
sino estilos de vida. Son los individuos
- y no los grandes colectivos- los prin
cipales agentes de la política, son ellos
quienes han de asumir a título personal
el margen de incertidumbre y los riesgos
de una sociedad hiperconectada. Surge
así una nueva forma de hacer política
que gravita en torno a la responsabili
dad que tiene un individuo sobre la con
ducta que acarrea su estilo de vida.
La propuesta de Giddens se conoce
como Tercera Vía, una apuesta política
de centro izquierda que pretende supe
rar la dicotomía entre la nueva derecha
liberal y la vieja izquierda socialista. Los
lemas de la Tercera Vía son «ningún de
recho sin responsabilidades» y «ningu
na autoridad sin democracia»; sus obje
tivos: reformar el Estado y el gobierno
para que cooperen con la sociedad civil
en la gestión democrática de los riesgos
a los que se enfrenta el siglo xx i. El Es
tado democrático resultante se define
como un «Estado sin enemigos»7 que fo
menta la descentralización, la eficiencia
administrativa, la expansión del rol de la
esfera pública y el reparto equitativo de
las oportunidades entre todos los ciuda-
2,8
de centro izquierda que pretende supe
rar la dicotomía entre la nueva derecha
liberal y la vieja izquierda socialista. Los
lemas de la Tercera Vía son «ningún de
recho sin responsabilidades» y «ningu
na autoridad sin democracia»; sus obje
tivos: reformar el Estado y el gobierno
para que cooperen con la sociedad civil
en la gestión democrática de los riesgos
a los que se enfrenta el siglo xx i. El Es
tado democrático resultante se define
como un «Estado sin enemigos»7 que fo
menta la descentralización, la eficiencia
administrativa, la expansión del rol de la
esfera pública y el reparto equitativo de
las oportunidades entre todos los ciuda
29
danos. Las tesis de Giddens se inspiraron
en la corriente del nuevo laboralismo
que Bill Clinton impulsó en Estados Uni
dos, Gerhard Schróder prosiguió en Ale
mania y, finalmente, Tony Blair sintetizó
en Reino Unido. En estos tres países los
resultados han sido desastrosos. Stuart
Hall calificó la Tercera Vía de «una va
riante socialdemócrata del neolibera-
lismo», una apuesta social-liberal por la
desregulación, la moderación fiscal y las
políticas flexibles incluida la del empleo.
En último término, no es sino un logo no
vedoso que encubre una táctica oportu
nista para recuperar el poder por parte
de una izquierda esclerotizada. La Terce
ra Vía desmanteló el Estado de Bienestar
al mismo tiempo que decía estar ayudan
do a los individuos a que satisficieran sus
30
necesidades por sí mismos. Ironías de la
historia, para muchos críticos la defun
ción de la Tercera Vía ocurrió el 15 de fe
brero de 2 0 0 3, fecha en que el gobier
no británico embarcó al ejercito de su
«Estado sin enemigos» en la invasión de
Iraq. Pero no hay nada extraño en la polí
tica exterior de Blair, no hay ninguna in
congruencia en que la Tercera Vía sea el
perrito faldero del Tío Sam. Desde tiem
pos de Karl Popper es un dogma del libe
ralismo que la tolerancia tiene sus lími
tes, y la Sociedad Abierta, sus enemigos.
Para los fundamentalistas no hay piedad
ni tolerancia que valga. La Tercera Vía
también externaliza el antagonismo me
diante guerras libradas en nombre de los
derechos democráticos. En este combate
a muerte entre el San Jorge de la demo-
3i
craciay el dragón del fundamentalismo,
la superioridad moral del liberalismo ¿s
taken f o r granted. Como Adán y Eva al
comienzo del Génesis, los neoliberales
parecen haber sido creados para «pro
crear, multiplicarse y someter todo cuan
to vive y se mueve sobre la tierra».
Giddens considera que en el horizon
te político de nuestro tiempo se encuen
tra el escepticismo ante toda forma de
identidad colectiva y cualquier disposi
ción política que no sea refrendada por
mecanismos de decisión democráticos.
Pero se equivoca: de Jean-Marie Le Pen a
Hugo Chavez, el mapa de la política ac
tual está de rodillas ante el populismo.
En lo que va de siglo, se ha estrechado el
margen de las políticas efectivas que reci
ben el asentimiento de la población. Nos
3^
vemos abocados a una suerte de disyunti
va: o bien optamos por la expertocracia,
una forma de democracia en que no go
biernan los elegidos en las urnas sino una
casta de expertos que toman decisiones
sin consultar con el pueblo; o el pop u lis
m o, en que una persona se autodesigna
dirigente simbólico de un movimiento
con amplias bases populares. Inmersas
en una grave crisis de legitimidad, la de
mocracia dialógica y las políticas del con
senso se hallan atenazadas por esta pin
za: u optan por un sujeto sin conciencia,
el populismo, o bien por una conciencia
sin sujeto - y por tanto sin responsabili
dad-, la expertocracia. De tanto gestio
nar y conciliar intereses, los partidos de
centro-izquierda se han olvidado de escu
char las demandas de la gente. Hoy día,
33
los únicos capaces de suscitar el entusias
mo popular son los movimientos radica
les (Tea Party, e z l n ) que, al margen del
sistema electoral y mediante un contacto
directo con sus bases sociales, generan
identidades colectivas, congregan sim
patizantes dispuestos a todo y saltan por
encima de los aparatos procedimentales
del Estado (maquinaria burocrática, ad
ministración, etcétera).
En suma, la propuesta política de Gid-
dens resulta ingenua porque sus análisis
no tienen en consideración el papel que
siguen representando los estados en la
geopolítica mundial. Algo parecido les
sucede a Antonio Negri y Michael Hardt,
autores de Im perio, el libro que muchos
han tildado de «M anifiesto comunista
del siglo xxi». Según estos autores, los
34
cambios acontecidos durante la última
fase del capitalismo global han puesto fin
a la política moderna -caracterizada por
la Realpolitik, el enfrentamiento estra
tégico entre los intereses de Estado y, en
última instancia, el im perialism o- y han
abierto la puerta a una nueva coyuntura
que ellos califican de postmoderna. En
la postmodernidad el Estado-nación su
fre una crisis terminal y, por tanto, deja
de ser el locus clásico de poder. El impe
rialismo desaparece y en su lugar emerge
una entidad global, multipolar y descen
trada, el imperio. Con la creación de un
orden jurídico cosmopolita que cuenta
con el ejército de Estados Unidos como
perro policía, salta a la palestra la multi
tud como nuevo agente político. Negri y
Hardt se refieren a los movimientos anti-
35
sistema cuyos ataques, según dicen, van
dirigidos al centro virtual del imperio,
pero, por mucho esfuerzo que pongan es
tos insurgentes en tomar el poder, el ca
pitalismo tiene un corazón de hierro. Se
han planteado innumerables objeciones
a las tesis defendidas en Im perio;8 tan
sólo recordaremos aquí las principales:
36
etcétera). Al analizar la política exterior
de Estados Unidos desde una perspectiva
jurídica y calificar dicho país de «impe
rio ético» o «brazo armado del derecho
internacional», nuestros autores olvidan
deliberadamente las motivaciones eco
nómicas que subyacen a la geoestrategia
estadounidense. Así, no se les cae la cara
de vergüenza cuando escriben: «La Gue
rra del Golfo [...] fue una operación re
presora de escaso interés desde el punto
de vista de los objetivos, de los intere
ses regionales y de las ideologías políti
cas implicadas [...] La importancia de la
Guerra del Golfo estriba principalmen
te en el hecho de que presentó a Esta
dos Unidos como la única potencia ca
paz de aplicar la justicia internacional,
no enfunción de sus motivaciones nació-
37
nales sino en nombre del derecho global,»9
a. Cuando proclaman la defunción del
Estado-nación, Negri y Hardt repiten in
conscientemente la ideología neoliberal
al uso, con todos los tópicos incluidos:
Estado mínimo, libre circulación de bie
nes, fronteras abiertas, etcétera. Pero
hay algo que no encaja. En Estados Uni
dos las reaganomics han sido (y son) una
forma de keynesianismo invertido, en el
que los presupuestos del Estado se desti
nan a mantener un gasto desorbitado en
armamento. La amplia gama de iniciati
vas que han adoptado los estados de todo
el mundo para paliar la crisis económ i
ca nos puede dar una idea del poder que
38
sigue ostentando la maquinaria estatal:
concesión de subsidios al sector priva
do, millonarias operaciones de rescate
de firm as y bancos costeadas por el bolsi
llo de los contribuyentes, políticas de aus
teridad fiscal encaminadas a garantizar
mayores ganancias a las empresas, deva
luación o apreciación de la moneda local
a fin de favorecer algunas fracciones del
capital en detrimento de otras y, en defi
nitiva, el hecho de garantizar la inmovi
lidad internacional de los trabajadores al
tiempo que se facilita la ilimitada circu
lación del capital. En los manuales de
economía Hayek y Keynes son presenta
dos como enemigos de por vida, sin em
bargo, sus propuestas son las dos caras
de la misma moneda, como demuestra el
sistem a de fuerzas de la economía global
39
previo al derrumbe de Lehman Brothers:
a pesar de su elevado déficit público, Es
tados Unidos tuvo un periodo continua
do de bajos tipos de interés gracias a que
China hubiera vinculado el yen al dólar y
tuviera asegurada la colocación de la
deuda externa norteamericana. En el pe
riodo de bonanza económica, el paladín
del Estado mínimo fue a lomos del corcel
asiático. Lo que vino tras la caída de Leh
man Brothers es conocido por todos. En
Estados Unidos la crisis financiera deri
vada de la sobreinversión, la especula
ción (CDS) y las hipotecas basura tuvo
que ser suplida por una inyección de fon
dos por parte del Estado. Los excesos ha-
yekianos fueron costeados por una inter
vención keynesiana. La Reserva Federal
pagó del bolsillo del contribuyente la or
40
gía de crédito que Wall Stre eth ab ía podi
do permitirse durante casi una década
gracias a Ja política económ ica de control
c intervención estatal d esp legad a por el
gigante chino. Antonio G ram sci se que"
dó corto cuando escribió en sus Q uader-
n¿: «El laissez-faire es tam bién u n a forma
de regulación estatal, in tro d u c id a y man
tenida por medios legislativos y co erciti
vos. Es una política deliberada, c o n scien
te de sus propios fines, y n o la exp resión
espontánea y autom ática de lo a hechos
económicos.»10
3. El concepto de m u lt it u d , co m o ha
reconocido Hardt en e n t r e v i s t a s poste
riores, tiene más de p o é tic o q u e de socio
L o s h é r o e s r e a le s de la lib e r a c ió n del
T e r c e r M u n d o so n lo s e m ig r a n te s y las
42
c o r r ie n te s de p o b la c ió n q u e d e str u y e
ro n las a n tig u a s y las n u e v a s fro n te r a s .
E n re a lid a d , el h é ro e p o s c o lo n ia l e s el
ú n ic o q u e tr a n s g r e d e c o n tin u a m e n te
la s fr o n te r a s te r r it o r ia l e s , e l q u e d e s
tru y e lo s p a r t ic u la r is m o s y a p u n ta h a
c ia u n a c iv iliz a c ió n c o m ú n .11
43
cularismos» cuando desvían los fondos
de sus países a paraísos fiscales para uso
privado? ¿Acaso esta je t set de caciques
del petróleo, las armas y los metales pre
ciosos no contribuyen con sus viajes de
negocios a la creación de una «civiliza
ción común»? En suma, ¿tiene el mismo
valor la «desterritorialización» del inmi
grante que la del empresario? Algunas
analogías conceptuales establecidas por
Zygmunt Bauman sugieren que así es. La
teoría de la m odernidad Líquida ideada
por este sociólogo polaco puede consi
derarse la continuación de la postmo
dernidad por otros medios, así que me
rece la pena detenerse en ella.111 La elite
44
de empresarios transnacionales y la ma
sa de inmigrantes sin papeles son, por
definición, nómadas que carecen de una
identidad territorial fija; viven en los no-
lugares, espacios de transición, donde lo
efímero deviene eterno y se hace de la im
provisación una forma de vida y del azar
un monumento; unos disfrutan de aero
puertos con aire acondicionado y gran
des terminales, otros se hacinan en cam
pos de refugiados en condiciones de insa
lubridad y precariedad extremas. Estas
comparaciones, como puede com pren
derse, tienen un límite, aquel a partir del
cual la teoría se convierte en una retóri
ca cínica que, en su obsesión por inter
pretar la realidad, es incapaz de posicio-
narse en el espectro político y, en lugar
de responder a la pregunta esencial, a sa
45
ber, ¿a quién sirve mi discurso?, se dedi
ca a balbucear tecnicismos y a establecer
analogías conceptuales.
Este límite ha sido transgredido repe
tidas veces por las celebraciones abstrac
tas de la diferencia p lu ra l y la alteridad
radical que suelen realizar los seguidores
postmodernos de Gilíes Deleuze y Em-
manuel Lévinas. En términos sociales y
políticos, estas dos corrientes de pensa
miento tienen en común el considerar
que toda identidad es, por definición, re
presiva. Con esta premisa en la mano, es
bozan una apología indiscriminada de lo
otro, saludado como el presunto antago
nista del orden existente. Ambas corrien
tes comparten un interés obsesivo por el
examen de formas sociales sin identidad
constituida, cuyo rostro informe, situado
46
en los márgenes del sistema, les dota de
un aura subversiva. Este culto a la alteri-
dad y a la diferencia como valores absolu
tos se apoya en el prejuicio de que todo
lo minoritario es liberador; todo lo oscu
ro, profundo; todo lo misterioso, el signo
de alguna deidad perdida; todo lo raro,
digno de compasión. Estas corrientes de
pensamiento -q ue se llaman a sí mismas
«radicales»- comparten el siguiente man
damiento: No harás delprincipio de iden
tidad, de la metafísica de la presencia y
d el humanismo bien intencionado una
ley de hierro que ignore el sufrimiento,
la cultura y los intereses de los demás.
Nada que objetar a este dogma de fe (los
excesos de la Ilustración y el humanis
mo están ampliamente documentados).
En todo caso proponemos incluir la cláu-
47
silla: No reivindicarás la diferencia de
modo indiferente —p a ra cualquier con
texto y situación—, ni levantarás fa lso
testimonio contra lo idéntico —declaran
do nuevamente e lfin de la metafísica—;
en resumen, no adorarás a l fa lso ídolo
de la alteridad —ese becerro de oro—sin
antes cerciorarte de que, con tal conduc
ta, no eres un intelectual orgánico a l ser
vicio del sistema.
En el momento en que el enemigo al
que batir deja de ser el fantasma de algu
na entelequia filosófica y las afirmacio
nes acerca de lo radical-postmoderno son
aplicadas a nuestra coyuntura histórica,
económica y política, la supuesta radi-
calidad del planteamiento se desvanece
ante nuestros ojos. Enarbolar en abstrac
to la bandera de «lo otro» es un gesto de
48
impotencia, nunca de subversión, máxi
me cuando se esgrim e contra un siste
ma como el capitalista que, en contra de
la opinión común, no tiende a la homo
geneidad, sino a la reproducción a d in-
finitum de las diferencias -diferencias
que más tarde serán reabsorbidas por
el capital- en una dinámica competitiva
donde, a p rio ri, todo está legitimado.
El capitalismo convierte toda forma de
oposición, resistencia o denuncia en una
oportunidad para publicitarse por otros
medios. Como ya advirtiera T erry Eagle-
ton: «El capitalismo ha ensamblado con
promiscuidad formas de vida diversas;
un hecho este que daría que pensar a
aquellos incautos postmodernistas para
quienes la diversidad, sorprendentemen
te, es de algún modo una virtud en sí mis
49
ma.»1;i En definitiva, estamos ante un
sistema productivo incluyente en senti
do extremo: no le importa a quién explo
ta , y además potencia, por razones de au
mento y diferenciación de la demanda,
el pluralismo de hábitos en consonancia
con la proliferación de mercancías. La
diferencia, la hibridación, la heteroge
neidad y otras tantas formas del radica
lismo postm oderno, lejos de suponer un
corte de discontinuidad con el statu quo,
cumplen el papel de la transgresión in
herente de un sistema, la excepción que
confirma la regla, el momento de descar
ga mediante el cual un sistema libera sus
tensiones, expurga sus pecados y conti-13
51
por los turistas, fotografiada con tesón.
El gusto por lo raro se impone planeta
riamente.
En este contexto, el pensamiento de la
diferencia deviene apología de la falsa
situación; la adoración mística de la al-
teridad radical se traduce en la celebra
ción del exotismo y la incomunicación;
la apuesta por el nomadismo, al no esta
blecer distingos, se solapa con la ideolo
gía neoliberal de la libre circulación de
personas; la llamada a romper con la pro
pia identidad, si no se precisa, es el refle
jo poético-metafísico de aquella exigen
cia capitalista que impone al ciudadano
desdoblarse en múltiples consumidores,
tantos como mercancías.
Veamos el caso de Simón Critchley.
Este autor defiende una ética de la de
m anda infinita', todo acto moral es la res
puesta activa ante «la llamada penitente
de la alteridad radical cuyo rostro su
friente nos interpela» (la influencia de
Lévinas es clara). De estas premisas se
deduce que no hay acto moral sin mal aje
no, la empatia es el motor de la ética y la
tolerancia y la caridad sus máximas de ac
ción por antonomasia.'5 Alain Badiou ha
argumentado en profundidad contra esta
postura. En primer lugar, la empatia es
un proceso de identificación y proyec
ción emocional, no de apertura. Ningún
ser humano, por mucho que sufra, cum
ple las condiciones necesarias para ser el
otro levinasiano. «El otro se me asemeja
53
siempre demasiado, como para que sea
necesaria la hipótesis de una apertura
originaria a su alteridad. »,fi ¿Quién es el
otro? La ética de la alteridad radical se ve
obligada a decidir entre quedar reducida
a mera contemplación narcisista del su
frimiento de los demás (caso de Bauman
y Critchley) o transubstanciarse en una
teología negativa que cae postrada ante
el milagro de un Otro -e l Deus abscondi-
tus del libro de Jo b - cuya ausencia silen
te genera trances místicos y lágrimas de
emoción entre los feligreses. Aún más: la
ética de la alteridad radical es inmovilis-
ta y profundamente reaccionaria, niega
la dimensión política del encuentro con16
54
eJ otro, es incapaz de concebir una ac
ción colectiva que implique la partici
pación de tres o más personas. Según los
levinasianos el pueblo carece de iniciati
va y está condenado a la pasividad, debe
resignarse a la condición de la princesa
llorona a la espera de un príncipe azul
que la libere del dragón y las cadenas.
Tengan cuidado, Franz Kafka ya advirtió
que el príncipe siempre llega con retra
so: «El Mesías vendrá solamente cuando
ya no será necesario. Vendrá solamente
un día después de su advenimiento. No
vendrá el día del Juicio Final, sino al día
siguiente.»
En cuanto a la caridad y la tolerancia
como máximas de cooperación, seamos
claros: un parche circunstancial no sol
venta problemas de orden estructural y
55
sistémico. Como ha señalado Slavoj Zi-
zek, la caridad es el pilar básico de nues
tro injusto sistema económico y la tole
rancia su maquillaje represivo.17 Son los
ingredientes del capitalismo con rostro
humano. El ejemplo preferido del eslo
veno es la publicidad de Starbucks. Esta
invierte, de forma paradigmática, la car
ga semántica del acto mismo de consumir
cuando nos asegura que, por cada con
sumición en Starbucks, la compañía se
compromete a pagar bien a los agricul
tores y a destinar parte de sus beneficios
a fines ecológicos o a paliar el hambre en
Guatemala. De este modo, justifica sus
precios elevados al mismo tiempo que
56
ahuyenta la mala conciencia del consu
midor. Por un módico precio añadido, el
cliente no sólo está comprando una taza
de café, sino que además contribuye con
su dinero a promover una ética del consu
míanlo responsable. Es la lógica perversa
de un capitalismo que sintetiza egoísmo
y filantropía en un mismo acto de consu
mo, pecado consumista y redención an
ticapitalista en la misma taza de café. En
el precio de una mercancía no sólo está
incluida la satisfacción personal sino el
cumplimiento de las obligaciones con la
sociedad y el medio ambiente. Así, las
empresas subliman el malestar de la po
blación y canalizan el compromiso so
cial según sus propios intereses. La raíz
del problema no se encuentra en la ins-
trumentalización empresarial de las di s-
57
posiciones morales sino en el enfoque de
muchos críticos que recurren a la denun
cia moral y pretenden solventar los pro
blemas del sistema mediante la compa
sión y la tolerancia. Como afirma Oscar
Wílde en unas líneas que son más actua
les ahora que nunca:
L a m a y o r ía de la g e n te a r r u in a su v id a
p o r u n m a ls a n o y e x a g e r a d o a ltr u ism o ;
e n re a lid a d , se v e n fo r z a d o s a a r r u in a r
se a sí. E s in e v ita b le q u e se c o n m u e v a n ,
al v e rse ro d e a d o s de tre m e n d a p o b re z a ,
tre m e n d a fe a ld a d , tre m e n d a h a m b re .
E n e l h o m b re la s e m o c io n e s se s u s c i
ta n m á s r á p id a m e n te q u e la in te lig e n
c ia [...] e s m u c h o m ás fá c il s o lid a r iz a r
se co n el s u fr im ie n to q u e co n el p e n
s a m ie n to . D e e s ta fo r m a , c o n a d m ir a
b le s a u n q u e m a l d ir ig id a s in te n c io n e s ,
58
de forma muy seria y con mucho senti
miento la gente se aboca a la tarea de
remediar los males que ve. Pero sus re
medios no curan la enfermedad: sim
plemente la prolongan. En realidad sus
remedios son parte de la enfermedad.
Tratan de resolver el problema de la po
breza, por ejemplo, manteniendo vivos
a los pobres o, como hace una escuela
muy avanzada, divirtiendo a los pobres.
Pero ésta no es una solución, agrava la
dificultad. El objetivo adecuado es tra
tar de reconstruir la sociedad sobre una
base tal que la pobreza resulte imposi
ble. Y las virtudes altruistas realmente
han evitado llevar a cabo este objetivo.
Así como los peores dueños fueron los
que trataron con bondad a sus esclavos,
evitando de este modo que los que su
frían el sistema tomaran conciencia del
horror, y los que observaban lo com
59
p r e n d ie s e n , ig u a l su c e d e co n e l e sta d o
a c tu a l d e c o s a s en I n g la t e r r a , d o n d e la
g e n te q u e m ás d a ñ o h a c e es la q u e trata
de h a c e r m ás b ie n ; [...] la c a r id a d d e
g r a d a y d e s m o ra liz a . [ . . . J E s in m o ra l
u sa r la p r o p ie d a d p r iv a d a a fin de a li
v ia r lo s t e r r ib le s m a le s q u e re s u lta n de
la m ism a in s titu c ió n de la p r o p ie d a d
p r iv a d a .'8
60
ñera de continuo situaciones de injusti
cia, desigualdad y antagonismo social.
Examinemos el caso del Fuerte Europa,
donde los índices de xenofobia no hacen
sino aumentar cada año. La política de
inmigración propugnada por la Unión es
tajante: reforzar el cerco proteccionista
para impedir i a intromisión de un factor
productivo a la vez querido e indeseado,
la fuerza de trabajo inmigrante. En esta
coyuntura, ios índices de xenofobia no
son sino un reflejo del miedo de las cla
ses trabajadoras, que viven en condicio
nes de extrema precariedad laboral y re
celan de la competencia profesional que
suponen los inmigrantes. El caso de Es
paña es paradigmático. En el 2007, entre
un 60-65% de la opinión pública españo
la desconfiaba de la llegada de inmigran
61
tes; con la crisis, este porcentaje ha subi
do hasta el 82,-83%. En muchos casos el
odio al extranjero no es una cuestión per
sonal, sino laboral. La tolerancia, como
la xenofobia, es un placebo que encu
bre los verdaderos conflictos de intere
ses. Quienes creen que el multicultura-
lismo pone fin a las tensiones sociales
no son capaces de hacer frente a la nueva
forma de xenofobia sin atrezzo culturalm
trampantojo identitario que azota Euro
pa y podría resum irse en la exigencia - fa
laz, por otro la d o - de «¡que esos cabro
nes no vengan a quitarnos el trabajo!».
En un país com o Alemania, donde los in
tercambios culturales con la comunidad
islám ica son m uy activos, Angela Merkel
declaró hace un año que «la sociedad cul
tural h a fracasado». En el fondo, las pala
62
bras de Merkel expresan un malestar so
cial que con toda probabilidad tiene su
origen en la competencia feroz del mer
cado laboral alemán, donde la flexibili-
zación del trabajo y la inexistencia de un
mínimo salarial unitario han ocasionado
un retroceso en el bienestar de los ciuda
danos, quienes han visto congelados sus
salarios reales, que en 2007 estaban en el
mismo nivel que hace veinte años.19Cier
tamente, la sociedad multicultural ha
llegado a su fin, pero por motivos que en
63
última instancia no responden a la cul
tura, sino a la economía. Se acercan pe
riodos turbulentos para Europa, a raíz de
la confrontación cada vez mayor entre la
opinión pública de los pi gs y Alemania
(la crisis del pepino español y el posible
impago de la deuda externa griega han
echado más leña al fuego). El trato con la
alteridad no parece que vaya a mejorar:
la creciente aceptación de los partidos
de extrema derecha por parte del electo
rado, las deportaciones de rumanos en
Francia y la prohibición de minaretes
en Suiza anuncian un futuro incierto.
Creemos firmemente que en ninguno de
estos casos estamos ante un choque de ci
vilizaciones susceptible de ser resuelto
por medio de la toleranciay el respeto -es
más, los acontecimientos de la primavera
64
árabe ponen el último clavo en el féretro
de la conocida teoría de Samuel Hunting-
ton, al constatar que la cultura islámica
no es un todo homogéneo y de ningún
modo se contrapone a la democracia—.
El surgimiento reciente de fundamenta-
lismos de toda clase y condición (cultu
rales, étnicos, nacionales y religiosos)
ha propiciado una inflación de los de
bates sobre la identidad y la diferencia.
Por parte de la izquierda, se ha produci
do un auge de los estudios poscoloniales
que aboga por el análisis (y deconstruc
ción) de las identidades en detrimento de
la comprensión del sistema productivo.
De este modo, la izquierda acepta sin re
chistar las reglas de un juego político que
presupone la despolitización de la econo
mía, se crean barreras ilusorias cuando la
65
lucha real está en otra parte. Allí donde
el objetivo prioritario es la creación de
un horizonte político global unificado,
las identidades habrán de jugar un papel
minoritario. Por muy loable que sea la
tolerancia o la caridad a título personal,
nuestro contexto político exige por parte
de la izquierda esfuerzos renovados en la
comprensión estructural del sistema y en
la articulación de medidas globales que
tengan como principal motor la inteli
gencia en lugar de la compasión. Hay que
operar de cataratas la estrechez de miras
del corazón.
66
canónicos como Jacques Derrida o Jean-
Frangois Lyotard?ao Al priorizar la su
peración de la metafísica sobre la supe
ración de las contradicciones sociales
objetivas, esta corriente de pensamiento
antepone el arma de la crítica a la críti
ca de las armas y, además, se engaña a sí
misma. En vez de analizarlos fenómenos
históricos desde su base material, los an
timodernos especulan en abstracto acer
ca de un malvado espíritu del mundo y
su presunta negación, supresión o refle
xión. Los gigantes contra los que dicen
enfrentarse estos don Quijotes de la filo -
67
sofía no asustan, en verdad, ni a un niño
pequeño: episteme moderna, metafísica
de la presencia, paradigm a ontoteológi-
co, metarrelato emancipatorio. ¿El mis
mo perro con diferente collar? El hecho
de que otorguen tanta importancia a es
tos constructos teóricos nos da una idea
de la (errada) percepción histórica que
tienen muchos de estos autores. A la hora
de hablar de la modernidad, cubren los
huecos de su incompetencia historiográ-
fica, sociológica y política aferrándose
a una historia de las ideas repleta de
simplificaciones. Detrás de tanta alhara
ca conceptual, tanta hipérbole interpre
tativa, tanta jerga sin sentido -un a vez
hemos separado el grano argumental de
la paja- nos encontramos, en muchos ca
sos, con la pueril sugerencia de que exis-
68
tío algo asi como una entelequia abstracta
que determinó por completo la cosmovi-
sión de nuestros antepasados a lo largo
de un periodo homogéneo. ¿Y a esto lo
llaman Ilustración? En el fondo de su co-
razoncito, la antimodernidad filosófica
es una forma más del chovinismo filosó
fico que reduce los agentes históricos a
la condición de ejecutores al servicio de
las genialidades de algún difunto filóso
fo. Los conceptos devienen en cortinas
de humo que bloquean el desarrollo del
pensamiento crítico, la Historia es susti
tuida por una trama policiaca donde los
malos conspiran con clásicos de filosofía
en la mano. Si en las películas de James
Bond los malos son terroristas islámicos,
hijos de soviéticos, nietos de un comando
especial de las SA, nuestro Sherlock Hol-
69
mes de la filosofía antimoderna se en
frenta a unos oponentes tanto o más es
tereotipados. Como afirma Zizek:
70
En la retórica antimoderna de la «supe
ración de la modernidad» (Überwindung
der Metaphysik) impera una imagen del
filósofo como héroe redentor y de la filo
sofía como catarsis kamikaze. Hace tiem
po que la filosofía académica mantiene
una existencia vicaria y vive a costa de re
petir a cámara lenta el suicidio de la ra
zón. La antimodernidad filosófica parti
cipa de este milenarismo; también ella se
despide de muchas cosas y no se separa de
nada. Por las palabras de los pensadores
antimodernos uno llega a pensar que la
tarea más importante a la que puede en
tregarse hoy un intelectual consiste en
medir sus propias fuerzas con la difunta
metafísica, asesinar (de nuevo) al padre-
Hegel, desechar la pretensión de verdad
como una ilusión, devolver el estatus de
7i
ficción provisional a las proposiciones fi
losóficas, calificar la sociedad de juego
sin sentido, constatar que el mundo está
fuera de quicio, que el saber está com
puesto de paradojas, que el pensamien
to conduce a la espiral de la desespera
ción y la locura, que la autoconciencia es
un laberinto de espejos deformados, que
la amistad es un imposible y el sueño de la
razón produce monstruos. Menudo abu
rrimiento. En la práctica, todo esto pro
duce una brutal disonancia cognitiva.
Por un lado tenemos a académicos que
en horario de trabajo se ponen la bata
de la sospecha y ofician de hermeneutas
sin principios, especialistas del terroris
mo ontológico, saboteadores de la tradi
ción; por otro lado, tenemos a esos mis
mos «sujetos», una vez ha terminado su
72
jornada laboral, poniendo en p iá cú c&
todo aquello que rechazan por r a z o n é
teóricas. Esta gente lleva años cobran^0
un sueldo por proclamar que lo que d1'
cen no va a parar a ningún lado y, por si*'
puesto, no sirve para nada. El paso de
interpretación del mundo a su transfo*"
mación que Marx exigía hace ciento ci*1 "
cuenta años se ha visto bloqueado por e ^
peso muerto de estos antimodernos que ’
cuando llega el momento de la verdad, se
resisten a dejar sin dueño el sillón de c * '
tedrático.
Esta obsesión por regresar al lugar d e ^
crimen donde la metafísica fue a se sin é '
da, esta pulsión por mancharse las m a n ° 6
con la sangre de los ídolos caídos tiene i**1
nombre: melancolía. La a n tim o d e rn id ^
filosófica no ha elaborado el duelo tras
73
muerte de las grandes pretensiones, si
gue fijada melancólicamente a su funes
to objeto de deseo, el mismo que declara
haber perdido para siempre: la posibili
dad de alcanzar un conocimiento absolu
to, una verdad apodíctica, unfundam en-
tum inconcussum veritatis. En el fondo
del alma antimoderna hay un raciona
lista acurrucado que se siente completa
mente estafado por la crisis de fundamen
tos. El proceso para pasar de ilustrado a
antimoderno es bien sencillo: uno acepta
primero los criterios racionalistas acerca
de lo que es el conocimiento objetivo y,
una vez descubre que el cumplimiento
de tales criterios es imposible (dada la
triple mediación a la que está sometida
la experiencia por la teoría, los mecanis
mos de poder y los medios de comunica
74
ción), concluye que no puede haber co
nocimiento en absoluto. De aquí a con
cebir toda realidad como un constructo
social, toda verdad como el resultado de
una convención lingüística, todo forma
de saber como una estrategia de apropia
ción, todo enunciado como una ficción
pragmática, no hay más que un paso.
No muy lejos de esta postura se en
cuentra Gianni Vattimo, máximo expo
nente de la postmodernidad en sentido
filosófico. Su propuesta teórica consis
te en transformar (Verwindung) dialécti
camente el pensamiento de la diferencia
en unpensiero debole que pueda obtener
una versión descafeinada de la tradición
moderna. De este modo surge una meta
física baja en calorías que parte de la fac-
ticidad de la existencia humana (el D a
lí
sein de Heidegger como proyecto deyecto
articulado) y afirma permanecer fiel a la
experiencia de lo cotidiano. E lpensiero
debole carece de proyecto y se entretie
ne en pensar de nuevo lo ya pensado (su
conexión con la hermenéutica es clara),
utiliza una noción retórica de verdad cer
cana a la teoría de los juegos de lenguaje
y no aspira a un conocimiento del todo,
pues el italiano está de acuerdo con el jui
cio de nuestro policía filosófico: «La mis
ma noción de totalidad es un concepto
dictatorial.»22 En el plano ético, Vattimo
se cuida mucho de no violentar la fragili
dad congénita a todo lo existente, como
76
forma de ser en el mundo invoca la pietas
cristiana, un término que entre sus reso
nancias tiene «la mortalidad, la finitudy
la caducidad», porque:
23 Ibídem, p. 34.
77
Anadie se le escapa que este pietismo éti-
co-ontológico es reduccionista en grado
sumo. Vattimo está demasiado imbuido
del pathos del nihilismo f in de siécle
como para comprender que el ser de las
cosas es algo más que su decadencia. Si
atendemos a cómo se expresa, Vattimo da
a entender que lo único que verdadera
mente le puede suceder al hombre es ver
morir, morirse él mismo y compadecerse
por todo ello. En este punto Vattimo repite
un prejuicio de época: la muerte es el úni
co momento relevante desde un punto de
vista ético-ontológico. Como era de espe
rar, se trata de un prejuicio ampliamen
te aceptado por aquellos seguidores de
Heidegger que han profundizado en la
dimensión comunitaria del Dasein como
ser p a ra la muerte (Sein zum Tode). Auto
78
res como Jacques Derrida24 o Félix Du
que25 pretenden fundamentar una ética
de la finitud sobre la experiencia del due
lo ante la pérdida del ser querido (princi
palmente el amigo, entendido como alter
ego). Una ética que es, a su vez, el basa
mento para una concepción renovada de
lo comunitario y que tiene especial predi
camento en autores como Maurice Blan-
chot2fi o Jean-Luc Nancy27 Estos pensado
res coinciden en que la única comunidad
79
auténtica desde el punto de vista ontoló-
gico es aquella en que se comparte la sin
gularidad del ser finito, unos guardando
la muerte de los otros. En otras palabras,
otorgan la más excelsa dignidad filosófi
ca a una com unidad ideal de plañideras
donde el llanto y el crujir de dientes es el
pan de cada día. Seamos claros y contun
dentes a la hora de combatir esta ontolo-
gía necrofdica para la cual no existe más
acontecimiento que la muerte, ni más
temporalidad que la del duelo. Cualquier
autor comprometido con la política real
debe evitar el coqueteo con estos cadáve
res. En tiempos de crisis como los nues
tros, cuando se les exige a los intelectua
les un esfuerzo más en el compromiso con
lo concreto, estas propuestas son el col
mo del escapismo, una broma filosófica
8o
sin gracia resultante de la trombosis con-
ceptualy\2i diarrea mental que caracteri
za a los anacrónicos herederos de Heideg-
ger. En el autor de Ser y tiempo, guía es
piritual de la antimodernidad, se dan
cita los peores tics de la tradición filosófi
ca -q u e a base de plagio, sus seguidores
han convertido en aberraciones de la na
turaleza-: la jerga de la autenticidad, la
retórica de lo originario, el tufillo pue
blerino, el chamanismo de la diferencia y
la pedantería etimológica. Adorno juzgó
acertadamente que una de las invarian
tes «que atraviesan su filosofía es la re
valoración de toda ausencia de conteni
do, de toda carencia de conocimiento,
hasta convertirse en indicio de profun
didad. La abstracción voluntaria se pre
senta como voto voluntario [...] como si
81
el vacío del concepto de ser fuera fruto de
la castidad monacal de lo originario, no
condicionado por las aporías del conoci
miento». Pero ya se sabe: «El ser es seduc
tor, elocuente como el rumor de las hojas
en el viento de las malas poesías.»28
Creemos que la postura más sana para
evitar el enredo entre modernos, premo
dernos, postmodernos y antimodernos
acerca de la superación, autoliquidación o
desdoblamiento de la modernidad, con
siste en negarla mayor; como hace Bruno
Latour. «La modernidad nunca comen
zó. Nunca hubo un mundo moderno.»29
82
Se trata de una decisión metodológica,
no una afirmación de hecho, que consis
te en no aplicar a toda una época un mol
de prefabricado, evitar la trampa de quie
nes definen nuestro tiempo en relación
a los ídolos del pasado, y por esta razón
son incapaces de atisbar las aspiraciones
del futuro inmediato, y quedan fijados a
aquellos ideales cuya superación, en caso
de que se llevara a cabo, no significa ya
nada para nosotros. No olvidemos que
la ausencia de fundamentos lo deja todo
como estaba y nos obliga a retomar la
investigación donde la habíamos dejado.
83
paz de generar una alternativa viable al
capitalismo, que acepta resignadamen-
te la omnipotencia del sistema, al mis
mo tiempo que sitúa los restos del poten
cial subversivo en fogonazos eventuales
de transgresión lanzados desde la perife
ria.30 El statu quo puede fragmentarse o
deteriorarse pero de ningún modo des
mantelarse por completo. La búsqueda
colectiva de la liberté, egalité y fraterni-
té con mayúsculas debe, por tanto, reem
plazarse por proyectos más modestos. La
realpolitik, las demandas cosmopolitas y
la política transnacional de clases dejan
el terreno libre a las iniciativas micro-
políticas, las políticas de la amistad y las
84
políticas de la identidad. La lucha que fra
casó en las calles se interioriza en la caja
negra del sujeto. De este modo, cuanto
mayor era el alcance y la interconexión
de «su enemigo», más reducido se volvía
el horizonte político de la postmoderni
dad. En palabras de José Manuel Roca:
85
ciliares, pues lo importante no era in
tentar cambiar las lógicas sociales ni las
rígidas estructuras que determinan la
vida de millones de personas, sino hacer
la revolución en casa y modificar cada
uno privadamente aspectos de su vida
cotidiana.31
86
sean sus enfoques, la ética del reconoci
miento (heredera del racionalismo ilus
trado) y la teoría queer (con toda su irreve
rencia postmoderna) tienen un elemento
metodológico común, a saber, la falta de
análisis económicos. Salvo raras excep
ciones (como David Harvey), el olvido
de la economía es la invariante de las po
líticas postmodernas porque la propia
noción y forma de lo político con la que
opera se basa en la despolitización de la
economía. «Si queremos jugar el juego
de una pluralidad de subjetivaciones po
líticas, es formalmente necesario no ha
cerse ciertas preguntas»?* sentencia Zi-32
87
zek. Esta ausencia tiene una explicación
histórica. El postmodernismo es la con
sumación de lo que Anderson denomina
marxismo occidental, una corriente de
izquierdas surgida del desengaño polí
tico y constituida por autores como Lu-
kács, Adorno, Benjamin, Sartre, Althus-
ser o Della Volpe. En una clara inversión
de la trayectoria intelectual de Marx, los
marxistas occidentales abandonaron el
análisis económico y el compromiso mi
litante para recluir su actividad intelec
tual en el campo de la epistemología y la
crítica cultural. Completamente desco
nectados de los conflictos sociales de su
tiempo, estos autores enriquecieron las
bases filosóficas del marxismo, amplia
ron el número de temas sometidos a dis
cusión y, por desgracia, dieron la espalda
88
a la calle o contemplaron los aconteci
mientos de actualidad como un especta
dor contemplaría, desde la seguridad de
la playa, el espectáculo sublime de un
naufragio. Anderson es implacable: «El
método como impotencia, el arte como
consuelo y el pesimismo como quietud:
no es difícil percibir elementos de todos
ellos en el marxismo occidental. Porque
lo determinante de esta tradición fue su
formación por la derrota, las largas déca
das de retroceso y estancamiento, mu
chas de ellas terribles desde cualquier
perspectiva histórica, que sufrió la clase
obrera desde 19 2 0 .»33
La sombra de esta tradición planea so
89
bre la generación de los postmodernos.
El ejemplo más claro es Lyotard, quien
pasó de la política marxista (décadas de
I 9 5 ° Y 1960) a la ontología postmoder
na (años setenta y ochenta) y de ahí a la
ciencia ficción (años noventa). En rela
ción con el capitalismo, Lyotard fue inca
paz de encontrar un término medio entre
el escapismo y la paranoia. La definición
inicial de la postmodernidad como fin de
los metarrelatos eludió la aparición del
metarrelato neoliberal que desde enton
ces ha colonizado el mundo a la medida
exacta del capital, sin apenas encontrar
resistencias, y apelando siempre al santo
y seña de los derechos democráticos. Más
tarde, sus investigaciones se centraron
en los viajes intergalácticos, la entropía
cósmica y el éxodo masivo de la raza hu
90
mana de la Tierra tras la ^tin ción del Sol.
En este nuevo contexto piterpretativo, el
capitalismo se convirtió en la clave cos“
mológica que permitía descifrar la natu
raleza del sistema solar, dlia suerte de es
tructura trascendental o'omo la ley de la
gravedad, condición de posibilidad de
todo fenómeno humané* Ly°tard pasó
de cero a cien sin com pr^nder la natura
leza del sistema.
Desde la década de 1 9 ^ ° la historia de
la teoría política realizó un £*ro similar
al marxismo occidental su alejamien
to de la economía y su acercam iento a la
moral: tan pronto se adv*rt*0 9ue las rei
vindicaciones de redistribución econó
mica eran insostenibles & larS ° plazo, se
impusieron en su lugar l as versiones re
ducidas y puramente n e ^ ativas de supre
9t
sión de la humillación y el menosprecio.
Una vez se asumió que el capitalismo era
el horizonte insuperable de nuestro tiem
po, los conflictos se desplazaron de lo
económico a lo cultural e identitario. Los
objetivos a corto plazo no eran ya la su
presión de las desigualdades materiales o
la creación de las condiciones de una vida
digna34 sino, como mucho, el reconoci
miento, la tolerancia y el respeto.
En este desplazamiento los postmo
dernos encuentran una vertiente eman
cipadora e incluso subversiva del capi
talismo. La ampliación del campo de ba-
92
talla capitalista a todas las esferas de la
realidad pone fin a las formas conven
cionales de socialización, pero también
permite que muchas subjetividades mi
noritarias obtengan la visibilidad y el
reconocimiento que la alta cultura les
había negado. El principio de oferta y
demanda ofrece a los marginados un lu
gar destacado en el escaparate del mer
cado identitario y cultural. Eloy Fernán
dez Porta defiende que la alianza entre
capitalismo emocional y cultura pop ha
generado históricamente la coyuntura
ideal para una democratización de las
subjetividades, facilitando que las capas
marginales accedan a un producto llama
do vida interior.35 ¿Todas ellas o sólo un
93
grupo minoritario? Es cierto que las for
mas de subjetivación relacionadas con
la sexualidad o el género han sacado mu
cho partido de la coyuntura generada por
el capitalismo cultural. Nuestro sistema
productivo se basa en el consumo de es
tilos de vida y, por esta razón, potencia
una dinámica de experimentación con
nuestra sexualidad (y nuestras relaciones
personales) en distinos planos (dermoes-
tético, farmacológico y mediático). Estas
prácticas están a la orden del día en la so
ciedad europea y norteamericana. No es
de extrañar, por tanto, que la teoría queer
sea, junto con los manuales de autoayuda
y los panfletos New Age, la propuesta teó-
94
rica más comprometida con una orienta
ción de praxis real en aquellos países de
sarrollados donde las iniciativas sociales
se han visto reducidas a mínimos históri
cos sin igual. Parece, por tanto, que la po
lítica postmoderna será queer o no será.
La identidad sexual se ha convertido en
la gran plataforma de autoemancipación
que posibilita la realización (y también
la frustración) de uno mismo, con todo
un abanico de posibilidades donde ele
gir: sadomasoquistas, pagafantas, aman
tes platónicos, voyeurs, reprimidos, feti
chistas, monógamos, polígamos, caza
dores nocturnos, francotiradores de día,
gente desorientada e ingenua, matapajas
a dos velas, nostálgicos, zapadores, tro
vadores de estar por casa, escritores de
alcoba, correveidiles, perdedores de de
95
voción, estrategas, ingenieros de carrete
ras y caminos, edipos, electras, rencosos,
monjas clarisas, espíritus puros y auto-
destructivos, etcétera. Ahora bien, ¿pue
de pensarse un homólogo a estas políti
cas de la identidad para toda la casta de
los desclasados, aquellos que, en térmi
nos marxianos, sólo disponen de su pro
pia fuerza de trabajo (desempleada) y
aquellos que se ven forzados a permane
cer fieles a una clase que no han elegido?
Estamos pensando principalmente en los
homeless del Primer Mundo, los habitan
tes de las favelas en Asia y Lationamérica
y las masas desposeídas del Africa subsa
hariana, por no hablar de las poblaciones
indígenas que han visto cómo su cultura
se convertía en un casino o un parque te
mático, o las poblaciones que son azota
96
das por alguna catástrofe natural. Para
todos ellos se ha hecho realidad el pro
nóstico de Benjamin de que en el futuro
no habría un pobre sin un fotógrafo de
trás que documente sus miserias. Su apa
rición en los medios de comunicación es
constante y, todo hay que decirlo, fotogé
nica. Son el objeto principal de las cam
pañas publicitarias desplegadas por las
ONGs. Sin embargo, ¿podría decirse que
la lógica del escaparate capitalista está re
conociendo su subjetividad? Parece que
no. La lógica del espectáculo sólo benefi
cia a quienes ya tenían ganada la partida
de antemano. La visibilidad es, en la ma
yor parte de los casos, una lacra. El pro
blema de las leyes de excepción es que
terminan por racionalizar los intereses
de los vencedores.
97
Cuando afirman que todo vale, que el no
madismo se ha impuesto para mayor glo
ria de los desclasados, que la distinción
entre alta y baja cultura se ha difumina-
do en una plebeyización de las costum
bres, muchos autores postmodernos con
funden sus deseos con la realidad. Aun
cuando pudiera hablarse de una «clase
creativa»36 que disfruta de los bienes de
un capitalismo cognitivo -flexibilización
del horario laboral, nuevas tecnologías y
puestos de trabajo gratificantes-, esta
clase seguiría constituyendo una mino
ría global. La polarización Norte-Sur se
acrecienta; incluso dentro del Primer
Mundo la diferencia de clases, poder ad-
98
quisitivo y jerarquía se vuelve cada vez
más radical. Además, la sociedad del con
sumo y del espectáculo metamedia tie
nen unos límites bien definidos, como
afirmó Susan Sontag:
99
La postmodernidad surgió como mode
lo cultural dominante en Estados Uni
dos, una sociedad capitalista de una ri
queza sin precedentes y con altos niveles
de consumo. Y desde ahí colonizó el ima
ginario del resto de sociedades, en una
proyección imperialista del modelo nor
teamericano. Si bien es cierto que des
de una perspectiva global la lógica cul
tural del capitalismo es hegemónica, en
muchos rincones del planeta, lo postmo
derno sólo es incipiente y lo moderno es
algo más que residual. Ahí donde los ni
veles de consumo son más bajos y no se ha
superado el estadio de desarrollo indus
trial, prevalece una configuración más
próxima al modernismo cultural, con un
dualismo todavía marcado entre alta y
baja cultura. El cine indio ofrece el ejem-
io o
pío más claro, con su contraste enti'^ ^°s
autores de culto y los blockbuster de
lywood. Incluso en nuestras socied^ es
desarrolladas el antagonismo de c ^ Ses
persiste detrás de la cobertura ideo^0^1"
ca de un postmodernismo que p o s t ^ a
anarquía cultural y quiere situarse Un
pistoletazo en un estadio social rtfCOn~
ciliado donde todos podamos goza^ Con
nuestro dildo de forma pueril e irre^P011’
sable. ¿Es el postmodernismo alg <7 mas
que una cortina de humo al servitf*0
formas de vida recortadas a la medi¿^a ^
escaparate capitalista?
IO I
E r n e s t o c a s t r o c ó r d o b a (Madrid,
1990) estudia Filosofía en la UAM. Tra
baja como crítico en Quimera. Ha colabo
rado en medios como Revista de Occiden
te, Voz y Letra, Bajo Palabra, Mombaga,
salonKritik y Cuadernos del Ivám . Inte
resado en cuestiones de estética, estu
dios culturales y teoría de la imagen apli
cados especialmente al cine, la poesía
y el arte contemporáneo. Ha publicado
los libros colectivos de ensayo Bizarro
(Delirio, 2010) y Red-acciones (Caslon,
2 0 11). Escribe poesía y tiene un poema-
rio inédito.
© 2 o i i E rn e sto Castro Córdoba
Primera e M c^ n: septiembre de 2 0 1 1
1 s b K : 9 78 -8 4 -9 28 37 -3 5 -9
D e p ó £ it0 leg al: s - 9 8 4 -2 0 11
Conl> a la postmodern i dad entabla una polémica con las prin
cipales contribuciones políticas, sociológicas y filosóficas de
los últimos tiempos. Comparecen ante el tribunal pensado
res como Zygmunt Batimán. Anthony Ciddcns, Agiles He-
ller. Toni Negri. Simón Critcliley, Cianni Vattimo, EIov Fer
nández Porta y .Jean-Francois Lyotard. entre otros. Se
discuten las falacias de la economía neoclásica, el fetichismo
de la alteridad radical y la retórica de la diferencia. A esto se
añade una ardua polémica con aquella forma de filosofía
obsesionada con el suicidio de la razón, la muerte de la me
tafísica y la superación de la Modernidad. También se deba
te sobre la crisis del proyecto europeo v sobre movimientos
sociales recientes como el 15-VI o la primavera árabe.
La tesis principal del libro afirma que la postmodernidad
hace tiempo que llegó a su fin. sus categorías no son aplica
bles a un tiempo como el nuestro, marcado por una grave
crisis económica, ecológica y social. Asistimos al regreso de
la lucha de clases, la geopolítica, las estrategias neocolonia-
les, el populismo y el fundamentalismo étnico, cultural y
religioso. En este contexto de grandes transformaciones, la
apuesta normativa del postmodernismo resulta intelectual
mente muy pobre y políticamente inútil. El afán por las
cuestiones culturales e ¡dentitarias lleva a que muchos de
sus autores olviden deliberadamente el análisis económico
del sistema. Por este motivo, el postmodernismo resulta ser.
en la mayor parte de los casos, una réplica exacta de la
ideología neoliberal.