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Simpatía y empatía hacia la fauna: las raíces de la tenencia de mascotas

silvestres
por

Carlos Drews
Citar este documento así:
Drews C. 1999. Simpatía y empatía hacia la fauna: raíces de la tenencia de mascotas
silvestres. En C. Drews (editor). Rescate de fauna en el neotrópico, pp. 31-52. Editorial
Universidad Nacional EUNA, Heredia, Costa Rica.
Introducción

La tenencia de animales silvestres en hogares como mascotas ha generado satisfacción y entretenimiento a millares
de familias durante la historia de la humanidad. Esta costumbre prevalece hoy en día prácticamente en la totalidad
del planeta, en sociedades que van desde las aliteradas en entornos silvestres pristinos hasta las más
industrializadas en las grandes ciudades. Para satisfacer la demanda de fauna para hogares se dan a pequeña escala
transacciones básicas de trueque o regalos individuales y a un nivel de comercio consolidado los envíos
internacionales de millones anuales de animales silvestres a los consumidores de especies exóticas. En relación con
la extracción de animales silvestres de su entorno natural para atender la demanda de mascotas la sociedad ha
respondido básicamente con dos preocupaciones: (1) la captura, transporte y tenencia de animales silvestres son
prácticas crueles y (2) la extracción incontrolada puede llevar al exterminio a algunas especies y conducir a la
degradación de ecosistemas. Entretanto, consideraciones humanitarias y conservacionistas han generado
legislaciones a escala nacional e internacional para controlar la dimensión de este consumo y su impacto sobre la
fauna. Los decomisos en el comercio ilegal de animales y la disposición de algunas mascotas silvestres ya no
deseadas han resultado en la necesidad de atender y definir el destino de grandes volúmenes de animales, en el
marco de nuestra responsabilidad como custodios de los recursos naturales. Esta labor la han asumido, en general,
individuos y organizaciones comprometidas con el bienestar de la fauna, tales como rehabilitadores individuales en
sus hogares, centros de rescate y organizaciones de voluntarios. De manera que aparecen en este escenario
básicamente cinco actores principales: el producto (los animales), los consumidores (hogares), los proveedores
(cazadores y comerciantes), los controladores (gobiernos y sociedad civil) y los remediadores (centros de rescate).
Esta formulación en términos de mercado es un punto de partida sencillo y útil para desglosar el fenómeno.

Si bien, a los animales no se les ha dado la opción de participar o no en este proceso, no es del todo obvio cuáles
son las motivaciones detrás de los demás participantes. En este artículo quiero postular que la actitud y percepción
de los diferentes actores sociales para con la fauna silvestre es un componente central en el análisis y remedio de
las raíces del problema que hoy atienden los rescatadores de fauna silvestre en el neotrópico.1 Me concentro en el
entendimiento de las mentes de los consumidores, pues considero que este grupo es el iniciador del proceso y los
demás actores solo aparecen en respuesta a la demanda generada por este. El estudio de sus actitudes y
percepciones es fundamental para el diseño de eventuales campañas de concientización y educación dirigidas a
mitigar los impactos negativos de la tenencia de fauna silvestre en hogares, tanto a nivel de especies como a nivel
de los animales individuales que son sometidos a este tipo de cautiverio. Presento el vínculo entre la ética
conservacionista y las iniciativas de protección animal, como un elemento que puede guiar la gestión de
modificación de actitudes hacia el medio ambiente.

Actitudes y tenencia de fauna silvestre

No sabemos con certeza qué motiva en una persona la adquisición de un animal silvestre para tenerlo como
mascota silvestre en su hogar. Probablemente existen muchas razones, y no todas sean compartidas por todos los
que optan por una mascota silvestre. En una encuesta a nivel nacional en los Estados Unidos, Kellert (1980, págs.
102-103) encontró que un 42% de los encuestados tuvieron un ave como mascota en algún momento de su vida,
principalmente pericos, y que el 13% de los encuestados habían tenido algún otro tipo de animal silvestre como

1 Este postulado podría ampliarse a otras regiones proveedoras de fauna exótica en los mercados
internacionales, pero solo en menor grado a las regiones consumidoras. En Norteamérica, por ejemplo, los
rescatadores de fauna atienden en su gran mayoría animales heridos, envenenados o huérfanos y sólo en contadas
ocasiones animales decomisados (Edward Clark, comunicación personal).

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mascota en los últimos 10 años. Las razones principales para tener un ave como mascota fueron (1) porque es
bueno para la familia, (2) por compañía y afecto, (3) porque fue un regalo y (4) por la belleza del ave. Si bien estas
razones son un reflejo tal vez de la motivación inmediata que condujo a tener la mascota silvestre, a un nivel más
fundamental está la manera como la persona se relaciona con los animales en general: sus actitudes hacia y
percepciones de la fauna. Incidentalmente, en el estudio de Kellert el conocimiento general sobre animales era
mayor en los que tenían aves como mascotas que en los que no tenían, lo cual se puede interpretar como un interés
mayor por los animales en este grupo de personas que en el promedio de la sociedad.

El estudio de actitudes hacia fauna silvestre es una disciplina relativamente reciente, cuya formalización,
metodología y marco conceptual han visto un desarrollo acelerado en los últimos veinte años. Actitudes se refieren
a un patrón discernible de ideas relacionadas (nociones cognitivas), sentimientos (nociones afectivas y
emocionales) y creencias (nociones de valor cultural) (Kellert 1978). Stephen Kellert propuso una tipología de
nueve dimensiones para caracterizar la actitud humana hacia la fauna (Kellert 1978, Cuadro 1). Para estudiarlas,
Kellert utilizó una escala cuantitativa para cada actitud a partir de encuestas en las que el entrevistado indica su
grado de acuerdo o desacuerdo con una serie de enunciados pertinentes a cada una.

Cuadro 1. Tipología de nueve actitudes básicas hacia los animales, según Kellert (1978, 1993a).

Actitud Definición

Naturalista Se enfoca en un interés y afecto por la vida silvestre y la intemperie.


Humanista Interés primario y cariño intenso por animales individuales como por ejemplo mascotas o
animales silvestres grandes con asociaciones antropomórficas fuertes.
Moralista Preocupación principal por el tratamiento bueno y malo de los animales, con oposición
fuerte a su presunta sobreexplotación y/o actos de crueldad hacia la fauna.
Estética Interés principal en el atractivo físico y el encanto simbólico de los animales.

Científica Interés principal en los atributos físicos y el funcionamiento biológico de los animales.
Ecológica Preocupación principal por el medio ambiente como sistema, y por las relaciones entre
especies de vida silvestre y hábitats naturales.
Utilitaria Interés principal en el valor práctico de los animales, o en la subordinación de animales
para el beneficio práctico de la gente.
Dominante Interés principal en el dominio y control de animales.

Negativa Orientación principal es evitar los animales debido a indiferencia, aversión o temor.

El grupo de personas que tuvieron aves como mascota presentaron valores particularmente altos en la actitud
humanista, sugiriendo que su motivación para tener tales mascotas se relaciona con el deseo de compañía y otros
beneficios sociales inmediatos, a partir de un animal “humanizado” que es incorporado simbólica- y literalmente
en la dinámica de la familia y su hogar (Kellert 1980, p.108). A manera de referencia, la muestra poblacional de
los Estados Unidos alcanza sus mayores valores en las actitudes humanista, moralista, negativa y utilitaria en ese
orden (Kellert y Berry 1980, p.43, Kellert 1993a). En Japón, las actitudes más pronunciadas son la humanista,
negativa, dominante y utilitaria, mientras que en Alemania prevalecen la moralista, humanista, naturalista y
ecologista (Kellert 1993a). Entre estas tres naciones, Japón se destaca por niveles particularmente altos en la
actitud dominante hacia la fauna, mientras que Alemania sobresale en la actitud moralista. Alemania tuvo niveles
significativamente inferiores en la actitud negativa y la dominante respecto a Japón y Estados Unidos, y a su vez
niveles más altos en la actitud naturalista que estos dos países. Alemania y Estados Unidos tuvieron niveles
significativamente más altos que Japón en la actitud ecologista.

Se desconoce aún el abanico de motivaciones que conducen a la tenencia de animales en hogares neotropicales.
Parece factible que en algunos casos una actitud humanista genere la tenencia de animales grandes como primates,
mapaches o coatís, típicamente obtenidos como crías. La actitud naturalista y tal vez científica podría estar
asociada a la tenencia de reptiles y otros animales cuya apreciación estética no es generalizada, pero que son
catalogados como “interesantes”. Una actitud estética y naturalista puede verse manifiesta en la tenencia de aves

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ornamentales y canoras. La tenencia de mascotas silvestres con fines educativos (para los niños), para adquirir
prestigio social y para negocio o consumo son reflejo de una actitud utilitarista hacia la fauna. Pero en ausencia de
estudios sobre actitudes en torno a la tenencia de mascotas silvestres en el neotrópico, lo anterior se limita ser a una
especulación que estimule a la formulación de hipótesis de trabajo en este campo.

Actitudes humanistas y el autoengaño para con las mascotas

Aunque la caracterización de actitudes no necesariamente refleja acciones de parte de la gente, es una primera
aproximación a entender el origen de sus motivaciones. En este sentido, la subjectividad respecto a la percepción
de crueldad es crucial para la interpretación de la tenencia de fauna silvestre en hogares. Mencioné que hay
personas que consideran la captura, transporte y tenencia de animales silvestres como prácticas crueles. Esta
preocupación responde en principio a una actitud moralista, probablemente combinada con un sentimiento
humanista. Una pronunciada actitud humanista hacia los animales, sin embargo, también parece prevalecer en las
personas que tienden a tener mascotas (Kellert 1980). En la proporción de ellas que se inclina hacia mascotas
silvestres, entonces, el proceso de “humanización” del animal hace que sean ignoradas (o desconocidas) sus
necesidades biológicas reales y que sea sometido a condiciones de cautividad inadecuadas, y en consecuencia
crueles. El sufrimiento de una animal - subestimado por la persona que lo mantiene - en tales circunstancias puede
incluir aburrición, soledad y deprivación de estímulos sociales de otros de su especie, así como restricción de
libertad. En este escenario el cariño por los animales, irónicamente se torna en su principal enemigo. El afecto y
dedicación de los dueños a su mascota silvestre, no son sustituto para la satisfacción de apetitos sociales,
nutricionales, de hábitat y de movimiento, forjados en el animal por milenios de evolución en condición silvestre.
Tampoco es suficiente que la persona tenga conocimiento de la biología del animal en cuestión y que, por ejemplo,
sepa que los loros viven típicamente en parejas, si luego supone que el humano dedicado puede precisamente
compensar con su persona la ausencia de una pareja para el loro que mantiene solo en su hogar. En este sentido los
animales silvestres difieren radicalmente de los domésticos, como el perro por ejemplo, que en el proceso de cría
selectiva durante cientos de años ha visto fortalecida la capacidad de relacionarse con humanos y sentir su
compañía. Un estudio de las percepciones que tiene la gente sobre el estado anímico, sentimientos y atribuciones
cognitivas de las mascotas silvestres daría importantes luces sobre la magnitud del autoengaño que guía la tenencia
de animales.

La biofilia y el impulso de adquirir un animal silvestre

Se ha argumentado que los seres humanos debemos a nuestro acerbo genético, forjado durante unos tres millones
de años de evolución en un entorno silvestre, una inclinación innata por los seres y procesos vivientes. Wilson
(1984) ha denominado esta tendencia la biofilia. Las ventajas adaptativas de la biofilia residen primordialmente en
la ganancia de conocimiento y predictibilidad del entorno silvestre, cuando la supervivencia depende precisamente
del grado de control que se tenga sobre la interacción cotidiana con ese entorno. Hoy en día, una proporción de la
sociedad humana se ha distanciado del entorno natural y vive en asentamientos de alta densidad urbana, que
denominamos ciudades. Los dictámenes de la sociedad gobiernan en gran medida las nociones y acciones de sus
ciudadanos. Pero se mantiene manifiesta la biofilia, por ejemplo en la fascinación de los niños pequeños por los
animales, el deseo de rodearse de plantas dentro de las edificaciones de cemento, el valor terapéutico de interactuar
con la naturaleza, y la alta valoración de vistas hacia paisajes silvestres por encima de los construidos. Las
diferentes dimensiones de la actitud hacia los animales (Cuadro 1), también pueden ser interpretadas en un
contexto evolutivo (Kellert 1993b) y servir como marco operacional para analizar las diversas manifestaciones de
la biofilia (Kellert y Wilson 1993).

El camino hacia la empatía consecuente

Tal vez la traída de animales silvestres al hogar también sea una respuesta a nuestra biofilia. Y la única manera de
controlar tales impulsos innatos parece ser un proceso racional de concientización, sensibilización hacia la realidad
percibida por los animales, adquisición de conocimiento e interpretación correcta del mismo. El sentimiento de
simpatía por la fauna, debe convertirse entonces en una empatía consecuente, en la que prime una subordinación
humana a la perspectiva real del animal y sus necesidades. Para llegar a tal empatía nos ayuda el cúmulo de
conocimientos sobre las mentes de los animales y sus experiencias cognitivas, forjado a través de enfoques
filosóficos de los últimos siglos y complementado por investigaciones científicas durante las últimas décadas (ver
abajo). Aparece entonces nuevamente el animal, como producto de consumo en el mercado de mascotas, esta vez
yuxtapuesto al animal como organismo sintiente y con valores y derechos intrínsicos.

En el siglo XVII el filósofo y científico francés, René Descartes, llegó a su influyente conclusión de que los

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animales eran simplemente máquinas sofisticadas, autómatas sin alma que respondían a los eventos de manera
programada, careciendo de sentimientos y de la capacidad de sentir dolor (Mench y Kreger 1996). A pesar de ello,
la gran brecha entre animales y humanos, fortalecida en Occidente durante el último milenio por la tradición
judeocristiana, se vió sacudida y consecuentemente reducida en el siglo pasado a partir de la publicación de la
teoría de la evolución de Charles Darwin. En el corazón de discursos posteriores estaban las sutilezas que
separaban humanos de animales, y cuya trascendencia era fundamental para el análisis de la capacidad de sentir
experiencias subjetivas en los animales, incluyendo su capacidad para sufrir por acciones humanas que llevarían de
ser así el apelativo de crueles. El pensamiento de la Europa del siglo pasado hayó canales de divulgación en el
Neotrópico a través de los vínculos que se mantenían con las naciones ibéricas.

En la base de iniciativas y legislaciones proteccionistas se encuentra la regulación de actividades asociadas a la


fauna, con la intención explícita de disminuir el dolor o sufrimiento a que son sometidos los animales (Mench y
Kreger 1996). Se parte del reconocimiento de que los animales tienen derechos intrínsicos, y que el derecho a no
ser sometidos a actos de crueldad se deriva de su capacidad para sentir sufrimiento y placer, pues esta capacidad es
la condición necesaria y suficiente para tener intereses moralmente relevantes (Singer 1990). En una línea de
argumentación similar, Regan (1983) afirma que los animales tienen percepciones, memorias, emociones, deseos,
creencias, conciencia de sí mismos, intenciones y sentido del futuro, y que por lo tanto son “sujetos de una vida”.
Esto les da un derecho a que sus intereses (bien sea la escogencia de una pareja, descubrir un nuevo tipo de comida
o vivir una vida prolongada) no sean perjudicados por otros (Mench y Kreger 1996). Su valor intrínsico y derechos
asociados se han visto consolidados, entre otros, en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de
los Animales. Estas posiciones filosóficas se ven fortalecidas por las investigaciones que sugieren que los animales
sí sienten dolor (p.ej. Bateson 1991), así como aquellas sobre capacidades cognitivas de los animales que indican
niveles de conciencia y reflexión que definitivamente ameritan consideraciones morales de nuestra parte (p.ej.
Griffin 1974, 1984, 1991, 1992, Byrne y Whiten 1988, Byrne 1995, Dawkins 1998). En el proceso de extracción y
comercialización de la fauna para mascotas, los autores previos han asumido la posición del animal.

Las actitudes e intereses de la sociedad son el punto de partida para la definición del aparato legislativo que regula
sus acciones. En consecuencia al reconocimiento y divulgación de las sensaciones y derechos de los animales, se
concientizó un sector de la sociedad que manifiesta un sentimiento moralista hacia la fauna. Este sector
probablemente ha sido instrumental en la adopción de leyes de bienestar animal en la región neotropical. Entre los
controladores de la extracción de fauna del entorno silvestre y su tenencia en cautividad en hogares se encuentran
típicamente las agencias gubernamentales que representan políticas conservacionistas y las organizaciones (casi
siempre no-gubernamentales) que realizan campañas de concientización pública. Los organismos que implementan
la normativa legal a nivel de decomisos de fauna silvestre y denuncias también se encuentran bajo esta categoría, y
atienden generalmente contravenciones de leyes de conservación y leyes de bienestar animal. Está claro que las
personas que llevan a cabo la implementación de la ley no necesariamente representan las actitudes de aquellos
sectores de la sociedad que condujeron a la promulgación de dichas leyes. El estudio de las actitudes de una
sociedad hacia los animales, entonces, puede cobrar importancia para la creación y modificación del instrumento
legal que controla las actividades relacionadas a la fauna. Tal enfoque debe considerar también la posición de los
interesados en perpetuar el comercio con fauna silvestre. Es un hecho que una legislación restrictiva y
proteccionista a veces se interpone a opciones económicamente lucrativas de un aprovechamiento del recurso
faunístico. Esta es una preocupación que emerge en esencia a partir de la actitud utilitaria de los proveedores de
animales (y a veces de agencias gubernamentales que regulan el aprovechamiento de los recursos naturales).

Al final del proceso de comercialización y tenencia de fauna silvestre se encuentran los centros de rescate, que
eventualmente retornan a la libertad a una mínima proporción de los animales involucrados. Yo postularía que en
general la creación y manejo de centros de rescate parten de fuertes actitudes moralistas, humanistas y naturalistas
de ciudadanos particulares. Estos centros cumplen el papel de remediadores y en algunos casos, a través de
educación ambiental, contribuyen a la concientización de la sociedad. Las actitudes de los que manejan estos
centros determinan en gran parte el grado de compromiso y desinterés con que se asume el desafío de rescatar
fauna y concientizar al público. Pero la labor de los centros de rescate probablemente no será suficiente para
abordar de raíz la propuesta de un cambio de actitudes de simpatía a una empatía consecuente en el grueso de los
consumidores de fauna para mascotas. El esfuerzo requerido implica involucrar otros sectores de la sociedad,
además un conocimiento formal sobre los factores que afectan la tenencia de fauna silvestre en el país en cuestión.

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Factores que afectan la tenencia de
fauna silvestre en hogares

Existe una cascada de factores que


probablemente influyen sobre la
tenencia de fauna silvestre en un hogar
determinado y que deberían ser tenidos
en cuenta en eventuales campañas de
educación y concientización. Algunos
factores son circunstanciales, como por
ejemplo el tipo de vivienda que por
cuestiones logísticas permite o no la
tenencia de un animal sivestre. Otros
factores se relacionan con el entorno
cultural y urbanístico en que se
encuentra el hogar, y que puede actuar
como facilitador o como inhibidor de la
práctica de tener animales en casa.
Pero la decisión última de tener o no
un animal sivestre como mascota la
toman las personas que integran ese
hogar, y la tomarán a partir de las
actitudes que tengan hacia la fauna.

La figura 1 ilustra la complejidad de


elementos que probablemente afectan
la decisión de adquirir un animal
silvestre para el hogar, así como los
ámbitos que influyen en y se ven
influenciados por la actitud hacia los
animales. La figura 1 ilustra, a
manera de ejemplo, la influencia de la actitud de una persona sobre la decisión de tenencia. Pero entiéndase que
para definir si un hogar opta o no por tener fauna silvestre hay que tener en cuenta las actitudes de varios
integrantes de ese hogar. Este esquema es un planteamiento hipotético, cuya verficación amerita una investigación
rigurosa y ojalá de envergadura nacional en un país neotropical. Tal enfoque permitiría canalizar de manera
eficiente y dirigida a la base los esfuerzos por mitigar el sufrimiento de los animales en su papel de mascotas así
como el impacto de la extracción de fauna sobre las comunidades silvestres. En relación a la preocupación por la
extinción de especies, que parte probablemente de actitudes ecologistas y naturalistas, es pertinente rescatar, en la
siguiente sección, las posiciones filosóficas en torno a la conservación, como un insumo más para el entendimiento
de actitudes hacia la naturaleza en nuestra sociedad.

La ética conservacionista

Esta sección ilustra perspectivas históricas que contribuyeron al pensamiento conservacionista actual. La historia
de la relación de la sociedad con los recursos naturales juega un papel particularmente protagónico en el
entendimiento de la actitud utilitaria hacia los animales, que en el contexto de este artículo se ve manifiesta en los
proveedores de animales, que atienden la demanda por mascotas silvestres, así como a nivel de políticas de uso
extractivo de los recursos naturales.

Creencias religiosas y filosóficas han reconocido en muchas culturas la conección física y espiritual entre el
hombre y la naturaleza (ver Primack 1998). Las catástrofes naturales son asociadas con desobediencia humana de
los dictámenes de los dioses en muchas culturas. En el tao chino, shinto japonés, hinduismo y budismo, las áreas
silvestres y entornos naturales han sido valorados y protegidos por su capacidad para suministrar experiencias
espirituales intensas. El delegado de los Kuna de Panamá, en el Cuarto Congreso de Vida Silvestre Mundial en
1987 (Fourth World Wilderness Congress) describió esta relación de manera bien ilustrativa y desde una
perspectiva evidentemente ecologista:“Para la cultura Kuna, la tierra es nuestra madre y todos los seres vivientes
de los que vivimos son sus hermanos, de tal manera que debemos cuidarla y vivir de manera armoniosa con ella,
porque la extinción de una cosa es también el final de otra.”

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En la mente Europea ha predominado la visión antropocéntrica judeo-cristiana de hacer de la naturaleza un siervo
de la humanidad2. Sin embargo, el declive y extinción de especies en Europa había llevado ya en el siglo XVI a la
creación de las primeras áreas protegidas y un interés popular en conservación. En 1564 se estableció en Polonia
una reserva para proteger - infructuosamente- de la extinción por caza al ganado silvestre (Bos primigenius). En
esta reserva logró, sin embargo, sobrevivir la última población del wisent o bisonte europeo (Bison bonasus).
Entretanto los científicos europeos de los siglos XVIII y XIX reaccionaron a la destrucción de bosques y polución
de agua en sus colonias proponiendo de manera pionera una legislación ambientalista. En 1769, por ejemplo, la
administración francesa de la isla Mauricio estipuló mantener un 25% del territorio como bosque para prevenir la
erosión, reforestar las áreas degradadas y proteger el bosque en un margen de 200m del agua. A mediados del siglo
XIX la administración británica estableció un sistema de reservas forestales en la India. La ironía es que los
indígenas de estas regiones con frecuencia ya tenían un sistema de manejo de recursos naturales que fue echado a
un lado por los gobiernos coloniales (Primack 1998). A partir de esa época se consolidaron en Europa
organizaciones conservacionistas.

Mientras en Europa los escritos de Darwin generaban cambios en el pensamiento en el siglo XIX y acercaban los
humanos a los animales bajo la sombrilla de la teoría de la evolución, en América se cristalizaban enfoques éticos
discrepantes, en torno a la interacción entre la sociedad y el entorno natural. El movimiento conservacionista en
Norteamérica del siglo XIX y XX ilustra elementos de nuestro pensamiento en la región neotropical, que a mi
juicio en la actualidad se inclina al utilitarismo, con matices esporádicos preservacionistas. Las principales
corrientes de pensamiento conservacionista del siglo pasado en Norteamérica fueron sintetizadas por Primack
(1998, págs. 7-18) y son presentadas a continuación. Las propuestas de los siguientes tres pensadores tuvieron
ingerencia sobre las políticas de las agencias gubernamentales encargadas de velar por la naturaleza y su uso.

John Muir (EEUU 1838-1914) fue el promotor de una ética preservacionista, en la cual áreas naturales tienen gran
valor por motivar y fortalecer experiencias religiosas y espirituales, así como un refrescamiento emocional. Muir
creía que el valor espiritual de estas áreas era superior al valor material tangible derivado de su explotación. Su
cosmovisión enfatiza las necesidades de filósofos, poetas, artistas y mentes espirituales, que requieren de la belleza
natural y sus estímulos para su desarrollo, pero Muir amplía su reflexión al resto de la sociedad que comparte
impulsos creativos, la búsqueda de paz mental, o simplemente la apreciación de la belleza natural. Estos ámbitos se
sabe que afectan el bienestar humano con beneficios tangibles para la salud, agudeza mental y productividad en el
lugar de trabajo. Algunos programas de rehabilitación y recreación de adolescentes incorporan vivencias en el
entorno natural como un medio para prevenir el camino de las drogas, crimen, desesperación y apatía. Muir
manifestó explícitamente la idea de que la naturaleza tiene un valor intrínsico - es decir, un valor propio,
independiente de su valor para la humanidad. Su argumento era bíblico: Muir situa al hombre en el mismo plano
que el resto de organismos del esquema natural de Dios. Decía:“Por qué debería el hombre valorarse más que una
parte pequeña de la única y gran unidad de la creación? Y qué criatura de todas las que el Señor ha creado con
gran esmero no es esencial para completar esa unidad - el cosmos? El universo sería incompleto sin la más
pequeña de las criaturas transmicroscópicas que viven más allá de nuestros presumidos ojos y conocimiento.” La
ética de Muir contiene entonces elementos de una actitud naturalista, moralista, estética y ecologista hacia la
naturaleza.

Gifford Pinchot (EEUU 1865-1946), primer jefe del Servicio Forestal de EEUU planteó una ética de la
conservación de recursos, en la que el mundo se divide en seres humanos y recursos naturales, y estos últimos se
deben utilizar para beneficio del primero. Uso adecuado de tales recursos es aquello que promueva el mayor
beneficio para el mayor número de personas y al más largo plazo. El primer principio de su ética es la distribución
egalitaria de recursos entre los consumidores actuales, así como entre los actuales y los consumidores futuros. Se
vislumbran los orígenes de una doctrina del uso sostenible de recursos y de poner valor monetario a la naturaleza.

Algunas definiciones actuales de desarrollo sostenible son “... es desarrollo acorde con las necesidades actuales
sin comprometer la habilidad de generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades” de la Comisión
Mundial para el Ambiente y el Desarrollo (WCED, 1987) y la definición dentro de la disciplina de la biología de la
conservación según Lubchenco et al. (1991): “... es desarrollo que satisface de la mejor forma las necesidades
humanas presentes y futuras sin deteriorar el entorno ni la biodiversidad”. La actitud utilitaria de este enfoque es
evidente, y ha prevalecido también en naciones del neotrópico cuya legislación contempla el aprovechamiento de

2 Algunos pensadores contemporáneos, sin embargo, arguyen que la biblia es clara en pedir reverencia por
la naturaleza, y que contiene instrucciones claramente conservacionistas y de respeto por los animales (p.ej.
Regenstein 1991).

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animales vivos para su comercialización en el mercado internacional de mascotas. Hoyt (1994), sin embargo, ha
resaltado el abuso del término de desarrollo sostenible en relación al aprovechamiento perjudicial de la fauna y
hace un llamado a la honestidad y cautela cuando se evoca este término para justificar actividades extractivas.

El segundo principio de la ética de Pinchot es que los recursos deben ser utilizados con eficiencia. Entiéndase que
en su esquema se evita el desperdicio de dichos recursos, se puede priorizar, puede haber usos múltiples y los usos
por valor estético o intelectual pueden en su momento tomar precedencia sobre un uso extractivo. Pinchot abogaba
por una perspectiva a largo plazo en el manejo y control de los recursos naturales para garantizar su conservación.
Tal perspectiva no debía depender de presiones momentáneas del mercado para la asignación de valores pues estas
tienden a ignorar el costo de la degradación ambiental y los valores futuros del recurso. Esta ética predominó en el
pensamiento americano del siglo XX por su filosofía social-demócrata, y se materializó en el Servicio Forestal de
EEUU en yuxtaposición a la ética preservacionista del Servicio de Parques Nacionales de EEUU.

Una actitud ecologista se refleja en la ética evolutiva-ecológica de la tierra, propuesta por Aldo Leopold (EEUU
1886-1948). Leopold adoptó y posteriormente rechazó la ética de la conservación de recursos, por su visión de la
tierra como una colección de bienes aislados. La visión de la naturaleza de Leopold es un paisaje organizado como
un sistema de procesos interrelacionados. Leopold concluye que la meta más importante de la conservación es
mantener la salud de los ecosistemas naturales y procesos ecológicos. Sostiene que al mantener estos procesos se
obtendrá un mayor valor a largo plazo para la humanidad que a través del manejo de áreas naturales en función de
ciertos recursos en particular. A partir de este argumento se declararon porciones del bosque nacional de EEUU
como áreas silvestres protegidas. Su ética incluye al ser humano como parte de esta comunidad ecológica y no
como explotadores ajenos a la misma. Mantiene que la humanidad debe realizar un manejo de la tierra, buscando
un término medio entre sobreexplotación y control total de la naturaleza por un lado, y la preservación absoluta sin
interferencia alguna por el otro.

Las tres filosofías de Muir, Pinchot y Leopold, se han desarrollado en paralelo y tienen manifestaciones propias e
influyentes dentro del espectro de organizaciones actuales, escritos conservacionistas y políticas gubernamentales.
Si bien, el entorno socioeconómico particular del Neotrópico ha emanado una propuesta propia sobre la manera de
relacionarnos con la naturaleza en términos conservacionistas, en los esquemas actuales de pensamiento de esta
región aparecen los elementos básicos de estas tres filosofías. Estas diferencias de pensamiento, que en esencia
reflejan diferentes énfasis en las diversas actitudes para con la naturaleza, son fuente de discordias entre y dentro
de organizaciones, y mantienen dinámicas las reflexiones individuales e institucionales sobre el límite entre uso y
abuso, entre lo moralmente aceptable y lo pecaminoso. En relación al comercio y tenencia de mascotas silvestres, el
debate es importante en la búsqueda del balance entre los requerimientos de una protección de la fauna a largo
plazo, la manera como la sociedad visualiza su naturaleza y las exigencias inmediatas que emergen de tal
perspectiva.

La valoración de la diversidad biológica está estrechamente ligada a la justificación para su conservación. La


economía ecológica ha hecho grandes avances en la discriminación y cuantificación de valores asociados a la
biodiversidad. La ética ambiental es una nueva disciplina de la filosofía que aborda de forma rigurosa los valores
éticos de la naturaleza, que pueden ser justificación suficiente e independiente de valoraciones económicas para
proteger la fauna y la flora. Los principales argumentos éticos para nuestro deber de proteger estos organismos y su
diversidad son (Primack 1998): (1) cada especie tiene derecho a existir, (2) la custodia de la naturaleza es un pacto
con Dios, (3) todas las especies son interdependientes, (4) tenemos obligaciones para con las personas que nos
rodean, (5) tenemos una responsabilidad para con las generaciones venideras, y (6) respeto por la vida y diversidad
humana es compatible con un respeto por la diversidad biológica. La ética ambiental y sus implicaciones en
relación a esquemas extractivos de fauna silvestre, forman parte ineludible dentro del proceso que formula políticas
de aprovechamiento de recursos naturales en el neotrópico.

Reflexión final

He planteado entonces que en la base de la tenencia de fauna silvestre como mascotas se encuentran las actitudes
hacia la fauna de las personas que generan esta demanda. Parece que una actitud humanista y estética, asociada a
empatía malinterpretada y un sentimiento afectivo hacia los animales, puede ser un origen de la motivación a tener
un animal cautivo. Una actitud utilitaria hacia los animales en cazadores y comerciantes ha perpetuado la
extracción de animales vivos de su entorno silvestre. Las actitudes moralistas y ecologistas, principalmente, han
dado lugar a mecanismos de control sobre esta práctica. Los remediadores de daño, como p.ej. centros de rescate,
se ven probablemente motivados por una actitud moralista, humanista y naturalista en su quehacer. Un estudio de
las actitudes en torno a la tenencia de fauna en hogares promete generar bases sólidas para el diseño de campañas

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de educación y concientización, así como divulgación y eventual modificación de la legislación proteccionista
actual. Tales medidas tanto dentro como fuera del Neotrópico, deberían reducir y eventualmente eliminar la
demanda por animales silvestres para hogares, harían poco rentable la actividad de su extracción del entorno
silvestre y liberarían en gran medida de sus comprometidas tareas a los rescatadores de fauna silvestre en la región.
Es importante, sin embargo, que tales campañas de concientización lleven la aspiración de ver reflejado su punto
de vista en la legislación. Y para llegar a ello será imprescindible tomar en cuenta en el debate la posición de todos
los actores del proceso. La ética conservacionista que prevalezca en un país dado, será inevitablemente un elemento
de consideración indispensable en las iniciativas proteccionistas. Al mismo tiempo, tales esfuerzos de
concientización pueden llegar a tener ingerencia precisamente en las políticas nacionales de aprovechamiento de
los recursos naturales, una vez que se consolidan en una amplia gama de sectores de la sociedad.

Referencias

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