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Introducción: debemos rechazar las afirmaciones del tipo “El psicoanálisis es una
ciencia”, “El psicoanálisis no es una ciencia”, ya que la lógica dual parmenídea “es o no es”
(“hay o no hay”) resulta absolutamente insuficiente, no sólo por no admitir más que
afirmaciones esencialistas, sino porque no existe un modo exclusivo que permita establecer
qué es ciencia y qué es psicoanálisis. Para reflexionar con seriedad sobre este tipo de
problemas –los modos de elaboración y evaluación del saber racional y transmisible y sus
prácticas– es necesario partir, al menos, de las siguientes premisas: a) no existe un elemento
específico para establecer lo que es ciencia en el sentido moderno del término; b) no hay
consenso entre los epistemólogos sobre cuál sería el conjunto de las propiedades mínimas
del saber racional para que sea considerado científico y c) tampoco hay coincidencia entre
los estudiosos respecto a la estructura de las relaciones entre las propiedades consideradas.
El límite que impide que la comunidad de analistas se plantee estas preguntas radica
en el prejuicio que sostiene que la ciencia es una disciplina empírica en la cual un
investigador neutro observa reiteradamente a través de algo como un microscopio o un
telescopio una porción de materia que permanece idéntica a sí misma, investida de una
cantidad y un tipo de energía específica en un tiempo y un espacio considerados eternos e
infinitos.
Freud fue inductivista y sostuvo una posición idéntica a la del empirismo lógico del
Círculo de Viena, Lacan fue un firme sostenedor del modelo hipotético deductivo.
Para todos aquellos colegas que sostienen con gran firmeza que el psicoanalista es el
resultado de su experiencia analítica, planteo una pregunta: ¿eso lo experimentaron en una
serie de vivencias personales o se lo enseñaron como un axioma velado por su propia
presentación de producto de sucesos acaecidos?
Fue para despejar las resistencias de sus propios discípulos, que Lacan se vio
obligado a crear para rechazar al otro modelo, los siguientes neologismos, entre cientos de
otros: insubstancia, motérialisme (materialismo de los términos del lenguaje), parlêtre
(habla®ser), contra-naturaleza, hontologie (vergüenza de la ontología), manque-à-être (falta
en ser) y désêtre (de-ser).
Puede tomarse una idea de la inversión de la lógica propuesta por Lacan en relación
a este conjunto de problemas si se considera que para él lo real no es la sustancia o materia
tridimensional sino la ex-sistencia, lo imaginario no es lo que cada uno o la sociedad
imagina sino la consistencia y lo simbólico no es el sistema de símbolos pactados sino el
agujero.
Todo esto nos obliga a reflexionar respecto a qué modelo funcionará como
fundamento orientador de las concepciones psicoanalíticas y sus prácticas derivadas: ¿aquel
que se apoya en las ciencias (tales como la matemática, la física relativista, la cuántica, la
lingüística, etc.) o el que lo hace sobre discursos religiosos (fe y credo en un Padre
fundador), prácticas artísticas (fundamentalmente poéticas), prácticas sobre experiencias
vivibles e inefables (místicas), filosóficas (lo que es el ser y, en especial el ser del hombre),
etc.?
Nunca se podrá separar absolutamente entre todas estas prácticas, saberes,
disciplinas y ciencias, pero el psicoanálisis no será el mismo si se elige una u otra
orientación.