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CAPITULO I
ETIMOLOGIA DE LA LECTURA:
Leer, viene del latín "legere" que significa recoger y también escoger pero se entiende la
lectura como un acto intelectual de elección y combinación de unos grafemas para extraer un
significado, de ahí que signifique también leer. La palabra Lectura es una forma verbal del
participio de futuro del latín, literalmente la palabra significa “lo que se va a leer”
CONCEPTO DE LECTURA:
La lectura es uno de los procesos más importantes para el éxito en cualquier tipo de estudio.
Junto con la audición de clases es una de las modalidades de información más conocidas por lo
estudiantes. Infortunadamente, se lee con mezquindad y de manera anti técnica,
desaprovechando así las posibilidades que podrían hacerse efectivas si se tuvieran en cuenta
algunas reglas elementales. Además, la lectura es una necesidad vital en el mundo
contemporáneo, en el cual los múltiples y variados sucesos que a diario se producen urgen a la
persona común a hacer un esfuerzo en procura de información. Así mismo, la persona que se
precia de ser culta, aunque diste mucho de ser intelectual, requiere una información constante a
base de lectura para poder desarrollar una vida social agradable y opinar con fundamento. Esto
indica que la lectura es necesaria aun para quienes, como los estudiantes y los profesionales, han
optado por una actividad intelectual permanente. La lectura ayuda también a desarrollar el
espíritu crítico constructivo y racional, pues a través de ella se establecen las comparaciones y se
llega a los juicios de valor, los cuales son invaluables como creaciones personales debidamente
fundamentadas. Además, si se hace de manera continua y con la debida técnica, proporciona la
actualización permanente y desarrolla un léxico y una terminología adecuados a las necesidades
de expresión porque afianza los elementos sintéticos aprendidos por medio de otras fuentes y
porque aclara los detalles que al final ayudan a establecer las relaciones con precisión. Toda
lectura representa un doble proceso, uno fisiológico y mecánico, que consiste en llevar la vista
sobre las líneas escritas de un texto. Identificando los símbolos que van apareciendo, y otro de
abstracción mental, mediante el cual la percepción sensitiva del proceso anterior provoca de
inmediato una actividad cerebral que consiste en elaborar el significado de los símbolos
visualizados. Quien haga la labor mecánica y fisiológica pero no la labor conceptual no realiza la
lectura o por lo menos no la aprovecha ya que no podrá lograr los objetivos propuestos.
medida en que la escritura, su contraparte, tuvo sus primeros indicios aproximadamente cinco
milenios antes de Cristo. Así, para que pueda hablarse propiamente de lectura, es necesario que
pueda existir un sistema de grafemas que hagan la translación del sistema de símbolos orales al
plano visual. Podría decirse, además, que la comunicación oral es una condición natural en la
especie humana, mientras que el par escritura/lectura, es el desarrollo de una técnica en función
de esa aptitud natural. Nos permite adquirir conocimientos útiles, mejorar nuestras destrezas
comunicativas, desarrollar nuestra capacidad de análisis, nos ayuda a pensar con claridad o
resolver problemas, también a recrearnos, entre otros.
La lectura que se realiza con el propósito de estudiar y aprender puede ser más eficaz si se
desarrollan estrategias de lectura, tales como la lectura exploratoria, lectura rápida, lectura
profunda, relectura y repaso, y es más conveniente combinarlas con técnicas de estudio, como el
subrayado, la formulación de preguntas, la consulta del diccionario, el resumen, la toma de notas,
la elaboración de fichas, etc.
ACEPCIONES DE LA LECTURA:
Constituye un proceso preciso que involucra una percepción e identificación exactas, detalladas y
secuenciales de letras, palabras, patrones de ortografía y unidades mayores de lenguaje
(Goodman 1967).
• Es un proceso por medio del cual el lector trae al texto su experiencia pasada y su personalidad
presente, y logra crear un nuevo orden, una nueva experiencia en forma de un poema; no como se
concibe tradicionalmente un poema, sino como el trabajo literario creado por el lector al leer un
texto (Rosenblatt 1994).
CARACTERISTICA DE LA LECTURA:
IMPORTANCIA DE LA LECTURA:
FINALIDADES DE LA LECTURA
1. Desarrollar la actitud que estimule al lector a buscar información y referencias, ampliar sus
intereses y cultivar el gusto lector que permita al sujeto elegir sus libros con acierto;
4. Desarrollar la aptitud para establecer relaciones entre lo leído y los problemas que pretende
resolver.
6. Desarrollar la capacidad para distinguir los hechos de las opiniones del autor, la propaganda y
los prejuicios de la realidad;
CAPITULO II
I. ANTECEDENTES HISTÓRICOS:
1. EDAD ANTIGUA:
Es necesario advertir que lo que se sabe de la práctica de la lectura en el mundo griego ha tenido
que deducirse de los escritos de la época, sea infiriéndolo de algunas narraciones que directa
o indirectamente dejan ver ciertos trazos; sea rastreando en la evolución del aparato lingüístico;
sea estableciendo complejas hipótesis a partir de detalles aparentemente triviales; ora en tablillas
funerarias, ora en rollos de papiro de diversa índole y función, ora interpretando pictografías
arcaicas.
Tanto es así que el alfabeto, importado de los fenicios, pronto fue modificado: se operó en él una
redefinición de signos que permitió la inclusión de las vocales. Pero la naciente cultura escrita
estaría al servicio de la oral. Más que salvar la tradición épica, se contribuía ahora a la producción
de sonidos, de nuevas palabras, de “gloria clamorosa.”
Es obvio que no puede pensarse la antigüedad griega en términos modernos cuando se habla de
libro o de la lectura. Tómese por ejemplo la difusión de lo escrito en un ámbito donde muy pocos
sabían leer aunque, como se verá más adelante, no se dejara de disfrutar el contenido de los
textos a través del oído.
Una transición entre la escasa presencia del libro y su distribución pública la enmarca el erudito
francés Roger Chartier desde el siglo VI hasta finales del V a.C. Separación que se
evidencia cuando en su obra Fedro, Platón hace decir a Sócrates que todo texto escrito “circula en
múltiples direcciones” susceptible de ser malinterpretado.
Hasta ese entonces, la función de la escritura en la Grecia clásica había sido la de conservar los
textos. Muestra clara de ello son los testimonios antiguos sobre obras científico-filosóficas o
poéticas dedicadas a templos donde quedaban luego encerradas con el sello del autor, como
garantía de la autenticidad del escrito.
Pero ya los vasos áticos del siglo V. a. C ilustran no sólo escenas representativas del uso escolar de
los libros, sino aquellas de lecturas protagonizadas por hombres y mujeres en contextos de ocio,
que incluían conversaciones en espacios de vida asociativa. La lectura individual era poco
frecuente.
Recordemos que Platón sólo toma en cuenta en sus Diálogos los textos filosóficos, es decir,
aquellos que circulaban en el ámbito académico. De hecho, las primeras colecciones privadas de
libros conocidas son de carácter profesional, como es el caso de las de Eurípides y Aristóteles.
Que las cosas comenzaban a cambiar también en este sentido se nota en la pregunta de Sócrates
a Eutidemo: “¿Deseas ser rapsoda? (…) se dice que posees todo Homero”. Los rapsodas eran
cantores populares errantes de la Grecia antigua, que recitaban sobre todo trozos de los poemas
homéricos, de modo que la pregunta de Sócrates se funda en el hecho de que quien poseía “todo
Homero” era con algún propósito profesional. Sin embargo Eutidemo no tenía tal propósito, sino
el de leer cuantos libros le fuera posible.
En el Erecteo, de Eurípides, se leen los siguientes versos: “posa la lanza […], pueda yo desplegar la
voz de las tablillas de donde sacan fama los sabios”. Esta lectura en voz alta, afirma Chartier, no
tiene vestigio profesional. También un libro de arte culinario mencionado por Platón indica que a
comienzos del siglo VI a.C. comenzaban a circular algunas literaturas de consumo.
Todos los especialistas coinciden en una misma idea: la modalidad de lectura original en la Grecia
antigua fue en voz alta. Pero más allá de conformarse con una conclusión semejante, lo que
resulta interesante es seguirle la pista a la cadena de inferencias. Me parece conveniente
corroborar esta hipótesis sobre la base del examen de los verbos griegos; para ello, reseñaré en
este epígrafe los resultados de la investigación de Jesper Svenbro al respecto, expuestos en su
ensayo La Grecia arcaica y clásica. La invención de la lectura silenciosa.
A partir del año 500 a.C. se encuentran más de 10 verbos que significan “leer” en los diversos
dialectos de esta lengua, que testimonian un período de “puesta a prueba” en el cual se notan
preferencias por algunos de ellos. Es precisamente gracias al rastreo de estos verbos que se abre
una vía para la comprensión del fenómeno de la lectura.
Tomemos por ejemplo el verbo némein, que significaba literalmente “distribuir”; pero que se le
encuentra con el sentido de “leer” en tres papeletas del lexicógrafo alejandrino Hesiquio. También
Sófocles (496-406 a. C) lo emplea de esta manera cuando hace leer (distribuir oralmente) los
nombres escritos en una tablilla.
Sin embargo, los verbos compuestos se empleaban con un significado más especializado. El poeta
Teócrito atestigua que ananémein, por ejemplo, era más frecuente en el dialecto dorio. Así se
utilizó por el poeta siciliano Epicarmo (≈530-540 a. C) y así aparece en un vaso de inicios del siglo V
a. C. hallado en Sicilia: ananémein era el verbo dórico que significaba leer.
El uso corriente del verbo némein, y sus formas compuestas ananémein y epinémein (este último
también corroborado por Teócrito en el sentido de leer) muestran que en aquel entonces el lector
era un mero instrumento al servicio de lo escrito; el texto demandaba un préstamo de la voz para
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que la lectura cobrara sentido, pero siempre en función de la transmisión del mensaje a otras
personas, sin tomar en cuenta a quien leía. En una palabra, el lector era un mero “distribuidor”.
En la primera mitad del siglo V, tanto en Esparta, como en Sicilia, también se encuentra la
forma ananémeszai. El epitafio de un tal Mnesitheos, inscrito en una estela funeraria en dialecto
jónico comienza del siguiente modo: “¡Salve, transeúntes! Yo descanso muerto aquí abajo. Tú que
te acercas lee (ananémeszai) quién es el hombre enterrado aquí abajo: un forastero de Egina, de
nombre Mnesitheos”.
Como afirma Svenbro, ese lector puede “distribuir” el contenido del escrito sin siquiera tener
oyentes: “se los distribuirá así mismo, pasando a ser su propio oyente, como si para entender la
secuencia gráfica, le fuese necesario vocalizar las letras para que lleguen a su oreja, capaz de
captar su sentido. Para él su propia voz se ha convertido en el instrumento”.
Por otra parte se halla el verbo légein, que podía tener también el sentido de leer. Platón lo
emplea en Teeteto: “¡Venga esclavo, toma el libro y lee! (lége)”. Entre los oradores del siglo IV a.C
era frecuente la fórmula: lége tòn nómon (lee la ley). Los romanos debieron tomar prestado este
verbo griego para formar su legere, es decir el verbo que para ellos significaba leer.
Como sucede con némein, existen testimonios del empleo de los compuestos de légein para
referirse a la lectura: analégein y analegesthai. Tanto némein como légein se hallaban en el centro
de dos familias léxicas “a imagen una de la otra”. A pesar de los matices, sus miembros
significaban “leer”.
Herodoto, historiador de dialecto jónico del siglo V, solía emplear la forma media epilégestzaique
significaba “añadir un decir a”. El lector, nos dice Svenbro, añadía su voz al escrito, incompleto por
sí mismo: “lo escrito tenía necesidad del légein o del lógos que el lector le adicionaba; sin él,
seguiría siendo letra muerta. O sea, que la lectura se agregaba a lo escrito como un “epí-logo”.
Pero el verbo por excelencia para designar la acción de leer era anagignóskein, encontrado por
primera vez en un poema de Píndaro, escrito quizá en 474 a.C.; del mismo modo
queananémein era el más utilizado en dialecto dórico y epilégeszai lo era en el
jónico,anagignóskein era el verbo principal en el dialecto ático.
Y si ananémein tenía un sentido distributivo y epilégeszai implicaba una añadidura por parte del
lector, anagignóskein significaba literalmente “reconocer”, pero, ¿reconocer qué? Un artículo
escrito por Pierre Chantraine en los años 50 sostenía que se trataba de un “reconocimiento” de
caracteres y de su desciframiento; opinión que coincide con el diccionario Liddel-Scott- Jones. Pero
Svenbro no está de acuerdo con esta interpretación.
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Reconocer los caracteres no es leer, mucho menos en la Grecia antigua, donde descifrar un
sentido depende en gran medida de la lectura en alta voz, debido a las dificultades que entraña la
lectura de la scriptio continua, rasgo característico de la escritura griega. Al no haber separaciones
entre las palabras, ni signos de puntuación, la lectura cobraba sentido cuando se efectuaba en voz
alta. Era al pronunciar las letras que se determinaba la inteligibilidad del texto.
Además de los verbos mencionados se encuentran otros que aparecen sobre todo después de la
época arcaica: anelíssein (literalmente: desenrollar), diexiénai (recorrer),
o entunjánein ysungígneszai (tener una entrevista; tener relaciones con). Casi todos se entienden
con arreglo a la lectura oral, “solidaria sin duda con el hecho de que normalmente se leía poco y
sin facilidad, pero sobre todo la valoración extrema del logos sonoro, ese “príncipe, como dijo el
sofista Georgias (…)”
De los verbos examinados hasta aquí Svenbro obtiene tres conclusiones. La primera tiene que ver
con el carácter instrumental del lector o de la voz lectora (recuérdese el análisis de némein); la
segunda presupone el carácter incompleto de la lectura, es decir la necesidad de sonorizar la
palabra para descifrarla (recuérdese también el examen de epilégeszai); la tercera es consecuencia
lógica de las dos anteriores: si la voz es mero instrumento gracias a la cual la escritura se realiza,
entonces los destinatarios de lo escrito no son lectores, sino oyentes. Estosakoúontes, no leían
nada, sino que escuchaban una lectura, del mismo modo que los transeúntes aclamados por
Mnesitheos en su epitafio.
Ahora bien, ¿significa todo lo hasta aquí visto que en la Grecia antigua sólo se leyó oralmente? ¿Es
posible que en una cultura como aquella, con una extraordinaria valoración de lo sonoro, se
hiciera necesario leer en otra voz que la alta? ¿No afirman al unísono los especialistas que la
lectura en silencio es una creación de los monasterios de la edad media?
En 1968, Bernart Knox publicó un artículo que llamó la atención de los estudiosos del tema. ¿El
título? Silent reading in Antiquity (La lectura silenciosa en la antigüedad). Se trataba de demostrar
que algunos griegos habían leído en silencio, es decir, que la lectura en alta voz no fue exclusiva en
la antigüedad griega. Y no sólo esto: según Knox, los poetas dramáticos habrían contado con un
público que les leían en esta modalidad.
Knox cita dos textos. El primero de ellos es el Hipólito, de Eurípides, escrito probablemente
alrededor del 428 a.C. En uno de sus pasajes, Fedra sostiene una tablilla cuyo contenido intriga a
Teseo que, ansioso por saber lo que podía contener rompe el sello. El coro inquieto interviene.
Teseo exclama: “¡Ay! ¿Qué desgracia intolerable, indecible, vendrá a añadirse a la desgracia?
¡Infortunado de mí!” El coro le pide que revele lo que ha leído. Teseo lo hará, pero a modo de
síntesis de su lectura: no lee en voz alta, sino que resume el contenido. Mientras el coro cantaba,
Teseo había leído en silencio.
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El segundo texto es Los caballeros (≈424 a. C), de Aristófanes. Nicias logra robarle un oráculo
escrito a Paflagón. Demóstenes pide leer el texto a Nicias. Éste le sirve vino, mientras aquel da
lectura a la tablilla. Cuando Nicias le pregunta por lo que lee, Demóstenes responde: “¡Lléname
otra copa!”. Asombrado Nicias le interroga creyendo que se trata de una lectura en voz alta: “¿De
veras dice que te llene otra copa?”. La broma se repite y amplía en lo que sigue, hasta que por fin
Demóstenes expresa: “aquí adentro se dice cómo va a perecer Paflagón”; y ofrece un resumen del
contenido del oráculo. No lee en voz alta: ya lo había hecho en silencio.
De este segundo pasaje Svenbro obtiene un valioso dato. La pregunta de Nicias a Demóstenes
sugiere que en esa época la lectura en silencio era poco conocida, aunque se suponía que el
público la conocía. Y si esto sucedía en Atenas, lugar de origen de los dos textos, ¿qué podía
esperarse de su difusión en lugares como Esparta, donde la enseñanza se limitaba a lo
estrictamente necesario?
“Para el lector que leía poco y de manera esporádica- asevera Svenbro- era probable que el
desciframiento lento y a tientas de lo escrito no engendrara la necesidad de una interiorización de
la voz, ya que la voz era precisamente el instrumento mediante el cual la secuencia gráfica era
reconocida como lenguaje (…) Y si esa sonorización era un valor en sí, ¿porqué se iba a sentir la
necesidad de abandonar la scripto continua, obstáculo técnico al desarrollo de la lectura
silenciosa?”
Según Knox, una de las razones para el desarrollo de la lectura silenciosa puede haber sido el
manejo de extraordinarias cantidades de texto. Este era el caso de profesionales como Herodoto,
que en su labor de historiador debe de haber abandonado la práctica de la lectura en voz alta en
aquel siglo V a. C. En la segunda mitad del siglo IV a. C. los estudiosos de la literatura homérica
debieron sentir la misma necesidad. 1
conocido”; fue “racional” debido al orden a que los libros serían sometidos, es decir a un sistema
de clasificación que los organizara por autor, obra y contenido.
Ahora los rollos debían tener una medida estándar de longitud y altura. La norma en lo adelante
sería que cada rollo albergara un texto autónomo, cuya extensión estaría relacionada con la
estructura y el género de la obra. Si el libro era muy extenso se subdividirían en dos tomos.
Además, se establecerían los sistemas de titulación, la puesta en columnas del texto, las divisiones
del texto en secciones, etc. En palabras de Chartier: se trataba de la ordenación de la producción
literaria y de una disciplina técnico-libresca, funcionales por un lado para la creación de grandes
bibliotecas, y por otro para renovar las prácticas de la lectura.
Las grandes bibliotecas helenísticas no estaban concebidas para la lectura del público. Eran
muestra de la grandeza de las dinastías en el poder, a la vez que un espacio de investigación para
los eruditos y los hombres de letras. Esta es la época de los manuales técnicos, de los textos de
crítica filológica, de los tratados militares o de agricultura, es decir, de textos de consulta
profesional. Pero más que leerse los libros se acumulaban. En este sentido, se perpetuaba el
modelo de biblioteca como almacén de libros científico-filosófico reservados a una cerrada élite
intelectual.
En el arte funerario y estatuario se observan cada vez más lectores dedicados a lecturas
individuales. Se infiere que ahora la relación del lector con la obra era de mayor intimidad. Más
que un espacio de vida asociativa se transitaba hacia una lectura “como repliegue sobre sí mismo,
cómo búsqueda interior, reflejo de las demás actividades culturales y corrientes de pensamiento
de la civilización helenística”.
Conforme avanzaba el siglo II a. C. Roma tomaría de los griegos “los modos de estructuración
física” del volumen y algunas prácticas de la lectura pero, ciertamente, esta es otra historia.
EN EL IMPERIO ROMANO:
La literatura disponible en el siglo III a. C era todavía griega, y es precisamente de ella que los
comediógrafos latinos se nutren para obtener la inspiración. Si se me permite extrapolar la
teogonía de Menocchio, el molinero del siglo XVI ejecutado a causa de sus extrañas y pintorescas
ideas teológicas, podría decir que el modelo griego fue el queso de donde surgirían los gusanos de
la literatura latina.
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Y esto era lógico. Los textos griegos llegaban a Roma por la vía del botín de guerra, producto del
saqueo al cual se incorporaron en la segunda centuria antes de nuestra era: en 168 a. C. Emilio
Paolo los había traído desde Macedonia, y lo mismo habían hecho en 86 a. C. Sila de Atenas y en
71\70 a. C. Lúculo del Ponto Euxino.
Así comenzaron a constituirse las primeras bibliotecas privadas, signo de riqueza y de poder, a las
cuales accedía una élite culta: la práctica de la lectura era cosa de las clases altas. ¿No disfrutaba
Polibio de los libros prestados por el mismo Emilio Paolo o por Escisión Emiliano? ¿No se
sumergiría más tarde Cicerón en la biblioteca privada de Fausto Silla, trasladada por el dictador a
su villa de Pozzuoli, después arrebatársela durante el saqueo de Atenas al filósofo peripatético
Apelación de Teos y que poseía ejemplares de Aristóteles y de Teofrasto? ¿No era caso gracias a la
de Lúculo que Catón de Utica estudiaba a los estoicos?
Las bibliotecas “de conquista” que llegaban a Roma estaban organizadas según el modelo
helenístico-alejandrino. Sin embargo, las cosas comenzaban a cambiar: al diseñar su biblioteca y la
de su hermano Quinto, Cicerón establece una división entre libros latinos y griegos en dos
secciones.
En una de sus cartas Cicerón le escribe a su hermano: “no sé que hacer por lo que respecta a los
libros latinos, tan defectuosos como son las copias en comercio”. Su objetivo era formar una
biblioteca latina incluyendo en ella obras admiradas por él en su adolescencia. Como recuerda
Guglielmo Cavallo en su artículo Entre el volumen y el codex, cuando Lucio Papirio Peto le dona
una biblioteca, Cicerón agradece los libros latinos más que los griegos.
La idea de la primera biblioteca pública en Roma se debe a Julio César, quien escoge para su
proyecto a Marco Terencio Varrón, que curiosamente había luchado contra él frente a dos
legiones pompeyanas. Algunos autores como Valcárcel y Fernández, opinan que esta elección se
debe en gran parte al interés de César por poner de su lado a un adversario de la talla de Cicerón,
amigo de Varrón, debido a la enorme influencia pública que tenía, a la vez que tendía un gesto
reconciliador a los pompeyanos, mostrando de este modo que estaba dispuesto a mantener una
política liberal.
Como es natural, el surgimiento de estas primeras bibliotecas trae consigo la creación del puesto
de bibliotecario público. Baste mencionar entre los pioneros a Gneo Pompeyo Macer y a Cayo
Meliso, con Augusto; a Tiberio Claudio Scirto, con Tiberio; o a C. Julio Higinio, lo mismo con
Calígula que con Claudio.
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Hay que pensar las bibliotecas públicas de entonces como algo muy diferente a lo que se entiende
hoy como tal. Aquellas traían consigo la idea de un espacio de ocio, de esparcimiento junto a libros
y amigos, de grandes villas señoriales. Estas villas contaban, además de la biblioteca, con jardines,
salas de recreo, pórticos y ambientes cuyos nombres evocaban algunas instituciones helenísticas
como la academia, el gymnasium, el lyceum, etc. que “configuran el escenario para la lectura
privada de las clases cultas”.
Los estudiosos admiten que poco se sabe acerca de la función de las bibliotecas públicas como
espacio de lectura, aunque sí que fueron concebidas como áreas de “esparcimiento culto de la
vida urbana” y, que no obstante su apertura a todos, sólo eran visitadas por los lectores de nivel
“medio-alto.”
Es a través de estas bibliotecas que se expresa la censura del poder hacia determinados autores,
como es el caso de Ovidio. Sin embargo, esto no significaba que hubiera que conformarse con lo
que se encontrara en su interior, pues nada impedía la circulación y placentera lectura de textos
que se copiaban furtivamente a espaldas de la censura del gobierno.
Desde el siglo I hasta el III d. C se hacen más comunes las escenas sobre lectura en frescos,
mosaicos y relieves escultóricos; lo cual hace pensar en una demanda de libros inaudita hasta
aquel momento. Sin embargo, tampoco se han conservado testimonios de este tipo que muestren
la vida en el interior de las bibliotecas, que florecían por iniciativa imperial para conservar el
patrimonio literario, así como las memorias civiles y religiosas de Roma. Pero cabe pensar que la
modalidad típica, es decir de pie y con gestos marcados a la par que se leía, era poco probable en
este tipo de espacio. Lo que sí se sabe es que se leía fundamentalmente a lo largo de los paseos, lo
mismo que dentro de una Basílica o en la sala de un complejo termal.
Las bibliotecas se frecuentaban lo mismo para buscar textos antiguos que para realizar cotejos,
leer fragmentos concretos o, sencillamente para interactuar socialmente. Aunque el objetivo era
brindar servicios a un público numeroso, más bien se encontraba allí a los “literatos de profesión.”
No se puede pasar por alto la posibilidad de que existieran “bibliotecas menores” cuyos fondos de
lectura privilegiaran más la literatura de entretenimiento.
Al parecer, quienes frecuentaban las bibliotecas públicas eran los mismos que poseían una
privada. Poseer una biblioteca propia era casi una obligación para quien quisiera ostentar poder y
dinero, aunque no supiera leer o estuviera escasamente instruido. El libro y la lectura otorgaban
una distinción social.
En el siglo I. a. C, comienza circular el novus liber, volumen latino inspirado en el modelo griego
para satisfacer a los lectores cultos. Cavallo lo describe: “papiro de primera calidad, utilizado por
primera vez, una estudiada paginación de lo escrito, formas gráficas cuidadas y elegantes, texto
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corregido, uso de iniciales distintivas y escrituras particulares para el nombre del autor y el título
de la obra la final de cada unidad librera, y, por último, el uso de palillos para envolver el volumen”
A la par de este público culto, destinatario del novus liber hay que mencionar ese otro indiferente
a la calidad que leía solo por voluptas y no por utilitas, lo cual muestra que existía un sector de
lectores anónimo, desconocido para los autores; estos últimos comenzarán a tomar en
cuenta progresivamente a ese público para elaborar estrategias en cuanto al destino de sus obras.
El público lector será, continuará siendo, no obstante, una minoría. Hay que contar en él a los
círculos aristocráticos cultos, lo mismo que al grupo de gramáticos y retóricos (que podían ser o
haber sido eslavos), a la vez que al grupo de “lectores nuevos” que podía rozar la clase media-
baja.
Las victorias en las guerras se anuncian en carteles, mientras que los pasquines, fueran en verso o
en prosa, se encargaban de difamar públicamente a los gobernadores. Además, florecen de los
tratados para guiar al los lectores a refinar el gusto, la selección y adquisición de determinados
libros.
Muchos tratados de la época imperial para educación del lector han desaparecido, pero se tiene
testimonios de otros como, Conocer los libros, de Telefo de Pérgamo, El Bibliófilo, de Damófilo de
Bitinia o Sobre la elección y adquisición de libros, de Erennio Filón.
Pudiera pensarse que los libros de orientación para lectores estuviesen dedicados exclusivamente
promover la alta cultura; lo cierto es que el propio Ovidio hace referencia a libros triviales que
enseñaban juegos de sociedad y hasta modos de entretenimiento, y que circulaban entre
individuos instruidos.
Los autores no podían ignorar a ese nuevo lector que ya no pertenecía necesariamente a la clase
culta, ni las demandas que esto suscitaba. Ahora los lectores podían provenir de los más distintos
ámbitos sociales. Si autores como Horacio tenían reservas con respecto al destino interpretativo
de sus obras, otros como Ovidio vieron en ello una oportunidad.
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Algunos lectores preferían la literatura erótica que Ovidio escribe con la finalidad del
entretenimiento, y en las cuales el poeta, aprovechando su difusión, introduce indicaciones sobre
el lugar que ocupaba un libro entre otros del conjunto de su obra o explica las variaciones de una
segunda edición; otros preferían los obscenos Milesiakà, de Arístides; y todavía otros perseguían
afanosamente las guías eróticas con imágenes indecentes como los molles libelli, de Elefantiades,
de la cual Tiberio poseía un ejemplar.
Lo curioso es que no puede hacerse una distinción precisa entre la literatura que consumía el
lector culto y la que prefería el cultura media-baja. Las novelas de Petronio con sus pederastas,
rufianes y nuevos ricos “de repugnantes costumbres” agradaban tanto a unos como a otros.
Mientras los primeros se deleitaban hallando sentidos mucho más profundos al texto, los
segundos sencillamente se entretenían.
Hay que destacar, no obstante, que la paulatina masificación de la lectura traía consigo un
deterioro en los estándares de apreciación literaria. Los lectores de poca cultura tenían que
conformarse con interpretaciones aproximativas. Pero siempre podían elegir textos de niveles
bajos como los Phoinikkà, de Lolliano, o los Rhodiakà de Filippo de Antipoli, considerada como una
obra “absolutamente obscena”.
En este sentido, no pueden olvidarse aquellos textos griegos ilustrados encontrados en Egipto,
pertenecientes a la primera época imperial que muestran un interesante trabajo de reducción y
adaptación de obras mayores, como es el caso de la poesía homérica. El contenido se recortaba y
se simplificaba para hacerlo más “potable” a los lectores de baja cultura.
Además, al parecer en los siglos II y III d. C. la imagen tenía un lugar preponderante en la cultura
escrita. El texto podía encontrarse incluso reducido a “elementos esenciales” con una función “casi
exclusivamente didáctica”. Hablamos de libros donde lo literario era ínfimo comparado con lo
iconográfico, como es el caso de un rollo sobre los trabajos de Hércules.
Si el rollo dependía de una “mano de obra servil”, de un taller de artesanos “más o menos
costosos” y del papiro importado de Egipto como soporte material, el códice abría un mundo
nuevo de posibilidades: costaba menos, se utilizaba por ambas caras y se empleaba el pergamino,
material derivado de los animales y que podía ser preparado en cualquier sitio por manos no
profesionales.
A partir del siglo II d. C el volumen comienza a ser sustituido lentamente por el códice. Los análisis
documentales de Cavallo le llevan a la conclusión de que en las prácticas literarias del mundo
occidental romano, el códice se habría establecido probablemente a finales del siglo tercero.
Sobre el tema de la elección del códice por parte de los cristianos para difundir su religión se han
propuesto diversas hipótesis. Lo cierto es que, por una parte el códice constituía una alternativa al
rollo (más vinculado a la élite) mientras que, por otra, era familiar a todas las clases sociales,
incluyendo a la media y a la media-baja, más cercanas de las modestas lecturas realizadas en los
cuadernos de escuela y libretas de apuntes, en forma de códice.
Otras razones de peso eran el aspecto económico -ya mencionado- y las posibilidades que ofrecía
el formato del códice para acumular un número mucho mayor de textos a la vez que ofrecer un
sentido unitario a los escritos que se constituirían en el canon de esta nueva religión. El códice era
más manejable y cómodo al lector de la Biblia. La paginación permitía una mejor organización y
localización de pasajes concretos.
En siglo III d.C se constata un alza en el nivel de analfabetismo que se extenderá hasta el VI, y el
códice, que se había desarrollado ampliamente en respuesta a las demandas ocurridas durante el
florecimiento de la lectura en todas las capas sociales, decae notablemente, aunque continuó
representando una profunda transformación en el mundo de la lectura.
Este último fenómeno determinó la introducción de dispositivos editoriales que distinguían las
divisiones de textos diferentes al interior del códice: se introduce un sistema de adornos y de
tipografías peculiares, a veces con elementos decorativos o “ciertos toques cromáticos”,
empleados en los títulos; pero también el dispositivo conocido como explicit/incipit que señalaba
el inicio y final de cada texto y sus divisiones al interior.
El códice podía tener diversos formatos, lo mismo uno pequeño que uno grande, lo cual como
afirma Cavallo, “modificaba las correlaciones entre el libro y la fisiología de la lectura:
determinados libros, según su estructura material, impedían o imponían, o al menos sugerían
gestos y maneras de leer determinados”.
Se produjeron tanto códices manejables que permitían una amplia libertad de movimientos,
como de enormes dimensiones, concebidos más para consultar que para leer en toda sus
extensión.
Con el códice, que dejaba una mano suelta, tiene origen la costumbre de escribir en los márgenes
del libro. Sus espacios en blanco brindaban la oportunidad al lector para escribir sus notas. En
algunos textos coincidían a veces las anotaciones marginales de varias manos. Hay, incluso,
testimonios de quienes elaboraban teorías acerca del modo de introducir las notas durante la
lectura, como es el caso de Casidoro, a la altura del siglo VI.
Por otra parte, llega el momento en que se convierten en norma los códices puntuados (codices
distincti). La puntuación va a formar parte del aparato de dispositivos destinados a orientar al
lector. Una norma aprobada explícitamente por Casidoro, pues los signos de puntuación instruían
de manera mas clara al lector al constituirse en una especie de “comentarios iluminadores.”
“En el mundo antiguo es sobre estos escritos, y por ello, sobre el libro y la lectura, en lo que se
fundamenta la autoridad: en los vértices del poder, entre las jerarquías eclesiásticas, en la
sociedad y en el núcleo familiar. Sólo el códice podía representar, pues, esta autoridad”
2. EN LA EDAD MEDIA:
La Edad Media fue una época mucho más fecunda en transformaciones acaecidas en el ámbito del
libro, la literatura y el pensamiento, de lo que generalmente se admite; de hecho, fue el período a
través del cual tuvo lugar la consolidación de la primera gran revolución de la lectura: la transición
del modelo de lectura oral a la definitiva preponderancia de la actitud silenciosa ante el texto. A la
vez, es la etapa donde la iglesia de la nueva religión de Occidente concentra cada vez más poder
para prohibir y condenar obras y autores; para dictar y establecer un status quo de legitimación
17
teológica; para aceptar e incluso potenciar el cambio siempre en función de la reposada majestad
de lo divino.
Los libros dejaron de ser un mero objeto de entretenimiento para convertirse en instrumento de
salvación. Como bien ha dicho Malkolm Parkes en su artículo La alta Edad Media de donde tomo
la mayoría de los datos de éste y del epígrafe siguiente, si en la antigüedad romana la enseñanza
de la lectura se efectuaba sobre la base de los poetas clásicos, la alta Edad Media impondrá el
salterio como norma, hasta el punto de que durante siglos se continuarían utilizando para evaluar
si se sabía leer y escribir. Las vidas de los santos proliferaban a la par de los libros católicos, que
conducirían al lector a llevarse una interpretación adecuada de la palabra divina para nutrir el
alma. Está claro que esta adecuación no era más que parte del proceso de adoctrinamiento
mediante el cual el poder eclesiástico pretendía sembrar sus dogmas en las cabezas de la gente.
Los primeros siglos de la Edad Media, constituyen el período dorado de los monjes y los
monasterios. Es gracias en gran medida al monacato que ocurre uno de los cambios más
revolucionarios de la historia de la lectura: el paso de la lectura oral, distintiva de toda la
antigüedad, a la lectura en silencio, modelo que heredará la posteridad hasta el día de hoy.
Las fuertes raigambres que tenía lectura en alta voz en la antigüedad se debilitan y quedan
relegadas a los espacios litúrgicos, a la fase de aprender a leer y a la lectio monástica, donde el
lector debía ejercitar su memoria “auditiva y muscular” de las palabras como base para
lameditatio.
Es sobre todo a partir de siglo VI cuando la lectura silenciosa se comienza a imponer con más
fuerza. La Regla de san Benito no pasa por alto la necesidad de leer para sí mismo para no
molestar al otro; san Isidoro prefiere la lectura en silencio porque, a su juicio, el lector aprendía
mucho más si no escuchaba su propia voz.
Pronto se comenzaron a desarrollar diversas técnicas para hacer más legibles las letras sobre la
página. La letra cursiva, sustituta de la uncial y la semiuncial de la época imperial tardía, traía
consigo una variedad de complicados enlaces (ligados) entre las palabras que hacían realmente
difícil la comprensión del texto, sobre todo en aquellas regiones donde el latín era la segunda
lengua.
Los amanuenses anglosajones fueron pioneros en la reducción de esas variantes y los primeros
que produjeron la litterae absolutae, es decir, las letras invariables en minúsculas. Cada elemento
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tendría a partir de ahora una sola forma reconocible. Más adelante en toda Europa se adoptaría
esta convención enfatizando los rasgos distintivos mínimos de cada letra.
Esta es la base de la escritura minúscula que se empleó durante siglos en Occidente y que serían
la base de los caracteres modernos, donde “cada letra tiene su propio contorno, y el “etc.” [&]-
originalmente un et ligado- se percibe como una forma por derecho propio.”
Los amanuenses irlandeses, por su parte, abandonaron la scriptura continua y, siguiendo los
criterios morfológicos mediante los cuales los gramáticos efectuaban sus análisis, introdujeron
espacios entre las partes de la oración, pero sólo para el latín, pues en su lengua mantuvieron las
palabras agrupadas en torno a un solo acento tónico principal (isaireasber= is aire as ber ).
Además, desarrollaron la littera nobilior, es decir, la letra destacada para enfatizar visualmente los
inicios de secciones o textos. Los amanuenses europeos les seguirían en esto, y añadirían letras
sueltas tomadas de los libros antiguos,
“para usarlas como «presentación terciaria», es decir, como litterae notabiliores al comienzo de
las nuevas sententiae, la parte restante de las cuales se escribía en letra minúscula. Cuando el
amanuense utiliza las versales rústicas o versales cuadradas para este propósito, podemos hablar
ya literalmente, por primera vez de «letras mayúsculas» como elemento de escritura”
El período escolástico
Si en la alta Edad Media los monasterios constituían el lugar por excelencia donde se dedicaban
horas diarias a leer, el período escolástico traerá consigo cambios que afectarán incluso la noción
misma de lectura; ésta comenzará a concebirse con determinada organización.
Allí se lee que partir del siglo XIII la noción de rentabilidad, de utilidad, se tornó central. Una carta
dirigida a Hugo de san Víctor llevaba por subtítulo “a propósito de la manera y el orden a seguir en
la lectura de las Sagradas Escrituras”, lo cual expresaba la preocupación general por seguir un
método para abordar la lectura de un texto.
Como señala Hamesse, esta organización crearía a su vez nuevas necesidades. El lector debía
encontrar con facilidad lo que buscaba sin tener que leer cada página, así que se comenzó a
marcar los párrafos, a ponerle un título a cada capítulo, a crear índices alfabéticos y de contenido.
Todo ello favorecía a la consulta y localización de los pasajes buscados.
En la baja Edad Media coexistían tres tipos de lectura: la lectura silenciosa (in silentio), la lectura
en voz baja (murmullo o ruminatio; modo adecuado para la meditación y la memorización), y la
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lectura en alta voz, que se realizaba según una técnica particular semejante a la recitación litúrgica
del canto.
A diferencia de la antigüedad donde se daban a conocer las obras recientes de los autores, en el
período escolástico no tienen lugar las lecturas públicas en la esfera de la enseñanza. Se trata más
bien de la lectura (comentada y explicada) de algún texto del programa de instrucción.
Este hecho, sumado a otros, como que hayan cambiado las condiciones de producción del libro
con una intensificación en la distribución y un énfasis en las obras que había que leer, marca ya
una diferencia entre la lectura escolástica y los modos anteriores de lectura. 2
El término “lectura”
En el latín clásico, el vocablo legere era ambiguo; significaba lo mismo “leer” que “enseñar”. Esto
llevó en el siglo XII a Juan de Salisbury a intentar clarificar el término para hacerlo más preciso. Su
proposición era la siguiente: llamar praelectio a la enseñanza y lectio a la lectura. Pero la acepción
generalizada de lectio en el período escolástico es la de “clase” o “lección”.
La sintaxis latina deja ver los diversos sentidos que tenía el verbo legere. Hamesse trae a colación
tres ejemplos que muestran cómo varía la construcción de la frase de acuerdo con la designación
de la enseñanza del maestro, la instrucción del alumno o la lectura personal. Según nos dice, “se
hablaba de legere librum illi («explicar un libro a alguien»), de legere librum ab illo («aprender un
libro con ayuda de alguien») o de legere librum(«leer un libro»).”
Entre las transformaciones semánticas del término “lectura” hay que mencionar un momento
interesante, dado en el contexto de las escuelas de derecho. Me refiero a cuando aquel se
empleaba para designar el método de enseñaza según el cual las explicaciones de los textos
complicados se anotaban en los márgenes del libro.
Como dice Hamesse “resulta curioso comprobar que hubo que esperar a la segunda mitad del
siglo XII para que el sustantivo lectura apareciera en la lengua latina.” Ya en el siglo XIII se afirma el
uso del término para referirse al contenido de una clase o lectura comentada de un texto.
A la altura del siglo VIII los Padres de la Iglesia se habían convertido ya en autoridades a las cuales
había que citar si se quería dar consistencia a una argumentación. Ahora, en pleno siglo XII, época
en que proliferan escritos literarios y las citas de la Biblia se hacen imprescindibles, se crean
nuevos métodos para facilitar no sólo el acceso a los textos sino su memorización.
20
Si en la alta Edad Media la lectura se realizaba lentamente, para digerir bien los textos, ahora se
abría paso a una lectura fragmentaria que no coadyuvaba tanto a la interiorización de la doctrina
cuanto al aprendizaje de pasajes concretos. En una palabra, “la utilidad prevaleció sobre el
conocimiento”.
Los florilegios exegéticos, teológicos, patrísticos o de autores clásicos que se habían desarrollado
en la alta Edad Media cobran ahora una importancia mayor. En estas compilaciones se ofrecía lo
esencial de una obra o tema, en frases fáciles de memorizar. Además, tenían una gran ventaja
para los intereses del poder eclesiástico: no poseían pasajes heréticos.
Con las transformaciones que trae consigo la creación de las universidades el vocabulario se torna
más tenaz. El siglo XII constituyó un período de transición. El florecimiento literario de esta
centuria hace imposible la lectura de todos los libros que se escribían. Era imposible aprender de
memoria todos los títulos disponibles. Todavía no había inventarios ni índices. Se acude entonces a
la elaboración de sumas que resultarían muy cómodas a los intelectuales.
Así, si se quería comprender el texto bíblico se acudía a la Glosa ordinaria; los juristas tenían a su
disposición el Decreto, de Graciano; y los teólogos contaban con el Libro de las Sentencias, de
Pedro Lombardo. Jacqueline Hamesse cita el prefacio de este último, cuyo objetivo era recoger
“en un corto volumen las opiniones de los Padres (…) con el fin de que no le sea ya necesario al
investigador consultar la abundancia de libros, ya que para él la brevedad de los extractos
compilados le ofrece sin esfuerzo lo que busca.”
Para estar al tanto de los nuevos conocimientos se crearon enciclopedias que reunían lo más
importante en diferentes materias. Es entonces que ven la luz De natura rerum, de Alejandro
Neckham, De finibus rerum, de Arnoldo de Sajonia, De propietatibus rerum,del franciscano
Bartolomé el Inglés, y Speculum maius, del dominico Vicente de Beauvais.
Los glosarios y léxicos colaboraron para hacer más fácil la comprensión de términos. Pionero en
esta materia fue el Elementarium, de Papias, que si bien no tuvo la importancia que merece en su
época, un siglo más tarde se recuperarán sus principios de clasificación. Pero los “verdaderos
maestros en materia de elaboración de instrumentos de trabajo” fueron los cistercienses:
organizaron los textos, los separaron por secciones, destacaron los pasajes importantes, etc.
Luego surgirían los sumarios, compendios, índices analíticos por orden alfabético, de contenidos y
de conceptos, concordancias de términos y hasta resúmenes de sumas para reducirlas a un solo
libro. Ahora la lectura no era directa: un compilador que operaba la selección mediaba entre autor
y lector. El saber, aunque fragmentario, era lo importante; la meditación abre paso a la utilidad.
Las compilaciones medievales son las precursoras de las que se emplean actualmente en las
universidades. Los estudiantes universitarios del Medio Evo las preferían porque les resultaban
más comprensibles que los oscuros textos originales. La costumbre actual de emplear selecciones
21
Y tuvieron tanto éxito que sustituyeron a las obras originales de los autores, que ya no era
necesario leer. Incluso los profesores se fueron apropiando paulatinamente de estos manuales
para tomarlos como base de sus lecciones. Como es obvio, esto trajo consigo un empobrecimiento
en el ámbito académico.
El ámbito universitario
Con el auge de la filosofía aristotélica en el siglo XIII el arte del razonamiento se entrona: la lógica
se impone en todas partes; se cultiva la técnica de la argumentación más que la comprensión del
contenido de los textos; la organización y la especialización rompen el delicado equilibrio de
organización primitiva. En palabras de Hamesse:
A excepción de Bolonia, en todas partes era obligatorio pasar por la Facultad de Artes, antes de
hacer la especialización. La escasa formación que traían los estudiantes a esta facultad hacía brutal
el choque con las obras que tenían que aprender.
El método de enseñanza en boga contaba con tres niveles: explicación gramatical palabra por
palabra (littera), el comentario literal, para captar el sentido de la expresión (sensus) y la
explicación por parte del profesor (sententia). Se suponía que de esta manera el alumno
aprendiera lo necesario.
Pero a pesar de la metodología y de los esfuerzos para familiarizar al estudiante con las ideas
expuestas en ciertas obras, como es el caso de las de Aristóteles, por ejemplo, éstas continuaban
siendo difíciles. Si, por una parte, los alumnos evitaban las obras originales de los autores, por
otra, como todavía sucede, muchos profesores hacían lo mismo.
Hay que destacar que el caso de los profesores medievales era comprensible. Además de que el
precio del pergamino era extraordinariamente caro, existía una especie de limitación cultural que
asombraría a cualquier moderno: la labor de escribir era considerada como servil. Según Hamesse:
“Hasta el siglo XIII la mayoría de los intelectuales tenían a su servicio amanuenses o encargaban la
labor de escribir a copistas de oficio, lo cual suponía otro gasto importante. Incluso en la época
22
Es cierto que algunas bibliotecas prestaba manuscritos, pero siempre en un número muy inferior
a la demanda. Fue por ello que en el marco de la universidad se adoptó la solución de reproducir
los textos por exemplar y pecia. Por supuesto, bajo una vigilancia que garantizara que las copias no
tergiversaran los contenidos. Pero los estudiantes ya le habían cogido el gusto a los resúmenes;
otra de las costumbres verificables en el ámbito universitario contemporáneo.
Pero veamos más detenidamente este interesante pasaje de la historia medieval, tal y como lo
presentan Lucien Febvre y Henri-Jean Martin en su paradigmática obra La aparición del libro.
La universidad medieval creó un sistema de préstamo de copias, que debían ser cotejadas y
revisadas con mucho cuidado. El manuscrito que servía de base, es decir, el exemplar, se devolvía
al estacionario, quien se ocupaba de alquilarlo. Como las copias eran hechas a partir de un modelo
único, se evitaban de este modo alteraciones del texto.
Si un estudiante quería hacer copiar un exemplar, debía alquilarlo al estacionario, pero, atención,
la obra no se entregaba en su totalidad. Para evitar que un exemplar estuviera demasiado tiempo
en manos del estudiante, y garantizar de este modo que una obra pudiera ser copiada
simultáneamente, los estacionarios alquilaban sólo partes de ésta, es decir, cuadernos
llamados peciae (piezas).
La universidad fijaba los precios de estos cuadernos y los estacionarios no podían alterarlo. Todo
el que así lo deseara tenía el derecho de alquilarlos. Si un exemplar resultaba defectuoso se
retiraba inmediatamente de la circulación. Este sistema se mantuvo hasta el final de la Edad
Media. Como apuntan H.-J. Martin y L. Febvre,
“fue en el marco de estas instituciones donde se introdujo la imprenta, bajo el auspicio de las
autoridades universitarias. Para éstas, en efecto, en sus inicios las prensas debieron representar
un medio cómodo para multiplicar los textos con mayor rapidez y fidelidad que el sistema de
lapecia, por ingenioso que fuera” (Martin y Febvre 2005: XXVIII- XXIX)
El sistema de exemplar y pecia no era el único por el cual los estudiantes adquirían los textos
necesarios para sus clases. Un interesante trabajo de Paul Saenger titulado La lectura en los
últimos siglos de la Edad Media, muestra que el dictado, además de servir como procedimiento
didáctico para enseñar a ortografía y caligrafía, servía para la producción universitaria de libros.
Cuando este último era el caso, se organizaban sesiones especiales previas a la lección, como
sucedió en la universidad de Lovaina, en 1425, donde los libros y las bibliotecas eran
23
A pesar de las diferencias de contenido en las obras heredadas de la antigüedad, los intérpretes
escolásticos habían logrado examinarlas desde una perspectiva que les confería cierta unidad. Se
había creado un estilo de interpretación de textos que hacía ver aquel conjunto de libros como un
sistema de proposiciones a considerar, sin tener en cuenta a los seres vivientes que los habían
escrito. Los lectores renacentistas, en cambio tenían otra perspectiva: actualizar el contenido.
Como ha explicado Anthony Grafton en su artículo El lector humanista, lo que hacía al texto
interesante en el Renacimiento no era que describiera un mundo antiguo, sino la posibilidad de
adaptarlo a las necesidades de la realidad moderna. El velo totalitario que los medievales habían
tendido sobre los clásicos se fue haciendo jirones mientas los renacentistas se mofaban de su
glosas. Vemos a Petrarca abandonando el estudio del derecho romano, indignado ante la
incapacidad de los maestros de transmitir “la historia” del derecho, lo mismo que a Erasmo
satirizando los comentarios medievales a la Biblia.
Y no sólo estamos ante una manera diferente de abordar los contenidos, sino ante una nueva
demanda de la forma estética de aquellos libros. Imagine que usted tiene delante un libro. Lo abre
y encuentra una gran página cuyo texto se reduce a dos columnitas en el centro manuscritas con
letra gótica y, alrededor, en los amplísimos márgenes, un grueso de comentarios oficiales con una
letra pequeñita, orientándole acerca de cómo debe interpretar lo que lee. Ahora se comprende
mejor por qué los sabios renacentistas se enojaban con sus antecesores y por qué se propusieron
estandarizar un modelo de libro sin comentarios marginales que llegaría a caracterizar las
colecciones humanísticas.
Lo primero a cambiar era esa horrible letra gótica. Petrarca detestaba aquellos diminutos
caracteres, que ni el copista mismo podía interpretar, insertados en aquellos libros que el lector se
llevaba a casa junto a toda “la ceguera” que lo acompañaba. Su influencia se hizo notar en
discípulos y sucesores.
Una nueva minúscula, ahora más redondeada se diseña en los inicios del siglo XV; sabios y artistas
prefieren una mayúscula de aspecto “simétrico y grandioso”; eruditos y copistas inventan un
nuevo tipo de cursiva que economizaba el espacio en la página. La adopción paulatina de estos
tipos de letra se generalizó en toda Europa.
Pero no sólo se transformó la letra, la estética y el diseño de los libros: las bibliotecas cambiaron
tan drásticamente como ellos. Las oscuras salas medievales con sus libros encadenados-
representación material de un propósito espiritual- fueron sustituidas por amplias y e iluminadas
salas de lectura.
24
Sigismund Thurzo escribía en ese mismo año, que los libros aldinos de bolsillo le habían hecho
cambiar la forma de entender la literatura: eran tan manejables que podía leerlos en cualquier
ocasión, y hasta le permitían galantear si así se le presentaba la oportunidad. La norma del nuevo
libro era la elegancia, la manejabilidad, su carácter práctico y su austeridad.
Paradójicamente, esta intención generalizada de presentar las ediciones renacentistas con una
estética clásica, de hacer sentir al lector que se encontraba ante un texto auténtico en contenido y
estilo tenía una curiosa característica: no constituía una imitación ni un resurgimiento de lo
antiguo, sino una pura invención.
Al lado de ciertos elementos clásicos empleados con finalidades diferentes, como es el caso de las
mayúsculas epigráficas para títulos, encabezamientos o índices de materias, se hallaban recursos
medievales en desuso. La caligrafía humanista no podía imitar a la antigua, sencillamente porque
en la antigüedad no existían las minúsculas; en cambio, imitaban claramente la minúscula de los
manuscritos carolingios, “tan sobria por su forma como poco clásica por su rigen.” En palabras de
Grafton:
“En su forma definitiva, el libro del humanista era el resultado de complejas negociaciones entre
diversas partes. Los cartolai [libreros], los copistas, los artistas y los eruditos tenían cada uno su
punto de vista, y los modelos medievales que se siguieron usando parcialmente ejercían de
manera sutil su propia atracción, llevando a los copistas y escritores a emplear abreviaturas y
sistemas de puntuación que hoy no nos parecen nada clásicos”(Grafton, 2001:330)
Por otra parte, se continuaron usando libros que no tenían el nuevo formato. Ediciones
medievales de libros clásicos (“textos literarios más que técnicos, redactados en letra gótica, a
menudo provistos de ilustraciones en las que los personajes llevan ropas modernas, y destinados
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más a los lectores cortesanos que a los eruditos”) ejercieron gran influencia durante el
Renacimiento.
Se daba el caso de algunos humanistas puritanos florentinos que despreciaban las ilustraciones,
pero también el de lectores cortesanos milaneses que gustaban de textos clásicos, con las grandes
iniciales iluminadas de los romances medievales. Así, en unPlutarco humanista, Marco Antonio
lleva una armadura de caballero, Sertonio es asesinado ante un tapiz en un banquete medieval y
Pirro muere entre las murallas de una ciudad italiana.
No siempre los esquemas decorativos clásicos reemplazaron a los medievales, por el contrario,
estas anacronías estéticas han revelado a los estudiosos la coexistencia de convenciones
medievales y renacentistas, el “deseo de actualizar el mundo antiguo y el de reconstruirlo tal
como era.” Como los intérpretes, también los eruditos recrearon el mundo antiguo
representándolo según sus concepciones estéticas, es decir, lo construyeron imaginariamente.
Pero, ¿cómo surgían y circulaban los libros? ¿Era un producto exclusivamente de autores y
lectores o existía todo un movimiento “empresarial” que dinamizaba su selección, edición, y
distribución? ¿Cómo se configuró la industria del libro con el advenimiento de la imprenta?
Los copistas, cajistas e iluminadores que fabricaban los libros seguían, en realidad, órdenes de
empresarios y comerciantes. Eran quienes controlaban la economía editorial los que
generalmente determinaban el aspecto y la forma de los libros. Pero no puede dejarse de lado que
también los clientes solían tener gran influencia.
“El libro se convierte así en la primera de las muchas obras de arte que son alteradas
fundamentalmente por la reproducción mecánica. El lector ya no tiene ante sí un preciado objeto
personal para el cual ha elegido la letra, las ilustraciones y la encuadernación, sino un objeto
impersonal cuyas características han sido establecidas de antemano por otras personas. (Grafton,
2001:335)
El lugar que ocupaban las características físicas del libro en la disposición emocional de su dueño
quedará suplantado a partir de ahora por los recuerdos y experiencias personales de su
propietario.
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Pero veamos brevemente algunas de las técnicas renacentistas que facilitaban estas virtudes, tal y
como las expone Anthony Grafton en el artículo que reseño.
Ante todo, era necesario acercarse al texto desde el punto de vista formal y desde su
significado. Según el primero, el humanista debía examinar las cualidades formales que fungirían
como recursos nemotécnicos: la métrica, las aliteraciones o las combinaciones de sonidos
llamativas; además, en su práctica cotidiana tenía que pronunciar “sensualmente” las
palabras que leía.
Lo curioso es que este proceso escapaba a la situación contextual del aprendizaje. El impresor
introducía entre cada dos líneas del texto, una barra de metal para que el estudiante escribiera el
resumen en latín de lo que explicaba el profesor, y dejaba márgenes amplios para hacer espacio a
las anotaciones del alumno.
A través de sus lecturas obligatorias, y a un ritmo de veinte líneas diarias, el estudiante acumulaba
una masa de conocimientos a la vez que formaba una actitud y se adiestraba en el manejo de las
herramientas que adquiría. El alumno debía pasar de analizar y comprender el texto a utilizarlo.
Una de las obras más exitosas de la época, concebida como un manual de técnicas de lectura, y
como una colección de textos a los que aplicar esas técnicas, fue la compilada por Erasmo:
los Adagios. Erasmo no se contentó con compilar proverbios, sino que localizó las fuentes
originales y las comentó. Su magna compilación fue una de las más vendidas en la Europa
septentrional, según sugieren los registros de los editores y las listas bibliográficas de los
estudiantes de Cambridge del siglo XVI.
“El lector de los Adagios podía recomendar a un amigo propenso a irritar a sus superiores ne
ignen gladio fodias, que no atizase el fuego con la espada; podía convencer a algún amigo
descontento con su suerte de que Spartam nactus es, hanc orna, a mal tiempo, buena cara; podía
advertir al amigo incapaz de terminar una disertación de que todos los eruditos y artistas debían
27
aprender a retirar manum de tabula, la mano del cuadro; y podía advertir a los jóvenes reyes
beligerantes que dulce bellum inexpertis, la guerra es emocionante para los que no la han
sufrido”(Grafton, 2001:352)
La obra pedagógica de Erasmo era una entre otras como es el caso de la Officina, de Ravisius
Textor, que reunía asociativamente pasajes históricos de la antigüedad para presentar casos de
moralidad e inmoralidad a los estudiantes. La multiplicación de este tipo de obras llevó a Jean
Bodin a escribir su Methodus ad facilem historiarum cognitionem, un sistemático método de
lectura útil tanto para textos antiguos como para los modernos.
En los inicios del siglo XVI se había logrado impedir la distribución una gran parte de los
cometarios medievales incompatibles con los principios de los humanistas. Pero en lugar de
eliminar dichos comentarios, los reemplazaron por otros más acordes a la nueva época. Ahora se
escribían en letra humanista y no en la odiada gótica; y trataban de diversos temas, a veces con
tanto arte que llegaban a competir con el texto original.
De hecho, la expectativa general ya no iba a ser encontrar el texto clásico en cuestión si no era
acompañado de los comentarios humanistas. La glosa humanística comenzaba a ocupar el lugar
que antes ocupó la de la autoridad medieval: las glosas modernas también sugerían cómo leer e
interpretar el texto. Al igual que en la Edad Media, al contenido del libro se sumaba el del sistema
exegético renacentista que lo acompañaba.
Era usual que el lector humanista leyera con una pluma en la mano, tomando notas como
hacemos muchos de los lectores contemporáneos. Pero en ocasiones, y esto difícilmente podría
encontrarse hoy en día, más que leer lo que hacía era copiar los libros completos, sobre todo
cuando no había otra manera de conseguir determinados textos.
Durante la segunda mitad del siglo XV, los humanistas y los cartolai copiaban los textos “con la
misma frecuencia con que los compraban”, y no sólo los manuscritos, sino también los textos
impresos. Se sabe que a lo largo del siglo XVI, con la imprenta mejor establecida que en el siglo
precedente, se continuaron haciendo copias a mano de obras griegas y latinas.
Es cierto en algunos casos el propósito era fundamentalmente publicar lo que se copiaba, pero
abundan otros en los que la copia era un especie de tributo a la obra original, y se realizaba por
tanto con un alto nivel de estética caligráfica, y aun otros en que se pretendía “aprehender” el
contenido enteramente.
“Así como el alumno podía conocer su texto palabra por palabra porque lo había memorizado y
recitado, así también el erudito solía conocer el suyo porque lo había copiado línea por línea, y
disfrutaba consultándolo de una manera que no se podía compartir, sino que venía impuesta por
su propia caligrafía y su propia elección de lecturas”(Grafton, 2001: 364)
28
Las glosas, es decir, las notas que el lector humanista tomaba sobre los márgenes de los libros
eran de diversa índole: recopilaban información técnica, registraban variaciones de textos
cotejados, criticaban el contenido textual, o reflejaban inquietudes artísticas y literarias. A finales
del siglo XVI, los coleccionistas competían para conseguir libros con anotaciones de eruditos en sus
márgenes.
Se sabe que Montaigne incluyó sus comentarios marginales sobre Plutarco y Guicciardini en
los Ensayos; que Escalígero se servía de los libros que poseía como herramientas para introducir
información; y que Gabriel Harvey anotaba sus reacciones ante los textos que leía y que incluía
datos cronológicos referentes a discusiones propias o ajenas, privadas o públicas sobre estos
mismos textos.
En sus libros, algunos de estos humanistas indicaban que las notas marginales eran también para
el consumo de sus amigos. Como apunta Grafton, “el humanista creaba en su libro un registro
único de su propio desarrollo intelectual y de los círculos literarios en que se movía. Por otra parte,
la belleza y perfección de la caligrafía nos hace pensar que el autor daba a aquellas notas un
carácter definitivo.” Harvey, por solo citar un ejemplo, reunía colecciones enteras para hacerlas
circular entre sus allegados.
A finales del siglo XVI se inventaron una serie de aparatos que facilitaban la ordenación y consulta
de diversas obras a la vez. Uno de ellos era una gran rueda giratoria que se hacía detener a
voluntad, con estantes y divisorios para los libros. A la utilidad práctica de estas sofisticadas
tecnologías, hay que añadir la satisfacción y sensación de esnobismo que experimentaban los
intelectuales que las poseían.
Pero no debemos pensar que toda esta dinámica literaria estaba orientada en exclusivo al goce
espiritual. Existen datos que muestran cuan frecuentemente la lectura tenía un motivo concreto:
era una incitación a la práctica. Este era el caso de las conferencias que daba Maquiavelo ante un
grupo de jóvenes florentinos en los jardines de Rucellai y el del ya citado Gabriel Harvey, que era
bien pagado para que comentase textos históricos junto a influyentes políticos:
“Harvey repasó junto a Thomas Smith la descripción de Aníbal, por Tito Livio antes de que Smith
acabase sus días en Irlanda, mientras intentaba consolidar el control inglés y proteger las
inversiones de su familia. Repasó junto con sir Philip Sydney el relato de Tito Livio sobre los
orígenes de Roma antes de que Sydney partiese para llevar su embajada al sacro emperador
romano, Rodolfo II. Y probablemente diseñó su propio ejemplar, profusamente anotado, de Tito
Livio, en el cual registró estas lecturas, en recuerdo de sus esfuerzos personales por poner la
sabiduría al servicio del poder y también para servirse de ellas en años posteriores” (Grafton,
2001: 368-369)
Este tipo de actitud parece haber estado extendida en el Renacimiento. De hecho, Hobbes culpó
de la guerra civil a un grupo de jóvenes “educados en el saber clásico” que, en opinión del filósofo,
29
se habían tomado demasiado apecho los puntos de vistas republicanos de historiadores griegos y
romanos.
Grafton escoge a Huet para representar los lamentos del lector renacentista ante el fin del auge de
la tradición humanista. La era de la filología llegaba a su final y cedía lugar a la de las matemáticas.
A mediados del siglo XVII los filósofos argumentaban que la lectura era insuficiente para
proporcionar determinados conocimientos sobre la historia natural y humana. Los humanistas
aceptaron las críticas.
“Puedo entonces decir- sostenía Huet- que yo he visto florecer y morir a las Letras, y que las he
sobrevivido.” Pero esta supervivencia espiritual tenía mucho de decepción, de sentimiento de
decadencia, quizá pueda decirse de extrañamiento ante un mundo nuevo que se abría, más
racional, más empírico, menos romántico.
Por eso Huet se sentía como un fantasma vagando en otro mundo. Un fantasma apegado a su
pasado, que continuaba coleccionando y anotando libros clásicos en latín, y, sobre todo, que se
mantuvo a contracorriente en la suposición de que los libros sí eran una fuente fiable de
conocimiento, tanto en las ciencias humanas como en las naturales. Un fantasma con una pasión
por los manuscritos únicos, que recordaría aquellas cuatro horas en la biblioteca humanista de la
duquesa de Usez, “llena de libros sabiamente seleccionados, elegantemente encuadernados y
decorados”, como las más felices de su vida.
La importancia que tuvo la imprenta para la Reforma fue tal que algunos la consideraron como un
instrumento del mismísimo Dios para la difusión de aquellas ideas que comenzaban a cambiar el
panorama religioso de manera definitiva. Incluso Lutero llegó a afirmar que la imprenta era “el
último don de Dios, y el mayor” Por su mediación, decía el reformador, Dios deseaba dar a
conocer “la causa de la verdadera religión a toda la tierra, hasta los extremos del orbe.”
La imprenta favoreció la difusión de las lenguas vernáculas, que ya tomaba fuerza en esta época.
Su mismo proceso natural de expansión no podía dejar fuera nada que significara un mayor
número de lectores. Así, cuando Lutero se manifestó en contra de la predicación de las
indulgencias se produjo una “campaña de prensa” entre 1520 y 1525, gracias a la cual circularon
miles de panfletos en lo que constituyó “el primer recurso al impreso para alertar a la opinión
pública.”
30
Incluso en aquellos países que se mantuvieron fieles a la iglesia tradicional, las ideas de la
Reforma se dieron a conocer, aunque de manera más discreta. Al principio los textos salían de las
prensas locales de ciudades como París o Venecia, pero luego este tipo de actividad se fue
volviendo más peligrosa y terminó por crearse una red de venta ambulante radicada en Ginebra o
Estrasburgo.
Los reformadores tenían como propósito acercar la Biblia a la gente, de modo que su
preocupación por traducirla a lenguas vernáculas dio buenos resultados. Lutero no fue ni el
primero ni el único. Antes de terminar su propia versión en 1534, los pastores de Zurich, en 1530,
habían propuesto una traducción al alemán; desde 1526 existía una traducción al neerlandes,
mientras que al italiano la había vertido Antonio Brucioli en 1532. Ya en 1535 Olivétan entregó la
suya al francés y Miles Coverdale al inglés.
Resulta curioso el modo en que Lutero no sólo es uno de los principales modificadores de la
geografía religiosa europea, sino que gracias a él se haya transformado incluso la situación
económica de Wittenberg. Gracias a la difusión de las ideas del reformador, esta ciudad
universitaria pasó de tener un modesto y provinciano taller tipográfico en 1517, a constituirse en
pocos años en uno de los primeros centros tipográficos de Alemania.
En Ginebra sucedió algo similar desde que se proclamara allí la Reforma y se instalara
Calvino. Según comenta el profesor Gilmont, fue sobre todo a partir de 1550, momento en que la
ciudad tenía alrededor de doce mil habitantes, cuando comenzó a notarse un número cada vez
mayor de impresores que inundaron los países vecinos con publicaciones reformadas.
Naturalmente, no era la pasión religiosa lo que movía a estos impresores sino sus sólidos
intereses materiales “los archivos de la ciudad han conservado el eco de abundantes conflictos
suscitados por una competencia feroz: de 1550 a 1562, imprimir libros reformados en Ginebra
representaba una fuente de fructuosos beneficios.” Además de biblias y catecismos, los
impresores se ocupaban de trabajos eruditos destinados a pastores, fueran síntesis teológicas
como la de Melanchthon o controversias doctrinales entre católicos y protestantes, o incluso entre
los propios protestantes: “esos doctos teólogos se despedazaban en el transcurso de polémicas
renovadas sin cesar: para los impresores, no fueron más que beneficios…”
saber, que era más fácil controlar las prensas locales que las extranjeras, decidió fomentar el
desarrollo de la imprenta en su país. Ahora la labor policial era mucho más efectiva.
“En el siglo XVI, todo grupo religioso tenía a gala tener acceso a la imprenta: lo demuestra la
política de las sectas disidentes de Europa central. Tanto los antitrinitarios de Polonia y Hungría
como los utraquistas de Bohemia o la Unidad de los Hermanos de Moravia, todos estimaban
indispensable disponer de prensas para afirmar su identidad religiosa. Las prensas satisfacían a la
vez necesidades internas de obras litúrgicas, catequísticas y espirituales y la propaganda o la
contrapropaganda frente a las demás confesiones cristianas.”
Los católicos temían a las publicaciones protestantes y por tanto prohibían su difusión. Desde los
comienzos del movimiento reformador condenaron sus libros: se les quemaba en hogueras. La
policía vigilaba cada vez más severamente y ya a partir de 1540 la cosa se puso realmente fea para
los vendedores ambulantes. El castigo pasó de libros a libreros, a quienes encarcelaban y
cocinaban placenteramente en las hogueras. Y como los piadosos católicos no querían un final
como este para los libreros, tuvieron la amabilidad de redactar Indices librorum prohibitorum, para
mantenerlos informados sobre aquellos textos que podían traerles tan funestas consecuencias.
En 1565 los católicos de la ciudad de Laon ordenaron cegar los tragaluces de las casas que dieran
a la calle porque sospechaban que los enviados de Ginebra echaban libritos reformadores a los
sótanos; la oscuridad de aquellas calles no impidió que un buen número de habitantes de aquel
lugar abrazaran la nueva religión luterana.
El empleo de lenguas vernáculas en los folletos determinó en gran medida el éxito; pero hay que
reconocer que el proceso de traducción no era tan sencillo como nos puede parecer. Después de
todo estamos hablando de eruditos habituados a escribir en latín, una lengua antigua en la cual se
habían redactado la mayoría de los tratados teológicos hasta el momento. De hecho, Lutero
continuaba con sus liturgias latinas y sólo se decidió por el alemán bajo la presión de discípulos
radicales como Thomas Müntzer y Andreas Karlstadt, aunque nunca abandonó por completo el
uso del latín en las liturgias.
Calvino, mientras se distanciaba del latín, continuaba escribiendo las cartas a sus mejores amigos
francófonos en esta lengua. Sus obras se redactaron en latín hasta la aparición de Le petit traicté
de la Cène, cuando, según sus palabras, adoptó una manera de enseñar “sencilla, popular y
adaptada a los ignorantes”, aunque confesaría que tenía la costumbre de escribir con más cuidado
para quienes entendían el latín.
Sobre la traducción de uno de sus tratados teológicos Bèze se quejaba en 1572 de la pobreza del
francés, y alertaba que en algunas partes la traducción francesa podría ser menos comprensible
que la obra original en latín. Como señala Gilmont, las lenguas vernáculas estaban en plena
evolución y los conceptos pulimentados en las lenguas clásicas eran muy difíciles de expresar.
32
Frente a su traducción de la Biblia, Olivétan decía que “hacer hablar a la elocuencia hebraica y
griega el lenguaje francés equivalía a enseñar al dulce ruiseñor a cantar el ronco canto del cuervo”.
De manera muy similar se quejaba Lutero:
“Me cuesta sangre y sudores el pasar los Profetas a la lengua vulgar. ¡Dios mío, que trabajoso y
difícil es forzar a los escritores hebreos a hablar en alemán…! Como no quieren abandonar su
hebraicidad, se niegan a deslizarse en la barbarie germánica. Es como si el ruiseñor, perdiendo su
dulce melodía, se viera obligado a imitar al cuco con su monótona nota.”
En resumen, que era bien difícil sustituir al latín, dotado de un complejo aparato conceptual,
armado cuidadosamente durante siglos a través de sofisticadas argumentaciones y debates
teológicos, y que para colmo se hablaba internacionalmente. De hecho, los tratados de Calvino,
escritos en francés, debieron ser traducidos latín para que los reformadores alemanes pudieran
leerlo.
Si bien Lutero alabó la imprenta como un regalo de Dios para transmitir las verdades religiosas,
también se mostró desconfiado ante la abundancia de libros nocivos. De hecho, recomendaba no
leer demasiados libros teológicos, sino los buenos y hacerlo frecuentemente.
Suele dibujarse a Lutero como un gran promulgador de la lectura popular de la Biblia, y se hace
sobre la base del principio protestante de la Scritura sola. Pero esto no significaba que los fieles
tenían el derecho de realizar un libre examen de los contenidos bíblicos, más bien se trataba de
asentar una divisa que permitía rechazar las tradiciones humanas. La Biblia debería ser el único
referente.
Es cierto que al principio el reformador pedía que los cristianos estudiasen por sí mismo la Palabra
de Dios, y que recomendaba que los niños de nueve o diez años recibieran lecciones sobre el
Nuevo Testamento, pero la multitud de interpretaciones heterodoxas que comenzaron a
emerger, particularmente después de la guerra de los Campesinos, lo llevaron a insistir en que la
Iglesia controlara el acceso a la Biblia.
Había que transmitir la Palabra a través de los sermones. El reino de Cristo, decía, se basaba en la
palabra que sólo podía ser captada a través de dos órganos: la oreja y la lengua. Una vez que hubo
escrito sus catecismos, insistió en que el catecismo era “la Biblia del seglar”, y por tanto allí estaba
todo lo que se necesitaba conocer.
Según Gilmont, “su concepción de la enseñanza confirmaba esta manera de ver. Para Lutero, el
objetivo de la escuela no era el acceso de todos a la cultura. La escuela tenía por función el formar
a una élite capaz de dirigir a la sociedad tanto civil como religiosa. Asimismo, cuando invitó en
1524 a los magistrados a constituir buenas bibliotecas les asignó dos funciones: conservar los
libros, y permitir a los dirigentes espirituales y temporales que estudiasen; ni la menor alusión a la
lectura popular”
33
Pero Lutero no fue el único reformador que también tuvo que “reformar” sus puntos de vista
iniciales. Lo mismo hicieron Melanchton y Zwinglio.
En su prólogo a los Loci comunes, de 1521, Melanchton incita a todos los cristianos a aplicarse
“muy libremente” sólo a la Biblia; pero ya en 1543 enfatizaba en que eran los ministros del
evangelio (a quienes Dios deseaba en las escuelas) los guardianes de los libros de los Profetas y
Apóstoles, así como “de los dogmas auténticos de la Iglesia.” Como explica Gilmont “Tras verse
desbordados por algunos discípulos, los reformadores se tornaron prudentes: fomentar la lectura,
de acuerdo; pero de libros sencillos, conservando el control de la interpretación doctrinal.”
En sus críticas a la Iglesia tradicional Zwinglio llamaba la atención pública promulgando la doctrina
del sacerdocio universal: todo cristiano era capaz de interpretar correctamente la Biblia, siempre
que la abordase con humildad. Muchos de sus panfletos de 1522 atestiguan este llamamiento.
Pero cuando los anabaptistas se apoyaron en esta misma doctrina para cuestionar la legitimidad
del nuevo poder protestante, Zwinglio cambió de opinión y sostuvo que sólo las personas
competentes, es decir, el reducido grupo de la élite política y la intelligentsia del clero, tenían
derecho a esta interpretación.
El caso de Enrique VIII es bien simpático, y deja ver una de las históricas aberraciones que se
producen cuando se detenta el poder y se dicta por tanto quién y cómo debe hacer las cosas, en
este caso leer la Biblia. Enrique, que había prohibido la difusión de la Biblia en lengua inglesa hasta
que ciertas presiones le obligaron a cambiar de idea en 1543, estableció tres categorías de
personas y de lecturas.
En un primer estrato se encontraban los nobles e hidalgos, que podían leer en voz alta la Biblia en
inglés incluso ante su familia. Si había un personaje de esta estirpe presente, podía autorizar el
acceso a los textos sagrados. En un segundo nivel se hallaban los burgueses y mujeres nobles, que
solamente podían leer para sí. Luego, los artesanos, mujeres corrientes, propietarios, peones y
agricultores tenían absolutamente prohibida la lectura de las Escrituras.
Pero volvamos a los reformadores y veremos que Calvino pensaba como Lutero, Melanchthon y
Zwinglio si se trataba de establecer diques para la inmensa mayoría de los cristianos ante la
lectura de la Biblia: “Para Calvino, la Biblia no era directamente accesible a todos. Como explicaba
en un sermón, era un pan con costra gruesa. Para nutrir a los suyos, Dios quiere ‘que el pan nos
sea cortado, que los pedazos nos sean puestos en la boca, y que nos los mastiquen’.”
Puede decirse que el control de las Escrituras, el temor a las interpretaciones heterodoxas, y la
preocupación por determinar las lecturas adecuadas fueron un factor común entre los
tradicionales católicos y los protestantes. Teodoro de Bèze se mostró inquieto ante la traducción
al francés de una de sus obras y se quejaba de la manía del público de querer entrometerse en
cuestiones delicadas como la teología, para cuyo estudio era necesario conocer “caminos” y
“pasos” de ida y regreso.
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Cuando en 1562 el impresor ginebrino Jean Rivery se dispuso a publicar una armonía evangélica
con anotaciones de teólogos, el Consejo de pastores negó la publicación: “el glosador no debería
haber citado a Calvino ni a Bèze, quienes corrían el riesgo de que sus lectores se apartasen de la
lectura de sus escritos completos, y se contentasen con extractos.”
Y cuando en 1588 se preparaba la Biblia ginebrina, los pastores criticaron las anotaciones
marginales arguyendo que los lectores no leían los comentarios sino los resúmenes. Pero al final
se concluyó que no todos tenían la posibilidad de leer comentarios completos ni el firme juicio que
se precisa para aprovechar debidamente la sustancia.
Citemos también el caso de Thomas Münzer, que aunque predicaba con fuerza que la liturgia
debía realizarse en lengua vernácula y pedía que la Biblia se leyera para el pueblo para que este se
apropiase de sus contenidos, lo que hizo a la larga fue sustituir el discurso bíblico por su propia
predicación.
“El cristianismo se definía como religión de la palabra-lógos– y la religión del libro –bíblos-,
apelando así a dos medios de comunicación aparentemente contradictorios. Cierto es que el
nacimiento del cristianismo, la puesta por escrito del mensaje divino no reflejaba en lo absoluto la
voluntad de instaurar dos tipos paralelos de comunicación. La religión cristiana pretendía sin lugar
a dudas ser la presencia viva y espontánea de la palabra. El libro no servía más que para asegurar
la perennidad del mensaje, ofreciendo a la palabra la garantía de una memoria fiel.” (Gilmont,
2001:391)
Pero desde que lo escrito devino un medio de comunicación directa se enfrentaron dos posturas.
La primera sostenía que las enseñanzas de Jesús eran patrimonio de todos. La segunda temía a la
herejía e hizo de la predicación una herramienta de control. La Biblia del oído versus la Biblia de
los ojos; la Iglesia de lo impreso versus la Iglesia de lo oral.
Lutero se quejaba de que sus libros estuviesen tan difundidos: el prefería que existieran más
“libros vivos”, es decir, más predicadores. No ha de pasarse por alto que hablamos de en una
época donde lo oral tenía mucha más fuerza que lo visual. La predicación llegaba a todos y
garantizaba al menos la claridad del mensaje, el adoctrinamiento era más sencillo de lograr
cuando el intermediario ofrecía su propia y legítima versión del asunto. Porque, ¿cómo garantizar
que los fieles captaran adecuadamente le mensaje divino a través de un libro tan contradictorio
como la Biblia?¿Cuántos alfabetizados estaban en condiciones de leer, en lugar de decodificar
caracteres trabajosamente?
A pesar de que la mayoría de la población era analfabeta, algunos estudiosos han intentado
ofrecer datos porcentuales basados en diversas inferencias. Unos estiman que es imposible
establecer el porcentaje de alfabetización en Europa antes en el siglo XVI, otros atribuyen que
hacia 1500 un 3 o 4 % de la población alemana era capaz de leer, y que incluso un entre un 10 y un
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Pero, a mi juicio acertadamente, Gilmont señala las diferencias graduales incluso entre los que
“sabían” leer: “un foso separa al gran lector que recorre rápidamente numerosas páginas y el que
descifra con gran trabajo letra por letra. Una alfabetización elemental no engendra
automáticamente la lectura silenciosa.”
Lo más probable es que convivieran diversas prácticas de lectura: la lectura en voz baja, la lectura
en círculos de conocidos, la lectura de tipo litúrgico, etc. La presentación material del libro ofrece
algunas pistas acerca del uso que se le daba, como es el caso de los famosos panfletos que
protagonizaron campañas de prensa ya no sólo en Alemania, entre 1520 y 1525, sino Inglaterra en
1540, en Francia, en 1561, y en los países bajos después de 1565. 3
Capitulo III
Tipos de lectura
1. Lectura oral
Se produce cuando leemos en voz alta
La lectura oral se da cuando la persona que lee lo hace en voz alta. Algunas personas
hacen esto debido a que el sonido ayuda a que las ideas queden “grabadas” en el cerebro,
aunque también pueden hacerlo en un momento que les es difícil concentrarse debido al
ruido ambiente, y que al escuchar su voz logran “encapsularse” en este sonido y de esta
manera disipan un tanto la distracción.
Además, la lectura oral tiene una función social como ninguna otra, debido a que se
puede compartir este tipo de experiencia con otras personas leyendo para alguien más.
También es una buena manera de acercar la lectura a las personas con discapacidad
visual.
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La lectura en voz alta constituye una actividad necesaria dado que es un medio
por el cual se puede comunicar el contenido de un texto a los demás. Es
importante que sea practicada en el marco de una actividad comunicativo, con un
propósito determinado y no como un mero ejercicio de evaluación de la calidad
dela lectura de los alumnos. La lectura "en seguidilla", ampliamente practicada en
las salas de clases, es una situación que provoca tensión a los alumnos que no han
alcanzado un nivel lector adecuado y provoca en ellos un sentimiento derechazo
hacía la lectura.
2. Lectura silenciosa
Se capta mentalmente el mensaje escrito sin pronunciar palabras. El lector puede captar
ideas principales.
En la lectura silenciosa la persona recibe directamente en el cerebro lo que ven sus ojos,
salteando la experiencia auditiva. En este tipo de lectura prima muchísimo la
concentración y con frecuencia si observamos a una persona practicar la lectura silenciosa
la veremos como “absorta” en su propio mundo.
Ventajas
—Nos permite concentrarnos más en las ideas contenidas en los temas que estamos
leyendo.
—Nos ahorra tiempo, ya que la rapidez de la vista es varías veces superior a la de los
órganos articulatorios.
—Nos ahorra esfuerzo: después de leer oralmente durante media hora, estamos
fatigados porel continuo ejercicio de los órganos de articulación.
La lectura será en realidad silenciosa, si se hace exclusivamente con la vista, evitando el más
leve movimiento de la lengua.
c. Utilización
Debemos utilizar esta lectura en la búsqueda de datos (lectura de pesquisa); así, para
elaborar un trabajo es necesario consultar numerosos libros. Igualmente, utilizamos la lectura
silenciosa para informarnos de noticias en el periódico, de los anuncios en las calles
o vías públicas, de la traducción a nuestro idioma que traen las películas extranjeras, o del
contenido global de un trozo.
No basta, sin embargo, la adquisición de una adecuada velocidad en la lectura silenciosa.
Es preciso captar, al mismo tiempo, el sentido de lo que se lee, esto es comprender.
Como ejercicio, tratemos de leer en forma cada vez más rápida un renglón de cualquier
texto; luego tratemos de hacerlo con dos renglones sucesivos; y por último, con un párrafo
entero. Ejercicios diarios de cinco minutos, nos darán una destreza y automatismo
asombrosos*
En los siguientes proverbios tratemos de leer de un sólo vistazo las palabras en negrilla:
"La paciencia es un árbol con raíces amargas y frutos sabrosos".
Debemos utilizar desde luego este tipo de lectura veloz, como medio de información; por
ejemplo, al leer la prensa, los cuentos de dibujos animados, los libros de recreación en
general, cuyo fin es, o recrearnos, o mantenernos informados de los sucesos de actualidad;
pero no podemos gastarles el mismo tiempo que al estudio.
Lectura silenciosa es la que hacemos utilizando sólo la vista. Ofrece las siguientes ventajas:
Objetivo
La lectura intensiva tiene como objetivo captar un gran número de datos y relacionarlos
en grandes unidades de sentido, la que se propone apropiarse de un conocimtento, es
la lectura que se hace cuando se estudia. Este tipo de lectura se realiza con el propósito
de desarrollar las capacidades vinculadas con la comprensión lectora.
Principios
Entre los principios fundamentales de la lectura intensiva se encuentran:
.Visión de conjunto: Se puede lograr por medio de varias estrategias lectoras
como son el skimming (apuntar hacia la idea global del texto); el
aprovechamiento de la información derivada del título; la lectura de las primeras
líneas del texto; la observación de ilustraciones, subtítulos, notas a pie de página.
Esta visión contribuye a una mejor organización posterior de la información
textual.
Propósito: El sujeto lector predetermina el objetivo que quiere conseguir con la
lectura, enfocando, de este modo, sus estructuras mentales hacia la consecución
de tal fin.
Lectura: Se trata de una lectura línea a línea guiada por el objetivo y las preguntas
que haya que contestar.
Resumen: Por medio del resumen se persigue la reorganización de las ideas
principales y la de las ideas secundarias. Se propone ir párrafo a párrafo para no
olvidar ninguno de los puntos esenciales.
Evaluación: Se trata de una autoevaluación de la información retenida durante el
proceso de lectura intensiva.
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Este tipo de lectura está recomendada cuando se lee por primera vez un texto de estudio,
ya que de primera no se recomienda entender los conceptos más complejos sino hacerse
una idea general del mismo.
¿PARA QUÉ SIRVE EL MÉTODO LECTURA RÁPIDA?
Este método se ha creado con la intención de contribuir al afianzamiento y
consolidación del aprendizaje de la lectura, una vez que los alumnos se han iniciado
ya en ella.
Con el Método de Lectura Rápida se pretende mejorar la velocidad lectora
en los niños, además de adquirir unas destrezas mecánicas como: descifrar y
articular palabras.
¿CÓMO USAR EL MÉTODO LECTURA RÁPIDA?
Este método se realiza de forma individualizada con los alumnos.
Ellos tendrán que leer correctamente un mínimo de 60 palabras en un tiempo
establecido de 2 minutos para poder superar esa fase y pasar a la siguiente.
Durante la lectura, no se puede pasar de una palabra a otra, si ésta no se ha leído
de forma correcta, el alumno podrá hacer todos los intentos que necesite.
Al terminar el tiempo establecido se anotará en la hoja de lectura cuántas palabras
ha leído en 2 minutos, situada en la parte de debajo de la misma y el maestro
registrará estos datos en la tabla de registro.
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La siguiente vez que el alumno vuelva a leer esa misma fase tendrá que intentar
superar esa puntuación obtenida. Tendrá que superarse a él mismo.
4. Lectura involuntaria
La que leemos generalmente por las calles de manera involuntaria. Ejemplo: carteles,
anuncios, etc.
Este es el tipo de lectura que realiza una persona cuando está buscando datos específicos, por
eso se la denomina una “lectura de búsqueda”. El lector no lee minuciosamente todo sino que
aquí también se realiza un paneo veloz buscando solo la información de interés para la
persona
Un lector crítico evalúa la relevancia de lo que está leyendo, contrasta la información con
otra información o con su propia experiencia y hasta puede llegar a “pelearse” con el
texto por tener distintos argumentos sobre un tema. Esta lectura requiere que se realice
de forma pausada para que la información pueda ser evaluada desde un abordaje crítico.
La lectura recreativa es la que predomina cuando se lee un libro por placer. No importa a
qué velocidad se realice ni cuánto tiempo nos tome completar la lectura, ya que lo
primordial es que el lector disfrute de la experiencia. Si bien no es una regla general, la
mayoría de las veces la lectura por placer está muy ligada a la literatura.
Es un tipo de lectura que tiene todos los beneficios de leer (como por ejemplo mantener
activo el cerebro) pero además fomenta la creatividad e imaginación.
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Es aquella en la cual se lee un libro, texto o párrafo en voz alta, conservando las reglas de
lectura que son; voz modulada, pronunciación correcta de vocales, consonantes, acentos
y el respeto de comas y puntos y aparte. Ejemplo de lectura fonética es cuando se lee un
poema, un cuento, trabalenguas, ensayos, etc.
11.- LECTURA DENOTATIVA
Esta clase de lectura se caracteriza porque a través de ella se lleva a cabo una
comprensión literal de lo escrito, o se efectúa una descomposición del texto en piezas
estructurales, es decir, sin llegar a realizar alguna interpretación específica.
12.-Lectura literal
se refiere a leer conforme a lo que dice el texto. Existen dos niveles de lectura literal:
-Lectura literal de nivel primario: aquí se hace hincapié en la información y datos
explícitos del texto.
-Lectura literal en profundidad: en este tipo de subcategoría se penetra en la
comprensión de lo leído.
13.- Lectura diagonal
Esta clase de lectura tiene la particularidad de que se realiza eligiendo ciertos fragmentos
de un determinado texto, tales como los titulares, las palabras remarcadas con una
tipografía diferente a la del resto, escogiendo aquellos elementos que acompañan al
texto principal, listados, etc. su nombre deriva del movimiento realizado por la mirada, la
cual se dirige de una esquina a otra y de arriba hacia abajo en busca de información
específica.
sobre el mismo en busca de dicho concepto.
Tipos de lectores
1. El lector promiscuo
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2. El lector cascarrabias
3. El lector cronológico
4. El lector aniquilador
5. El lector ocupado I
Le gustan
tanto los libros que incluso compra varios en un
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mismo momento, pero luego al llegar a casa los coloca en un librero donde
pueden pasar un par de meses. Cuando finalmente los lee, lamenta haber tardado
tanto en hacerlo.
6. El lector ocupado II
7. El librófilo
8. El anti-lector
9. El espíritu libre
10. El multi-tarea
Decían los teóricos de la estética de la recepción, como Hans Robert Jaus, que cada
lectura es única. La estética de la recepción restituye el papel activo del lector en cada
lectura en función de su contexto psicológico, histórico y cultural. Ahora bien, esos
mismo condicionamientos hacen que cada uno de nosotros afronte la lectura de un
modo peculiar y buscando elementos distintos, y esto es a menudo agrupable en
diversos grupos más o menos aleatorios pero curiosos. El primero en marcar una
tipología bastante ingeniosa de lectores fue Samuel Taylor Colesidge (1772 - 1834), el
poeta, escritor y crítico literario inglés, para él existían cuatro tipos de lectores:
a) Esponjas: que absorben todo lo que leen y lo devuelven en el mismo estado, sólo
que un poco más sucio.
b) Coladores: que retienen tan sólo los posos (sedimentos) y las heces (desechos) de
lo que leen.
c) Relojes de arena: que no retienen nada y se contentan con ir pasando páginas para
matar el tiempo.
d) Diamantes: tan raros como valiosos, que sacan provecho de todo lo que leen y
hacen posible que otros lo saquen también.
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En una perspectiva más moderna la escritora boliviana Yocasta Aróstegui perfila una
interesante tipología de lectores, a partir de la existencia de revistas literarias, librerías
y asistencia a las ferias de libros. Según estos indicadores, existen tres tipos de
lectores:
A) Los adeptos a la literatura de masa, aquellos que “devoran” libros de autoayuda.
B) Los lectores ‘pose’, aquéllos que ingresan a una librería sólo para preguntar cuál es
el que más se ha vendido o cuál el más caro para deleitarse posteriormente en su
círculo de amigos sobre las bondades, por ejemplo, de un Código da Vinci
C) Lectores exigentes, claramente distinto de los dos anteriores. Lectores que
reconocen el valor literario de una obra.
CAPITULO IV
TÉCNICAS DE LECTURA;
Esta técnica tiene la finalidad de ofrecerle los conocimientos básicos para realizar
lecturas y obtener el mayor provecho y mejores resultados
Introducciones
Resúmenes
Gráficos
Cuadros
CUESTIÓNESE Y PREGÚNTESE.
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Siempre que termine de leer párrafos no muy extensos, pregúntese de que habla
este, para que se le grabe bien lo que ha leído. Un buen consejo es el de
convertir a preguntas los títulos y subtítulos.
Lea cuidadosamente y busque las ideas principales, subraye las ideas principales,
haga anotaciones de lo más importante y elabore además un listado con las
palabras que no entienda, señale, anote, etc.
REPASE LO ESTUDIADO.
Finalmente repase haciendo las lecturas de los capítulos a intervalos, para que
refresque los conceptos que ya leyó y los comprenda, esto le servirá para
afianzarlos
• Determinar las partes o divisiones principales del texto (aquellas que se conectan
directamente con la idea central del texto) y numerarlas según su orden de
aparición.
Lectura secuencial
Lectura intensiva
A partir del siglo XVIII, comienza la lectura intensiva, está era reservada solo para
unos pocos (monjes y estudiantes de las universidades y academias). Esta
modalidad se basa en leer una obra por completa, hasta que quedaran grabadas.
El lector reconstruye el libro y el sentido.
Lectura puntual
Al leer un texto puntual el lector solamente lee los pasajes que le interesan. Esta
técnica sirve para absorber mucha información en poco tiempo.
Lectura diagonal
Lectura rápida
Inventado por Tony Buzan, la lectura rápida (o SpeedReading) es una técnica que
combina muchos puntos diferentes para leer más rápido. En general es similar a la
lectura diagonal pero incluye otros factores como concentración y ejercicios para
los ojos.
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Algunos críticos dicen que esta técnica solamente es la lectura diagonal con un
nombre diferente, combinada con factores conocidos por sentido común. No hay
prueba de que los ejercicios para los ojos mejoren la percepción visual. No es
necesario pagar seminarios para saber que la concentración y una buena
iluminación son imprescindibles para leer rápido.
PhotoReading
Críticos dicen que esta técnica no funciona porque experimentos demostraron que
lectores no extraen información de pasajes no enfocados. Sospechan que la
información obtenido por PhotoReading viene de la lectura diagonal y de la
imaginación del lector. Pero aunque fuera muy fácil verificar la técnica no existen
experimentos haciéndolo.
Hay muchas otras técnicas de lectura veloz y todas están muy controvertidas. Los
críticos dicen que no funcionan y solamente sirven para vender libros y
seminarios. De punto de vista científico no es evidenciado ni rechazado, pero es
importante atender los puntos siguientes:
Se ven cerca de 20 letras con una mirada, así que no es posible leer una línea en
total sin mover los ojos.
Skimming:
Es una técnica de lectura rápida donde se utiliza para localizar el sentido general
de la lectura o cierta parte de ella. Esta técnica te ahora mucho tiempo y te da una
idea muy general de lo que trata el texto o párrafo.
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Definición de Skimming:
El Scanning o Exploración:
La exploración es una técnica que suelen utilizar cuando se busca una palabra en
la guía telefónica o un diccionario. Busca palabras clave o ideas. En la mayoría de
los casos, usted sabe lo que está buscando, por lo que está concentrado en
encontrar una respuesta en particular. Escaneo implica mover los ojos
rápidamente por la página de búsqueda de palabras y frases específicas. La
exploración se utiliza también la primera vez que encontrar un recurso para
determinar si responde a sus preguntas. Una vez que haya escaneado el
documento, es posible volver atrás y descremada ella. Durante la búsqueda,
busque el uso del autor de los organizadores como los números, las letras, las
medidas, o las palabras, primero, segundo, o el siguiente. Puedes buscar las
palabras que aparecen en negrita cursiva se enfrentan, o en un tamaño de fuente
diferente, el estilo o color. A veces el autor se poner las ideas clave en el margen.
En primer lugar, son una ayuda en la localización de nuevos términos, los cuales
son introducidos en el capítulo
Del mismo modo, las habilidades de exploración son valiosas para varios
propósitos en el estudio
¿Cómo se Usa?
Definición de Scanning
No lea rápido.
Aplique la técnica adecuada o correcta a la lectura que este efectuando.
Evite distraerse.
No analice en exceso las palabras que no entienda.
No repita mentalmente lo que está leyendo (no vocalice lo que está
leyendo)
Evite mover la cabeza, siga la lectura con los ojos.
Es recomendable que incremente su vocabulario para lograr una lectura
más fluida y comprensible.
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ESTUDIO DE TEXTO:
LA TÉCNICA ALIRGER
A: anticipar
L: leer
I: interrogar
R: responder
G: graficar
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E: explicar
CAPITULO V
CHILE: Diversos estudios han mostrado que los chilenos no son buenos
lectores. Sin embargo, una investigación realizada por Cerlac-Unesco
para medir los hábitos de lectura en seis países de Latinoamérica,
muestra que tras los argentinos (70%), los chilenos son los que más
libros leen en la región: un 51% dice hacerlo. La Universidad de Chile y el
Consejo de Cultura que usó la Unesco para este informe, dice que el
35% de los lectores chilenos lee por razones académicas, un 26% para
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Y las conclusiones fueron lapidarias: Sólo un tres por ciento de la población logra
evaluar críticamente o formular hipótesis derivadas de conocimientos presentes en
un texto pero además el estudio descubrió que los lectores entre 15 y 34 años
tienen un mejor nivel de comprensión lectora que los mayores.
Al consultar cuáles son los principales motivos por los cuáles no leen, un 28% de
los chilenos dice que es por falta de tiempo. En cuanto a la manera de acceder a los
libros, Chile aparece como uno de los países donde menos se compran libros, con un
35%. Muy lejos del 57% de España o el 56% de Argentina, aunque sobre el 32% de
Colombia y el 23% de Perú.
La Encuesta de Comportamiento Lector será aplicada cada dos años para poder
identificar la evolución de los índices y si efectivamente las metas del Plan
Nacional de Fomento a la Lectura en Chile.
JAPON: En Japón, la lectura está tan arraigada en la sociedad que este día no
cuenta con tanto reconocimiento. De hecho, su arraigo es tal, que es el país donde
más se lee en todo el mundo. Según la Unesco, alrededor de un 91% de la
población japonesa lee de forma habitual y cada habitante consume una media de
47 libros al año.
Los niños y adolescentes en Tokio están leyendo más libros que antes, según un
estudio llevado a cabo en 2013 por la junta educativa de la capital japonesa y que
abarcó a alrededor de 100.000 estudiantes de primaria, secundaria y preparatoria,
informó Mainichi Shimbun.
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En primaria, el porcentaje de niños que no leen cayó casi a la mitad en todos los
grados. Por ejemplo, la proporción de estudiantes de segundo grado que dijeron
que no leen libros fue de solo 2,6 %
CAPITULO VI
La lectura en el Peru
- Los adultos, en especial los padres, deben dar el ejemplo practicando la lectura
como parte de su vida cotidiana. Y si los niños están cerca, lo mejor será leerles
en voz alta. Así ellos se interesarán y se acercarán a mirar lo que se está leyendo.
- En una zona con buena iluminación y ventilación, ubicar un pequeño librero, caja,
cesto o envase plástico con libros y revistas de diversas formas y colores; pero no
en demasiada cantidad. Colocar un tapete y cojines de diferentes formas que
inviten a los niños a hojear el material.
- Los libros deben ser amenos, con textos breves, letras de tamaño grande e
ilustraciones llamativas.
- Al menos una vez al día es necesario darse un tiempo para leerles cuentos,
poesías, adivinanzas, trabalenguas u otro tipo de lectura.
- Invitar a los niños a elegir el libro que más les atraiga. Describirles la portada del
libro elegido, preguntándoles acerca de lo que ellos creen que tratará el cuento.
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- Mientras se les lee, permitir que los niños toquen, hojeen y vean las imágenes de
los libros.
- Luego de la lectura, invitar a los niños a dibujar o a pintar lo que más le gustó o
sorprendió.