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ATRICION
(Etim. Latín attero; participio. attritus; "gastar a base de roce". La palabra es de origen medieval)
Santo Tomás recogió y armonizó en una doctrina coherente las opiniones doctrinales de su época sobre la
atrición: Se trata de un don que nos hace ver la fealdad del pecado y nos mueve a temer el infierno. Mueve
hacia la conversión y dispone a la confesión, pero por si misma esta contrición imperfecta no alcanza el perdón
de pecados graves. Necesita culminar en la Confesión.
La misma doctrina fue enseñada por el Concilio de Trento (Ses. XIV, iv). y el nuevo Catecismo de la Iglesia
Católica promulgado después del Concilio Vaticano II.
Condiciones: Para que la atrición alcance el perdón de los pecados debe ser interior, sobrenatural, universal y
soberana.
Los Reformadores Protestantes consideraron que la atrición era una hipocresía que hace del hombre mas
pecador. (Bula de León X, Exurge Domine, prop. VI; Concilio de Trento, Ses. XIV, can. iv.). Baius y Jansenio
eran de esta opinión. Este último enseñaba que el temor sin caridad es malo porque procede no del amor de Dios
sino del amor propio. (condenado por Alejandro VIII, 7 diciembre, 1690; y por Clemente X, "Unigenitus", 8
Septiembre, 1717. También la Bula de Pío VI "Auctorem Fidei", prop. 25).
El Concilio de Trento (Ses. XIV, iv). enseñó que no solo no es la atrición una hipocresía ni hace al hombre mas
pecador sino que es un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo, el cual aunque todavía no habita en el
penitente, lo dispone para recibir la gracia en la confesión . El concilio utilizó el ejemplo de los Ninivitas que,
llenos de temor por sus pecados después de la predicación de Jonás, hicieron penitencia y obtuvieron la
misericordia de Dios.
Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María.
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