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Franco Vaccarini

aljuir. de los gavilanes.


¡Es de admirar la. destreza
con que la lanza manejan!
De perseguir nunca dejan,
y nos traiban apretaos.
¡Si queríamos, de apuraos,
salimos por las orejad!

Fierro quedó medio separado del resto, en el desbande, y de


pronto se encontró con un indio solo, que al verlo echaba espu-
ma por la boca, al grito de:
-¡Acabáu, cristiano! ¡Metáu el lanza hasta el hueso!
Fierro logró esquivar el golpe y, como pudo, con la mano III
libre de riendas, tomó sus boleadoras (o las tres marías como le
decían los gauchos) y de un bolazo lo bajó del caballo.
£1 día de paga
Ay no mds me tiré al suelo Después de aquel combate desigual, quedó un tendal de he-
y lo pisé en las paletas7; ridos en el fortín. Sus quejidos retumbaban en las galerías, las
empezó a hacer morisquetas moscas zumbaban sobre las vendas oscuras de sangre seca, y los
y a mesquinar la garganta. afortunados que andaban sanos sufrían en su alma de tanto es-
Pero yo hice, la obra santa cuchar lamentos, noche y día. No había nada parecido a una
de hacerlo estirar la geta8. enfermería, allí todos tenían el mismo "tratamiento", echados
Consumado el acto, Fierro fue calmándose y comprendió lo sobre cueros sucios, abrumados de ratas, hormigas y toda clase
que había hecho. A pesar de que había salvado el pellejo, no de bichos. Apenas el agua, que otros les acercaban, consolaba
estaba orgulloso y en silencio pidió perdón a Dios por haber
un momento los ayes de los agónicos soldados, cuyas heridas se
matado.
infectaban hasta dejarlos sin aliento.

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Y andábamos de mugrientos,
Salirse por las orejas: refiere al apuro del jinete, que quiere correr tan rápido como
para salir por encima de las orejas del caballo. que el mirarnos daba horror;
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les juro que. era un dolor
Paletas: omóplatos.
ver esos hombres, ¡por Cristo!
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Estirar la jeta: morir.
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Franco Vaccarini El gaucho Martín Fierro 37

En mi perra vida he visto


mano a mano con el pulpero. Algunos recuperaban los ponchos
una miseria mayor.
o las botas de potro que habían empeñado.
Todo se perdía o se rompía con el uso y el paso del tiempo. Martín Fierro se recostó contra el tronco de un ombú, a un
El poncho, los aperos, el chiripá, los calzoncillos, las prendas, la lado de la pulpería, esperando oír su nombre dicho por el vo-
camisa, las monedas que se ponían de adorno en los tiradores o zarrón del sargento, y ya disfrutando de antemano que tendría
en la rastra... patacones para los vicios... Y hasta para comprar alguna prenda
No se les daba ropa adecuada, y aquellos soldados de la pa- y así andar mejor vestido... Pero llegó la hora de la oración y
tria andaban vestidos como menesterosos, sucios, bien podían nada; haciéndose el desganado, como distraído, se acercó al Ma-
confundirse con mendigos. Abundaban los ratones y los piojos. yor para sacarse la duda y dijo:
Fierro se cubría por las noches con una manta que había ganado —Tal vez mañana acabarán de pagar.
a la taba, porque ya ni poncho tenía. La respuesta fue brutal:
Y vinieron meses iguales y llegó el año nuevo y las cosas —¡Qué mañana ni qué otro día! La paga ya se acabó, siempre
seguían del mismo modo. Algunos tenían permiso para salir de has de ser un bruto, pedazo de animal.
madrugada al galope para bolear ñandúes y cualquier animal —Pero si yo no he recibido un rial.
que pudieran comer para luego hacer trueque con el pulpero: —¿Y qué querés recebir si no has dentrao en la lista? ¿Qué
plumas por yerba y tabaco, o un cuero por alguna moneda. El querés, eh?
pulpero era un hombre habilidoso para negociar, por no decir Acongojado, pero también ofendido por la gratuita humilla-
que abusaba de la clientela desesperada y cautiva: no había oca- ción del superior, eligió dar media vuelta y retirarse, por no hacer
sión en que no se llevara más de lo que daba. Por unos litros de algún comentario que lo terminara perjudicando más. Hacía dos
caña cargaba su carreta de plumas, cueros y cerda y obtenía ga- años que estaba allí y entraba en todos los líos y barullos, pero en
nancias altísimas. Es que no había dinero, nadie había cobrado las listas no entraba.
nada en dos años, hasta que un día... Al otro día lo llamó el comandante para preguntarle si era
Un día alguien trajo la noticia: iban a pagarles. cierto que no se le había pagado.
Al fin llegaría un socorro, un anticipo de los sueldos. El pul- —Estos no son los tiempos de Rosas. Acá a naides se le debe
pero mismo estaba al tanto y les dijo a un grupo: y me han dicho que usted dejó al Mayor hablando solo... ¡Que
—Nos vamos a poner al día. vengan el cabo y el sargento! A ver cuándo llegó al fortín...
Fierro se fue susurrando: "Este nos tiene apuntaos con más Fue un recluta a buscarlos y ahí empezó un enredo tras otro.
cuentas que un rosario". Y aunque no sabía leer, había leído la Como si solo Martín Fierro supiera que llevaba dos años en el can-
codicia en los ojos del comerciante. tón; nadie parecía acordarse de si había venido en potro, en reyuno 5
Cuando finalmente llegó el dinero, cobraron en la misma
pulpería. Uno a uno fueron nombrados por el sargento, para
' Reyuno: caballo que es propiedad del Estado y se reconocía por tener la oreja dere-
que pasaran a recibir lo suyo, y lo primero que hacían era quedar cha cortada.
26 Franco Vaccarini

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qué iba a hacerles yo,


chambón11 en el desierto;
más bien me daba por muerto
pa'no verme más fundido;
y me les hacía el dormido
aunque soy medio dispierto.

IV

El centinela
Herido en su orgullo, siguió trabajando en los campos como
peón del comandante así como otros trabajaban en las poblacio-
nes cercanas, aquello era cualquier cosa, menos un ejército o un
servicio de soldado. Había visto, a pesar de su ignorancia, nego-
cios feos: los oficiales tomaban campos y haciendas, y mantenían
sus trigales con el sudor de los gauchos; y cuando asomaba el
indio, se los rejuntaba otra vez para dar pelea.
Martín Fierro había tomado la decisión de desertar y volverse
a sus pagos. Un malón de los indios podía ser la ocasión perfecta.
Pensaba que el jefe de un regimiento debía poseer su poncho
y su sable, su caballo y su deber, y no andar de estanciero en los
campos de la patria. Esos eran los valores que el gaucho Martín
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Fierro esperaba de quien lo mandase. Como esas condiciones no
Redomón: caballo salvaje, sin domar.
se cumplían, decidió irse, como caballo cimarrón 12 .
Charabón: pichón de avestruz.

12
Cimarrón: salvaje, no domesticado.
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El gaucho Martín Fierro
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Pero antes le esperaban nuevas desventuras. Fierro fue derecho al estaqueadero.


Un anochecer, llegó al fortín y el centinela borracho no lo El mismo Mayor al que le había preguntado por la paga en la
reconoció. Era un extranjero al que poco se le entendía y decía pulpería, le dijo con una sonrisa maliciosa:
que era napolitano, pero para Fierro erapa-po-litano, así le decía, picaro, te voy a enseñar a andar reclamando sueldos.
por el gusto de irritarlo. Atado de pies y manos, bien tirante, a cuatro palos, aguan-
Martín Fierro lo despreciaba íntimamente porque el napo- tando el dolor hasta que pudo, y maldiciendo al centinela pasó
litano no era ducho en el trabajo, no sabía carnear ni ensillar la noche y el día siguiente.
el caballo, y lo consideraba demasiado delicado: si hacía calor,
se abrumaba; si hacía frío era el primero en ponerse a temblar
y si llovía se asustaba como un perro con el primer trueno. No
servía para vigilar porque no tenía el arte de los baquianos 13 para
distinguir una cosa de otra: un avestruz distante de un jinete a
caballo o un montón de vacas. Así que Fierro venía mal predis-
puesto y la pregunta lo encolerizó.
Pues el hombre, mareado por la caña, le preguntó a Fierro,
asustado:
—¿Quién viborei
—¿Qué víboras? —respondió Fierro, entre burlón y malhu-
morado.
—\Ha garto\ —gritó el centinela.
—Más lagarto serás vos —fue la respuesta de Fierro, sin de-
tenerse.
El centinela entró en pánico, apuntó al bulto y disparó, aun-
que sin dar en el blanco. Pero el disparo enardeció a Fierro, que
venía acumulando rabias y encontró en aquel hombre de lengua
extranjera a la víctima ideal para descargarse. A trompadas y em-
pujones lo tiró al suelo, y estaba dispuesto a apretarle el cuello
hasta que dejara de moverse. Por fortuna para el centinela, los
gritos habían puesto en alerta a los oficiales y a otros soldados,
y los separaron.

' 3 Baquiano: gaucho que conoce muy bien los caminos por donde anda.

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