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INTEGRANTES:
ASENCIOS ROMERO, Pedro
MORENO QUISPE, Leo
Huaraz – 2018
ROL DEL ESTADO CONSTITUCIONAL DE DERECHO EN EL MUNDO DE
HOY EN DÍA
Sin embargo, establecer cuál es el modelo de Estado adecuado para alcanzar los fines
constitucionales no es tarea fácil, máxime cuando los dos modelos enunciados
anteriormente, representaron momentos históricos diferentes, con necesidades
diferentes, y poco a poco han sido revaluados, y actualmente nos encontramos ante la
necesidad de encontrar o estructurar un nuevo modelo estatal que respete los derechos
que los ciudadanos han conquistado frente al Estado, en los términos de Ronald
Dworkin[2], e igualmente genere espacios de interacción y crecimiento económico ante
una nueva era de globalización y tecnología.
Ante este escenario, quizás nos damos cuenta que no es fácil encasillar la labor del
Estado, en una tarea de árbitro externo que no se involucra con las necesidades de sus
ciudadanos y que simplemente plantea reglas mínimas de juego, sin importar las
condiciones de igualdad, libertad, capacidades o acceso a bienes y servicios que tienen
las personas que representa. Pero tampoco, añoramos un Estado acaparador, que
interviene como actor principal en todas las áreas de la vida jurídica, social y económica
de una sociedad. Siendo eminente la creación de una tercera concepción de modelo
estatal, que sin pretender ser totalmente diferente a las anteriores, en realidad es una
hibridación o armonización de los planteamientos radicales de los dos modelos
esbozados anteriormente.
En la actualidad, el rol o la labor del Estado está centrada en la garantía y real disfrute
de los derechos humanos de los ciudadanos, incluyendo derechos de libertad (derechos
civiles) como los derechos a la subsistencia y a la supervivencia (derechos sociales),
acompañado por un desarrollo económico y social del Estado, cuyas pautas establece
directamente la Constitución, como norma de normas o marco normativo que irradia
todo el ordenamiento jurídico, lo que se ha denominado Estado Constitucional de
Derecho.[3] Consecuentemente, el Estado genera espacios de diálogo e intervención
activa de sus ciudadanos e inversión y crecimiento económico, para garantizar mayor
cantidad y disfrute de derechos, pues de lo contrario se pueden reconocer derechos
(carta constitucional), pero no garantizarlos por falta de voluntad política o de recursos
económicos, lo cual conlleva a una utopía de los derechos fundamentales. En otro
contexto, se puede generar crecimiento económico, que no es necesariamente sinónimo
de desarrollo, en el entendido de Amartya Sen, pero no se genera espacios de desarrollo
y bienestar para todos, entonces nos preguntamos ¿Crecimiento económico para qué? O
¿para quienes?
En este entendido, “el desarrollo puede concebirse […] como un proceso de expansión
de las libertades reales de que disfrutan los individuos. El hecho de que centremos la
atención en las libertades humanas contrasta con las visiones más estrictas de desarrollo,
como su identificación con el crecimiento del producto nacional bruto, con el aumento
de las rentas personales, con la industrialización, con los avances tecnológicos o con la
modernización social. El crecimiento del PNB o de las rentas personales puede ser,
desde luego, un medio muy importante para expandir las libertades de que disfrutan los
miembros de la sociedad. Pero las libertades también dependen de otros determinantes,
como las instituciones sociales y económicas (por ejemplo, los servicios de educación y
de atención médica), así como de los derechos políticos y humanos (entre ellos, la
libertad para participar en debates y escrutinios públicos).”[4] Y es aquí, donde surge el
Estado Constitucional de Derecho, que tiene la gran misión de proteger y garantizar un
real disfrute de los derechos humanos a todos los ciudadanos y, asimismo de armonizar
los intereses económicos del Estado para generar escenarios de estabilidad jurídica y
económica donde esos derechos y libertades se puedan materializar.
Los referidos autores señalan que, primero, las democracias no son necesariamente más
eficientes económicamente que otras formas de gobierno, pues su objetivo está
focalizado en el reconocimiento de derechos, no específicamente en obtener más
recursos económicos. Segundo, las democracias no son necesariamente más eficientes
administrativamente, pues la capacidad del gobierno para tomar decisiones es un
proceso más lento, porque participan y se consultan más actores que en otros sistemas
de gobierno, pensemos en una dictadura o autocracia. Tercero, las democracias
probablemente no son más ordenadas, estables o gobernables que las dictaduras que
reemplazan, debido al reconocimiento de la libertad de expresión, lo que implica llegar
a consensos, escuchar voces disidentes o en desacuerdo constante con las reglas e
instituciones. Y finalmente, las democracias tendrán sociedades y políticas más abiertas,
pero no necesariamente economías más abiertas, lo cual implica que los derechos
humanos reconocidos para todos los ciudadanos, son un límite o control frente a la
libertad económica, lo que no significa que sean incompatibles, pero sí que tienen que
armonizarse, pues libertad política no significa libertad económica. [6] Expresamente
estos autores señalan:
De esta forma, incluso los jueces participan y tienen un rol activo dentro de la
interacción de los intereses o necesidades de los ciudadanos, pues los jueces conocen de
fuente directa un conflicto social o una vulneración de derechos, y en diversas
oportunidades se percatan que la simple resolución judicial inter pares no es suficiente
para solucionar un problema más complejo, y es en estos casos, en los cuales los jueces
constitucionales utilizan mecanismos que generan cambios sociales como son las
sentencias interpretativas, manipulativas o estructurales, convocan a audiencias públicas
o realizan seguimiento a la implementación de determinadas políticas públicas, lo que el
profesor Cesar Rodríguez Garavito ha denominado democracia deliberativa.[8]
Por otro lado, respecto al fortalecimiento de las instituciones del Estado, que se
constituye en un prerrequisito indispensable para el éxito de un Estado Constitucional y
Democrático, es necesario resaltar que la tradicional tridivisión de poderes –
Legislativo, Ejecutivo y Judicial-, apoya en la elaboración de la concepción institucional
y especializada del Estado, que si bien no agota la cantidad de funciones que cumple el
Estado, sí enmarca las principales funcionales estatales, como son; elaborar las leyes,
ejecutarlas, elaborar políticas públicas, velar por la garantía y reconocimiento de los
derechos de todos los ciudadanos, así como solucionar los conflictos de los ciudadanos
de forma definitiva impartiendo justicia, entre otras. División de poderes que representa
una función específica y fundamental en el desarrollo de las tareas encomendadas al
Estado, donde ninguna de las ramas del poder es jerárquicamente más importante que la
otra, por el contrario conviven en una relación armónica de check and balance o frenos
y contrapesos, según la cual ellas mismas se controlan mutuamente, evitando excesos de
poder en las otras ramas del poder.
Cuando se rompe esa armonía y control mutuo, porque existe un poder superior de una
de las ramas (v. gr. El Ejecutivo o Presidente) sobre las otras ramas del poder
(Congreso, Poder Judicial o Tribunal Constitucional), se van debilitando las
instituciones, generando subordinación a los intereses particulares del Gobierno o
autoridades de turno, generando corrupción, limitando la independencia y autonomía en
la toma de decisiones en sus respectivos ámbitos de función, lo cual implica que los
canales de comunicación y acción entre los funcionarios públicos y la ciudadanía se
vean truncados, afectando el normal funcionamiento del sistema de gobierno o modelo
de Estado, por ello, contar con instituciones sólidas, independientes, respetuosas de los
derechos humanos de los ciudadanos y del ordenamiento jurídico, es lo único que
garantiza el normal funcionamiento de un Estado Constitucional y Democrático.
A pesar de que muchos de los defensores del consenso de Washington ahora no dudan
en afirmar que habían comprendido la importancia de las instituciones, el marco legal y
el orden concreto de aplicación de las reformas, lo cierto es que, desde finales de los
ochenta hasta principio de los noventa, las cuestiones del eje Y referentes a la capacidad
del Estado y a la construcción del mismo brillaron por su ausencia en el debate político.
Hubo muy pocas advertencias por parte de quienes elaboraron esa política desde
Washington acerca de los peligros que suponía impulsar la liberalización sin las
instituciones adecuadas.”[9]
FERRAJOLI, Luigui. Derecho y Dolor: La crisis del paradigma constitucional, en “El Canon
Neoconstitucional”, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2010.
FUKUYAMA, Francis. La construcción del Estado: Hacia una nuevo orden mundial en el siglo
XXI. Ediciones B., Barcelona, 2004.
[1] Abogada de la Universidad del Rosario (Bogotá D.C., Colombia). Estudiante de la Maestría
en Derecho con mención en Política Jurisdiccional de la PUCP.
[3] FERRAJOLI, Luigui. Derecho y Dolor: La crisis del paradigma constitucional, en “El
Canon Neoconstitucional”, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2010, pp. 147 – 149.
[4] SEN, Amartya. Desarrollo y Libertad. Editorial Planeta S.A., Barcelona, 2000, pp. 19.
[5] O´DONNELL, Guillermo. Democracia, agencia y estado. Teoría con intención
comparativa. Prometeo Libros, Buenos Aires, 2010, pp. 28.
[6] SCHMITTER, Phillipe C. y KARL, Terry Lynn. Instituciones Políticas y Sociedad, ¿Qué es
y qué no es democracia?.IEP, Perú, 1995, pp. 184 y 185.
[9] FUKUYAMA, Francis. La construcción del Estado: Hacia una nuevo orden mundial en el
siglo XXI. Ediciones B., Barcelona, 2004, pp. 35 y 36.