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Aquel año, al final del verano, vivíamos en una casa de un pueblo que, más allá del río y
de la llanura, miraba a las montañas. En el lecho del río había piedrezuelas y guijarros, blancos
bajo el sol, y el agua era clara y fluía, rápida y azul, por la corriente. Las tropas pasaban por
delante de la casa y se alejaban por el camino, y el polvo que levantaban cubría las hojas de los
árboles. Los troncos también estaban polvorientos y, aquel año en que las hojas habían caído
tempranamente, veíamos cómo las tropas pasaban por el camino, el polvo que levantaban; la caída
de las hojas, arrancadas por el viento; los soldados que pasaban, y de nuevo, bajo las hojas, el
camino solitario y blanco. (1929:3)
Otro ejemplo de la guerra como hecho inevitable, tiene que ver con la
participación de los medios de comunicación, particularmente del periódico, que es el
medio que utiliza Frederick para conocer cómo avanza el combate. En este sentido,
podemos introducir una expresión que utiliza Crolla <el espectáculo de la guerra>. La
guerra ingresa a los hogares mediante el periódico, de una forma especular y atractiva.
Crolla hace referencia a la función del periódico en aquella época, con las siguientes
palabras: “la proliferación y difusión de los periódicos hizo posible que millones de
habitantes rurales tuvieran acceso a noticias diferentes (…) cuando empezaron a
publicar la lista de los caídos durante los combates”. Esto se advierte en los siguientes
pasajes:
Parecía más contento. Abrió los paquetes. Me quedé con el mosquitero en la mano. Levantó
la botella de vermut para que la viera y luego la dejó en el suelo, junto a la cama. Cogí un montón
de periódicos ingleses. Pude leer los titulares por la media luz de la ventana. Eran The News of
the World.
-Los otros son ilustrados –dijo. (1929:53)
Lo que ocurre con Frederick, es que una vez que se alejó de la guerra y se instaló
con Catherine, decidió evitarla de todas las maneras, aunque había un valor simbólico que
no podía eludir, y eran los afectos que había encontrado en su época de guerra. Tal como
expresa Baker, “la manera en que Hemingway reviste de determinados atributos morales
a dos amigos de Frederick, uno es el joven cirujano italiano, Rinaldi (…) y un sacerdote
italiano sin nombre”. (1968:34). Esto sucede en el capítulo XXXVIII, al comienzo de la
quinta y última parte de la novela, en un dialogo en Catherine y Frederick.
-Algunas veces pienso en el frente y en las personas que conozco, pero no me preocupa.
Además, pienso poco.
-¿En qué piensas?
-En Rinaldi, en el capellán y en montones de personas que conozco. Pero no pienso mucho
en ellos. No quiero pensar en la guerra. Está acabada para mí. (1929: 219)
Terminé el queso y bebí un sorbo de vino. Entre el ruido volví a distinguir la gran tos,
después el arranque, luego un destello, como cuando se abre repentinamente la puerta de un horno,
una llama, primero blanca, luego roja, seguido todo de una violenta corriente de aire. Intenté
respirar, pero había perdido el aliento, y me sentí arrancado del lugar y elevado por la corriente.
Sentí como mi ser huía rápidamente y tenía la sensación de que me estaba muriendo, pero al
mismo tiempo no podía creer que uno podía morirse sin darse perfecta cuenta; tuve la impresión
como de flotar, y, en vez de continuar volando, caí. Respiré, había vuelto en mí. El suelo estaba
hundido y frente a mí había una viga hecha astillas. Mi cabeza era un caos. (…) Me senté y
entonces tuve la impresión de que algo se movía dentro de mi cabeza y me golpeaba por detrás
de los ojos, como el contrapeso que tienen los ojos de las muñecas. Notaba mis piernas calientes
y húmedas, lo mismo que el interior de mis zapatos. Comprendí que estaba herido. Encontré un
vacío. La rodilla se había deslizado hacia la tibia. Me sequé la mano con la camisa. Una luz bajó
lentamente. Me miré la pierna y me asusté. (1929: 42-43)
Lo que ocurre luego con respecto a esta situación, es que Hemingway busca de
alguna manera distanciarse del personaje. Lo hace a partir de un diálogo entre Frederic y
Rinaldi, su compañero en el frente. En este pasaje, se observa cómo los dos hablan sobre
su condecoración por haber “actuado heroicamente” y, a partir del humor, Hemingway
propone el heroísmo para forzar el proceder del protagonista, como para poder darle un
valor, ya que este término, el “héroe de guerra”, es un claro símbolo de tal espectáculo.
La respuesta de Frederic “me hirieron mientras comía un pedazo de pan” es tan literal
que parece una broma, tal es así que Rinaldi se lo toma con gracia.
Respecto con el estilo literario de Hemingway, nos encontramos con la técnica del
iceberg. Carlos Baker dice que como escritor de cuentos Hemingway aprendió cómo sacar
el máximo provecho de lo menor, cómo podar el lenguaje y evitar movimiento residual,
cómo multiplicar la intensidad y la forma de decirle nada más que la verdad de una manera
que permite para contar más de la verdad. Baker explica también que en la obra de
Hemingway los hechos flotan sobre el agua, mientras que la estructura de soporte,
incluyendo el simbolismo, opera fuera de vista. Si bien, este estilo está fuertemente
relacionado con los cuentos, como ocurre en el caso de Colinas como elefantes blancos
(1927). En este ejemplo, el cuento breve se basa en un diálogo entre un hombre y una
mujer que son pareja y se juntan a beber unas cervezas. Durante la charla, se omite la
información principal de lo que están tratando. No se advierte de lo que se habla. Sin
embargo, podemos inferir, a partir de distintas marcas, que es algo que la mujer se va a
hacer, y que lidia con la decisión (opinión) de su pareja. Entonces, se asume que se trata
de un aborto:
-En realidad es una operación completamente sencilla, Jig –dijo el hombre-. En realidad
no es una operación.
La muchacha no dijo nada.
-Yo voy a ir con vos y me voy a quedar con vos todo el tiempo. Te hacen entrar un poco
de aire y todo va a ser perfectamente natural.
-Y después, ¿qué vamos a hacer?
(…)
-Y si me lo hago, ¿vas a ser feliz y las cosas van a ser como antes y me vas a querer?
-Te quiero ahora. Vos sabes que yo te quiero
-Ya sé. Sí, ya sé. Pero si me lo hago, entonces, ¿todo va a volver a ser hermoso?
En el caso de la novela Adiós a las armas, se puede considerar que este estilo
literario, funciona para distanciar al autor del personaje. Algunos pasajes puntuales del
texto, pueden tomarse como ciertas marcas al lector para reponer la información, y así
irá hilando los acontecimientos. Estas marcas aparecen precipitadamente en el texto y
pueden pasar desapercibidas. En el primer pasaje, se observa un detalle que emerge a la
superficie y que nos ubica en la etapa del bebé que Catherine lleva en su vientre. Lo que
indica que falta poco para que nazca el niño, un dato que nunca se había mencionado
anteriormente. El segundo pasaje, ubica al lector en tiempo y espacio, un dato que da a
entender que la guerra aún no había finalizado, lo cual es una reseña que podemos
comprobar con la propia historia de la primera guerra mundial, que finaliza en noviembre
de ese año.
Catherine encendió todas las luces y empezó a abrir sus maletas. Encargué un whisky con
soda, y tendido en la cama, hojeé los periódicos que había comprado en la estación. Estábamos
en marzo de 1918 y la ofensiva alemana había empezado en Francia. Bebí mi whisky y leía,
mientras Catherine deshacía sus maletas y se movía por la habitación. (1929: 225)
Baker dice también que durante años corrió el rumor de que Hemingway
reescribió las páginas del libro unas treinta y siete veces, y asegura que esa cifra es
1
Información extraída de la web. https://www.militar.ovh/Armamento/es/Teor%C3%ADa_del_iceberg
seguramente exagerada. Pero, que el autor norteamericano dedicó un gran esfuerzo en
ese final de la versión elegida de 1929, muy distinta a la penúltima edición que “nos
ahoga en palabras y humedad”. A su vez, propone que “el estoicismo de la última versión
fue sólo una máscara, adoptada y asumida para lucirla teatralmente, mientras que por
debajo de ella los sentimientos aun heridos de Hemingway sangraban” (1968:42).
Hay muchos detalles más, comenzando con mi primer encuentro con el encargado de
pompas fúnebres, y todo el asunto del entierro en un país extraño, y seguir con el resto de mi vida
–que ha seguido y parece que va a seguir probablemente por mucho tiempo-. (…) Podría contar
cómo se curó Rinaldi de la sífilis y vivió para descubrir que la técnica aprendida en la cirugía de
guerra no tiene mucha aplicación práctica de la paz. Podría contar cómo el cursa de nuestro rancho
llego a ser un sacerdote de la Italia fascista. Podría contar cómo Ettore se hizo fascista y qué parte
le tocó en esa organización. Podria contar como Piani llegó a ser chofer de taxi en Nueva York,
y en qué clase de cantante se convirtió Simmons. Han sucedido muchas cosas. Todo se desgasta
y el mundo sigue. No para nunca. Sólo se detiene para uno. Algo de él se sabe mientras uno está
todavía vivo. Lo demás sigue andando y uno sigue andando con él (…) Podría contarle lo que he
hecho desde marzo de 1918, cuando caminé esa noche bajo la lluvia de vuelta al hotel donde
Catherine y yo habíamos vivido, y subí las escaleras a nuestro cuarto y me desvestí y por fin
dormí, porque estaba tan cansado… para despertarme a la mañana con el sol que brillaba en la
ventana; para darme cuenta entonces de repente de lo que había sucedido. Podría contar lo que ha
cedido desde entonces, pero ése es el final de la historia.
Sontag, S. (2003) Ante el dolor de los demás. Santillana Ediciones generales, S.L.,
España. [trad. Aurelio Major]