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EL APEGO EN LOS NIÑOS

EL APEGO EN LOS NIÑOS

configurando aspectos de nuestras


Introducción
necesidades básicas como seres

L
humanos. El niño nace
a especie humana
programado para sobrevivir en
tiene una larga
determinadas condiciones pero
historia. Ello nos ha
también bajo la necesidad de que
hecho evolucionar de
sus necesidades básicas sean
una determinada manera,

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cubiertas. Estas pueden resumirse

en: El Apego (o vínculo afectivo) es

1-Necesidades fisiológicas una relación especial que el niño

(alimentación, higiene, sueño, establece con un número reducido

etc...). de personas. Es un lazo afectivo

2-Necesidad de protección ante que se forma entre él mismo y

posibles peligros (reales o cada una de estas personas, un

imaginarios). lazo que le impulsa a buscar la

3-Necesidad de explorar su proximidad y el contacto con ellas

entorno. a lo largo del tiempo. Es, sin

4-Necesidad de jugar. duda, un mecanismo innato por el

5-Necesidad de establecer que el niño busca seguridad. Las

vínculos afectivos. conductas de apego se hacen más

relevantes en aquellas situaciones

Los vínculos afectivos son una que el niño percibe como más

necesidad que forma parte del amenazantes (enfermedades,

proyecto de desarrollo de un niño caídas, separaciones, peleas con

recién nacido. Si esta necesidad otros niños....). El llorar es uno de

no es satisfecha, el niño, los principales mecanismos por el

adolescente, joven o adulto sufrirá que se produce la llamada o

de "aislamiento o carencia reclamo de la figura de apego.

emocional". Más adelante, cuando el niño

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adquiere nuevas capacidades sentimientos de seguridad

verbales y motoras, no necesita asociados a su proximidad o

recurrir con tanta frecuencia al contacto y su perdida, real o

lloro. Una adecuada relación con imaginaria genera angustia.

las figuras de apego conlleva

Los vínculos de apego no sólo van establecerse con los padres o familiares

directos sino que pueden producirse con otras personas próximas al niño

(educadores, maestros, etc...).

2- Figura principal de apego: la madre

Si bien tradicionalmente la figura con la que se establece el vínculo de

apego más fuerte ha sido con la madre, hoy en día asistimos a una

acentuación de la implicación del padre en los cuidados de la primera

infancia. Motivos de horarios laborales, número de hijos, recursos

económicos, etc, determinan la necesidad de una corresponsabilidad por

parte ambos progenitores en las labores de atención al bebé. Aún

aceptando esta realidad, no hay que perder de vista que desde un punto

de vista biológico y evolutivo, es la madre la que está en disposición de

efectuar una relación especialmente fuerte con el hijo. La importancia del

buen establecimiento del vínculo de apego, ya en las primeras etapas, va

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tener unas consecuencias concretas en el desarrollo evolutivo del niño.

Podemos afirmar con rotundidad que dedicar tiempo al bebé, en una

interacción de cuidado y atención, por parte de las figuras de apego, es la

mejor inversión para garantizar la estabilidad emocional del niño en su

desarrollo.

El vinculo de apego no debe entenderse como una relación demasiado

proteccionista por parte de la madre hacia el bebé, sino como la

construcción de una relación afectiva en la que la atención y los cuidados

de la madre en las primeras etapas (el niño se siente atendido en sus

necesidades), va a propiciar la paulatina adquisición, desde una plataforma

emocional adecuada, de los diferentes aprendizajes y, por tanto, de los

primeras conductas autónomas.

Si bien el niño quizás tardará unos meses en desarrollar el apego hacia la

figura principal, el vínculo emocional de la madre hacia el bebé se

desarrolla rápidamente teniendo lugar en los momentos posteriores al

parto.

El apego puede formarse con una o varias personas, pero siempre con un

grupo reducido. La existencia de varias figuras de apego es, en general, la

mejor profilaxis de un adecuado desarrollo afectivo dado que el ambiente

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de adaptación del niño es el clan familiar y no exclusivamente la relación

dual madre-hijo.

3- Guarderías

Como se verá más adelante, el momento en que el niño experimenta un

vínculo de apego más fuerte es alrededor de los 2 años de edad,

produciéndose un alto nivel de protestas ante la separación de la figura de

apego y la aparición de personas nuevas o extrañas.

Esta etapa suele coincidir con la incorporación de muchos niños a las

guarderías y algunos de ellos pueden vivir este cambio del entorno vital

con cierta angustia. Los primeros días pueden significar un verdadero

suplicio por parte del niño y también de la madre. La guardería supone la

primera salida del niño de su entorno más próximo. Supone también el

momento de empezar a asimilar los diferentes aprendizajes y, lo que es

más importante, el inicio de la relación con sus iguales (sus compañeros).

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El niño pasa de ser el protagonista a ser uno más dentro de un colectivo y

esto puede crearle cierto desasosiego.

La incorporación de un niño con dos años o menos, no debería efectuarse

de forma repentina y con tiempos prolongados, probablemente bajo las

presiones laborales, necesidades horarias u de otro tipo por parte de los

padres.

Lo ideal es que los primeros contactos se produzcan en compañía de la

madre u otras figuras de apego secundarios (abuelos, tíos...) por tiempos

breves para posteriormente irlo dejando sólo en intervalos más

espaciados. Hay que tener en cuenta que a edades de 1o 2 años, el niño

no dispone de estructuras cognitivas suficientemente maduras como para

interpretar que, la separación de su madre en un entorno nuevo, es un

hecho temporal. La marcha de la madre es vivida, en un primer momento,

como una pérdida real e irreparable (no entiende que más tarde vendrá a

recogerle) y los mecanismos innatos de supervivencia se ponen en marcha

(llanto, pataletas...). La angustia o ansiedad de separación puede

dispararse en algunos casos. No se trata tampoco de dramatizar la

situación pero sí de minimizar sus posibles consecuencias negativas.

Al respecto, es de elogiar las empresas que han creado en su seno

guarderías para los hijos de sus trabajadores, proporcionándoles un

entorno más cercano y fomentando una interacción más frecuente.

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Es fundamental, en la educación del niño, proporcionarle una cierta

seguridad afectiva (que no de sobre-protección) para que pueda construir

su personalidad sobre una plataforma más sólida. Si el niño percibe, desde

edades muy tempranas, que sus padres están a su lado (no para

concederle todos los caprichos, sino para ayudarle en el sentido más

amplio) crecerá con mayor seguridad y autonomía.

Sabemos que vínculos de apego no establecidos debidamente a su tiempo

pueden repercutir en la posterior relación social y con los padres. La

confianza, la seguridad en uno mismo, el respeto al otro, empiezan a

construirse antes de lo que creemos.

Hoy en día, por desgracia, es habitual encontrar en la conducta

problemática de muchos adolescentes, vínculos de apego no establecidos

desde las primeras etapas. No se puede construir la relación de los hijos

sólo a base de proporcionarles necesidades materiales. El escucharles, el

intentar conectar con lo que les preocupa en el día a día , el establecer

espacios de tiempo y de calidad de juego con ellos, son vitales para

construir una sólida relación padres-hijos.

"El éxito con nuestros hijos en un futuro no se medirá por lo que les

hemos dado materialmente, sino por la intensidad y calidad de las

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relaciones afectivas que hemos sido capaces de construir con ellos desde

la infancia".

4- Curso del apego

Fase 1 (desde el nacimiento a los 2 meses)

En inicio, los bebés no centran su atención exclusivamente en sus madres

y suelen responder positivamente delante cualquier persona. Sin embargo,

los neonatos, ya vienen al mundo con un cierto número de respuestas

innatas diseñadas para atraer a la madre cerca (llanto) y mantenerla

próxima (mostrándose sonriente o tranquilo). Y aunque, en esta etapa, no

esté todavía maduro el vínculo de apego con la madre o cuidador, sí se ha

comprobado que los recién nacidos prefieren mirar a sus madres que a un

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desconocido.

Fase 2 (desde los 2 a los 7 meses)

Durante esta segunda etapa los bebés van consolidando los vínculos

afectivos con la madre, padre o cuidador y dirigen hacia ellos sus

respuestas sociales. Aunque todavía aceptan extraños, les otorgan menor

atención.

A lo largo de este período el bebé y su cuidador desarrollan pautas de

interacción que les permiten comunicarse y establecer una relación

especial entre ellos.

Fase 3 (desde los 7 a los 24 meses)

El Apego se hace más evidente siendo muy fuerte alrededor de los 2 años.

Ahora las conductas de apego van a configurarse alrededor del desarrollo

evolutivo en 2 áreas concretas: la emocional y la del desarrollo físico. Con

el mayor nivel de capacidades cognitivas asumidas en esta etapa, los

bebés empiezan a distinguir lo extraño de lo habitual y ahora suelen

reaccionar negativamente ante situaciones o personas desconocidas.

Apartarse de la figura de apego supone producir protestas por la

separación que implican llantos y la búsqueda de la madre. Por su parte el

desarrollo físico (el niño empieza primero a gatear para luego pasar a la

posición erguida y a dar sus primeros pasos), supone adquirir un control

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respecto al lugar donde se encuentra. Ahora, si desea no separarse de su

madre, podrá dirigirse hacia ella en lugar de reclamar su presencia

mediante el llanto. El niño gana independencia gracias a sus nuevas

capacidades de locomoción, verbales e intelectuales. Este proceso es

siempre conflictivo porque exige readaptaciones continuas con ganancias y

pérdidas de ciertos privilegios. Por ello suele ir acompañado de deseos

ambivalentes de avanzar y retroceder.

5- Determinantes del apego

S
e cree que las madres que son más sensibles ante las

necesidades de los bebés y que ajustan su conducta a los de

estos, tienen mayores probabilidades de establecer una relación

de apego segura. Estas madres reaccionan rápidamente a las señales que

emiten sus hijos como el reclamo de comida, identificando cuando están

satisfechos y respetando sus ritmos de vigilia-sueño. Ante el reclamo

mediante el llanto son más eficaces en acunar o confortar en sus brazos al

bebé. Son madres cariñosas, alegres y tiernas siendo así percibido por el

niño. Evidentemente no sólo cómo se comporta la madre resulta vital para

el vínculo. La forma en que reacciona el niño, su temperamento, es

también importante en el tipo de relación que se va a establecer. No hay

dos bebés iguales. En el caso de que estos sean de temperamento difícil o

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irritable puede favorecer en la madre o cuidador una respuesta menos

adecuada y, por tanto, aumentar las probabilidades de un apego menos

seguro.

Con frecuencia se ha planteado desde la psicología por qué algunas

madres responden de forma más sensible a sus bebés. Una respuesta

bastante válida hace referencia a los recuerdos de las madres de sus

propias experiencias infantiles. Una investigación efectuada al respecto

(Main y Goldwyn, 1.998) clasificaba a las madres en 3 grandes grupos. El

grupo primero lo formaban las madres denominadas autónomas. Estas

madres se caracterizaban por presentar una imagen objetiva y equilibrada

de su infancia, siendo conscientes de las experiencias positivas y de las

negativas. El segundo grupo se denominó madres preocupadas. Se

caracterizaban por su tendencia a explicar de forma extensa sus primeras

experiencias vitales con un tono muy emocional y, en ocasiones, confuso.

Finalmente el grupo tercero lo formaban madres a las que se llamó

indecisas. Estas últimas constituían un grupo que había experimentado

algún trauma con la relación de apego y que aún no han resuelto. Es el

caso de los niños maltratados o que han perdido alguno de los padres.

La hipótesis que subyace en este estudio es que los recuerdos y

sentimientos de las madres sobre su propia seguridad de apego se

expresará en sus atenciones hacia su hijo y así influirá en su relación.

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Diversos estudios han verificado que estas clasificaciones son bastante

predictoras de las pautas de apego que formarán con sus hijos.

6- Efecto del apego en otras coductas

En líneas generales podemos afirmar que los bebés que presentan un

apego seguro exhiben una diversidad de otros caracteres positivos que no

se encuentran en el caso de bebés cuyas relaciones de apego son de

menor calidad. Una de ellas es la competencia cognitiva del niño. Muchos

experimentos ponen de relieve la mayor capacidad de solución de

problemas en niños con apego seguro. Igualmente serían más

competentes socialmente, más cooperadores y obedientes.

Esto no significa, sin embargo, que los bebés con apego inseguro estén

predestinados a tener problemas. En algunos casos, la experiencia en la

guardería, puede ser beneficiosa y poner de relieve que,

independientemente del nivel de apego, otras circunstancias del entorno

pueden ser también relevantes en las competencias posteriores del niño.

Aún y así, defendemos la importancia de establecer vínculos de apego

satisfactorios, desde los primeros meses de vida, como situación idónea

para minimizar muchos problemas posteriores.

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Igualmente insistimos en el hecho de no confundir "apego seguro" con

"sobreprotección". Lo primero supone una atención física y afectiva

apropiada, estando vigilantes a sus necesidades pero, al mismo tiempo,

incentivando su autonomía. Lo segundo supone establecer unas pautas

excesivamente proteccionistas (no dejarle jugar con otros niños, evitarle

las excursiones por miedo a que sufra algún daño, es decir, trasladar

nuestro propios miedos al niño lo que le hará más inseguro). También

aconsejamos evitar las actitudes muy tolerantes (acceder a todos sus

caprichos, no marcarle hábitos en la comida u otras actividades, etc.).

7- El apego en etapas posteriores

Los vínculos de apego van a seguir su curso durante todo el ciclo evolutivo

con las transformaciones y adecuaciones que cada edad requiere. A lo

largo de todo el período escolar se suelen mantener como figuras de apego

los padres (la madre, casi siempre en primer lugar y con carácter

secundario los hermanos y otros familiares). Paulatinamente el niño va

tolerando mejor las separaciones cada vez más largas, el contacto físico no

es tan estrecho y las conductas exploratorias no precisan de la presencia

física de las figuras de apego. Sin embargo, en momentos de aflicción,

pueden activarse en gran manera las conductas de apego con reacciones

similares a la de los primeros años.

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Durante la adolescencia las figuras de apego suelen ser, por este orden, la

madre (que sigue en primer lugar), padre, hermano, hermana, amigo y

pareja sexual. La madre sigue siendo la figura central de apego. A

diferencia de épocas anteriores, ahora puede ocurrir que se incorpore

como figura de apego, alguna persona ajena a la familia (amigos).

Progresivamente los adolescentes se van distanciando más de las figuras

de apego y aparece un cierto rechazo como forma de buscar su propia

identidad. El deseo ya no es estar con las figuras de apego sino que éstas

estén disponibles para casos de necesidad. Es un proceso natural por el

que no hay que temer si se han hecho bien las cosas. El adolescente ha

iniciado ya el camino de las relaciones sociales y los vínculos de amistad

que marcan el inicio del camino hacia el encuentro de la etapa adulta.

Si la relación de apego se estableció de forma adecuada en los períodos

críticos, el lazo afectivo que vincula a padres e hijos trascenderá a la época

adolescente y es probable que se prolongue toda la vida.

La propiedad más importante del ser

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humano, es su capacidad de formar y mantener relaciones. Estas son

absolutamente necesarias para que cualquiera de nosotros pueda

sobrevivir, aprender, trabajar, amar y procrearse.

Las relaciones humanas toman muchas formas, pero las más intensas, las

que producen mayor placer y a veces mayor dolor, son aquellas con la

familia, amigos y personas amadas. Dentro de este círculo interno de

relaciones íntimas, quedamos vinculados o adheridos unos a otros con un

“adhesivo emocional”, vinculados o adheridos con amor.

La habilidad individual para formar y mantener relaciones haciendo uso de

este “adhesivo emocional” es diferente en cada uno de nosotros. Algunos

parecen ser “naturalmente” capaces de amar y establecer relaciones

íntimas, otros no tiene tanta suerte, carecen de capacidad afectiva y les

cuesta hacer amigos, además de establecer una relación distante con la

familia.

Tanto la capacidad como el deseo de formar relaciones emocionales están

asociados a la organización y funcionamiento de partes específicas del

cerebro humano, así como al equilibrio de los neurotransmisores

(sustancias químicas que permiten la transmisión del impulso nervioso y

sus conexiones). Así como el cerebro nos permite ver, oler, gustar, pensar

y movernos, también es el órgano que nos permite amar o no amar. Estos

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sistemas cerebrales que nos permiten formar y mantener relaciones, se

desarrollan durante la infancia. Las experiencias durante estos primeros y

vulnerables años del desarrollo evolutivo de un individuo, influyen

significativamente en el moldeado de la capacidad para formar relaciones

íntimas y emocionalmente saludables. La empatía, el afecto, el deseo de

compartir, el inhibirse de agredir, la capacidad de amar y ser amado y un

sinnúmero de características de una persona asertiva, operativa y feliz,

están asociadas a las capacidades medulares de apego formadas en la

infancia y niñez temprana.

Definición de apego

En el campo del desarrollo infantil, el apego se refiere a un vínculo

específico y especial que se forma entre madre-infante o cuidador

primario-infante. El vínculo de apego tiene varios elementos claves:

1. Es una relación emocional perdurable con una persona en específico.

2. Dicha relación produce seguridad, sosiego, consuelo, agrado y

placer.

3. La pérdida o la amenaza de pérdida de la persona, evoca una

intensa ansiedad. Los investigadores de la conducta infantil

entienden como apego la relación madre-infante, describiendo que

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esta relación ofrece el andamiaje funcional para todas las relaciones

subsecuentes que el niño desarrollará en su vida.

Una relación sólida y saludable con la madre o cuidador primario, se asocia

con una alta probabilidad de crear relaciones saludables con otros,

mientras que un pobre apego parece estar asociado con problemas

emocionales y conductuales a lo largo de la vida.

Teorías del apego

La preocupación por la relación temprana del niño con su madre fue uno

de los temas centrales de muchos investigadores. Los primeros trabajos

en esta línea fueron realizados por René Spitz, (1935) psicoanalista, quien

comenzó sus trabajos observando el desarrollo de niños abandonados por

sus madres que llegaban a centros de huérfanos. Estas observaciones le

permitieron concluir que la madre sería la representante del medio externo

y a través de ella el niño podía comenzar a constituir la objetividad de

éste.

En 1958, Bowlby plantea una hipótesis que difiere por completo de la

anterior. Postula que el vínculo que une al niño con su madre es producto

de una serie de sistemas de conducta, cuya consecuencia previsible es

aproximarse a la madre. Mas tarde, en 1968, Bowlby define la conducta de

apego como cualquier forma de comportamiento que hace que una


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persona alcance o conserve proximidad con respecto a otro individuo

diferenciado y preferido. Como resultado de la interacción del bebé con el

ambiente y, en especial con la principal figura de ese ambiente, es decir la

madre, se crean determinados sistemas de conducta, que son activados en

la conducta de apego. Generalmente el apego tiene lugar en los primeros

8 a 36 meses de edad. En resumen sostiene que el sistema de apego está

compuesto de tendencias conductuales y emocionales diseñadas para

mantener a los niños en cercanía física de su madre o cuidadores.

Formas de apego

Las formas de apego se desarrollan en forma temprana y poseen alta

probabilidad de mantenerse durante toda la vida. En base a como los

individuos responden en relación a su figura de apego cuando están

ansiosos, Ainsworth, Blewar, Waters y Wall, definieron los tres patrones

más importantes de apego y las condiciones familiares que los promueven,

existiendo el estilo seguro, el ansioso-ambivalente y el evasivo.

Los niños con estilos de apego seguro, son capaces de usar a sus

cuidadores como una base de seguridad cuando están angustiados.

Ellos tienen cuidadores que son sensibles a sus necesidades, por

eso, tienen confianza que sus figuras de apego estarán disponibles,

que responderán y les ayudarán en la adversidad. En el dominio

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interpersonal, las personas con apego seguro tienden a ser más

cálidas, estables y con relaciones íntimas satisfactorias, y en el

dominio intrapersonal, tienden a ser más positivas, integradas y con

perspectivas coherentes de sí mismo.

Los niños con estilos de apego evasivo, exhiben un aparente

desinterés y desapego a la presencia de sus cuidadores durante

períodos de angustia. Estos niños tienen poca confianza en que

serán ayudados, poseen inseguridad hacia los demás, miedo a la

intimidad y prefieren mantenerse distanciados de los otros.

Los niños con estilos de apego ansioso-ambivalente, responden

a la separación con angustia intensa y mezclan comportamientos de

apego con expresiones de protesta, enojo y resistencia. Debido a la

inconsistencia en las habilidades emocionales de sus cuidadores,

estos niños no tienen expectativas de confianza respecto al acceso y

respuesta de sus cuidadores.

Las experiencias que forman vínculo

El acto de coger el bebé al hombro, mecerlo, cantarle, alimentarlo, mirarlo

detenidamente, besarlo y otras conductas nutrientes asociadas al cuidado

de infantes y niños pequeños, son experiencias de vinculación. Algunos

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factores cruciales de estas experiencias de vinculación incluyen la calidad y

la cantidad.

Los científicos consideran que el factor más importante en la creación del

apego, es el contacto físico positivo (ej: abrazar, besar, mecer, etc.), ya

que estas actividades causan respuestas neuroquímicas específicas en el

cerebro que llevan a la organización normal de los sistemas cerebrales

responsables del apego.

Durante los primeros tres años de vida, el cerebro desarrolla un 90% de

su tamaño adulto y coloca en su lugar la mayor parte de los sistemas y

estructuras que serán responsables de todo el funcionamiento emocional,

conductual, social y fisiológico para el resto de la vida. De allí que las

experiencias de vinculación conducen a un apego y capacidades de apego

saludables cuando ocurren en los primeros años.

La relación más importante en la vida de un niño es el apego a su madre o

cuidador primario, esto es así, ya que esta primera relación determina el

“molde” biológico y emocional para todas sus relaciones futuras. Un apego

saludable a la madre, construido de experiencias de vínculo repetitivas

durante la infancia, provee una base sólida para futuras relaciones

saludables.

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En la actualidad está tomando importancia la relación o vínculo de apego

del niño con el padre, figura ésta de gran importancia para el normal

desarrollo evolutivo de todo ser.

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