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Kenneth Thompson

,,,

PANICOS MORALES

Traducción: Daniela Gutiérrez

Uniwrsidad

(f)
Nadonal
d<� lJuilm<�s
Editorial

Bernal, 2014
Colección Comunicación y cultura
Dirigida por Alejandro Kaufman

Thompso n, Kenneth
Pá nicos morales. - la ed. - B er na) : Univ ersidad Nacio nal de
Quilm es , 2014 .
200p .; 20x15cm .

Traducido por : Da ni ela Gu tiérre z


ISB N 978-987-558-316-0

l. Es tudios Cul tural es . 2 . Comu nicaci ón. l. Gu tiérre z,


Da ni ela , trad. II. Título
C DD306

Título original: Moral panics


Primera edición, 1998, por Routledge

Todos los derechos reservados

Traducción autorizada de la edición en inglés publicada


por Routledge, miembro de Taylor & Francis Group

©Universidad Nacional de Quilmes, 2014

Universidad Nacional de Quilmes


Roque Sáenz Peña 352
(B 1876BXD) Bernal, Provincia de Buenos Aires
República Argentina

editorial.unq.edu.ar
editorial@unq.edu.ar

ISBN 978-987-558-316-0
Queda hecho el depósito que marca la Ley N" 11.723
Impreso en Ar9entina
,

INDICE

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1. ¿Por qué el pánico? Actualidad del concepto de pánicos morales . . . . . 1 5 .

Historia y significado del concepto . .


. . . . . . . . . . . . . . . . . 22
. . . . . . . . . . . . . . .

Sociedad del riesgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40


Discursos y prácticas discursivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Medios masivos y esfera pública . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46

2 . El pánico moral clásico: mods y rockers . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53


El papel de los medios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
Agentes de control social y emprendedores morales . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Contexto social. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Resumen del enfoque de Stanley Cohen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66

3. Pánicos morales acerca de la juventud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 7


Cultura d e l a nocturnidad y raves . 75
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

4. Pánico moral acerca del mu99in9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

5. Pánicos morales sobre sexo y sida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101


Sida 102
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

7
6. Familia, infancia y violencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
. .

Riesgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
Niños e n riesgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
Pánico por videos ofensivos (nasties) • . • • . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137

7. Violencia femenina y pandillas de mujeres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

8. Pánicos morales acerca del sexo en las pantallas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

Referencias bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191


PREFACIO

El presente texto tiene como tema central una de las ideas clave de
la sociología -pánicos morales-, 1 pero el título del libro también po­
dría haber sido extendido a Pánicos morales y medios de comunicación
para indicar la intención de reunir temas y textos que suelen su­
perponerse a pesar de que las conexiones entre ellos no han sido
aún indagadas en profundidad por los sociólogos. Estos reservan la
idea de pánicos morales para el estudio de conductas colectivas o
de lo que consideran desviación social. Por otra parte, para aquellos
sociólogos que estudian los medios de comunicación, los pánicos
morales en tanto objeto de estudio han sido considerados no tan­
to como motivo central para el campo disciplinario sino más bien
como un fenómeno excepcional. Además, el componente "moral"
de los pánicos morales suele ser omitido por quienes han adoptado
el término, sin preocuparse por las condiciones en que se lo inclu­
ye en una concepción más abarcadora de la sociología de la moral
(que incluye objetos de estudio tales como las creencias y las ideo-

1 Hemos adoptado la decisión de atenernos en la presente traducción al número gra­

matical de la expresión "pánico moral"/"pánicos morales" según el original inglés en


la inteligencia de que la noción, tal como se la ha expuesto aquí, remite a lo que tiene
de acontecimiento, evento, caso, antes que a cualquier entendimiento normativo o abs­
tracto respecto de cómo definir lo que con ello se pretende abordar en tanto análisis
sociocultural de sucesos de violencia social simbólica vinculada a los medios de comu­
nicación. [N. de la T.]

9
Kenneth Thompson

logías) (véanse Thompson, K., 1986 y Thompson, W., l 990a) o por


saber qué relación tiene con las diversas formas de regulación moral
(Thompson, K., 1 997). A veces se produce una confusión entre los
pánicos relacionados con los alimentos (por ejemplo: el virus BSE2 y
el temor a la carne infectada) o la salud, y los pánicos directamente
vinculados a cuestiones morales.
De hecho, el estatus teórico del concepto de pánicos morales ha
sido curiosamente subestimado; suele darse por obvio su significa­
do, y es utilizado no solo por los sociólogos sino también por los me­
dios de comunicación. Se lo puede considerar un buen ejemplo de los
problemas explicativos que enfrentan las ciencias sociales dado que
atañe a un mundo "preinterpretado" de múltiples capas de sentido,
aquello que Antony Giddens denominó "doble hermenéutica":

Hay una conexión de doble vía entre el lenguaje de las ciencias socia­
les y el lenguaje ordinario. El primero no puede ignorar las categorías
utilizadas por los legos en la organización práctica de la vida social;
pero por otra parte, los conceptos de las ciencias sociales podrían
también ser apropiados y usados por los legos como elementos que
inciden en su conducta. En lugar de tratar el uso lego como algo que
debería evitarse o reducirse a su mínima expresión, en tanto perjudi­
cial para la perspectiva del "pronóstico", deberíamos pensarlo como
propio de la relación sujeto-sujeto que suponen las ciencias sociales
(Giddens, 1977, p. 1 2).

En otras palabras, en el contexto del estudio sobre los pánicos mora­


les en relación con los medios de comunicación, conviene estar dis­
puestos a reconocer que ellos mismos utilizan este y otros conceptos
provenientes de las ciencias sociales para dar cuenta de su propia

2 El virus BSE (Bovine Spon9iform Encephalopathy) fue la causa de la epidemia "de la vaca

loca" que afectó a Gran Bretaña a partir de 1987, cuando se triplicó el número de casos
de encefalopatía bovina. [N. de la T.]

10
Prefacio

perspectiva sobre estos fenómenos. Así, el análisis no puede ser sim­


plemente cuestión de que el sociólogo, observador desapegado, do­
tado de un conocimiento superior, formule juicios sobre los "actores"
implicados en los eventos, o les ofrezca sus explicaciones de lo suce­
dido. Esas personas, los "sujetos" investigados, deben ser considera­
das como intérpretes experimentados y competentes de los eventos
y las discusiones que los implican. La tarea del sociólogo consiste en
el intento de comprender los sucesos y dar cuenta de ellos -los dife­
rentes sentidos y explicaciones que se les atribuyen- así como otros
"hechos" o información objetiva sobre los acontecimientos. La razón
para mencionar estas preocupaciones teóricas y metodológicas desde
el inicio es que ya la expresión "pánicos morales" por sí misma pare­
cería imponer un juicio negativo, suponiéndose la ingenuidad de par­
te de algunas de las personas implicadas y la manipulación por parte de
otras. Incluso la misma palabra "pánico" podría considerarse como
una opción desafortunada, dado que posee la connotación negativa
que corresponde a toda conducta irracional y que, por lo tanto, debe­
ría evitarse. Se toman los recaudos necesarios para evitar precipitarse
en conclusiones acerca de la motivación (por ejemplo: manipulación)
o los estados mentales (por ejemplo: supuesta "irracionalidad") de los
implicados. El concepto de pánico moral puede resultar útil para ilu­
minar un tipo de comportamiento y series de sucesos cada vez más
comunes en las sociedades modernas saturadas (o quizás, enriqueci­
das) por lo mediático.
En el primer capítulo se discute el significado del concepto y su
evolución. Esto supone mostrar sus relaciones con otros conceptos y
teorías; luego se analizarán algunas características típicas de los fe­
nómenos considerados como pánico moral y los procesos a través de
los cuales este se desarrolla, focalizando en los medios de comuni­
cación. Los capítulos siguientes ponen en cuestión algunos estudios
clásicos sobre pánicos morales y los analizan en relación con campos
sociales específicos tales como juventud, infancia y familia, y el sexo
en la televisión.

11
Kenneth Thompson

Este libro tiene un triple objetivo: primero, presentar y comparar


los diversos marcos teóricos con los cuales se ha estudiado la noción
de pánicos morales. En segundo lugar, desarrollar un encuadre teóri­
co original que integre el estudio de los pánicos morales con concep­
tos y teorías acuñados en campos disciplinares afines como "riesgo"
y "discurso", y los estudios sobre cultura e ideología. Así también las
reacciones frente a los cambios en los modos de regular la moral. Fi­
nalmente, en tercer lugar, considerar la amplia significación del cre­
ciente número de casos de pánicos morales en los últimos años, en
especial en relación con los medios de comunicación.
Como veremos, el campo de los estudios sobre los pánicos mo­
rales fue inicialmente formulado por el sociólogo británico Stanley
Cohen, quien lo desarrolla, en parte, a partir de conceptos acuñados
por la academia norteamericana tales como "etiquetamiento", "inte­
raccionismo" y la teoría de lo desviado; pero lo hizo en un momento
en que la sociología inglesa daba lugar a teorías más radicales y mar­
xistas. Posteriormente, cuando el tema se reintegra a la sociología
norteamericana, surge la tendencia a perder el carácter de innova­
ción teórica de vanguardia que tuviera en principio, ya que los soció­
logos norteamericanos tendieron a rechazar su radical preocupación
inicial por dar cuenta del proceso de control social y conflicto ideo­
lógico implicado en los pánicos morales. En la sociología británica
reciente, por el contrario, ha habido una tendencia a prescindir del
concepto, basándose en que se trata de someter las "representacio­
nes" al juicio de "lo real" en lugar de concentrarse propiamente en
los sistemas de representación en tanto operaciones en sí mismas. El
libro recorre la evolución de los conceptos utilizados en los estudios
sobre pánicos morales y también intenta reintroducir al menos algo
de la amplia relevancia que este campo tuvo inicialmente, y lo hace
considerando los pánicos morales no solo como episodios aislados
sino en relación con los sistemas de representación y de regulación
social, y como síntomas posibles de tensiones sociales y culturales
más amplias.

12
Prefacio

Agradezco a todos los amigos y colegas con quienes he discutido


algunos de estos asuntos y han estimulado mi pensamiento. En par­
ticular, me gustaría dar las gracias a Stuart Hall y a mis compañeros
investigadores con quienes trabajé en nuestro proyecto ESRC, "Re­
gulación moral y televisión'', a Anita Sharma y Robert Bocock. Tam­
bién quisiera rendir un tributo a las habilidades de investigadora de
mi hija, Ciare, quien colaboró de manera invalorable conmigo.

13
1.¿POR QUÉ EL PÁNICO?
ACTUALIDAD DEL CONCEPTO
DE PÁNICOS MORALES

Se sabe que este es el tiempo del pánico moral. Los titulares de los
periódicos nos alertan continuamente acerca de nuevos peligros,
producto de la laxitud moral, y en general, los programas de tele­
visión amplifican el asunto con documentales sensacionalistas. Por
otra parte, los pánicos morales no son nada nuevos, existen desde
hace más de un siglo: los pánicos acerca del crimen, y las activida­
des "juveniles" en particular, han sido presentados a menudo como
potencialmente inmorales y como una amenaza para el modo hege­
mónico de vida. Al principio el jazz y, luego, el rock and roll fueron
acusados de llevar a la juventud hacia la promiscuidad y la conducta
antisocial. En la década de 1 950 surgió el pánico sobre los efectos
que produciría en la moral juvenil el hecho de que los jóvenes pa­
saran mucho tiempo en bares y cafés. En los sesenta se creía que la
"permisividad sexual" producía un impacto subversivo en los valo­
res tradicionales de la familia y las feministas fueron acusadas de
bra-burners1 y de socavar la vida familiar. En los años setenta, el foco
del pánico sobre la ley y el orden se centró en la imagen del joven
arrebatador negro.

1 La expresión bra-burners, que literalmente significa "quemadoras de corpiños", fue

una metáfora del movimiento feminista radical surgido a partir de 1960,y desde enton­
ces la cultura popular unió ambos términos en el significante de la liberación femenina
contra la tradición patriarcal. [N. de la T.]

15
Kenneth Thompson

De todos modos, sería un error considerar la preocupación actual


por los pánicos morales como la sencilla continuación de un patrón que
se repite en todos los aspectos. Existen dos razones para sostener que ha
habido un cambio significativo. La primera es la rapidez con que estos
se suceden: apenas un modo del pánico comienza a declinar, otro ocupa
su lugar. Casi cualquier cosa puede desencadenarlo, desde algo tan se­
rio como el asesinato de un niño en manos de otros niños (el crimen de
James Bulger en 1993) hasta un incidente de hostigamiento escolar; en
un determinado momento, el temor a ser borrado del mapa a causa de la
epidemia de sida fue realmente un pánico moral y después el escándalo
se debió al descubrimiento de pornografía en internet. Pero la diferencia
en este tiempo no es solo la rapidez, sino también la cualidad de penetra­
ción total de los pánicos. Antes los pánicos se focalizaban en un grupo
-los adolescentes que frecuentaban bares, los adictos a las drogas, los
jóvenes arrebatadores negros-. En la actualidad, parecería que los pá­
nicos atrapan en sus garras a mucha más gente. Por ejemplo, los pánicos
sobre el abuso sexual infantil parecen poner en cuestión la mismísima
institución familiar y en particular el contacto físico entre padres e hi­
jos, reflejando quizás una inquietud generalizada sobre la masculinidad
y el papel del padre. Así como un incidente con niños dejados "solos en
la casa"2 cuestiona el instinto materno y la independencia de la mujer.
Los pánicos morales no solo existen en Gran Bretaña, sino que a
medida que pasa el tiempo parecería ser un tema frecuente en toda la
sociedad moderna. Pero no son solo los sociólogos quienes han empe­
zado a señalar hasta qué punto Gran Bretaña resulta particularmente
propensa a tales estallidos. Resulta sintomático que el periódico más
antiguo de Inglaterra, The Observer, fundado en 1 79 1 , dedicara varias
páginas al asunto luego de que la Reina pronunciara su discurso de in­
auguración anual de la actividad parlamentaria en octubre de 1996,
justo antes de las elecciones generales. El editorial advertía:

2 La referencia que utiliza el autor entre comillas es el título literal de la película


Home Alone, que en español se tradujo como Mi pobre angelito. [N. de la T.]

16
¿Por quéelpánico? Actualidad del concepto de pánicos morales

Cuídense de las cruzadas morales. Es cierto que los ingleses están


alarmados y con miedo por la fragmentación social y la escalada de
violencia; y también es cierto que las habituales brújulas morales que
nos guían se están volviendo paulatinamente más inciertas. Eso no
significa que la respuesta sea una cruzada moral liderada por políti­
cos de distintos partidos o los periódicos conservadores, lo que nos
conduciría a ver cuál reprime más, sino que sucedería algo peor: lo
que subyace, la dinámica real del descalabro social, seguiría sin ser
atendida (The Observer, 27 de octubre de 1996).

Esto sugiere una serie de puntos relevantes a partir de los cuales en­
tender el fenómeno del pánico moral: lo primero es que suele tener
el formato de campañas (cruzadas), sostenidas durante determina­
do período de tiempo. Segundo, que estas están dirigidas a personas
preocupadas por una aparente fragmentación del orden social que
las pondría en riesgo de algún modo. Tercero, no queda claro cuáles
son los lineamientos morales que sirven de guía; y cuarto, que los po­
líticos y algunos medios están impacientes por encabezar la campa­
ña cuyo accionar suprimiría -según su convencimiento- la amenaza.
Finalmente, el editor del medio evalúa que la campaña moral deja sin
atención la verdadera causa de la fragmentación social.
Otros artículos de la misma edición de ese periódico afirman con­
templar las supuestas causas "reales" de la debacle social y describen
la larga historia de los pánicos morales que sería tan vieja como la
historia del mismo periódico. Entre los ejemplos más recientes men­
cionados en tales páginas figuran el asesinato, en 1 993, del pequeño
James Bulger, de 2 años de edad, a manos de dos niños de 10; la masa­
cre de la escuela Dunblane, causada por un pervertido sexual aficio­
nado a las armas de fuego; el asesinato de Phillip Lawrence, director
de escuela ejecutado por un niño armado con un cuchillo, y un episo­
dio de indisciplinamiento colectivo en la escuela Ridings al oeste de
Yorkshire. Melanie Phillips, columnista, militante de la cruzada mo­
ral, sostiene que todos esos ejemplos son emblemas de nuestro tiem-

17
Kenneth Thompson

po que cristalizan la ansiedad y la confusión general (The Observer, 27


de octubre de 1 996). Para ella, la pregunta era "cómo la sociedad de­
bería atacar el problema central de los adultos: esquivar la responsa­
bilidad parental". Phillips forma parte de un grupo que atribuye todas
las patologías de la sociedad a la decadencia de los valores familiares
y de la disciplina moral. Sin embargo, otro columnista, Peter Beau­
mont, intentó situar la cuestión en el contexto histórico señalando
que "el lenguaje del pánico moral no es nuevo. Es una construcción
que atraviesa todas las épocas". Señala que los conceptos particula­
res que definen la cuestión en términos de familia, moral y reputa­
ción "emergen potentes como ideología dominante . . . en medio de los
grandes cambios sociales del último siglo":

Se le ha otorgado identidad a una clase media surgida recientemente


a la que se separa tanto de los "vicios" que se consideraban propios
de una aristocracia decadente como también de los de la clase traba­
jadora a la que se considera iracunda y en explosión demográfica . . .
El problema con las cruzadas morales era que estas no se limitan tan
solo a la reforma social y al temor al crimen. Muchos de esos cru­
zados, evidenciando sus raíces religiosas, también desplegaron una
preocupación morbosa en relación con el sexo y la amenaza que los
"vicios" privados significaban para la comunidad (Peter Beaumont,
The Observer, 27 de octubre de 1 996).

El miedo a la inmoralidad sexual y su amenaza a la familia como bas­


tión principal del orden social (en tanto la religión permanecía confi­
nada a la esfera privada, particularmente la familia) se unía al miedo
a las subculturas juveniles:

El pánico moral al sexo viene en tándem con otro igualmente pode­


roso: el temor a los vándalos o arrebatadores que acechan en cada es­
quina. Como afirma Geoffrey Pearson en su libro Hooli9an: A history
of Respectable Fears, la cultura patoteril ha sido un tema constante para

18
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

la sociedad británica. Ya sea en los arrebatadores, los barras bravas o


en los vándalos, cada generación encuentra su propia versión de esta
preocupación común acerca "del deterioro físico y moral", causada
por la debacle de los lazos familiares tradicionales (Peter Beaumont,
The Observer, 27 de octubre de 1996).

Peter Beaumont denominaba esta combinación "la mochila que la


moralidad y los valores familiares vienen arrastrando a lo largo de
dos siglos de cambio social". Es parte de una perspectiva que mira
hacia atrás, hacia una era dorada de certezas morales a partir de la
cual solo ha habido declinación, en la que las personas -especialmen­
te los jóvenes- no pueden discernir entre el bien y el mal. La medicina
prescripta es el retorno a un conjunto básico de reglas, del estilo de
los diez mandamientos, que pudieran enseñarse en los hogares y las
escuelas. Otros periodistas contemporáneos expresaron un punto de
vista diferente. Afirma Martin Jacques:

Al contrario de la sabiduría popular sobre el pánico moral, la socie­


dad ahora es un lugar más moral que antes. Aquellas pocas reglas bá­
sicas se referían a una estrecha gama de temas y hacían la vista gorda
a una serie de otros temas que dependían de un aprendizaje en gene­
ral pasivo, inmóvil y casi siempre autoritario . . .
Lejos de vivir en épocas menos morales, vivimos actualmente
un clima de época más exigente en estos temas. Cuando yo era niño,
en los años cincuenta, el abuso infantil, la división sexual del tra­
bajo, la violencia contra la mujer, la pedofilia y la conciencia am­
biental, por citar solo algunos, no eran discutidos y muchas veces
ni siquiera reconocidos como problemas. Nuestro repertorio moral
se ha ampliado enormemente (Martín Jacques, The Guardian, 9 de
noviembre de 1 9 96).

AJacques no le sorprendía que los medios presentaran un debate mo­


ral tras otro:

19
Kenneth Thompson

Cuando la moral ya no es cuestión de algunas pocas reglas básicas,


dictadas con autoridad por políticos y líderes religiosos, entonces la
sociedad tiene que discutir, debatir, negociar y renegociar. Es des­
prolijo, doloroso, ruidoso, obvio y a menudo intrusivo, pero es mu­
cho más democrático que' antes (Martín Jacques, The Guardian, 9 de
noviembre de 1 996).

Pero cabe preguntarse, ¿es realmente democrático? ¿Existe una es­


fera pública en la cual pudiera darse un serio debate moral? ¿Podrían
oírse todas las voces? El propio Jacques señala algunas disyunciones
en el terreno moral que hacen el debate tan desprolijo y doloroso para
algunos:

Hay, creo, dos discursos públicos diferentes sobre la moralidad. Uno,


que no es oficial, se representa en las telenovelas, revistas de mujeres,
se discute en la casa, el café o la oficina. Es contradictorio, revelador,
pragmático y moderno. El otro, el discurso oficial, emana de West­
minster y en general es regresivo, lo que no resulta ninguna sorpresa
dada la naturaleza obsoleta de la cultura política en sí misma (Martín
Jacques, The Guardian, 9 de noviembre de 1 996).

La dicotomía entre dos esferas del discurso moral es demasiado sim­


plista y no considera el modo en que los discursos de la cultura po­
pular, la política y las agencias públicas articulan el espiral que va
creando un pánico moral. Sin embargo, antes de abordar la pregunta
acerca de la forma en que a veces ambos discursos se articulan para
permitir el surgimiento de un pánico moral, Jacques destaca un punto
álgido acerca de las diferencias discursivas, que abre a futuras inves­
tigaciones. Con respecto a sus comentarios sobre los medios masivos,
tendremos que abordar la cuestión de si existe una esfera pública en
la que pueda tener lugar un debate racional sobre la moral. Se trata de
una cuestión que ha sido abordada de distintas maneras por filósofos
herederos de la Ilustración preocupados por lo social, como Jürgen

20
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

Habermas (1989), por sociólogos como Jean Coheny Andrew Adato


(1992), John Keane (1984), y por quienes están a favor de los medios
de comunicación pública como Paddy Scannell (1989). También han
abordado estos asuntos, teóricos que consideran a los medios como
parte irredimible de la industria del entretenimiento, como los in­
fluidos por la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer
y Adorno, 1972), y los teóricos de la posmodernidad (Baudrillard,
1 9 8 1 ; véase también Thompson, K., 1 997).
En Gran Bretaña, el discurso político que dominó desde comien­
zos de la década de 1980 hasta los años noventa combinaba el indivi­
dualismo neoliberal con la nostalgia de una edad dorada de la moral,
la de los "valores victorianos", neoconservadora y autoritaria. Este
discurso floreció en tiempos de creciente inequidad social, de par­
ticular profundización de la brecha entre una mayoría próspera de
la población y el hundimiento definitivo de los "excluidos". Jacques
afirma:

Cerca del 1 5% de la población se encuentra excluido de la sociedad, vi­


viendo precariamente, carente de buena educación, condenado a vivir
en la periferia del mercado laboral, careciendo de los conocimientos
tecnológicos y las habilidades sociales para ser ciudadanos de pleno
derecho. Desde hacía casi un siglo ningún grupo social experimen­
taba tal nivel de aislamiento y exclusión. No es de extrañar que algu­
nos de los miembros de este grupo marginal, al sentirse fuera de la
sociedad, se nieguen a cumplir sus reglas y se comporten de manera
antisocial, mostrando predilección por la delincuencia. El lenguaje
de una autoritaria nostalgia está diseñado tanto para demonizar y
lumpenizar a estos grupos como para disciplinar al resto de nosotros
(Martin Jacques, The Guardian, 9 de noviembre de 1996).

Parecería que todo el espectro político, tanto los políticos de izquier­


da como los de derecha se prepararon para manipular los temores
de la mayoría de la población que, a pesar de su relativa prosperidad,

21
Kenneth Thompson

suele vivir con ansiedad el eventual riesgo que parece amenazarla.


Mientras grupos profesionales interesados en demandar aumentos
de recursos, desde trabajadores sociales y maestros hasta policías y
agentes de libertad vigilada a menudo estás dispuestos a ofrecer las
evidencias de una crisis, las secciones de los medios masivos de comu­
nicación, sometidas a las presiones del mercado, responden mediante
la presentación de relatos dramáticos con alto contenido moral. El re­
sultado ha sido una sucesión casi desconcertante de episodios de pá­
nico. Se argumentará que en Gran Bretaña el carácter de la sociedad
moderna de vivir "en riesgo" se magnifica y toma la forma de pánicos
morales debido al debilitamiento de la autoridad de las élites tradicio­
nales, la pérdida de respeto de las clases bajas hacia la autoridad y la
alianza con el carácter concentrado e "incestuoso" de los medios de
comunicación masiva.

HISTO R I A Y S I G N I F I CADO D E L C O N C E PTO

La primera referencia a un "pánico moral'', publicada en 1 97 1 , per­


tenece al sociólogo británico Jack Young, quien enuncia la expresión
en ocasión de una polémica por la preocupación del público acerca
de estadísticas que mostraban un alarmante incremento del abuso de
drogas. El autor señala que "el pánico moral al uso de drogas solo tie­
ne como resultado la creación de escuadrones antidrogas" en el sis­
tema policial, lo cual aumenta el número de arrestos vinculados a las
drogas (Young, 1971). Lo interesante de esta frase es que resalta el
efecto espiral producido por la interacción entre los medios masivos,
la opinión pública, grupos con intereses en el tema y las autoridades;
efecto que magnifica el fenómeno que a partir de entonces se cono­
cería como pánico moral. De todas maneras, el crédito por introducir
el concepto en forma sistemática le corresponde a Stanley Cohen, co­
lega de Young, quien lo acuña para describir las reacciones de los me­
dios, el público y los agentes de control social frente a los disturbios

22
¿Por qué el pánico? Actualidad del concepto de pánicos morales

producidos por jóvenes en la playa: las peleas entre mods y rockers3 en


la década de 1 960 en Gran Bretaña:

Las sociedades padecen, cada tanto, períodos de pánico moral, cuando


determinada condición, episodio, persona o grupo, se vuelve una ame­
naza a los valores e intereses de esa sociedad. En los medios masivos
de comunicación, la amenaza siempre es presentada con determina­
da estética que se propone como estereotipo. Las trincheras morales
son manipuladas por editores, obispos, políticos y otros ideólogos de
la derecha; los expertos acreditados socialmente pronuncian sus diag­
nósticos y soluciones; se desarrollan o (más a menudo) se echa mano a
distintos modos de lidiar con el tema. Entonces la condición desapa­
rece, se diluye o se deteriora volviéndose menos visible. En ocasiones
el tema del pánico es relativamente novedoso, pero otras veces es algo
que ya existía desde tiempo antes y se torna visible súbitamente. A ve­
ces el pánico llega y pasa, excepto en el folklore y la memoria colectiva,
y otras veces tiene repercusiones más serias y duraderas que podrían
producir cambios en las políticas sociales, en las leyes o incluso en el
modo en que una sociedad se piensa a sí misma (Cohen, 1972, p. 9).

Los elementos fundamentales o las etapas de un pánico moral acor­


de con esta definición son las siguientes: 1 ) algo o alguien es defini­
do como una amenaza a los valores e intereses de la sociedad; 2) esta
amenaza se representa en los medios masivos de tal modo que su for­
ma será fácilmente reconocible; 3) se produce una rápida construc­
ción de una preocupación pública; 4) las autoridades y los formadores
de opinión deben responder o decir algo al respecto; 5) el pánico pasa
o produce cambios sociales.
En el uso de las dos palabras, "pánico" y "moral", está implícita la
sugerencia de la amenaza a algo considerado sagrado o fundamen-

3 Los modsy rockers fueron dos subculturas juveniles surgidas en Gran Bretafta a

fine s de la década de 1950y comienzos de la siguiente. (N. de la T.]

23
Kenneth Thompson

tal para la sociedad. El motivo para denominar "moral" al pánico es


precisamente indicar que la amenaza que se percibe no es hacia algo
trivial -un resultado económico o una pauta educativa-, sino una
amenaza al orden social en sí mismo o a una concepción idealizada
(ideológica) de alguna parte de tal orden social. La amenaza y sus eje­
cutores son vistos como el mal, como "demonios populares" (Cohen,
1 972), y despiertan fuertes sentimientos de control. Los sucesos sue­
len percibirse como amenazas fundamentales y generadores de páni­
cos morales en la sociedad, o en parte de ella, a la manera de crisis o
como experiencia de cambios disruptivos que producen malestar. La
respuesta a tales amenazas suele ser la exigencia de mayor regulación
social o control, una demanda de regresar a los "valores" tradiciona­
les. Muchos de los textos sobre pánicos morales tratan de explicar los
motivos de aquellos que piden o imponen la regulación social en estos
casos -los medios, los grupos de presión, los políticos, sectores de la
opinión pública, la policía y el sistema judicial-. Sin embargo, es pre­
ciso ser cautelosos al enfatizar los factores de tipo psicológico como
el estrés o sugerir motivaciones clínicas para manipular o controlar a
los demás. La capacidad de tolerar el estrés es muy variable entre dis­
tintos individuos y sociedades, y los pánicos morales pueden surgir
en situaciones en las que no hay un aumento perceptible de los niveles
de estrés. Asimismo, sería e"quivocado asumir que la motivación de
los actores implicados en el surgimiento de un pánico moral, como
periodistas y otras partes interesadas, sea la cínica manipulación con
fines ulteriores; ellos bien pueden estar creyendo honestamente en
aquello que afirman -aun cuando pueda existir una feliz coincidencia
entre principios e intereses-. El primer objetivo al investigar casos de
aparente pánico moral es intentar entender las percepciones de quie­
nes están implicados, sin prejuzgar sus creencias o motivaciones. El
siguiente paso es buscar explicaciones de por qué y cómo se desarro­
lla un pánico moral.
Los diferentes encuadres teóricos enfatizan diversas caracterís­
ticas de los pánicos morales. En general, hay acuerdo sobre al menos

24
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

dos de ellas: que debe haber un alto nivel de preocupación por el com­
portamiento de un determinado grupo o tipo de personas, y un au­
mento del nivel de hostilidad hacia aquellos considerados como una
amenaza. Sin embargo, el uso del término "pánico" significa que pue­
den enfatizarse otros rasgos característicos, como la volatilidad y la
desproporcionalidad. "Volatilidad" significa que los pánicos morales
suelen aparecer de repente y durar poco tiempo, como sucede con las
modas, los terrores u otras formas de comportamiento colectivo. El
nivel de preocupación febril característico de la fase inicial de páni­
co moral probablemente no sea duradero, aun cuando el problema en
sí sea de larga data. "Desproporcionalidad" se refiere a un supuesto
implícito sostenido por parte de algunos teóricos que utilizan la ex­
presión "pánico moral": que la amenaza o el peligro son vividos como
más importantes que cuando se los evalúa de una manera más realista
(Goode y Ben-Yehuda, 1994, p. 36; Davis y Stasz, 1 990, p. 129).
El criterio de la desproporcionalidad, implícito en el término "pá­
nico", es el más polémico. La crítica es doble. Algunos críticos sos­
tienen que el término está cargado ideológicamente o sesgado por
determinados valores, de modo que denominar algo como un pánico
moral es insinuar que la preocupación es irracional o poco genuina.
Esta fue la esencia de la reacción crítica en contra de Stuart Hall y sus
colegas, cuando impugnó lo que consideraba su argumento principal:
que el pánico moral sobre los arrebatos callejeros en Gran Bretaña
durante la década de 1970 había sido fabricado por la élite gobernan­
te para desviar la atención de la crisis que atravesaba el capitalismo
británico (Hall et al., 1 978). Por otra parte, Dave Waddington afirma,
oponiéndose a Stuart Hall y sus colaboradores, que las estadísticas
reflejan un aumento real de la delincuencia callejera (Waddington,
1986; para una discusión más profunda sobre este tema, véase el ca­
pítulo 4). Por lo tanto, concluye que el pánico moral "es un concepto
polémico más que analítico" (Waddington, 1 986, p. 258), ya que ca­
rece de criterios de proporcionalidad que determinen si la preocu­
pación por un problema cualquiera es o no justificada (Waddington,

25
Kenneth Thompson

1 986, p. 247). Los defensores del concepto han respondido que, aun­
que en algunas condiciones puede que no sea posible determinar la
magnitud de la amenaza, como en el caso de amenazas futuras -el
efecto invernadero o el riesgo de una guerra nuclear-, hay muchas
otras condiciones donde sí es posible calcular con mayor precisión el
grado de riesgo. No es difícil pensar que indicadores de despropor­
cionalidad, tales como la exageración de las estadísticas o incluso su
fabricación con el fin de señalar un problema social como excepcio­
nalmente amenazante cuando no es mayor que otros, lo que sugiere
es que las condiciones dadas en un punto temporal muy preciso plan­
tean una grave amenaza aun cuando los datos objetivos indiquen que
no son peores que en otras ocasiones (Goode y Ben-Yehuda, 1 994,
pp. 43-45). Sin embargo, tales indicadores relativamente claros de
desproporcionalidad no siempre están disponibles en las situaciones
descritas como pánicos morales. Algunos juicios descansan más bien
en factores "subjetivos", como por ejemplo, el caso de opiniones di­
vergentes en relación con el tipo de amenaza que plantea la porno­
grafía. Aunque al demostrar que los temores sobre la magnitud de los
daños causados por la pornografía a mujeres y niños son exagerados
podría ser apropiado hablar de "pánico", incluso algunas militantes
feministas desearían poder sostener que la sola existencia de la por­
nografía es una ofensa para las mujeres y, como tal, es inmoral (Goo­
de y Ben-Yehuda, 1994; Zurchery Kirkpatrick, 1 976). En este último
caso, sería probablemente inapropiado categorizar la cuestión como
un pánico moral.
En general, la mayoría de los sociólogos y comentaristas legos tie­
ne un sentido bastante claro de qué constituye un pánico moral. Hay
desacuerdos y dificultades en torno a gran parte de los conceptos de
las ciencias sociales, pero este ha sido aceptado ampliamente y en ge­
neral su uso ha sido correcto. Al revisar los mismos sucesos pertur­
badores que en su momento permitieron a Stanley Cohen designarlos
como un "pánico moral", en 1994 el periódico The Guardian utiliza la
expresión con sentido común y habitual:

26
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

Durante la posguerra, el persistente temor británico hacia los jóve­


nes, ese personaje de Pinkie en Bri9hton Rock, y Bogarde en The Blue
Lamp,4 los vividores de los años cuarenta y los muchachos peleadores
de principios de los cincuenta, fue elevado a la categoría de pánico
moral gracias al ahorcamiento de Bentley en el caso Craig-Bentley y
la percepción persistente de la amenaza de los teddy boys (The Guar­
dian, 1 2 de abril de 1 994).5

En 1993, el periódico The Economist describía la divulgación sensacio­


nalista en torno al asesinato del niño James Bulger, de 2 años, a manos
de dos niños de 10 años, como otro caso de "pánico moral". En am­
bos casos, la ansiedad pública se amplificó por la difusión periodísti­
ca, que retrataba los hechos como una enfermedad moral profunda y
contagiosa, y como signo de desintegración social.
Gran Bretaña no ha sido, por cierto, original en relación con este
tema, aun cuando no parece particularmente susceptible de repetir
aquellos estallidos de pánico moral de los años 1 960,y además todas
las sociedades industriales avanzadas tienden a ello, lo cual sugiere
que se trata de un rasgo social de esta época, descripta de distintas
maneras: modernidad, modernidad tardía o posmodernidad (véase
Thompson, W., 1992). La rapidez de los cambios y el aumento de la
diversidad en la sociedad aumentan potenciales conflictos acerca de
los valores y los distintos estilos de vida de cada grupo social, que

4 Tanto Bri9hton rock (basada en una novela sobre la infelicidad de los jóvenes, de
19 3 8)como The Blue Lamp, fueron dos películas muy taquilleras de cine negro inglés
rodadas entre 1940 y 1950. Mostraban la incertidumbre de la primera juventud,
su falta de motivación y básicamente la facilidad con que podía verse envuelta en
distintos tipos de crímenes. The Blue Lamp fue protagonizada por Dick Borgade y
dirigida por Basil Dearden. [N. de la T.]
5 Derek Bentley y su amigo Craig eran teddy boys. En ocasión de un robo, Craig,

de 16 años, mata a un policía, pero como era menor de edad, su compañero Bentley
es acusado por el homicidio, declarado culpable por incitación a matar y condenado
a morir ahorcado. El caso tuvo mucha repercusión. [N. de la T.]

27
Kenneth Thompson

se vuelcan en reiteradas empresas de moralidad para defender o afir­


mar los valores propios en contra de los de otros grupos. Esto lo hacen
dentro de la escena pública, que les ofrece muchos medios dispuestos
a amplificar sus temores y articular sus reclamos de mayor control y
regulación social para defender esos valores ya que también son los de
un número creciente de grupos de presión o promotores de demandas
[claim makers], que tienen interés implicado en el apoyo a tales deman­
das. La preocupación pública sobre un tema en las complejas sociedades
modernas rara vez se desarrolla a partir del aumento directo de la in­
dignación a nivel local -hay una "política de los problemas sociales"
o, para decirlo de otro modo, esos reclamos están "socialmente cons­
truidos"-. Los sociólogos han diferenciado los enfoques "objetivistas"
de los problemas sociales de aquellos puntos de vista "construccio­
nistas". El objetivismo acepta que un fenómeno determinado existe y
se constituye como problema al causar daño o perturbar a una parte
significativa de la sociedad. El papel del dentista social es cuantifi­
car el problema, para investigar las causas y sugerir soluciones. Por el
contrario, la visión construccionista está más interesada en saber por
qué y cómo determinadas condiciones o eventos llegan a considerar­
se como problema. Existen distintas versiones de este punto de vista
que van desde el construccionismo en sentido "estricto" a una varian­
te más "contextual"; en el primer caso no interesa la evaluación de la
veracidad o exactitud de las creencias acerca de un problema, sino que
se prefiere estudiar cómo las personas "definen, presentan y difunden
sus demandas; cómo dan a conocer sus inquietudes, cómo redefinen
el asunto en cuestión frente a los obstáculos políticos, la indiferencia
o la oposición, y cómo generan alianzas con otros promotores de de­
mandas" (Kitsuse y Schneider, 1 989, pp. HV}. El construccionismo de
tipo contextual asume una posición más modesta y busca examinar
primero la plausibilidad y las bases fácticas de los reclamos presenta­
dos, con el fin de apoyar la realidad de un problema, pero tiene la mis­
ma preocupación acerca de los procesos por los cuales se construye un
problema, se lo lleva a la arena del debate público y se lo utiliza para

28
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

diseñar políticas (Jenkins, 1992, pp. 2-39). En principio, la posición


asumida por este libro está más cercana al "construccionismo contex­
tual", pero en la práctica nos preocuparemos más por los procesos de
construcción de determinados pánicos morales, y particularmente en
la construcción discursiva que en torno a ellos realizan los medios de
comunicación y las campañas morales.
Howard Becker, sociólogo de la desviación, enfatiza el rol de aque­
llos a quienes denomina "emprendedores morales" en la definición
de determinadas conductas e individuos como desviados y crimina­
les. El público es incentivado a través de los medios masivos por el
esfuerzo de estos "emprendedores morales" o cruzados morales que,
intentando atizar la opinión pública por los medios de comunicación
y liderando movimientos u organizaciones sociales, presionan a las
autoridades para que ejerzan control social y regulación moral. Bec­
ker describe al cruzado moral como ferviente y recto defensor de una
ética absoluta; alguien que considera el objeto de su rechazo como ver­
dadera y totalmente negativo sin matices (Becker, 1 963, pp. 147-148).
Una explicación del éxito de tales cruzadas morales en socie­
dades modernas es que actúan como cuestiones simbólicas, sien­
do funcionales al descontento de algunas clases o grupos sociales.
Joseph Gusfield, en su trabajo Symbolic Crusade ( 1 963), intenta ex­
plicar, usando el concepto weberiano de "defensa del estatus'', el
movimiento antialcohol que surgió en el siglo XIX en los Estados
Unidos y que finalmente resultaría en la promulgación de la Ley
Seca de 1 9 1 9. En ese sentido, los importantes grupos sociales o étni­
cos que en el pasado se han sentido amenazados por la inmigración
y otros cambios sociales apoyaron el movimiento antialcohol como
algo simbólico que les permitiría recuperar su poder y sus valores a
través de la legislación:

Cuestiones relativas al estatus funcionan como vehículos a través de


los cuales se confiere cierta deferencia a un grupo no-económico o
también se impone la degradación a otro grupo. La victoria en temas

29
Kenneth Thompson

de estatus es una atribución simbólica de respeto hacia las normas


del vencedor y de falta de respeto hacia las del derrotado (Gusfield,
1 963, p. 1 74).

Posteriormente, esta perspectiva ha sido adoptada para estudiar los


grupos de presión en contra de las drogas, el aborto y la pornogra­
fía (Zurcher y Kirkpatrick, 1976). De todos modos, Roy Wallis, en su
trabajo sobre la Asociación Nacional de Televidentes y Radioescuchas
(National Viewers' and Listeners' Association, NVALA), fundada por
Mary Whitehouse en Gran Bretaña en 1 964 con el fin de contener la
amenaza percibida contra los estándares morales por parte de la te­
levisión, llegó a la conclusión de que no hay razones para dudar de la
explicación de los propios participantes, de que habría una dispari­
dad creciente entre los estándares morales con los cuales ellos fueron
educados y los de la sociedad contemporánea y que es allí donde se
fundamenta y sostiene el compromiso para con el movimiento de
reforma moral (Wallis, 1976). Se regresará a este ejemplo en un capí­
tulo posterior, pero ilustra el punto de que una explicación unívoca,
la presentación de un factor único como la pérdida de estatus social,
puede ser demasiado simple para dar cuenta del surgimiento y la per­
sistencia de tal movimiento a favor de una reforma moral, ni qué decir
de algo tan efervescente como un episodio de pánico moral. Aunque
el pánico moral puede ser recurrente en forma episódica, conviene te­
ner en cuenta su carácter de "comportamiento colectivo", al que ha­
cía referencia Cohen en la discusión inicial del fenómeno. Según Eric
Goode (1 992), el comportamiento colectivo se define como una con­
ducta relativamente espontánea, volátil, evanescente, emergente, no­
institucional y de corta vida, que surge en situaciones en que la cultura
dominante carece de una definición clara de qué hacer:

El comportamiento colectivo opera por fue�a de los patrones esta­


bles y estructurados de la sociedad; refleja el lado disidente de la na­
turaleza humana. En comparación con la vida diaria convencional, el

30
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

comportamiento colectivo tiene menos inhibicióny más espontanei­


dad; es mutante y menos estructurado, tiene una vida corta y poco
estable (Goodey Ben-Yehuda, 1 994, p. 104).

Como señalan Goode y Ben-Yehuda, la descripción original de Stan­


ley Cohen 0972) se refiere a varias formas de comportamiento co­
lectivo que tienen directa relevancia en relación con el pánico moral:
la histeria masiva (p. 1 1 ), engaños (pp. 1 1 y 148), desastres (pp. 1 1 ,
144 y ss.), incluyendo el proceso de convergencia durante los desas­
tres naturales (p. 1 59), motines (p. 1 1), disturbios raciales (p. 1 55),
multitudes (p. 1 1), en especial procesos masivos como manifestacio­
nes en sitios públicos (p. 1 54), humillación masiva (pp. 1 1-1 2), rumo­
res (pp. 1 55-1 56) y leyendas (p. 1 56).
Es esta similitud con otras formas de comportamiento colectivo y
su naturaleza episódica lo que, según algunos sociólogos norteame­
ricanos, distingue el pánico moral de otro tipo de acciones que son
percibidas como problemas que amenazan directamente las activi­
dades de grupos de presión, movimientos sociales o grupos de acti­
vistas. Esta distinción es importante para procurar entender por qué
algunos sociólogos llegan a la conclusión de que la Gran Bretaña con­
temporánea ha sido particularmente susceptible a episodios que son
caracterizados de manera amplia como pánicos morales:

La teoría del pánico moral ha tenido mucha influencia en Gran Breta­


ña. Recientemente se la ha aplicado a la preocupación asociada a episo­
dios de niños golpeados o abusados físicamente (Parton, 1 979, 19 8 1 ,
1 985), al sida (Vass, 1986; Porter, 1 986), a los ingleses "parásitos del
seguro de desempleo", estafadores de la asistencia social (Goldingy
Middleton, 1 982) y a la crisis del uso doméstico de heroína de prin­
cipios de la década de 1 980 (Pearson et al., 1987). Campañas anti­
pornografíay censura han sido fuentes muy provechosas de material
para el análisis en este campo, en particular el intento a principios
de los años ochenta de cerrar sex shops y prohibir violentamente los

31
Kenneth Thompson

"videos desagradables" (Barker, 1984; Taylor, 1987; T hompson, W.,


1989, 1990b) (Jenkins, 1992, p. 7).

Jenkins enfatiza la combinación de factores contextuales, como ten­


dencias políticas y socioeconómicas (thatcherismo, desempleo, el au­
mento de madres que se incorporan al mercado laboral, la declinación
de la familia como núcleo de la vida social, inmigración y pérdida de
soberanía europea, la problematización de la identidad nacional, fe­
minismo y políticas de género) y la existencia de un público lector
excepcionalmente numeroso de medios gráficos de prensa amarilla,
para dar cuenta del hecho de que haya existido tal proliferación de
los pánicos morales en Gran Bretaña. Otro importante factor media­
dor entre los cambios en el contexto social y la amplificación de las
amenazas por los medios masivos de comunicación son los distintos
grupos de presión. Si los cambios sociales sirvieron de base para la
ansiedad y los medios dieron publicidad a los temores, en cada caso
de pánico moral, Jenkins encontró un número de influyentes promo­
tores de demandas, cada uno con intereses bien determinados o con
agenda política propia. Parecería que distintas clases de emprendedo­
res morales y grupos de interés tuvieron un papel crucial: "individuos,
grupos de presión y agencias burocráticas cuyos patrones de alianzas
son complejos y cambiantes" (Jenkins, 1 992, p. 10). De esta manera,
los ejemplos que discute Jenkins tienden a apoyar la relación entre los
pánicos morales y las cruzadas moralistas, la teoría de grupos de inte­
rés, aunque reconoce también que hubo algunas evidencias a favor de
la teoría alternativa, como en el ejemplo de Cohen sobre el pánico a
mods y rockers. En este caso, Stanley Cohen se refiere a las políticas
de la teoría de la ansiedad, que sostienen que el pánico sirvió para rea­
firmar la preponderancia de un sistema de valores establecido en un
momento de mayor ansiedad y crisis, y en el que les demonios popu­
lares se ofrecían para ocupar el sitio de la siempre necesaria amenaza
externa (Cohen, 1 972; Pearson, 1983). Por su parte, Stuart Hall et al.
(1 978), en su análisis del temor a los arrebatos callejeros durante la

32
¿Por qué el p ánico ? Ac tualidad d el co nc ep to d epá nicos moral es

década de 1 970, realizan una descripción asumiendo una perspectiva


marxista más cercana a la teoría de los grupos de interés; Hall sugie­
re que no fue una coincidencia la concomitancia entre el pánico a los
arrebatos y un momento de grave crisis económica y desempleo, por
lo que el aumento de los temores sociales ayudaron a justificar las ac­
ciones policiales contra el "ejército de desempleados", contra los po­
bres, los jóvenes y los negros, mientras que la retórica racista apenas
disimulada sirvió para distraer a la clase obrera de una acción conjun­
ta (Jenkins, 1992, p. 7).
En la propuesta de este libro de poner en discusión varios casos
de estudio, se puede reconocer la inspiración en un rango de teorías
relativamente amplio, acentuando el rol de los medios masivos de
comunicación en relación con la política cultural y las políticas de la
ansiedad en la "sociedad del riesgo". Este aspecto es el menos desa­
rrollado en la literatura sobre pánicos morales, y es también el fac­
tor que parece más propenso a explicar su frecuencia y difusión en
Gran Bretaña. Los sociólogos norteamericanos tendieron a enfatizar
factores vinculados a la psicología social tales como la ansiedad y el
estrés, describiendo los pánicos morales como otra forma de com­
portamiento colectivo, o en términos de grupos de interés y de mo­
vimientos sociales; pese a lo cual, durante el tiempo que se inicia a
mediados de los años setenta, las investigaciones británicas que desa­
rrollaron Stuart Hall y otros describían pánicos morales básicamente
en los términos de la crisis del capitalismo y el consecuente incre­
mento del autoritarismo estatal. En todo caso, es posible discutir que
algunas de las contribuciones más útiles de cada uno de estos enfo­
ques aún requieren una inclusión plena en un marco explicativo más
complejo. Los estudios norteamericanos han resultado particular­
mente precisos en su análisis del papel que desempeñan los empren­
dedores morales y los promotores de demandas. Pero la influencia
de estos líderes de opinión depende de la publicidad que les ofrecen
los medios masivos. También puede discutirse que la originalidad del
trabajo de Hall y sus colegas del Birmingham Centre for Contempo-

33
Kenneth Thompson

rary Cultural Studies no se basa tanto en su utilización de los concep­


tos del marxismo y las teorías del capital y el Estado, sino más bien
en su acercamiento original e imaginativo a los estudios culturales
como políticas simbólicas, en especial su análisis de las subculturas y
del "espiral de significación"; una manera pública de dar sentido a al­
gunos temas y problemas que es intrínsecamente una escalada, esto
es, "aumenta la amenaza potencial a través del modo en que se percibe
aquello que hace sentido" {Hall y Jefferson, 1 976, p. 77).
Aun cuando los sociólogos aspiran a desarrollar una ciencia uni­
versalista y evitar el etnocentrismo teórico, no cabe duda de que las
condiciones de cada nación conducen a diferencias en el énfasis sobre
distintos encuadres teóricos. Pese a ser cierto que los sociólogos nor­
teamericanos tomaron con entusiasmo el concepto de pánicos mora­
les que nació en Gran Bretaña, hay entre ambos grupos diferencias de
énfasis. Por ejemplo, Goode y Ben-Yehuda incorporaron el concepto
al campo de los estudios de movimientos sociales y comportamiento
colectivo, que es un tema muy relevante en la sociología norteame­
ricana; en cambio Cohen solo hace una referencia tangencial a estos
temas {Cohen, 1 972, p. 1 20). Los movimientos sociales se definen
como esfuerzos organizados por un número sustancial de personas
con el fin de cambiar o de resistir un cambio en algún aspecto im­
portante de la vida social y su objetivo principal es establecer la le­
gitimidad de un reclamo específico acerca de alguna condición de lo
social {Goode y Ben-Yehuda, 1994, p. 1 16). Los movimientos sociales
se distinguen de los 9rupos de presión instituidos o lobbies, sobre la base
de que están compuestos mayoritariamente por personas excluidas
sin acceso directo a quienes toman las decisiones políticas ni a legis­
ladores, y cuyas afirmaciones suelen no recibir la inmediata atención
de los medios. Estos movimientos, para poder imponer sus deman­
das, tienen que obtener atención mediática e intentar asentar la le­
gitimidad de su definición de la realidad. Esto lo hacen presentando
sus preocupaciones en términos del bien contra el mal y utilizando
el lenguaje de la indignación moral. El foco está puesto en los peores

34
¿Por quéelp ánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

aspectos de la condición que están denunciando como si estos fuesen


típicos y representativos. Por ejemplo, un pánico moral vinculado a la
pornografía se puede generar centrando la mirada exclusivamente en
la pornografía con niños o la que acarrea violencia, aun cuando estos
casos constituyan una mínima porción de lo pornográfico (Goode y
Ben-Yehuda, 1 994, p. 1 20).
Goode y Ben-Yehuda distinguen entre un modelo de pánicos mora­
les de grupos de interés outsiders (o movimientos sociales) de "nivel medio",
un modelo de asociaciones de base y un modelo con articulación de élite. Con
todo, ellos mismos apoyan el enfoque de "nivel medio" aunque acep­
tan que debe prestarse atención a los otros dos niveles.
El modelo de asociaciones de base ve los pánicos morales como
una expresión directa y espontánea frente a la preocupación y la an­
siedad extendidas y vinculadas a la percepción de una amenaza del
mal. Un ejemplo citado con frecuencia es la explosión de miedo a las
brujas que en el siglo XVII dio lugar a una serie de juicios por brujería
en Salem, Massachusetts (Erikson, 1966). No había allí ningún grupo
de interés ni una élite que se beneficiara por la construcción de aque­
llos temores, sin embargo, el efecto general de reunirse para castigar
a las perturbadoras inculpadas parecía producir un alto grado de soli­
daridad social y moral en tiempos de cambios e incertidumbres (Erik­
son lo toma como ejemplo de refuerzo de lo que Emile Durkheim, en
1933, denominó "conciencia colectiva").
Quienes sostienen la teoría del modelo de articulación de élite
se dicen críticos de los modelos explicativos, argumentando que el
crimen y su represión son importantes para "permitir que el estra­
to social dominante mantenga su posición de privilegio" (Chambliss
y Mankoff, 1976, pp. 1 5-16). De todos modos, Goode y Ben-Yehu­
da suelen confundir un "modelo de élite" con un "modelo de clase".
El primero se refiere a un grupo social cuya mayor preocupación es
mantener los privilegios de su estatus social, mientras que un modelo
de clase se vincula con la reproducción de la estructura de relaciones
socioeconómicas (por ejemplo, las relaciones sociales del capitalismo).

35
Kenneth Thompson

En el segundo modelo, la tendencia ha sido considerar el modo en que


el Estado, a través de instituciones como los medios de comunicación,
los trabajadores sociales, la policía y la justicia, mantiene y reproduce
el orden social. La manera en que Stuart Hall y sus colegas presen­
tan el pánico a los arrebatos callejeros surgido en los años setenta en
Gran Bretaña, es utilizada por Goode y Ben-Yehuda para ilustrar la
teoría de los pánicos morales como articulación de élite. Esto es así
porque focalizan especialmente en cuestiones tales como "¿quiénes
se benefician con esto? ¿Qué papel tuvo el Estado en esta construc­
ción? ¿Qué temores reales se movilizan?" (Hall et al., 1 978, p. VIII).
Sin embargo, los mismos autores insisten en que no presentan una
interpretación "conspirativa" en la cual una élite delibera conscien­
temente para mantener su poder y privilegios. Es cierto que a veces
el lenguaje que utiliza Hall parecería afirmar que la élite dominante
orquesta la hegemonía y como resultado se las arregla para conven­
cer al resto de la sociedad -la prensa, la opinión pública, la justicia,
la fuerza pública- de que el enemigo real no es la crisis del capitalis­
mo inglés sino los criminales y la laxitud con que estos son tratados
por la ley. Sin embargo, la sugerencia de una estrategia consciente de
parte del grupo de élite no es típica del análisis de Stuart Hall, su én­
fasis está en las tendencias estructurales, los modos en que las institu­
ciones tienden a favorecer determinadas interpretaciones de eventos
que tienen el efecto de mantener el orden social porque tienen "es­
tructuración dominante". En otras palabras, los medios tienden a "re­
producir las definiciones de los poderosos" (Hall et al., 1 978, p. 57);
ellos, "de buena fe y de modo imparcial, [ . . . ] reproducen simbólica­
mente la estructura de poder existente en el orden institucional de
una sociedad" (1 978, p. 58). Los medios, en especial, no planean ne­
cesariamente de manera consciente generar un pánico moral con la
intención de distraer la atención de los problemas económicos, pero
los problemas de la economía crean tensiones y los medios responden
a ellas amplificando sus síntomas, como por ejemplo, el-temor a una
crisis de la ley y el orden.

36
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pán icosmorales

Los sociólogos norteamericanos han tenido menor inclinación


que sus colegas británicos a la búsqueda de explicaciones de tipo es­
tructural para todos los aspectos culturales y sociales de las crisis del
capitalismo y la hegemonía cultural; aun con excepciones como en el
caso de Chambliss y Mankoff (1 976). Goode y Ben-Yehuda son más
clásicos al preferir la teoría de los grupos de interés en cuanto a los
pánicos morales, afirmando que es más factible que estos emerjan �e
los estratos medios de la jerarquía del poder y el estatus. En la pers­
pectiva del grupo de interés, "las asociaciones profesionales, la poli­
cía, los medios, los grupos religiosos y las organizaciones educativas
pueden tener intereses particulares en llevar alguno de estos asuntos
a la agenda política, concentrando sobre el tema la atención mediá­
tica o asignando un determinado sesgo a la cobertura noticiosa, ya
sea al alertar a los legisladores y demandarles un mayor control por
parte del sistema legal, ya sea al promover reformas curriculares, y
así sucesivamente" (Goode y Ben-Yehuda, 1 994, p. 1 39). Es posible
que estas teorías de rango medio tengan suma utilidad para expli­
car las causas inmediatas del pánico moral individual, en particular
el papel de los emprendedores morales, promotores de cruzadas que
pueden producir pánicos. Lo que Goode y Ben-Yehuda no explican
es la multiplicidad o la rápida sucesión de los pánicos morales en un
período particular. Más aún, en tanto los autores definen los medios
de comunicación como otro grupo de interés de rango medio, no dan
cuenta de la convergencia o la relación al etiquetar un tema específico
con otros problemas, lo cual sí es -tal como lo discuten Stuart Hall y
Jefferson (1 978)-, parte de la "espiral de significación":

La convergencia sucede cuando dos o más actividades se reúnen en el


proceso de significación de modo tal que implícita o explícitamente
se vuelven paralelas. Así, la imagen del "hooliganismo estudiantil"
reúne la protesta estudiantil con un problema totalmente separado
de aquel, el hooliganismo, (. . . ] cuyas características estereotípicas
forman parte ya del conocimiento social disponible. (. . . ] En ambos

37
Kenneth Thompson

casos, el efecto concreto es la amplificación, no de los eventos reales


que se describen sino de su amenaza potencial para la sociedad (Hall
et al., 1 978, p. 223).

Un espiral de significación no existe en el vacío. Solo puede funcio­


nar si los lazos conectores están establecidos de manera simple sobre
elaboraciones ideológicas o formaciones discursivas preexistentes.
Acerca del trabajo de Stuart Hall sobre los pánicos morales británi­
cos contemporáneos, Phil Jenkins insistió en que aunque en ese tiem­
po había evidencia insuficiente para sostener el proceso político de
carácter "marxista" explicado por Stuart Hall y colaboradores, ese
enfoque ofrecería la rotunda confirmación de considerar los pánicos
como interdependientes y lamentó que tal interdependencia no fue­
se objeto de debate en la medida necesaria (Jenkins, 1 992, p. 1 2). Sin
embargo, aun cuando Jenkins admite que los pánicos morales tienden
a surgir en grupos más que en individuos, y que están vinculados a
ansiedades más amplias y a factores del contexto social, tiende a fo­
calizar la mayor parte de su explicación en promotores de demandas
y grupos de interés. Jenkins cree que esto ya sucede incluso cuando
se busca dar cuenta de lo específicamente británico de los pánicos
morales; porque aunque resulte inverosímil, Gran Bretaña se ha ido
pareciendo a los Estados Unidos.

Como muchos países europeos, la sociedad británica en las últimas


dos décadas se orientó más hacia la política de los grupos de interés
que hacia las nociones tradicionales de clase, y temas como lo racial,
lo étnicoy el género se han vuelto centrales. La política británica du­
rante los años sesentay setenta del siglo pasado estuvo dominada por
asuntos poderosos y con contenido manifiesto: el poder sindical, la
regulación de la huelga y la nacionalización de la industria. Durante
la década de 1980, el énfasis giró hacia grupos cuyos intereses po­
líticos o sociales eran tales como la censura, el feminismo, los dere­
chos de minorías sexuales, la educación y la moral pública (lo cual

38
¿Por quéelpánico ? Actualidad delconcepto d epánicos morales

no significa que una agenda clasista no esté detrás de muchos o de la


mayoría de estos intereses). En todos estos aspectos, el debate deberá
estar condicionado por los pánicos morales, por los estereotipos de
violencia y amenaza sexual de ciertos depredadores sexuales (Jen­
kins, 1 992, p. 46).

Jenkins está en lo cierto al señalar el crecimiento de los grupos de


interés y los promotores de demandas, y su prosecución de "políti­
cas simbólicas" y de "políticas de sustitución'', a través de las cuales lla­
man la atención sobre un problema específico que simboliza en parte
otro tema al que no podrían referirse directamente. Por ejemplo, la
despenalización de la homosexualidad significó que quienes desea­
ran denunciar tales prácticas como inmorales solo podrían hacerlo
de manera indirecta, agitando los temores sobre lo amenazante que
la cuestión podía llegar a ser para los niños o un supuesto aumento de
los casos de pedofilia. Phil Jenkins se refiere también a algunos de los
cambios culturales y sociales fundamentales que se realizaron a par­
tir de una política de la ansiedad que estaba por debajo de las políticas
simbólicas representadas en los pánicos morales, tales como aquellas
sobre el abuso sexual infantil en el seno familiar (1985-1987), las re­
des de pedófilos (1987-1989) o la supuesta ola de asesinatos de niños
0 986-1 990), y otras varias cosas por el estilo. Muchos de estos fac­
tores se combinaban alterando las relaciones tradicionales de género
y las ideas sobre la sexualidad, en especial lo relativo al rol femeni­
no, la familia y el cuidado de los hijos. Los grandes cambios epocales
incluían la depresión económica mundial, la competencia creciente
entre las economías capitalistas de oriente y occidente, el cambio de
las industrias de manufacturas a empresas de servicios, el aumento
de mujeres incorporándose como fuerza activa del mercado laboral
-muchas de las cuales eran, además, madres- y la declinación de
la actividad económica en viejas ciudades industriales con la conse­
cuente proliferación de áreas industriales en las grandes ciudades.
Entre los cambios políticos que se corresponden con lo económico

39
Kenneth Thompson

se incluye el retorno al neoliberalismo, a las políticas de libre merca­


do y a las presiones por reducir los beneficios del Estado de bienestar
que aseguraban una red de contención a las víctimas de los cambios
económicos, todo lo cual implicó que muchos grupos sintiesen un au­
mento de la inseguridad. Muchos de los pánicos morales que acompa­
ñaron estos profundos cambios sociales pueden muy bien entenderse
en términos de las políticas de la ansiedad, políticas simbólicas o po­
líticas de sustitución.
Dos corrientes teóricas que todavía no han sido incorporadas a la
explicación de los pánicos morales son las de Ulrich Beck y su con­
cepto de la sociedad del ries90 (Beck, 1 992) y el trabajo de Michel Fou­
cault sobre lasformaciones discursivas (197 1 ). El concepto de sociedad
del riesgo es relevante para el desarrollo de las políticas de la ansiedad
en la explicación de los pánicos morales, y el trabajo foucaultiano so­
bre las formaciones discursivas resulta de utilidad para desarrollar las
ideas acerca del espiral de significación y el proceso de convergencia,
analizados por Hall y sus colegas.

SOC I E DA D D E L R I E S G O

Ulrich Beck afirma que, mientras en los primeros tiempos de la mo­


dernización los problemas principales tenían que ver con la produc­
ción de la riqueza y su distribución, a medida que las sociedades se
fueron modernizando aumentó el riesgo para sus miembros, quienes
eran más conscientes de este fenómeno:

Lo ganado en poder a través del "progreso" tecno-económico está


cada vez más opacado por la generación de riesgos. En un primer
momento estos podían legitimarse como "efectos colaterales laten­
tes". A partir de su globalización, y sometidos a la crítica pública y
J
la investigación científica, se volvieron -diríamos- visibles, saii ron
del placard y lograron una importancia central en los debates polí-

40
¿Por q uéelpánico? Act ualidad delconcepto de pánicos morales

ticos y sociales. La lógica de la producción y distribución del ries­


go se desarrolla en comparación con la "lógica" de la distribución de
la riqueza (que es lo que hasta ahora ha determinado unívocamente
el pensamiento teórico acerca de lo social). En su centro se encuen­
tran el riesgo y las consecuencias de la modernización, mostrándose
como amenazas irreversibles para la vida vegetal, animal y humana.
Contrariamente a los temores vinculados al trabajo fabrily el empleo
del siglo XIXy hasta la mitad del siglo XX, los temores actuales no pue­
den ya limitarse a localidades o grupos particulares, sino que exhi­
ben más bien una tendencia a lo global que extiende su producción y
reproducción más allá de las fronteras nacionales, y en este sentido
genera amenazas globales, supranacionales que, yendo más allá de la
clase social, cobran dinámicas sociales y políticas novedosas (Beck,
1 992, pp. 1 2-1 3).

Aquí hay dos cuestiones que deben destacarse. La primera es que


la modernización aumenta los riesgos y hace que las personas sean
más -y no menos- conscientes de estar inmersas en esa situación. El
segundo punto es que la teoría y los análisis sociológicos deberían
preocuparse más por la cuestión del riesgo y el temor hacia él que por
las teorías y conceptos derivados de un tiempo anterior a la moderni­
zación, cuando los principales problemas implicaban la producción y
distribución de la riqueza. Lo que se sugiere es que es preciso el sur­
gimiento de una sociología que dé cuenta de la "sociedad del riesgo",
que reemplace la centralidad de conceptos tales como "industria" o
"sociedad de clases", foco de la sociología clásica que tan bien ejem­
plifican los casos de Marx y Weber. La descripción de los riesgos y la
conciencia inherente a ellos en las sociedades modernas, de acuerdo
con Ulrich Beck, se corresponden en algunos puntos con el modo en
que la política de la ansiedad da cuenta de los pánicos morales.
De manera similar, Mary Douglas considera la preocupación pú­
blica sobre el crimen y las desviaciones dentro de su análisis general
de los modos de respuesta al riesgo, y afirma que es posible utilizar

41
Kenneth Thompson

las percepciones públicas de sujetos considerados riesgosos o ate­


morizantes como "una lente para agudizar el foco sobre la organi­
zación social en sí" (1 986, p. 92). Douglas adopta un marco teórico
durkheimiano al sugerir que "el cosmos moral punitivo utiliza el
riesgo para defender a la comunidad" (1 986, p. 97). De esto se sigue
que es habitual que el "tradicionalismo reactivo" (Giddens, 1 990,
p. 1 58) y otras variedades del autoritarismo se enfoquen en el modo
en que han fracasado la ley y el castigo como instituciones centrales
de lo moral en tanto argumento principal para la reafirmación de
las fuerzas del orden (Sparks, 1 992, p. 32; véase también Garland,
1 990, p. 237). El argumento durkheimiano de que la indignación pú­
blica sobre la desviación social beneficia funcionalmente la recreación
de la unidad social obtiene una réplica de la teoría de la plusvalía de
Karl Marx al afirmar que lo criminal "ofrece un servicio" en tan­
to despierta sentimientos morales y estéticos en la población (1 968,
vol. 1 , p. 387). Los políticos no han sido lentos para adoptar la agen­
da populista de "ley y orden" cuando la opinión pública fue incitada
por relatos de los medios masivos de comunicación sobre los riesgos
crecientes de diversas amenazas provenientes de conductas social­
mente desviadas. Estas corporaciones de empresas de comunicación
de masas, por su parte, están interesadas en tales relatos dramáticos,
ya que los estudios de opinión pública muestran que los aconteci­
mientos dramáticos son considerados más habituales que los menos
dramáticos. Por lo tanto, aunque la muerte a causa de enfermedades,
en los Estados Unidos, se cobra cien veces más vidas que los homi­
cidios, los periódicos sacan tres veces más notas sobre muertes cau­
sadas por homicidios que por enfermedades (Slovic et al., 1 980). El
grado de temor a la delincuencia en una comunidad tiene sensible­
mente menos correlación con las tasas de delincuencia reales que
con la cantidad de noticias sobre crímenes y el tratamiento o proce­
so de construcción de las noticias que realizan los medios (Goode y
Ben-Yehuda, 1994, p. 97; sobre la construcción de las noticias, vf ase
también Fishmann, 1 980).

42
¿Por qué el pánico? Actualidad del concepto de pánicos morales

D I SC U RSOS Y P RÁCTICAS D I S C U RS IVAS

Algunas contribuciones recientes a la teoría social, como la de Michel


Foucault, han intentado tomar distancia de aquellas explicaciones
más "funcionalistas". Foucault argumentó que los sistemas modernos
de control social han dejado de depender de dramas públicos de trans­
gresión y castigo, para apoyarse en cambio en una dispersa red capi­
lar privada e institucional de mecanismos "disciplinarios". El interés
de Foucault en sus primeros trabajos estaba centrado en las reglas y
prácticas que producen afirmaciones y regulan los discursos en dis­
tintos dominios sociales e históricos. Discurso significa para Foucault
"un conjunto de enunciados que forman un lenguaje para hablar -un
modo de representación- del conocimiento acerca de un tema en par­
ticular en un determinado momento histórico" (Hall, 1 992, p. 291).
Los discursos no consisten en enunciados, textos o una única fuen­
te. El mismo discurso, característico del modo de pensar o estado del
conocimiento sobre un tema (lo que Foucault denominó episteme),
surgirá transversalmente en una variedad de textos y en diferentes
espacios institucionales dentro de la sociedad. Cuando estos distintos
enunciados "se refieren a un mismo objeto, comparten el mismo estilo
y [ . . . ] sostienen una misma estrategia [ . . . ] un patrón institucional co­
mún . . . o un cambio o modelo político" (Hall, 1 992, p. 291), Foucault
les atribuye pertenencia a la mismaformación discursiva.
En sus últimos trabajos, Michel Foucault dedica menos atención
a la producción de conocimiento a través del discurso y se involucra
más en indagar cómo el saber regula la conducta y el comportamiento
de las personas a través de lo que denomina prácticas discursivas, que se
dan en encuadres institucionales específicos. Su objeto de estudio era
la relación entre saber y poder, que para él estaban íntimamente liga­
dos, y cómo el poder opera dentro de lo que llamó el dispositivo y sus
tecnolo9ías. El poder por medio de técnicas y prácticas -tecnolo9ías- se
ejerce a través del dispositivo. El modo de investigar utilizado por Mi­
chel Foucault fue denominado por él mismo como 9enealo9ía, y tiene

43
Kenneth Thompson

como objeto las relaciones entre el saber, el poder y el cuerpo en la so­


ciedad moderna. Foucault pudo reconocer el saber como entramado
en relaciones de poder que se aplican de modos prácticos a la regula­
ción de la conducta social. Su enfoque difiere tanto de las teorías so­
ciológicas clásicas como de las teorías marxistas de la ideología, que
buscaban identificar los intereses de clase en formas particulares de
saber. Foucault deja de ocuparse de cuestiones tales como la verdad y
el poder represivo -sello distintivo de las teorías de la ideología- para
centrarse en cómo una formación discursiva constituye un régimen
de verdad y el poder no es tan solo una imposición de arriba hacia
abajo, sino que circula productivamente y en todas direcciones de
modo capilar. Los esfuerzos por controlar la sexualidad, por ejemplo,
produjeron una explosión de discursos sobre lo sexual -programas
de televisión y radio, revistas, artículos periodísticos y fotografías-,
novelas, leyes, el discurso médico y psicológico, los proyectos de in­
vestigación y artículos pedagógicos, que proliferaron tanto como la
mismísima industria pornográfica. Sin negar que el Estado o la cla­
se dirigente puedan tener posiciones dominantes, Foucault decide
abandonar las estrategias verticalistas de poder por otros circuitos
localizados pluralmente: tácticas, mecanismos y efectos a través de
los cuales opera el poder, su microfísica. El poder circula en todos los
niveles de lo social con un cierto movimiento "capilar" y no de mane­
ra lineal de arriba hacia abajo. El objeto central de la microfísica del
poder en el modelo foucaultiano es el cuerpo. El cuerpo está en el cen­
tro de las luchas entre distintas construcciones de poder/saber; sobre
el cuerpo mismo es donde se aplican las diferentes técnicas de regula­
ción. Las diversas formaciones discursivas y los dispositivos dividen,
clasifican e inscriben los cuerpos en respectivos regímenes de poder
y de verdad. El centro de interés para Foucault son las rupturas y fa­
llas históricas que dan cuenta del momento de paso de un régimen
discursivo a otro.
La contribución foucaultiana a la comprensión de los pánicos mo­
rales es algo que aún queda por hacer, quizás sea visibilizar las con­
/

44
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

troversias sobre aspectos de la sexualidad en tanto signos de la lucha


entre discursos y prácticas regulatorias rivales. El punto clave de
Foucault sobre la historia de los regímenes de verdad relativos a la
sexualidad es que uno no debiera dejarse guiar por la idea de que la so­
ciedad victoriana se caracterizaba por un discurso represivo y censor
sobre sexo, en contraste con la supuesta libertad del contexto actual.
La sociedad moderna a lo largo de su historia debería ser descripta
en los términos de un giro positivo hacia conocer la "verdad" sobre
el sexo y crear una "ciencia de lo sexual", incluso cuando la represión
y la censura pudieran haber jugado "un papel local y práctico en la
transformación de una tecnología de poder, en discurso, de una vo­
luntad en saber" (Foucault 1 976, pp. 3-1 1). El objetivo de Foucault no
era erradicar la idea de que se pasa de una moralidad victoriana a la
visión contemporánea más libre y más abierta del sexo, sino dar a co­
nocer con mayor precisión la trama que los diferentes lazos discursi­
vos establecen en distintas épocas históricas:

Las dudas que quisiera oponer a la hipótesis represiva se proponen


menos mostrar que esta es falsa que colocarla en una economía ge­
neral de los discursos sobre el sexo en el interior de las sociedades
modernas a partir del siglo XVII. ¿Por qué se ha hablado de la sexua­
lidad, qué se ha dicho? ¿Cuáles eran los efectos de poder inducidos
por lo que de ella se decía? ¿Qué lazos existían entre esos discursos,
esos efectos de poder y los placeres que se encontraban invadidos por
ellos? ¿Qué saber se formaba a partir de allí? En suma, se trata de de­
terminar, en su funcionamientoy razones de ser, el régimen de poder­
saber-placer que sostiene en nosotros al discurso sobre la sexualidad
humana (Foucault, 1 976, p. 1 1 ).

La relevancia de los comentarios de Foucault sobre los discursos de la


sexualidad y el poder es que nos alertan acerca del hecho de que los
pánicos morales sobre la sexualidad y otros asuntos representan las
fuerzas de poder sobre la regulación de la moral. La sociedad contem-

45
Kenneth Thompson

poránea se caracteriza por la profusión de discursos sobre sexualidad


y la regulación de los cuerpos, cada uno con diferentes implicancias
morales y habitualmente en conflicto. No es una sorpresa, por lo tan­
to, que los medios masivos reflejen esos conflictos y los amplifiquen
generando a menudo el surgimiento de un espiral de significación
que termina en lo que hemos denominado un "pánico moral". Este
parece ser más bien el caso en que varios ejemplos de conductas desvia­
das pueden enlazarse a un riesgo más general de degeneración moral,
como la amenaza que representan para los niños los abusadores, la
pornografía, los videos desagradables, la homosexualidad, la violen­
cia en la televisión, etcétera.

M E D I O S M A S I VOS Y E S F E RA P Ú B L I C A

Gran Bretaña es un interesante caso testigo para el estudio del fenó­


meno de los pánicos morales en la sociedad moderna porque desde la
década de 1970 ha padecido una sucesión realmente veloz de ese tipo
de episodios que conmovieron a la sociedad. Una razón para esto es la
naturaleza misma de los medios masivos de comunicación. Gran Bre­
taña es una excepción en cuanto a la concentración monopólica de los
medios con su alcance nacional. Mientras que en los Estados Unidos
o en Francia la prensa es fundamentalmente regional y local, Gran
Bretaña es el caso contrario: la prensa nacional con base en Londres
es dominante. Cuando las historias aparecidas en algún diario local
son interesantes, rápidamente son levantadas por la prensa nacional.
Esta es una de las razones por las que en el caso de los pánicos morales
británicos se analizarán en este libro noticias de la prensa gráfica. Sin
embargo, con la televisión sucede algo parecido; los cinco canales de
televisión abierta tienen alcance nacional y funcionan como eco de la
agenda mediática definida por la prensa gráfica. Desde la década de
1970, la competencia entre los diversos periódicos por incrementar
el número de lectores ha ido creciendo y de igual manera creció la

46
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

competencia entre los canales de televisión por la audiencia. El ritmo


natural de la competencia se aceleró cuando la empresa de Rupert
Murdoch, News International Corporation, adquirió los periódicos
líderes en ambos extremos del mercado: The Sun se transformó en el
pasquín con mayor tirada diaria-4 millones de ejemplares en 199 5-y
el más vendido en su edición dominical, llamada News of the world (4,8
millones), seguido por el más prestigioso de todos los periódicos, The
Times, y por el más leído -de entre los diarios "serios" del domingo-,
The Sunday. The Sun ha sido acusado de abaratar agresivamente su es­
tética al incluir material que en los Estados Unidos solo sería espera­
ble de aquellos medios gráficos que ya no son siquiera considerados
como prensa, y que se venden en supermercados, como el National
Enquirer. El otro gran tabloide británico, el Dairy Mirror (con una cir­
culación de 2,5 millones en 1 995), no tuvo más remedio que seguir
los pasos de The Sun en el proceso de abaratar el mercado a través del
sensacionalismo, tal como antes lo hicieran los periódicos destinados
al segmento medio del mercado, el Dairy Mail y el Dairy Express, am­
bos de menor circulación. En los años noventa el Dairy Mail tomó la
posta de medio líder en el rol del proselitismo moral, ufanándose ha­
bitualmente de sus éxitos en influir sobre los políticos para promover
determinada legislación o tratar temas de moral según su interés. Los
diarios realmente serios fueron llevados a asumir esa agenda moral
y recorrer el camino que los iría transformando lentamente en pas­
quines: lo hicieron a través de un doble procedimiento, personalizar
los problemas sociales y tratarlos de manera sensacionalista. Los pe­
riódicos progresistas como The Guardian y el Independent resolvieron
la cuestión agregando secciones con un estilo diferente y claramente
sensacionalista a sus ediciones, donde se retomaban con frecuencia
los temas instalados ya por otros medios. Incluso The Times, que supo
ser el clásico diario conservador, creyó que debía tomar esa ruta ha­
cia el sensacionalismo si quería seguir compitiendo, pero el dilema se
resolvió destinando más espacio para la clase de episodios que han
sido ya descriptos como pánicos morales, pero manteniendo a la vez,

47
Kenneth Thompson

sobre esos asuntos, un riguroso tono moral que justificara su propia


decisión editorial. Si como concluye Jenkins, "los medios son parte de
la arena de la opinión pública en la cual surge la definición colectiva
de los problemas sociales" (citado por Best, 1 990, p. 16), entonces el
tamaño y las reglas que regulan tal arena han cambiado muy rápido
en la moderna Gran Bretaña (Jenkins, 1 992, p. 21).
Teniendo en vista el prestigio de la BBC y su tradicional misión
de "educar e informar" sería legítimo pensar que la industria de la
comunicación en Gran Bretaña ha permanecido inmune a las in­
fluencias del sensacionalismo. De todos modos, el surgimiento de
canales comerciales supuso también comparar los niveles de au­
diencia y no se hubieran hecho esperar las preguntas acerca de si el
financiamiento público de la BBC debía continuar, en tanto no ofre­
cía ya lo que el público actual parecería demandar. En consecuen­
cia, la competencia forzada con sus rivales comerciales por ofrecer
diversión popular, incluyendo el tratamiento de las noticias y los
temas públicos, determinó el uso de ese mismo carácter de entre­
tenimiento. Uno de los rasgos notables de la nueva grilla de progra­
mación fue la profusión de los talk shows, copiados de la televisión de
los Estados Unidos (por ejemplo, del programa de Oprah Winfrey),
que a menudo tienen un carácter confesional que Michel Foucault
no dudaría en considerar como típico de la sociedad moderna (Fou­
cault, 1976). Los documentales, que se esperaba que contraatacasen
el tratamiento sensacionalista de los temas en la prensa amarilla,
habían ido adoptando el formato de la historia personal. Un analista
de los medios, Ros Coward, afirma:

Es como si ahora todos los documentalistas fueran alumnos del curso


de estructura narrativa hollywoodense de Robert McKee: él insiste
en que los personajes se identifiquen con dilemas que exponen el ca­
rácter moral y el avance progresista. La ficcionalización es limitante
y contraproducente . . . empieza como un modo de que los temas ge­
nerales se vuelvan algo más personal y se van volviendo una cacería

48
¿Por qué el pánico? Actualidad del concepto de pánicos morale s

de vidas cada vez más extrañas (Ros Coward, The Guardian, 1 1 de


noviembre de 1996).

Coward se refiere particularmente a la recepción de un programa


documental sobre el adulterio, Betrayal, producido por la BBC, y afir­
ma que "los pasquines son despiadados con los adúlteros al conside­
rarlos responsables de la decadencia moral de este país".
Estos cambios en los medios masivos orientan a un rasgo nove­
doso: dar cuenta de la percepción de una nueva ola de problemas so­
ciales, que ofrece un terreno fértil a los promotores de demandas
-aquellos que procuran solicitar atención y recursos a la opinión pú­
blica y a las autoridades-. Estos van desde un creciente número de
policías y trabajadores sociales hasta los emprendedores morales y
activistas. No se puede decir que estos desarrollos de los medios y
de los promotores de demandas hayan creado pánicos morales desde
la nada. Era preciso que surgieran un contexto social particular y un
electorado potencial que estuviera dominado por la angustia o tuvie­
se la suficiente conciencia del riesgo como para ser receptivo a los dis­
cursos que contienen mensajes demonizantes. Pero una vez que esas
condiciones están dadas, el espiral de significación producido por la
interacción de los promotores de demandas y los medios agitando al­
gún problema social podría fácilmente generar pánicos morales.
El tema de los pánicos morales plantea cuestiones más amplias so­
bre las posibilidades de una comunicación racional y un debate en
la esfera pública. ¿Es cuestión de simples distorsiones en la comuni­
cación que podrían corregirse con una regulación inteligente de los
medios masivos, como sugieren Jürgen Habermas y otros? (véanse
Habermas, 1 989 y Scannell, 1989). ¿O estamos en una época pos­
moderna de la cultura mediática en la que el espacio público se pare­
ce más a un laberinto de espejos donde todo lo que existe es reflejo
de otras representaciones mediáticas, o un mundo del simulacro que
constituye una "hiperrealidad" inmune a la crítica racional, como
sostiene Jean Baudrillard (1981)? Otros sociólogos se refieren a la

49
Kenneth Thompson

cultura contemporánea como "una representación a través del espec­


táculo" o un drama público (Chaney, 1 993, p. 33) realmente abru­
mador. Tal vez deberíamos pensar en la veloz sucesión de pánicos
morales "simulados", uno tras otro, que con frecuencia son ejemplo
de cómo los medios de comunicación masiva se retroalimentan entre
sí (por ejemplo: los pánicos morales que construyen los diarios sobre
el sexo en la televisión) -examinaremos este aspecto en el capítulo
8-. Estas importantes cuestiones no se resuelven completamente en
este libro, pero es posible destacar la gran importancia del estudio
de los pánicos morales para la comprensión sociológica de la cultura
y la comunicación en la modernidad tardía o posmodernidad (véase
Thompson, K., 1 992),y la regulación cultural (Thompson, K., 1997).
Al discutir distintos ejemplos de este tipo de pánico, es fácil dejar­
se absorber por cada tema específico e ir perdiendo de vista su signi­
ficado más general. Es con el fin de evitar esta tendencia que hemos
procurado situar el análisis de los pánicos morales en el contexto de
enfoques más generales, como la caracterización que realiza Ulrich
Beck de la sociedad moderna como "sociedad del riesgo" o las ideas
de Michel Foucault sobre formaciones discursivas y prácticas norma­
tivas. La caracterización de la sociedad moderna como sociedad del
riesgo nos alerta sobre las maneras en que los riesgos aumentan en la
medida de la proliferación de los cambios, y también sobre el hecho
de que los sistemas modernos de información aumentan la conciencia
del riesgo al mismo tiempo que el desarrollo del conocimiento exper­
to parecería ir tomando la definición y el control sobre esos mismos
riesgos, alejándolos de la gente común. La contribución de las ideas
de Foucault debería aportar a la comprensión de los pánicos morales
como síntomas o signos de la lucha entre discursos rivales y prácticas
normativas, especialmente en los casos de pánicos morales vincula­
dos a la sexualidad y la familia, que ejemplifican -como señala Fou­
cault- que no se trata de una cuestión de desregulación progresiva
y creciente permisividad, sino más bien de nuevas formas de regu­
lación: sistemas de regulación en manos de expertos y técnicos (por

50
¿Por quéelpánico? Actualidad delconcepto de pánicos morales

ejemplo: consejeros y terapeutas, médicos especialistas, trabajadores


sociales y organismos reguladores de la radiodifusión) que desplazan
a la autoridad tradicional y sus valores. Estos conceptos más amplios
no fueron pensados como herramientas para ser usadas en el análisis
detallado de los pánicos morales, sino más bien para localizar los de­
bates en torno a un encuadre teórico más general sobre el que se hará
referencia más adelante cuando sea pertinente.

51
2.EL PÁNICO MORAL CLÁSICO :
MODS Y ROC KERS

El pánico que generaron en 1 960 los sucesos protagonizados por


la juventud británica fueron ocasión del primer análisis sociológi­
co sobre un pánico moral (Cohen, 1 972), y esto es significativo por
varios motivos: en principio, porque la preocupación sobre la con­
dición moral de la juventud ha sido objeto de episodios sucesivos de
pánico moral y eventualmente podría permitirnos establecer con
exactitud una fuente importante y recurrente de ansiedad frente
al riesgo. En segundo lugar, porque el pánico moral sobre mods y
rockers en la Gran Bretaña de aquella década ofrece un buen ejem­
plo del espiral de significación por el cual la interacción de los pro­
motores de demandas, emprendedores morales y medios masivos
determina la consolidación de un discurso que demoniza a ciertos
grupos en tanto responsables de la decadencia moral general. Por
último: al menos un episodio de los pánicos morales vinculados a
la juventud, el de la ola de arrebatos acaecida durante los años se­
tenta, ha sido objeto del debate más intenso entre quienes defien­
den y quienes tienen una posición crítica sobre este concepto de
p ánico moral.
El episodio inidal de comportamiento desviado que dio origen a
un p ánico moral y a la identificación de una porción de la juventud
brit ánica con lo demoníaco comenzó en el pequeño pueblo costero
de Clacton en 1964. La naturaleza totalmente banal de ese episodio
puede deducirse de la descripción de Cohen:

53
Kenneth Thompson

El fin de semana largo de la Semana Santa de 1 964 fue peor de lo ha­


bitual. Hacía frío, estaba húmedo y ese domingo de Pascua fue quizás
el más frío de los últimos ochenta años. Los comerciantes y pueste­
ros estaban irritados por la escasez de clientes y los jóvenes tenían,
también, su propio aburrimiento e irritación, avivada además por el
rumor de que los dueños de cafés y bares se negarían a atenderlos.
Pequeños grupos comenzaron a pelearse entre ellos en plena calle
y se tiraron, mutuamente, algunas piedras. Los mods y los rockers
-una división inicialmente determinada por la vestimenta y el es­
tilo de vida que luego se volvería rígida, pero que en ese momento
no estaba del todo consolidada-, comenzaron a armar dos grupos y
agredirse. Los que tenían motos de gran cilindrada o scooters rugían
yendoy viniendo, hubo algunos vidrios rotos, algunas carpas de ma­
dera sobre la playa terminaron rayadas y un muchacho disparó un
tiro al aire. Un número importante de gente que se juntó en la calle,
el ruido, la irritación general y las torpes acciones de un grupo po­
licial con escaso personal y poca preparación, lograron que fuesen
dos días desagradables, opresivos, y que por momentos diera algo de
temor (Cohen, 1980, p. 29).

EL PA P E L DE LOS M E D� O S

Para el estudio de ciertas formas de comportamiento colectivo, Stan­


ley Cohen propuso adaptar un modelo de estudio evolutivo del desa­
rrollo en el que se describen estadios sucesivos y cuya primera etapa
denominó fase de desviación inicial o impacto: este modelo fue toma­
do de los estudios del comportamiento en situaciones de catástro­
fe o desastre. La etapa siguiente es la denominada de inventario, en la
cual los observadores hacen un balance de lo que ellos creen que ha
ocurrido. El factor más importante es la forma en que la situación es
interpretada inicialmente y presentada por los medios masivos de co­
municación "porque esa es la forma usual con la cual la mayoría de la

54
Elpánico moralclásico :mods yroc kers

gente recibe las imágenes que describen lo aberrante y lo catastrófi­


co. Sus reacciones tienen como base esas imágenes editadas o codifi­
cadas" (Cohen, 1 9 80, p. 30). Cohen muestra que la presentación de
los medios o el inventario de los eventos realizado sobre el episodio
de mods y rockers fue crucial en determinar las etapas posteriores de
la reacción:

En la mañana del lunes posterior a los primeros incidentes en Clac­


ton, todos los periódicos nacionales, con la excepción de The Times
(la noticia aparece en quinto lugar en la página principal del diario),
publicaron un editorial sobre el tema. Los titulares son por demás
elocuentes: " Día del Terror por un grupo de motoqueros" (Dai!Y Tele-
9raph), "Jóvenes devastan un pueblo, 97 motoqueros detenidos" (Dai!Y
Express), " Salvajes invaden la costa, 97 arrestos" (Dai!Y Mirror). El si­
guiente grupo de incidentes recibió una cobertura similar y el martes
comenzaron a aparecer editoriales, junto con los informes sobre que
el ministro del Interior "se vio instado" (no se aclaraba por parte de
quién) a emprender una investigación o tomar serias medidas. Luego
empezaron a salir reportajes y entrevistas destacadas con los mods y
los rockers. Las entrevistas hicieron circular teorías acerca de los mo­
tivos: se calificaba a las bandas como "excitadas", "visiblemente alco­
holizados", "empeñados en destruir", etcétera (Cohen, 1980, p. 30).

Cohen analiza el inventario que hicieron los medios sobre el inciden­


te inicial a partir de tres puntos:
• exageración y distorsión;
• predicción;
• simbolización.

El tipo de distorsión en el inventario consistía en exagerar la grave­


d ad de los hechos según criterios tales como el número de personas
que participaron, el número involucrado en los sucesos de violencia,

55
Kenneth Thompson

la magnitud de los daños y su costo económico. Otro modo adicio­


nal de distorsión fue la manera y el estilo en que se presentaron los
hechos típicos de la crónica roja: titulares sensacionalistas, palabras
melodramáticas y el deliberado destaque de aquellos elementos de la
historia que se consideran noticia. El uso frecuente de palabras o ex­
presiones como "motín", "orgía de destrucción", "batalla", "ataque",
"asedio", "devastación de la ciudad" y "banda de poseídos". Del total
de arrestos en Clacton (97), solo la décima parte fue acusada de al­
gún delito que no fuese de tipo vandálico: robar medio litro de nafta,
intento de robar bebidas de una máquina expendedora e "intento de
obtener un crédito de dinero de manera fraudulenta" (el valor de un
helado) (Cohen, 1 980, p. 37). El costo total estimado de los daños en
Clacton fue de S 1 3 libras esterlinas. Un periódico publicó que "todos
los locales bailables sobre la playa fueron destrozados" (Cohen, 1 980,
p. 37); pero de hecho la ciudad solo tenía un local de ese tipo, que sí,
tuvo algunos vidrios rotos. Asimismo, se usó un plural genérico (si
un barco había sido volcado, la nota decía "los barcos habían sido vol­
cados"; Cohen, 1 980, p. 39), técnica habitual que utilizan los corres­
ponsales de guerra, dar cuenta de un mismo incidente dos veces para
simular dos incidentes diferentes.
Otro elemento del inventario fue la insistente predicción de que
el incidente sería sucedido por muchos otros acontecimientos con
peores consecuencias, y la afirmación de que lo visto era parte de
un patrón de acción cuyas causas subyacentes no habían reunido to­
davía el impulso que necesitaban para surgir. Así, eventos parecidos
a los de Clacton fueron registrados durante el feriado de Pentecos­
tés de 1 964 en Bournemouth, Brighton y Margate, aunque todos
ellos tuvieron consecuencias menores en relación con lo sucedido
en Clacton. De todas maneras, la cobertura mediática inducía a pen­
sar que la calidad de los hechos estaba empeorando, y tal es así que
la difusión de los medios resaltaba las expectativas de eventos dra­
máticos futuros que atraerían a la audiencia, deseosa de ser testigo
del drama.

56
El p ánico mor alc lásico :mods yroc kers

La difusión que se les dio a los episodios en cada balneario supu­


so un modo de simbolización cuyos símbolos específicos (diferen­
cias en la indumentaria, estilo de vida y modos de entretenimiento
de los jóvenes) eran despojados de su connotación original, neutra
o favorable, hasta llegar a evocar ambiguamente respuestas des­
favorables:

Parecería haber tres tipos de procesos en tal simbolización: una pala­


bra (mod) se volvió representativa de determinada condición (delin­
cuente o desviado); se identificaban objetos que simbolizaran tales
palabras (peinados o ropa);y los objetos en sí mismos devinieron sím­
bolos de la condición que portaban (y de las emociones que conlle­
van) (Cohen, 1 980, p. 40).

Los estudios sobre los pánicos morales asociados con los mods y
rockers y otras formas de desviación, así como la investigación en
los procesos de comunicación masiva en sí mismos (Hallaran et al.,
1 970), sugieren que la interrelación de dos factores determina la pre­
sentación de los inventarios de lo desviado: la primera es la necesidad
institucionalizada de crear noticias y la segunda es la estructura se­
lectiva e inferencia} del proceso de su construcción. Los medios ma­
sivos operan con determinadas definiciones de qué es lo que puede
convertirse en noticia:

No existe un manual de estilo que haga saber a los periodistas que al­
gunos temas (drogas, sexo, violencia) pueden atraer al público o que
determinados grupos sociales (los jóvenes, los inmigrantes) deben
ser sometidos continuamente a escrutinio. En cambio, sí hay factores
que construyen una "buena historia" y son aquellos que van desde la
intuición de cada periodista hasta ciertos supuestos, como "darle al
público lo que el público quiere", que dan cuenta de un estructurado
sesgo ideológico,y predisponen al medio a hacer de determinado su­
ceso, una noticia (Cohen, 1 980, p. 45).

57
Kenneth Thompson

Por ejemplo, distintos tipo de disturbios, ciertas formas de lo "vandá­


lico", lo "pendenciero" o las "luchas entre pandillas'', que eran sucesos
habituales en los pueblos de la costa británica desde fines de los años
cincuenta hasta entrados los años sesenta, solo llegaron a ser noticia
a partir del etiquetamiento del Clacton; en tanto ejemplo de lo ex­
tendido de determinada desviación, "la cuestión de mods y rockers
no llegó a ser noticia porque fuese algo novedoso, sino porque se lo
presentó así para justificar su creación como novedad" (Cohen, 1980,
p. 46). La manufactura de las noticias descripta por Halloran y sus co­
laboradores hace referencia al desarrollo de una estructura inferen­
cia} y sostiene que no es un sesgo intencional ni una simple selección
debida a las expectativas del público, sino más bien "un proceso de
simplificación e interpretación en el cual se estructura el sentido atri­
buido a la historia en torno a su valor como noticia" (Halloran et al.,
1970, pp. 2 1 5-216). El encuadre teórico utilizado para describir este
proceso, que luego retomará Cohen, es la noción acuñada por Boors­
tin del evento como noticia. Es decir, la cuestión de si algo es noticia se
vuelve tan importante como la cuestión de si ese evento es verdadero.
El argumento es que:

los eventos serán seleccionados como noticias a ser transmitidas en


tanto encajen o estén en consonancia con imágenes preexistentes -la
noticia de un evento confirma ideas anteriores-. Cuanto menos cla­
ra sea la noticia y cuanto más inseguro o dubitativo sea el periodista
en la forma de comunicarla, más probable es que sea transmitida en
el marco general donde se la había ubicado previamente (Hallaran et
al., 1 970, pp. 2 1 5-2 1 6).

A la luz de esto, Cohen concluye:

Solo cuando los contornos de tales marcos generales pueden discer­


nirse, es posible comprender procesos como la simbolización, la pre­
dicción, la información de los no-acontecimientos y el estilo de su

58
Elpá nico moralclásico :mods yroc kers

presentación mediática. La previsibilidad del inventario es crucial. Así


de invariables eran las imágenes, así de estetizado, el modo de presen­
tarlas, así de limitada, la gama de emociones y valores en juego, que
hubiera sido perfectamente simple para cualquiera que hubiera estu­
diado la cobertura de los eventos de los modsy los rockers predecir con
relativa precisión los informes sobre sucesivas variaciones del tema de
la juventud desviada: cabezas rapadas, vándalos, hippies, adictos a las
drogas, asistentes a recitales, el juicio de Oz (Cohen,1980, p. 47).

Sin embargo, aunque la cobertura de los medios puede haber crea­


do un marco de interpretación de los hechos, los medios de comu­
nicación no funcionan en el vacío, hay otros actores involucrados
-agentes de control social tales como la policía y los jueces, los em­
prendedores morales y en particular los políticos.

AG E NT E S DE C O N TRO L S O C I A L Y E M P R E N D E D O R E S M O RALES

Uno de los efectos de la simbolización contenida en los informes de


los medios sobre lo desviado es que se sensibiliza a la gente frente a los
indicios de una amenaza. Incidentes y eventos que de otra manera no
se considerarían vinculados pasan a ser vistos como síntomas de la
misma forma amenazante de lo desviado. Después de aquellas noti­
cias sobre los primeros disturbios, todo tipo de comportamiento in­
debido de la juventud fue interpretado en referencia al mismo marco
si mbólico. Como resultado de la sensibilización, los incidentes que
antes podrían haber sido tildados de "payasadas" o de "pelea de bar"
fueron interpretados como parte del fenómeno de mods y rockers.
Aumentó el nerviosismo público y creció la presión por mayor vigi­
l ancia policial y acciones más contundentes de parte de las fuerzas
de la ley y el orden. La policía reaccionó intensificando las patrullas y
aumentando sus intervenciones en los pueblos de la costa potencial­
mente conflictivos, en los bares, plazas y en todo evento público. Los

59
Kenneth Thompson

procedimientos judiciales reflejaban la sensibilización. En el pueblo


de Blackburn, muchos kilómetros al norte de los balnearios donde
sucedieron los disturbios de mods y rockers, un oficial de policía que
acusó a dos jóvenes por comportamiento amenazante (los mucha­
chos formaban parte de un grupo numeroso de veinte que arrojaba
banditas elásticas a los transeúntes) declaró en la Corte:

Este caso es un ejemplo del tipo de comportamiento que se ha re­


gistrado en muchas otras localidades del país durante las últimas se­
manas y que de a poco ha ido afectando también a Blackburn. No
debemos tolerar esta actitud. La policía hará todo lo posible para
ejercer su poder y acabar con ello (Lancashire Evenin9 Tele9raph, 29 de
mayo de 1 964; citado en Cohen, 1 980, p. 80).

Según Cohen, la reacción de la cultura del control se distingue por


tres elementos en común: la difusión, la escalada y la innovación. La
difusión podría ser vista en la forma en que los agentes de control, ale­
jados de los incidentes originales, eran arrastrados a definir su pro­
pia actividad en tanto policía regional o federal, como la de lidiar con
fenómenos de lo desviado. La escalada de medidas para hacer frente
al problema queda evidenciada en los reclamos de "apretar'', "tomar
medidas fuertes'', "no dejen que esto se les vaya de las manos", que
se legitiman a través de la invocación de las imágenes de aquellos
que debían ser protegidos en tanto "turistas inocentes'', "ancianos'',
"madres y padres'', "los niños pequeños que construyen castillos en la
arena" y los "comerciantes honestos". El resultado final de estas me­
didas fue que el control se extendió no solo en grado, sino también en
el nuevo tipo de métodos mediante los cuales era lícito ejercerlo, por
ejemplo, otorgarle más poder a la policía e incrementar las sanciones
para los infractores que no habían existido hasta entonces. Uno de los
castigos sugeridos fue la confiscación de las motos, y un magistrado
fue aún más lejos al sugerir que los delincuentes debían ser provis­
tos de martillos para destrozar ellos mismos sus propias motos: "una

60
Elpánico moralclásico :mods yroc kers

acción infantil debe tener un castigo igualmente infantil" (citado en


Cohen, 1 980, p. 91).
Tal vez la interfaz más importante de la cultura de control es cuan­
do al control estatal, que se expresa en las leyes y en quienes legis­
lan, se le unen presiones de la opinión pública canalizadas a través
de los promotores de demandas y los emprendedores morales; y esto
es particularmente importante cuando los emprendedores morales
son, ellos mismos, políticos. La reacción inicial en el caso de Clacton
y los otros balnearios fue diseñada por asesores de los políticos loca­
les, quienes definieron el vandalismo como una amenaza a los inte­
reses de los comerciantes. Estos asesores sabían que nada se haría si
el problema se definía en términos puramente locales, y por lo tanto
aconsejaron que los eventos tenían que magnificarse hasta alcanzar
proporciones nacionales y desplazar la responsabilidad de lo ocurri­
do hacia arriba. Se apeló al gobierno para que las leyes fuesen "más
estrictas", y para que la justicia y la policía tuvieran más poder. Así, en
cierto momento, con el fin de alcanzar un mayor impacto, tales apela­
ciones generales y esporádicas realizadas por individuos particulares
y organizaciones locales debían llegar a los medios como operaciones
claramente ejecutadas por grupos de acción. Cohen analizó el pro­
ceso en los términos de la teoría del comportamiento colectivo y del
desarrollo de los movimientos sociales de Neil Smelser (1963). Los
grupos de acción corresponden a lo que Smelser llama "movimientos
orientados por las normas", que se desarrollan a través de etapas cuya
secuencia es acumulativa: conflicto (desvío); ansiedad; identificación
de los agentes responsables; creencia generalizada de que el control
es insuficiente; creencia de que el problema puede ser solucionado
con la reorganización de la estructura normativa ("debería haber una
ley"); y, por último, la formulación de propuestas concretas para cas­
tigar, controlar o destruir al agente causal. Cohen también propor­
ciona un perfil detallado de uno de los emblemáticos cruzados de la
moral, el señor Blake, quien formó un grupo de acción y logró difun­
dir su causa e involucrar a políticos locales y otros representantes de

61
Kenneth Thompson

la autoridad. Esta cuestión culminó en una resolución de la Cámara


de los Comunes:

Que esta Cámara a la luz de la deplorable y creciente delincuencia


juvenil, y en particular los repudiables sucesos recientes en Clacton,
insta a la Secretaría de Estado del Ministerio del Interior a que con­
sidere urgente e importante la necesidad de que los jóvenes vándalos
reciban castigo económico y físico como medio eficaz de disuasión
( 1 5 de abril de 1964, Cámara de los Comunes; citado en Cohen,
1 980, p. 1 34).

Se presionaba a los legisladores con su responsabilidad para lidiar


con el "daño colateral", haciendo referencia explícita a los peligros
de mods y rockers, aunque el ministro responsable había admitido
en el primer debate que "algunos de los informes de lo que sucedió en
Clacton durante el fin de semana de Pascua fueron muy exagerados"
(Mr H. Brook, Hansard, 27 de abril de 1 964, cols. 89-90). Sin embar­
go, ya se había completado el proceso a través del cual se habían crea­
do la mitología y los estereotipos de los demonios populares que ya
estaban finalmente instalados.
Además de la cultura de control, que amplifica la desviación, se
agregaba lo que Lemert (1 952) llamó "el fenómeno de explotación
de la aberración". Lemert se refiere a la "simbiosis socioeconómica
entre grupos criminales y no criminales" (1 952, p. 310), y apunta al
beneficio directo o indirecto derivado de la delincuencia que obtie­
nen los banqueros, los abogados criminalistas, los oficiales de poli­
cía y miembros de la justicia. Vinculados a estos demonios populares
como los mods y los rockers, surgió también una explotación comercial
a cargo de los encargados del marketing de productos de consumo
para adolescentes y jóvenes, que utilizaron imágenes con el estilo de
estos grupos en las publicidades comerciales. La relación simbiótica en­
tre quienes condenan y los condenados, "normales" y "anormales",
era visible en el tratamiento que los medios daban a las diferencias

62
Elpánico mor alclásico :mods yroc kers

entre mods y rockers; por ejemplo, en una pregunta que el Dairy Mail
formulara para ser respondida por los lectores a modo de encuesta:
"¿Eres mod o rocker?", publicada inmediatamente después de los su­
cesos de Clacton. También hubo explotación ideológica, que implica una
ambivalencia similar en tanto que el explotador "gana" con la denun­
cia de la desviación y "perdería" si se demostrara que la desviación es
menos real o no tan seria. Tal explotación ideológica no se limita a los
p olíticos y los cruzados de la moral, sino que incluye una amplia va­
riedad de grupos que podrían utilizar connotaciones simbólicas para
justificar sus propias posiciones, por ejemplo: "Los hombres de la BBC
que alimentan la violencia, la lujuria, la falta de objetivos y el cinismo
de millones de hogares todas las noches deberían honestamente so­
meter a consideración su propia responsabilidad" (resolución apro­
bada en la "Conferencia de reconstrucción moral de Pascua", 30 de
marzo de 1 964; citado en Cohen, 1 980, p. 141).

C O N T E XTO S O C I A L

El pánico moral acerca de los mods y los rockers no surge en el vacío


social. Los medios, los agentes de control y los emprendedores mora­
les necesitaban circunstancias sociales que posibilitaran la amplifica­
ción y la recepción voluntaria de su mensaje sobre el peligro moral.
Como explica Cohen:

Los mods y los rockers simbolizaban algo mucho más importante que
lo que de hecho hacían. Tocaban las delicadas y ambivalentes termi­
nales nerviosas por las que circulaban los cambios sociales vividos en
la Gran Bretaña de posguerra. Nadie quería depresión ni austeridad,
pero mensajes tipo "nunca la pasamos mejor que ahora" eran ambi­
valentes en cuanto a que alguna gente la estaba pasando demasiado
bien demasiado rápido: "hemos bajado la cortina para ellos demasia­
do rápido". Resentimiento y celos se dirigían directamente a los jóve-

63
Ken net h Thompson

nes,y no solo por su mayor posibilidad de derrochar podery libertad


sexual. Cuando esto se combina con una ética del trabajoy del placer
que se sostiene en un equilibrio demasiado inestable; con violencia
y vandalismo, y con la (aún incierta) amenaza que representa la in­
gesta de drogas, está sucediendo algo más que la mera imagen hecha
trizas de un pacífico feriado en la costa (Cohen, 1 980, p. 1 92).

Cohen sugiere que esa ambigüedad y esa tensión eran muy impor­
tantes a principios de la década de 1 960. Los límites aún no habían
sido claramente establecidos y la reacción formaba parte de tal pues­
ta de límites. Cohen percibe este período como la "crisis de frontera"
que describió Erikson (1 966) en su análisis del feriado de Pentecos­
tés turbulento en el estado puritano de Massachusetts, Estados Uni­
dos; un período en el cual la inseguridad de un grupo en relación
con sí mismo se resuelve con una confrontación ritual entre los des­
viados y los agentes del orden de la comunidad. Cohen sostiene que
no es necesario pensar en una conspiración en la que los desviados
hubieran sido "elegidos" deliberadamente para clarificar los límites
normativos en una época de ambigüedad y tensión con el fin de de­
tectar, en las respuestas a mods y rockers, decla raciones acerca de
límites morales, sobre cuánta diversidad se puede tolerar. Con rela­
ción a los pánicos morales y las llamadas "olas de delincuencia", am­
bos dramatizan los temas que se ponen en juego cuando los límites
son borrosos y ofrecen un espacio de discusión en el que articular
esos asuntos de un modo más explícito. La movilidad social y el des­
plazamiento físico de los mods y los rockers -jóvenes relativamente
solventes que pueden vestir a la moda y viajar en sus motos más allá
de los barrios obreros- provocaban intranquilidad y hostilidad.

Tradicionalmente, el papel de lo desviado ha sido atribuido a los va­


rones de clase obrera urbana, pero los mods y los rockers parecerían
tener una adscripción más laxa a su clase social; he ahí a un grupo de
impostores que actúan la parte que todos saben que le pertenece a

64
Elpá nico moralclásico :mods yroc kers

otro grupo. Incluso su ropa está fuera de lugar; sin las chaquetas de
cuero sería difícil distinguirlos de cualquier empleado bancario. La
intranquilidad que despiertan esos actores fuera de su rol puede ge­
nerar una hostilidad importante. Algo hecho por alguien de fuera del
grupo es simplemente condenado y ubicado en un esquema de cosas,
pero cuando lo desviado surge hacia dentro del grupo es algo ver­
gonzoso, que amenaza las normas y tiende a desdibujar el límite con
el afuera del grupo (Cohen, 1 980, p. 1 95).

El análisis de la confusión de los límites es particularmente relevan­


te en el caso de los mods, cuyo estilo y estatus simplemente no encaja
en las normas establecidas; su aspecto era diferente al estereotipo del
vándalo personificado en el estilo anterior, el de los teddy boys o el
de los rockeros con camperas de cuero, de quienes se creía que imita­
ban a las pandillas de motoqueros norteamericanos. Los mods parecían
ofrecer cierto desaire para con los valores tradicionales, un aire de dis­
tancia e ingratitud por lo que habrían recibido de la sociedad. Aunque
no hubiera duda de que la conducta de mods y rockers planteaba una
amenaza a los intereses materiales de los comerciantes y propietarios
de los hoteles donde sucedieron los disturbios, la sensación de escán­
dalo moral que evocaban no podía deberse tan solo a esas cuestiones:
se agregaban las afirmaciones de los cruzados de la moral demonizan­
do esas culturas juveniles como "prematuramente influyentes, agre­
sivos, permisivos" y "desafiando la ética de la sobriedad y del trabajo
duro". Los psicólogos intentaron explicar estas respuestas en términos
de envidiay resentimiento de la clase media baja, supuestamente la más
frustrada y reprimida de las clases sociales, condenando la conducta
que, secretamente, ansiaba tener. Debe haber alguna verdad en esto,
pero la explicación sociológica completa que sugerimos necesita con­
siderar múltiples factores, acentuando la interacción de las condicio­
nes estructurales, culturales y simbólicas, las acciones de los actores,
los movimientos sociales fundamentales y los procesos por los cuales
se configuran las típicas formas del desarrollo de la conducta colectiva.

65
Kenneth Thompson

R E S U M E N D E L E N FO Q U E D E STA N LEY CO H E N

El estudio pionero del fenómeno de "pánicos morales" realizado por


Cohen, que utiliza el ejemplo de los mods y los rockers, lo condujo a
desarrollar un modelo procesual de la amplificación de lo desviado
que se resume en la figura l .

Figura 1 . Modelo d e l a amplificación d e l o desviado

Problema inicial (deri vado de la posici ón estructural ycul tur al


de los jóvenes de clase tra ba jadora )

4-
Solución inicial a( cciones yestilos de lo des viado )

4-
Reacción social (implica elementos de falsa percepci ón ,por e jemplo ,e nla prese ntaci ón
mediática inicial del in ventario yla consi guiente distorsi ón de los intereses y valores a lar go
pla zo )
4-
Operación de la cultura de control, explotación y creación de estereotipos
(sensi bili zaci ón ,dramati zaci ón yescalada )
4-
Aumento de lo desviado, polarización
4-
Confirmación de los estereotipos (teor ía pro bada )

Fuente: Cohen 0980 , p. 199).

66
3.PÁNICOS MORALES ACERCA
DE LA JUVENTUD

El desarrollo posterior del análisis sociológico de los pánicos mora­


les en Gran Bretaña continuó centrado en los estudios pioneros de
Stanley Cohen sobre las culturas juveniles, y por buenas razones. En
la imaginación pública, parecería no haber un grupo etario más aso­
ciado con el riesgo que la juventud. Pero después de los jóvenes, quie­
nes también están vinculados a los riesgos son los niños; los pánicos
morales también acechan a la infancia, en especial en lo que concierne
al declive de la familia. Más allá de los escasísimos casos de niños ase­
sinos (como el asesinato del niño Bulger), la infancia no suele ser con­
siderada fuente de situaciones de riesgo, sino su víctima. La juventud,
en cambio, parecería ser una etapa de la vida que no solo está en riesgo
sino que además es causa de distinto tipo de pánicos morales; lo cual
no parece sorprendente si consideramos a este grupo en su estatus
tra nsicional entre infancia y adultez. La marginalidad y ambigüedad
de la condición juvenil exacerba los riesgos que ella implica de por
sí: los jóvenes son un problema para la regulación social y para la re­
producción del orden social. Pero la relación entre las generaciones y
las culturas generacionales es también problemática para los jóvenes
mismos, y las distintas culturas y subculturas pueden leerse o deco­
dificarse como respuestas e intentos para afrontar estas tensiones.
Además de abrevar en los estudios anteriores acerca de los pánicos
morales relacionados con la juventud, este libro propone un análisis
del problema a la luz de las ideas de Ulrich Beck (1 992) sobre el au-

67
Kenneth Thompson

mento de la sensación de riesgo en la modernidad tardía y las repre­


sentaciones mediáticas de estos episodios que quedan sujetos el tipo
de análisis del discurso que, inspirado en Michel Foucault, conside­
ra los pánicos morales como signo de lucha entre discursos rivales y
prácticas regulatorias.
Como se ha podido apreciar, el trabajo de Cohen sobre los pá­
nicos morales se concentraba en subgrupos juveniles como los mods
y los rockers (Cohen, 1 972), y así también lo hará luego el trabajo
del Birmingham Centre for Contemporary Cultural Studies (Bcccs)
liderado por Stuart Hall. Los desarrollos del BCCCS fueron particu­
larmente útiles para teorizar acerca de los problemas asociados con
la juventud, señalando por qué este grupo social puede suscitar los
pánicos morales y a la vez buscando modos de decodificar lás cultu­
ras juveniles. En la compilación de ensayos del BCCCS que realizaron
Hall y Jefferson (1976), Resistance throu9h Rituals: Youth Sub-cultures in
Post-war Britain [Resistir a través del ritual: subculturas juveniles en la
Inglaterra de posguerra] , Graham Murdock y Robin McCron esta­
blecieron el desarrollo del pensamiento sociológico sobre juventud y
conciencia generacional. El libro más influyente en ciencias sociales
fue Adolescence [Adolescencia] , de Stanley Hall (publicado en los Es­
tados Unidos en 1 904 y en el Reino Unido en 1905). Hall sostenía allí
que la maduración individual recreaba el desarrollo de las especies
y que la transición de la infancia a la madurez se corresponde con el
salto de la barbarie a la civilización. Por lo tanto, el futuro de la civili­
zación dependería de cómo se atraviesa la bisagra que implica la ado­
lescencia en tanto estadio crucial intermedio. Ese pasaje nos ofrece
una vara contra la cual medir el progreso o la decadencia de la socie­
dad. Esta idea de la juventud como "barómetro" y agente de progreso
se extendió rápidamente.
El tema de cómo distintos grupos etarios desarrollaron una con­
ciencia común fue estudiado por el sociólogo alemán Karl Mannheim
(1952), quien sostuvo que la cuestión había tenido su origen en las ac­
titudes y reacciones que grupos sólidos y muy específicos debieron

68
Pánicos morales acerca de la ju ventud

desarrollar ante la exigencia de responder por la situación social que


compartían. Una vez cristalizada, esta conciencia generacional pudo
ampliar su base y se constituyó en el centro de un nuevo "estilo ge­
neracional" separado y opuesto al estilo dominante de la generación
adulta (Mannheim, 1 952). Este autor tuvo en cuenta la existencia de
diferencias de clases y sostuvo que "hacia el interior de cada genera­
ción puede existir una cantidad bien diferenciada e incluso antagó­
nica de asuntos generacionales" (Mannheim, 1952, p. 306). Si bien el
libro de Mannheim fue publicado en Alemania en 1 927, solo se tra­
dujo al inglés en los años cincuenta, cuando ya había emigrado a Gran
Bretaña. Otro de los libros de gran influencia para los sociólogos nor­
teamericanos fue The Gan9 [La pandilla] de Frederic Thrasher, pu­
blicado el mismo año que el de Mannheim en Alemania. Thrasher
inició su estudio de las subculturas juveniles afirmando que los ado­
lescentes de la ciudad de Chicago respondieron de un modo propio a
la desorganización social de los barrios marginales en que vivían y lo
hicieron creando redes sociales separadas y a la vez capaces de con­
tener a una gran variedad de pandillas, cada una con cultura propia.
Cuando el mercado financiero de Wall Street se derrumbó dos años
más tarde, la desorganización social ya era un fenómeno expandido
y en tal contexto no resulta sorprendente que los sociólogos comen­
zaran a analizar el colapso de las relaciones generacionales y el desa­
rrollo de grupos autónomos de pares, no ya como representación de
la vida de los jóvenes en los barrios marginales sino más bien como un
estado general de la vida social.
Con la recuperación de la economía luego de la guerra y la recons­
trucción de posguerra, Estados Unidos disfrutó de un período de cre­
cimiento económico y bienestar que permitió a la juventud disponer
del dinero sobrante distinguiéndose, además, como un grupo parti­
cular de consumidores con gustos y estilos propios. Entre otros so­
ciólogos, Talcott Parsons, en un artículo de referencia publicado en
19 42, "Edad y sexo en la estructura social de los Estados Unidos"
(Parsons, 1 942), sugiere que el desarrollo de estas culturas de grupos

69
Kenneth Thompson

de pares son expresiones locales de una conciencia generacional más


amplia, que se estaba consolidando en torno a un modo particular de
la cultura joven centrado en el consumo hedonista. Esta cultura juve­
nil es considerada por Parsons como la cultura de una generación que
consume sin producir y cuyo encierro prolongado en determinadas
instituciones educativas, acorde a la edad, parecería haberla borrado
del sistema productivo y de las relaciones de clase que este supone. Par­
sons afirma que la juventud abraza un "orden de símbolos de presti­
gio" distinto, basado en el placer y no en el trabajo, ya que no puede
competir con los adultos en términos de estatus laboral. Este énfa­
sis norteamericano en la importancia de la división generacional y
la correspondiente irrelevancia de la división de clases, junto con la
acentuación del consumo y el disfrute como pivotes de la conciencia
juvenil, dominó la sociología de la juventud durante el siguiente par
de décadas y no solo en los Estados Unidos, sino también en Euro­
pa, aunque la concurrencia y el tiempo de permanencia en el sistema
educativo fuesen mucho menores que en Estados Unidos.
En algún sentido la juventud era considerada, con un dejo de envi­
dia y resentimiento, como precursora de un futuro en el que el disfru­
te y el consumo reemplazarían a las antiguas relaciones de producción
del lugar central que tenían en la vida social. Quizás fue esa sensación
silenciada lo que luego se transformó en condena moral y en temor a
la desintegración social, cuando los medios comenzaron a cubrir ma­
sivamente casos que parecían sugerir que la "cultura joven" conducía
a un modo de comportamiento "antisocial", "indisciplinado" y que
potencialmente era una afrenta a los valores de la "gente decente". A
menudo, como con el ejemplo de los pánicos morales hacia la cultura
joven que frecuentaba las lecherías durante la posguerra británica, o
luego con el rock and roll, el temor era que ellos representaban la ex­
pansión de la cultura joven norteamericana en cuyas entrañas anida­
ban el crimen y los problemas de la vida urbana que tanto difundían
los medios británicos. Incluso Richard Hoggart, quien luego sería di­
rector del BCCCS al momento de su fundación en 1 964, escribía en la

70
Pánicos morales acerca de la ju ventud

década de 1 950 sobre los jukebox boys, connotando en código la ame­


nazante influencia norteamericana sintetizada en la imagen de "un
hombre joven de entre 1 5 y 20 años de edad, desaliñado, con la corba­
ta grande y con dibujos, y la típica actitud de truhán norteamericano
que pasa su tiempo escuchando música en esas desagradables rocolas
de las lecherías" (Hoggart, 1 958, p. 203). La reconocida revista Pictu­
re Post, en un artículo titulado "Lo mejor y lo peor de Gran Bretaña",
del 18 de diciembre de 1953, presenta la imagen de "unos vándalos
descerebrados que se rebelan pegándoles a hombres y mujeres mayo­
res aun cuando ya estuvieran caídos en el piso", y termina el artículo
con la advertencia de que "estamos al borde de caer en esa horrible
escena de la vida norteamericana en la cual, en muchos de sus barrios
sombríos, hay matones que van de comercio en comercio exigiendo
el pago de dinero a cambio de 'protección o de lo que sea"' (citado en
Hebdige, 1988, p. 56).
La imagen ambigua de la cultura juvenil, a la vez símbolo de una
"emergente sociedad de consumidores" y amenaza para la disciplina
moral y el orden, está particularmente marcada en las representa­
ciones mediáticas de mods y rockers que condujeron al pánico moral
de principios de la década del sesenta, que se ha considerado ya en el
capítulo segundo (Cohen, 1 972 y 1980). Como sostiene Cohen, los
mods y rockers simbolizaron algo mucho más importante de lo que
realmente fueron, ya que tocaron la sensibilidad ambigua y delicada
a través de la cual Gran Bretaña procesó los cambios sociales de la
posguerra.
Aun cuando Cohen estaba en gran medida influido por las teorías
norteamericanas de la desviación de las culturas juveniles y los con­
ceptos de "etiquetamiento" y de "construcción social" (la desviación
como producto de una categorización, como resultado del poder de
algunos para etiquetar a otros), Cohen también padeció algunas de las
p reo cupaciones de los sociólogos británicos en relación con las ten­
siones estructurales causadas por la división de clases, y no se limi­
tó a considerarlas solo en términos de diferencias generacionales. La

71
Kenneth Thompson

cuestión de clase fue muy enfatizada en el análisis de las subculturas


juveniles que realizó el BCCCS y puede leerse ya en el texto seminal
de Phil Cohen, "Conflicto sociocultural y clase trabajadora", el se­
gundo de los Papeles de Trabajo publicado en 1 972 por el BCCCS. Co­
hen explica en su texto el desarrollo de subculturas como los mods
y los skinheads, partiendo del hecho de la reurbanización del East
End de Londres, que resultó en la fragmentación y disrupción de la
familia de clase obrera, alterando su economía y su cultura funda­
mentalmente comunitaria. Cohen sugiere que estas subculturas ju­
veniles fueron intentos simbólicos de resolver esos problemas en la
esfera del ocio. Los mods eran vistos como artífices de una parodia
estilística de la socialmente aceptada pero imposible movilidad social
ascendente y, en cambio, los skinheads serían el intento de recuperar
a nivel simbólico ("mágica" o "imaginariamente") el tradicional ca­
rácter machista de la clase obrera. Al pavonear su otredad en el ros­
tro de la cultura dominante, se resistían a la subordinación, ganaron
visibilidad y reconocimiento, aun cuando fuese a costa de crónicas y
retratos mediáticos que los mostraban como desviaciones inmorales
y peligrosas, dando origen así al surgimiento de pánicos morales.
Como recalcan Hall y Jefferson, autores de la Introducción del li­
bro Resistence Throu9h Rituals, el artículo de Phil Cohen clarifica las ra­
zones por las que creen que la conducta desviada tenía otros orígenes
que los del etiquetamiento público, lo cual los condujo a relegar los
conceptos de etiquetamiento y de construcción social "por una posi­
ción marginal a favor de teorizar sobre el origen estructural y cultural
de las subculturas británicas" (Hall y Jefferson, 1976, p. 5). Sus es­
fuerzos posteriores se concentraron durante un tiempo en completar
el sugerente marco teórico de Cohen, inicialmente a través de artícu­
los académicos donde referían con mayor detalle a varias particula­
ridades de las subculturas juveniles (teddys, mods, skinheads, etc.).
Estos relevamientos etnográficos se presentan en Resistence Throu9h
Rituals junto con una perspectiva del marco teórico. Sin embargo, en
1 973, en pleno desarrollo del trabajo sobre subculturas juveniles, los

72
Pánicos morales acerca de la ju ventud

miembros del BCCCS se involucraron en el análisis del pánico moral


en torno a los episodios de mu99in9 que produjeron un gran impacto
sobre sus ideas. El súbito surgimiento de la etiqueta mu99in9 adosada
a un tipo de crimen que por entonces se decía que habría aumentado
hasta grados alarmantes, parecía reafirmar el punto de vista de quie­
nes propiciaban el etiquetamiento, pero los investigadores del BCCCS
sostenían que esa clase de afirmaciones era inadecuada y que resulta­
ba necesario complementarla con un intento de vincularlas a los cam­
bios en las relaciones de clase y poder, concientización ideológica y
una generalizada "crisis de la hegemonía". (El pánico moral asociado
con el mu99in9 se abordará en el cuarto capítulo, pero entretanto vale
la pena seguir la evolución de los estudios sobre subculturas juveniles
y los pánicos morales asociados con ellas.)
La explicación del BCCCS sobre los pánicos morales hacia las sub­
culturas juveniles se expresa como una suerte de guerrilla simbólica
en la que los miembros jóvenes de distintas clases sociales resisten
de un modo simbólico la subordinación a la cultura dominante y al
hacerlo provocan una reacción. Los medios masivos comparten los
valores de la cultura dominante y retratan las subculturas desvia­
das como una amenaza para la moral y el orden social; la difusión
sensacionalista da lugar a los pánicos morales y la opinión pública
enfurecida demanda alguna acción contra tal amenaza. La principal
contribución del marco teórico de los académicos del BCCCS fue su
lectura imaginativa, la decodificación de las subculturas y el inten­
to de interpretarlas como resolución simbólica de tensiones vividas
por sus participantes como resultado de los cambios estructurales
de lo social. Stanley Cohen, en la introducción de una nueva edición
de Folk Devils and Moral Panics [Demonios populares y pánicos mo­
rales] , en 1 980, si bien señala su aprecio a este tipo de contribucio­
nes, advierte sobre lo que denomina los "peligros del romanticismo"
que existen en tal decodificación de las subculturas juveniles como
resistencia simbólica. Para poner solo un ejemplo, Cohen cuestiona
a Hebdige (1 979) y a otros académicos que estudiaron el punk, y su-

73
Kenneth Thompson

gieren que el hecho de que los punks usen la esvástica (o que canten
canciones como Belsen was a .9ªs de los Sex Pistols) muestra cómo los
símbolos son sustraídos a su contexto natural, utilizados para pro­
ducir efectos vaciados de sentido y exhibidos a través de la burla, la
distancia, la ironía, la parodia o la inversión. Hebdige sostiene que
los punks no tenían una vinculación empática con partidos de extre­
ma derecha. Sin embargo, Cohen exhibe otras evidencias de racismo
por parte de un número importante de jóvenes de clase obrera -ya
fuesen teddy boys o punks- que pueden entenderse como una se­
rie de respuestas indirectas, mediadas, hacia la cultura negra nor­
teamericana y, por lo tanto, muestra de racismo hacia la creciente
comunidad negra en Gran Bretaña (Cohen, 1980, p. 2 1 ). Aun así, y
por un largo tiempo, los negros y las mujeres jóvenes no figuraron
como agentes activos en los estudios de las subculturas juveniles
sino como sus víctimas o subordinados. El pánico moral al mu99in9
de 1 972-1973 fue la gran excepción, como se verá más adelante, en
la que los negros son descriptos como potenciales asaltantes. Mien­
tras que las jóvenes tendieron a ser excluidas de los fenómenos vio­
lentos asociados con las primeras subculturas juveniles, el estudio de
Cohen sobre los enfrentamientos entre mods y rockers señala que la
prensa a veces indicaba la presencia de muchachas durante los dis­
turbios, siempre en un segundo plano:

Muchas opiniones, por ejemplo, señalaron el papel de las muchachas


acicateando a sus novios. Una carta en el Evenin9 Standard (del 2 lde
mayo de 1964) afirmaba que el mayor estímulo para la violencia eran
las "jóvenes mujeres, sobreexcitadas, escuálidas y anhelantes que per­
dían el tiempo alrededor de esos grupos, seguras de saber que las repre­
salias no recaerían sobre ellas". Este tipo de lugar en el grupo también
figura avalado por los datos de las entrevistas de inventario, del tipo
"las mujeres que van a la batalla detrás de los salvajes"; aunque se les
atribuye a ellas otros rasgos que el goce con situaciones de violencia, en
particular promiscuidady uso de drogas (Cohen, 1980, p. 56).

74
Pánicos morales acerca de la ju ventud

Angela McRobbie y Jenny Gerber, en "Mujeres y subculturas" (1976),


un artículo cuya toma de posición fue bastante solitaria en Resistance
Throu9h Rituals, destacan el olvido relativo de las jóvenes en los es­
tudios de las subculturas juveniles. Una excepción es la subcultura
hippie, en torno a la cual también se instalaron los pánicos morales
debido particularmente a su supuesta "inmoralidad" sexual. Las au­
toras señalan que en efecto las jóvenes aparecen más en la subcultura
hippie, tal vez porque en tanto eran generalmente estudiantes de cla­
se media, tuvieron más libertad para ingresar en esta cultura amorfa.
Sin embargo, incluso en la subcultura hippie parecía haber un ligero
cambio que alejaba a las mujeres de los roles femeninos tradicionales:

La imagen estereotipada que mayormente asociamos a la cultura hip­


pie suele ser la de la Madre Tierra, la del bebé tomando el pecho, o la
frágil figura prerrafaelita. De nuevo será importante estar atentos a
los peligros de aceptar acríticamente las imágenes recibidas a través
de la cobertura de la prensa para ilustrar parte de un pánico moral,
aunque hay posibilidades de que este pánico represente en sí mis­
mo una doble trampa: que la permisividad sexual quede ligada a la
maternidad puede resultar más aceptable que un feminismo agresivo
(Hall y Jefferson, 1 976, p. 2 1 9).

C U LTU RA DE LA N OCTU R N I DA D Y R A VES

Resulta significativo que cuando las mujeres comienzan a aparecer y a


ser definitivamente tenidas en cuenta en los estudios de las subcultu­
ras juveniles se eleven nuevos pánicos morales, tal como surge en los
trabajos sobre la vida nocturna y la música electrónica que se produje­
ron hacia fines de los años ochenta y la década de 1990. MacRobbie y
Berger toman distancia del enfoque del BCCCS y un ejemplo de eso es
el artículo de Sarah Thornton Culturas de la nocturnidad: música, medios
y capital subcultural de 1995, en el que la autora se reconoce deudora

75
Kenneth Thompson

de los estudios del BCCCS sobre subculturas juveniles para después


sostener que su trabajo es "post Birmingham" en más de un sentido:
no considera las opciones de consumo juvenil como actos "protoar­
tísticos" o como "protopolíticos" en tanto los consumos culturales de
los jóvenes son entendidos habitualmente como oposición a la cultura
parental o a la cultura hegemónica. Al tratar de entender los valores
y jerarquías de la cultura de la nocturnidad, la autora regresa a los
sociólogos de las subculturas de la Escuela de Chicago, en particular
a los trabajos de Howard Becker sobre los músicos de jazz (Becker,
1 963) y de Ned Polsky sobre los beatniks del Greenwich Village (Pols­
ky, 1967). En ambos casos, los grupos en cuestión trazan una clara
diferencia entre su cultura "hip" y la de los "despreciables retrógra­
dos". Thornton se basa extensamente en la obra del sociólogo francés
Pierre Bourdieu, en particular en su libro de 1984, La distinción. Cri­
terios y bases sociales del 9usto, y la idea de los grupos como poseedores
de distinto monto de "capital cultural", lo que les otorga estatus y po­
der. El capital de la subcultura consistiría en conocer lo prestigioso en
cuanto a lo musical y al estilo que tienen tanto los clubbers1 más duros
como los ravers hacia finales de la década de 1 980, qué los distinguía
y los hacía considerarse superiores sobre los que escuchaban música
disco comercial, a quienes los ravers se referían irónicamente: "Sharon
and Tracy dance around their handba9s". 2

1 Palabra que en la jerga juvenil de la clase popular inglesa de la década de 19 50

designaba a los subgrupos que frecuentaban diversas clases de locales bailables,


donde el tipo de música ha ido variando según la época. [N. de la T.]
2 Esta frase literal dicha por los ravers es utilizada por Thornton como subtítulo

de su libro Exploring the Meaning of the Mainstream (or why Sharon and Tracy Dance
around their Handbags), como indicador de la complejidad del trabajo etnográfico de la
nocturnidad y cómo se tramitan en esos espacios cuestiones relativas al género y a la
clase social. El subtítulo, cuya traducción literal sería "SharonyTracy bailan alrededor
de sus carteritas", le sirve a la autora para poner en discusión la noción de "carteritas"
y el hecho de que las Sarah y las Tracy son íconos de lo que los otros grupos podrían
considerar la juventud "del sistema". La cartera es vista como el símbolo clásico del
ama de casa y de la adultez,y por lo tanto ninguna Sarah ni Tracy tendrán "onda". Este

76
Pánicos morales acerca de la ju ventud

Otros trabajos sobre las culturas de la nocturnidad, la música elec­


trónica y su asociación al uso de determinadas drogas (en especial,
el éxtasis "E") sugirieron también que el análisis de lo subcultura!
como se realizó en los primeros estudios ya no sería tan pertinente
(Redhead, 1991; Merchant y MacDonald, 1 994). Las fiestas de músi­
ca electrónica tienen su antecedente en el acid house, y no fueron algo
nuevo sino tan solo otro eslabón en la cadena de subculturas; los in­
vestigadores interesados podrían revisitar lo que sucedía con la noc­
turnidad en 1950, 1 960 y 1970. Smith (1992) sostiene que la cultura
rave es tan solo una tercera generación de "negación juvenil" que sigue
la rebelión tradicional de los hippies y punks. Ciertamente hay co­
rrespondencias entre las subculturas anteriores y las actuales, y en­
tre los pánicos morales que se asocian con ellas. "Como con mods y
rockers en 1 960, los diarios sensacionalistas, la policía y la moral he­
gemónica encuentran rápidamente formas de condenar y controlar
los demonios de última generación" (Merchant y MacDonald, 1 994,
p. 3 1 ). La prensa comienza a alertar sobre la cultura rave hacia fines
de la década de 1 980, acentuando el tema de la ingesta de drogas y el
hecho de que miles de personas jóvenes concurriesen a raves que no
solo tenían lugar en locales bailables sino también en galpones, han­
gares de aviones, al aire libre y en los túneles por donde circulan los
trenes; y que duraban toda la noche hasta bien entrada la mañana. La
policía fue veloz para desbaratar la supuesta amenaza al orden públi­
co que significaba este tipo de cultura, y una nueva legislación fue

modo subjetivo de abordar el estudio de la nocturnidad Oa etnografía de Thornton


retrata el mundo con los ojos de sus partícipes) termina indefectiblemente con una
discusión sobre el capital subcultura! -qué saber tienen los miembros de ciertas
subculturas que les otorga un estatus superior-. En todo caso, el trabajo de Thornton
es interesante porque la autora reconoce que le resulta imposible "encontrar un
grupo que pudiera identificarse cómodamente con lo típico, el promedio, lo común,
lo mayoritario o incluso lo hegemónico". Y eso es lo que le facilita concluir que los
conceptos de "grupo hegemónico" y "subcultura" son ambos más fluyentes y menos
rígidos; actualmente todo tiende a ampliarse y desafiar la ideología. [N. de la T.]

77
Kenneth Thompson

adoptada a través del Entertainments (lncreased Penalties) Act 1 990


(una ley que regula las penas por infracciones en el marco de espec­
táculos o entretenimientos). A esto le siguió un incremento del poder
de control que en 1993 otorgó el secretario de Estado como parte de
su cruzada contra "el crimen juvenil" dirigida particularmente hacia
dos grupos de ravers (los viajeros New Age y los squatters).
Hacia 1993 las raves ilegales habían casi desaparecido, pero la cul­
tura asociada a la música electrónica se había extendido y diversifi­
cado en una gran variedad de estilos y sin particularidades de clase
social, raza o género. Siguió resultando atractiva para miles de parti­
cipantes entre los que aumentó también el consumo de drogas, pero
a la prensa dejó de interesarle. De todos modos, hubo un nuevo brote
de pánico moral en ocasión de la muerte por consumo de éxtasis de
Leah Betts en 1995, a los 1 8 años. Una crónica de ese momento, que
da cuenta del pánico, afirmaba:

Solo hace un año que Leah Betts tomó su primera pastilla de éxtasis.
Ella entró en comay murió. Los periodistas tuvieron que salir a traba­
jar en el territorio. Titulares sentimentaloides que apelaban directa­
mente al corazón habían sido pensados para promover las oraciones
por la preocupación de padres ignorantes y temerosos, como si una
bomba estuviera a punto de explotar en medio de la sala de estar. "Po­
dría ser su hijo", advertía el Dai!Y Mail. "Envenenada: pastilla de la
droga puso en coma a una chica de 18 años recién cumplidos", anun­
ció el Dai!Y Mirror. "Las últimas palabras de Leah: dio el nombre de
quien le vendió el éxtasisy rogó 'Mamá, ayúdame, ayúdame'", infor­
mó el diario Today. Todos los periódicos mostraron la imagen de Leah
desahuciada, de apariencia angelical, yacente, intubada en una cama
de hospital. Una imagen que sacudiría al más duro de los fanáticos de
la música electrónica (The Guardian, 16 de noviembre de 1996).

La nota lanza una pregunta: "¿Por qué el tema de Leah Betts tuvo tan­
ta difusión?". A otras muertes vinculadas al éxtasis (se calcula un to-

78
Pánicos morales acerca de la ju ventud

tal de casi sesenta muertos en los diez años anteriores) los periódicos
solo dedicaron pequeños párrafos. La respuesta sugerida es que esta
era la única muerte causada por éxtasis de la que se había publicado
una foto del momento de la agonía. Los padres, el matrimonio Betts,
realizaron una gira por todo el país, visitando escuelas y programas
de televisión para advertir a los adolescentes sobre los peligros de la
droga. Miembros del Parlamento presionaron para reglamentar li­
mitaciones a los locales nocturnos y ordenar a las autoridades loca­
les que todo sitio sospechoso de ser un lugar de venta de droga fuese
clausurado. Sin embargo, y a pesar de que las autoridades y los dueños
de los locales afirmaban haber tomado las acciones correctas y tener
el problema bajo control, no hizo falta demasiado para volver a agi­
tar el pánico moral. Cuando el cantante Brian Harvey, del grupo pop
East 1 7, dijo en una entrevista radial que "el éxtasis es inocuo" y que
dejaba salir lo mejor de cada uno, el Mirror (como se llamaba a sí mis­
mo el conocido Dai!Y Mirror) salió con un titular de tapa: "El asunto del
shock de éxtasis", y varias páginas interiores dedicadas al tema. Allí
el diario le mostraba al cantante la foto de Leah Betts en coma e insis­
tía en que se retractara, para luego informar que Harvey, al borde del
llanto, dijo: "Es horrendo. Era un bebé. Lamento tanto haber ofendi­
do a sus padres, no tenía esa intención". Aparentemente no fue solo el
ruego de los padres lo que conmovió a Harvey: previamente le habían
informado que los directivos de la compañía discográfica temían que
sus discos no se compraran más (Mirror, 1 7 de enero de 1997). La re­
tractación no tuvo ningún éxito y, un par de días después, el resto del
grupo cedió a la presión de la discográfica y se deshizo de él.
Otros periódicos también hicieron de esta última noticia sobre éx­
tasis la portada de su edición de ese día, y también hubo audiciones
de radio y varios programas de televisión que se ocuparon del tema.
Pero el Mirror, como parte de la competencia con su más exitoso ri­
val The Sun, se mantuvo fiel a su nuevo estilo: focalizar tan solo en
una historia sensacionalista. Sin embargo, The Sun, con una cobertu­
ra extensa y saturada, lo superaba gracias al estilo muy directo de las

79
Kenneth Thompson

entrevistas. Además, publicó la foto de una pastilla de éxtasis del ta­


maño de toda la portada, y otras páginas incluían: una foto a cuatro
colores de un raver de cuerpo entero sobre cuya figura se sobreim­
primían imágenes de sus órganos severamente dañados; otra serie de
fotografías en una página doble repleta de jóvenes muertos a causa
del éxtasis, acompañadas de un número de teléfono para que los lec­
tores votaran en una encuesta sobre qué debería haberse hecho en
cada caso. Figuraba también, en el interior del diario, una infografía
que mostraba la suma generada por la industria del éxtasis en un año,
1.000 millones de libras esterlinas, y su equivalencia con el monto
que toda Inglaterra gasta en té y café; a esto le seguía un dato biza­
rro: la sugerencia de que, si el éxtasis se legalizara, el negocio crece­
ría hasta alcanzar los 5.000 millones de libras esterlinas al año, que le
dejarían al Estado unos 4.000 millones de libras en impuestos -sufi­
ciente para pagar el 10% del Sistema Nacional de Salud, un cuarto del
presupuesto de defensa o casi la mitad del gasto anual en fuerzas de
seguridad ( 1 7 de enero de 1 997).
Los estudios sobre la cultura rave y sobre quienes están involucra­
dos o son partícipes en ella describen la situación de una manera bien
distinta de como lo hacen los medios masivos. Los académicos enfati­
zan la atmósfera amigable de los eventos, tipificada como un ambiente
con una conducta menos agresiva, menos machista y violenta que la de
la nocturnidad habitual. Afirman incluso que en términos de relacio­
nes de género los vínculos son más igualitarios (Evans, 1990; Hender­
son, 1992). Al evaluar el peligro del éxtasis, los profesionales sostienen
que el problema no es tanto la sustancia química en sí misma sino las
condiciones en que se produce la ingesta de la droga durante la rave:

Los síntomas de la ingesta de éxtasis son casualmente similares a los


de un ataque al corazón: las altas temperaturas y el baile vigoroso de
las raves pueden interactuar con el MDMA (ingrediente básico del éx­
tasis] y producir experiencias físicas cuantitativa o cualitativamente
diferentes de cuando se ingiere la droga en un estado de relajación. En

80
Pánicos morales acerca de la ju ventud

los Estados Unidos, donde la droga estuvo disponible mucho antes que
en Gran Bretaña, pero donde no hay una cultura dance comparable, ha
habido solo dos muertos a causa del MDMA (Merchant y MacDonald,
1994, p. 22).

Pero ciertamente hay algún riesgo, aunque quizás sea difícil de eva­
luar, dado que millones de jóvenes han participado en raves y muchos
de ellos han consumido éxtasis. La mejor política parecería ser el co­
nocimiento y la educación, en lugar de sensacionalizar el tema y su
peligrosidad creando pánicos morales entre los jóvenes para generar
un alarmismo innecesario.
En cuanto a lo concerniente a la comprensión de la cultura rave, las
investigaciones más recientes enfatizan que hay algo que diferencia
a los cultores raves de las culturas juveniles que los preceden y nece­
sita enfoques teóricos diferentes que los desarrollados por el BCCCS.
Merchant y MacDonald (1 994, pp. 32-33) señalan cinco diferencias:
1) Lo rave ha sido un fenómeno cultural de masas entre los jóvenes,
lo cual es distinto de las subculturas mod y rocker, punk, skinhead o
teddy boys.
2) La rave no es un fenómeno total o mayoritariamente vinculado
a la clase obrera. Entonces es imposible conceptualizarlo como una
respuesta simbólica de la juventud de clase obrera frente a la inequi­
dad económica, modo en que fueron interpretadas las subculturas en
los estudios realizados con distintos grupos por el BCCCS.
3) Vinculado a lo anterior, la cultura rave no puede ser entendida
como resistencia ritualizada a formas de la cultura hegemónica en la
sociedad. Si bien ofreció oposición, esta estuvo dirigida puntualmen­
te a los intentos de controlar o prohibir las raves en sí, los eventos y
fe stivales con el argumento de tener "Derecho a la fiesta". La cultura
rave es esencialmente hedonista, divertirse y pasarla bien es impor­
tante y no tiene que ver cori modificar el statu quo social.
4) En contraste con la situación descripta para las subculturas ju­
veniles según el BCCCS, las mujeres no están marginadas en la cultura

81
Kenneth Thompson

rave, que no está dominada por un tipo de conducta masculino y es un


ambiente étnicamente diverso.
5) La cultura rave no es consumista ni es sencillo identificar a sus
cultores con un estilo particular de indumentaria, como los teddy
boys, mods, rockers, punks y skinheads. No es una cultura de pandi­
llas, es más difusa, desorganizada e invisible.
Por estas razones, algunos sostienen que no es correcto descri­
bir las raves sencillamente como otra subcultura juvenil. Siguiendo
a Redhead y a los investigadores de la Manchester University (Re­
dhead, 1990, 1 9 9 1 , 1 993), que tienen una perspectiva posmoder­
na basada en los trabajos de Jean Baudrillard, podríamos decir que
tanto acid house como rave son culturas relativamente superficiales,
y entonces, un análisis que intente descubrir una significación ver­
dadera (clase cultural), más profunda de los fenómenos juveniles se
equivocaría. Quizás convenga pensar la cultura juvenil rave en tér­
minos de mercado, donde "los consumidores son incitados a indivi­
dualizarse y donde las operaciones de poder parecen estar a favor
de la clasificación y la segregación" (Thornton, 199 5 ), pero es difícil
considerar como "progresivo" el deseo de clasificación basado en la
distinción cultural en estas circunstancias, tal como previamente al­
gunos académicos habían visto en las culturas disidentes una resis­
tencia a la hegemonía. No obstante, Thornton afirma que de todos
modos hay algo que capitalizar en términos de una comprensión más
amplia al intentar "leer" o decodificar las distinciones simbólicas im­
plicadas en los discursos y práctica" de la cultura rave: pueden per­
mitirnos conocer algo acerca de cómo los diferentes grupos buscan
distinguirse cada uno en relación con otro. A menudo el Otro es la
cultura hegemónica o la cultura asociada a la autoridad y sus valores
(como los valores antidrogas y en contra del hedonismo). Cuando es­
tos valores parecen estar alterándose, los medios tienden a disponer
estrategias discursivas, amplificar la amenaza y generar un pánico
moral sobre los riesgos que corre no solo la gente joven sino el orden
moral y social.

82
4. PÁNICO MORAL ACERCA DEL MUGGING

Quizás el siguiente texto más conocido sobre un pánico moral, des­


pués del de Stanley Cohen, Folk Devils and Moral Panics (1 972), sea el
que escribieron Stuart Hall y sus colegas del c c c s de Birmingham
(BCCCS), Policin9 the Crisis: Mu99in9, the State and Law and Order [Vi­
gilando la crisis: mu99in9, el Estado, la ley y el orden] (1 978). Este
segundo libro ha sido muy debatido, en general criticado debido al
uso de términos de perspectiva "marxista" o como ejemplo de una
"teoría de los grupos de intereses" vinculados a los pánicos mora­
les (que se ha discutido en el primer capítulo). Los críticos también
consideraron que el texto minimiza el incremento real del crimen
violento durante la década de 1970 y los temores de tipo irracional
que esta realidad generó particularmente en la clase obrera, víctima
habitual de tales crímenes (véase Waddington, 1 986). De todos mo­
dos, la originalidad del trabajo de Hall y sus colegas no está tanto en
el modo en que utiliza la teoría marxista en relación con el capita­
lis mo y el Estado, sino en la muy imaginativa decodificación de las
narrativas mediáticas y el detallado análisis del "espiral de signifi­
cación" -un proceso de significación pública de las cuestiones y los
problemas que intrínsecamente están en escalada-. El modo en que
lo s investigadores de Birmingham "decodifican" los discursos utili­
za dos por los medios masivos y muestran cómo crean una impresión
pa rt icular de la declinación moral es aquello que tiene valor para el
pres ente estudio acerca de los pánicos morales. En otras palabras, no

83
Ken neth Thompson

resulta de interés en este caso si ciertos crímenes han aumentado ni


si el temor de la gente es proporcional a tal incremento Oos senti­
mientos de temor suelen ser más difíciles de investigar cuando to­
das las fuentes con que se cuenta para dicha cuestión son informes
de prensa). El trabajo de Hall es estudiado por lo que puede enseñar
sobre la decodificación de prácticas de significación como forma de
análisis discursivo; en este caso, los discursos mediáticos que fue­
ron tomando la forma de un "espiral de significación" amplificando
episodios de conducta "desviada" para crear una sensación de riesgo
creciente.
Los autores de Policin9 the Crisis comienzan su análisis de la "pro­
ducción social de las noticias" poniendo en claro que los medios no
informan de una manera sencilla y transparente sobre eventos que
"naturalmente" valen como noticias en sí mismos. Las "noticias" de­
ben ser consideradas como el producto final de un proceso complejo
que comienza con la clasificación y selección sistemática de los even­
tos y temas realizada de acuerdo a un conjunto de teorías socialmente
construidas. Hay una ideología profesional de lo que constituye una
"buena noticia" -el sentido periodístico de estar delante de "una no­
ticia que vale"-, que estructura todo ese proceso. El valor primordial
de una noticia se vincula con temas que están "más allá de lo ordina­
rio", superando las expectativas "normales" sobre la vida social. Hay
también otra cantidad de valores clave además de este, entre ellos:
eventos que conciernen a personas o colectividades de élite; even­
tos dramáticos; eventos que pueden personalizarse hasta el punto de
destacar alguna característica esencial de la naturaleza humana: hu­
mor, tristeza, sentimentalismos, etc.; sucesos con consecuencias ne­
gativas; y otros que podrían ser parte o fáciles de hacerse pasar por
parte de un tema que ya es considerado como noticia (Hall et al., 1 978,
p. 52). Otro elemento que es importante en el proceso de construc­
ción social de las noticias supone la presentación de un tema a una
audiencia que se da por supuesta en términos que quienes lo presen­
tan juzgan que serán comprensibles para esa determinada audiencia:

84
Pánico moralacerca del mu99in9

Si no representáramos el mundo como un revoltijo de eventos caó­


ticos y arbitrarios, entonces deberíamos identificarlos (por ejemplo,
otorgarles un nombre, definirlos, vincularlos a otros eventos que la
audiencia sí conoce), y atribuirles un contexto social de pertenencia
(ubicarlos dentro de un marco de sentido familiar para la audiencia).
Este proceso de identificación y contextualización es uno de los más
importantes a través de los cuales los medios consideran que los
eventos son forjados para significar. Un evento solo "tiene sentido"
si puede ser ubicado en un rango de reconocidas identificaciones so­
ciales y culturales (Hall et al., 1 978, p. 54).

La hipótesis de fondo acerca del proceso de hacer inteligible un even­


to es la naturaleza consensual de la sociedad: "el proceso de significa­
ción -dar sentido social a un evento-asumey colabora en la construcción
de la sociedad como 'consenso"' (Hall et al., p. 54; itálicas en el original).
Entonces, cuando un evento es descripto por los medios en encuadres
de sentido e interpretación, se asume que toda división social y cultu­
ral está contenida dentro de ese consenso fundamental, y que todos
somos capaces de hacer uso de tales encuadres. La mayor importan­
cia de la función de contextualizar e interpretar al presentar las noti­
cias es que los medios a menudo tienen que mostrar información que
está fuera de la experiencia directa de su audiencia, y que esta "rea­
lidad problemática" supera las expectativas habituales y por lo tanto
es amenazante para una sociedad basada en torno a expectativas de
consenso, orden y rutina. Los medios ubican estos sucesos problemá­
ticos dentro de los marcos de comprensión habitual al definir cuáles
son los eventos significativos que están sucediendo y ofrecer inter­
pretaciones acerca de cómo entenderlos.
El siguiente paso en el análisis fue explicar cómo las estructuras
rutinarias de la producción de noticias tienden a reproducir las defi­
niciones de lo poderoso. La explicación que se ofreció fue que las pre­
siones prácticas de trabajar constantemente contra el reloj y de lograr
la imparcialidad y objetividad requeridas de la práctica profesional, y

85
Kenneth Thompson

a la vez depender de afirmaciones de "fuentes acreditadas", se com­


binan para producir un acceso exa9erado de los medios hacia quienes
ostentan posiciones de poder o posiciones de privilegio institucional.
Estos poderosos representantes institucionales son quienes se con­
vierten en principales definidores de la agenda y tienden a establecer
el marco interpretativo inicial de todos los temas, la "estructura infe­
rencia}" (Lang y Lang, 1955). Es preciso que incluso los argumentos
en contra de estas interpretaciones iniciales también estén ubicados
dentro de la definición que ofrecen quienes determinan la agenda so­
bre "qué sucede". Según los investigadores de Birmingham, esta re­
lación consolidada entre los poderosos que definen la agenda de las
instituciones y los medios garantiza la reproducción permanente de
las ideas o ideologías dominantes.
Sin embargo, este ciclo de reproducción ideológica no se debe a
una conspiración mecánica ni automática. Está sujeto a la transfor­
mación que los medios mismos operan sobre el material en crudo, aun
cuando estén dentro de ciertos límites ideológicos. Cada periódico
puede apropiarse de criterios diferentes de selectividad, particular­
mente según perciba la naturaleza de su audiencia. También puede
variar el modo en que se transforma el material para mantener la per­
sonalidad particular de cada periódico y su versión del lenguaje del
público al que se dirige. La traducción que los periódicos realizan de
las afirmaciones de quienes fijan agenda a la lengua del público no
solo los hace más accesibles a quienes no están iniciados, sino que
también los reviste de fuerza popular y resonancia, naturalizándo­
los dentro del horizonte de comprensión de los diversos lectores. El
ejemplo dado para ilustrar este proceso fue una historia publicada en
el Dairy Mirror del 14 de junio de 1 973 sobre el informe anual del jefe
del cuerpo de la Policía Real, en el que afirma que "el aumento de crí­
menes violentos en Inglaterra y Gales ha despertado, con razón, la
preocupación pública". El diario The Mirror tradujo la preocupación
del jefe de policía por el incremento del crimen entre la juventud de
un modo mucho más dramático, con más connotaciones y con una

86
Pánico moralacerca del mu9gin9

forma más popular. El titular simplemente decía "GRAN BRETAÑA


SALVAJE: 'violencia irracional' de una patota de muchachos preocu­
pa a los más altos jefes de policía". Al informe se le dio el valor de una
noticia dramática y la jerga burocrática y formal se traspuso hacia
una retórica acorde con la noticia. También se instaló esa afirmación
en el repertorio de las imágenes populares, que incluían el uso creado
previamente por ese mismo medio para tratar sucesos vinculados a
barras bravas "salvajes" y "salvajes" bandas de skinheads.

Esta transformación a un idioma público le otorga al tema una re­


ferencia externa pública y validez en imágenes y connotaciones ya
sedimentadas en el conocimiento acumulado que comparten el pe­
riódico y su público. La importancia de la referencia externa públi­
ca sirve para objetivar un tema público. Es decir, la difusión de un
asunto en los medios puede darle un estatus más "objetivo" en tan­
to tema real (válido) de interés público que si hubiese sido el caso de
haber permanecido como un simple informe hecho por expertos y
especialistas. La atención de los medios concentrados confiere el
estatus de alto interés público a los temas que resalta; estos gene­
ralmente han sido entendidos por todos como "los temas relevantes
del día". Esto es parte de la función mediática de establecer agenda.
Establecer agenda tiene también el efecto de confirmar la realidad
(Hall et al., 1 978, p. 62).

Un proceso inverso a ese en el cual los medios traducen definiciones


dominantes a un idioma (que asumen) como público es aquel en que
la prensa se encuentra a car90 de la voz pública y afirma hablar en nom­
bre del público. Esta asunción de la voz pública, de erigirse en quien
articula lo que la "mayoría moral" piensa, busca lograr legitimidad
pública para el punto de vista que el propio periódico expresa y re­
presenta su costado más proselitista. Estas repres.entaciones mediá­
ticas de la opinión pública son habitualmente empleadas por quienes
detentan el poder como si se tratara de "evidencia imparcial" de lo

87
Kenneth Thompson

que el público quiere. A esta altura, el "espiral de amplificación" es


particularmente compacto. No tanto porque haya un acuerdo ideo­
lógico perfecto al pensar en el tema particular, sino más bien porque
es difícil insertar puntos de vista alternativos a los establecidos por
el marco dominante. En algunos asuntos controversiales, en los que
hay una "voz" alternativa con suficiente articulación institucional y
poder, sería posible torcer el discurso hacia un nuevo territorio, pero
habitualmente los términos que determinan qué es "razonable", "ra­
cional" y no "extremo" están bien establecidos. Esto es particular­
mente evidente en temas como lo criminal.
En el caso de la producción de noticias sobre crímenes, los me­
dios son muy dependientes de sus fuentes primarias -las institucio­
nes de control de crimen, tales como la policía, representantes del
Ministerio del Interior y de la Justicia-. La policía, por cierto, puede
aducir una doble expertise en la guerra contra el crimen, basada en su
entrenamiento profesional y en la experiencia personal. Los perio­
distas dependen de ellos en tanto su principal fuente de información
y se resisten a perder esa confianza. El Ministerio del Interior, al ser
responsable ante el Parlamento, puede aducir legitimidad en su re­
presentación de la voluntad popular. En tanto los jueces, con toda su
parafernalia de dignidad ceremonial, tienen un gran estatus simbó­
lico en tanto guardianes de la moral y como encargados de castigar
las ofensas a la "conciencia colectiva", como denominó el sociólogo
Emile Durkheim a la base moral de la integración social. Existen po­
cas fuentes, si es que hay efectivamente alguna, que puedan compe­
tir como alternativas a estos definidores con autoridad sobre qué es
un delito, qué da forma a su estructura narrativa y cuál es el formato
típico de las historias de crímenes. Como explican Stuart Hall et al. :

Esta situación casi monopólica ofrece las bases de tres formatos tí­
picos para las noticias policiales, que en conjunto cubren todas las
variantes de historias sobre crímenes. Primero, la nota basada en el
informe policial sobre las investigaciones de un caso particular -que

88
Pánico moralac erca d el m1A99in9

supone la reconstrucción del evento y detalles de las acciones que se


toman-. En segundo lugar, el informe acerca del "estado de la guerra
contra el crimen" que envían el jefe de policía o el Ministerio del In­
terior con estadísticas sobre la cuestión, conjuntamente con una in­
terpretación sobre lo que esos datos significan: cuál es el desafío más
serio, en qué campo se registra el mejor trabajo policial, etc. En tercer
lugar, la receta básica del informe sobre un crimen -es decir, la his­
toria basada en un caso judicial: alguno en el que el caso en cuestión
resulta una noticia importante, donde se siguen día a día los eventos
del juicio; algunos otros donde se hace la crónica del día de la senten­
cia con particular interés en los señalamientos de los jueces que pre­
suntamente son valiosos como noticia y, por último, otros que solo
consisten en un breve informe sumario (Hall et al. 1 978, p. 69).

Los investigadores de Birmingham aplicaron este análisis a la cober­


tura que la prensa realizó durante un período de trece meses, desde
agosto de 1 972 hasta agosto de 1973, sobre un tipo particular de cri­
men, el mu99in9, que se convirtió en noticia a causa de su naturale­
za extraordinaria. El primer caso dado a publicidad tuvo lugar el 1 5
de agosto de 1 972, cuando un anciano viudo fue apuñalado y murió
cerca de la estación Waterloo. La prensa nacional etiquetó el episo­
dio -tomando prestada la descripción que propuso un oficial llega­
do recientemente de una visita a los Estados Unidos- "a mu99in9 9one
wron9" ["un asalto que salió mal"] . El titular del Dairy Mirror (del 1 7 de
agosto de 1972) lo expresa de esta manera: "a medida que el crimen
violento aumenta, una palabra común en los Estados Unidos ingresa
en los titulares británicos: mu99in9. Para la policía inglesa es un nuevo
tipo de crimen espantoso". El Dairy Mirror describía el evento sobre
la base de la información policial, una imaginativa reconstrucción,
y nueva evidencia que avalaba su postura sobre la escalada del cri­
men violento. Describían a un hombre atacado por tres jóvenes que
querían robarle, y que lo apuñalaron cuando quiso resistir. En cuanto
concierne a la definición de la palabra mu99in9, en la nota se comenta-

89
Kenneth Thompson

ha que era de origen norteamericano y derivaba de frases como "ata­


car al mu!f (una víctima fácil). De acuerdo con The Mirror, la policía
norteamericana describe ese tipo de asaltos como "aquellos en que
el ladrón utiliza la suficiente fuerza como para sofocar con su propio
brazo a la víctima y entonces le roba, ya sea con arma o sin ella". Lue­
go, el artículo incluía las estadísticas sobre el aumento de crímenes de
esta naturaleza en los Estados Unidos y agregaba las cifras de casos en
el subterráneo londinense. Las implicancias también fueron enuncia­
das por The Mirror: "de a poco, el mu99in9 está llegando a Gran Breta­
ña". Un conjunto de connotaciones sobre el lado oscuro de la vida en
las urbes norteamericanas se conjugaba con el hecho de que Estados
Unidos representara para Gran Bretaña el porvenir, lo que estaba por
llegar, a menos que se tomara una acción drástica.
Una solitaria voz progresista intentó indagar si el mu99in9 era un
nuevo tipo de crimen. Louis Blom-Cooper QC, 1 en The Times, expresó
su punto de vista:

No hay nada nuevo bajo el sol: y del mu99in9, además de haber sido
omitido del Diccionario inglés de Oxford . . . también sabemos que no
es un fenómeno novedoso. Hace poco más de cien años sucedió en las
calles de Londres un brote de robos sin violencia. Se lo llamó "9arrot­
tin9", ya que eran intentos de ahogar o estrangular a la víctima del
robo (The Times, 20 de octubre de 1 972).

Resulta interesante que antes de que la policía adoptara la etiqueta


mu99in9, el jefe de la Policía Metropolitana, en su informe anual de
1 964, comentara el 30% de aumento de "robos o asaltos con inten­
to de robo" refiriéndose explícitamente al hecho de que "Londres
siempre había sido escenario de robos, desde mucho tiempo atrás,
desde los días de atracadores de caminos y bandoleros" (citado por
Hall et al., 1 978, p. 5). Y a pesar del uso del término que la policía, los

1 QC es el acrónimo de Queen's Counsel: Consejero de la Reina. (N. de la T.)

90
Pánico moralacerca del mu99in9

jueces y el Ministerio del Interior empezaron a hacer con posteriori­


dad, no existe una categoría criminal para mu99in9 y las estadísticas
seguramente estarían sumando los "robos" a personas con "asalto
con intento de robo" u algún otro cargo similar y convencional y ya
tipificado.
No tiene sentido dedicarse tanto a la cuestión de la definición del
hecho criminal ni a las estadísticas (Stuart Hall y sus colegas lo ana­
lizan con detalle), porque el punto principal del análisis es mostrar
cómo la aplicación de la etiqueta mu99in9 y la construcción de histo­
rias acerca de ese delito puede considerarse como lo que condujo a un
pánico moral. En otras palabras, interesa cómo las descripciones de
unos pocos hechos pueden implicar connotaciones tales que la gente
sienta que ha surgido una nueva y extendida amenaza a las bases mo­
rales que cohesionan la vida de una sociedad.
Los meses posteriores al primer etiquetamiento estuvieron mar­
cados por un cuidadoso montaje que realizaron los medios para la co­
bertura de mu99in9 en tanto tema relevante. El rasgo que precipita y
sostiene esto, y con su centro en la columna editorial, fue el uso de
sentencias "ejemplificadoras". La gente joven acusada por cualquier
cosa que pudiera etiquetarse cercana al mu99in9 recibió sentencias
realmente severas, con encarcelamiento, que luego hasta los mismos
jueces admitieron como improcedentes pero necesarias para tomar
al toro por las astas. La policía y los políticos asumieron la campaña
como propia y declararon la "guerra al mu99in9". Y en poco tiempo
ya consideraban la batalla ganada (Sunday Mirror, 22 de octubre de
1972). De todos modos, la ansiedad pública que había sido azuzada
ya no sería tan fácil de calmar. Una encuesta de opinión pública en el
Dairy Mail del 10 de noviembre de 1972 informa que el 90% de los en­
trevistados querían sentencias más severas y el 70%, que el gobierno
se preocupase con mayor urgencia de este tema. Luego, en marzo de
1 973, surgió el caso que haría regresar el tema a la primera plana: la
sentencia de los jóvenes de Handsworth condenaba a uno de ellos a
veinte años de prisión y a los otros a diez años de prisión. Habían asal-

91
Kenneth Thompson

tado a un hombre en un baldío, robándole 30 peniques. y luego regre­


saron al lugar para volver a atacar. En la reconstrucción inicial que la
prensa realizó de esta historia, la primicia se centró en sus factores
extraordinarios: sentencias sin precedentes, violencia y el hecho bizarro
de que el crimen fuese para robar apenas esa cantidad insignificante de
dinero. Posteriormente, la atención cambió de foco, y un segundo
grupo de rasgos que hacían de la historia una noticia comenzó a tener
un papel importante. Al nivel de la subcultura del periodismo pro­
fesional había en ese caso algo más, algo que, afirmaban, "llamaba la
atención". Este es uno de los rasgos del discurso periodístico referido
a los crímenes que, como expusieron los autores del BCCCS, da cuenta
de la conexión entre los procesos mediáticos y las "ideologías legas"
diseminadas por doquier.
Entre los rasgos con que se tipificaban las características del "jefe
de la banda" en los artículos del 21 de marzo de 197 3, en notas de se­
guimiento del caso de Handsworth, había referencias que lo hacían
aparecer con rasgos del tipo mafioso (en un titular del Dairy Mail);
también se pudo leer en el Dairy Mail y el Dairy Express que el líder de
la banda era hijo de "un padre nacido en India", especulando sobre
cierto resentimiento social; y finalmente las referencias de una vida
en el gueto o barrio humilde, que reunidas con la palabra "crimen'',
no escatiman elementos clásicos de las narraciones sobre el mu99in9
norteamericano; el Dairy Express se refirió también al "barrio de inmi­
grantes". El efecto, según Stuart Hall y sus colegas, fue:

La "imagen pública" dominante que se dio al tratamiento mediático


del caso Handsworth en todos los periódicos nacionales estuvo re­
ferida al g ueto o barrio marg inal. Este tipo de imagen se incluía en el
preciso momento de establecer alguna relación entre crimen y hábi­
tat, lo cual resultaba ideológicamente coactivo. La asociación "trans­
parente" entre crimen, raza, pobreza y vivienda se condensa en esa
imagen del gueto pero de ningún modo es una formulación casual.
Cualquier explicación posterior está esencialmente anticipadaya en

92
Pánico mo ralace rca del muyyiny

esa definición circular; estas eran las características que construye­


ron esos barrios. El "problema" inicial -el crimen- se inserta enton­
ces en un "problema social" más general en el que la aparente riqueza
de la descripción y evocación sustituía las conexiones analíticas. Las
conexiones se establecían sí con la muerte en las ciudades, con el pro­
blema de la inmigración, la crisis de la ley y el orden, y eran todas
fundamentalmente conexiones descriptivas. A través de la "imagen
pública del gueto'', el lector es empujado allí donde una analogía ge­
neralizada reemplaza el análisis concreto y donde regresa la imagen
de los Estados Unidos como precursor de todas las pesadillas ingle­
sas. Es una forma poderosa y convincente de clausura ret6rica (Hall et
al., 1 978, p. 1 1 8).

La dislocación social tenía una ligera variación en los periódicos lo­


cales de Birmingham, en los que se acentuaba que cuando la juventud
carece por completo de lugares de esparcimiento o disfrute se con­
vierte en un potencial peligro (un tema habitual de los pánicos mora­
les hacia los jóvenes surgidos en la posguerra), además del deterioro
de la familia tradicional asociado con la pérdida de sus respectivos
valores y de la disciplina. El Sunday Mercury de Birmingham sugería
que el crimen era el precio a pagar por abandonar estos valores fami­
liares y que ni la precariedad habitacional ni la pobreza habrían con­
ducido al crimen si además de una vivienda digna hubiera habido allí
"una madre en su correspondiente lugar". Si para la prensa nacional el
barrio humilde era la imagen de la decadencia urbana y una amenaza
potencial, el análisis del diario local apelaba más a los valores fami­
liares tradicionales.
Para sintetizar: el análisis sobre la construcción de las noticias su­
giere que los periodistas dependen de quienes desde las instituciones
definen la agenda con relación a los eventos que son o no son noticia.
Pero luego los mismos periodistas precisan de ideologías legas, popu­
lares, para el momento en que solo se trata de seguir un caso, explicar
las causas y ampliar la relevancia social de los eventos. Entre los ele-

93
Kenneth Thompson

mentos organizadores o condensadores de las imágenes de pesadilla,


que suelen brotar con frecuencia, está ese "lado oscuro" de los Estados
Unidos que se ha implantado tan profundamente en los relatos de la
cultura popular, desde las películas de Hollywood hasta los informes
sobre la vida violenta de los barrios humildes del país profundo. Otra
explicación recurrente es cómo afecta esto la vida de una familia cu­
yos valores son amenazados, siendo ellos la fuente principal de estabi­
lidad y el muro de contención del crimen entre la clase obrera.
Antes de considerar los detalles de la investigación sobre las ideo­
logías legas que realizó el BCCCS, vale la pena mencionar otra fuente
confiable de información de los medios que los investigadores tuvie­
ron en cuenta: las cartas de lectores. Este había sido hasta entonces
un aspecto del estudio de la prensa gráfica poco estudiado por los so­
ciólogos británicos que analizaron los medios de comunicación. Esa
sección del periódico es un fenómeno muy interesante porque produ­
ce una impresión de equilibrio y de acceso democrático a los medios,
es el espacio donde "el pueblo" cree tener la posibilidad de unirse a la
conversación pública y a los temas en debate en la esfera pública. Pero,
obviamente, esas cartas están sujetas a la selección del editor, que
en general prioriza el acceso a voceros privilegiados o poderosos;
aunque de todos modos los editores prefieren y disfrutan de esas car­
tas que parecen haber sido escritas desde una experiencia personal.
Los investigadores separaron las cartas en tres categorías: "libera­
les", "tradicionalistas" y "radicales". Una impresionante mayoría de
las publicadas en la prensa nacional sobre el tema del mu99in9 habían
sido escritas por "tradicionalistas", y su contenido, tanto como los te­
mas de otros artículos, ofrecían muchos de los elementos que Hall y
sus colegas identificaron como la ideología y el "consenso tradicio­
nal" dominantes. Esto tenía una cantidad de componentes vincula­
dos, entre los que se destaca la noción de decencia como valor clave.
Esta noción se toca con valores protestantes como el ahorro, la auto­
disciplina y el llevar una vida decente, que se vinculan con ideas como
la autoayuda, la confianza en uno mismo y la conformidad con los es-

94
Pánico moralacerca del muygin9

tándares sociales establecidos. Para la clase trabajadora esto era im­


portante por la manera en que se relaciona con el trabajo, la pobreza
y el crimen. Para la clase trabajadora "respetable", a diferencia de los
"rústicos", la pérdida de la decencia se asociaba con la pérdida del tra­
bajo y con la pobreza, que habitualmente conducían al crimen o a la
mala conducta. El sentido de un carácter nacional (inglés) es produc­
to de la cohesión de estas imágenes sociales en tanto sentido común,
con implicancias de un pragmatismo rayano en lo antiintelectual. Es­
tas imágenes se articulaban en una única idea de estabilidad, de fun­
damento sólido, de hábitos y virtudes inmutables que constituían eso
que será "por siempre, Inglaterra".
Sin embargo, una cantidad específica de cambios sociales se com­
binaron para socavar algo del apoyo crucial a esas imágenes, produ­
ciendo ansiedad social y la sensación de un aumento del riesgo que
era particularmente agudo para algunos grupos, especialmente algu­
nas porciones de la clase trabajadora y la clase media baja. Uno de esos
cambios fue la sensación de opulencia generada con el crecimiento
de la producción de posguerra, asociada con actitudes de materialis­
mo, hedonismo y permisividad, que eran contradictorias con los va­
lores éticos protestantes. Esto resultó perturbador para la clase media
baja, que no alcanzaba aquellos beneficios y que había revestido la
vida entera con las virtudes de la austeridad, la decencia y la discipli­
na moral. Por esta razón tenía un particular resentimiento hacia los
jóvenes que parecían despreciar esos valores. También había cambios
que aumentaban la ansiedad social en las tradicionales comunidades
de la respetable clase trabajadora: se dividieron los antiguos barrios y
se fracturaron las redes familiares que habían practicado un control
informal sobre los jóvenes. Estos acontecimientos colapsaron en tres
imágenes superpuestas de la inquietud: jóvenes, bienestar y permisi­
vi dad. Mucha gente mayor experimentaba tal ansiedad social como
resentimiento y desapoderamiento, y los que formaban parte de la
clase media participaban en las campañas de "limpieza" moral (como
por ejemplo la campaña "Limpiemos la TV " de la señora Whitehou-

95
Kenneth Thompson

se) o dirigían su hostilidad hacia aquellos "de afuera'', los inmigrantes


y las influencias "extranjeras" como aspectos de la cultura popular
norteamericana. Esas fuerzas llegadas de fuera devinieron entonces
"demonios populares" o "chivos expiatorios", creadores de toda in­
quietud social, la imagen opuesta a todo lo familiar y virtuoso. Stuart
Hall et al., lo dicen así:

El "ladrón" era un diablo popular, su forma y su contorno reflejan


fielmente el contenido de los miedos y las angustias de los que lo ima­
ginaron primero, y de hecho lo descubrieron: joven, negro, criado
por o como resultado de la "ruptura del orden social" en la ciudad,
amenazando la tradicional tranquilidad de las calles, la seguridad de
la circulación ordinaria del ciudadano respetable; motivado por la
pura ganancia, una recompensa que si puede intentará recibir sin el
trabajo honesto de un día. Su crimen es el resultado de miles de oca­
siones en las que los adultos y sus padres fracasaron en corregirlo, en
civilizarlo o servirle de tutores para enderezar sus impulsos más sal­
vajes , compelidos por la aún más aterradora necesidad de "violencia
gratuita", resultado inevitable del debilitamiento de la fibra moral de
la familia y la sociedad, y del colapso general de respeto a la discipli­
na y la autoridad. En resumen, el símbolo la "permisividad" se hace
carne en todas sus acciones y en su persona, sentimientos y valores
que eran lo contrario de esa decencia y continencia que hizo de Ingla­
terra lo que es. El ladrón era una especie de personificación de todas
las imágenes sociales positivas, solo que invertidas: negro sobre blan­
co. Hubiera sido difícil construir un demonio popular más apropiado
(Hall et al. , 1978, pp. 16 1- 16 2).

Al finalizar esta discusión acerca del pánico moral sobre el mu99in9,


como aparece en el ya referido libro Policin9 the Crisis, es preciso reite­
rar que se ha elegido aquí centrarse en el análisis que realizan los au­
tores de los textos en los periódicos en relación con la opinión pública,
las prácticas profesionales de los periodistas, las ideologías laicas y la

96
Pánico moral ac erca d el mll!J!Jiny

ansiedad social. Este es el punto en el que la contribución al estudio


de los pánicos morales por parte de Hall es más fructífera, más que
considerarla una explicación en los términos de la relación entre un
pánico moral y la "crisis del Estado" o como un ejemplo de una crisis
"articulada por la élite" (como amplían Goode y Ben-Yehuda, 1 994).
Con posterioridad al período que se discute en Policin9 the Crisis,
el tema del mu99in9 no desapareció de los medios, pero se volvió algo
habitual y rutinario y por lo tanto perdió algo de ese carácter de páni­
co súbito e incontenible frente a un suceso inesperado. Tuvo su lugar
como parte de una campaña habitual contra el aumento del crimen.
Sin embargo, quedó demostrado que podía fogonearse como símbo­
lo de un problema racial, como cuando el jefe de la Policía Metropo­
litana, sir Paul Condon, afirmó en julio de 1 995 que la mayor parte
del mu99in9 en la capital era cometido por jóvenes varones negros.
Su carta privada a cuarenta líderes de la comunidad negra invitán­
dolos a reunirse para conversar sobre el problema se filtró a la pren­
sa, que lo celebró con titulares del estilo: "Jefe de policía destruye un
tabú: Condon actúa sobre el crimen negro" (Dairy Express, 7 de julio
de 1 995} o "El jefe de policía rompe un tabú al revelar que la mayoría
de los ladrones son negros" (The Dairy Tele9raph, 7 de julio de 1995).
The Guardian, como en la década de 1970, asumió la actitud típica­
mente liberal de buscar un "equilibrio", tal como lo describen Stuart
Hall et al. (1 978), al señalar que:

El estudio con mayor autoridad en el tema, la encuesta del Ministe­


rio del I nterior británico sobre el crimen, releva que a nivel nacio­
nal la mayoría de las víctimas blancas de episodios de mu99in9 fueron
asaltados por blancos y las víctimas negras, por negros. Londres será
diferente. Sabemos que los mu99ers son muy jóvenesy en mayor pro­
porción desempleados, pobres, con bajo nivel educativoy con vivien­
das precarias. Y sin duda alguna los jóvenes sin empleo, pobres, de
hogares paupérrimos y con un bajo nivel educativo en Londres son
negros. Eso no significa que la mayoría de los jóvenes negros sean

97
Kenneth Thompson

ladrones, solo una pequeña proporción. Tampoco quiere decir que


la juventud negra tenga una tendencia mayor a devenir ladrones que
los jóvenes blancos. Toda la evidencia sugiere que las circunstancias
sociales y económicas -mucho más que los orígenes étnicos- son los
determinantes de mayor importancia. La gente de la misma edad,
con condiciones de vida semejante y con ingresos parecidos tiene,
9rosso modo, el mismo índice de ofensas criminales (The Guardian, ar­
tículo principal del 8 de julio de 1 995).

Stuart Hall et al. señalaron en su trabajo de 1 978 que la ideología pro­


gresista representada en The Guardian necesita "alcanzar un equili­
brio'', pero siempre dentro de los límites que establece la ideología
dominante, y esto quedó confirmado en el artículo del periodista de
The Guardian. Temiendo ser acusado de "corrección política", que en
aquel entonces era una crítica contra los progresistas, el diario con­
cluye advirtiendo a los líderes negros no discutir sobre las estadís­
ticas sino reunirse con sir Paul, señalando que "uno de los mejores
informes sobre mu99in9" ha mostrado que muchos de los ladrones
eran "jóvenes negros obsesionados con el estilo y la moda, que de­
seaban comprar ropas de marca y ganar prestigio al caminar por las
calles" (The Guardian, 8 de julio de 1995). La ideología dominante es­
tableció los límites dentro de los cuales podía tratarse el problema y,
como se reflejó en el éxito del thatcherismo y el reaganismo de los
años ochenta al reinstalar los valores del libre mercado capitalista y
la iniciativa individual, generó cambios mucho más radicales a nivel
estructural que los que podrían fomentar el aumento del gasto públi­
co y la redistribución de la riqueza para ayudar a quienes no tenían
trabajo, a los pobres, a los que no recibieron educación de calidad y
viven precariamente. En cambio, como lo menciona el artículo de The
Guardian, sir Paul fue acusado de apaciguar a los militantes de su pro­
pia estructura que estaban furiosos con el hecho de que ya había ac­
tuado previamente contra el racismo dentro de su fuerza y dedicado
parte de su primer discurso a la igualdad de oportunidades; entonces

98
Pánico moralacerca del m1199in9

se lo empezó a conocer dentro de la policía como " pe Condon" (Con­


don políticamente correcto). 2
Si tuviéramos que aplicar el análisis de Birmingham a los artícu­
los contemporáneos, en principio notaríamos que "la corrección po­
lítica" es una etiqueta que los conservadores estadounidenses usan
como parte de su violencia contra el progresismo, particularmente
contra los intelectuales, a quienes imputaban "haber llegado muy le­
jos" en su intento de cambiar lo tradicional, lo "natural" del orden
social, en el que aquellos que son blancos, varones, ricos y podero­
sos tienen los méritos para el éxito. En Gran Bretaña, la etiqueta de
"corrección política" ha agregado un estigma que sugiere que el in­
telectualismo no solo usurpó el "sentido común", sino también que
las ideas así etiquetadas son "extranjeras". Si algo ha cambiado desde
el pánico moral por mu99in9 de los años 1970, no es porque el fenó­
meno ya no sea visto como la última nueva importación desde los Es­
tados Unidos, sino porque las ideologías en disputa sobre el asunto,
tanto liberales como conservadoras, han asumido más características
de los norteamericanos, tal como indica el uso de expresiones como
"corrección política" y "tolerancia cero".

2 El juego de palabras con el apellido del jefe de policía asocia su nombre en tanto

equivalente fonéticamente a los términos "preservativo" o "forro", utilizados como


insulto. [N. de la T.]

99
5. PÁNICOS MORALES SOBRE SEXO Y SIDA

Hemos visto que los pánicos morales pueden analizarse desde varias
perspectivas diferentes y que tal cosa puede ser una táctica sensible
para reunir información sobre cada una de ellas de manera eclécti­
ca, o combinarlas cuando resulte apropiado, según la manifestación
particular del pánico moral que nos interese analizar. Así, los pánicos
morales que corresponden a la juventud han sido estudiados desde el
punto de vista de las subculturas, mientras otro tipo de investigacio­
nes aplicadas a los pánicos morales provienen de la psicología, ya del
estudio de la conducta en situaciones de catástrofe, ya del análisis
del comportamiento colectivo. En este capítulo se analizan los proce­
sos de representación y los discursos que los medios masivos utilizan
para construir una visión de los hechos que aumentan la sensación de
riesgo y posibles pánicos morales, particularmente los pánicos vin­
culados a la sexualidad. Un rasgo teórico común del análisis socioló­
gico de estos pánicos morales sobre la sexualidad es centrarse en los
discursos que la regulan y en cómo defienden determinadas ideas de
qué es lo "normal", lo "natural" y, por lo tanto, lo "moral". Siguiendo a
Michel Foucault (1 979 ), muchos de estos estudios sostienen que exis­
te la necesidad de reconocer que la imagen de la familia amenazada
y vulnerable es un motivo clave en la sociedad moderna. La ideología
familiar está obligada a sostener una posición de retaguardia y recha­
zar la diversidad social y sexual en una cultura que nunca podrá ser
retrata�a con el aspecto tradicional y necesario de una familia donde

101
Kenneth Thompson

conviven padres e hijos -situación de la que participan, en todas las


épocas, solo una minoría de ciudadanos-. Sin embargo, la ideología
familiar no es el único factor que explica los pánicos morales sobre la
sexualidad. Foucault (1 976) y Weeks (1 985) intentaron explicar por
qué el sexo en sí mismo es tan importante, y tan separado de los otros
"atributos" de lo humano en la sociedad moderna. Ambos concluyen
que es así porque nuestra cultura cree que el sexo dice la verdad sobre
cada persona, que expresa la esencia de su ser y que por tales razones
se ha vuelto sujeto de controversias y pánicos. Cualquier preocupa­
ción sobre el orden social es inevitablemente proyectada sobre esa
esencia, y a través de ello, la sexualidad se vuelve a la vez una metá­
fora ansiosa, objeto de control social. En consecuencia, los pánicos
morales sobre el sexo son crecientemente más frecuentes y tienen re­
percusiones muy serias en la sociedad moderna.

S I DA

El libro de Susan Sontag La enfermedad como metcifora (1 983) fue es­


crito mientras ella realizaba un tratamiento contra el cáncer. Allí
analiza la imaginería que circunda tanto al cáncer como a la tuber­
culosis. Ese libro ha sido de gran influencia para desarrollar cierta
comprensión de cómo enfermedades como las dos citadas por Son­
tag -y otras como el caso del sida, por ejemplo- se construyen en la
imaginación popular. Sontag identifica los usos metafóricos por los
cuales la enfermedad y las dolencias son pasibles de ser puestas al
servicio de "construir sentido" en disposiciones sociales dominantes
(un tema desarrollado también por Foucault en El nacimiento de la clíni­
ca). Una consideración importante es el modo en que una sucesión de
enfermedades han recibido un sentido moralizante que estigmatiza
a quienes las padecen como parias y desviados sociales. El proceso de
moralización se logra mayormente a través de la representación me­
diática masiva.

102
Pánicos morales so br es exo ysid a

Las primeras notas en periódicos y entrevistas sobre sida ofrecen


muchos ejemplos de este proceso. En la prensa británica, el colum­
nista John Junor, escribiendo para el Sunday Express (24 de febrero de
1 985), afirmó: "Si el sida no es una acción de Dios, con consecuencias
tan aterradoras como el fuego y el azufre, entonces, ¿qué es?". Y un
líder más elíptico, pero con el mismo tono, dijo en The Times (3 de no­
viembre de 1 984): "Muchas personas del público están tentadas de
considerar el sida como algo merecido por un estilo de vida cuestiona­
ble, pero el sida, por supuesto, es un peligro no solo para los promis­
cuos y homosexuales". Otros diarios utilizaron el discurso referido
y la alusión al punto de vista de terceros para hacer afirmaciones si­
milares. The Sun (el 7 de febrero de 1985), por ejemplo, salió a la calle
con el siguiente titular: "El sida es la ira de Dios, dice el sacerdote" y
el Dairy Tele9raph (3 de mayo de 1 983) también usó comillas para dar el
mismo efecto al titular: "Retribución por el pecado: un saldo mortal".
Los periódicos que informaban al respecto también tendían a dife­
renciar entre las víctimas "inocentes" y las "culpables" del síndrome.
Las muertes de aquellos que contrajeron la enfermedad como conse­
cuencia de una práctica "ilícita" o "moralmente inaceptable" (gays,
bisexuales, prostitutas, adictos a la droga) eran presentadas de ma­
nera más negativa en los medios que las muertes de aquellos infecta­
dos por transfusiones de sangre u otros factores accidentales. En una
historia de tapa sobre un niño de escuela primaria con sida, el Dairy
Express (25 de septiembre de 1985) preguntó: "sida: ¿por qué debería
sufrir un inocente?". Incluso los animales utilizados como conejillos
de Indias en los experimentos para encontrar la cura son descriptos
como "inocentes" y merecedores de mucha más consideración que
las víctimas "culpables": "Tortura de inocentes: monos usados para
experimentos sobre 'plagas sexuales"' (Sunday Mirror, 4 de diciem­
b re de 1 983). Otro rasgo de los medios a principios de la década de
1 980 -al menos hasta que la Unión Nacional de Periodistas, luego de
u na encuesta, publicó una guía de estilo en 1 984- era referirse al sida

103
Kenneth Thompson

como "la peste gay"1 (por ejemplo: Dairy Tele9raph, 2 de mayo de 1 983;
The Observer, 26 de junio de 1983; The Sun, 2 de mayo de 1983; Dairy
Mirror, 2 de mayo de 1983). Finalmente también se pudo identificar
una constante tendencia a exagerar el número de personas afectadas
extrapolando los datos clínicos a una población más general, o pro­
yectando hacia el futuro porcentajes de incremento de la enferme­
dad dando por cierto que serían sustentables. Por ejemplo, un estudio
clínico de varones homosexuales atendidos en el Hospital St. Mary
de Londres, mostrando que el 1 2% de pacientes asintomáticos que
concurrían a la clínica tenían anormalidades en sus linfocitos compa­
tibles con el sida y que el 5% tenía también anergia, 2 la combinación
indiciaria acerca de los defectos característicos del sida, se informó
en el diario bajo el siguiente titular: "Miles de homosexuales britá­
nicos tienen síntomas de sida" (The Observer, 7 de agosto de 1983).
Mientras tanto, el Royal College de enfermería publicó el pronóstico
de que en 1991 los casos de sida en Gran Bretaña alcanzarían un mi­
llón; esto fue informado verbatim o como tasa de uno en cincuenta por
The Times, The Sun, Dairy Mirror, Dairy Express y Dairy Star (1 O de enero
de 1 985) (Aggleton y Homans, 1 988). Las proyecciones se hicieron
sobre la base de suponer el avance exponencial y continuado de la
enfermedad según su tasa de crecimiento de los primeros años, sin
cuestionar siquiera si todos los factores se mantendrían por siempre
idénticos, especialmente si habría cambios en la conducta que limita­
ran la diseminación de la infección.
Como dijimos al considerar el estudio pionero de Stanley Cohen
sobre los pánicos morales, los medios masivos ofrecen "una fuente de
información acerca del perfil normativo de una sociedad [ . . ..] sobre

1 Medios de lengua hispana adoptaron el sintagma "la peste rosa" en alusión al

vínculo inicial del sida con pacientes de la comunidad homosexual. [N. de la T.]
2 Disminución de la reactividad a uno o más antígenos específicos; puede

adoptar la forma de hipersensibilidad inmediata disminuida o de hipersensibilidad


tardía disminuida; no es una variable excluyente de otras inmunodeficiencias
además del VIH. [N. de la T.]

104
Pánicos morales sobre sexo y sida

las fronteras más allá de las cuales no es posible aventurarse y sobre


la forma que puede adoptar lo diabólico" (Cohen, 1 972, p. 1 7). Los
medios, se alega, construyen "seudoeventos" de acuerdo con los dic­
tados de una agenda moral no escrita que sigue constituyendo qué es
una noticia. Así, "el rumor sustituye a las noticias cuando fallan los
canales institucionales" (Cohen, 1 972, p. 1 54), y en situaciones am­
biguas "los rumores deberían considerarse no como formas distor­
sionadas o patológicas de comunicación sino como constructores de
sentido sociológico en tanto improvisaciones cooperativas, intentos
de lograr interpretaciones colectivas con sentido de lo sucedido a tra­
vés de juntar todos los recursos disponibles" (Cohen, 1 972, p. 1 54).
En un importante ensayo sobre el sida, Jeffrey Weeks describe de
modo contundente la teoría del pánico moral, explicando cómo sus
mecanismos son "muy bien conocidos":

la definición de una amenaza causada por algo particular (una re­


vuelta "juvenil", un escándalo sexual); estereotipar las principales
características de la amenaza en los medios masivos como una espe­
cie particular de monstruos Oas prostitutas son "mujeres pecadoras",
los pedófilos son "acosadores de niños"); la escalada en espiral de la
amenaza percibida conduce a la asunción de posiciones absolutistasy
a dotarse de barricadas moralistas, la emergencia de soluciones ima­
ginarias -leyes más rigurosas, segregación moral, acciones legales
simbólicas, con el posterior aumento de la ansiedad, con las víctimas
libradas a sobrevivir el nuevo tipo de proscripción, el clima social y
las penalidades legales (Weeks, 1 985, p. 45).

Dennis Altman también discute el sida en términos de pánico moral,


pero lo relaciona con la forma que dicho pánico asume según los fac­
tores sean nacionales o locales. Entonces:

el pánico australiano no solo es producto de la homofobia, sino que


también está ligado a la creencia de que es posible aislarse del resto

105
Kenneth Thompson

del mundo a través de rígidas normativas de inmigración y cuarente­


na; y una menos sofisticada comprensióny aceptación de la homose­
xualidad que la que existe en Estados Unidos (Altman, 1 986, p. 1 86).

El pedido de legislación rigurosa en países tan disímiles como Alema­


nia o Suecia condujo a Altman a pensar que "el vínculo entre sida y
homosexualidad tenía la potencialidad de desatar el pánico y la per­
secución en casi cualquier sociedad" (Altman, 1 986, p. 187).
Simon Watney (1 987) sostiene que mientras esos análisis tie­
nen cierta utilidad, también revelan la inadecuación del concepto
de pánico moral a su interés principal, que es el omnímodo control
policial de la sexualidad, particularmente en cuestiones de repre­
sentación. Watney afirma que su libro Policin9 Desire: Porno9raphy,
Aids and the Media trata sobre la representación, y que fue escrito
con la convicción de que una persona solo es capaz de pensarse a sí
misma y a los otros en relación con las imágenes que circulan en una
sociedad determinada. Para reafirmar su postura, cita la afirmación
de Richard Dyer:

La mayor herencia de los movimientos socialesy políticos de los años


sesenta y setenta ha sido descubrir la importancia de la representa­
ción. Las opciones políticas de diferentes grupos sociales -poderosos
o débiles, centrales o marginales- están afectadas de manera cru­
cial por el modo en que son representadas, tanto en el discurso legal
como en el parlamentario, en las prácticas educativas o en lo artís­
tico. Los medios masivos en particular tienen un rol crucial en este
asuntoya que son una fuente centralizada de definiciones de cómo es
la gente en determinada sociedad. El modo en que se representa a un
grupo particular determina en un sentido muy real aquello que este
puede o no hacer en la sociedad (Dyer, 1982, p. 43).

Watney critica la teoría de los pánicos morales porque, según afirma,


siempre está obligada a contrastar la "representación" con la arbitra-

106
Pánicos morales so bre se xo ysida

riedad de "lo real", y por lo tanto inhabilita el desarrollo de una teoría


completa que incluya las operaciones ideológicas en sus sistemas re­
presentacionales:

Los pánicos morales aparecerían y desaparecerían como si la repre­


sentación no fuese el lugar de la batalla permanente sobre el sentido
de los signos. Determinado "pánico moral" tan solo marca el primer
plano de tal lucha. No somos testigos del despliegue discontinuo
y discreto de los "pánicos morales", sino más bien de la movilidad
de la confrontación ideológica a través de todo un campo de repre­
sentaciones, y en particular, de aquellas que manejan y evalúan los
sentidos del cuerpo humano, donde fuerzas y valores rivales e in­
compatibles se implican en una lucha sin fin para definir verdades
"humanas" supuestamente universales (Watney, 1987, p. 42).

En esta crítica, Watney no está negando que ciertos episodios cons­


tituyan pánicos morales. En cambio, desea ampliar la discusión para
situar el pánico al sida dentro de un marco ideológico no tan restrin­
gido sobre la manera en que ciertos grupos son representados por los
medios masivos como amenazas a la cohesión de un "público gene­
ral" unificado. Watney sostiene que los medios utilizan un modo de
dirigirse a su audiencia que la construye como un "público general"
cohesionado, que comparte valores y características.

Es el negocio central ideológico de la industria de las comunicacio­


nes el vender imágenes ready made de la identidad "humana'', y lograr
así que los consumidores individuales se identifiquen con ellas en
una fantasía de complementariedad colectiva y recíproca. Sectores
completos de la sociedad, sin embargo, no pueden ser contenidos en
este proyecto, dado que se niegan a disolverse en las reciprocidades
que les son requeridas. Por lo tanto la posición, en particular, pero
de maneras diversas, de los negros y los homosexuales, quienes son
creados para permanecer fuera del "público general", aparece inevi-

107
Kenneth Thompson

tablemente como amenaza para la cohesión interna del grupo hege­


mónico. Esta cohesión no es "natural", sino el resultado del modo en
que la industria mediática masiva se dirige a ellos -teniendo como
objetivo crear una célula "familiar" nacional imaginaria que es blan­
ca y heterosexual-. Todas las amenazas aparentes a este objeto cla­
ve de la identificación individual están sujetas al tipo de tratamiento
que (Stanley) Cohen y sus discípulos describen como pánicos mora­
les . . . No estamos, de hecho, viviendo un "pánico moral" hacia el sida
que sea distintivo y coherente, y en cambio somos testigos de la últi­
ma variación del espectáculo de rearmado de una defensa ideológica
que ha sido montada en nombre de "la familia" desde hace más de un
siglo (Watney, 1 987, p. 43).

No solo los medios masivos intentan dirigirse a la audiencia como un


todo unificado, un "sujeto" natural (dirigiéndose a cada uno dentro
de esa audiencia como "normales", "mentalmente sanos", "bien pen­
santes", sujetos de sentido común). Watney alega que especialmente
los periódicos tienden a construir "una audiencia moral de unidades
familiares nacionales, rodeados del amenazante espectáculo de la lo­
cura, lo extranjero, los criminales y los pervertidos" (1987, p. 84). Así:

La prensa es entonces en extremo dependiente de las categorías que


incesantemente ofrece como signos ejemplares del derrumbe de la
ley y el orden, o simplemente como "lo desagradable" o "lo deprava­
do". El escándalo sirve al discurso excluyente y ejemplar de los dia­
rios y es el objetivo central donde los lectores encuentran seguridad
y reconocimiento en tanto ciudadanos "normales" y respetuosos de
la ley (Watney, 1 987, p. 84).

Watney utiliza el ejemplo de la prensa vinculando la realeza, la fami­


lia, la nación y la amenaza homosexual del sida para ilustrar el modo
en que es posible delinear este tipo de formación discursiva. El diario
Star publicó una historia de tres páginas con gran titular en la porta-

108
P ánic os m oral es s obr es exo ysida

da: "'Amantes 9ay en el yate real'; escándalo mientras Fergie y Andrés


organizan allí su luna de miel". La historia que surgió con anteriori­
dad a la boda del príncipe Andrés y Sarah Ferguson afirmaba:

Marineros gays han estado trabajando al servicio de la reina y del


príncipe Felipe a bordo del yate real Britannia, como el Star puede
revelar con exclusividad. El escándalo salió a la luz cuando el cama­
rero Keith Jury confesó a su esposa que mantenía una relación con
un integrante de la banda de la Marina Real (Star, 3 de julio de 1 986).

Watney sugiere que el impacto de esta historia reside en la asociación


implícita que supone la superposición de narrativas sobre homose­
xualidad, sida y monarquía. Aunque no se menciona el sida, Watney
sostiene que la elisión del término es crucial porque "explica" la lon­
gitud de la nota, lo que de otro modo resultaría inexplicable. El solo
hecho de que se sepa que el sexo homosexual podría ser peligroso
para otras personas, no como una tentación imitable sino como peli­
gro para la vida misma, es seguramente una amenaza para la imagen
de pureza e idealización de la vida familiar de la realeza (¡que ya será
sacudida por verdaderos escándalos heterosexuales!). Watney des­
cribe esto en términos de una operación cartográfica por la cual su­
jetos humanos son representados en una formación discursiva que
vincula monarquía, familia, nación y sexualidad de tal forma de pos­
tular la homosexualidad como desviada y peligrosa, por lo cual re­
quiere control social mediante medicalización o judicialización:

La prensa es, por lo tanto, radicalmente prescriptiva. Presenta el


mundo como querría que sea a la luz de un pasado nacional imagi­
nario, al que defiende,y justifica el rechazo de lo que no puede reco­
nocer en el presente por el recurso a futuros imaginarios. Y cuando
los contornos de la identidad sexual y nacional están obligados a re­
plicarse mutuamente, es la homosexualidad la que debe ser elimi­
nada primero. Esta operación clasificatoria solo puede aceptar una

109
Kenneth Thom pson

distinción primaria entre los sujetos humanos -la oposición anató­


mica hombre/mujer-. Otras clasificaciones que amenazan con la
disrupción e invalidación de esta imagen son brutalmente estigma­
tizadas. La guardia del hospital se une a la celda de la cárcel como el
lugar "apropiado" para la homosexualidad, ofreciendo una pequeña
ventana vigilada de cerca a través de la cual se pueda contemplar lo
prohibido y desconocido, para encontrar allí el objeto de las adver­
tencias sobre lo que podría corrompernos o contagiarnos, el destino
preciso para quienes han negado la familia nacional. En una situación
en la que la sexualidady el género están claramente en la posición de
la determinación primaria del "carácter", en un discurso de "hom­
bres reales"y "mujeres reales", los gaysy lesbianas son transgresores
graves. Así, la prensa "sabe" quiénes son sus lectoresy lo que quieren
en relación con los roles sobre los que pivotea la vida familiar: "ma­
más" "papás", "niños", e incluso "mascotas" que actúan los otros pa­
peles menores tanto como sea necesario. Todos los personajes tienen
apariencia altamente codificada, determinada por la clase social, y
sus combinaciones son igualmente predecibles, constituidas por una
serie de expectativas que aparecen tanto en tiras cómicas como en
las columnas de chimentos, pasando por secciones como jardinería,
deportes, finanzas, modas y demás. La homosexualidad solo puede
ingresar a este espacio como intrusión, en tanto a todas las formas de
la cultura gay se les otorgará la unidad espuria del ambiente crimi­
nal, un dominio infernal y bestial que es virtualmente lo no-humano
(Watney, 1987, p. 86).

La guerra por la circulación entre los periódicos sensacionalistas bri­


tánicos en la década de 1980 los condujo a publicar historias cada
vez más espantosas sobre el sida, y la escalada produjo sin duda una
atmósfera de pánico que socavaría la moral a causa de lo desviado (los
"demonios populares" de S. Cohen), que a pesar de las vacilaciones
de Watney parecerían ameritar la etiqueta de "pánico moral". The Sun
publicó una historia que reúne religión, familia, homosexualidad y

l lO
Pánicos mor ales so bre se xo ysida

sida. Un titular como: "¡Si mi hijo tuviera sida lo mataría, dijo el sa­
cerdote!". Apretó el gatillo sobre el resto de su familia. El relato des­
cribía al reverendo Robert Simpson, que "juró que él mismo llevaría
a su hijo adolescente a la montaña y lo mataría si el chico padeciera
de sida, una enfermedad moral" (The Sun, 14 de octubre de 1985). El
sacerdote fue caricaturizado en el diario sosteniendo un arma sobre
la cabeza de su hijo. La cobertura mediática se las arregló para combi­
nar algunas de las más potentes imágenes acerca de lo que amenaza la
vida normal: familias destruidas, infanticidio, sexualidad adolescen­
te, homosexualidad y enfermedad contagiosa. El reverendo Simpson
había dicho: "yo excomulgaría a todos los que practican la homose­
xualidad, que se exponen al contagio del sida. Si esto continúa será
como la peste negra. Podría borrar del mapa a Gran Bretaña. Las fa­
milias atacarán a las familias".
El Press Council [Consejo de prensa] , protector de los estándares
periodísticos de Gran Bretaña, rechazó las quejas sobre la nota que
tendía a crear miedo irracional alrededor del sida y favorecer la dis­
criminación o la violencia contra personas que padecieran la enfer­
medad. El organismo sentenció:

En este caso, The Sun eligió un modo dramático de concentrar la aten­


ción sobre el peligro del sida. Su artículo no presenta ni ofrece una
opinión médica, tampoco es una noticia basada en investigación mé­
dica alguna, sino un informe acerca de las miradas extremas de un
clérigo queya había publicado comentarios similares en la revista pa­
rroquial (citado en Watney, 1 987, p. 96).

El argumento de Watney es que la homosexualidad es un constructo


de la prensa como signo ejemplar y admonitorio de la otredad, como
manera de unir identificaciones sexuales y nacionales entre los lec­
tores que estén por encima y por debajo de cualquier otra división y
distinción, ya sea de clase, raza o género. Cuando se refiere a la repre­
sentación del sida en los medios audiovisuales, mantiene su opinión

111
Kenneth Thompson

de que, dada la relación cercana entre la prensa y esos medios, no re­


sulta sorprendente que las mismas situaciones obtuvieran un trata­
miento parecido. Esto, sin embargo, sucede mucho menos en el caso
de las radios, porque en general tienen un compromiso más fuerte
con lo local y regional. Watney destaca que la sexualidad tiene una
relación de doble vínculo con la televisión, considerada como algo
privado si se trata de su exposición, pero algo público en cuanto a
sus deberes y responsabilidades; muy distinto es el caso de la pren­
sa escrita, que debe mantener su férrea independencia del Estado. La
televisión siempre estuvo sujeta a las regulaciones, especialmente en
relación con las cuestiones referidas a la obscenidad y la indecencia.
La BBC se fundó sobre la suposición de la "homogeneidad cultural, no
en el sentido de que todos sean idénticos, sino de que la cultura es úni­
ca e indiferenciada" (Curran y Seaton, 1985, p. 1 79). La legislación y
las regulaciones mantienen una orientación "consensuada" que ex­
cluyó la homosexualidad. El hogar fue considerado como un espa­
cio vulnerable al peligro moral, con particular atención puesta en la
posibilidad de que los niños viesen programas con contenido adul­
to, que en este contexto suele hacer referencia a escenas sexualmen­
te explícitas. No resultó sorprendente que durante un largo tiempo
cualquier representación de sexo desviado fuese excluida, o que se
hiciera referencia al respecto de manera altamente codificada. Los
distintos modos de codificar incluían tratar la homosexualidad como
asunto escandaloso, en clave humorística, o como un pathos huma­
nista. Alternativamente, la codificación también podría implicar tra­
tarlo como un tema controversial en programas "de opinión", lo que
requería que hubiera representantes de opiniones diversas como para
lograr un cierto equilibrio, como fue el caso del activismo de la "cam­
paña de limpieza de la televisión" de Mary Whitehouse, en ocasión
de que la London Weekend Television emitiera una serie documental
sobre la vida homosexual (Gay LifeJ, en 1980 y 1981.
Cuando el gobierno británico se convenció de la necesidad de
asumir una campaña de salud pública para difundir algunos cono-

112
Pánicos morales so bre se xo ysida

cimientos sobre sida y prácticas de sexo seguro, tuvieron lugar al­


gunos cambios en el modo en que los medios representaron a los
homosexuales y al sida. Le llevó un largo tiempo a la primera minis­
tra Margaret Thatcher tomar la decisión, y se cree que lo hizo menos
por convicción que por presiones, y aun así con mucha resistencia. Su
propio secretario parlamentario privado, Michael Allison, formaba
parte de la Campaña por la Familia Conservadora, y el grupo tenía su
propia solución para el sida: el aislamiento de todos los infectados y
la recriminalización de la homosexualidad. La señora Thatcher había
sido una gran defensora de la cláusula 28, una corrección a la Ley de
Gobierno Local sancionada en 1987, que prohibía que los consejos
locales y sus escuelas promoviesen la aceptación de la homosexua­
lidad. De todos modos, había razones poderosas para avanzar con la
campaña, no menos por el el hecho de que el secretario de Salud de
los Estados Unidos, Everett Koop, simpatizante ultraconservador del
presidente Reagan, publicó en octubre de 1 986 un informe que des­
cribía un escenario apocalíptico y enfatizaba la importancia de ex­
tender la educación pública sobre el particular. El gobierno, entonces,
anunció a la Cámara de los Comunes en noviembre de 1 986 que co­
menzaría una campaña a favor de la educación sanitaria con un gasto
de veinte millones de libras, compuesta por anuncios en los periódi­
cos, afiches urbanos y un folleto que llegaría a cada hogar, a cada ra­
dio y a cada canal de televisión, junto con una pieza de difusión para
el cine. Dos días después del debate en la Cámara, The Sunday Tele-
9raph reaccionó con el siguiente titular: "Sida, el nuevo holocausto".
El Mail on Sunday sostuvo que el sida era el mayor peligro que pade­
cería Gran Bretaña e ilustró la nota con una fotografía de una familia
tipo -padres, dos hijos adolescentes y un bebé-: "Todos lucen felices
y sanos. Pero por lo que sabemos sobre la evolución de la epidemia de
sida, todos ellos son víctimas potenciales". Los avisos de la televisión
pública transmitían un mensaje no menos ominoso: en el primero de
ellos, una montaña explotaba dejando emerger una lápida con la pala­
bra sida grabada en ella y un ramo de flores. En la segunda publicidad

113
Kenneth Thompson

aparecía un iceberg; y aun cuando entre ambos spots no parecía haber


demasiadas semejanzas, no faltó la sugerencia de que en ambos algo
terrible estaba por suceder. Los médicos del hospital de Southamp­
ton realizaron una encuesta sobre la efectividad de dichas publicida­
des y encontraron que la gente seguía teniendo muy poca idea acerca
de la enfermedad. Una persona entrevistada cuya lengua materna no
era el inglés había visto la publicidad de la lápida y había pensado que
sida era un término que tenía alguna asociación con el uso de marti­
llos neumáticos (Garfield, 1994). De cualquier manera, la campaña
por televisión se vinculaba a los folletos que sí parecían haber teni­
do algún efecto beneficioso, como elevar el nivel de compasión hacia
quienes padecían sida y quizás prevenir la victimización de los homo­
sexuales (véase el informe de investigación de la Independent Televi­
sion Commission, Wober, 1991).
La campaña oficial no logró detener completamente el pánico
moral hacia el sida. Los líderes religiosos no reaccionaron frente a la
campaña. La Iglesia Católica Apostólica Romana desaprobó la pro­
moción del uso del preservativo y los anglicanos expresaron sus du­
das sobre la falta de guía y acompañamiento moral de la población.
El rabino mayor, sir Immanuel Jakobovitz, sostuvo que la campaña
"promovía la promiscuidad al publicitar la sexualidad"; él tenía su
propio mensaje: "Digámoslo de frente: el sida es la consecuencia de
la infidelidad conyugal, de las aventuras prematrimoniales, la des­
viación sexual y la irresponsabilidad social, privilegiando el placer
frente al deber y la disciplina" (Garfield, 1 994). Algunos columnis­
tas de los diarios siguieron denunciando la desviación y la permisivi­
dad acusándolos de diseminar el sida. Uno de ellos, Digby Anderson,
quien se arroga hablar en nombre de una indeterminada "mayoría
moral", renegaba amargamente de que el sida no hubiera generado
un pánico moral aún más importante (citado por Watney, 1 987, p.
45). De todos modos, la campaña educativa oficial amenguó el tono
confrontativo acerca del pánico moral y también debilitó el intento
del gobierno por recapitular la cláusula 28, para evitar la promoción

1 14
Pánicos morales so bre se xo ysida

de una visión positiva de la homosexualidad. La NVALA continuó con


su intento de movilizar la opinión pública contra la permisividad se­
xual representándola a través del sida y produjo un informe llamado
"Programas de televisión y sida" (1 992), donde podía leerse: "Cree­
mos que el papel de los medios en la naturalización del sexo casual ha
sido uno de los factores principales para la creación de este problema
que casi nos supera y que es potencialmente muy peligroso (sida)".
Sin embargo, llegada la década de 1 990 esta posición ideológica ya
no era tan relevante en los medios como lo había sido en la década
anterior. Otra reacción de algunos medios gráficos a principios de
los años noventa se constituyó en una posición que se denominó la
"industria del sida" y acusaba a un imaginario progresismo por ha­
ber confundido la distinción entre desviados -tales como los homo­
sexuales o adictos a las drogas-, cuya conducta los exponía al riesgo,
y las personas normales, cuya conducta sexual no presentaba ningún
riesgo. Como sostiene el periodista Neal Ascherson al individualizar
al entonces editor del The Sunday Times, Andrew Neil, como repre­
sentante de esta posición progresista, hubo un tratamiento ideoló­
gicamente hegemónico del tema en los años ochenta en términos de
un criticismo populista frente a una élite progresista que conspiraba
contra "las aspiraciones del pueblo sencillo" y formaba camarillas
descriptas como "industrias" (Ascherson, 1 993). La llamada "indus­
tria del sida" era tan solo la última de sus manifestaciones, ya que
antes había habido una "industria de la pobreza", "industria de las
relaciones raciales, industria de la ayuda al Tercer Mundo", "indus­
tria del trabajo social" y la "euroindustria" (presuntamente dedicada
a la abolición del Parlamento y la soberanía nacional). En cada uno de
estos casos, de acuerdo con la ideología populista representada en
la mayor parte de la prensa de circulación masiva, se confrontaba el
"sentido común natural" y la salud moral de la mayoría del pueblo,
sencillo y común, con las maquinaciones de una minoría de dudosa
moralidad. Era jugando con estos contrastes como se revolvía la fu­
ria moral y a veces se provocaba el surgimiento de un pánico moral.

llS
Kenneth Thomp son

La relevancia del sida para el análisis de los pánicos morales es el


modo en que se le otorgaba una significación moral que, articulada con
algunos asuntos y discursos ideológicos, luchaba por la hegemonía en
los años ochenta, en particular el esfuerzo de la Nueva Derecha por
moldear una nueva mayoría. Como sostiene Weeks (1985), ha habi­
do tres grandes tendencias en los cambios morales y sexuales: una se­
cularización parcial de las actitudes morales, una liberalización de las
creencias y conductas populares y una mayor predisposición a aceptar
la diversidad social, cultural y sexual. El significado de la crisis del sida
fue que podía ser usado para poner en cuestión cualquiera de estos tres
cambios y justificar un retorno al "comportamiento moral normal".
Los cambios nunca fueron aceptados por los conservadores moralistas
y desde 1960 hubo varias reacciones contra ellos que tuvieron la forma
de reconsiderar la tentativa de reafirmación de valores morales abso­
lutos y "pureza social". En los Estados Unidos, la televisión evangéli­
ca, enormes cantidades de dinero y el fundamentalismo religioso se
combinaron con fuerzas políticas de la Nueva Derecha para crear una
denominada "mayoría moral". Aunque Gran Bretaña no ofrecía el mis­
mo terreno fértil para un movimiento social semejante, los cruzados
de la moral tenían la posibilidad de usar el interés de la prensa nacional
por las causas populistas, en especial aquellas que veían una amenaza
para la vida de la familia "normal" en la promiscuidad y lo desviado. Así
como podía culparse al feminismo por la disrupción de la demarca­
ción tradicional entre los sexos, la homosexualidad podía ser atacada
en tanto amenaza a la familia y la salud social. Como afirma Weeks:

Hubo muchos cambios fundamentales en los últimos treinta años,


pero su impacto ha sido desparejo y fragmentado, generando tanto
frustración como progreso social, tensiones nuevas y alivio para vie­
jas injusticias. La secularización, el progresismo y los cambios en el
modelo de las relaciones han tenido lugar, todos ellos. Pero han deja­
do profundos residuos de ansiedad y temor que el sida en tanto fenó­
meno social alimenta y reafirma (Weeks, 1 985, p. 1 5).

1 16
Pánicos morales so bre se xo ysida

Es dentro de este contexto de cambio social, ansiedad y tensión don­


de los cruzados de la moral son capaces de promover un discurso so­
bre supuestas amenazas a lo que se considera "normal", "natural" y
moral en relación con la sexualidad. En Gran Bretaña, donde hay una
circulación realmente masiva de la prensa popular, existen amplias
posibilidades para la divulgación de lo desviado como para alentar el
surgimiento de un pánico moral. Aunque Gran Bretaña tenía la pren­
sa popular de circulación masiva que podría conducir al desarrollo de
un pánico moral sobre el sida, a diferencia de Estados Unidos carecía
de una fuerte tradición de movimientos sociales con raíces profun­
das en las bases, incluyendo la lucha por los derechos civiles de gays
y lesbianas que pudieron comprometerse en el debate ofreciendo un
punto de vista opuesto al de la Nueva Derecha religiosa. La prensa en
los Estados Unidos está acostumbrada a actuar como foro local, pre­
sentando y entrevistando las opiniones de distintos grupos de presión
y movimientos sociales. En relación con esto puede alegarse que ellos
están más cerca de la noción de Habermas (1984) de los medios como
canales de comunicación racional y que la prensa sensacionalista in­
glesa se corresponde más con lo que Guy Debord denominó "socie­
dad del espectáculo" (1970), en la cual los medios masivos excitan y
entretienen. Quizás la única compensación es que la competencia en­
tre los periódicos significa que la cobertura intensiva que puede crear
un pánico también puede llevar al rápido agotamiento del tema y su
sustitución por otro, en especial si los periodistas rivales siembran
dudas sobre las notas originales que hicieron surgir el pánico. Un
ejemplo es la historia conocida como "ángel de la muerte", en Dun­
gavon, Irlanda, en septiembre de 1 995, cuando cientos de periodis­
tas ingleses y extranjeros llegaron al pequeño pueblo luego de que el
párroco en el sermón del domingo declarara que una mujer británica
había infectado al menos a seis hombres en seis meses. Para el lunes,
el pánico era tal, que el consejo de salud del pueblo tuvo que crear de
emergencia dos líneas para consultas, y como "en toda obra moral del
Medioevo debía haber una bruja", según afirmaba The Guardian (14 de

117
Kenneth Thompson

septiembre de 1995), se rumoreaba que la prensa había ofrecido diez


mil libras por el nombre de la muchacha. Las autoridades de la salud
pronto empezaron a dudar de la viabilidad de que una sola mujer in­
fectara a tantos hombres en tan corto tiempo, e incluso el obispo de
la parroquia y el alcalde dijeron estar irritados con el párroco. En una
semana, la historia se había consumido como un fósforo y los cientos
de periodistas que llegaron al pueblo ya habían partido.
Una conclusión posterior que puede esbozarse sobre esta discusión
acerca de los pánicos morales asociados al sida es que estos ilustran el
hecho de que, aunque los pánicos morales pueden ser episódicos, los
discursos que construyen en relación con la sexualidad están profun­
damente entramados en lo social. En una "sociedad del espectáculo",
como aquella en la que existe una prensa sensacionalista de alcance
nacional y en la que cada medio compite con otro para asustar y en­
furecer a sus lectores, la incidencia de los pánicos morales puede ser
muy importante y tener cambios súbitos, pero el discurso que subya­
ce acerca de la sexualidad "normal" y "desviada" es mucho más dura­
dero y es parte de una formación discursiva mucho más amplia.

118
6. FAMILIA, INFANCIA Y VIOLENCIA

RI ESGO

El concepto de riesgo es particularmente relevante para el análisis de


los pánicos morales relacionados con la familia. Los políticos y co­
mentaristas mediáticos han creado con frecuencia y a través de dis­
cursos morales una espiral de significación en relación con episodios
o modas que presentan como ejemplos de inmoralidad y violencia
debido a la crisis que atraviesa la noción de familia. Polly Toynbee,
una voz crítica en la prensa, escribió acerca de la peligrosa tenden­
cia que durante la década de 1 990 manifestó la clase política en un
intento por llegar a la victoria montados sobre una marea moral, "ha­
ciendo equilibrio sobre una ola de temor, surfeando en la inundación
de pánico moral" (Independent, 16 de noviembre de 1 996). Toynbee se
pregunta quién podrá decir palabras de calma y de sentido común en
el rostro mismo de esta ''.fin de siecle hysteria":

Deja al electorado en un remolino de pánico: la sociedad descontro­


lada, la familia ya no es lo que era, los niños corren como salvajes,
las escuelas enseñan poco, cunde el crimen, ha muerto el respeto, lo
que cuenta es el culto a la gratificación instantánea. La mismísima
palabra "moral" pertenece ahora de una manera tan definitiva a los
alarmistas, que prácticamente la han inutilizado para cualquier otro
que quisiera usarla (Polly Toynbee, "Tolerancia privaday pánico pú­
blico", Independent, 16 de noviembre de 1 996).

1 19
Kenneth Thompson

Y más aún, como señala Toynbee la experiencia personal de cada uno


está casi siempre reñida con este escenario pesimista, y las ansiedades
acerca de estar en riesgo están fuera de toda proporción:

Curiosamente, vivimos en tiempos esquizoides: tantos comenta­


rios públicos no condicen con la experiencia privada de la mayoría
de las personas. En el mundo real la gente es más liberal que nunca
antes. Hay mucha menos censura, mentes más abiertas acerca de la
convivencia sin matrimonio, la homosexualidad, los niños que na­
cen de padres que no se casaron y el divorcio: nunca antes en la his­
toria había sido tan así. Las telenovelas lo cuentan muy bien. Dentro
de las familias y entre la comunidad de amigosy colegas somos más
tolerantes que nunca. La libertad trae consigo la diversidad, mayores
oportunidades de elegir, pero tiene también un lado oscuro: la liber­
tad implica más riesgo, más peligros y dislocación (Polly Toynbee,
"Tolerancia privada y pánico público", Independent, 16 de noviembre
de 1 996).

Este punto sobre el aumento de las opciones y la diversidad generan­


do a su vez mayor sensación de estar en riesgo es crucial para entender
la frecuencia de los pánicos morales y el papel que juegan los políti­
cos y los medios al amplificar esas ansiedades. Podría decirse tam­
bién que, en algunos casos, son ambos actores quienes tienen interés
en generar pánicos morales. Los medios compiten por las audiencias
y están tentados a volverse sensacionalistas, a personalizar las histo­
rias e incluso a demonizar lo que fuese; todo vale en la desesperación
por atraer al público. Para los políticos puede que resulte más senci­
llo convocar la atención del electorado si tratan asuntos referidos a
la moralidad antes que proponer soluciones para algunos problemas
que no son sencillos de tratar, tales como la falta de educación y com­
petencias, el desempleo, las condiciones habitacionales, el crimen y la
pobreza. Sin embargo, hay buenas razones para elegir centrarse en el
tema de la familia y los valores vinculados a ella. Por un lado, la fami-

1 20
Familia, infancia y violencia

lia sigue siendo casi lo último que queda de aquello llamado "comu­
nidad" tradicional, en el sentido sociológico de Gemeinschaft. Como
explica el sociólogo alemán Ferdinand Tonnies:

Todo lo íntimo, privado y exclusivo de la vida con otros se entiende


como la vida en Gemeinschaft (comunidad). Gesellschaft (sociedad) es
la vida pública, es el mundo en sí. En Gemeinschaft (comunidad) -con
la propia familia- se vive a partir del nacimiento unidos en la prospe­
ridad o en la necesidad. Uno entra en la Gesellschaft (sociedad) como
si llegara a tierra extranjera (T onnies, 1 955, p. 37; citado en T homp­
son, K., 1 996, p. 5 1 ).

Los vínculos comunitarios o familiares, según Tonnies, también


pueden darse al compartir creencias religiosas o la tradición cultural
-sobre todo en áreas rurales-. La modernización supuso la pérdida de
tales lazos y ha dejado a las personas con la sensación de estar perma­
nentemente en tránsito hacia un país extranjero, o en riesgo. Por otra
parte, el debilitamiento de la creencia tradicional en una jerarquía so­
cial natural, que incluía la jerarquía familiar en la cual los niños eran
enseñados a obedecer a los padres y las mujeres prometían obedien­
cia de por vida a sus esposos, aumenta el sentido del riesgo en lo que
concierne a las relaciones de los niños con la familia.
Dos campañas mediáticas ilustran la recurrencia del pánico mo­
ral acerca del colapso de la vida familiar y las múltiples patologías
que ello puede implicar, incluyendo la violencia. La primera fue una
campaña acerca de lo "marginal", montada por The Sunday Times en
1 989. La segunda, generada por el Dairy Mail en contra del proyecto
de ley sobre "Familia, Hogar y Violencia Doméstica" de 1 995. Am­
bos periódicos eran ideológicamente afines a la Nueva Derecha y
combinaban además las políticas económicas neoliberales y la moral
neoconservadora del thatcherismo.
La tesis de una clase "baja" como amenaza social tiene una larga
historia que se retrotrae al siglo XIX. Sin embargo, adquirió una nueva

121
Kenneth Thompson

conformación alrededor de la década de 1 980, cuando la culpa del in­


cremento de las patologías sociales se dirigió especialmente a las ma­
dres solteras como emblema de lo "inmoral", con hijos ilegítimos que
mantenían gracias a los subsidios del Estado. El defensor principal y
creador de dicha tesis fue el dentista político norteamericano Char­
les Murray, que en 1981 se unió al grupo de asesores de los partidos
de derecha trabajando para el Manhattan Institute for Public Policy
Research y que en 1984 publicó Losin9 Ground: American Social Poli­
cy 1 9 50-1 980. Sus ideas comenzaron a ser citadas permanentemente
por los defensores de las políticas del presidente Ronald Reagan, y
aun luego del cambio a un gobierno del Partido Demócrata, la publi­
cación US News and Wqrld Report continuaba citándolo como una de
las 32 personas más influyentes en la elaboración de las políticas pú­
blicas norteamericanas. En 1989, The Sunday Times invitó a Murray a
Gran Bretaña y le comisionó aplicar su análisis a la sociedad local. Su
informe posterior ocupó varias páginas y fue acompañado por una
nota de tapa sobre los "hallazgos" del académico, y también por un
editorial que afirmaba: "Un monstruo ha sido creado en la niebla y
la política no tiene la voluntad de confrontarlo" (The Sunday Times,
26 de noviembre de 1 989). El artículo sostenía que "se está gestando
una tragedia social de proporciones dickensianas . . . Los marginales
engendran niños ilegítimos sin preocuparse por lo que será de ellos
mañana, y alimentan una tasa de criminalidad que ya compite con la
de los Estados Unidos. Rechazan la mano que los alimenta; se están
convirtiendo en una generación perdida". Con las declaraciones de
Murray, el periódico proponía la restauración del temor hacia el "es­
tigma social" vinculado a la ilegitimidad de nacimiento: "el estigma
social es un ingrediente esencial del orden social y debe ser restau­
rado sin prisa pero sin pausa". Se culpaba a las iglesias por el fracaso
en ofrecer un ejemplo moral, sus líderes "parecen más ansiosos por la
política que por predicar los valores familiares". Además de la urgen­
cia por la revitalización de lo moral y la estigmatización de las madres
de hijos ilegítimos, The Sunday Times contribuyó al pánico al coincidir

122
Fa milia ,in fancia y violenci a

con Murray en que "no hay soluciones inmediatas, e inevitablemente


el problema tiende a empeorar".
En síntesis, The Sunday Times y Murray actuaban como emprende­
dores morales, promoviendo una campaña moral que aseguraba que
los problemas sociales se asocian con la pobreza y devienen de la de­
cadencia de los valores morales, particularmente de aquellos vincu­
lados al sexo y al matrimonio, y de la accesibilidad a los beneficios de
un Estado benefactor. A estas variables atribuían el aumento de los
nacimientos ilegítimos que deja a los hijos sin referentes morales con
responsabilidad social (los padres). Tales niños nacidos en condicio­
nes de ilegitimidad rechazan los valores convencionales, se niegan a
trabajar y se involucran en actividades criminales que arruinan ba­
rrios enteros. Más aún, las cosas se pondrán peor y es poco lo que en
términos prácticos puede hacerse. La única respuesta es la revitaliza­
ción moral y la estigmatización de los marginales. No se le otorgaba
ningún espacio al argumento alternativo más frecuente de conside­
rar la ilegitimidad como síntoma y no como causa de los problemas.
Otros factores mencionados en el artículo incluían las problemáti­
cas habitacionales y conyugales, las distancias entre aspiraciones y
oportunidades laborales, la discriminación racial, las enfermedades,
los servicios locales inadecuados, un ambiente empobrecido y así su­
cesivamente.
Otras preguntas pertinentes sencillamente no fueron formuladas
desde esta consideración unilateral. Entre ellas quedaba sin respues­
ta si no habría otros modelos posibles de identificación para esos
niños, tales como la pareja de la madre que fuese suficientemente
duradera, el ejemplo de las mismas madres en tanto trabajadoras,
tíos, primos, gente amiga y quizás figuras de identificación surgidas
de los medios. Más aún, para darle sustento a su teoría de la ilegiti­
midad considerada como factor único, Murray debía ser capaz de
ofrecer evidencia estadística de que el crimen y el desempleo volun­
tario son causados por el nacimiento de niños ilegítimos. No pudo
probarlo, pero sencillamente señalaba que el incremento de la tasa

123
Kenneth Thompson

de nacimientos por fuera del matrimonio creció a la par de la tasa de


crímenes en aquellos barrios donde también aumentó el desempleo
juvenil. Murray no pudo estimar la dimensión de esta clase marginal;
la cantidad de 1 58.500 nacimientos de hijos ilegítimos en 1987 fue
evaluada sin considerar el hecho de que solo el 6% de las parejas vi­
vían en relaciones estables, y que probablemente más adelante con­
trajesen matrimonio entre sí o con otra persona. (La ausencia crucial
de esta estadística se corresponde a la variable o categoría "nunca en
pareja estable" o "nunca casado".}
El estilo de presentación de estas noticias en los medios tiene una
influencia importante en el desarrollo de los pánicos morales. En lo
que podría llamarse una práctica estándar del periodismo, The Sun­
day Times buscaba darles "interés humano" o dimensiones "persona­
lizadas" a notas con los argumentos más bien áridos de Murray,y por
lo tanto esos periodistas realizaban perfiles de familias marginales,
ilustrándolos con fotografías. Lo que el periódico no señalaba es que
ninguno de los casos entrevistados podía realmente dar sustento a
la tesis; lo más cerca que se llegó de admitirlo füe una imagen cuyo
epígrafe afirmaba que "la gente presenta un escenario más comple­
jo del que puede resistir la teoría social" (26 de noviembre de 1 989).
De hecho, las personas entrevistadas parecían mantener valores y
aspiraciones relativamente convencionales, a pesar de las dificulta­
des atravesadas. No se ajustaban a la categorización de Murray de
los valores degradados de la clase marginal que, según él afirmaba,
"contaminaban la vida entera de los vecindarios" (26 de noviembre
de 1989). Los ejemplos que más se acercaban de todos los que fueron
entrevistados eran el de un padre de hijos ilegítimos quien, a pesar
de todo, tenía un trabajo y protestaba sobre la gente que ensuciaba el
barrio, y el de un desocupado que deseaba tener su propio negocio y,
para tener una apariencia profesional, se había comprado un maletín.
A pesar del desajuste entre la línea editorial del periódico y la com­
plejidad de los casos presentados, el tratamiento sensacionalista de la
tesis del profesor Murray garantizaba que el periódico cumpliera su

1 24
Familia , in fancia y violencia

objetivo de generar controversias y atraer la atención pública. A par­


tir de que Rupert Murdoch comprara The Sunday Times, el periódico
consolidó su reputación de publicar primicias sensacionalistas {lle­
garon a comprar los falsos diarios íntimos de Hitler) y promover la
ideología de la Nueva Derecha asociada a Thatcher y a Reagan. Sus
revelaciones sobre la amenaza que presentaba a la sociedad una cla­
se marginal de excluidos inmorales provocó variadas respuestas, tal
como se pudo apreciar la semana siguiente. De todos modos, la cam­
paña moral había resultado eficaz en la instalación del tema, y los es­
fuerzos de muchos académicos por denunciar la simplificación de un
problema complejo tuvieron una cobertura mediática infinitamente
menor (véase Thompson, K., 1 989). Los periódicos de Murdoch, The
Times y The Sunday Times, continuaron difundiendo su campaña mo­
ral y mantuvieron durante los años siguientes su táctica de generar
temor. En 1 994, el The Sunday Times invitó a Charles Murray a dar una
conferencia en el "Foro The Sunday Times acerca de la marginalidad en
Inglaterra". Lo precedía un artículo de la académica norteamericana
Gertrude Himmelfarb, quien en el mismo Foro proclamó que la tesis
de Murray era un hecho establecido. Una vez más, la ilegitimidad y el
fracaso para estigmatizar fueron el centro del larguísimo ataque ideo­
lógico de su presentación, sin embargo surgieron algunas contradic­
ciones en su argumentación, ya que sostenía a la vez la falta de moral
y el hecho de que el caso indicaba que las prioridades morales habían
cambiado y que en la actualidad había nuevos "pecados originales":

Cuando se normaliza lo desviado, lo normal se convierte en des­


viado. El tipo de familia que durante siglos consideramos natural y
moralmente adecuado ahora es considerado patológico, ocultando
detrás de la fachada de respetabilidad el nuevo pecado original, el
abuso infantil (The Sunday Times, 1 1 de septiembre de 1 994).

Esta afirmación resulta interesante porque ilustra el carácter ideo­


lógico de los discursos que conciernen a la marginalidad, definien-
125
Kenneth Thompson

do lo desviado y lo natural. El modo en que el discurso construye su


significado puede ser decodificado para poner en evidencia las con­
notaciones derivadas de la asociación de términos, por ejemplo:
"ilegitimidad", "monstruo", "a la deriva", "violencia", "gueto negro
norteamericano", "viven de la ayuda del Estado", etc. En nuestra so­
ciedad atenta al riesgo, las connotaciones influyen en las ansiedades
comunes. Los políticos y los cruzados de la moral encuentran aliados
en sectores de los medios masivos que comparten su posición ideo­
lógica. La competencia entre los medios masivos de comunicación
ha aumentado de tal modo, que hasta aquellos que se llamaban a sí
mismos "periódicos de calidad" buscan atraer a un grupo de lectores
más populares y la estrategia adoptada para ello es la campaña moral
populista. En los medios ha habido un crecimiento del "infoentreteni­
miento", que mezcla información con entretenimiento. Un ejemplo es
la proliferación -en la mayoría de los diarios "serios"- de secciones
sensacionalistas en el cuerpo principal de un diario tradicional y la
modalidad de producir e incluir, en la edición del periódico, revistas
semanales con notas de color. El otro desarrollo importante en los
medios es la aparición masiva de columnas de opinión, incluso en de­
trimento de la comunicación estricta de las noticias. Los columnistas
están bajo presión y deben atrapar la atención del público con tex­
tos controversiales, lo cual termina generando la carrera por quién
puede generar más indignación de los sectores de derecha o lograr
la extrema generalización de lo particular. Por ejemplo, desde la dé­
cada de 1970, The Sunday Times y The Times dieron mayor espacio en
sus páginas centrales a las columnas de opinión y luego los líderes
se hicieron eco de estas opiniones. También apareció la tendencia
de los medios de "citarse" unos a otros, hacer referencias mutuas y de
ese modo crear una agenda común de noticias-opinión. Por ejemplo,
la columnista de The Times, Janet Daley, podía escribir su columna a
partir del programa de televisión Panorama y los efectos que ello tiene
en la debacle familiar, sin embargo, al mismo tiempo la autora afirma­
ba que, según los hallazgos de la investigación sobre ese programa,

126
Fami lia , in fancia y vio lencia

era "demasiado superficial para la gran masa de personas que creen


en el día del juicio final" (The Times, 10 de febrero de 1 994). La exitosa
columnista parecería creer que el análisis de estadísticas minuciosas,
junto con argumentos equilibrados y calificados, serían demasiado
aburridos, y que los lectores prefieren columnistas más parecidos a
los profetas del Antiguo Testamento, volviendo a exponer las verda­
des dadas por Dios.
El segundo ejemplo encaja en esta descripción de manera perfecta.
En él está implicado el columnista de derecha del Dairy Mail, el teólo­
go William Oddie, graduado en Oxford, y se relaciona con el proyec­
to de ley del gobierno conservador sobre "Familia, Hogar y Violencia
Doméstica", de 1995. Dicho proyecto había sido pensado para prote­
ger a víctimas no casadas de la violencia doméstica, fortaleciendo su
derecho a la propiedad del domicilio compartido al ser reconocidas
como "cohabitantes". El proyecto tuvo el apoyo de todos los partidos
y su curso parlamentario no tenía ninguna objeción. Entonces, Wi­
lliam Oddie utilizó su columna en el diario para pintar un panorama
escabroso de las supuestas consecuencias de la aprobación de la ley,
afirmando que esta amenazaba con sabotear la institución matrimo­
nial. Describió el escenario futuro como "una pesadilla" (Dairy Mail,
23 de octubre de 1 995). Cuando un grupo de la bancada conservado­
ra fue convocado a confrontar al auspiciante de la ley, el ministro de
Justicia, otro columnista del Dairy Mail, John Torode, se dedicó a deli­
near su retrato preguntando: "¿Cómo es posible que Lord Mackay se
encuentre en el extremo radical de la permisividad, luchando contra
sus propios compañeros de banca por una legislación que enfurece a
aquellos que ven con tristeza la debacle de la familia?" (Dairy Mail, 27
de octubre de 1995).
El despacho del ministro de Justicia intentó desestimar que los
efectos de la ley eran "cuentos de terror'', pero el pánico moral ya es­
taba desatado. A pocos días de montar su campaña, el Dairy Mail pu­
blicaba en primera página el siguiente titular: "Concubinos, la ley ha
sido archivada, Lord Mackay dio marcha atrás luego de que el Mail le

127
Kenneth Thompson

advirtiera que tal proyecto de ley sabotearía el matrimonio" (27 de


octubre de 1 995). Otro titular daba la impresión de que habían sido
los homosexuales quienes pretendían destruir la familia presionan­
do a los asesores del ministro de Justicia: "Escucharon a los grupos
de homosexuales en vez de atender a los defensores de la familia"
(27 de octubre de 1 995). El mensaje para-nada-codificado, otra vez,
era que los desviados de las pautas sociales estaban tratando de soca­
var o revertir el orden moral natural basado en la familia, lo cual se
presentaba morbosamente como un "escenario pesadillesco".

N I ÑOS E N RI ESGO

Los distintos elementos del discurso sobre "la amenaza a los valores
morales" están actualmente tan establecidos, que no es necesario para
los medios hacer una lista que agote todo el repertorio antes de que
surja uno nuevo. Como los elementos codificados se eslabonan entre
sí, es suficiente con nombrar solo uno o dos para que el resto se vaya
sumando de manera inmediata. Este es el caso en que un evento sin­
gular despierta un pánico moral al coincidir con un discurso estable­
cido previamente. El evento cristaliza todos los miedos asociados al
surgimiento del pánico. Un ejemplo famoso es el del asesinato de Ja­
mes Bulger, un niño de dos años, a manos de otros dos niños. Así, The
Sunday Times publicó un artículo editorial central sobre "La brutali­
dad británica'', afirmando:

Los británicos han sentido últimamente que el crimen violento co­


rroe los bordes del tejido social de la nación, y que quienes tienen
la autoridad parecerían no tener el poder para detener el progreso
de este mal sin pausa. Pero hizo falta un crimen en particular para
cristalizar los miedos de una nación, encapsular las preocupaciones
y animar a la gente a preguntar en voz alta en qué clase de nación nos
estamos transformando: el asesinato brutal del niño de dos años, Ja-

1 28
Fa milia ,i nfa ncia yviol encia

mes Bulger, muerto por otros dos niños más grandes. Es el mundo de
los videos más desagradables convertido en realidad (The Sunday Ti­
mes, 2 1 de febrero de 1 993).

The Sunday Times continuaba haciendo referencia a "la anarquía y la


'mugre' social actual, donde los estados se hunden, habitados por una
clase marginal blanca que representa el crimen, la violencia, la ile­
gitimidad, la dependencia del Estado benefactor y la desesperanza
general que suele habitar en los guetos negros de los centros urbanos
de los Estados Unidos" (21 de febrero de 1993). Luego, el diario hacía
una referencia al elemento central de la tesis de Murray:

Los controles sociales de la comunidad también fracasan en su ope­


ración cuando el tipo más común de familia es el de la madre soltera
y un padre definitivamente ausente. Los jóvenes -en particular los
varones- no solo no tienen una figura paterna en la familia, sino que
casi no hay varones que valga la pena considerar como modelos en
toda la comunidad (The Sunday Times, 2 1 de febrero de 1 993).

El caso Bulger fue sin duda un evento único y terrible, en el que dos ni­
ños mataron a uno más pequeño. Pero lo realmente estremecedor fue
el modo en que el caso se adecuaba precisa y fácilmente en un discur­
so preestablecido que había originado pánicos morales. Hubo muy
pocos intentos por situar el evento en perspectiva. Los niños asesinos
son, de hecho, algo muy infrecuente. En el momento del asesinato de
Bulger había solamente siete menores de entre 10 y 1 7 años deteni­
dos por voluntad de Su Majestad, sentenciados por asesinato. Cin­
co años antes, cuando Sharona Joseph, de 2 años, fue secuestrada en
Hertfordshire por un niño de 12 años que la sofocó hasta matarla, el
caso tuvo muy poca reacción pública porque los medios no usaron un
discurso moralizante y, por lo tanto, el episodio no fue catalogado de
patología social extendida. La diferencia entre ambos casos fue que el
secuestro de James Bulger sucedió en un Centro Comercial lleno de

1 29
Kenneth Thompson

gente, y perder un niño en tales circunstancias es probablemente la


pesadilla más temida. El secuestro de Bulger, además, captado en vi­
deo por las cámaras de seguridad, tuvo gran difusión. Un número in­
calculable de personas vio el video, nadie pudo impedir lo sucedido, y
a partir de esta cuestión surgieron las preguntas sobre la declinación
de la idea de comunidad y la falta de responsabilidad por la suerte de
los demás. Finalmente se alegó que los niños habían sido influidos por
un video morboso y esto aumentó el temor de que la infancia estuvie­
ra siendo iniciada en la violenciay la inmoralidad por nuevos soportes
que escapan al control adulto. En síntesis, las circunstancias del caso
Bulger suscitaron diversas ansiedades y temores de naturaleza más
general y difusa, y el modo en que se informó sobre el asesinato incre­
mentó esa situación. Pero ¿ameritaba un pánico moral? Los comenta­
ristas tuvieron distintas posturas sobre si el caso había ocasionado un
pánico moral. El editor principal de The Guardian comentó:

Un único episodio como el trágico asesinato del niño de dos años de


Merseyside puede servir para dar mayor coherencia al debate público
que hasta ahora mantuvo un objetivo impropio; o puede hacer estallar
un pánico moral debido a que lo emocional juega un papel más im­
portante que el pensamiento racional sobre las políticas públicas. Los
ministros parecerían dudar aún acerca del rumbo a tomar, aunque la
evidencia que se presentó ayer señalaba con bastante claridad su pre­
ferencia por la segunda opción (The Guardian, 22 de febrero de 1 993).

Sin embargo, el rabino mayor Jonathan Sacks, unos meses después,


al escribir una columna en The Times, parecía aliviado por la cober­
tura mediática y la reacción pública: "Esto no es pánico moral, sino el
honesto reconocimiento de la amenaza a la responsabilidad colectiva
que hace que la sociedad sea algo más que la suma de los individuos"
(3 de diciembre de 1 993). Es discutible si la cobertura de los periódi­
cos más populares contribuyó -o no lo hizo- a un debate equilibra­
do y racional. Cuando la Corte entregó su veredicto declarando a los

130
Fa milia ,in fancia y violencia

niños culpables, el Dairy Mail (25 de noviembre de 1993) dedicó 16


páginas a la historia, empezando con un rotundo titular: "Malvado,
brutal y artero". The Sun (25 de noviembre de 1993) también le de­
dicó la misma cantidad de páginas con titulares que estremecían de
horror: "Conducidos al crimen por fantasías sexuales enfermizas";
"Sentía lujuria en la sangre y volvería a matar"; "Un adelanto nefas­
to de las pesadillas que están por llegar"; "Si el mismo diablo hubiera
criado a estos amigos, lo hubiera hecho mejor" y "Enciérrenlos para
siempre". El último titular citaba a miembros del Parlamento que pe­
dían prisión perpetua para los asesinos de Bulger; varios diputados
conservadores pidieron, además, que se regresara al castigo físico en
las escuelas y un par de nuevas leyes que obligaran a los padres a con­
trolar a sus hijos. Parcialmente escondido contra el borde inferior de
la misma página, asomaba un titular: "Caso excepcional'', y allí The Sun
describía como "extraordinaria" una frase del Municipio de la Ciudad
de Liverpool que afirmaba que "las circunstancias de este caso eran
excepcionales" (25 de noviembre de 1 993). Claramente, esa posibili­
dad no tenía espacio en el discurso extendido sobre la inmoralidad y
el deterioro familiar que llevaban directamente a la violencia, y por lo
tanto el diario sencillamente descartó ese artículo como poco valioso
aunque fuera objetivamente correcto. The Sun dedicó más espacio a
una historia cuyo titular afirmaba: "Podría haber sido mi hijo en las
vías del tren", apelando a la ansiedad parental al imaginar que un hijo
podría haber sido raptado y asesinado.
La presentación mediática tuvo un impacto duradero al aumentar
la ansiedad, que fácilmente podría transformarse en un pánico mo­
ral, ya que los elementos utilizados en el discurso sobre el caso Bulger
eran los indicados. Debajo del título "Padres temen que se repita un
secuestro como el de Bulger", The Times informaba que:

Según una encuesta publicada hoy, el espectro del secuestro de Ja­


mes Bulger está aún clavado en la memoria de todos los padres de
Inglaterra, a más de un año de su asesinato.

131
Kenneth Thompson

Este año se entrevistaron mil padres y el 97% manifestó que el


posible secuestro de sus hijos es el mayor de sus temores. Muchos di­
jeron que las imágenes del video que mostraban al niño de dos años
llevado por sus asesinos todavía está fresco en sus mentes (The Times,
10 de febrero de 1 994).

La mezcla de sentimientos de ansiedad conducentes al pánico parecía


ser el objetivo de la columnista del Dairy Mail, Linda Lee Potter, que ti­
tuló: "Horror, como en nuestros peores temores, pero convertido en
espantosa realidad" (26 de noviembre de 1 993). Potter hacía extensi­
vo el uso de los componentes clave del discurso acerca del deterioro
moral, el fin de la familia y la violencia:

La muerte de James Bulger pudo catalizar nuestros mayores temo­


res. Si seguimos viviendo en un mundo donde nadie tiene vergüenza
al parir uno tras otro, hijos de distinto padre, donde la infidelidad
[
matrimonial no tiene importancia . . . .] estamos condenados a vivir
en un torbellino creciente de horror. Más niños morirán y habrá más
jóvenes asesinos. Tenemos un mundo en el cual los niños crecen vir­
tualmente como salvajes. A través del alquiler de videos, los niños
tienen acceso a escenas de maldad y magia negra (Dairy Mail, 26 de
noviembre de 1 993).

Y de acuerdo con este discurso parecería no haber modo de escapar


de tales escenarios temibles, excepto regresando a un tipo de comu­
nidad más tradicional en la cual cualquier desviación de las estrictas
reglas morales sería sancionada con el estigma y el infortunio:

L o único que los políticos subestiman es l a tremenda fuerza de la


opinión pública. Una joven embarazada en los años cincuenta era
obligada a casarse para mantener el honor de su familia. La mayoría
de las parejas permanecían juntas porque divorciarse era un verda­
dero escándalo. Y la razón por la cual casi todas las jóvenes llegaban

132
Fa milia ,in fancia y violencia

vírgenes al altar era porque eso les aseguraba que sus novios acep­
tarían casarse.
Las solteras que tenían sexo eran despreciadas o se les tenía cierta
piedad como se les tiene a las prostitutas. Los sentimientos de la co­
munidad eran tan poderosos que operaban con un altísimo nivel de
eficiencia. Hoy nosotros buscamos una solución desesperadamente,
en tanto deseamos proteger a nuestros niños, en tanto miramos ha­
cia el futuro con sentimientos más parecidos al terror, seguramen­
te todos necesitamos probar si podemos influir sobre lo que devino
una conducta inaceptable. Necesitamos censurar, porque si no nos
ayudamos a nosotros mismos, deberemos recurrir a la ayuda de Dios
(Dairy Mail, 26 de noviembre de 1 993).

Este tipo de discurso tiene todos los ingredientes para crear un pá­
nico moral. Afirma que la rampante inmoralidad en la que vivimos
nos condena a una vida de terror, en un torbellino siniestro. La única
solución posible es regresar al pasado, donde se supone que la comu­
nidad se mantenía cohesionada sobre la base del temor. En todo caso,
esta no es una solución práctica, y de hecho sería inaceptable para mu­
chas personas, ya que se ignoran verdaderos cambios como la mayor
libertad de las mujeres a partir de las transformaciones económicas
y de la posibilidad que han adquirido de controlar sus ciclos repro­
ductivos mediante la anticoncepción y el aborto. La reestructuración
económica de los últimos años supuso la creación de un mercado la­
boral más flexible que favorece el empleo de mujeres -son trabajos
generalmente mal pagos-y que no exige dedicación exclusiva, lo cual
cambió el equilibrio de la economía doméstica. Estos cambios estruc­
turales no están incluidos en los discursos moralizantes que dan lugar
a pánicos morales.
Los políticos están preparados para promover y utilizar el discur­
so moralista porque ubica la responsabilidad de los eventos trágicos
sobre espaldas ajenas, como las de las madres solteras o las de la ins­
titución eclesial. La portada del Dai!Y Mail traía el siguiente titular

133
Kenneth Thompson

(26 de noviembre de 1993): "Silencio en los púlpitos", e informaba:


"Luego del funeral, una distancia más amarga aún se ha abierto ayer
entre el Gobierno y la Iglesia a raíz del caso Bulger. Comenzó cuan­
do el Ministro arremetió contra los hombres del clero por su fracaso
en la enseñanza a los niños de la distinción entre el bien y el mal". El
secretario de Estado, David Maclean, dijo: "Por cierto, es parte del
problema que mientras la Iglesia pierde el tiempo discutiendo sobre
temas sociales tales como la problemática habitacional, son los po­
líticos quienes se deben ocupar de hablar acerca de las diferencias
entre el bien y el mal". No sorprende que la Iglesia enfurecida se­
ñalara, desde la oficina del arzobispo de Canterbury, que se venía
trabajando desde hacía tiempo ya sobre ese tema. Los políticos no
son inocentes cuando seleccionan los aspectos de la enseñanza mo­
ral que están dispuestos a apoyar. La campaña moral del gobierno
conservador de "regresar a las fuentes" resultó un tiro por la culata
cuando los ministros y miembros del Parlamento fueron descubier­
tos quebrando el mandamiento que condena el adulterio. Y quizás el
problema con los medios era que para ellos no resultaba una noticia
relevante qué enseñanza ofrece la moral eclesial tradicional acerca
de cuestiones como el homicidio. El organismo de control de los me­
dios, Broadcasting Standards Council, ordenó que tanto la BBC como
la ITV debían disculparse por su cobertura del caso Bulger. Censuró
el programa Public Eye de la BBC por tratar el caso como una ficción
del género de suspenso, musicalizado de manera sensacionalista y
usando cámara lenta en varias secuencias del relato (London Evenin9
Standard, 24 de marzo de 1 994). Entretanto, el programa de la cade­
na ITV World in Action fue criticado por usar grabaciones de la policía
entrevistando a los niños acusados, alegando que así se violaba la pri­
vacidad de "familias ya desgarradas por la culpa y la miseria, cuyos
miembros inocentes deberán reconstruir sus vidas" (London Evenin9
Standard, 24 de marzo de 1 994).
Al revisar la cobertura mediática en el Independent on Sunday (28 de
noviembre de 1993), el columnista Neal Ascherson afirma:

1 34
Familia ,in fancia y violencia

Surgieron manipulaciones, por supuesto. Las entrevistas con cono­


cidos, maestrosy policías estabanya enlatadas semanas antes del ve­
redicto, y la agenda pública ya había sido diseñada. Madres solteras,
abandono escolar, barrios marginales, pobreza, crimen y videos [ . . .]
Todos fueron invitados al estudio en ese juego del show del ventrílo­
cuo (lndependent on Sunday, 28 de noviembre de 1 993).

En otras palabras, los medios tienden a diseñar a su manera el tra­


tamiento de los eventos, y aunque parezca raro, lo hacen siguiendo
formatos convencionales. También tienden a desarrollar la historia
según las pautas de los discursos existentes, reflejando una opinión
pública falsa o ya construida, que en realidad no es más que una inven­
ción de la capacidad imaginativa o la propia concepción del mundo de
determinado medio masivo. Los resultados de semejante tratamiento
no siempre son predecibles. Por ejemplo, la gente del medio que pre­
sentaba el caso Bulger al público probablemente estuviera también
muy conmocionada por las pasiones o los pánicos que ellos mismos
desataban. Así lo recuerda Ascherson:

Todavía puedo ver el instante en que por la B B C l , en el Good Mornin9 . . .


with Anne and Nicle. show, un tío de James Bulger dijo que cuando los
dos pequeños asesinos salieran de la cárcel "los estaremos esperando
a esos malditos". Ambos conductores del programa quedaron con­
gelados. La boca de Anne Diamond se convirtió en una oscura "O"
de terror. Apenas pasó un segundo eterno antes de que Nick Owen,
interrumpiendo al tío, comenzara a balbucear algo acerca del en­
tendible estrés emocional (lndependent on Sunday, 28 de noviembre
de 1 993).

La construcción cuidadosa de una amable "sala familiar", en la cual trans­


curría el programa Good Mominy . . había temblado por el exabrupto.
.

A pesar de que los medios dieran espacio tanto a los emprendedo­


res morales como a expresiones de ultraje moral que eventualmente

135
Kenneth Thompson

podrían haber incitado pánicos morales, no promovían de modo in­


mediato ninguna acción directa contraria a la ley. Ascherson comen­
tó el incidente en el programa Good Mornin9 :

Fue memorable porque mostró que una gran parte de nuestro pai­
saje moral es una puesta en escena; que un decente y políticamente
correcto conductor estrella de un programa y los políticos todavía
determinan el límite de lo que se considera "una preocupación acep­
table". Aun si compartiésemos el punto de vista del conductor sobre
el crimen y el castigo, cosa que yo efectivamente comparto, tendría­
mos que reconocer que una determinada "opinión pública identifi­
cable" traspasó ese filtro. Y el residuo fue interceptado, limpiado y
abandonado (Independent on Sunday, 28 de noviembre de 1993).

En el mejor de los casos, los medios realizan presentaciones de cier­


tos temas que habilitan un debate racional e informado, siempre y
cuando el formato de la discusión reúna ciertos criterios: tiempo su­
ficiente como para tratar el tema en profundidad, participantes bien
informados que puedan presentar opiniones diferentes en la argu­
mentación, y una moderación firme pero cálida. En esas circunstan­
cias, hay pocas posibilidades de suscitar un pánico moral. Pero en el
peor de los casos, el tratamiento mediático de un evento o una noti­
cia puede ser tan sensacionalista como para despertar miedos, ries­
gos y amenazas que llamen a una acción directa desproporcionada o
improcedente. Este fue el caso con el estallido de Good Mornin9, que
llevó a Ascherson a concluir: "No hay 'respuestas' para la tragedia
Bulger, pero aun si las hubiera, el asesinato por venganza no sería una
opción" (Independent on Sunday, 28 de noviembre de 1 993). Un efec­
to menos dramático pero significativo del tratamiento mediático del
caso Bulger fue el intento de persuadir al secretario de Estado de au­
mentar la pena de los jóvenes asesinos de 10 a 1 5 años. El programa
de televisión Panorama (9 de octubre de 1 995) reveló que la razón es­
grimida por la Secretaría de Estado para tomar tal decisión fue "la

136
Fa milia ,i nfa ncia yviol encia

evidente preocupación de la opinión pública" por la cuestión, ya que


había recibido una petición con 20 mil firmas en favor del aumento de
la pena. Según se supo, este petitorio estaba mayoritariamente cons­
tituido por la suma de firmas provenientes del reenvío de un cupón
publicado en el periódico The Sun, en el que se invitaba a firmar.

PÁ N I CO P O R V I D E OS O F E N S IVOS (NASTIES)1
Debido a las representaciones mediáticas del caso Bulger, una de las
direcciones que tomó el pánico moral fue revivir las preocupacio­
nes acerca de los videos ofensivos y su influencia sobre los niños.
Los desarrollos tecnológicos, como los cambios sociales y econó­
micos, pueden considerarse positivamente como oportunidades, o
negativamente como incremento de los riesgos. Este punto -el ries­
go- suele ser fuente de ansiedad debido a que las nuevas tecnologías
parecerían escapar de las formas existentes de regulación y sus po­
sibles efectos son relativamente ignorados, en especial, los efectos
sobre los más vulnerables (como los niños) o los grupos "margina­
les" (como los "pobres"). Este es el caso de los videos en soporte VHS,
cuya aceptación social fue muy rápida y promovió toda la industria:
desde la filmación de películas exclusivas para video hasta las cade-

1 La palabra inglesa nasty tiene una variedad de significados, todos ellos en

relación con lo repugnante, asqueroso y desagradable; sin embargo, una entrada


de la definición incluye las variedades morales de tales adjetivos como "obsceno",
"indecente" e "inmoral". Sin duda esta segunda opción sería la indicada, ya que
claramente se refiere a una clase de videos que calificarían de tales. En lengua inglesa,
una variable lexical admite de manera sutil dichas calificaciones relacionadas
indudablemente con lo violento, lo morboso o lo sexual bajo una entrada de
significado más amplio que se traduciría al español como "ofensivos, molestos,
incómodos, desagradables", omitiendo la referencia explícita al contenido al cual
se hace referencia. El autor juega claramente con la posibilidad más ambigua y
amplia, y esta traducción coincide con el criterio de K. Thompson, aun cuando en la
traducción se pierda un poco la alusión claramente moral. [N. de la T.]

1 37
Kenneth Thompson

nas de locales de alquiler de videos, que resultaron particularmente


atractivos para los sectores más empobrecidos de la población, ya
que alquilar una película recién estrenada costaba considerablemen­
te menos que las entradas al cine para una pareja o la familia. El vi­
deo como formato, en tanto película para ser vista en privado, fue
evaluado por las autoridades de regulación con mayor indulgencia,
y el contenido adulto de tipo sexual o violento se volvió popular. No
resulta sorprendente que se lo sumara a la cadena de significación en
el código del discurso sobre "declinación de la moral", junto con la
marginalidad, las madres solteras y la dependencia de la ayuda esta­
tal para la subsistencia.
En el juicio por el caso Bulger, el juez que sentenció a los jóvenes
asesinos Jon Venables y Robert Thompson afirmó: "Supongo que la
exposición a videos con escenas de violencia podría ser parte de la ex­
plicación de este terrible crimen", sobre la evidencia de que el padre
de Venables habría alquilado ese tipo de videos (The Sun, 25 de no­
viembre de 1993). Algunos medios masivos dieron por supuesto que
se trataba virtualmente de un hecho probatorio, tal como se puede
apreciar en el titular del diario The Sun: "Reproducción del video del
horror: escalofriantes nexos entre el asesinato de James y los videos
alquilados por el padre del asesino" (25 de noviembre de 1 993). Este
dato se ilustraba en una página a color con fotografías del video ]ue-
90 de niños 3, respecto del cual, según insistía el diario hasta el abu­
rrimiento, el asesinato de Bulger tenía una "siniestra similitud". Sin
embargo, la transcripción del juicio demuestra que el oficial de po­
licía que condujo la investigación no estaba de acuerdo con ello, sos­
teniendo que no podría señalar ninguna conexión entre el video y
el asesinato. Además, el defensor de Venables afirmó que el niño le
había dicho expresamente no haber visto ese film. El informe de The
Sun omitía la afirmación del oficial de policía y la tergiversaba con las
siguientes palabras en su conclusión de la historia: "El Departamento
de Policía de Merseyside se niega a comentar sobre la significación de
los videos" (The Sun, 25 de noviembre de 1 993).

138
Familia, infancia y violencia

Junto a la historia del diario The Sun sobre el nexo entre el video
y el asesinato, hubo otro titular: "Prohibir los videos ofensivos", ci­
tando al representante del partido conservador, quien bregaba por
"medidas drásticas para con esa clase de videos y para la televisión
violenta, tal como revela el juicio del caso Bulger" (25 de noviembre
de 1 993). Las mociones que presentaron los representantes, David
Alton, liberal, y Michael Allison, conservador, se aliaron en el re­
clamo de medidas severas. Esto nos conduce, otra vez, a la conexión
entre los pánicos morales, grupos de presión y emprendedores mo­
rales, que suelen ser quienes al destacar el riesgo presionan por al­
gún objetivo predeterminado, como era en este caso una legislación
censora. David Alton, miembro del Parlamento, lideraba un grupo de
presión llamado Movement for Christian Democracy (MCD) (Movi­
miento Demócrata Cristano). Este movimiento fue capaz de juntar
1 3 mil libras esterlinas para apoyar su campaña por la inclusión de
una enmienda a la Ley de Justicia Criminal que reforzara la censura
sobre el cine y el video -uno de los efectos del resurgimiento del pá­
nico moral a partir del asesinato de Bulger-. Con el dinero recauda­
do, Alton pudo contratar un asesor parlamentario que redactara un
borrador de la enmienda, muy publicitado, que posteriormente fue
firmado por 100 mil personas. Su periódico, el Christian Democrat,
alardeaba, en junio de 1994: "con esto, el MCD puede ser considerado
políticamente mayor de edad, y aspirar a otras campañas igualmente
exitosas" (Petley, 1994, p. 53). Se le atribuyen a Alton declaraciones
como la siguiente: "esto ha demostrado cómo el MCD podría, si quisie­
ra, afectar de un modo real los acontecimientos: asumiendo sus pro­
pios temas y vinculándolos hábilmente a las leyes del gobierno que
tienen tratamiento parlamentario, para luego hacer campaña a favor
de ellas" (Petley, 1 994). Alton consideró este éxito como el primer
paso de la campaña para ampliar la censura: "a partir de ahora dirigi­
remos nuestra campaña a las irregularidades que esta enmienda crea­
rá entre lo que puede mostrarse en video y lo que puede verse en la
televisión satelital, por cable o la televisión terrestre" (Petley, 1 994).

139
Kenneth Thompson

Extrañamente, ninguno de los otros periódicos o medios que ayuda­


ron a publicitar la campaña contra esta clase de videos mencionó el
lobby del grupo ni la conexión entre este y Alton.
El proselitismo moral utilizaba selectivamente la investigación aca­
démica. David Alton invitó a la profesora Elizabeth Newson de la Uni­
versidad de Nottingham a realizar una presentación, firmada por ella
y 32 colegas psicólogos, psiquiatras y pediatras, que avalara su cam­
paña. Esa declaración fue relevada por el London Evenin9 Standard (31
de marzo de 1994) bajo el titular "Giro de 180º acerca de los videos
ofensivos", buscando revelar que "los más destacados psicólogos bri­
tánicos confiesan hoy haberse equivocado cuando negaron el vínculo
entre los videos y la violencia en la vida real". Esto se divulgó amplia­
mente en la prensa sensacionalista, a pesar de que olvidara señalar que
la declaración había sido encargada por Alton y que estaba lejos de ser
un giro de 180º,ya que tan solo tres de los firmantes se habían expresa­
do públicamente sobre el tema hasta ese momento. Además, la declara­
ción no era precisamente una opinión "experta" ya que ninguno de los
académicos firmantes era especialista en medios. Unos días después,
el Policy Studies Institute (Instituto de Estudios de Políticas Públicas)
publicó un informe largamente esperado sobre los hábitos de consu­
mo de la audiencia juvenil en conflicto con la ley. Su fundamentación
refería a las regulaciones de la Independent Television Commission,
la Broadcasting Standards Council y la BBC. Sus principales hallazgos
fueron que los jóvenes en conflicto con la ley no tienen diferencias sig­
nificativas en cuanto a sus hábitos de consumo televisivo con los demás
jóvenes de su edad. Pero el informe sí explicitaba que ese grupo leía
periódicos sensacionalistas; The Sun resultó el preferido. Este informe,
por supuesto, fue ignorado por la mayoría de los diarios sensacionalis­
tas, incluido The Sun. La prensa popular también ignoró el documen­
to firmado por 33 académicos especialistas en medios, quienes ponían
en cuestión todas las bases del informe de Newson afirmando que sus
conclusiones iban precisamente en dirección contraria a los hallazgos
de las investigaciones académicas especializadas en medios.

140
Familia ,in fancia y violencia

La creciente competencia comercial entre los periódicos proba­


blemente haya tenido algún efecto en el tratamiento que cada uno de
ellos dio a un tema tan populista. Algunas veces hubo fuego cruzado
realmente feroz. El Mirror, el Tele9raph y el Independent estaban atrapa­
dos en una guerra de precios con los medios del grupo de Murdoch, y
todos ellos se unieron al ataque contra Juego de niños 3 , que fue exhibi­
da dos veces en el canal satelital de Murdoch BSkyB durante el tiem­
po que duró el juicio por el asesinato del niño Bulger, en noviembre
de 1993. Una tercera repetición que hubiera salido al aire luego del
juicio fue cancelada, contribuyendo al mito de que esa película habría
jugado un rol importante en el asesinato (Petley, 1 994, p. 53). El Tele-
9raph publicó el siguiente titular: " Sky baja la película que los asesinos
de James podrían haber visto" (26 de noviembre de 1993),y el mismo
día el Mirror no perdió la oportunidad de atacar a su rival del grupo
Murdoch en un editorial que sostenía que "tal nivel de violencia no
está disponible solo en un local de alquiler de videos, sino que es in­
yectado virtualmente en millones de hogares cada noche a través de
la televisión satelital" (26 de noviembre de 1 993).
Además del contexto de competencia mediática, que inclinaba a
porciones de la prensa inglesa a apresurar ciertas conclusiones su­
giriendo una conexión entre esa clase de videos y eventos como el
asesinato de Bulger, también había un discurso construido y disponi­
ble sobre la declinación moral, que podía usarse para contextualizar
cualquier tema. Cuando sucedió el crimen aberrante de la joven Su­
zanne Capper, de 16 años, se agitaron versiones sobre la influencia de
]ue90 de niños 3. El Mail, notando que la policía habría comentado sobre
qué tenían en "común" los asesinos, afirmó:

Son el producto de una sociedad que tolera algunos crímenes, rup­


tura de familias y derroche. En muchos casos, incluso, subsidia y
alienta estos factores. Es interesante señalar que la mayoría de los
torturadores de Suzanne recibían subsidios del Estado. Sin embargo,
aquellos que están desocupados, que han quedado sin trabajo genui-

141
Kenneth Thompson

namente, pero tienen algún ahorro, no reciben ayuda estatal. Así se


penaliza a los prudentes mientras se subsidia a quienes fueron negli­
gentes. Todo esto es el reflejo de una sociedad que muestra profun­
da indiferencia por la perduración de su propia decencia. Hoy en día
crece un tipo de clase marginal que es amenaza mortal para el futuro
británico, que de no ser contraatacada continuará su camino hacia la
ilegalidady la degeneración (Dairy Mail, 1 8 diciembre de 1 993).

El mismo discurso que reunía videos, violencia y marginalidad esta­


ba allí, disponible y evidente, en el momento de la enmienda Alton,
cuando la columnista del The Sunday Times, Margaret Driscoll, afir­
mó que "los niños con más posibilidades de ser lastimados son aque­
llos que crecen en basurales donde los valores familiares no logran
influir sobre una sociedad en la que 'todo vale"' (3 de abril de 1 994).
Mientras tanto, en el Mail, Lynda Lee Potter sostenía que:

hay miles de niños en este país con padres a quienes nunca han visto
y madres que son prostitutasy perezosas. Se les permite hacer lo que
quieren, cuando quieren. Aspiran pegamento, mendigan por comi­
da y hasta ahora no tienen restricción sobre aquello que pueden ver
en video. A los 16 años ya están perturbados y son peligrosos (Dairy
Mail, 1 3 de abril de 1 994).

Tal es la naturaleza de las muchas columnas de opinión que proli­


feran en la prensa contemporánea, parecería que no fuese necesa­
rio investigar en lo más mínimo para poder opinar en un medio. Lo
que no se menciona es que una campaña apenas iniciada la década de
1 980 había logrado que en Gran Bretaña ya se aplicara la regulación
más restrictiva de toda Europa occidental sobre las películas en vi­
deo y, sin embargo, ninguna otra nación europea parecía sufrir este
pánico moral.
El Dairy Mail reaccionaba negativamente ante cualquier investiga­
ción que amenazara con reducir el pánico moral sobre la declinación

142
Familia , in fancia y violencia

moral y el colapso de la familia. Cuando el Family Policy Studies Cen­


tre (Centro de Estudios sobre Política Familiar) publicó un informe
basado en el estudio de 2 mil familias que mostraba que "la familia
está viva y goza de buena salud", lo contrario del mito popular, aun
"cuando su estructura estuviera cambiando", el Mail tituló su infor­
me: "Crisis colateral, disputa por la declaración de que el divorcio
puede liquidar a la familia" (18 de noviembre de 1996).
La tendencia ideológica a idealizar la familia tradicional y equi­
parar la inmoralidad con su deterioro fue tensada al máximo con el
aparente aumento durante la década de 1 980 a 1 990 del abuso sexual
dentro del núcleo familiar, lo cual dio lugar a un sostenido pánico mo­
ral surgido a partir de 1 985. El problema estaba exacerbado por la
respuesta de las autoridades públicas, que buscaban crear agencias y
unidades con completa responsabilidad para la detección y atención
del abuso infantil. Naturalmente, esto aumentó el número denuncia­
do de casos de abuso, que a la larga logró una conciencia pública más
importante sobre tal amenaza. En 1987, un área en particular, Cleve­
land, comunicó haber encontrado evidencia de la masiva disemina­
ción del abuso intrafamiliar y comenzó con una intensa campaña de
retiro de los niños de sus hogares "por su bien". Este asunto generó
un ida y vuelta de mutuas acusaciones mediáticas sobre a quién había
que culpar. Emergieron dos discursos estereotípicos. En los artícu­
los que avalaban la idea del abuso indiscriminado y extendido de ni­
ños, el problema era simbolizado por un padre incestuoso, protegido
efectivamente del castigo por el escepticismo del "patriarcado" insta­
lado en las instituciones como la policía, los medios y la política, quie­
nes se negaban a creer en el testimonio de los propios niños (véase el
artículo publicado en The Guardian, "Negar el ritual", del 22 de marzo
de 1 997). Para los críticos de la derecha, el responsable máximo de
cualquiera de los demonios populares era la intervención de la asis­
tencia de trabajadores sociales, a quienes describían con frecuencia
como "una feminista furiosa de izquierda, cuyo propósito era sacu­
dir la unión familiar" (Jenkins, 1992, pp. 16-1 7). En los Estados Uni-

143
Kenneth Thomp son

dos, un artículo del periódico conservador Week!Y Standard describía


el incremento dramático de casos de abuso sexual como "un peligro­
so brote de histeria masiva, alimentado o inducido por un tipo de te­
rapeutas burgueses, psicólogos y excéntricos espiritualistas con una
ideología (y una situación económica) a la que le sentaba de perillas
presentar a los niños como víctimas sexuales" (1-8 de enero de 1 996,
p. 36). Estos estereotipos opuestos terminaban en un pánico moral
sobre los abusos satánicos de tipo ritual. Las divergencias de opinión
empeoraron cuando, en 1994, se publicaron en Gran Bretaña dos in­
formes de investigación contradictorios. Uno de ellos, encargado por
el Departamento de Salud en 1991, llegaba a la conclusión de que el
abuso satánico no existía, y culpaba de ello a trabajadores sociales y
otros actores que con sus preguntas orientaban las respuestas de los
niños y para luego considerarlas metodológicamente aceptables. Ese
informe encontró tres casos de abusos rituales (Independent on Sunday,
24 de abril de 1 994). La otra investigación, liderada por académicos
de la Universidad de Manchester, no trataba sobre el abuso satánico
pero afirmaba que el abuso ritual está mucho más difundido de lo que
se afirmaba en el informe del Departamento de Salud (The Times, 18
de junio de 1994). Quienes sostenían haber padecido abuso satánico
reaccionaron con enojo frente al informe del Departamento de Salud
y la publicidad favorable que los medios dieron a ese informe.
El tema del abuso sexual infantil y del abuso satánico amenazaba
con convertirse en pánico moral para todos, pero en el fondo el trata­
miento de la prensa siguió siendo distorsionado, y se mantuvo la ten­
dencia a recibir favorablemente noticias sensacionalistas con guiños
ideológicos sobre la familia idealizada y la hostilidad hacia los "en­
trometidos" trabajadores sociales. Cuando el tema del abuso infantil
surgía sin el aspecto sensacionalista del satanismo o de redes de pe­
dofilia, la prensa era menos tendiente a generar indignación moral.
Un exeditor de un periódico sensacionalista, Roy Greenslade, relevó
el tratamiento mediático que se daba al tema del abuso infantil y llegó
a la conclusión:

144
Familia ,i nfa ncia y viol enci a

El tratamiento terapéutico de los niños se considera dentro de la redac­


ción de un diario sensacionalista no solamente como algo serioy aburri­
do sino (como sucede con las noticias políticas del extranjero) también
como contrario al interés del lector. No agrega nada a las ventasy hasta
puede ahuyentar lectores (The Observer, 27 de octubre de 1996).

Los comentarios de Greenslade habían sido provocados por el modo


como los medios gráficos trataron el informe de la National Commis­
sion of lnquiry into the Prevention of Child Abuse (Comisión Nacio­
nal para la Investigación y Prevención del Abuso Infantil), apoyada
por la National Society for the Prevention of Cruelty to Children (So­
ciedad Nacional para la Prevención de la Crueldad hacia los Niños).
Uno de los pasquines, The Sun, le había dado publicidad favorable. Se­
gún Greenslade, esta excepción se debía al hecho de que una agónica
tía del periódico, Deirdre Sanders, había formado parte de la Comi­
sión, invitada a participar en la discusión, ya que su correo recibía per­
manentes quejas de abuso infantil. La columnista del Dairy Express y
militante por los valores de la familia, Mary Kenny, definió al docu­
mento como "nada confiable ni plausible y con un sesgo claramente
antifamiliar" (citado por Greenslade en The Observer, 27 de octubre
de 1 996). El Mail despectivamente alegó que el informe quería despa­
bilar la ofensa como criminal, aún cuando tal pedido no figuraba for­
malmente entre las 1 3 mil palabras del informe, "Importa la infancia".
Greenslade traza un contraste entre el tratamiento sensacionalis­
ta del abuso infantil y el mu99in9:

Lo que me choca terriblemente acerca del modo en que los diarios


tratan el abuso infantil es el contraste con la manera en que cubren
un caso de asalto, robo o arrebato. Este tipo de crímenes es mucho
menos importante que el abuso infantil, aun cuando descreamos de
los números oficiales. Pero los diarios destinan una gran cantidad
de espacio para los robosy asaltos, que son objeto de un análisis per­
manente por parte de la prensa sensacionalista.

145
Kenneth Thompson

El Dairy Mail exige permanentemente al ministro del Interior la apli­


cación de sanciones más duras. Cuando esto no sucede, se interpreta
como una debilidad del gobierno. Los columnistas y los periodistas
de siempre están urgidos por entrar en la lucha. Las cruzadas sobre
ese tipo de crímenes son la moneda de cambio del periodismo sen­
sacionalista apoyado implícitamente por las empresas de medios con
ideología de derecha.

Hemos visto, fuimos testigos la semana pasada, de la degeneración


simbólica de la moral de la sociedad. Pero aun así el periódico prefie­
re tratar cada caso de abuso infantil como un incidente aislado antes
que pensarlo como un signo de los tiempos. Sería demasiado vergon­
zante reconocer que algo así pudiera extenderse. Si hay algo obsce­
no en el sótano, mejor dejemos las puertas con candado. Los diarios
sugieren que es demasiado intrusivoy probablemente poco amigable
para el lector darles espacio a tales noticias (The Observer, 27 de oc­
tubre de 1 996).

A pesar de que el problema del abuso infantil en familias convencio­


nales resultaba un tema difícil para que la prensa sensacionalista lo re­
conociera como un problema extendido, los mismos medios no tenían
escrúpulos a la hora de exagerar el problema del abandono o maltrato
de niños de parte de madres solteras. En un año, 1 993, se sucedieron
en esos medios varias historias sobre menores "dejados solos en casa",
en las cuales se informaba que los nif'íos eran abandonados sin alguien
que los cuidara mientras el pariente responsable (la madre, en general)
se había ido de vacaciones. Seguramente no se trata de una coinciden­
cia que tal pánico moral fuese alentado en las vísperas del estreno de la
película de John Hughes Home Alone, 2 lo que dio a la prensa la etiqueta
perfecta para atacar ese modo de desviación social.

2 La traducción de dicha película al español tuvo un título de significación

totalmente distinta, Mi pobre angelito. [N. de la T.]

146
Familia , in fancia y violencia

La conclusión de este análisis sobre los pánicos morales acerca de la


familia en Gran Bretaña debería ser que ellos son un producto de fac­
tores no exclusivos de este país, pero sí lo es la combinación y articu­
lación particular de algunos de esos factores en décadas recientes de
modo tal de conducir a los pánicos morales de manera más directa
que en otras sociedades similares. Tiene una importancia particular
en este tema la nacionalización de los medios de prensa y el suceso
relativo de la ideología de la Nueva Derecha, que enfatiza los valores
tradicionales encapsulándolos en la etiqueta "valores de la familia".
Tal ha sido el triunfo del discurso hegemónico, que llegó a dar una
determinada forma al lenguaje del principal partido de izquierda,
hoy rediseñado como Nuevo Laborismo. Orientado a recuperar una
atracción más amplia luego de la disminución de sus antiguas bases
en la clase obrera, el Partido Laborista se encontró a sí mismo si­
guiendo la agenda establecida ya en los medios por la Nueva Derecha,
que incluía la regeneración moral en "los valores de la familia". Hacia
1 996, el Nuevo Laborismo parecía haber aceptado no tener más op­
ción que alinearse con la campaña moralista del Dairy Mail, confian­
do quizás en torcerla hacia una mejor dirección, pero sin desafiarla.

147
7.VIOLENCIA FEMENINA
Y PANDILLAS DE MUJERES

En varios de los pánicos morales discutidos hasta ahora se ha detec­


tado una fuente común: el aumento de la sensación de riesgo provo­
cada por los cambios en los roles de género y su impacto en la vida
familiar, que dieron lugar a una lucha entre distintos discursos que
codifican valores e ideologías de manera particular para definir lo
"natural" o esencial para el orden social. En ningún otro caso esto
resulta más obvio que en los pánicos morales relacionados con la vio­
lencia femenina.
A pesar de que se ha dedicado más atención al análisis del rol fe­
menino en la cultura de la nocturnidad y las raves, como lo hicieron
los primeros estudios sobre subculturas juveniles, las mujeres siguie­
ron apareciendo como relativamente "dóciles" y lejos de ser el foco
primordial del pánico moral. Sin embargo, no es el caso con el pánico
moral surgido en la década de 1 990 en relación con el aumento de
la violencia femenina y las pandillas de mujeres. Si hubo un episodio
que cristalizó un nuevo nivel de preocupación en torno a este tema y
determinó su transformación en un pánico moral, fue el muy publi­
citado ataque que sufrió en 1 994 Elizabeth Hurley -actriz, modelo
y por entonces novia de Hugh Grant-, estrella del film Cuatro bodas
y unfuneral. Cuatro mujeres adolescentes la atacaron en la calle, cer­
ca de su casa, en el distrito de Chelsea en Londres. El episodio tuvo
gran cobertura mediática y desató la especulación sobre la existencia
de pandillas femeninas y el aumento de la violencia entre las mujeres

149
Kenneth Thompson

jóvenes. Según el conductor de un programa de televisión, "los ofi­


ciales que controlan el sistema de libertad condicional y las organiza­
ciones de liberados son bombardeados por pedidos de los periodistas
por más casos que ilustren la aparente explosión en las calles de Gran
Bretaña de pandillas de mujeres jóvenes al estilo de la cultura pandi­
llera de Los Á ngeles, Estados Unidos" (Sally Weale, The Guardian, 1 9
de septiembre de 1995).
La semana posterior al incidente de Hurley, The Sunday Times dedi­
có una página entera al tema ilustrándolo con imágenes de la actriz y
de una supuesta integrante de la pandilla Busch Comer que cubría su
rostro con una máscara. Debajo del titular: "divertido pero . . . no tanto",
el artículo afirmaba que el aumento de pandillas femeninas no esta­
ba limitado a Londres sino que también se habían registrado episodios
en Birmingham y Manchester. El artículo cita a una trabajadora social
especialista en juventud afirmando que "las pandillas femeninas han
crecido como hongos. Las jóvenes son capaces de usar botellas rotas,
pero el elemento fundamental que hace que sus ataques sean exitosos
es el factor sorpresa. Su objetivo son mujeres vulnerables que no con­
sideran la posibilidad de ser atacadas por un grupo de jovencitas" (The
Sunday Times, 27 de noviembre de 1994). El periódico hizo una lista
con imágenes de mujeres mediáticas "agresivas e intransigentes" que
además de ser exitosas seguramente habrían ejercido alguna influen­
cia sobre las mujeres más jóvenes: Tank Girl, "una heroína feminista
de cabeza rapada, que bebe cerveza a lo bestia"; Thelma y Louise, "dos
mujeres que escapan en auto de sus vidas rutinarias luego de matar
al hombre que quiso abusar de ellas y se vuelven prófugas de la ley" y
Nikita, "una glamorosa, gélida y eficiente sicaria". Luego, la nota con­
tinuaba con la obligatoria referencia a Estados Unidos como el ejemplo
de cuán mal pueden estar las cosas, sobre todo en los guetos negros de
Los Á ngeles, y como el país donde las jóvenes pandilleras tienen hasta
una revista pensada especialmente para ellas: Teen An9els.
El paso siguiente en la espiral de significación apareció en The Sun­
day Times, donde se sugería que "las pandillas femeninas podrían ser

1 50
Violencia femen ina ypandillas de mu jeres

solo un síntoma de un mal mucho más extendido, producto de que los


tabúes de la violencia femenina y la vulgaridad se han ido quebran­
do a lo largo de estos años" (27 de noviembre de 1 994). Y se citan
las estadísticas del Ministerio del Interior que dan cuenta del 25096
de aumento de los delitos graves realizados por mujeres desde 1973,
incluyendo robos y transgresiones vinculadas a las drogas. Se men­
cionaba la cifra de 101 .000 delitos graves cometidos por mujeres en
1 993, lo que representaba un incremento del 1 2% en los últimos cin­
co años. En todo el artículo no se definía la categoría de "delito grave".
Una víctima de la pandilla de Busch describía: "empezaron a patear­
me, a pegarme trompadas, y me rasguñaron por todas partes" (27
de noviembre de 1 994). Esas jóvenes fueron multadas con 35 libras
esterlinas, lo que difícilmente pueda considerarse una multa acorde
a un acto de violencia realmente grave. En el artículo, a esta anécdota
le seguía la afirmación de que en los pueblos y ciudades del interior
de Gran Bretaña la policía había detectado pandillas de mujeres jóve­
nes, "algunas armadas con machetes y cortaplumas, disputando con
los varones el dinero de la venta de drogas". El artículo reflejaba una
noción muy laxa de lo que es el crimen violento y grave, al comparar
las patadas y rasguños con machetes y cortaplumas.
Otro elemento que contribuyó a la escalada del pánico fue la ex­
tensión de la fuente de riesgo más allá de las jóvenes de clase obrera de
los barrios humildes, para manifestarse en eventos protagonizados
por mujeres violentas de clase media en sitios respetables. Incluso se
afirmaba que "profesionales de treinta y pico", en un "evento impor­
tante en el centro de Londres", habían "roto copas de vino, [lanza­
do] trompadas y gritado obscenidades" (27 de noviembre de 1 994).
Mientras tanto:

Detrás de las puertas cerradas de la vida matrimonial inglesa emerge


un patrón similar. Se ha creado la primera línea telefónica gratuita de
ayuda a varones víctimasy ha sido saturada con llamados de maridos
golpeados. Lo insondable de los caminos de la vida permitió atender

151
Kenneth Thompson

llamadas insospechadas: entre las víctimas había soldados, policías


y jugadores de rugby (The Sunday Times, 2 7 de noviembre de 1994).

Más evidencia del riesgo por el aumento de la violencia femenina se


presentó en los medios a través de un informe en 199 5, "Los hijos de la
libertad: trabajo, relaciones y política de los británicos que hoy tienen
entre 18 y 34 años de edad", encargado a la consultora Demos por el
British Household Panel Study (Comisión de Estudios sobre la Vida
Doméstica Inglesa) y el MORI.1 El informe afirmaba que "las mujeres
jóvenes exhiben actualmente atributos que han sido considerados tí­
picamente masculinos: son menos emotivas, más dispuestas a asumir
riesgos y a buscar excitación en cosas tales como viajar al extranje­
ro, tirarse en paracaídas, escalar montañas o tomar drogas" (citado en
The Guardian, 19 de septiembre de 1 995). Los investigadores reunie­
ron una novedosa medición del "goce en la violencia", que construye­
ron con una serie de preguntas en las que se evaluaban las actitudes de
las personas frente a la violencia. El informe sugería que las jóvenes de
entre 1 5 y 1 7 años "encontraban más placer en la violencia" (The Guar­
dian, 19 de septiembre de 1 99 5) y estaban dispuestas a reaccionar con­
tra ella más que los varones de su mismo grupo de edad.
Sin embargo, algunos expertos fueron escépticos sobre estos
enunciados acerca del aumento de una ola de violencia femenina. Un
oficial con muchos años de servicio en el Centro de Detención Feme­
nino de Londres fue citado afirmando lo siguiente: "Una mujer hace
algo en algún sitio e inmediatamente surge un gran pánico moral. Las
personas piensan que hay una epidemia de eso" (citado en The Guar­
dian, 1 9 de septiembre de 1995). Las estadísticas y la investigación
que la Asociación Nacional de oficiales de libertad condicional llevó
adelante en agosto de 1 995 mostraron un incremento del número de
mujeres en prisión por crímenes violentos, pero según el secretario

1 Market & Opinion Research Institute es una empresa británica que realiza

sondeos de opinión y estudios de mercado. [N. de la T.]

152
Violencia femenina y pandilla s de mujere s

general de la Asociación, quien realizó entrevistas a algunas de las


mujeres presas, la imagen de las pandillas de mujeres amorales está
lejos de ser un problema. Ha habido un aumento del 5096 de mujeres
en prisión por cuestiones violentas en los últimos tres años, pero las
razones son complejas.

La mayoría de este grupo puede ser caracterizado como víctimas de


abandono, abuso, adicción a las drogas y al alcohol, y como dotadas
de una muy baja autoestima. Muchas han sido ellas mismas víctimas de
violencia (The Guardian, 1 9 de septiembre de 1995).

Los criminólogos también pusieron esas estadísticas en perspectiva.


Para empezar, las mujeres resultaron ser menos del 496 del total de la
población carcelaria. Los números a la fecha del 31 de agosto de 199 5
determinan que el total de la población femenina ascendía a 1 .984
contra 5 1 . 362 varones.
En 1 996, el pánico moral acerca de las jóvenes mujeres violentas
retomó su crecimiento como resultado de dos casos muy divulgados
por los medios. En abril, en Corby, Louise Allen de 1 3 años murió lue­
go de interponerse para interrumpir una pelea entre otras dos niñas
de 1 3 años que fueron acusadas de su muerte al haberla pateado. La
directora de la escuela, al expresar su dolor, procuró mantener cier­
ta perspectiva de lo sucedido, diciendo: "No pienso que exista una
cultura de la violencia. El lunes a la noche no hubo ningún complot
para matar a nadie". Sin embargo, no fue esto lo que publicó The Sun,
cuya portada llevaba como título "Pateada hasta morir por 30 jóve­
nes vándalas alumnas de colegio". El Sunday Express (5 de mayo de
1 996) publicó un artículo central que mezclaba ficción y realidad, ti­
tulado "Girlz n the Hood:2 a la salida del colegio una alumna es patea­
da hasta morir. Las pandillas femeninas crean un temor nuevo". Se

2 Véase la nota siguiente para entender la ambigüedad a la que apela la utilización

del título en femenino de un film. [N. de la T.]

153
Kenneth Thompson

incluían entrevistas a miembros de las pandillas Downtown Girls de


Romford, Essex, cuya conducta era descripta como una reminiscen­
cia de la película norteamericana de culto Boyz n The Hood, 3y una afir­
mación ofrecida al Sunday Express por un psicólogo forense reveló que
"se calcula que hacia fines del año 201 3, quienes cometan crímenes
serán por igual mujeres y varones". Combinando esta dudosa proyec­
ción estadística con referencias a programas populares de televisión
dedicados al entretenimiento, afirma el autor de una obra de teatro
sobre pandillas de mujeres -que será llevada al cine:

Un nuevo linaje de jóvenes pandilleras armadas y violentas está sur­


giendo en las calles del Reino Unido: cometen crímenes horrorosos,
habitualmente contra los más vulnerables. Las niñas de 13 años y
un poco más grandes se juntan en bandas para asaltar y desfigurar
con cortaplumas, cuchillos, botellas y destornilladores. Pueden pe­
lear como los varones y tienen sed de violencia (Sunday Express, 5 de
mayo de 1 996).

La historia del Sunday Express, ilustrada con fotografías de Louise


Allen y de dos chicas negras, llevaba el siguiente epígrafe: "El amena­
zante nuevo rostro del temor en Gran Bretaña. Mientras tanto, niñas
adolescentes esperan en alguna ciudad para lanzarse sobre una nueva
víctima y robarle" (5 de mayo de 1 996). También había una fotografía
de la protagonista femenina del film Trainspottin9,4 que trata del con­
sumo de heroína de un grupo de jóvenes en Edimburgo, quien "tra-

3 Boyz n the Hood fue una película norteamericana de 1991, escrita y dirigida por

John Singleton. La expresión, en el sociolecto de varones negros adolescentes de clase


baja que viven en los barrios marginales de las grandes ciudades estadounidenses, re­
fiere a cierta "hermandad" (brotherhood) probablemente vinculada a la territorialidad
y las pandillas, pero también puede considerarse un apócope de la frase the boys of the
neighbourhood, equivalente en español rioplatense a "los pibes del barrio". [N. de la T.]
4 La actriz que encarna el personaje de Dianne es Kelly Macdonald. La película

se estrenó en 1996 y fue dirigida por el inglés Danny Boyle. [N. de la T.]

1 54
Violenci a femenin a yp andillas de mu jeres

bajaría en una nueva película sobre violencia en un grupo de mujeres


jóvenes" (5 de mayo de 1 996), y un gráfico daba cuenta del aumento
de ataques violentos perpetrados por mujeres entre 1 987 y 1994.
Las dos niñas responsables de la muerte de Louise Allen fueron
juzgadas por homicidio culposo, y casi todos los medios publicaron
la historia en tapa. El discurso mediático tenía todos los elementos
necesarios para generar un pánico moral: sugería que se estaba ex­
pandiendo el riesgo de nuevos demonios populares fuera de control,
en este caso, adolescentes mujeres que al actuar contra la naturaleza
femenina se comportaban como varones. El titular del Dairy Mail fue:
"Cómo niñas de trece se convirtieron en asesinas: un padre condena­
do a prisión perpetua por homicidio, la cultura violenta de una pan­
dilla" ( 1 5 de noviembre de 1996). Ambas niñas tenían a sus padres
detenidos por crímenes violentos y se las describía como miembros
de la pandilla de la calle Canadá, "un grupo de casi veinte mujeres jó­
venes a quienes se les permite pasar las noches por ahí, cerca de la calle
cuyo nombre se adjudica a la pandilla" ( 1 5 de noviembre de 1996). Esta
evidencia difícilmente daba cuenta de una organización tipo pandi­
lla y bien podría aplicarse a casi cualquier grupo de chicos de clase
obrera que en otro tiempo pasaban su tiempo libre en alguna esqui­
na y que solo eventualmente generaban algún disturbio. Al mantener
el formato discursivo requerido, se nos presenta un contraste cruel
entre la maldad y el carácter antinatural de las jóvenes que forman
parte de la pandilla y las cualidades buenas y típicamente femeninas
de la víctima. Se describía a las niñas acusadas como habiendo estado
"sentadas impasiblemente" durante el juicio (comentarios similares
se hicieron de los jóvenes asesinos de James Bulger),y se afirmaba que
la líder era "alguien que transformó al grupo en el mismísimo mal"
(Dairy Mail, 1 5 de noviembre de 1996). Mientras tanto, la víctima de
la tragedia, Louise, fue retratada en otro artículo como una niña que
creció y fue educada para ser "prolija, respetuosa con los mayores y
de buenos modales" siguiendo "la tradición de trabajar para la iglesia,
ayudando a niños pequeños con dificultades en la lectura" y "actuan-

155
Kenneth Thompson

do como una figura maternal para muchos de ellos" (Dairy Mail, 1 5 de


noviembre de 1 996).
Algunos periodistas buscaban colaborar activamente con el in­
cremento del pánico moral. Libby Purves escribió en The Times {19 de
noviembre de 1 996):

¿Las colegialas se están volviendo rudas? Discútanlo, escriban su res­


puesta de un solo ladoy absténganse de prenderle fuego al pelo atado
en una colita de la chica de adelante. También podemos pensar sobre
este tema, que ya que es simplemente el nuevo pánico moral que nos
abrumará . . . será el miedo a las niñas salvajes.
Y ya empezó. Contamos a nuestro favor con entrevistas respon­
didas de mala gana realizadas a las jóvenes que atacaron a Liz Hurley;
se nos informó en Panorama, con cálculos ininteligibles acerca de que
"en el año 2016" las mujeres serán tan violentas como los varones.
De modo más serio y sin controversia fuimos sacudidos por el caso
de dos niñas de 1 3 años que asesinaron a Louise Allen en una pelea
callejera en Corby, quienes se declararon culpables de homicidio do­
loso (The Times, 19 de noviembre de 1996).

Purves presenta explicaciones feministas y antifeministas para el


aparente aumento de la violencia femenina. El análisis feminista sos­
tiene que las niñas alguna vez fueron educadas para ser más con­
tenidas en términos físicos, débiles y dependientes, y en ocasiones
incluso deliberadamente mutiladas Oas mujeres chinas y sus pies fa­
jados desde temprana edad, las mujeres occidentales encorsetadas};
y esa educación condujo a que las niñas internalizaran su agresividad
hasta extremos en los que se propende a la autoagresión y la enferme­
dad mental. Este modo de criar a las mujeres empezó a cambiar con
la liberación femenina y la educación mixta, pero también se descu­
brió allí un vínculo con el aumento del apetito sexual femenino como
predador y su capacidad para la agresión física. Tales cambios podían
verificarse en las películas y la moda. Su análisis antifeminista se-

156
Violencia femenina y pandillas de mujeres

guía una línea semejante, pero advirtiendo que debería prestarse más
atención al antiguo temor a las "brujas y harpías, y considerar el cam­
bio como desastroso en términos morales y físicos, una furia contra
la naturaleza que volvería a destruir la civilización" (The Times, 1 9 de
noviembre de 1 996). La conclusión de Purve fue que el problema no
era cuestión de género sino más bien de juventud desocupada y sin
perspectivas laborales o personales, que encontraba reconfortante
ser parte de la manada.
El argumento feminista lo sostuvo Lucy Johnston en The Observer
( 1 7 de noviembre de 1 996); afirmaba que un mito recorría los estu­
dios de televisión, las redacciones de los diarios y las instituciones
académicas sosteniendo que no había tanta violencia contra las mu­
jeres ni tanto abuso sexual sobre ellas como pensaba el feminismo
temprano, y que quienes ejercían esa violencia eran con mayor pro­
babilidad mujeres. Revisando la evidencia que presentó el recien­
te programa de televisión Panorama, Johnston insistió en la ausencia
de estadísticas con buena reputación para sostener la encuesta MORI,
donde se afirmaba que las mujeres tendían más a pegarles a sus com­
pañeros varones que viceversa. Una encuesta de 1 994, realizada
por Scotland Yard en Londres, sostenía que 9.800 mujeres habían
sido golpeadas por sus compañeros, mientras que el número de varo­
nes golpeados ascendía a 887. Y aunque las seis inauguraciones a nivel
nacional de refugios para hombres golpeados tuvieron gran difusión,
todos cerraron sus puertas en los primeros tres meses y nadie durmió
nunca en una de sus camas.
Entretanto, Panorama utilizaba los datos del Ministerio del Interior
para mostrar que los crímenes violentos denunciados habían aumen­
tado del 10% al 16% desde 1987, y el Ministerio admitía que podía
considerarse como crimen violento "un empujón que causara una
lastimadura epidérmica" (citado por Johnston en The Observer, 1 7 de
noviembre de 1 996). Más aún, los números estimativos basados en
el incremento porcentual, cuando se aplicaban a cantidades peque­
ñas, resultaban verdaderamente engañosos. Por ejemplo, un desglo-

157
Kenneth Thompson

se de los números del Ministerio del Interior en 1 994 mostraba que


aquellos sentenciados a prisión eran: por asesinato, ocho mujeres y
1 82 hombres; por delitos sexuales y violación, nueve mujeres y 1.920
hombres; por heridas violentas, 107 mujeres y l. 1 74 hombres.
Johnston explica el contragolpe contra el feminismo temprano
como generado en parte por organizaciones que intentaban rectificar
el balance negativo hacia el varón, entre ellas la denominada False Me­
mory Society (Sociedad de Memoria Falsa), que subestimaba los recla­
mos de niños abusados sexualmente basados en su memoria infantil,
y Families need Fathers (Las Familias necesitan Padres), que militaba
por aquellos hombres cuyas mujeres e hijos habían escapado de ellos.
Irónicamente, admite Johnston, algunas de las ideas antifeministas re­
cibieron legitimidad de las mismas feministas que concedían al con­
tragolpe afirmando que el feminismo de los comienzos estaba muerto.
Johnston cita el libro Deadlier Than the Male de Alix Kirsta, quien afir­
mó que la agresión natural de las mujeres está negada por una sociedad
que las fuerza a ser buenas y cuidadoras, y Vamps and Tramps, de Cami­
lle Paglia, que sostiene que las mujeres golpeadas no son víctimas sino
diosas del miedo de los hombres. La razón por la cual la nueva gene­
5

ración de feministas es cooptada por el contragolpe, según Johnston,


es que está, además, influenciada por la experiencia consumista de los
años ochenta, y "quiere sostener que las mujeres sí toman decisiones
sobre sus vidas, incluyendo las de vivir relaciones de abuso y violencia"
(The Observer, 1 7 de noviembre de 1996). En los Estados Unidos, las
nuevas feministas han acuñado la expresión "mujeres con capacidad
de agencia", donde "agencia" significaría poder, control y elección. Las
mujeres con capacidad de agencia serían, así, lo opuesto a las víctimas.

5 El texto de Alix Kirsta no fue traducido al castellano, pero el mismo fue base

del guión de la película inglesa filmada en 1967 por Ralph Thomas que en castellano
se tituló Más peligrosas que los hombres. La traducción del libro de Paglia al español se
publicó en 2001: Vamps and Tramps. Más allá del feminismo, Madrid, Ed. Valdemar.
[N. de la T.]

158
Violencia femenina y pandilla s de mujeres

Si el feminismo es o no la causa del pánico moral hacia la vio­


lencia femenina es una pregunta que por el momento sigue siendo
difícil de responder. En todo caso, es un asunto promovido por los
medios. El Evenin9 Standard de Londres publicó un artículo sobre
"Mujeres peligrosas: las mujeres están volviéndose más violentas,
y según una encuesta, la culpa es de la televisión". Textualmente, el
periódico decía:

En una nueva encuesta, los modelos positivos, más precisamente los


espantosos modelos positivos de las series de televisión de los años
setenta como Los ángeles de Charlie, se combinan con la influencia del
feminismo, y resultan ser los culpables de una "nueva generación de
mujeres agresivas" (Evenin9 Standard, 1 de febrero de 1 996).

De acuerdo con las investigaciones de la Universidad de Michigan,


que estudió a más de doscientas jóvenes siguiendo su historia desde
la infancia hasta finales de la década de 1 970, cuando tenían más de
veinte años, las series de televisión como Los án9eles de Charlie y La
mujer biónica representaron un "avance feminista". A través de estas
imágenes de heroínas violentas, concluye la investigadora L. Rowell
Huesman, "las niñas se desensibilizaron frente a la violencia, como
los varones. Cuando los actos agresivos de las heroínas son retra­
tados de manera positiva, las niñas concluyen que esa es una buena
manera de resolver los problemas" (Evenin9 Standard, 1 de febrero de
1 996). Si bien puede haber algún caso en que las imágenes mediáti­
cas produzcan efectos sobre la conducta, otros investigadores sugie­
ren que no se trata jamás de un efecto directo sino de la conjunción
de factores diversos, y que sería necesario y preciso que cada caso de
violencia femenina sea investigado de manera específica. Otro pe­
riodista sostuvo:

Al mismo tiempo, las mujeres jóvenes también miraban series del


tipo de La novicia voladora y Hechizada (sobre una bruja domesticada

159
Kenneth Thompson

que logra sus propósitos retorciendo la nariz). Y dado que ninguna de


esas series determinó un aumento en la población de los conventos ni
en una multitud de aficionadas a lo oculto, es posible sugerir (a par­
tir de estudios académicos) que el vínculo directo entre televisión y
violencia es, en el mejor de los casos, improbable. Y que el escapismo
no conduce automáticamente a la imitación (Evenin9 Standard, 1 de
febrero de 1 996).

Como sostiene Alix Kirsta en Deadlier Than the Male, la violencia fe­
menina, así como en el caso de los varones, es alimentada por múl­
tiples y diversos factores, y es en consecuencia una constelación
compleja en la que intervienen tanto lo ambiental como la psicolo­
gía personal, y que quizás muchos de esos casos involucren aspectos
violentos como pobreza, aburrimiento, aislamiento, temor, avaricia,
golpes, deseo de llamar la atención del otro, poder y dominación o
cuestiones vinculadas a la defensa propia. La razón por la que la vio­
lencia de las mujeres devino en pánico moral podría ser que el femi­
nismo puso en cuestión el discurso popular según el cual las mujeres
están determinadas biológicamente para ser cuidadoras "por natu­
raleza", nutricias, demasiado buenas como para dañar a alguien, y
que por lo tanto las mujeres que cometen crímenes violentos debe­
rían permanecer fuera de lo normal, ya sea "por malas o por locas".
A pesar de que el discurso temprano que dividía a las mujeres entre
"ángeles en la tierra y madres" o "malas y locas" puede aún estar vi­
gente en la evaluación que los medios realizan de los episodios de
violencia femenina, sus afirmaciones han sido definitivamente dis­
cutidas por el feminismo y por imágenes más actuales de la cultura
popular que se pueden apreciar en películas tales como Thelma and
Louise, Sin9le White Female y Blue Steel, u otros retratos de mujeres
6

6 Thelma y Louise (1991) dirigida por Ridley Scott, Mujer blanca y soltera busca

(1992) dirigida por Barbet Schroeder y Testigo fatal 0 9 9 1) dirigida por Katryn
Bigelow. [N. de la T.]

160
Violencia femen ina ypand illas de mu jeres

vengadoras. Estos retratos mediáticos no son determinantes para


que las mujeres actúen más violentamente, pero sí pueden cuestio­
nar el discurso tradicional sobre la femineidad que da por sentado
que determinadas conductas se consideren antinaturales o desviadas.
En ese sentido sí es posible que el relato sobre las mujeres violentas
incremente el sentido de un riesgo social o pueda ocasionar reaccio­
nes negativas y pánicos morales.

161
8.PÁNICOS MORALES ACERCA
DEL SEXO EN LAS PANTALLAS

Cada tanto resurge la imagen de que el orden social y moral es puesto


en riesgo a causa de innovaciones tecnológicas y culturales que pro­
ducen representaciones de la sexualidad por fuera de las normas pú­
blicamente aceptadas hasta el momento. Los pánicos morales sobre las
imágenes de carácter sexual en las pantallas (cine, televisión o inter­
net) han aumentado, y no solo por la proliferación de soportes -más
canales de televisión, cable, televisión satelital e internet-, sino también
porque esta multiplicidad otorgó a los medios una fuente inagotable de
"noticias". La prensa recibió con agrado la controversia sobre la cultu­
ra popular generada por los emprendedores morales y los grupos de
presión que afirmaban que el cine y los programas populares podrían
tener efectos sociales peligrosos, especialmente en los niños, la gente
joven y la familia. En este capítulo se analizará el papel de los grupos de
presión y de los activistas morales en relación con los pánicos morales
vinculados a representaciones de la sexualidad en las pantallas. En con­
traste con el análisis del pánico moral generado por el mu99in9, y que
tenía como objetivo central decodificar los textos mediáticos, en este
caso el tema parecería vincularse más con los estudios norteamerica­
nos sobre pánicos morales en tanto comportamiento colectivo ofenómeno
.9rupal. De todos modos, también se examinará el modo en que los me­
dios construyen discursivamente lo que aparece como un pánico mo­
ral, aun cuando sea difícil medir la amplitud o profundidad con que la
población lo experimente como tal.

163
Kenneth Thompson

Como se sugiere en el capítulo l , los estudios recientes de la so­


ciología norteamericana se han inclinado particularmente a conside­
rar los pánicos morales como episodios de conducta grupal antes que
como fenómenos mediáticos que podían o no afectar la conducta y
generar alguna acción de tipo social, tal como promover cierta legis­
lación u otras decisiones relevantes por parte de las autoridades. Los
estudios norteamericanos tienden a adoptar una perspectiva sociopsi­
cológica, considerando los pánicos morales en términos de conceptos
acerca del comportamiento colectivo, la conducta desviada, el lide­
razgo y los movimientos sociales. Por ejemplo, Goode y Ben-Yehuda
rechazan la postura de otros teóricos como Stuart Hall et al. (1 978)
relativa al pánico moral generado a partir del mu99in9; estos autores lo
describen basándose en la necesidad de "asumir que las élites dominan
las instituciones sociales hasta el punto de controlar la conciencia y
dictar la conducta humana" (Goode y Ben-Yehuda, 1994, p. 3). Stuart
Hall y sus colegas intentaron analizar el proceso por el cual determi­
nadas conjeturas ideológicas dan forma a las noticias en el contexto
histórico particular de Gran Bretaña durante la década de 1970, dado
que dicho tratamiento mediático producía una espiral de significación
y la amplificación de una supuesta amenaza social; y ciertamente no
la presentan como una generalización científica sobre las élites deter­
minando la conciencia y el comportamiento humanos. En contraste,
el enfoque de Goode y Ben-Yehuda sí está formulado en términos de
generalización científica, considerando el pánico moral como "episo­
dios de acción colectiva" que "pueden considerarse como una evalua­
ción para las teorías de la conducta humana en general" (1 994, p. 4),
enfatizando, además, la medición como elemento científico de su en­
foque y centrándose en el comportamiento grupal:

En estos episodios, las personas se preocupan intensamente por un


tema particular o por aquello que perciben como amenaza -que, me­
dida por indicadores concretos, no resulta particularmente dañina- y se
reúnen para tomar determinada acción, para solucionar el proble-

164
Pánicos morales acerca del sexo en las pantallas

ma; pero incluso es posible que, en un momento temporal posterior,


pierdan interés en ese asunto o amenaza, en virtud de haber dirigido
su atención a otras cuestiones (Goode y Ben-Yehuda, 1 994, p. 4; el
resaltado es mío).

Sin que sea necesario aceptar todos sus criterios para definir un páni­
co moral, incluyendo la medición de la desproporción y la necesidad
de un grupo de reunirse y actuar, es posible afirmar que el enfoque de
Goode y Ben-Yehuda resulta útil para el estudio de la relación entre
los sucesivos episodios de pánicos morales y su relación con una cam­
paña moral vinculada a determinado grupo social. Este es el caso con
respecto al movimiento en contra de la permisividad que durante la
década de 1960 en Gran Bretaña realizó campañas morales en contra
de la representación de escenas sexuales en las pantallas, y especial­
mente el papel de la Asociación Nacional de Telespectadores y Ra­
dioescuchas (National Viewers' and Listeners Association, NVALA)
dirigida por la señora Mary Whitehouse. Es un caso en el cual los pá­
nicos morales suceden cuando, como sostienen Goode y Ben-Yehuda,
se superponen cuatro territorios: lo desviado, los problemas sociales, el
comportamiento colectivo y los movimientos sociales.

El territorio ocupado por lo desviado da cuenta de la parte moral del


pánico moral: la conducta que es considerada inmoral tiene más po­
sibilidades de generar preocupación públicay temor que aquella más
tradicional y convencional. El territorio ocupado por los problemas
sociales da cuenta de la preocupación pública en tanto parte del pánico
moral: cuando la mayoría del público está alerta y preocupado por
una determinada condición, sin considerar su estatus objetivo, so­
ciológicamente debería ser considerado un problema social -y por
cierto el pánico representaría una forma resaltada al extremo del es­
tado de alerta y preocupación-. El territorio que ocupa el compor­
tamiento colectivo da cuenta de la volatilidad de los pánicos morales:
el hecho de que, como muchas otras modas, irrumpen súbitamente

165
Kenneth Thompson

y de manera inesperada, y de igual manera subsisten apenas y des­


aparecen rápido o pierden su apasionamiento en el proceso de ser
institucionalizados. El territorio ocupado por los movimientos so­
ciales supone el tema de la org anizacióny movilización de segmentos de
la población preocupados y dirigidos a cambiar condiciones sociales
específicas (Goodey Ben-Yehuda, 1994, pp. 52-53).

El primer caso de pánico moral debido a la representación de la


sexualidad en televisión surgió a partir de la rapidez con que se dis­
tribuyeron los aparatos televisivos en Gran Bretaña, lo cual supuso un
incremento tal que del 0,2 de hogares británicos que tenían un televi­
sor en 1 947 se pasó en 1 95S a 39,8%y en 1 964 al 9<?,8% de los hoga­
res. En ese momento, sectores de la población que adherían a valores
como la "respetabilidad" encontraron al mismo tiempo desafiadas la
legitimidad de sus valores y la de su estilo de vida en sus propios ho­
gares, lo cual produjo una sensación creciente de riesgo. La señora
Mary Whitehouse, ama de casa y maestra que había estado implica­
da en el Moral Rearmament Movement (MRA, Movimiento de Rear­
me Moral), relata en su autobiografía cómo quedó paralizada cuando
supo que niños de edad escolar a quienes preservaba de la "educa­
ción sexual" veían televisión todas las noches y sacaban de allí valores
completamente opuestos a los tradicionales de la moral cristiana. La
campaña "Clean-Up TV" fue lanzada oficialmente el 27 de enero de
1964 por Mary Whitehouse, su amiga Norah Buckland, la mujer de un
clérigo y otro miembro del MRA. El diario local, el Birmin9ham Evenin9
Mail, tituló "Las madres harán campaña por una TV con altos estánda­
res morales" (23 de enero de 1 964). La noticia local fue rápidamente
levantada por otros medios que cubrieron el manifiesto y dieron di­
fusión al encuentro planeado para el S de mayo en el Centro Cívico de
Birmingham. Los titulares incluían frases como "Esposas golpean a la
BBC por la TV obscena" y "Dos mujeres en la pelea contra el ateísmo y
la mugre en la TV". Michael Tracey y David Morrison, sociólogos es­
pecialistas en medios, comentaron:

166
Pánicos morales acerca delse xo en las pantallas

Cautivados por el potencial como noticia que tienen dos mujeres de


mediana edad, de clase media, que realizan su campaña en contra
del sexo y la B B C , los medios les ofrecieron el ímpetu necesario para
la campaña. En agosto del mismo año, Whitehouse obtuvo 23 5.000
firmas para su Manifiesto y 7 mil cartas de apoyo (Tracey y Morri­
son, 1979, p. 43).

Se estima que cerca de 2 mil personas concurrieron a la presenta­


ción de CUTV, que en 1 965 se transformó en la NVALA. En un artículo
donde precisaba su posición, escrito en enero de 1964, Whitehou­
se especificaba las preocupaciones del nuevo movimiento: "hombres,
mujeres y niños escuchan y miran con serio riesgo de daño para su
moral, su patriotismo, su disciplina y su familia" (citado por Tracey y
Morrison, 1 979, p. 44). En esta formación discursiva de lo moral que
reúne el patriotismo, la disciplina y la familia, lo que resultó intole­
rable fue, entre otros asuntos, la "permisividad" sexual y la conduc­
ta sexualmente explícita presentada en televisión. Otros estudios de
cruzadas antipornografía sugieren que ese material sexualmente ex­
citante ofrece "un símbolo compacto de las amenazas y desafíos que
enfrenta el estilo de vida de los cruzados antipornografía" (Zurcher
et al., 1973, p. 70). Peter Cominos, en su análisis de la relación entre la
respetabilidad sexual victoriana y el sistema social y económico do­
minante, describe el modo en que la respetabilidad sexual -ya sea la
abstinencia previa al matrimonio o el matrimonio tardío y por ello el
desarrollo de la templanza- está íntimamente vinculada al deseo de
mantener y mejorar tanto las condiciones económicas como la po­
sición social de los individuos (Cominos, 1963, p. 223; discutido en
Wallis, 1976). El amplio acceso a los métodos de control de la natali­
dad durante la posguerra quebró el vínculo que sostenía la represiva
moral victoriana al dar por terminada la correlación inevitable entre
la indulgencia sexual y la ruina económica y social. Esto tuvo un im­
pacto particularmente fuerte en el frágil equilibrio de la clase me­
dia baja de la que la señora Whitehouse y muchos de sus seguidores

167
Kenneth Thompson

formaban parte. Así, la permisividad sexual representaba uno de los


desafíos fundamentales para las nuevas normas y valores que cues­
tionaban la respetabilidad tradicional, minando su componente cen­
tral y más cargado de connotaciones sentimentales.
En sus primeros años, el NVALA, o National VALA (como prefería
que se lo conociera por su relación con el término "valor"), compartió
la conspiración de la fe con el MRA, que sostenía que los valores cris­
tianos de la nación estaban amenazados por las fuerzas del mundo
comunista y su "quinta columna'', para quienes el cambio moral y la
transformación de la conducta sexual eran medios para minar la to­
talidad de la sociedad capitalista (véanse, de NVALA, Viewer and Liste­
ner, otoño de 1970, p. 3,y primavera de 1 9 7 1 , p. 4). Los miembros del
NVALA acusaron al director general de la BBC de "estimular y alber­
gar entre su personal a gente cercana al comunismo" (Whitehouse,
1 972, p. 88). El periódico The Sun publicó un artículo el 3 de diciem­
bre de 1965 cuyo título fue "Rearme moral y campaña para limpiar la
TV '', que preguntaba "¿quién está detrás de una campaña coordinada
tan eficazmente y divulgada de manera tan consciente para purificar
la televisión británica? ¿Será el rearme moral, los ricos del mundo o
una organización semirreligiosa?". La señora Whitehouse negó que
los dos movimientos fuesen uno, aun cuando aceptó haber aprendido
mucho del MRA, y que sin duda compartían el mismo objetivo de re­
cristianizar la cultura y combatir las influencias "extrañas" o desvia­
das. En noviembre de 1967, Whitehouse escribió una "Carta abierta
al Primer Ministro'', en la que expresaba su preocupación por el pa­
pel de los medios masivos, particularmente la televisión, "en este mo­
mento de nuestra historia en que Gran Bretaña está en proceso de
asumir para sí una personalidad foránea" (National Viewers and Liste­
ners Association News, Nº 2, noviembre de 1 967).
Los niños eran considerados particularmente vulnerables a los
nuevos estilos de vida y modos de pensar, creer y comportarse que se
exhibían por televisión. "Los niños . . . están siendo coaccionados por
modelos foráneos de comportamiento" (Whitehouse, 1 972, p. 1 34).

168
Pánicos morale s acerca de l sexo en la s pantalla s

La protección de la infancia era utilizada para legitimar la urgencia


y la estridencia del mensaje de NVALA, que difícilmente hubiese sido
apoyado si su pedido de reinstalación de los valores se hubiera limi­
tado a una porción de la población. Sin embargo, el NVALA afirmaba
ser la voz "de los valores morales y religiosos de una masa de gente"
(Whitehouse, 1967, p. 1 1 9). Esta retórica a veces era contradictoria
con su otro modo de presentarse como una minoría acosada por una
cultura crecientemente foránea.
Desde el principio, el NVALA tuvo todas las características de una
cruzada moral, persistiendo en su discurso aun treinta años después
de su creación, alentando de tanto en tanto el surgimiento de episodios
periódicos de pánico moral. Su discurso está construido en términos
de una lucha entre las fuerzas del bien y el mal (los demonios popula­
res en este caso pueden ser a menudo una élite de intelectuales tanto
como productores y guionistas de televisión}. El debate decía poner en
tensión la "genuina libertad" versus "el libertinaje"; "responsabilidad
cultural" o "anarquía cultural" (Whitehouse, 1972, p. 122). Los miem­
bros del NVALA "defendían la decencia'', mientras que las opiniones de
sus contrincantes contenían para ellos "la esencia de la peor clase de
dictadura" (Whitehouse, 1 972). NVALA afirmaba defender "los están­
dares establecidos" o "los estándares escuchados" (Whitehouse, 1 967,
pp. 34, 54), mientras acusaba a sus oponentes de utilizar la televisión
"para propósitos ajenos al carácter de la nación y a los verdaderos in­
tereses del pueblo británico" (Whitehouse, 1 967, p. 1 7 1), cosa que ter­
minaría por volver a la nación "material flexible a cualquier clase de
filosofía foránea" (Whitehouse, 1967, p. 165). Todavía hay una visión
rudimentariamente apocalíptica en la ideología de NVALA, cuyo signi­
ficado podría ser la idea de que "las cosas se están poniendo peor". Esto
sigue siendo tan fuerte hoy como siempre, tal como lo señala el discur­
so de Norris McWhirter en la conferencia anual de NVALA de 1994:

Cuando uno escucha a la gente hablar de Mary o de VA LA , suelen de­


cir: "Oh, no podemos tolerar la censura". Puedo sugerirles, tan solo,

169
Kenneth Thompson

que aquello con lo que algunos programas comercian es, de hecho, la


censura misma, ¡censura de la decencia! Puedo ofrecerles una con­
signa que les resulte útil en la actual situación: "¡alégrense, las co­
sas están empeorando!", y lo digo con conocimiento de causa porque
solo cuando las cosas nos golpean el cuerpo político comienza a mo­
verse (The Viewer and Listener, enero de 1 994).

A pesar de que la protesta original pronto tuvo un formato institucio­


nal y construyó una organización con capacidad efectiva de lobby, la
cantidad de miembros siguió siendo relativamente pequeña. Llegaron
a ser 165.000 (según Stuart Wavell en The Sunday Times, 5 de diciem­
bre de 1 993) quienes monitoreaban las transmisiones de radio y tele­
visión y a quienes se les solicitaba que completaran unas tarjetas para
indicar cuáles programas infringían los estándares que la asociación
afirmaba sostener. A los miembros se les pedía también que contac­
tasen a las autoridades de las empresas de medios e hicieran oír sus
reclamos. Su táctica más efectiva fueron las afirmaciones a la prensa
realizadas por su extremadamente coherente líder, la señora White­
house, quien se retiró en 1994. También organizaron peticiones al
Parlamento; la segunda de ellas, denominada "Festival de la Luz" en
la década de 1 970, organizada por la asociación junto con la Cruzada
por la Moral Cristiana, obtuvo aproximadamente 1.350.000 firmas.
En su retiro, la señora Whitehouse podía vanagloriarse de que habían
sido sus esfuerzos los que habían logrado la creación del Broadcasting
Standards Council, ente encargado de monitorear las emisiones de
televisión en asuntos relativos a lo moral, el buen gusto y la decencia,
y también que suyo era el logro de que la radiodifusión fuese incluida
en el ámbito de competencia de la Obscene Publications Act.1
Quizás esta cruzada moral haya sido muy exitosa en lograr el es­
tablecimiento de un discurso al cual podía regresarse cada vez que un

1 Ley de Publicaciones Obscenas, de 1959. Es una norma del Parlamento inglés

que reformó significativamente la legislación relativa a la obscenidad. [N. de la T.]

1 70
Pánicos morales acerca del sexo en las pantallas

nuevo desarrollo presentara una oportunidad para que los empren­


dedores morales crearan un renovado pánico a raíz de una amenaza a
la moral. Por ejemplo, cuando dos niños asesinaron a James Bulger, de
dos años, el Sunday Tele9raph publicó un artículo a doble página con el
titular "Pagando las consecuencias de los temores de Mary", que co­
menzaba de la siguiente manera:

La borrosa fotografía del video de seguridad de un centro comercial


se ha transformado en la imagen de la década: una imagen que hizo
que toda una nación tambalease entre la autoindulgencia y el horror.
Desde el asesinato Moors, que convirtiera a Myra Hindley e Ian Brady
en la dupla más execrada de Gran Bretaña, no ha habido otro crimen
que contrajera el corazón de la nación como este. Pero esta vez hay un
elemento que se suma al horror. Un confiado niñito es conducido lejos
por otro niño: la inocencia ha muerto dos veces. En la semana poste­
rior al crimen, la furia ha sido suplantada por culpa colectivay muchas
preguntas: ¿qué hemos hecho? ¿Qué dejamos de hacer?... Una genera­
ción anterior, cuyo temor había sido que el progresismo estuviera sa­
liéndose de control y destruyendo la sociedad, hizo oír sus temores.
Los lideraba Mary Whitehouse, quien se convirtió en el símbolo de
todas las cosas que los progresistas iluminados menospreciaron. La
semana pasada, hasta ellos han comenzado a preguntarse si no debe­
ríamos haberles prestado más atención a los avisos de aquella mujer
cuyos miedos estaban centrados en la crecientey poderosa influencia
de la televisión (Sunday Tele9raph, 2 1 de febrero de 1993).

La señora Whitehouse fue veloz al evaluar las innovaciones tec­


nológicas y sociales que podrían ser vistas como fuente de nuevas
amenazas morales: hogares con muchos aparatos de televisión y re­
productores de video. En el artículo se la cita diciendo "siete de cada
diez niños tienen televisión en su propio cuarto, y desde la llegada del
video no hay punto final a las nueve de la noche. No hay modo de
proteger a los niños". El autor del artículo del Sunday Tele9raph saca

171
Kenneth Thompson

una temerosa conclusión sobre el diagnóstico de Mary Whitehouse,


indicador del pánico moral:

El impensable subtexto del asesinato del pequeño James Bulger es,


claro, la responsabilidad de haber creado una generación de jóvenes
antisociales, personas que han crecido con un aparato de televisión
como mejor amigo y compañía permanente, con videos ofensivos,
violencia sensacionalista y sexo como algo de todos los días, en un
mundo que ofrece muy poca explicitación de alguna guía moral (Sun­
day Tele9raph, 2 1 de febrero de 1 993).

No podría haber tributo mayor para el éxito de este emprendedor


moral y su movimiento que haber establecido el discurso de la ame­
naza moral como el lugar adonde recurrir para "producir sentido"
frente a cada nueva preocupación. Como afirmó un especialista en
política de medios cuando Mary se retiró: había ya tenido total éxito
al vincular sexo y violencia:

Se la conocía desde siempre como la proselitista en contra de la vio­


lencia y el sexo y yo no había podido jamás entender cómo había
podido suceder que la organizadora de una campaña como esta se
saliera con la suya al ligar una serie de imágenes de actos en los que
las personas se lastiman unas a otras y otra serie de imágenes en las
que las personas se dan placer unas a otras. Desde el principio tuvo
éxito en reunir estas dos series como si fuesen el mismo mal, y esto
es para mí lo más objetable (Steve Barnett, citado en The Independent
on Sunday, 22 de mayo de 1 994).

El consumo de material visual erótico puede ser construido como


"transacción sin víctimas" (Duster, 1 970), dado que el consumidor
es pensado normalmente como una de las partes de ese "intercam­
bio" consensuado. De todos modos, el discurso de NVALA trans­
formó la presentación del material de estimulación erótica en una

1 72
Pánicos morales acerca del sexo en las pantallas

circunstancia en la que existe una víctima, al protestar contra la vi­


sibilidad pública de material sexual diseñando para jóvenes en tanto
vulnerables y fáciles de ser corrompidos por esas imágenes, y pre­
sentándose a sí mismos como defensores de los niños y otros obser­
vadores involuntarios en la santidad y la intimidad de sus hogares
(Wallis, 1 976, p. 293). La BBC, que era considerada el último bastión
de los valores religiosos tradicionales de las clases "respetables",
se convirtió en un blanco particular de la protesta en virtud de sus
paulatinos cambios. La señal abandonó su tradición y cedió a la ne­
cesidad de reflejar las normas y valores de la sociedad contemporá­
nea orientada al consumo; sus miembros -considerados desertores
por el NVALA- a través de la programación fueron llevando a los ho­
gares la pérdida de estatus de la respetabilidad moral y con ella la
de sus promotores.
La pregunta pendiente de respuesta es: ¿por qué el sexo resultó el
principal blanco de la protesta y particularmente sus representacio­
nes en televisión? La primera respuesta puede hallarse en la observa­
ción de quienes han entrevistado a Mary Whitehouse y analizado su
caso y el de su movimiento para pensar sobre el punto en el cual surge
el tema de la secularización:

La "remoción del mito de Dios de la mente humana es la priori­


dad del ateísmo humanista y del comunismo". Así, en su mente, la
cuestión del sexo está inextricablemente unida al proceso de secu­
larización que tiene lugar en nuestra cultura. Es la inversión de una
sociedad teocrática en demos, o, según su modo de ver, en sociedad
demoníaca. Mary Whitehouse afirma: "A aquellos a quienes los dio­
ses buscan destruir, primero los hacen enloquecer, así las semillas de
la locura son diseminadas por los iconoclastas; esos hombres que lo
son todo para sí mismos, para quienes la felicidad es gratificación,
para los que amory sexo son la misma cosa". Abandonar la religión es
subirse en un tobogán por el que se desliza rápidamente hacia el caos
moral (Tracey y Morrison, 1 979, p. 1 84).

1 73
Kenneth Thompson

Para estos cruzados de la moral, las actitudes y representaciones


sexuales eran parte principal del repertorio de quienes querían cam­
biar de forma radical el orden existente. Las iglesias y la BBC habían
fallado en su deber de sostener los valores sagrados a causa de que su
negligencia hacia la "permisividad" en aumento y el relativismo moral
dejó abierta la puerta a quienes deseaban introducir cambios radicales.
La respuesta a la segunda pregunta, "¿por qué la televisión?", es
que esta logró derrumbar el muro defensivo que mantenía separadas
la esfera de lo público de la de lo privado y emitió sus imágenes pro­
fanas en el santuario del hogar. A partir de los años sesenta, la televi­
sión británica, en comparación con su equivalente en Estados Unidos,
otorgó más espacio a los dramaturgos, a los satíricos y a productores
que buscaban experimentar y poner a prueba las fronteras de las con­
venciones aceptadas sobre "la moral, el gusto y la decencia". Estados
Unidos tenía un gran grupo de votantes y religiosos vociferantes y su
televisión permaneció relativamente blanda en cuanto a los conteni­
dos y no fue necesario elevar el nivel de pánico moral al mismo grado
que en Gran Bretaña (en los Estados Unidos, las críticas se concentra­
ban generalmente contra el cine de Hollywood). Un ejemplo típico es
la serie Miércoles de teatro, que la BBC comenzó a emitir en 1 964 y que
para la señora Whitehouse y los miembros de su grupo era conside­
rada la quintaesencia del ultrarrealismo al reflejar la violencia del len­
guaje y la manifiesta sexualidad de la vida urbana. El S de noviembre
de 1 970, la BBC emitió una obra cuyo autor, Dennis Potter, denominó
Án9eles hay demasiado pocos, que recogió los reclamos de Whitehouse
y otros miembros del NVALA. Una de las mujeres que escribieron para
protestar sobre lo que ella consideraba una obra "desagradable" reci­
bió la siguiente respuesta del secretario general de la BBC:

Aceptamos que la obra tenía un lenguaje soez y directo y era inusual­


mente fuerte en sus textos e imágenes. Si la hubiésemos transmitido
con el solo propósito de escandalizar o excitar con su procacidad, en­
tonces sí, seríamos realmente culpables. En todo caso, esperamos que

1 74
Pánicos morales acerca del sexo en las pantallas

usted crea que hemos tenido razones mucho mejores para la trans­
misión . . . Me pregunto si algo de esa inquietud que usted y algunos
otros sintieron en este caso será debido al hecho de que el sexo es un
asunto que en los últimos años ha cambiado notablemente en cuanto
a actitudesy gustos. Lo queramos o no, algunos temas que antes eran
tabú ahora se discuten sin disimulo en presencia de cualquier perso­
na de ambos sexos, y el arco de dichos temas que eran considerados
como privados se ha estrechado notablemente. Es inevitable que este
cambio en lo que resulta aceptable debe ser reflejado hasta un cierto
punto en nuestra programación (citado en Traceyy Morrison, 1 979,
pp. 99-100; la carta es propiedad de los archivos NVA LA ) .

Los miembros de NVALA no quedaron para nada satisfechos con la


idea de que sus reclamos tuviesen por respuesta que tan solo se trata­
ba de "la realidad" cambiante, y la autora del reclamo contestó:

El sexo sigue siendo lo que siempre fue, lo único que se modificó es


el modo en que se lo trata. "No se valora lo que se tiene" es un viejo
dicho, y el sexo no es algo que debiera desvalorizarse, no debería ser
tratado como algo liviano o casual. Estoy de acuerdo con usted en
que "cosas que eran tabú ahora se discuten abiertamente" y ¿cuánto
mejor es el mundo entonces? -mucho, pero mucho peor, y los temas
que antes se trataban en privado deberían seguir siendo privados (ci­
tado por Traceyy Morrison, 1979, pp. 99-100; la carta es propiedad
de los archivos NVA LA ) .

La misma sensación de ultraje moral, a veces alcanzando proporcio­


nes de pánico, generada por el hecho de que los canales de la tele­
visión pública transmitiesen representaciones de la sexualidad en la
esfera privada del hogar, siguió produciendo quejas y reclamos del
NVAi.A a las autoridades a cargo de los medios. Habitualmente, el
grupo lograba tratar estos temas hasta en los titulares de los pe­
riódicos, sobre todo cuando tenían que ver con un programa nue-

175
Kenneth Thompson

vo o muy popular emitido por televisión. Después de esas obras de


teatro de la BBC, el foco se centró en las telenovelas que atraían ma­
yor audiencia durante las horas pico. La BBC lanzó su telenovela más
popular, EastEnders, en 1 985, en un intento por levantar la medición
de audiencia que languidecía debido a la terrible presión de la com­
petencia -televisión independiente-y su programación más popular.
En contraste con las telenovelas que se importaban de Estados Unidos
como Dinastía y Dallas, que exhibían el estilo de vida glamoroso de los
más ricos, las telenovelas británicas tenían el compromiso de reflejar
la vida real urbana y contemporánea. Lo explica muy bien Julia Smith,
productora de EastEnders:

Tomamos la decisión de orientarnos a temas de los que son trata­


dos muy raramente y que son el tipo de cuestión dramática que bien
puede atravesar los relatos sobre la homosexualidad, la violación, el
desempleo, el prejuicio racial, etc. [ . . . ] pero siempre en un contexto
de verosimilitud. Sobre todo lo demás nos interesa ser realistas. Los
exámenes, el desempleo, el racismo, la vida y la muerte, los perros,
los bebés y las madres solteras; no queremos esquivar ninguno de es­
tos asuntos salvo la política y la grosería (Julia Smith, citada en Buc­
kingham, 1 987, p. 16).

La señora Whitehouse y el NVALA atacaron la serie desde la primera


emisión y sus quejas tuvieron una extensa y amplificada cobertura
mediática. Como afirma David Buckingham, en su libro Public Secrets:
EastEnders and its Audience:

Por supuesto, Mary Whitehouse reditúa bien a los diarios, y ofrece


más titulares "sexy"; y así todo, en alguna instancia los periodistas
parecen animarse a desafiarla y la obligan a responder. Sorpresiva­
mente, el diario Evenin9 Standard publica un reportaje el día previo a
la primera emisión del programa, el 1 8 de febrero de 1 985, en el que
sugiere que Whitehouse ya había protestado sobre EastEnders por su

1 76
Pánicos morales acerca de l sexo en las pantal las

"excesiva violencia". Por lo menos en este caso, parecería que para


generar alguna controversia la prensa sensacionalista fue capaz de
"hacerle una cama" (Buckingham, 1 987, p. 1 3 5).

Hay muchos ejemplos del modo en que los políticos junto con la "pren­
sa sensacionalista y el lobby de Whitehouse se alimentan mutuamen­
te" (Buckingham, 1987). En 1987, los ataques de Mary Whitehouse a
cada episodio de la telenovela eran cosa de todos los días en los dia­
rios. En la conferencia anual del NVALA se le unió en el escenario el
representante del Partido Conservador Gerald Howarth, quien so­
licitó a Whitehouse que se ocupara y apoyara su proyecto de "Ley
Anti-Obscenidad": ella a su turno alertó sobre los peligros de Eas­
tEnders: "es un peligro para nosotros y nuestros niños que permita­
mos que esta telenovela con su agresividad verbal y su atmósfera de
violencia física, sus homosexuales, los chantajes entre proxenetas y
prostitutas, mentiras, engaños y groserías continúe como si no pa­
sara nada" (Dairy News, 4 de abril de 1 987). La señora Whitehouse
tuvo una amplia cobertura mediática y logró que EastEnders se mo­
dificara. Sin embargo, el proyecto de Howarth no pasó y ella volvió
muy pronto a criticar los "excesos crónicos" de EastEnders, porque se­
gún su modo de ver la telenovela manipulaba inescrupulosamente las
mentes y los corazones de los niños que deben batallar contra lo que
expone la televisión. En julio de 1988, Mary Whitehouse protestó en
forma vehemente por el episodio donde el personaje de Kathy Beale
es violado impiadosamente. Los medios publicaron su pedido de una
disculpa pública por parte del presidente de la BBC, y se interpretó
como una victoria cuando la cadena de televisión comenzó a mos­
trar, antes de cada emisión de la maratón de fin de semana de la serie,
la advertencia acerca del contenido explícito de la telenovela. Whi­
tehouse sintió que su éxito influía en el clima político. The Dairy Te­
le9raph anunció "Thatcher amenaza limpiar la televisión" (9 de junio
de 1988), filtrando la información de que la Primera Ministra estaba
siguiendo con atención la programación de los medios como parte de

177
Kenneth Thompson

la campaña por un tercer período y para mejorar la salud moral de la


población. En 1 989, un capítulo de EastEnders mostró una pareja ho­
mosexual besándose en los labios y la escena produjo una expresión
conjunta de desagrado por parte del NVALAy el Partido Conservador,
apoyada por la prensa, que describió el episodio con lujo de detalles.
Con frecuencia, en su fascinación por los escándalos generados
por las telenovelas, las notas de los medios parecían dedicarse a ex­
plorar los límites de la conducta moral considerada aceptable. Existía
una preocupación por investigar distinto tipo de desviaciones, espe­
cialmente las vinculadas al sexo y la violencia:

A la prensa le resultaba conveniente comunicar y amplificar los re­


clamos de NVA LA , incluso si estos amenazaban con provocar un páni­
co moral. Pero al mismo tiempo, sus historias sostenían la inquietante
combinación de fascinación voyeurística y condena moral: llevaban a
la mirada pública aspectos de la experiencia privada permitiendo a los
lectores un piadoso atisbo de la conducta prohibida, pero procuran­
do mantener la distancia justa que les permitiera hacer juicios mora­
les (Buckingham, 1 987, p. 140).

En este sentido, puede ser que lectores o espectadores confluyan con


la prensa para ser afectados e incluso podrían haberse dejado llevar
por un pánico moral "simulado". Pero hasta qué punto experimenta­
ban realmente pánico moral causado po .. !o que habían visto, en vez
de padecerlo a causa de lo leído en los periódicos sobre programas o
películas, es algo difícil de establecer. Muchas cartas de queja recibi­
das por las autoridades de radiodifusión sobre supuestas emisiones
escandalosas en televisión parecían provenir de personas que habían
leído el mismo artículo sobre la película que jamás vieron. Ese fue el
caso, por ejemplo, con la cantidad de cartas recibidas a propósito de
la emisión de La última tentación de Cristo por el Canal 4 el 6 de junio
de 1 995, que incluyó la secuencia del sueño durante el cual Cristo
hace el amor con María Magdalena. El canal recibió cerca de 6.000

1 78
Pánicos morales acerca del sexo en las pantallas

quejas, y la Comisión de Televisión Independiente, otras 1 .400. Sin


embargo, el análisis de las cartas mostraba que muchas estaban fir­
madas por más de una persona, lo cual suponía un gran número de
firmantes que no habían visto la película; algunas de esas cartas ha­
bían sido realizadas por grupos de presión. El organismo de control
designado por la señora Thatcher para regular el contenido moral de
la televisión a través del Broadcasting Standards Council recibió 1 2
cartas con quejas sobre la película en el período junio-julio de 1 995,
una de las cuales estaba firmada por 906 personas, otra por 43 y una
tercera escrita en noviembre y firmada por 42 iglesias con un total
de 2.500 feligreses (el análisis de este caso fue parte de mi proyecto
de investigación para el ESRC, sobre "Regulación moral y televisión").
Los cruzados de la moralidad también comenzaban a expresar cier­
tos sentimientos de desilusión por el efecto que podría tener escri­
bir cartas y constatar con desaliento la falta de capacidad de poder
de los organismos de control, y entonces llamaron a boicotear a los
productos de las empresas anunciantes durante la emisión del film
que tanto los ofendía. Como lo explica John Beyer, secretario general
del NVALA: "Según nuestra experiencia, la corporación mediática es
impermeable a la crítica. Las empresas de televisión privada siguen
manteniéndose con los anuncios y son estos un objetivo legítimo para
nosotros si las televisoras no responden a nuestros reclamos de ma­
nera significativa" (The Observer, 18 de junio de 1995). La táctica tuvo
un éxito relativo y el Canal 4 fue obligado a pedir disculpas a Tesco y
a la agencia no gubernamental World Vision por ubicar sus anuncios
donde podrían identificarse por proximidad con la película La última
tentación de Cristo.
La señora Whitehouse se retiró de la lucha aunque siguió hacien­
do declaraciones públicas, y su trabajo fue exitoso para muchos: ella
misma era considerada con más respeto que antes y su campaña mo­
ral devino en un elemento que se sostendría de por sí en algunos pe­
riódicos como el Dairy Mail. Como destaca el diario progresista The
Guardian, en un artículo donde discute la campaña moral del Dairy

1 79
Kenneth Thompson

Mail contra el sexo en televisión y particularmente contra el Canal 4:

Durante los años ochenta, la única voz de protesta en cada caso era la
de Mary Whitehouse y su NVALA. Los miembros dóciles del Partido
Conservador en el Parlamento se acercaron a ella para constituirse
en el eje de las historias cuyos titulares comenzaban con frases como
"Tormenta sobre . . . " o "Furia contra . . . " o "Protestas en . . . ". Jeremy
Isaacs, tan vituperado en sus días de director de Canal 4 como Mi­
chael Grade lo es hoy, se refiere a todas esas historias como piedras
de la discordia. En los últimos cinco años, y habiendo creado un cli­
ma en el que el Canal 4 ha sido sinónimo de pecado, el Dairy Mail no
necesita ya de gente de afuera para provocar ninguna turbulencia.
Actualmente es algo asumido que los lectores solo necesitarían oír
hablar de otro programa "escandaloso". Toda la audiencia del Dairy
Mail es considerada una señora Whitehouse frustrada (The Guardian).

Así, cuando en 1993 apareció la autobiografía de la señora White­


house, Stuart Wavell comentó:

En el repaso del juicio de la muerte de Jamie Bulger se la llegó a con­


siderar precisamente una santa. Ahora, los treinta años de militan­
cia de su Asociación Nacional de Radioescuchas y Telespectadores
(NVALA) han sido reivindicados por los comentarios del juez sobre los
videos y un sentimiento común de preocupación y remordimiento.
Ella estuvo siempre en lo cierto, dijo, y acordaron varios (The Sunday
Times, 5 de diciembre de 1 993).

Por cierto, el discurso acerca de la necesidad de regresar a los valores


familiares basados en la religión que Mary Whitehouse y su movi­
miento tanto promovieron se transformó en un tema recurrente de la
retórica política a partir de 1 980, en parte como resultado del surgi­
miento potente de la ideología de la Nueva Derecha en Gran Bretaña
y en Estados Unidos. Sus puntos de vista fueron asumidos y promo-

180
Pánicos morales acerca del sexo en las pantallas

vidos por la primera ministra Margaret Thatcher y su sucesor, John


Major. Y, como concluye Wavell, "Whitehouse se contuvo de decir
'yo se lo dije' al ver salir a John Major y sus ministros abrazando sus
ideas para dirigirse a una nación cada vez más perpleja" (The Sunday
Times). El oponente de Major, líder del Partido Laborista, Tony Blair,
descubrió que él también debería buscar apoyo popular a través de los
medios, usando su mismo discurso, y eso incluía al Dai� Mail. En ese
sentido, la campaña moral había dejado su marca aun cuando lo defi­
nido en un momento como desviado fuese constituyéndose paulati­
namente en la norma y la "sociedad permisiva" que emergió allá por
los años sesenta estuviera ya establecida con mayor firmeza, espe­
cialmente en las representaciones y prácticas sexuales, en el amplio
rango que va desde la homosexualidad hasta las relaciones extrama­
trimoniales.
En tanto, la desregulación en la esfera económica dio paso a una
nueva regulación y también a otras regulaciones, porque la mayor
competencia en la industria de las comunicaciones así lo requeri­
ría (Thompson, K., 1 997). Pero como se ha descripto, en el caso de
la televisión es más fácil solicitar regulaciones que hacerlas efecti­
vas y eso deja a la gente frustrada e incluso más ansiosa en relación
con los riesgos y, por lo tanto, susceptible a los pánicos morales. Así
como la llegada de la televisión creó pánicos morales en la década
de 1960, los informes en la prensa sobre el desarrollo de las nuevas
tecnologías de la comunicación continúan siendo motivo recurrente
de pánicos y pedidos reiterados de más regulaciones. Se sabe que es
difícil poner las regulaciones en ejercicio efectivo aun a pesar de los
esfuerzos que realizan las autoridades nombradas a tal efecto por el
gobierno, como la Broadcasting Standars Council y el Independent
Broadcasting Authority. El desarrollo tecnológico parecería au­
mentar los riesgos mientras que, al mismo tiempo, ofrece soluciones
como el chip-v, que permitiría a los padres censurar el contenido que
consideran inconveniente para sus hijos. En 1 995, el Broadcasting
Standars Council informó que los canales satelitales hegemónicos

181
Kenneth Thompson

transmitían películas pornográficas en Gran Bretaña (The Guardian,


1 2 de julio de 1995). Hubo temores semejantes acerca de la disemi­
nación de pornografía a través de la red y el uso de las computadoras
entre los niños. Un investigador, cuya encuesta sobre la exposición
a material pornográfico a través de los discos rígidos del sistema in­
formático de las escuelas se publicitó ampliamente, advirtió, sin em­
bargo: "no creo que debamos crear un pánico moral sobre el acceso
a la pornografía a través de internet ni asustar a la gente" (The Guar­
dian, 16 de junio de 1 994). De todas maneras, incluso un periódico
serio como The Observer percibió que la amenaza era tan grave que
les dedicó unas páginas a historias de pornografía infantil en inter­
net (25 de agosto y 1 de septiembre de 1996). Esto fue despreciado
como noticia por usuarios de la red que culparon a los medios de
exagerar acerca de la escalada de pornografía disponible y recha­
zaron la regulación estatal al respecto. Si embargo el diario publicó
algunas de las doscientas cartas que había recibido en respuesta a su
primer informe; su contenido quizás esté reflejado en el titular de
la nota: "Su ataque demoniza a quienes disienten" (The Observer, 1
de septiembre de 1 996). El periódico continuó acentuando la mag­
nitud de la amenaza moral, citando a expertos acerca de que mucha
gente subestima la cantidad de pornografía infantil existente en la
red: "un promedio de casi 1 millón de fotos sexualmente explícitas
entre los 40 a 50 millones de páginas". Otro experto afirmó que su
estudio encontró que aproximadamente la mitad de los sitios más
visitados en internet son los que ofrecen pornografía y añadió: "la
mayor parte de la aldea cibernética es una zona roja" (The Observer,
1 de septiembre de 1 996).
Quizás sea indicativo del éxito de los cruzados morales el haber
establecido un discurso dominante en el que, cuando surge un nuevo
temor, también retornan los viejos términos clave. De modo tal que
un periódico como The Observer, que se considera a sí mismo contra­
rio a los pánicos morales, es capaz de afirmar en un artículo sobre
pornografía en internet que:

182
Pánicos morale s acerca de l sexo en la s pantalla s

Solo unos pocos temerarios preferirían permanecer en la red como


en un gueto tecnoanárquico. Si no evoluciona, "existe la posibilidad
real de que sea abandonada por los gobiernos, las empresas, escue­
las y familias que preferirían superautopistas alternativas", advier­
ten los expertos del gobierno. "Así como la gente prefiere trabajar,
comprar y jugar en zonas seguras y bien iluminadas, provistas de
vigilancia policial; así los usuarios del ciberespacio preferirán redes
claramente señalizadas y exentas de hostilidades, amenazas, mate­
rial o actividades inconvenientes" (The Observer, 1 de septiembre de
1 996).

Como la afirmación de NVALA sobre la amenaza de la televisión, y las


que realizara la prensa en relación con el pánico moral sobre mu99in9s,
para referirse a los temores habituales se utilizan expresiones y térmi­
nos como: miedo a la "anarquía", al "gueto", riesgo para los chicos y la
familia, la necesidad de más policía y nuevas leyes, y la nostalgia por un
entorno libre de todo riesgo. La modernidad aún está repleta de riesgos
y cada innovación tecnológica puede ser codificada dentro de una for­
mación discursiva preestablecida de modo tal que amplifique esos ries­
gos y cree un pánico moral. Cuanto más rápido se sucedan los cambios,
y cuanto más se combinen los medios con promotores de demandas y
activistas morales o ideológicos para amplificar los potenciales riesgos
implicados en la innovación, los episodios de pánico moral serán más
frecuentes.

183
CONCLUSIÓN

Hemos visto cómo el concepto de los pánicos morales fue acuñado en


los años setenta por sociólogos británicos a partir de las ideas de los
sociólogos norteamericanos sobre lo desviado y el comportamiento
colectivo. El concepto, luego recuperado para esas áreas disciplinares
por la sociología norteamericana, ocupó un modesto sitio entre los
estudios posteriores del comportamiento colectivo en los que se afir­
maba que las personas "se preocupaban intensamente por un tema
particular o por la percepción de una amenaza que, al ser medida por
indicadores concretos, resultaba no ser especialmente dañina" (Goode
y Ben Yehuda, 1994, p. 3). Es interesante resaltar que en tanto el con­
cepto sociológico de pánico moral fue relativamente olvidado por los
sociólogos británicos con posterioridad a los años setenta (de hecho
no aparece citado en ninguna de las ediciones de Sociolo9y, el libro
más vendido del sociólogo inglés Anthony Giddens), el término fue
utilizado con frecuencia por otras personas para describir la vertigi­
nosa sucesión de temores sobre el orden social y moral que generan
los medios masivos. Los sociólogos ingleses que inicialmente estu­
diaron el concepto se interesaban en tales fenómenos en tanto sínto­
mas de cambios y conflictos estructurales subyacentes, en particular
el impacto de los cambios económicos y sus respectivos conflictos
ideológicos en las distintas clases sociales.
En la década de 1980, sin embargo, el interés de los sociólogos se
centró en el crecimiento de la Nueva Derecha, en sus políticas econó-

185
Kenneth Thompson

micas (la desregulación) y en su ideología (rerregulaciones morales


y culturales). El concepto de pánico moral parecía menos relevante
porque focalizaba aparentemente sobre eventos esporádicos y dis­
cretos dándoles demasiada atención a los síntomas y no a los desa­
rrollos político-económicos subyacentes y sus correspondientes
tendencias ideológicas. Otros sociólogos prescindieron del concepto
porque parecía suponer la sujeción de las "representaciones" al jui­
cio de lo "real", más que concentrarse en las operaciones propias de
los sistemas de representación. Solo recientemente, en la década de
1 990, la rápida y continua sucesión de fenómenos descriptos como
"pánicos morales" ha comenzado a forzar una nueva evaluación, y se
ha vuelto a introducir la posibilidad de considerar los pánicos morales
como sintomáticos de creaciones más amplias en términos de signifi­
cación en lugar de considerarlos simplemente como episodios aisla­
dos de comportamiento colectivo.
La reevaluación del concepto da cuenta de algunos cambios. El
primer grupo de cambios es estructural: reestructuración y des­
regulación de la economía, inmigración y flujos internacionales de
población, cambios en la división del trabajo (incluidas las tareas do­
mésticas y las cuestiones de género). Estos cambios tienen efectos
profundamente inquietantes que producen en las personas sensación
de ansiedad y de estar en riesgo. El segundo grupo está compuesto
por los cambios tecnológicos, cambios en las tecnologías de la comu­
nicación tales como los acaecidos en la prensa gráfica, la transmisión
satelital, el cable, el video e internet. Todos ellos determinan un au­
mento de la competencia entre distintas fuentes de información y en­
tretenimiento y hacen más problemática su regulación (Thompson,
K., 1 997). En tercer lugar, y vinculado a lo anterior, los cambios cul­
turales que aumentaron con el "multiculturalismo" considerado en
sentido amplio: la fragmentación de culturas y los conflictos identi­
tarios, los estilos de vida y la moral. Más aún, las industrias culturales
devinieron centrales en la vida económica y social, de modo que el
impulso promotor de cambios culturales es permanente, lo cual pro-

186
Conclusi ón

voca resistencia y conflicto. Estos cambios implican también un es­


fuerzo mayor por rerregular lo cultural y lo moral, el surgimiento de
autoridades expertas en regulaciones y el ejercicio del poder a través
de matrices discursivas y vigilancia. Incluso en la esfera del conoci­
miento institucionalizado de las ciencias sociales y las humanidades
se ha producido un "giro cultural" que otorga un énfasis mayor a las
concepciones "discursivas" o culturales de la práctica social engen­
drando un nuevo campo de estudio interdisciplinar -los "estudios
culturales"- articulado en torno a la cultura (Stuart Hall, 1 997).
En el transcurso de la nueva evaluación se han considerado algu­
nos cambios sociales, económicos, políticos y tecnológicos que ofre­
cen las condiciones para la aparición de lo que Ulrich Beck (1 992)
denomina "sociedad del riesgo". Sin embargo, tales condiciones no
son por sí mismas suficientes como para determinar el surgimiento
rápido y sucesivo de distintos tipos de pánicos morales. Es preciso
observar las acciones de quienes producen y diseminan los discursos
que definen los riesgos y establecen su origen. En este libro se ana­
lizan los primeros estudios sobre pánicos morales, a partir de la in­
vestigación de Stanley Cohen sobre mods y rockers, los análisis que
sobre distintas subculturas juveniles y el pánico moral vinculado al
mu99in9 realizaron los investigadores del Centro de Estudios Cultu­
rales de Birmingham y también el trabajo de la sociología norteame­
ricana sobre la desviación y el comportamiento colectivo. Además,
el presente texto reúne análisis del discurso y la ideología para dar
cuenta de cómo tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos
los medios masivos dieron importancia a una formación discursiva
que articula el individualismo neoliberal y la nostalgia neoconser­
vadora por una edad de oro de la moral (imaginada como unidad na­
cional en torno a valores comunes). Los políticos y los comentaristas
mediáticos han sido preparados para jugar con el miedo de aquellos
a quienes el incremento del riesgo les genera mayor ansiedad. Mien­
tras, los grupos profesionales interesados en promover demandas
solicitan mayores recursos (por ejemplo: policía, trabajadores so-

187
Kenneth Thompson

dales y maestros) y se han preparado para ofrecer evidencias de la


crisis. Determinados medios responden a las presiones del mercado
compitiendo entre ellos por la exhibición de narrativas y espectácu­
los más dramáticos y con un fuerte contenido moral. Está en discu­
sión si el carácter de amenaza y riesgo de la sociedad moderna está
magnificado y si tiende a tomar la forma de pánicos morales en Gran
Bretaña a causa de factores tales como la pérdida de autoridad de las
élites tradicionales, la ansiedad sobre la identidad nacional frente al
aumento de las influencias externas y la diversidad interior, suma­
dos al carácter centralizado e "incestuoso" de los medios masivos de
comunicación.
Los pánicos morales no solo se experimentan en Gran Bretaña.
Debería quedar claro que este fenómeno es característico de la mo­
derna "sociedad de riesgo". La razón para tomar como caso de estudio
a Gran Bretaña es que ofrece una realidad particularmente favorable
como laboratorio para el estudio de los síntomas de patología social y
sus condiciones de producción, y ello debido a la frecuencia con que
aparecen los síntomas y el rápido contagio a toda la sociedad. Episo­
dios comparables, aunque quizás más locales, han surgido en los Es­
tados Unidos y en otras sociedades modernas en las que hay mayor
conciencia de los riesgos debido a la amplificación mediática y a las ac­
tividades de los promotores de demandas y emprendedores morales.
Sin embargo, tal vez no sea casual que la sociología británica haya
sido pionera en el estudio de los pánicos morales, respecto de lo cual
sigue siendo una de las más destacadas en la investigación.
Por fin, hemos intentado situar el estudio de los pánicos mora­
les dentro de una sociología de las moralidades, enfocándonos en las
transformaciones de las normas morales y las reacciones suscitadas
por ellas. Inspirados en los aportes de Foucault acerca de que la his­
toria de los discursos y las prácticas normativas concernientes a la
sexualidad en la sociedad moderna no son una mera cuestión de li­
beración o creciente "permisividad", sino del desenvolvimiento de
nuevas formas normativas, hemos observado que los pánicos mo-

188
Conclusi ón

rales a menudo son síntomas de tensiones y conflictos respecto de


cambios en las normas culturales y morales. Desde esta perspectiva,
los pánicos morales proveen un ejemplo preponderante del tipo de
"hechos sociales" sintomáticos que É mile Durkheim recomendaba a
los sociólogos considerar como objeto central de sus investigaciones.
Merecen ser considerados por lo que en efecto son: un concepto so­
ciológico clave.

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