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El intento del cine por reproducir la realidad, desde la incorporación del sonido, no
permite interpretaciones (ya que entrega todos los elementos). Es una reproducción
“simple” que atrofia la imaginación. El flujo de la conciencia se desplaza
temporalmente sin tener que hacer mayor esfuerzo que incorporar lo visto en la gran
pantalla. Su poder se encuentra mediatizado por la diversión, por el control del ocio.
El poder, no conforme con controlar las horas laborales del sujeto, intenta imponer
prótesis encargadas de divertir (por medio de las imágenes) y de des-informar (los
medios de comunicación). Este acercamiento sujeto-objeto, esta dependencia física
y emocional, le inculca a los seres humanos que no necesitan ser distintos, se les
presenta la idea de azar (“a cualquiera le puede pasar”). La industria ve a los
hombres como meros clientes (se les representa) / empleados (se les inculca el
sentido común), que viven en función de un ciclo inmutable.
Con la llegada del micrófono grandes líderes se alzaron y movieron enormes grupos
humanos. La forma de difundir comunicados se amplificó, como si hubieran
mejorado los músculos de la voz para llegar a más personas. La técnica ha
alcanzado tal nivel, que ya no solo crea objetos, si no que crea sujetos, las
masas. Aun así, el ser humano se forma por contradicciones. Así como esta
ampliación de sus facultades lo hace sentir superior, el no poseerlas, el disminuirse,
lo hacen sentir vergüenza ante una inminente pérdida de su cuerpo.
Por otro lado, al momento de constituir las masas, la propia civilización se vuelve
una prótesis, ser parte de ella se torna necesario para mantener el equilibrio, así
como la física obliga al cuerpo a mantener una homeostasis para poder funcionar
correctamente. La civilización y los avances tecnológicos y/o científicos obligan a
que el hombre se vuelva una máquina insertada dentro de tal sistema, un punto de
inflexión para el malestar creciente. El hombre se avergüenza y es obligado a
reprimir su pulsionalidad a cambio de la aceptación de las masas, momento en que
hace aparecer sus debilidades. Se crea una representación plausible de la vida que
los sujetos insertados en una cultura industrial no son capaces de evadir o
reconocer.
Este tipo de civilización que se encuentra tan ligada a la ciencia y las matemáticas,
se ha encargado de emplazar al ojo. Hoy el hombre ve con mejores condiciones,
más rápido o más lejos, puede ver más detalles y captar mejor las profundidades.
El ser humano nunca había mirado tanto.
La propia visión del cuerpo se ha visto alterada por la constante línea que cruzan
los objetos sobre el sujeto. Antes se podía pensar en un cuerpo aristotélico, el cual
es pensado en su imagen como una forma total y poderosa, pero la ciencia se
encargó de cambiar esta visión a la de un cuerpo cartesiano, aquel que se encuentra
articulado y fragmentado. Una superposición de la techne sobre la episteme.
La mayor justificación para entender el cuerpo cartesiano son las imágenes
digitales. Una imagen proyectada no es un lienzo por sí solo, sino que se compone
por miles de pixeles, pequeños códigos matemáticos casi imperceptibles, que en
bloque forman un significante.
Antes el ser humano era en “sí mismo” cuando se oponía a la sociedad. Ahora el
sujeto gira en torno a la falsa identidad de la tragedia, que si se eliminara, eliminaría
consigo al sujeto. El sujeto inserto en la industria cultural no es más que una ilusión
que solo se haya a sí mismo si no cuestiona “lo correcto”. Quien no se adapta
libremente a la industria cultural recae en la impotencia del solitario. Por eso, las
masas se encuentran esclavizadas a la ideología, al mito del éxito.
Walter Benjamin (1939), dirá que la reproducción no posee el “aquí y el ahora” del
arte. En ese sentido, la reproducción en masa colabora con la decadencia del “aura”
por querer acercarlo todo y por su tendencia a la repetición, el objetivo de las masas
se traduce en querer adueñarse del objeto. El arte se amolda al contexto y a las
tradiciones, en esta etapa de la historia la reproducción técnica emancipa al arte de
su condición ritual, puesto que se crea para ser reproducido y la autenticidad pierde
sentido. Se vuelve política, se ideologiza.
Para Stiegler, el primer hombre imitaba a los astros, quienes actuaban como
significantes en su vida. El hombre occidental actual, en cambio, posee un
imaginario tecnológico enfocado en avanzar. Este tecno centrismo busca poseer la
naturaleza. El hombre puro, al caer (“progresar”), se transforma en un hombre
cultural dominado por la técnica (porvenir).
El estrecho lazo que hoy existe entre sujeto y objeto se ha naturalizado con el paso
de los años (y de los avances tecnológicos). El ser humano extrapola sus órganos
en eficientes prótesis que se apoderan de él mismo. Lo someten. La cultura es la
mayor cómplice de esta situación, al moldearse según parámetros establecidos por
quienes se encargan de manipular y adormecer a la sociedad. El consumo de
artefactos innecesarios se sostiene al controlar incluso el tiempo libre que posee el
obrero cuando no está en la fábrica. Un cuerpo inepto y dócil es sometido
constantemente a la disciplina que ejerce el poder, pero en este caso no es tangible
ni directa, sino que la misma sociedad se encarga de imponer la opinión pública que
los medios de comunicación proponen (imponen), como la ley del más fuerte.