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¿En qué sentido podemos decir que el malestar se halla tanto en la

comunicación como en la imagen? Por: Dannae arias

El progreso técnico explica la ruptura que provocan ciertas revoluciones, pues la


técnica no es un hecho, sino un resultado. Cierto punto de vista condiciona al objeto
a ordenar la realidad según un sistema (general) dentro de una unidad temporal. La
técnica industrial es omnipresente, conduce a interdependencias, por ejemplo, en
el plano económico; si no hay técnica no hay trabajo. El objeto técnico industrial no
es inerte, pues transforma a los individuos técnicos. Además, se adapta a si mismo
(no en función de un entorno) y es independiente a la intención (por ser materia
inorgánica).

El malestar radica en el desvanecimiento de la separación entre sujeto y


objeto, convergencia que a su vez se ha instalado en el núcleo de la cultura
imperante. La agresividad innata de los hombres se ve suprimida por la industria
cultural. El control a su vez, genera malestar e insatisfacción en las masas.

La evolución ha dejado de ser meramente biológica. La técnica contemporánea


estrechó los lazos entre la ciencia y la economía, los que se han encargado de
perfeccionar al cuerpo humano, influyendo directamente en el desarrollo de la
civilización. El nuevo cuerpo-máquina basado en las prótesis que la industria ofrece,
tiende a la homogeneización, a la sumisión respecto a la producción de realidad
bajo el yugo de las masas. En la postmodernidad la cultura deja de sólo ser un
puente con el pasado y las tradiciones. Ahora la cultura establece parámetros,
exigencias y restricciones pulsionales que se imponen para el buen desarrollo de
una sociedad “cohesionada”. A más desarrollo de la cultura, existe un mayor
malestar del ser humano común.

La comunicación y la imagen cimientan la cultura. El malestar se instala de la mano


de la industria, pero ya sus atisbos existían con la implementación de las primeras
instituciones que le sirvieron al estado para completar éticamente a la nación. El
canon que el estado impone, el sentimiento de “querer llegar a ser” sin que
precisamente sea el bien mayor, en los siglos siguientes sirvió de base para que la
ciencia y la tecnología lograran el control de las masas.
Las llamadas prótesis, los artefactos que de principio significaban una ayuda
brindada por la técnica, hoy se apoderan del cuerpo en pos de ser un mejoramiento
de los órganos, más que el deseo inicial de ayudar. “Gracias a todos sus
instrumentos (a las aportaciones de la civilización), el hombre perfeccionó sus
órganos –tanto motores como sensoriales– o bien, amplió considerablemente los
límites de su poder. Las máquinas de motor le procuran fuerzas gigantescas tan
fáciles de dirigir a su voluntad como sus músculos; gracias a los barcos y aviones
ni el agua ni el aire pueden impedir su desplazamiento.” (Freud, S., 1929, P.X)

El ejemplo más claro es el concepto de comunicación, que en los primeros siglos


cumplía la función de ser un puente con el pasado, de entregar fábulas cara a cara
para preservar las tradiciones. Hoy la sociedad industrial ya no requiere honrar al
pasado, y la tecnología ha avanzado tanto que existe una retención terciaria que
encasilla a los nuevos métodos de reproducción. La comunicación busca
permanecer en el tiempo, es por esto que los avances tecnológicos, las maneras de
comunicar, los métodos y motivaciones se han desarrollado a pasos agigantados.
Ya no importa si no recordar el pasado como un rito común y luego centrarse en
guiar los futuros sentimientos de las masas, excluyendo todo anexo no necesario.

En este mundo mediado por la comunicación masiva, los avances tecnológicos y


los aparatos ideológicos del estado (viendo la gubernamentalidad como un refuerzo
del buen vivir, y no como como un método de vigilancia), la imagen digital no
reproduce la realidad, si no que se encarga de producirla. Se vuelve una prótesis
para la percepción, para la mirada y la conciencia.

El intento del cine por reproducir la realidad, desde la incorporación del sonido, no
permite interpretaciones (ya que entrega todos los elementos). Es una reproducción
“simple” que atrofia la imaginación. El flujo de la conciencia se desplaza
temporalmente sin tener que hacer mayor esfuerzo que incorporar lo visto en la gran
pantalla. Su poder se encuentra mediatizado por la diversión, por el control del ocio.
El poder, no conforme con controlar las horas laborales del sujeto, intenta imponer
prótesis encargadas de divertir (por medio de las imágenes) y de des-informar (los
medios de comunicación). Este acercamiento sujeto-objeto, esta dependencia física
y emocional, le inculca a los seres humanos que no necesitan ser distintos, se les
presenta la idea de azar (“a cualquiera le puede pasar”). La industria ve a los
hombres como meros clientes (se les representa) / empleados (se les inculca el
sentido común), que viven en función de un ciclo inmutable.

Con la llegada del micrófono grandes líderes se alzaron y movieron enormes grupos
humanos. La forma de difundir comunicados se amplificó, como si hubieran
mejorado los músculos de la voz para llegar a más personas. La técnica ha
alcanzado tal nivel, que ya no solo crea objetos, si no que crea sujetos, las
masas. Aun así, el ser humano se forma por contradicciones. Así como esta
ampliación de sus facultades lo hace sentir superior, el no poseerlas, el disminuirse,
lo hacen sentir vergüenza ante una inminente pérdida de su cuerpo.

Por otro lado, al momento de constituir las masas, la propia civilización se vuelve
una prótesis, ser parte de ella se torna necesario para mantener el equilibrio, así
como la física obliga al cuerpo a mantener una homeostasis para poder funcionar
correctamente. La civilización y los avances tecnológicos y/o científicos obligan a
que el hombre se vuelva una máquina insertada dentro de tal sistema, un punto de
inflexión para el malestar creciente. El hombre se avergüenza y es obligado a
reprimir su pulsionalidad a cambio de la aceptación de las masas, momento en que
hace aparecer sus debilidades. Se crea una representación plausible de la vida que
los sujetos insertados en una cultura industrial no son capaces de evadir o
reconocer.

Este tipo de civilización que se encuentra tan ligada a la ciencia y las matemáticas,
se ha encargado de emplazar al ojo. Hoy el hombre ve con mejores condiciones,
más rápido o más lejos, puede ver más detalles y captar mejor las profundidades.
El ser humano nunca había mirado tanto.

La propia visión del cuerpo se ha visto alterada por la constante línea que cruzan
los objetos sobre el sujeto. Antes se podía pensar en un cuerpo aristotélico, el cual
es pensado en su imagen como una forma total y poderosa, pero la ciencia se
encargó de cambiar esta visión a la de un cuerpo cartesiano, aquel que se encuentra
articulado y fragmentado. Una superposición de la techne sobre la episteme.
La mayor justificación para entender el cuerpo cartesiano son las imágenes
digitales. Una imagen proyectada no es un lienzo por sí solo, sino que se compone
por miles de pixeles, pequeños códigos matemáticos casi imperceptibles, que en
bloque forman un significante.

La cultura se basa en instaurar unidades sociales cada vez más grandes,


aminorando a su vez el despliegue y satisfacción de las pulsiones tanto sexuales
como agresivas y transformándolas en culpa. La cultura genera insatisfacción,
malestar que se incrementa en la misma medida que el desarrollo cultural.

Antes el ser humano era en “sí mismo” cuando se oponía a la sociedad. Ahora el
sujeto gira en torno a la falsa identidad de la tragedia, que si se eliminara, eliminaría
consigo al sujeto. El sujeto inserto en la industria cultural no es más que una ilusión
que solo se haya a sí mismo si no cuestiona “lo correcto”. Quien no se adapta
libremente a la industria cultural recae en la impotencia del solitario. Por eso, las
masas se encuentran esclavizadas a la ideología, al mito del éxito.

Se entiende que una sociedad sincronizada fomenta la homogeneización de ideas


por medio de suprimir las excepciones, es decir, hace creer a los sujetos que son
seres inmorales al querer demostrar su singularidad. Si la conciencia se vuelve
consiente de si al momento de ser proyectada, en esta época de industrialización
en masa, esta exteriorización es manipulada o más bien alterada. El sujeto por sí
solo ya no es el participante exclusivo en la constitución de su espíritu.

La rapidez de la comunicación digital impide desarrollar una mirada crítica respecto


a lo reproducido. Los medios de comunicación hipersincronizan las conciencias del
mundo. Esta tercera memoria ofrece y conforma un pasado común.

Walter Benjamin (1939), dirá que la reproducción no posee el “aquí y el ahora” del
arte. En ese sentido, la reproducción en masa colabora con la decadencia del “aura”
por querer acercarlo todo y por su tendencia a la repetición, el objetivo de las masas
se traduce en querer adueñarse del objeto. El arte se amolda al contexto y a las
tradiciones, en esta etapa de la historia la reproducción técnica emancipa al arte de
su condición ritual, puesto que se crea para ser reproducido y la autenticidad pierde
sentido. Se vuelve política, se ideologiza.

Estas máquinas vivas, al reorganizar lo orgánico, enajenan, controlan la


universalidad y crean costumbre, dependencia e inoperancia. La inversión
electrónica, más el tiempo globalizado, más la mercantilización democrática
conducen a un atropello tecnológico contra el ser humano.

Si bien Hegel en su teoría de la identidad ya preveía esta relación sujeto-objeto,


falló al concebir al sujeto como un ser absoluto (un sistema cerrado), pues una
construcción social no es absoluta. Si bien Horkheimer refuta esta teoría por
considerar sospechoso lo que se tilda de absoluto, Marcuse la acepta y la considera
la antesala de lo que será Heidegger y Dilthey. En ese sentido, este último
concuerda con Hegel respecto a que el objeto hace al sujeto al poner en duda que
el sujeto tenga una conciencia permanente. Adorno dirá que la dialéctica es un
“campo de fuerza” entre conciencia y ser, o en otras palabras, entre sujeto y objeto
(la idea de que la lógica debe ser dialéctica es una de sus pocas concordancias con
Hegel, puesto que incluso desde su primer libro (1930) Adorno ya lo refuta). Quien
sí defiende la dependencia mutua de producción sujeto-objeto es Husserl, desde el
punto de vista de la teoría mimética de la percepción (la mímesis solo trasciende en
la verdad sin imagen).

Para Stiegler, el primer hombre imitaba a los astros, quienes actuaban como
significantes en su vida. El hombre occidental actual, en cambio, posee un
imaginario tecnológico enfocado en avanzar. Este tecno centrismo busca poseer la
naturaleza. El hombre puro, al caer (“progresar”), se transforma en un hombre
cultural dominado por la técnica (porvenir).

El estrecho lazo que hoy existe entre sujeto y objeto se ha naturalizado con el paso
de los años (y de los avances tecnológicos). El ser humano extrapola sus órganos
en eficientes prótesis que se apoderan de él mismo. Lo someten. La cultura es la
mayor cómplice de esta situación, al moldearse según parámetros establecidos por
quienes se encargan de manipular y adormecer a la sociedad. El consumo de
artefactos innecesarios se sostiene al controlar incluso el tiempo libre que posee el
obrero cuando no está en la fábrica. Un cuerpo inepto y dócil es sometido
constantemente a la disciplina que ejerce el poder, pero en este caso no es tangible
ni directa, sino que la misma sociedad se encarga de imponer la opinión pública que
los medios de comunicación proponen (imponen), como la ley del más fuerte.

Toda cultura de masas se concentra bajo un monopolio, el que mientras más


conocido/masivo, más poder tiene sobre los sujetos. Este modelo cultural es el
culpable de crear una falsa identidad, medios de comunicación como el cine o la
radio mantienen una ideología que legitima la industria y por ende las líneas de
trabajo. La técnica en la industria cultural (junto con la producción en masa) es la
responsable de esta estandarización, que si bien en un principio surgió por
necesidad, ahora el sistema se sirve de eso en un círculo de manipulación.

En conclusión, todo lo que se encuentra dentro del mundo globalizado está


sumergido en la industria cultural, las mercancías culturales son asimiladas por los
consumidores y ellos mismos son forzados a perder su identidad. El
desvanecimiento del límite entre sujeto-objeto trajo consigo un malestar, una crisis
en el ser humano que se ve acrecentada por el control masivo, por el tratamiento
que poseen los medios de comunicación y la constante difusión de imágenes
digitales que reproducen una realidad producida/artificial y no natural.

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