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En Dorados días de sol y noche, la segunda parte de las memorias de Luis Antonio

de Villena que ha publicado recientemente la editorial valenciana Pre-Textos,


encontramos a un dandi e intelectual en plena juventud que se sumerje en la noche
madrilenñ a –esa de la que tanto se ha hablado- para explorar su homosexualidad.
Estas paá ginas suceden a El fin de los palacios de invierno, la primera parte de sus
memorias, donde narraba los recuerdos de su infancia y de su primera juventud.

Los hechos que aparecen descritos por el esencialmente poeta -aunque tambieá n
prolíáfico novelista y ensayista- en este nuevo volumen corresponden a los anñ os 70,
80 y principios de los 90. En eá l establece un recorrido por los diferentes personajes
que estuvieron junto a eá l en determinados periodos de tiempo –algunos maá s
extensos y otros maá s breves- y que influyeron y determinaron su caraá cter y su
formacioá n. Algunos de los maá s apreciados por el escritor a los que dedica unas
paá ginas de estas memorias fueron Juan Gil-Albert, Rosa Chacel, Jaime Gil de
Biedma, Vicente Molina Foix o Terenci Moix, que en ese momento constituíáan la
historia cultural viva de nuestro paíás.

De la misma forma que en sus memorias hasta el anñ o 74 su madre cobraba un gran
protagonismo, de aquíá en adelante los protagonistas son aquellos muchachos que
el autor iba buscando con el fin de satisfacer su placer esteá tico y su deseo eroá tico.
En estos anñ os de plena juventud, la madre pasa a ser una figura de proteccioá n y de
estabilidad econoá mica para Luis Antonio de Villena, quien acostumbraba a dormir
hasta bien entrado el díáa, dedicaba la tarde a trabajar en sus lecturas y sus libros y
a las diez de la noche salíáa para frecuentar ciertos bares, pubs y discotecas de la
noche de Madrid como el Santa Baá rbara o el O’Clock.

Dorados días de sol y noche comienza con los veintidoá s anñ os del autor, que poseíáa
en aquel momento una gran madurez intelectual y una vasta cantidad de
experiencias literarias, y a su vez una notable inmadurez en el aspecto sentimental;
pues en aquel momento de Villena todavíáa no habíáa tenido todavíáa ninguna
relacioá n ni experiencia sexual fuera de su cabeza. En aquel mundo reprimido por el
final del franquismo y por la moral de la iglesia catoá lica -al que sucedioá el popular
destape- la gente ardíáa en deseos de libertad y el deseo del autor tambieá n habíáa
estado hasta entonces sometido al ambiente de represioá n que habíáa instaurado en
Espanñ a.

En el paisaje nocturno, Luis Antonio de Villena comenzoá entonces –inocentemente-


a dar rienda suelta a su sexualidad y a su buá squeda hedonista del placer. Como
buen esteta obsesionado por el mundo grecolatino y el orden simbolista y
decadente conocido actualmente como “entre siglos”, en todos esos bares y antros
que visitaba buscaba satisfacer su deseo de un cuerpo masculino joven que
correspondiese a su ideal de belleza. Desde su melancolíáa, cada vez maá s profunda y
consciente, el escritor considera la juventud como el mejor regalo que se puede
poseer temporalmente y por esa razoá n durante todo el libro estaá presente esa
buá squeda por el cuerpo joven y bello que aspira a convertir en objeto de su deseo y
de sus caricias.

Para todo aquel que se haya sumergido alguna vez en el bello y –moderadamente-
transgresor de Luis Antonio de Villena, Dorados días de sol y noche supone una
lectura cuanto menos interesante. Pues Luis retrata en eá l algunos de los momentos
de mayor plenitud de su vida amorosa, sentimental e intelectual, convirtieá ndose a
síá mismo en un personaje maá s de sus novelas, explorando esa delicada líánea entre
la creacioá n literaria y la vida e impregnando toda su existencia de esa personal
poeá tica elegante y embriagadora que tanto cautiva a sus lectores.

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