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P o d e r , a l e g o rı́a y na ci ón en el

neoclasicismo hispanoamericano
Miguel Gomes
The University of Connecticut-Storrs

Los orı́genes del campo literario hispanoamericano moderno

Una de las vertientes más fecundas de la nueva crı́tica hispanoamericana


ha sido la revisión del siglo XIX partiendo del interés en los efectos de la
alegorı́a en la intrincada interacción de los que Pierre Bourdieu ha llamado
‘‘campo cultural’’ y ‘‘campo del poder’’ (Field –; Rules ). Según el
sociólogo francés, toda formación social se estructura mediante un conjunto
de campos jerárquicamente organizados, cada uno con sus propias leyes y
tensiones, pero unidos entre sı́ por homologı́as; una de ellas, si no la princi-
pal, consiste en una lógica ‘‘económica’’ que, unas veces, puede ser literal y,
otras, figurada o ‘‘eufemı́stica’’, poniéndose en juego poder o capital ‘‘simbó-
lico’’ (Rules –). Por la acumulación de este último que les permite a los
letrados, la alegorı́a codifica y legitima modos de adquirir prestigio y capaci-
dad de intervención en campos no precisamente artı́sticos o espirituales, por
lo que cabrı́a ver en ella, como lo hace Gordon Teskey, ‘‘el género logocén-
trico por excelencia’’, fundado en violencias veladas (), o, según Sayre Green-
field, una actividad no tan ‘‘radical’’ como ‘‘conservadora’’, o sea, destinada
menos a violar lo preestablecido que a crear lazos entre categorı́as que la
anteceden (). La equiparación que hizo Michael Ryan de cualquier forma
de conservadurismo y retóricas que dan preferencia a lo metafórico-alegórico

Hispanic Review (winter ) j 


Copyright 䉷  Trustees of the University of Pennsylvania
 i          : winter 

concuerda con esa opinión (–).1 Cuando el literato se atribuye el de-


recho de producir alegorı́as está diseñando puentes entre sus dominios
verbales y una sabidurı́a edificante, trascendente o, en todo caso, más impor-
tante que la de lo meramente artı́stico, a la cual da a entender que tiene
acceso (Teskey –). En otras palabras, el cultivo de discursos alegóricos se
erige como crédito que facilita al sujeto que opera en el campo cultural ob-
tener ganancias en el campo del poder y, a su vez, indirectamente ascender
en el de las clases sociales o fortalecer en él su posición. La alegorı́a en la
tradición occidental, como lo ha sostenido Umberto Eco, se ha integrado
desde hace mucho en complejos mecanismos de consecución y preservación
de autoridad (–).
Un artı́culo publicado en  por Fredric Jameson ha estimulado debates
acerca de la propensión de las literaturas subalternas a alegorizar lo polı́tico,
alentando una fructı́fera revisión de textos no usualmente estudiados desde
tales ángulos. Es el caso de los idilios novelescos iberoamericanos en Founda-
tional Fictions de Doris Sommer. Con todo, los reparos a Jameson en ese
trabajo se imponen como necesarios (Sommer –) y complementan la
crı́tica de Aijaz Ahmad a la reducción y homogeneización del Otro en la
enunciación jamesoniana.2 El error de Jameson, creo, no se encuentra en que
asevere que hay abundancia de alegorı́as nacionales en el ‘‘Tercer Mundo’’
()—los ejemplos sobran—, sino en que, pese a su inspiración marxista, el
crı́tico no coloque el fenómeno en contextos especı́ficos, dando pie a que
imaginemos ‘‘substancias’’ más o menos eternas. El objetivo de estas lı́neas
es contribuir a evitar tal esencialismo; para ello, se intentará describir en
condiciones sociales precisas el momento en que se incorporan en un sistema
las tendencias alegóricas nacionalistas que se registran en las letras hispano-
americanas.
Que en la región se hayan prodigado construcciones alegóricas—o ‘‘pos-
talegóricas’’: en deuda siquiera parcial con un género extinto (Van Dyke

. Teskey, desde luego, distingue su postura de las confusas ampliaciones de significado que cierta
crı́tica ‘‘postmoderna’’ ha querido dar a planteamientos de Walter Benjamin no sensatamente
separables de su contexto histórico inicial (–). Greenfield, con argumentos no tan matizados,
cuestiona incluso la fuente de esas ampliaciones (). En Ryan, como marxista que intenta deli-
near un terreno común con la desconstrucción, hemos de suponer una crı́tica velada de Paul de
Man, entronizador consecuente de lo ‘‘alegórico’’—en la lı́nea a la que alude Teskey—y represen-
tante del ala polı́ticamente contraria de los simpatizantes de Derrida.
. ‘‘We Americans, we masters of the world’’, escribe Jameson con buenas intenciones (), sin
que por ello la frase acabe conduciéndolo a una lucidez autocuestionadora total.
Gomes :    ,    ́     ́ j 

)—se explica por las circunstancias concretas en que se delineó el campo


literario moderno. Por éste entiendo aquel que comienza con la Guerra de
Independencia y se asocia a un referente nacional relativamente autónomo
que hasta nuestros dı́as sobrevive—se trata del ‘‘primer nacimiento’’ de la
cultura hispanoamericana, según Ángel Rama (). Ese campo, natural-
mente, durante casi doscientos años se ha modificado, por lo que Rama habla
también de un ‘‘segundo nacimiento’’ a fines del siglo XIX, absorbidas las ex
colonias españolas y portuguesas por el mercado capitalista mundial (). Lo
cierto es que, entre  y , cuando la literatura empezaba a definir su
función y a buscar un lugar en los Estados nacientes, la estética dominante
era neoclásica y ésta propiciaba la frecuentación de la alegorı́a o de sus com-
ponentes tı́picos.
En las páginas siguientes examinaré algunos escritos que con el paso del
tiempo—varios de ellos casi de inmediato—se recategorizaron como ‘‘mo-
numentos’’, en el sentido que Michel Foucault dio al término: trazos del
pasado que la colectividad ha llenado de memoria, construyendo un discurso
sobre su identidad, o sea, una historia, una tradición y un origen propios ().
Vincularé, a propósito, piezas concebidas por quienes las escribieron como
‘‘documentos’’, sin funciones estéticas, con otras desde el principio literarias:
por la relación homológica entre el campo ‘‘cultural’’ y el del ‘‘poder’’ me
parece necesario destacar la condición inestable o móvil de esos textos. Ne-
garla equivale a desdeñar el carácter social del arte y, no menos, a perder de
vista que lo alegórico o postalegórico ha persistido con tanta tenacidad en las
prácticas de numerosos escritores porque les permite insertarse según sus
intereses—conscientes o no—en una sociedad concreta cuyas partes dialogan
entre sı́ y con el todo.

Textos fundacionales y discursos alegóricos

Las manifestaciones alegóricas del neoclasicismo hispanoamericano distan de


ser simples. Sus raı́ces en la poesı́a y la prosa barrocas, por ejemplo, no debe-
rı́an desestimarse si se piensa en la presencia obvia de Quevedo o Francisco
Santos en Joaquı́n Fernández de Lizardi y la inesperada de Góngora en An-
drés Bello (Gomes –). La alegorı́a, sin embargo, se somete en el siglo
XVIII a un intenso escrutinio para ceñirla a los nuevos gustos. El didactismo
imperante podrı́a apuntarse como causa de su enfática adaptabilidad a di-
ferentes medios. Ignacio de Luzán la ve, desde Homero, sin importar el tipo
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literario, como la cualidad que distingue la ‘‘mentira’’ de la ‘‘ficción’’, engaño


instructivo (–): en términos teóricos actuales, eso ya la convertı́a en
aquel entonces más en una ‘‘modalidad’’ que en un ‘‘género’’ reconocible
(Fowler –, –; Angus Fletcher). Russell P. Sebold ha advertido que
incluso la cosmovisión neoclásica exigı́a abierta u oblicuamente una remisión
general del arte a lo entendido como naturaleza sólo expresable por un dis-
curso figurado en continua amplificación: si, aristotélicamente, el ‘‘arte era
naturaleza poetizada’’ y la naturaleza ‘‘arte sin poetizar’’ (), entonces
debı́an privilegiarse las formas literarias que restablecieran ‘‘alegóricamente’’
la unidad entre ambos (). La ubicuidad de lo alegórico se confirma en
América, asimismo, con su surgimiento tanto en registros argumentales
como formales del texto; pero no se detiene aquı́: en muchas oportunidades
puede involucrar al autor de carne y hueso en el horizonte imaginal y filosó-
fico que traza la escritura.
Antes de las primeras rebeliones criollas que se traducirı́an a la larga en
emancipación polı́tica continental—es decir, la de abril de  en Caracas y
la de mayo del mismo año en Buenos Aires—, los discursos en que la socie-
dad inmediata, local, se configuraba alegóricamente no eran escasos. Y un
vistazo a los costumbristas de fines del siglo XVIII, obsesionados por aleccio-
nar a sus coterráneos y corregir sus vicios, basta para probarlo. Caso cier-
tamente memorable es el del habanero Buenaventura Pascual Ferrer. En
, censurando los modales carnavalescos de los niños callejeros que asis-
tı́an a los bautizos y acosaban a los padrinos con cantos en los que lo afrocu-
bano intervenı́a, lo oiremos proclamar:

No se puede dar una cosa más soez y bárbara que semejante costumbre; y
que ésta dimana de la educación, siendo los padres de familia los únicos
que la pueden desterrar sin intervenir otra autoridad pública. Porque si
aquellos sembrasen en el corazón de sus hijos y de sus criados las verdade-
ras máximas de la sociedad y los corrigiesen y aun castigasen si fuese nece-
sario cuando se separasen de ellas, no sucederı́an éstos ni otros abusos [. . .]
Parece cosa cansada el repetir las máximas principales de educación por
suponerse ya sabidas, pero en el poco uso que de ellas se hace nos vemos
obligados a creer o que no se han sabido nunca o que ya están del todo
olvidadas. El padre de familia debe tener a sus hijos y esclavos siempre a
su vista en aquella edad en que forman su razón. ()

Los paralelos entre familia y sociedad pretenden conservar estructuras de


dominio, sólo que en ellas se propone favorecer al letrado: no cuesta dema-
Gomes :    ,    ́     ́ j 

siado observar que ası́ como el padre ha de educar a su familia literal y a la


figurada, servidumbre y mano de obra esclava, el escritor desempeña una
función idéntica en la familia aun más abarcadora que la cultura impresa
contribuye a organizar. No en balde el periódico que dirige Ferrer se titula
El Regañón y ‘‘regañar’’, según lo advertı́a la Real Academia Española, ya
significaba en la época ‘‘reñir familiarmente en las casas’’ (: ).
Como podrá percibirse en el texto que acabamos de releer, la comparación
de colectividad y familia, que tendrá posteriormente una larga vida en lo que
Sommer ha llamado national romances, antecede al afianzamiento de la no-
vela en Hispanoamérica. De hecho, la reflexión en torno a la etimologı́a de
la palabra patria fue adoptada como auténtico tópico por los neoclásicos de
ambos lados del Atlántico. Ocho años después de que Ferrer habı́a esbozado
su cuadro paternalista de la esclavitud, Manuel Quintana, poeta español que
tanto ascendiente tuvo entre americanos como Andrés Bello y Juan Cruz
Varela, sustentaba en su periódico El Semanario Patriótico que

[l]a voz de la patria tenı́a entre los Antiguos una acepción mucho más
estrecha que la que le han dado comúnmente los modernos. Con ella desig-
namos nosotros el estado o sociedad a que pertenecı́an, y cuyas leyes les
aseguraban la libertad y el bienestar. Su derivación misma, que parece venir
de padre y de familia, nos manifiesta que esta palabra envolvı́a siempre
relaciones de amor, de bien general y de orden. Por consiguiente, donde
no habı́a leyes dirigidas al interés de todos; donde no habı́a un gobierno
paternal que mirase por el provecho común; donde todas las voluntades,
todas las intenciones y todos los esfuerzos, en vez de caminar a un centro, o
estaban esclavizadas al arbitrio de uno solo, o cada uno tiraba por dirección
diversa, allı́ habı́a ciertamente un paı́s, una gente, un ayuntamiento de
hombres; pero no habı́a patria. ()

Que de inmediato Quintana agregara que la ‘‘energı́a’’ del patriotismo se


manifiesta ‘‘cuando las adversidades públicas le despiertan’’ () habrı́a de
persuadirnos de que la asociación definitiva de lo familiar y las iniciativas
poscolonialistas americanas acaso deba buscarse en la foundational nonfiction
que acompaña a la Guerra de Independencia.3 Lo que la novela después harı́a

. No empleo accidentalmente el adjetivo definitiva: la gestación de la asociación a la que me


refiero debió de haber sido lenta durante la Colonia, auspiciada principal aunque no exclusiva-
mente por las actitudes crı́ticas del criollo hacia el peninsular. El tema, desde luego, es demasiado
vasto para este artı́culo y ha sido muy explorado: en sus ‘‘Notas sobre la inteligencia americana’’
de , Alfonso Reyes evocaba un ‘‘espı́ritu’’ o un ‘‘modo de ser’’ que presagiaba el autonomismo
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con esa veta alegórica constituye un derivado o una prolongación. La razón


del éxito de tal discurso se halla en la visión acompasadora de escritos que
fundan la modernidad polı́tica hispanoamericana, en los cuales se tienden
fuertes lazos entre el plano del enunciado y el de la enunciación, formulán-
dose ası́ una teorı́a de la nación que a la vez asegura una cuota de poder
‘‘paternal’’ a la voz que la postula.
En la obra escrita de Simón Bolı́var, pronto cargada para sus lectores de
dimensiones sublimes, afines a lo sagrado o lo estético, la simultaneidad a la
que me refiero se capta. A ella ha de prestarse atención detenida, porque se
sitúa, como pocas, en el cruce de múltiples inquietudes polı́ticas y literarias
a escala continental. En la ‘‘Carta de Jamaica’’ () se presenta, en efecto, el
proyecto de una patria-continente cuya cohesión no elimina lo heterogéneo:

Es una idea grandiosa formar de todo el mundo nuevo una sola nación
con un solo vı́nculo que ligue sus partes entre sı́ y con el todo. Ya que
tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión deberı́a por
consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados
que hayan de formarse [. . .] ¡Qué bello serı́a que el Istmo de Panamá fuese
para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! ¡Ojalá que algún dı́a
tengamos la fortuna de instalar allı́ un augusto congreso de los repre-
sentantes de las repúblicas [. . .]! (Grases )

Por otra parte, igual de permeable a la alteridad se retrata el sujeto que forja
las nuevas naciones, instalado entre fronteras ontológicas, pues si bien la
geografı́a ofrece un continente demarcado con exactitud—‘‘poseemos un
mundo aparte, cercado por dilatados mares’’—, en ese marco se ha efectuado
un experimento inédito, lleno de ambigüedades:

Nosotros somos un pequeño género humano [. . .]; nuevos en casi todas


las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad
civil. Yo considero el estado actual de la América como cuando desplo-
mado el imperio romano cada desmembración formó un sistema polı́tico,
conforme a sus intereses o situación, o siguiendo la ambición particular de
algunos jefes; con esta notable diferencia: que aquellos miembros dispersos

ya ‘‘cincuenta años después de la conquista española’’ () y Mariano Picón Salas, en , alegaba
poder rastrear de la Conquista a la Independencia la ‘‘formación del alma criolla’’ ().
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volvı́an a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigı́an
las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de
lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte no somos indios, ni euro-
peos, sino una especie media entre los legı́timos propietarios del paı́s y los
usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por naci-
miento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a
los del paı́s, y mantenernos en él contra la invasión de los invasores; ası́
nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado. ()

Además de adelantarse al tipo de nacionalismo que Eric Hobsbawm ve surgir


en Europa después de , aquel en que cultura y lengua finalmente tienen
una función central (–)—lo que, dicho sea de paso, respalda el juicio
de Benedict Anderson que localiza entre criollos anglo e hispanoamericanos
el nacimiento del nacionalismo moderno ()—, la ‘‘Carta de Jamaica’’ es-
tablece un marco apropiado para la expansión de las alegorizaciones de lo
nacional. Si la nación depende no sólo de un ‘‘origen’’ (natio) sino también
de una ‘‘lengua’’, un ‘‘gobierno’’ y otros factores en un infatigable movi-
miento entre polos, no es de extrañar que el escritor de la época, conocedor
de los ideales miméticos del arte antiguo y el neoclásico, estuviera consciente
de que lo que se solı́a denominar ‘‘fondo’’ y ‘‘forma’’ fuesen sin exclusión
terrenos aptos para el ejercicio alegórico nacionalista: uno y otro, especular-
mente, debı́an compartir una imagen. La ideologı́a no se desprende, por lo
tanto, de una disciplina verbal autorizada por la tradición poética y oratoria.
La misma ‘‘Carta’’ se entrega a esa sincronı́a: a pesar de ser un texto informa-
tivo, dirigido a un caballero inglés de Jamaica, y por extensión al ‘‘mundo
exterior’’ que no está familiarizado con las convulsiones bélicas en el imperio
español, no reniega de una disposición artı́stica (repárese en el ‘‘¡qué bello!’’)
con indudables referentes clásicos en el aspecto elocutivo (ya hemos trope-
zado con sı́miles explı́citos: Panamá puede ser como Corinto; la Independen-
cia es como la caı́da del imperio romano) y, desde luego, en el genológico
que, hasta donde se lo permiten sus medios, ‘‘copia’’ el objeto (para tratar de
Panamá-Corinto o de la desintegración de este ‘‘imperio romano’’ las epı́sto-
las doctrinales al estilo grecolatino son oportunas).
La imaginerı́a de esas disquisiciones polı́ticas poco a poco, por acumula-
ción, construye una sutil narración que adquiere el perfil de las antiguas
alegorı́as. Piénsese en el retrato de la guerra entre americanos y peninsulares
como drama familiar articulable a medida que avanza nuestra lectura: pri-
mero, el hecho de que ‘‘el destino de la América se ha fijado irrevocable-
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mente; el lazo que la unı́a a España está cortado’’ (); después, las causas,
entre las que se cuentan una madre monstruosa, la Penı́nsula: ‘‘todo lo sufri-
mos de esa desnaturalizada madrastra’’ () y la restitución de la honra o la
paz a una madre verdadera, la tierra, la cual, se insinúa, ha sido violada por
la Conquista: ‘‘Nada ahorran los españoles con tal que logren someter a los
que han tenido la desgracia de nacer en este suelo, que parece destinado a
empaparse con la sangre de sus hijos’’ (). La mención exaltadora de Bar-
tolomé de Las Casas en la ‘‘Carta’’ refuerza con lo mejor de la ética cristiana
esta lı́nea argumental (). La madrastra va cargándose de energı́as sobrena-
turales, hasta rozar lo demonı́aco; con ello se justifica invocar en nombre del
bien la ayuda de la civilización moderna y capitalista, que ha de luchar contra
un pasado monárquico y feudal equiparado al mal: ‘‘¿Y la Europa civilizada,
comerciante y amante de la libertad permite que una vieja serpiente por sólo
satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte de nuestro globo?’’
(). El amparo que se solicita a la civilización se hace en nombre del pro-
greso: ‘‘[España] además de privarnos de los derechos que nos correspon-
dı́an, nos dejaba en una especie de infancia permanente’’ (); y se hace
también modulando el relato familiar hacia el deseado establecimiento de un
nuevo parentesco, esta vez con el mundo progresista dominado por la cul-
tura inglesa, cuyo reciente enfrentamiento con los desmanes napoleónicos
trata de aprovecharse—ayudar a Hispanoamérica implica seguir sanando las
heridas abiertas por el imperialismo francés: ‘‘Cuando las águilas francesas
sólo respetaron los muros de la ciudad de Cádiz, y con su vuelo arrollaron a
los frágiles gobiernos de la Penı́nsula, entonces quedamos en orfandad’’
(). En el nuevo orbe, los hispanoamericanos miran con respeto a sus pa-
rientes adoptivos y tratan de adaptarse a ellos—en la medida de sus posibili-
dades: éstas incluyen transiciones dictatoriales benignas hacia una
democracia futura; el rigor del dictador ilustrado llevará a cabo el ideal de
educar las masas:

En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes


polı́ticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas ente-
ramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a
ser nuestra ruina. ()

De vez en cuando las analogı́as con una historia de familia se aderezan


con otras de la tópica antigua: materia y espı́ritu, cuerpo y mente. En esta
ramificación, precisamente, hay un asomo de la teorı́a racial de Bolı́var. Los
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ingleses o norteamericanos, se afirma, no deberı́an temer que el antiguo im-


perio español caiga en manos de las mayorı́as bárbaras de origen no europeo;
el ahijado o hijo adoptivo que han de recibir en su seno tiene buena salud y
el cuerpo (indı́gena, negro, pardo, criollos conservadores, podemos suponer)
pronto estará en posición de obedecer a la mente (criollos reformadores):
‘‘Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra
regeneración [. . .] Por fortuna, entre nosotros la masa ha seguido a la inteli-
gencia’’ (). Tener en cuenta la circunstancia venezolana es imprescindible
para comprender a qué se refiere este pasaje. La ‘‘Carta de Jamaica’’, en
efecto, se redacta luego de la caı́da en  de la ‘‘Segunda República’’ por la
acción de una masa en su mayorı́a de pardos y negros cuyos resentimientos
de clase contra los terratenientes habı́an sabido estimular blancos como el
caudillo asturiano José Tomás Boves. Si se observa la conducta bolivariana
de los años siguientes, se advierte que una de las razones de sus triunfos
polı́tico-militares fue el enfoque socio-racial que dio a sus campañas. Como
Boves, Bolı́var se empeñará en captar las simpatı́as de los no blancos procla-
mando en , por ejemplo, la emancipación de los esclavos; pero también,
en , para mantener en un juego doble las lealtades criollas, hará fusilar al
patriota mulato Manuel Piar, acusado de promover una guerra de razas
(Grases –). La ‘‘Carta de Jamaica’’, ası́, es uno de los primeros escritos
públicos en que Bolı́var elabora discretamente una disciplina racial, y ésta se
profundizará en otros escritos privados hasta el fin de sus dı́as. Una carta de
 a Juan Paz del Castillo describe la ‘‘pardocracia’’ ecuatoriana como ‘‘ta-
maño mal’’ (Lecuna : ); otra misiva del mismo año a José Antonio Páez
ve la tensión de razas venezolana como un ‘‘inmenso volcán a nuestros pies’’
(Lecuna : –) y, en , le recordará a Pedro Briceño Méndez que hay
una ‘‘enemistad natural de los colores’’ (Lecuna : ). En pocas palabras,
alegorizar a los revolucionarios criollos como la ‘‘inteligencia’’ los dotaba de
la autoridad iluminista que justificaba su posición de rectores de la nueva
nación; pero no podemos perder de vista que ella encubre el mismo poder
paternal que previamente habı́amos encontrado en Buenaventura Pascual
Ferrer: lo único que ha variado, y no en exceso, ha sido el lenguaje figurado;
el ‘‘padre’’ del cubano equivale al hombre ‘‘inteligente’’ del venezolano.
La ‘‘Carta de Jamaica’’ vislumbra un final ‘‘feliz’’ tras los sinsabores de la
guerra. La marcha del progreso no se detendrá; éste, que ya se habı́a despla-
zado de las viejas civilizaciones orientales a la modernidad occidental, em-
pieza a hacerlo del continente europeo a sus islas y antiguas colonias
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americanas. El padrinazgo anglo-estadounidense facilitará una ansiada ma-


durez a tono con designios globales:

Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal, [. . .]
las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado a Europa
volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo. ()

La protección que se solicita ha de entenderse como un recurso más que un


fin, parte de una táctica de guerra, como lo recalca la cautela que con el paso
del tiempo mostrarı́a Bolı́var, en distintas oportunidades, hacia la interven-
ción norteamericana en la región: los padres adoptivos pronto han de ceder
su lugar a un padre natural—y ¿quién más apropiado para desempeñar ese
papel que alguien que se habı́a levantado en armas y describı́a todo un con-
tinente como una indefensa niña? Aun los admiradores incondicionales de
Bolı́var han admitido que su concepto de las sociedades americanas fue ‘‘un
poco paternalicio’’ (Blanco-Fombona ).
En resumidas cuentas: la alegorı́a nacional que traza la ‘‘Carta de Jamaica’’
lleva adelante una campaña de obtención de poder simbólico que no sólo
imita sino que coopera con la campaña personal paralela desarrollada en los
campos de batalla y cuyo principal objetivo es la obtención de poder polı́tico
concreto. La adquisición de autoridad se logra por medios tan heterogéneos
como la América hispana: comparaciones implı́citas entre el escritor de hoy
y los admirados antiguos, paganos o neotestamentarios, que acudieron tam-
bién al género de la epı́stola doctrinal; esbozo de similitudes entre la sa-
bidurı́a de los rectores del mundo clásico, que armonizaron la diversidad
griega, y los que desean repetir esa hazaña en un imperio a punto de fragmen-
tarse; insinuación de que la ‘‘inteligencia’’—y quien escribe con tanta lucidez
un vasto panorama continental, sin duda, ha de ser una personificación de
ella—está en capacidad de gobernar a la ‘‘masa’’ con sabia mano autocrática.
La creación de ese Bolı́var simbólicamente poderoso le dará a Bolı́var mismo,
muy pronto, dividendos polı́tico-militares, produciéndose la conversión de
lo inmaterial en material a la que Bourdieu hizo referencia en numerosas
ocasiones (Swartz ). Ya para  la iconografı́a pública lo representaba
como ‘‘Padre de la Nación’’ en cuadros o grabados que formalmente asumen
lo alegórico (Ades ).
Otros textos fundadores que debemos a Bolı́var convergen en ese tipo de
operaciones retóricas, que, por supuesto, aprovechan, con obvios préstamos
clásicos, el arsenal de topoi del discurso ilustrado. En el célebre ‘‘Decreto de
Gomes :    ,    ́     ́ j 

Guerra a Muerte’’ () se percibı́a antes de la ‘‘Carta’’ una concentración


de tropos y figuras de resonancias no exactamente documentales. La misión
de los patriotas es ‘‘romper las cadenas de la servidumbre’’ y hacer que ‘‘desa-
parezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y
han cubierto de sangre’’, vengando, ası́, la ofensa que se ha hecho a ‘‘los
hijos de América’’ (Grases ). Los americanos que han traicionado la causa
patriótica son ‘‘hermanos’’ que ‘‘el error o la perfidia ha extraviado de la
senda de la justicia’’ (). El clı́max de la alegorı́a familiar es la paradoja del
párrafo final, que recurre al pathos para dar fuerza, soslayando incluso nocio-
nes básicas y racionales de justicia, a los lazos de parentesco con los que se
equipara la nación; en otras palabras: la verdadera familia ante todo. Tal
argumento tiene, claro está, el propósito de persuadir a los ‘‘hermanos’’ rene-
gados: ‘‘Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes,
si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. America-
nos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables’’ (). Nuevamente, la
matriz retórica de la totalidad del texto pertenece a la tradición clasicista—
recuérdense ciertos paradigmas polı́ticos del Renacimiento como los encar-
nados por César Borgia, en cuya espada se leı́a el lema Aut Cæsar aut
nihil4 —, pero respaldada por otra fuente de autoridad, la bı́blica (Mateo
, ).
En el Decreto la totalización abrumadora, sin embargo, admite una salve-
dad que delata el carácter no natural de lo nacional: el equivalente temprano
del proceso moderno de nacionalización, mediante el cual alguien que no sea
‘‘hijo’’ de un suelo puede alcanzar el rango de descendiente adoptado; ‘‘los
españoles que hagan servicios al Estado’’, asevera Bolı́var, ‘‘serán reputados y
tratados como americanos’’ (). Esa concesión al artificio—en el sentido
positivo de la palabra: hay actos humanos que compensan los hechos de-
terminados por la biologı́a o la geografı́a—, probablemente, es una manera
crı́ptica que elige el discurso de contrabalancear una de sus aporı́as más
evidentes, que, lı́neas atrás, habı́a amenazado con destruir cualquier coheren-
cia que quisiera dársele a la fundación de la nueva nacionalidad ‘‘americana’’
o ‘‘[gran]colombiana’’:

Todo español que no conspire contra la tiranı́a en favor de la justa causa


por los medios más activos y eficaces será tenido por enemigo y castigado

. Debo el dato al profesor Franco Masciandaro, a quien agradezco la provechosa referencia a


John Leslie Garner ().
 i          : winter 

como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado


por las armas. ()

¿Cómo castigar a un español por ‘‘traidor a la patria’’ si lucha por los intere-
ses de España, en guerra con los americanos rebeldes? La contradicción ho-
mologa el ‘‘caso complicado’’ que apuntará Bolı́var en la ‘‘Carta de Jamaica’’,
pero revela de igual modo el acto de imaginación y violencia lógico-verbal
que acompaña a la invención de un paı́s.
En el extremo opuesto del espectro expresivo bolivariano, ‘‘Mi delirio
sobre el Chimborazo’’ () independiza el discurso alegórico de los con-
textos legislativos o informativos, acercándolo sin tapujos a los ámbitos de
la ‘‘ficción’’ neoclásica—de allı́ el confeso ‘‘delirio’’. Una primera persona
fácilmente asociable al Bolı́var real por su recorrido geográfico y sus ideales
se inscribe con franqueza en un sistema tropológico extendido:

Yo venı́a envuelto con el manto de Iris, desde donde paga su tributo el


caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Habı́a visitado las encantadas fuen-
tes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo [. . .] Ninguna planta
humana habı́a hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la
Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. (Blanco-
Fombona )

En las alturas del Chimborazo y en medio del ‘‘delirio febril’’ que la posesión
del ‘‘Dios de Colombia’’ produce, el Tiempo, hoz en mano y ‘‘cargado con
los despojos de las edades’’ se presenta y le da a entender al ‘‘niño o viejo,
hombre o héroe’’ al que el envanecimiento tienta que todas sus acciones
son nada comparadas con ‘‘el Infinito, que es mi hermano’’ (). Cuando el
‘‘fantasma’’ desaparece, el hablante siente el impulso de escribir, señalando
que su discurso constituye el punto de encuentro de lo soñado y lo vivido
(y, no menos, que la América independiente ‘‘ha sido’’ o ‘‘es’’ otra plasma-
ción de la locura creadora del hablante):

Absorto, yerto, por decirlo ası́, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre
aquel inmenso diamante que me servı́a de lecho. En fin, la tremenda voz
de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias
manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.
()
Gomes :    ,    ́     ́ j 

No es de extrañar que tal encrucijada se haya captado en el nacionalismo,


que aquı́, continuando el proceso de aceptación de las aporı́as de lo nacional
que he advertido en el Decreto de guerra a muerte, delata su ı́ndole de ‘‘cons-
trucción’’ ideológica y no de cualidad o estado ‘‘innato’’ (Gellner –;
Hobsbawm ), sustentado el artificio por las alegorı́as, es decir, relatos o
fragmentos de relatos que subrayan la convencionalidad y figuratividad del
lenguaje, puesto que remiten a otros relatos y no a las ‘‘cosas’’ a los que éstos
se refieren (De Man, Blindness ; Allegories ; Aesthetic –).
Un vistazo a otros escritos de Bolı́var prueba su conciencia de que el um-
bral entre lo fantasmagórico o mental y lo tangible en la circunstancia in-
dependentista era muy transitable: en sus no menos famosas cartas a José
Joaquı́n de Olmedo, donde lo vemos ejercerse desembarazadamente en la
crı́tica literaria, con buenos conocimientos de Boileau y coqueteando incluso
con el humorismo, se refiere a sı́ mismo en tercera persona—puesto que es
uno de los personajes de la poesı́a olmediana—(Blanco-Fombona ) y a la
guerra como ‘‘nuestra pobre farsa’’ ().
La imitación mutua de lo escrito y lo vivido que sugiere Bolı́var está, indu-
dablemente, en lo más original del pensamiento emancipador. En el caso de
Simón Rodrı́guez, maestro del ‘‘Libertador’’, los ejemplos son ilustrativos de
manera literal, puesto que en las diversas ediciones o, mejor dicho, versiones
de su Sociedades americanas (, , ) se advierte que ‘‘la forma es un
modo de existir’’ () y que hay un ‘‘arte de dibujar Repúblicas’’ (Sociedades
americanas en , ). El nacimiento de nuevas sociedades tiene que estar
acompañado de medios novedosos de expresión, sobre todo escritos, y la
‘‘logografı́a’’ que Rodrı́guez inventa—‘‘Inventamos o erramos’’ es una de sus
sentencias más lapidarias (Sociedades americanas en , )—constituye el
necesario correlato de la nación que va consolidándose. El ‘‘Pródromo’’ de
la obra gráficamente establece las vidas paralelas de lengua (que es indisocia-
blemente escritura para un defensor aguerrido de la libertad de imprenta, él
mismo cajista) y de gobierno:

PARALELO entre
la LENGUA y el GOBIERNO

. .
El dogma de cualquier lenguaje es El Dogma de esta función es . . .
Hablar para entenderse Llevar una o más acciones a un fin
determinado.
 i          : winter 

Se supone como principio fundamental


que gobernar no es un acto simple; sino
la reunión de cuatro actos contraı́dos
a un solo objeto.
la articulen ordenar
todos los la canten del mismo dirigir
nativos la construyan modo regir y
y la escriban mandar.

. .
En la Sintaxis reposa principalmente el Dogma. En el régimen reposa principalmente el Dogma.

la Ortologı́a La disciplina del Gobierno es . . .


y son de Disciplina mantener en vigor la acción particular
la Prosodia y
en buen orden la acción general.
Su economı́a es proteger la acción.
No se protege sin ayudar, y se ayuda de
cuatro modos.
La Ortografı́a es de Economı́a. designando
y movimientos
asignando

guiando en unos casos


y a los agentes.
conduciendo en otros.
(Sociedades americanas )

Que la logografı́a de Rodrı́guez dibuje el pensamiento no debe separarse del


imperativo educativo que persiste en cada una de sus páginas, empleadas tal
como una pizarra—lo cual encierra otra alegorı́a, sólo que crı́ptica, reservada
a los ya ilustrados: el intelectual que postula como fundamentales estas in-
venciones librescas en el proceso de cristalización de lo nacional reclama el
papel de maestro de la nación, y, de hecho, Rodrı́guez se interesó en proble-
mas de instrucción pública y fue pedagogo (). El letrado—sin los reaccio-
narismos propios de la ‘‘ciudad letrada’’, si atendemos en este punto a la
Gomes :    ,    ́     ́ j 

apologı́a que hace Rama de Sociedades americanas ()—persigue poder sim-


bólico poniendo en claro las equivalencias que hay entre éste y el poder
polı́tico. Es más: a la autoridad de la figura de maestro-fundador de patria
Rodrı́guez añade otras capas alegóricas que hemos percibido como conven-
cionales en la ilustración americana, entre ellas el relato familiar, que harı́a
del maestro y el dibujante de naciones un ‘‘padre’’ de la colectividad:

de Lógica en los padres


Por falta de Celo en los gobiernos, y
de Pan en los Maestros

leyendo sin boca y sin sentido


Pierden los niños pintando sin mano y sin dibujo
el tiempo calculando sin extensión y sin número

(Sociedades americanas )


En su Defensa de Bolı́var Rodrı́guez recalca que su discı́pulo merece el
respeto de las nuevas naciones porque ‘‘los americanos deben considerarlo
como un padre’’, lo cual corrobora que en la red imaginal diseñada el sitio
que se reserva al letrado está junto al del héroe (‘‘Defensa’’ ).

Campos y jerarquı́as

Luego de lo anterior, el inventario exhaustivo de textos de creación publica-


dos durante el proceso independentista resulta innecesario para probar la
importancia de la alegorı́a en la época y las coincidencias de sus modalidades
elocutivas y enunciativas. Basta traer a la memoria ejemplos mayores.
En ‘‘Los paseos de la experiencia’’ de José Joaquı́n Fernández de Lizardi
hallaremos viajes aéreos en el que personificaciones del Tiempo y la Expe-
riencia enseñan al narrador protagonista dónde está la cordura—lo que la
sociedad olvida—y dónde la locura—lo que la sociedad entroniza, mundo al
revés de las vanidades—, y en la conclusión, como en ‘‘Mi delirio sobre el
Chimborazo’’, el viajero despierta en su cama ‘‘en estado de poder escribir a
mis hermanos estas breves lecciones que me dio, aunque entre sueños, la
experiencia’’ (). El escritor es ‘‘hermano’’ de sus compatriotas, pero ha de
 i          : winter 

entenderse que se trata de un ‘‘hermano mayor’’ cuya experiencia ha de ser-


vir de guı́a: no dista demasiado su tutorı́a colectiva de la que insinuaba Bue-
naventura Pascual Ferrer en sus artı́culos de costumbres.
La influyente ‘‘Alocución a la Poesı́a’’ () de Andrés Bello, con la cual
el argentino Juan Marı́a Gutiérrez encabezarı́a la primera antologı́a de poesı́a
hispanoamericana, la América poética (), se abre con una invitación a
que la diosa, amante de la naturaleza, se traslade de la demasiado civilizada,
incluso decadente Europa al Nuevo Mundo, donde todavı́a lo bucólico podı́a
armonizar con el progreso: nótese que se trata, justamente, del itinerario de
Oriente a Occidente con que concluye la ‘‘Carta de Jamaica’’. Por otra parte,
la forma elegida por Bello, la ‘‘silva’’, alegoriza métricamente la cualidad aún
maleable y natural que se atribuye al continente para el cual quiere fundarse
una poesı́a: la escritura participa miméticamente de la sustancia silvestre
americana (Gomes –)—no es ilógico, entonces, esperar que se le tribute
al poema el respeto que la patria misma exige para sı́. Ello completa la auto-
exaltación del poeta que se compara con un nuevo Virgilio, o sea, el vate
nacional:

Tiempo vendrá cuando de ti inspirado


algún Marón americano, ¡oh diosa!
también las mieses, los rebaños cante,
el rico suelo al hombre avasallado,
y las dádivas mil con que la zona
de Febo amada al labrador corona;
donde la cándida miel llevan las cañas,
y animado carmı́n la tuna crı́a,
donde tremola el algodón su nieve,
y el ananás sazona su ambrosı́a;
de sus racimos la variada copia
rinde el palmar, da azucarados globos
el zapotillo, su manteca ofrece
la verde palta, da el añil su tinta,
bajo su dulce carga desfallece
el banano, el café el aroma acendra
de sus albos jazmines, y el cacao
cuaja en urnas de púrpura su almendra. (vs. –)

Aunque el autorretrato se disimule en una preterición—lo que se dice que


ocurrirá está ocurriendo en la digresión relativamente extensa—, la publica-
Gomes :    ,    ́     ́ j 

ción de la muy virgiliana ‘‘Agricultura de la zona tórrida’’ tres años después


aclara por medios intertextuales cualquier duda sobre la identidad del hipo-
tético ‘‘Marón’’. El traslado de la alegorı́a erótico-familiar de la ‘‘Alocución’’
(‘‘la zona / de Febo amada’’) a los primeros versos de la ‘‘Agricultura’’
(‘‘Salve, fecunda zona, / que al sol enamorado circunscribes / el vago curso’’)
integra aun más ambos poemas, en los que el himeneo de trópico y sol actúa
como nueva fuente de nacionalidad, pero en los que también los héroes, en
particular Bolı́var, se consubstancian con esa naturaleza y reclaman su de-
recho a ser ‘‘progenitores’’. En la ‘‘Alocución’’ es célebre la comparación de
Bolı́var y el Samán de Güere, árbol en más de una ocasión cantado por Bello:

Mas no a mi débil voz la larga suma


de sus victorias numerar compete;
a ingenio más feliz, más docta pluma,
su grata patria encargo tal comete;
pues como aquel samán que siglos cuenta,
de las vecinas gentes venerado,
que vio en torno a su basa corpulenta
el bosque muchas veces renovado,
y vasto espacio cubre con la hojosa
copa, de mil inviernos victoriosa;
ası́ tu gloria al cielo se sublima,
Libertador del pueblo colombiano;
digna de que la lleven dulce rima
y culta historia al tiempo más lejano. (vs. –)

Y en ‘‘La agricultura’’ es asimismo conocida la postulación final que hace la


Fama del linaje de las nuevas naciones:

hijos son éstos, hijos


(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junı́n, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España. (vs. –)
 i          : winter 

La victoria de Junı́n (–) de José Joaquı́n de Olmedo, igualmente,


además de todo su aparato mitológico ‘‘rimbombante’’, según el decir de
Bolı́var (Blanco-Fombona ), termina con el establecimiento de paralelos
alegóricos entre la actividad del bardo nacionalista y la actividad guerrera, lo
que convierte al letrado en una especie de mariscal poético—y de allı́, sin
duda, el tono jocoso de las ya mencionadas lecturas bolivarianas:

Mas ¿cuál audacia te elevó a los cielos,


humilde musa mı́a? ¡Oh! no reveles
a los seres mortales
en débil canto, arcanos celestiales [. . .].
Yo me diré feliz si mereciere
por premio a mi osadı́a
una mirada tierna de las Gracias
y el aprecio y amor de mis hermanos,
una sonrisa de la Patria mı́a,
y el odio y el furor de los tiranos. (Olmedo )

La sofisticación de lo anterior, por supuesto, supera otras alegorı́as, tradicio-


nales, que produjo el ecuatoriano.5 La correspondencia que se intenta pro-
mulgar entre poeta cı́vico y lı́der independentista constituye una reclamación
directa de prerrogativas simbólicas en el espacio polı́tico postcolonial. En la
reacción crı́tica bolivariana, que censura la falta de verismo de las descripcio-
nes de combates, los excesos imaginativos y elocutivos, ası́ como la ideológi-
camente endeble utilización de Huayna-Capac como portavoz de los ideales
independentistas, por otra parte, podemos ver, además de una opinión que
se adelanta a la de Franz Fanon de que el poeta en lucha con el colonialismo
‘‘debe comprender que nada substituye a un levantamiento en armas’’ (),
la situación subordinada que tiene el campo de la producción cultural con
respecto al campo del poder—en lo cual no se diferencia Hispanoamérica de
otras regiones con historias literarias disı́miles (Bourdieu, Rules –). Si
bien los amortigüe con elogios acaso no demasiado sinceros, al permitirse
destacar fallos en su cantor, Bolı́var establece leyes que distribuyen tajante-

. Pienso sobre todo en su Introducción a la función de teatro (): con ocasión de celebrar el
triunfo de Ayacucho, la figura de la Libertad coloca la estatua de Bolı́var en su templo personal,
luego de tomarla del de la Victoria.
Gomes :    ,    ́     ́ j 

mente dicho poder. No importaba que los letrados propusieran un patrio-


tismo ‘‘hermanador’’: las relaciones de la nueva familia nacional estaban
fuertemente jerarquizadas desde sus inicios y los grupos legislativo-militares
reclamaban la potestad paternal, superior a la del hermano mayor.
Bolı́var y otros coetáneos, recuérdese, aspiraban a una modernización de
las sociedades americanas, lo que implicaba la inserción de éstas, amparadas
por ‘‘la Europa civilizada y comerciante’’, en el mercado mundial que hacia
principios del siglo XIX estaba a punto de instaurarse.6 Como sabemos, tal
modernización planteada teóricamente contra las polı́ticas económicas aisla-
cionistas de España (Van Oos –) no se llevarı́a a cabo en los años que
siguieron a la separación de la metrópoli, sino mucho más tarde, hacia ,
y ya sin la igualdad de condiciones con que los ‘‘padres de la patria’’ soñaron.
Contra lo sugerido en textos teóricos románticos,7 en el paso de la estética
preponderante en el tiempo de la Emancipación a la de los primeros decenios
de república no se observa una ruptura brusca o una profunda renovación;
en la nueva tendencia, más bien, el estancamiento general de la sociedad de la
región se duplica. Un buen conocedor del romanticismo hispanoamericano,
Emilio Carilla, al final de dos volúmenes exhaustivos, no tiene más remedio
que concluir que, en todo el perı́odo que ha examinado, el lector moderno
debe esforzarse en mirar con interés los logros ‘‘por escasos que sean’’; y
agrega: ‘‘esos logros no aparecen en novedades doctrinales, ni originalidades
filosóficas que vertebran un pensamiento. Los aciertos más rotundos están
en la concreción que significan determinadas obras’’ (: ).
En lo que atañe al recurso a materiales alegóricos, la supuesta rebelión
romántica contra costumbres neoclásicas se hace notablemente frágil. Los
jóvenes escritores perpetúan la fidelidad a discursos que aleccionan acerca de
la fisonomı́a que tiene y la que deberı́a tener la nación, y lo hacen echando
mano parcial o totalmente, tal como los neoclásicos, de las estrategias ex-
presivas de la alegorı́a. Para no ir muy lejos, en la transición del neoclasi-
cismo al romanticismo que se verifica en la obra de José Marı́a Heredia no

. Entre muchos otros ilustrados, Camilo Henrı́quez, en Chile, también defendió lo que hoy
podemos describir como avance de los modos de vida burgueses: ‘‘¡Cuánto hay que hacer![:]
Fundar un rico comercio sobre una inmensa cultura e industria[,] establecer ciudades en llanuras
tan vastas como fértiles, atraer habitantes útiles, propagar máximas desconocidas, y aun la urbani-
dad y el gusto por la educación, los libros, los papeles [periódicos] . . . Éste es el único medio de
elevar provincias obscuras a la dignidad de naciones’’ ().
. Uno muy explı́cito: ‘‘Clasicismo y romanticismo’’ de Esteban Echeverrı́a, con su entronización
de la ‘‘originalidad’’ (–).
 i          : winter 

falta la adopción del relato familiar tejido en torno a la figura del padre de la
nación; ocurre en la oda ‘‘A Bolı́var’’ (), donde el héroe, muy olmediana-
mente, se mitologiza:

Colombia independiente y soberana


Es de tu gloria noble monumento.
De vil polvo a tu voz, robusta, fiera,
De majestad ornada,
Ella se alzó, como Minerva armada
Del cerebro de Júpiter saliera. (vs. –)

Y aunque enseguida se critiquen las tentaciones monárquicas de las que se


acusaba a Bolı́var por esas fechas—la historia, como sabemos, las desmen-
tirı́a—, el tono celebratorio prevalece, matizado por una postura que deja
entrever un enfrentamiento ‘‘filial’’ a las posibles vacilaciones morales del
padre.8
La sola mención de ‘‘El matadero’’ y la poesı́a narrativa de Esteban Echeve-
rrı́a, o del Facundo y la profusión de paralelos estético-testimoniales con que
narra una lucha bı́blica entre ‘‘luz’’ y ‘‘tinieblas’’ (Sarmiento ) basta para
entender la continuidad de hábitos neoclásicos en el romanticismo, que per-
mite suponer que para la época en que se completa la formación del ‘‘sistema
literario latinoamericano’’ (Rama ), o sea, la modernización que induce
el ‘‘segundo nacimiento’’, el entendimiento alegórico de la nación se habı́a

. Serı́a muy oportuno reflexionar, con la extensión que el tema merece, acerca del paralelismo
entre esa fabulación del padre colectivo y el padre personal rastreable en José Marı́a Heredia, en
particular por la oscilación ideológica de éste entre las posturas polı́ticas familiares y el indepen-
dentismo: hacia , no se olvide, el joven Heredia pertenecı́a ya a la sociedad revolucionaria
cubana ‘‘Caballeros Racionales’’, rama de los ‘‘Soles y Rayos de Bolı́var’’—nótense las implicacio-
nes alegóricas del nombre. Si el ámbito paterno personal domina en la subjetividad polı́tica que
se expresa en sus primeros poemas—una tierra escenario de la lucha por la independencia le
sugiere lúgubres epitafios cı́vicos como ‘‘Las ruinas de Mayquetı́a’’ (de fines de  o principios
de )—, la madurez lo hará elegir una distancia que nunca deja de ser respetuosa, como la de
‘‘A Bolı́var’’. Cabe recordar que en una carta de  a su madre el poeta tratará de disuadirla en
los siguientes términos de publicar en Nueva York las Memorias de las revoluciones de Venezuela
de José Francisco de Heredia: ‘‘Bolı́var, que a los ojos de mi padre no pudo parecer sino un
faccioso obstinado, es hoy el Dios tutelar de América [. . .] Una octava parte del mundo le debe
su existencia, cede gustos[a] al ascendiente de su genio, y le mira como un ente posible entre el
hombre y la divinidad. Su nombre [. . .] es el más bello que presenta la historia de su siglo [. . .]
Mi papá, por desgracia, tuvo el desconsuelo de no ver sino la parte oscura y sangrienta del cuadro’’
(XXI).
Gomes :    ,    ́     ́ j 

arraigado como legado transgeneracional. El escritor americano daba por


sentado que sus obras, apartándose de lo llanamente artı́stico, debı́an instruir
o conducir a significados más elevados.

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