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El bautismo de Jesús
Mención aparte hay que hacer del bautismo de Jesús. En los Evangelios notamos cierta
controversia frente a este hecho1, sin embargo era necesario que Jesús asumiera totalmente
nuestra condición.
Del análisis de los textos de los Evangelios nos encontramos con algunos elementos en común.
El bautismo de Jesús está en estrecha relación con su muerte y así lo expresa Lc 12, 50.
El Espíritu que desciende sobre él en forma de paloma y los cielos abiertos nos hablan de la
nueva comunión que se establece entre Dios y los hombres. Más tarde en Nazaret, según
Lc 4, 18-21, Jesús se aplicará a sí mismo el texto del Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mi
porque me ha consagrado por la unción”. Si el hecho de que Jesús se bautice está en relación
con su muerte, el Espíritu nos habla de la Vida y la Resurrección que Jesús nos trae.
Finalmente aparece la voz del Padre declarando a su Hijo muy amado. Este texto recuerda a
Is 42, 1 donde la palabra Siervo es reemplazada por Hijo. De esta manera se unen la teología
del Siervo de Yahwe de Isaías y la teología real del Mesías Rey, descendiente de David, hijo de
Dios (2 Sam 7, 12-16)
El bautismo de Jesús es visto entonces como la inauguración del tiempo mesiánico y del
cumplimiento de las promesas. Jesús, asumiendo en todo nuestra condición menos en el
pecado, se abaja dejándose bautizar (así como después aceptará morir en la cruz), y recibe la
confirmación del Padre y el don del Espíritu (así como después será resucitado por el Padre).
Probablemente es por esto que la Iglesia asume el bautismo como parte del anuncio del
1
Marcos -1, 9-11 menciona el hecho sin más. Mateo pone ciertos reparos en boca
de Juan Bautista (3, 13-17). Lucas sitúa el bautismo de Jesús inmediatamente después de
que Juan es encarcelado (Lc 3, 19-22). Juan no menciona el bautismo de Jesús y el mismo
Jesús bautiza (Jn 3, 22-27) aunque se aclare que son sus discípulos (4, 1-2).
Evangelio, ya que los textos donde encontramos un mandato expreso de bautizar por parte de
Jesús son más bien tardíos: Mt 28, 18-20 y Mc 16, 15-16.
¿Cuál es la tesis de Pablo en este texto? Él recuerda a los Romanos lo que ya saben (“No saben
ustedes...”), que se ha realizado en ellos un cambio radical en sus vidas y esto ha tenido lugar
en el momento del bautismo. Allí fuimos liberados de la muerte y del pecado y ahora vivimos
para Dios. Por el bautismo hemos pasado con Jesús de la muerte a la vida. El bautismo nos
vincula inexorablemente a la suerte de Jesús. Si Él ha muerto y ha resucitado, también
nosotros hemos muerto con Él y vivimos con Él.
Pablo expresa esto de una manera que tal vez para nosotros pasa desapercibida al no poder
acceder al texto original en griego. Si pudiéramos leer el Evangelio en su idioma original nos
llamaría la atención el uso repetido del prefijo “syn”, que significa “con” (como en “sinfonía”,
“sincronizar” o “síntesis” donde el prefijo nos da idea de unidad del conjunto). Así el texto
podría ser traducido, en lugar de “fuimos sepultados con él”, fuimos “con-sepultados”.
Análogamente podríamos decir “con-crucificados”, etc.
De esta manera Jesús ha realizado la obra de salvación y nosotros somos “injertados” (Rom 6,
5) en ella por el bautismo. Esto pone de relieve que la acción salvadora de Cristo es previa a
nuestros méritos -o como dice el mismo San Pablo en Rom 5, 8- Cristo murió por nosotros
cuando todavía éramos pecadores. De esta manera queda evidenciado el carácter gratuito de
la Salvación que Cristo nos ofrece y que nosotros aceptamos por el bautismo.
Se entiende entonces mejor el discurso de Pedro el mismo día de Pentecostés (Hch 2, 14-38)
donde retoma las promesas del Antiguo Testamento y explica desde allí la muerte y
resurrección de Jesús, culminando sus palabras con una invitación a la conversión y al
bautismo en el nombre de Jesús.
Cabe aclarar que, dado el contexto, Pablo debe poner más énfasis en la muerte que en la
resurrección. Conviene mirar también Col 2, 9-13; 3, 1-4 donde se habla más de la vida nueva
que Cristo nos ha regalado.
Esta fórmula aparece varias veces en el NT: Hch 2, 38; 10, 48. También aparece “del Señor
Jesús”: Hch 8, 16; 19, 5 o también más breve “en Cristo”: Gal 3, 27.
No es fácil determinar qué significa “en el nombre de Jesucristo”. Puede ser “por encargo de”,
“con el poder de”, “en virtud del nombre”. De todas maneras, lo decisivo es la referencia a su
persona.
Si lo relacionamos con la teología paulina vista antes, podemos entender con más claridad esta
referencia. En Cristo ha tenido lugar Salvación que Dios nos ha regalado. Estábamos en poder
del pecado y ahora estamos bajo la protección de Jesús. Por el bautismo sucede en nosotros
un cambio de poderes. Con su resurrección Jesús vence a la muerte y al pecado y por el
bautismo nos hace a nosotros vencedores con él.
Se establece así una íntima relación entre el ser de Cristo por el bautismo y la donación del
Espíritu. Rom 8, 9; Gal 4, 6 nos muestran que el Espíritu nos hace uno con Cristo y esto sucede
en el bautismo.
De la misma manera hay que entender la expresión “revestirse de Cristo” que aparecen en Gal
3, 27; Rom 13, 14 o “revestirse del hombre nuevo”: Col 3, 10 y Ef 4, 22-24
El bautismo y la Trinidad
Dicho todo esto estamos ya en condiciones de entender la formulación trinitaria que aparece
en Mt 28, 19 y que hoy es usada por la Iglesia. El bautismo es una nueva creación de Dios
Padre por su Hijo en el Espíritu Santo. El Dios Trino interviene en el hombre y para el hombre,
somos sumergidos en el misterio hondo de la Trinidad. El Espíritu nos hace hijos en Jesús, el
Hijo, de Dios Padre.
El bautismo pone además de manifiesto otro aspecto de la salvación que Dios nos ofrece.
Hacernos bautizar es responder afirmativamente a la voluntad salvífica de Dios. Él nos regala la
salvación pero no lo hace sin nuestra aceptación. El hombre por la fe puede hacer que la obra
salvadora se realice en él. Esto es lo que llamamos conversión y es lo que lleva al hombre a
pedir el bautismo como se ve claramente en los Hechos de los Apóstoles. La “conversión” no
consiste en que nosotros nos acerquemos a Dios sino en aceptar por nuestra fe que Dios nos
haga sus hijos en Jesús por el Espíritu.