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Viernes, 21 de junio de 2013

Droga, petróleo y guerra

Peter Dale Scott prosigue su análisis sobre el sistema estadounidense de dominación. En


una conferencia organizada en Moscú, este ex diplomático canadiense resumió el resultado
de sus investigaciones sobre el financiamiento de ese sistema con fondos provenientes del
tráfico de droga y del comercio de hidrocarburos. Son cosas que ya se saben, pero que
siguen siendo difíciles de admitir.

El siguiente discurso lo pronuncié en una conferencia sobre la OTAN que se organizó en


Moscú el año pasado. Fui el único orador estadounidense en aquel encuentro. Me habían
invitado a raíz de la publicación en lengua rusa de mi libro La Route vers le nouveau
désordre mondial [En español “El camino hacia el nuevo desorden mundial”] y por mi
último libro, La Machine de guerre américaine [En español, “La máquina de guerra de
Estados Unidos”] [1]. Como ex diplomático preocupado por la paz, yo estaba feliz de
participar. Me parece, en efecto, que el diálogo entre los intelectuales estadounidenses y
rusos es hoy menos serio de lo que fue en pleno paroxismo de la guerra fría, aunque es
evidente que no ha desaparecido el peligro de una guerra que implique a las dos principales
potencias nucleares.

En respuesta al problema de las crisis interconectadas, como la producción de droga en


Afganistán y el yihadismo salafista financiado por el tráfico de droga, mi discurso
exhortaba a los rusos a cooperar en un marco multilateral con los estadounidenses que
compartiesen esa voluntad –a pesar de las actividades agresivas de la CIA, de la OTAN y
del SOCOM (Siglas del US Special Operations Command) en Asia central, posición que no
coincidía con la de los demás oradores.

A partir de aquella conferencia comencé a reflexionar profundamente sobre el nivel de


degradación de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y sobre mis esperanzas
ligeramente utópicas de restaurarlas. A pesar de los diferentes puntos de vista de los
conferencistas, estos tenían tendencia a compartir una gran inquietud sobre las intenciones
estadounidenses hacia Rusia y [hacia] los Estados de la antigua URSS. Aquella ansiedad
común se basaba en lo que sabían sobre acciones anteriores de Estados Unidos y sus
compromisos no respetados. En efecto, contrariamente a la mayoría de los ciudadanos
estadounidenses, ellos estaban bien informados sobre esos temas.

La garantía de que la OTAN no se aprovecharía de la distención para extenderse por


Europa del Este es un importante ejemplo de promesa no respetada. Evidentemente,
Polonia y otros ex miembros del Pacto de Varsovia hoy forman parte de la alianza atlántica,
al igual que las ex repúblicas socialistas soviéticas del Báltico. Por otra parte, todavía están
en pie proposiciones tendientes a la entrada de Ucrania en la OTAN ya que ese país es el
verdadero corazón de la antigua Unión Soviética. Ese movimiento de expansión hacia el
este estuvo acompañado de actividades y de operaciones conjuntas de las tropas de la
OTAN con las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad de Uzbekistán –algunos
organizados incluso por la OTAN. (Ambas iniciativas comenzaron en 1997, bajo la
administración Clinton.)

Podemos seguir citando más compromisos rotos, como la conversión no autorizada de una
fuerza de la ONU en Afganistán (aprobada por Rusia en 2001) en una coalición militar
dirigida por la OTAN. Dos conferencistas criticaron la determinación de Estados Unidos en
instalar en Europa del este un escudo antimisiles contra Irán, rechazando las sugerencias
rusas de que lo desplieguen en Asia. Según ellos, esa intransigencia constituía «una
amenaza para la paz mundial».

Los conferencistas percibían aquellas medidas como extensiones agresivas del movimiento
que, desde Washington, tenía como objetivo la destrucción de la URSS en tiempos de
Reagan. Algunos de los oradores con los que pude conversar consideraban que, durante los
dos decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Rusia se había visto bajo la
amenaza de planes operacionales de Estados Unidos y la OTAN destinados a desatar un
primer golpe nuclear contra la URSS. Aquellos planes hubiesen podido ejecutarse antes de
que se alcanzara la paridad nuclear, pero es evidente que nunca llegaron a aplicarse. A
pesar de todo, mis interlocutores estaban convencidos de que los halcones que habían
trazado aquellos planes nunca renunciaron su deseo de humillar a Rusia y de reducirla al
rango de potencia de tercera categoría, inquietud que yo no puedo refutar. En efecto, mi
último libro, La Machine de guerre américaine, también describe continuas presiones
tendientes a establecer y mantener la supremacía de Estados Unidos después de la Segunda
Guerra Mundial.
Los discursos pronunciados en aquella conferencia no se limitaban en todo caso a criticar
las políticas de Estados Unidos y de la alianza atlántica. Los oradores se oponían con cierta
amargura al apoyo que Vladimir Putin había expresado el 11 de abril de 2012 a la campaña
militar de la OTAN en Afganistán. Estaban particularmente indignados por el hecho que
Putin había aprobado la instalación de una base de la alianza atlántica en Ulianovsk, a 900
kilómetros de Moscú. Aunque aquella base se le “vendió” a la opinión pública rusa como
una forma de facilitar la retirada estadounidense de Afganistán, uno de los conferencistas
nos aseguró que en los documentos de la OTAN el puesto de avanzada de Ulianovsk se
presentaba como una base militar. Para terminar, los conferencistas se mostraban hostiles a
las sanciones de la ONU contra Irán, inspiradas por Estados Unidos. Consideraban a Irán
como un aliado natural contra los intentos estadounidenses de concretar el proyecto de
dominación global de Washington.

Exceptuando el siguiente discurso, me mantuve silencioso durante la mayor parte de


aquella conferencia. Pero mi mente, e incluso mi conciencia, me la recuerdan cuando
pienso en las recientes revelaciones sobre Donald Rumsfeld y Dick Cheney.

Inmediatamente después del 11 de septiembre [de 2001], Rumsfeld y Cheney comenzaron a


implementar un proyecto tendiente al derrocamiento de numerosos gobiernos amigos de
Rusia, como Irak, Libia, Siria e Irán [2] (Diez años antes, en el Pentágono, el
neoconservador Paul Wolfowitz le había dicho al general Wesley Clark que Estados Unidos
tenía la oportunidad de deshacerse de aquellos clientes de Rusia, durante el periodo de
reestructuración de este último país provocado por el derrumbe de la URSS [3].), proyecto
que no ha finalizado aún en los casos de Siria e Irán.

Lo que hemos podido observar bajo Obama se parece mucho a la aplicación de ese plan.
Pero hay que reconocer que en Libia, y actualmente en Siria, Obama se mostró más
reticente que su predecesor en cuanto al envío de soldados al campo de batalla. (A pesar de
ello se ha reportado que, bajo su presidencia, una pequeña cantidad de fuerzas especiales
estadounidenses operó en ambos países, para alentar la lucha contra Kadhafi y
posteriormente contra Assad.)

Más particularmente, me preocupa la ausencia de reacción de la ciudadanía estadounidense


ante el militarismo agresivo de su país. Ese belicismo permanente, que yo llamaría
«dominacionismo», está previsto a largo plazo en los planes del Pentágono y de la CIA [4].
Indudablemente, muchos estadounidenses pudieran pensar que una Pax Americana global
garantizaría una era de paz, como la Pax Romana lo hizo dos milenios antes. Yo estoy
convencido de lo contrario. Al igual que la Pax Britannica del siglo XIX, ese
dominacionismo conducirá inevitablemente a un conflicto de gran envergadura,
potencialmente a una guerra nuclear. En realidad, la clave de la Pax Romana residía en el
hecho que Roma, bajo el reinado de Adriano, se había retirado de Mesopotamia. Además,
había aceptado estrictas limitaciones de su propio poder en las regiones donde ejercía su
hegemonía. Gran Bretaña mostró una sabiduría comparable, pero lo hizo demasiado tarde.
Hasta ahora, Estados Unidos nunca se ha mostrado tan razonable.
En Estados Unidos, muy poca gente parece interesarse en el proyecto de dominación global
de Washington, al menos desde el fracaso de las grandes manifestaciones que trataron de
impedir la guerra contra Irak. Hemos podido comprobar la abundancia de estudios críticos
sobre las razones de la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam e incluso sobre
la implicación estadounidense en atrocidades como la masacre de 1965 en Indonesia.
Autores como Noan Chomsky y William Blum [5] han analizado los actos criminales de
Estados Unidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero han estudiado poco la
reciente aceleración del expansionismo militar estadounidense. Sólo unos pocos autores,
como Chalmers Johnson y Andrew Bacevich, han analizado el progresivo fortalecimiento
de la máquina de guerra de Estados Unidos que hoy domina los procesos políticos en
Estados Unidos.

Es además sorprendente ver que el joven movimiento Occupyhablara tan poco sobre las
guerras estadounidenses de agresión. Dudo incluso que haya llegado a denunciar la
militarización de la vigilancia [interna] y del orden público así como los campos de
detención, a pesar de que esas medidas son parte fundamental del dispositivo de represión
interna que amenaza su propia supervivencia [6]. Me refiero aquí al llamado programa de
«continuidad del gobierno» (COG, siglas de «Continuity of Government»), a través del cual
los planificadores militares estadounidenses han desarrollado medios para neutralizar
definitivamente cualquier movimiento antibelicista en Estados Unidos [7].

Como ex diplomático canadiense, si tuviese que volver a Rusia nuevamente exhortaría a


una colaboración entre Estados Unidos y ese país frente a los problemas mundiales más
urgentes. Nuestro desafío consiste en ir más allá de ese compromiso rudimentario que es la
distensión, esa supuesta «coexistencia pacífica» entre las superpotencias. En realidad, ese
entendimiento, que ya cuenta medio siglo de existencia, permitió –e incluso alentó– las
atrocidades de dictadores clientes, como Suharto en Indonesia y Mohamed Siad Barré en
Somalia. Es probable que la alternativa de la distención, que sería una ruptura total de la
propia distención, conduzca a enfrentamientos cada vez más peligrosos en Asia –muy
probablemente en Irán.

Pero, ¿puede evitarse esa ruptura? Hoy me pregunto si no he minimizado la intransigencia


hegemonista de Estados Unidos [8]. En Londres, conversé recientemente con un viejo
amigo a quien conocí durante mi carrera como diplomático. Es un diplomático británico de
alto rango, experto en Rusia. Pensé que él me llevaría a suavizar mi evaluación negativa
sobre las intenciones de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. Lo que hizo fue
acentuarla.

Así que decidí publicar mi discurso acompañado de este prefacio, destinado tanto a la
ciudadanía estadounidense como al público internacional. Pienso que hoy en día lo más
urgente para preservar la paz mundial es contrarrestar el avance de Estados Unidos hacia la
hegemonía total. En nombre de la coexistencia en un mundo pacificado y multilateral es
por lo tanto necesario reactivar la prohibición –por parte de la ONU– de las guerras
preventivas y unilaterales.

Para lograrlo, yo espero que la ciudadanía de Estados Unidos se movilice contra el


dominacionismo y de su propio país y que los propios ciudadanos estadounidense llamen a
que el gobierno o el Congreso [estadounidenses] emitan una declaración política. Esa
Declaración:
Renunciaría explícitamente a los anteriores llamados del Pentágono que hacen de la
«supremacía total» («full spectrum dominance») un objetivo militar central de la política
exterior de Estados Unidos [9];
Rechazaría como inaceptable la práctica de las guerras preventivas, hoy profundamente
enraizada;
Renunciaría categóricamente a todo proyecto estadounidense de utilización permanente de
bases militares en Irak, Afganistán y Kirguistán;
Comprometería a Estados Unidos a realizar sus futuras operaciones militares en estricto
acuerdo con los procedimientos establecidos en la Carta de las Naciones Unidas.

Yo llamo a mis conciudadanos a que se unan a mí para exhortar el Congreso


[estadounidense] a presentar una resolución con ese objetivo.

Puede ser que, en un primer momento, ese tipo de gestión no arroje resultados. Pero sí es
posible que ayude a redirigir el debate político en Estados Unidos hacia un tema que es, en
mi opinión, urgente y que se ha abordado muy poco: el expansionismo de Estados Unidos y
la amenaza que representa para la paz global.
Discurso pronunciado en la conferencia de Invissin sobre la OTAN
(Moscú, 15 de mayo de 2012)

Ante todo, agradezco a los organizadores de esta conferencia esta oportunidad de hablar del
grave problema del narcotráfico en Afganistán. Se trata, hoy en día, de una amenaza tanto
para Rusia como para las relaciones entre este país y Estados Unidos. Hablaré por lo tanto
de política profunda, según la visión de mi libro Drugs, Oil, and War y también de mi obra
más reciente (La Machine de guerre américaine) y de la anterior (La Route vers le nouveau
désordre mondial). Esos libros analizan esencialmente los factores subyacentes del tráfico
internacional de droga así como las intervenciones estadounidenses. Hablaré también del
papel de la OTAN en la facilitación de estrategias tendientes a implantar la supremacía de
Estados Unidos en el continente asiático. Pero quisiera, en primer lugar, analizar el tráfico
de droga en relación con un importante factor, que en mis libros resulta determinante. Se
trata del papel del petróleo en las políticas asiáticas de Estados Unidos en Asia y también
de la influencia de importantes compañías petroleras alineadas con los intereses de ese país,
como British Petroleum (BP).

Detrás de cada ofensiva reciente de Estados Unidos y de la OTAN, la industria petrolera ha


sido una fuerza profunda determinante. Para comprobarlo basta con recordar las
intervenciones en Afganistán (2001), en Irak (2003) y en Libia (2011) [10].
Estudié, por lo tanto, el papel de las compañías petroleras y de sus representantes en
Washington –como los grupos de cabildeo (lobbies)– en cada una de las grandes
intervenciones de Estados Unidos, desde la época de Vietnam en los años 1960 [11]. El
poder de las compañías petroleras estadounidenses conllevaría toda una serie de
explicaciones para un público de Rusia, donde el Estado controla la industria de los
hidrocarburos. En Estados Unidos es prácticamente al revés, las compañías petroleras
tienden a dominar tanto la política exterior de ese país como el Congreso [12]. Eso explica
por qué los sucesivos presidentes, desde Kennedy hasta Obama y pasando por Reagan, han
sido incapaces de limitar las ventajas fiscales de las compañías petroleras, garantizadas por
la «oil deplettion allowance», incluso en el contexto de hoy cuando la mayoría de los
estadounidenses se hunden en la pobreza [13].

Las acciones de Estados Unidos en Asia central, en zonas que se hallaron tradicionalmente
bajo influencia de Rusia –como Kazajstán– presentan un factor común. Desde hace unos 30
años, incluso más, las compañías petroleras y sus representantes en Washington han
mostrado gran interés por el desarrollo, y sobre todo el control, de los recursos gasíferos y
petrolíferos subexplotados de la cuenca del Caspio [14]. Para lograr ese objetivo [el
control], Washington desarrolló políticas que dieron como resultado la instalación de bases
avanzadas en Kirguistán y, durante 4 años, en Uzbekistán (de 2001 a 2005) [15]. El
objetivo oficial de esas bases era servir de apoyo a las operaciones militares de Estados
Unidos en Afganistán. Pero la presencia estadounidense incita a los gobiernos de las
naciones vecinas a actuar más independientemente de la voluntad rusa. Ejemplo de ello son
los casos de Kazajstán y Turkmenistán, dos países que son zonas de inversiones en gas y en
petróleo para las compañías estadounidenses.

Washington sirve a los intereses de las compañías petroleras occidentales, no sólo por causa
de la influencia corruptora que estas ejercen sobre la administración sino porque la
supervivencia de la actual petroeconomía estadounidense depende de la dominación
occidental sobre el comercio mundial del petróleo. En uno de mis libros analizo esta
política y explico cómo ha contribuido a las recientes intervenciones de Estados Unidos y
también al empobrecimiento del Tercer Mundo desde 1980. En esencia, Estados Unidos
provocó que el precio del petróleo se cuadruplicara en los años 1970 al organizar el
reciclaje de los petrodólares en la economía estadounidense, mediante acuerdos secretos
con los sauditas. El primero de esos acuerdos garantizaba una participación especial y
continua de Arabia Saudita en la salud del dólar estadounidense; el segundo garantizaba el
permanente respaldo de ese país a la tarificación integral de la OPEP en dólares [16]. Esos
dos acuerdos garantizaban que las alzas de los precios del petróleo que decidía la OPEP no
debilitaran la economía de Estados Unidos ya que la carga más pesada recaería –por el
contrario– en las economías de los países menos desarrollados [17].

El dólar estadounidense, aunque actualmente está debilitándose, aún depende en gran parte
de la política de la OPEP que impone el uso de esa moneda para la compra del petróleo que
venden los países de esa organización.
Para tener una idea de lo que Estados Unidos es capaz de hacer para seguir imponiendo esa
política sólo hay que ver cuál ha sido el destino de los países que han tratado de oponerse a
ella.
«En el año 2000, Saddam Hussein insistió en que el petróleo iraquí se vendiera en euros.
Fue una maniobra política, pero aumentó los ingresos recientes de Irak gracias al alza del
valor del euro en relación con el dólar» [18]. Tres años más tarde, en marzo de 2003,
Estados Unidos invadía ese país. Dos meses después, en mayo de 2003, Bush decretó a
través de una orden ejecutiva que las ventas de petróleo iraquí tenían que efectuarse
nuevamente en dólares y no en euros [19].
Según un artículo ruso, poco antes de la intervención de la OTAN en Libia, a principios de
2011, Muammar el-Kadhafi había maniobrado para rechazar el dólar como moneda de pago
a las exportaciones de petróleo libio, al igual que Saddam Hussein [20].
En febrero de 2009, Irán anunció que había «cesado completamente las transacciones
petroleras en dólares estadounidenses» [21]. Todavía no se han visto las verdaderas
consecuencias de esa audaz decisión iraní [22].

Insisto en el siguiente punto: cada intervención reciente de Estados Unidos y de la OTAN


ha permitido sostener la debilitada supremacía de las compañías petroleras occidentales
sobre el sistema petrolero global y, por lo tanto, la de los petrodólares. Pienso, sin embargo,
que las propias compañías petroleras son capaces de iniciar o al menos de contribuir al
inicio de las intervenciones políticas. Como ya señalé en mi libro Drugs, Oil, and Wars
(p.8):

«De forma recurrente se acusa a las compañías petroleras de Estados Unidos de emprender
operaciones clandestinas, ya sea directamente o a través de intermediarios. En Colombia
(como veremos más adelante) una empresa estadounidense de seguridad que trabajaba para
Occidental Petroleum participó en una operación militar del ejército colombiano “que mató
18 civiles por error”.»

Para citar un ejemplo más cerca de Rusia mencionaré una operación clandestina, realizada
en 1991 en Azerbaiyán, que es un ejemplo clásico de política profunda. En ese país, ex
colaboradores de la CIA empleados por una dudosa empresa petrolera (MEGA Oil),
«emprendieron entrenamientos militares, repartieron “bolsas llenas de dinero en efectivo” a
miembros del gobierno y crearon una compañía aérea […] que pronto permitió traer de
Afganistán cientos de mercenarios muyahidines» [23]. Al principio, aquellos mercenarios,
cuyo número se estimó finalmente en unos 2 000, fueron utilizados para luchar contra las
fuerzas armenias respaldadas por Rusia en la disputada región del Alto Karabaj. Pero
también apoyaron a los combatientes islamistas en Chechenia y en Daguestán. Y
contribuyeron también a convertir Bakú en un punto de escala de la heroína afgana hacia el
mercado urbano de Rusia e igualmente hacia la mafia chechena [24].

En 1993 participaron en el derrocamiento de Abulfaz Elchibey, el primer presidente electo


en Azerbaiyán, y en sustituirlo por Heydar Aliev. Este último firmó inmediatamente un
importante contrato petrolero con BP que incluía lo que finalmente se convirtió en el
oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, que conecta ese país con Turquía. Hay que subrayar que los
orígenes estadounidenses de los agentes de MEGAL Oil están más que comprobados. Lo
que no se sabe es quién financiaba aquella empresa. Puede haber sido una o más de las
grandes compañías petroleras ya que la mayoría de ellas tienen (o tuvieron) sus propios
servicios clandestinos [25]. Algunas empresas petroleras importantes, como Exxon, Mobil
y BP, han sido acusadas de estar «detrás del golpe de Estado» que sustituyó a Elchibey por
Aliev [26].

Es evidente que Washington y las grandes compañías petroleras piensan que su


supervivencia depende de la preservación de su actual supremacía en los mercados
petroleros internacionales. En los años 1990, cuando las mayores reservas no comprobadas
de hidrocarburos se localizaban generalmente en la cuenca del Caspio, esa región se hizo
central, a la vez para las inversiones de las empresas petroleras estadounidenses y para la
expansión de Estados Unidos por razones de seguridad [27].

Como secretario de Estado adjunto, Strobe Talbott, amigo cercano de Bill Clinton, trató de
promover una estrategia razonable para garantizar esa expansión. En un importante
discurso pronunciado el 21 de julio de 1997,

«Talbott expuso los 4 aspectos de un [potencial] apoyo de Estados Unidos a los países del
Cáucaso y de Asia central:
La promoción de la democracia;
La creación de economías de mercado;
La promoción de la paz y de la cooperación en los países de la región y entre esos mismos
países y
La integración [de estos países] a la más amplia comunidad internacional […]

Criticando con virulencia lo que él considera una concepción obsoleta de la competencia en


el Cáucaso y en Asia central, el señor Talbott lanzó una advertencia a quien vea el “Gran
Juego” como clave para la lectura de la región. Propuso, por el contrario, un entendimiento
en el que cada cual saldrá ganando con la cooperación.» [28]

Pero ese enfoque multilateral se vio inmediatamente bajo el fuego de los miembros de los
partidos [estadounidenses]. Sólo 3 días después, la Heritage Foundation, el círculo de
reflexión derechizante del Partido Republicano, respondió que «[la] administración Clinton,
deseosa de apaciguar a Moscú, ponía reparos en explotar la oportunidad estratégica de
garantizar la seguridad de los intereses de Estados Unidos en el Cáucaso» [29]. En octubre
de 1997, esta crítica halló eco enThe Grand Chessboard, importante libro del ex consejero
de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski. Este último, ciertamente el principal oponente
de Rusia dentro del Partido Demócrata, admite sin embargo que «la política exterior
[estadounidense debería] […] favorecer los vínculos necesarios para una verdadera
cooperación mundial», pero defiende en su libro la noción de «Gran Juego» que Talbott
rechazaba. Según Brzezinski, era una necesidad imperiosa impedir «[la] aparición en
Eurasia de un competidor capaz de dominar ese continente y de desafiar [a Estados
Unidos]» [30].

Como trasfondo de ese debate, la CIA y el Pentágono desarrollaban a través de la alianza


atlántica una «estrategia de proyección» contraria a las proposiciones de Talbott. En 1997,
en el marco del programa «Asociación para la Paz» de la OTAN, el Pentágono comenzó
ejercicios militares con Uzbekistán, Kazajstán y Kirguistán. Aquel programa era «el
embrión de una fuerza militar dirigida por la OTAN en esa región» [31]. Bautizados como
CENTRAZBAT, aquellos ejercicios preparaban posibles despliegues de fuerzas
estadounidenses de combate. Catherine Kelleher, asistente del secretario adjunto de
Defensa, mencionó «la presencia de enormes recursos energéticos» como justificación de la
implicación militar de Estados Unidos en la región [32]. Uzbekistán cuya importancia
geopolítica resaltó Brzezinski, se convirtió en trampolín para los ejercicios militares
estadounidenses, a pesar de tener los peores resultados en materia de respeto de los
derechos humanos en la región [33].

Es evidente que la «revolución de los tulipanes» de marzo de 2005 en Kirguistán fue otra
etapa de la doctrina de proyección estratégica del Pentágono y la CIA. Se desarrolló en un
momento en que George W. Bush hablaba a menudo de una «estrategia de proyección de la
libertad». Más tarde, mientras estaba de visita en Georgia, el propio Bush aprobó aquel
cambio de régimen presentándolo como un ejemplo de «democracia y de libertad en plena
expansión» [34]. (En realidad, en vez de una «revolución», aquello parecía más bien un
sangriento golpe de Estado.) Sin embargo, el régimen de Bakiyev «había dirigido el país
como un sindicato del crimen», según palabras de Alexander Cooley, un profesor de la
Universidad de Columbia. Específicamente, numerosos observadores acusaron a Bakiyev
de haberse apoderado del control del tráfico de droga local y de administrarlo como una
empresa familiar [35].

La administración Obama se ha alejado, en cierta medida, de esa retorica hegemónica que


el Pentágono llama la «supremacía total» (full spectrum dominance) [36]. Pero no resulta
sorprendente comprobar que bajo su presidencia se han mantenido las presiones tendientes
a reducir la influencia de Rusia, como en el caso de Siria. En realidad, a lo largo de medio
siglo Washington ha estado dividido en 2 bandos. De un lado, una minoría que se mueve
principalmente en el Departamento de Estado (como Strobe Talbott) y que había previsto
un porvenir de cooperación con la Unión Soviética. Del otro lado, los halcones
hegemonistas, que trabajan principalmente en la CIA y el Pentágono (como William Casey,
Dick Cheney y Donald Rumsfeld). Estos últimos han presionado continuamente para
implantar en Estados Unidos una estrategia unipolar de dominación global [37]. Para
alcanzar ese imposible objetivo no han vacilado en aliarse con traficantes de droga, sobre
todo en Indochina, en Colombia y ahora en Afganistán [38].
Por otro lado, esos halcones emplearon masivamente las estrategias de erradicación de
utilizadas por la DEA (Drug Enforcement Administration) [39]. Como señalé en La
Machine de guerre américaine (p.43),

«El verdadero objetivo de la mayoría de esas campañas […] nunca fue el ideal de erradicar
la droga. Consistió más bien en modificar la repartición del mercado, o sea apuntar a
enemigos específicos para garantizar que el tráfico de la droga quede bajo el control de los
traficantes aliados del aparato de seguridad del Estado en Colombia y/o de la CIA.» [40]

Esa tendencia se comprobó de manera flagrante en Afganistán, donde Estados Unidos


reclutó ex traficantes de droga para que respaldaran su invasión en 2001 [41]. Washington
anunció después una estrategia de lucha antidroga que se limitaba a atacar a los traficantes
de droga que apoyaban a los rebeldes [42].

Quienes, como yo, se preocupan por reducir el flujo de droga proveniente de Afganistán se
ven ante un dilema. Para ser eficaces, las estrategias de lucha contra el tráfico internacional
de droga tienen que ser multilaterales. En Asia central esas estrategias necesitan una mayor
cooperación entre Estados Unidos y Rusia. Sin embargo, todos los esfuerzos de las
principales fuerzas proestadounidenses presentes en la región –como la CIA, el ejército de
Estados Unidos, la OTAN y la DEA– no se han concentrado hasta ahora en la cooperación
sino en la hegemonía estadounidense.

A mi modo de ver, la respuesta a ese problema estará en la aplicación conjunta de la


experiencia y de los recursos de ambos países, en el marco de agencias bilaterales o
multilaterales en las que no predomine ninguna de las partes. Una estrategia antidrogas
eficaz tendría que ser pluridimensional, como la exitosa campaña realizada en Tailandia.
Además, es probable que también necesite que los dos países estudien la aplicación de
estrategias capaces de favorecer a la población, algo que ninguno de los dos ha concretado
[43].

Rusia y Estados Unidos tienen muchas características comunes y comparten muchos


problemas. Los dos son súper Estados, aún cuando su predominio se está debilitando ante la
China emergente. Como superpotencias, ambos países cedieron a la tentación de la
aventura afgana, algo que hoy deploran muchas mentes despiertas. Al mismo tiempo, el
devastado país en el que se ha convertido Afganistán tiene que enfrentar problemas muy
urgentes, que también lo son para esas tres superpotencias. Se trata de la amenaza que la
droga representa y del correspondiente peligro que constituye el terrorismo.

Es interés del mundo entero ver a Rusia y Estados Unidos enfrentar esos peligros de
manera constructiva y desinteresada. Y esperamos que cada progreso en la reducción de
esas amenazas comunes sea una nueva etapa en el difícil proceso de fortalecimiento de la
paz.
El pasado siglo fue testigo de una guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, dos potencias
que se armaron hasta los dientes en nombre de la defensa de sus respectivos pueblos. Perdió
la Unión Soviética, dando paso a una Pax Americana inestable, como la Pax Britannica del
siglo XIX: una peligrosa mezcla de globalización comercial, de acentuación de las
desigualdades en términos de ingresos y riqueza y de un militarismo brutalmente excesivo
y expansionista. Este último está provocando cada vez más conflictos armados (Somalia,
Irak, Yemen, Libia) y además acentúa el riesgo de una posible guerra mundial (Irán).

Hoy en día, tratando de preservar su peligrosa supremacía, Estados Unidos está tratando de
armarse contra su propio pueblo, en vez de dedicarse a defenderlo [44]. Es interés de todos
los pueblos del mundo, incluyendo el de Estados Unidos, que se debilite esa supremacía
para favorecer un mundo más multipolar y menos militarista.

lunes, 6 de mayo de 2013


Manuel Freytas: El Pentágono y la "privatización" de la "guerra
contraterrorista"

Los "Perros de la Guerra"

En su planificación de "guerras futuras" el Pentágono estudia extender la privatización a


más áreas de la ocupación militar, y las corporaciones militares privadas ya han comenzado
a intercambiar información orientada a fusionar sus servicios en rubros determinados, a fin
de competir con mayor posibilidad en el logro de próximos contratos. La trama de un
negocio de US$ 100.000 millones al año en manos de los halcones y del lobby judío que
controla la Casa Blanca.

"Los perros de la guerra", fue una de las


primeras novelas exitosas de Frederick Forshyth. En el libro, un veterano mercenario es
contratado por un magnate para que dirija un golpe de estado con un ejército privado en un
remoto país de Africa, donde había fabulosas riquezas minerales.

Con el advenimiento de la "guerra contraterrorista" y de las invasiones militares


"preventivas", los mercenarios reciclaron su negocio y se convirtieron en exitosos
empresarios trasnacionales que brindan servicios de inteligencia y seguridad a los
ejecutivos y empresas privadas que se benefician con el botín de la ocupación militar.
Pero, a diferencia de sus hermanos del pasado, los perros de la guerra modernos tienen su
principal fuente de ganancia en los suculentos contratos que suscriben con el Pentágono
invasor estadounidense en todas las aéreas de despliegue del las tropas norteamericanas.

Con el advenimiento del libre mercado, las privatizaciones y el desmoronamiento de las


estructuras de los estados nacionales impulsados por Washington, y montados en la "guerra
contraterrorista", estos engendros comenzaron a sustituir eficazmente a la inteligencia y a
los ejércitos cipayos en los países dependientes de Asia, África y América Latina, cuya
expresión más acabada se da en Irak, Afganistán y Colombia.

En esas nuevas formas, el estereotipo del "perro de la guerra" -un sujeto de cara ruda y
preparado para ganar dinero en combate, identificado principalmente con las guerras
africanas- ha sido sustituido por empresas transnacionales que contratan a mercenarios para
realizar tareas de seguridad "antiterrorista", tanto para privados como para los propios
Estados y sus fuerzas armadas.

"Se trata ahora de "contratistas", un término ambiguo, que identifica tanto a las empresas
que contratan, como el antiguo mercenario, o individuo que va a la guerra por una paga",
señaló a la cadena BBC Amanda Benavides, presidenta del grupo de trabajo de la ONU
sobre el uso de mercenarios y violación de los derechos humanos.

"Esto no hubiera sido posible en un mundo bipolar", afirmó la representante de la ONU.


"Es un problema que se ha venido agravando desde el fin de la Guerra Fría, cuando surgió
la tendencia a la privatización de los servicios que antes prestaba el Estado",añadió.
En la actualidad la industria de los "ejércitos privados" es un fabuloso negocio capitalista
que mueve más de US$ 100.000 millones al año y cuya órbita de decisiones se encuentra en
el lobby de negocios que controla la Casa blanca y el Pentágono.

Con las llamadas "guerras preventivas" iniciadas por los halcones tras el 11-S, no
solamente se conquista militarmente sino que también se abren nuevos ciclos de expansión
y ganancia capitalista en los nuevos mercados sometidos con el argumento de la "guerra
contraterrorista".

No sólo se dedican al área de la seguridad y la inteligencia, sino que estas empresas


también realizan tareas de entrenamiento militar y de programas de interrogatorios
(torturas) como quedó claramente demostrado por las investigaciones en las cárceles de
Irak.

La conquista militar, a su vez, es la llave de entrada para un descomunal negocio capitalista


"multifuncional y diversificado", donde el Imperio (a través de la "reconstrucción" de lo
destruido) moviliza una maquinaria de ganancia financiera, se apodera de recursos
naturales (principalmente petróleo), vende armas, tecnología, servicios, y modela hábitos
consumistas en la población pudiente del país invadido (clases altas, medias altas) que se
integran al negocio de las multinacionales de la música , el espectáculo y la "moda".

Mientras en Irak, por ejemplo, la invasión militar destruyó las redes sociales solidarias de la
comida, la vivienda, el trabajo y la atención médica (que regían durante el régimen de
Saddam), las transnacionales desarrollaron un floreciente "mercado segmentado" entre las
clases altas y medias altas (profesionales, políticos y empresarios) asociadas a la política de
rapiña de la ocupación militar.

Pero en este mercado de "negocios diversificados" posibilitado por los genocidios militares
de los halcones, la "estrella naciente" es (así coinciden todos los expertos) el negocio de los
"ejércitos privados" que contratan servicios tanto con el ejército invasor como con las
empresas privadas asociadas a la ocupación.

Como producto de la "integración bélica" de los nuevos ciclos de ganancias y expansión


capitalista trasnacional, las corporaciones privadas de la guerra han pasado a ocupar un
lugar clave en los nuevos planes de conquista militar del Pentágono.

Los halcones de la Casa Blanca y los operadores de negocios del lobby judío, siempre a
tono con "los negocios de la guerra", observaron la nueva veta comercial que se abría con la
contratación de servicios de ejércitos privados para las áreas ocupadas o bajo influencia del
ejército de EEUU.

La privatización del aparato militar, fue impulsada en 1991, después de la Primera Guerra
del Golfo, por el entonces ministro de Defensa y actual vicepresidente, Dick Cheney.
Bajo la influencia de Cheney y Rumsfeld el gobierno de EEUU comenzó a subcontratar con
las corporaciones militares privadas, gran parte de las funciones operativas que
tradicionalmente venían desarrollando las Fuerzas Armadas.

Estas empresas, no sólo se dedican al área de la seguridad y la inteligencia, sino que


también realizan tareas de entrenamiento militar y de programas de interrogatorios
(torturas) como se demostró durante las investigaciones que se hicieron en las cárceles de
Irak.

Si bien el Pentágono no reconoce que una parte importante de sus soldados ya son
entrenados por expertos y manuales de guerra privados, son muchas las fuentes militares
que señalan que la legión de contratistas que inunda los cuarteles y las academias está
causando un profundo malestar entre la oficialidad de carrera.

EEUU se ha constituido, junto con el Reino Unido y Sudáfrica, en el centro mundial de la


industria privada militar, que debe su crecimiento al nuevo orden internacional lanzado por
George Bush padre tras el desplome de la Unión Soviética, al que él mismo contribuyó
durante su ciclo como vicepresidente de Reagan.

De la carrera armamentista de la Guerra Fría se pasó al desmantelamiento de gran parte de


los aparatos militares, tanto en las grandes potencias como en los países dependientes que
participaban de las guerras por aéreas de influencia entre EEUU y la URSS.

Militares y políticos del Pentágono y de la Casa Blanca, siempre atentos a "los negocios de
la guerra", descubrieron la nueva veta comercial que se abría con la contratación de
servicios de ejércitos privados para las áreas ocupadas por el ejército de EE.UU.

Obviamente, y según apuntan todos los especialistas, solo los conglomerados trasnacionales
(bancos, petroleras, tecnológicas, armamentistas, ejércitos privados, etc) que integran la
órbita "selecta" del lobby de negocios manejado desde la Casa Blanca y el Pentágono
tienen acceso a los más jugosos contratos en los países ocupados.

De acuerdo con el Centro para la Integridad Pública, el Pentágono ha gastado 300.000


millones de dólares en 3.016 contratos de servicios militares que han ido a parar a 12
empresas entre 1994 y 2002 (las cifras excluyen los contratos de armamento).

Los corporativos militares privados (PMC, por sus siglas en inglés) mantienen en secreto
sus actividades y carteras de clientes al no estar reguladas por ninguna normativa
internacional, a pesar de su condición de ejércitos sin fronteras.

Realizan sus actividades en secreto, su cartera de clientes no está regulada por ninguna
normativa, las concesiones que realizan no se otorgan por ninguna licitación, no son
inspeccionadas por ningún organismo internacional, y violan la Convención Internacional
contra el reclutamiento, financiación y entrenamiento de mercenarios aprobada por la ONU
en 1989.

Su única regulación y control proviene del Departamento de Estado manejado por el lobby
de negocios de la Casa Blanca y el Pentágono

La Convención Internacional contra el Reclutamiento, la Utilización, la Financiación y el


Entrenamiento de Mercenarios, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas,
el 4 de diciembre de 1989, no fue refrendada por EE.UU. desde donde operan la mayoría de
estas corporaciones.

Halliburton (protegida por el jefe del lobby judío, Dick Cheney) es el actor dominante tanto
en Irak como en Afganistán, y participa desde los negocios del petróleo y de la
"reconstrucción" hasta en funciones de entrenamiento y asesoramiento militar, no sólo para
las fuerzas de EE.UU. sino para el nuevo ejército iraquí.

Los consorcios privados ofrecen servicios que van desde el personal de seguridad y el
mantenimiento de armamentos hasta la interrogación de prisioneros.

Estas firmas han operado en más de 50 países y han sido contratadas por todo el mundo,
desde el Departamento de Defensa de Estados Unidos hasta dictadores y gobiernos de las
áreas dependientes del llamado Tercer Mundo.

Según un informe del Pentágono, julio de 2005, las empresas usufructuadoras del proceso
de negocios instalado tras la ocupación militar en Irak invierten entre 25 y 30 por ciento de
sus ingresos en vehículos acorazados y ejércitos privados para garantizar la seguridad de
sus ejecutivos y empleados.

Según el analista militar, Peter Singer, autor del libro Guerreros Corporativos, el negocio de
los ejércitos privados en el mundo representa "cerca de 100 mil millones de dólares en
negocios globales, y operan en unos 50 países.

Su actividad comercial, como cualquier empresa, depende de "la demanda", principalmente


de las guerras de conquista militar lanzadas por EEUU en el planeta de las cuales nacen
nuevos y jugosos contratos y oportunidades de expansión comercial.

Según Singer, estos pulpos de la guerra también desarrollan sus negocios expansivos en
misiones de pacificación, combates antidroga o cualquier otro rubro internacional donde se
requiera sus servicios militares y de seguridad.

En territorio estadounidense existen por lo menos treinta corporaciones transnacionales que


se dedican a la prestación de servicios militares y de seguridad privados. Algunas, como es
el caso de Blackwater USA, se especializan en contraterrorismo y lucha urbana.
Según la revista norteamericana Monthly Review, "las corporaciones privadas del
capitalismo siempre han estado implicadas con la promoción de la guerra, pero su acción
directa ha sido tradicionalmente limitada". Lo preocupante -señala la revista- es si estas
multinacionnales ingresan a una distorsión capitalista y, atendiendo a la ley de la oferta y la
demanda, deciden ampliar sus lucros aprovechando sus excelentes contactos con los jefes
políticos y militares que deciden la guerra.

La "veta de negocios" de los ejércitos privados incluyen servicios de custodia a empresas


privadas, operaciones de seguridad, programa de interrogatorios (torturas), espionaje y
entrenamientos militares, o ejercitación de escuadrones especiales (de la muerte) que
operan en la clandestinidad.

También pueden ser contratados para tareas como recolección de cadáveres, investigación
de secuestros, custodia de pozos petroleros, controles fronterizos, protección de importantes
directivos, o para cuidar las espaldas de los periodistas y ejecutivos de los consorcios
mediáticos que construyen la "información oficial" de la situación en Irak.

En Irak y Afganistán estos consorcios privados de la guerra han desempeñado un papel


esencial para el ejército estadounidense, complementando a su personal cuando necesitan
refuerzos y haciendo los trabajos "sucios" que los propios militares estadounidenses
prefieren no hacer.

Investigaciones realizadas sobre las torturas de prisioneros demostraron que en la prisión de


Abu Ghraib los interrogatorios los realizaban contratistas privados utilizando ex integrantes
de servicios de inteligencia.

A raíz del escándalo por los abusos a prisioneros en la cárcel iraquí de Abu Ghraib, los
investigadores estadounidenses concluyeron que contratistas privados estuvieron presentes
en más de un tercio de los casos probados.

Irak se ha convertido en la meca comercial de los ejércitos privados. Halliburton (en la cual
tiene intereses el autor del plan privatizador, Dick Cheney) a través de sus subsidiarias
figura como una de las empresas más favorecidas.

Entre las aproximadamente 40 corporaciones que operan en Irak se encuentran MPRI,


SAIC, Armor Group, Blackwater, Erinys, Vinnell, Global Risk Strategies, TASK, Ariscan
y DynCorp, Kroll Security, entre otras.

Una de esas empresas, Titan , un ejército de mercenarios privados, tiene base en San Diego
y en su sitio en Internet se describe como "un proveedor líder de productos de información
y comunicación, soluciones y servicios para la seguridad nacional".

Se estima que los 30.000 "perros de la guerra" que operan en Irak, contratados por unas 40
empresas militares privadas, reciben salarios entre mil y 50 mil dólares mensuales, pero, a
su vez, individualmente, subcontratan a miles de iraquíes armados para que realicen los
trabajos más riesgosos.

Según la publicación Monthly Review estas corporaciones privadas de la guerra "ganan


100 mil millones de dólares al año, es decir, una cuarta parte de la gigantesca suma de los
más 430 mil millones de dólares que EE.UU. está invirtiendo en el campo militar".

La casi totalidad de esa cifra citada por Monthly Review es facturada por los consorcios
que operan en la órbita de decisiones del lobby de negocios controlado por Cheney y
Rumsfeld desde la Casa Blanca y el Pentágono.

Según los expertos, la conversión de la "guerra contraterrorista" de conquista en "industria


privada" guió el objetivo central del plan de negocios del lobby conducido por Cheney
Rumsfeld en la Casa Blanca.

En su planificación de "guerras futuras" el Pentágono estudia extender la privatización a


más áreas de la ocupación militar, y las corporaciones militares privadas ya han comenzado
a intercambiar información orientada a fusionar sus servicios en rubros determinados, a fin
de competir con mayor posibilidad en el logro de próximos contratos.

Los ataques y "guerras preventivas" agendadas para lo que resta de la gestión de Bush
(Irán, Siria, en primer lugar), además de sus objetivos geopolíticos-militares, buscan que la
"integración del negocio bélico" alcance cada vez a más consorcios privados y que las
guerras futuras se conviertan en una empresa privada financiada por el Estado imperial
norteamericano.

martes, 30 de abril de 2013


Los Aterradores planes del Club de los 300
Un número sin duda considerable de personas
tenemos conocimiento de que los gobernantes del mundo en que vivimos no son en realidad
los que manejan los hilos de la política y la economía, tanto a escala nacional como
internacional.

Esto ha llevado a muchos a buscar la verdad en publicaciones de contracorriente, boletines


dirigidos por quienes, como yo, se han esforzado – no siempre con éxito – por descubrir la
causa de la incurable dolencia que aqueja a los Estados Unidos. Nuestra investigación no se
ha visto coronada por el éxito en todas las ocasiones.

Pero sí hemos averiguado que la humanidad anda en tinieblas, y en su mayor parte le tiene
sin cuidado la suerte que aguarda a su país, o bien no se molesta en indagarlo. El sector más
amplio de la población ha sido manipulado para reaccionar de dicha manera, y esa actitud
resulta ventajosa para el gobierno secreto.

Con frecuencia oímos decir:”Están haciendo están” o “Están haciendo aquello”… Quienes
hacen esas cosas son capaces de cometer las mayores barbaridades impunemente.
Aumentan los impuestos o envían a nuestros hijos a morir en guerras que no reportan
beneficio alguno a nuestra patria. Son personajes invisibles que escapan a nuestro alcance,
nebulosos hasta la desesperación cuando queremos demandarlos. Nadie puede identificar
claramente de quiénes se tratan. Este estado de cosas se ha mantenido así durante décadas.
A lo largo de las páginas de este libro identificaremos a esos personajes misteriosos. A
partir de ahí, corresponderá al público corregir la situación en que se encuentra.

El Club de los 300 es el no va más de las sociedades secretas. Está integrado por una clase
dirigente intocable a la que pertenece la reina de Inglaterra, la de los Países Bajos, la de
Dinamarca y las diversas familias reales europeas. A la muerte de la reina Victoria, dichos
aristócratas llegaron a la conclusión de que la única manera de hacerse los amos del mundo
era asociarse con poderosísimos magnates de la industria internacional, que no pertenecían
a su linaje. De esta forma, ganaron acceso al máximo poder aquellos a quienes la reina de
Inglaterra gusta llamar plebeyos.

Desde que trabajaba en el servicio de inteligencia sé que los jefes de estado extranjeros
conocen a tan poderosa horda por el apelativo de los magos. Stalin acuñó una expresión
personal para describirlos: las fuerzas tenebrosas. Y el presidente Eisenhower, que nunca
logró ascender por encima del grado de hofjude (judío del atrio), lo llamó – quedándose
mayúsculamente corto – “Complejo Militar Industrial”.

¿Quiénes son los conjurados que integran el todopoderoso Club de los 300? Los ciudadanos
mejor informados tienen conocimiento de que existe una conspiración, la cual se presenta
bajo una diversidad de nombres, entre ellos los illuminati, la Francmasonería, la Tabla
Redonda y el grupo Milner. Lo malo es que resulta extremadamente difícil encontrar
información fidedigna sobre las actividades de quienes integran el gobierno invisible.
A fin de hacerse una idea del enorme alcance de la conspiración a la que nos referimos
vendría bien enumerar en este momento algunos de los objetivos trazados por el Club de
los 300 con vistas a su conquista y dominio del mundo. Es preciso entender claramente las
razones por las que la energía nuclear es tan detestada en la mayoría de los países, y por
qué al falso movimiento ambientalista – creado y costeado por el Club de Roma – se le
pidió que declarara la guerra a dicha fuente energética. Generando fuerza eléctrica barata y
abundante a partir de reactores nucleares, los países en vías de desarrollo se volverían poco
a poco independientes de la ayuda externa norteamericana y podrían consolidar su
soberanía. La electricidad producida a partir de la energía atómica es la clave para que los
países atrasados salgan del subdesarrollo en el que el Club de los 300 les ha ordenado
permanecer.

A menor ayuda externa, menor sería el control de los recursos naturales de los diversos
países por parte del FMI. La idea de que las naciones en vías de desarrollo rigieran su
propio destino era anatema para el club de Roma y su Club de los 300 que dirige el mundo.
Hemos visto la oposición a la energía nuclear utilizada con éxito para bloquear el progreso,
de conformidad con los planes del Club para el crecimiento cero en al era post-industrial.
Al tener que depender de la ayuda exterior procedente de EE.UU. esos países de hecho se
hayan sometidos en servidumbre al Consejo de Relaciones Exteriores. Al pueblo de las
naciones beneficiarias les llega una parte ínfima del dinero, que por lo general termina en
las arcas de dirigentes gubernamentales que permiten que el FMI despoje brutalmente al
país de sus recursos naturales y bienes de producción.

En Mugabe, la capital de Zimbabwe, la antigua Rodesia, tenemos un claro exponente de


hasta qué extremo se pueden manipular los recursos naturales de un país, en este caso
mineral de cromo de alta ley. LONRHO, el gigantesco conglomerado de empresas
presidido en nombre de su prima, la reina Isabel II, por Angus Ogilvie – figura importante
del Club de los 300 – es actualmente dueño y señor absoluto de tan valioso insumo.
Mientras tanto el pueblo zimbabuo se sume cada vez más hondo en la miseria, a pesar de
percibir ayuda económica de los Estados Unidos por un monto superior a los 300 millones
de dólares.

Al presente, LONRHO tiene el monopolio de la producción nacional de cromo, y cobra


precios arbitrarios, lo cual no estaba permitido durante el gobierno de Smith. Antes de la
llegada del régimen de Mugabe, se mantuvo un nivel de precios razonables por espacio de
un cuarto de siglo. Si bien es cierto que en los catorce años por los que se prolongó la
presidencia de Ian Smith ésta tuvo sus fallos, desde que él abandonó el poder el desempleo
se ha cuadruplicado y Zimbabue se haya sumido en el caos y en una bancarrota de hecho.
Mugabe recibió suficiente ayuda de los EE. UU. (Del orden de los 300 millones de dólares
anuales) para construirse tres mansiones en la Costa Azul, Cap. Ferat y Montecarlo,
mientras sus súbditos pugnan por vencer la enfermedad, el desempleo y la desnutrición, eso
sin hablar de una férrea dictadura que no tolera protestas. En contraste con esta situación, el
gobierno de Smith jamás pidió ni recibió un centavo de ayuda de los Estados Unidos. Es
evidente, pues, que la ayuda externa es un medio eficaz de subyugar a países como
Zimbabue y ciertamente al resto de África.

El Club de Roma

¿Cómo pueden los conjurados tener al mundo en sujeción, y más concretamente a los
Estados Unidos y Gran Bretaña? Uno de los interrogantes que surgen con más frecuencia
es: ¿cómo puede una sola entidad estar al tanto de lo que sucede en todo momento, y de que
manera ejerce su dominio? En este libro procuraremos responder a esa y otras preguntas.
La única forma de afrontar la realidad del éxito de la conspiración es nombrar y comentar
algunas de las sociedades secretas, organizaciones de fachada, organismos
gubernamentales, bancos, compañías de seguros, empresas multinacionales, la industria
petrolera y los cientos de miles de entidades y fundaciones cuyas figuras más destacadas
componen el Club de los 300, máxima institución que lleva las riendas del mundo desde
hace al menos un siglo
.

Como ya se han publicado bastantes libros sobre el Consejo de Relaciones Exteriores y la


Trilateral, pasaremos a hablar directamente del Club de Roma y de la fundación alemana
Marshall.

Para algunos fue una sorpresa descubrir que el Club de Roma y la entidad que lo financia,
la cual ostenta el titulo de Fundación Alemana Marshall, eran dos asociaciones de
confabulados que realizan sus actividades bajo el auspicio de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte, y, que en su mayor parte, los ejecutivos que integran el Club de Roma
proceden de la OTAN. Fue el Club de Roma el que formuló los principios que esta última
organización reivindica como suyos, y el que – por intermedio de Lord Carrington, socio de
Club de los 300, dividió a la OTAN en dos fracciones: un grupo de presión política
(izquierdista) y la alianza militar originaria.
El Club de Roma sigue siendo uno de los brazos más importantes del Club de los 300, en lo
que se refiere a política exterior; el otro es el grupo de los Bilderberger. Se formó en 1968 a
partir de miembros incondicionales del grupo original fundado por Morgenthau a raíz de
una llamada telefónica del difunto Aurelio Peccei instando a lanzar con urgencia una nueva
campaña con objeto de acelerar la planificación del Gobierno Internacional Único,
actualmente conocido como Nuevo Orden Internacional. De todos modos, el primer
nombre me parece más exacto.

El llamado de Peccei fue respondido por los más subversivos planificadores del futuro que
se pudieron seleccionar en Estados Unidos, Francia, Suecia, Gran Bretaña, Suiza y Japón.

Entre 1968 y 1972, el Club de Roma se transformó en una entidad cohesiva integrada por
neocientíficos, mundialistas, planificadores del futuro e internacionalistas de toda calaña.
Uno de los delegados lo describió con estas palabras: “Nos hemos convertido en la túnica
de diversos colores de José”, en alusión al personaje bíblico.

En líneas generales, el programa previsto del Club de Roma consistiría en crear y difundir
ideas postindustriales en los Estados Unidos, junto con movimientos de contracultura como
los empeñados en la difusión de la droga, la revolución sexual, el hedonismo, el satanismo,
la brujería y el ambientalismo, El instituto Tavistock, El Instituto de Investigaciones de
Stanford, el Instituto de Relaciones Sociales y de hecho todo el amplio espectro de los
centros de investigación de psiquiatría social aplicada, o bien contaban con delegados en la
junta directiva del Club de Roma, o desempeñaban una misión orientadora en la tentativa
de la OTAN de llevar a cabo lo que denominan la conspiración acuariana.

El Club de Roma es una organización general coordinadora, una especie de matrimonio


entre financistas angloamericanos y las familias que integran la ancestral Nobleza Negra
europea, en particular la nobleza de Londres, Venecia y Génova. La clave para el dominio
exitoso del mundo está en su capacidad para crear y dirigir atroces recesiones económicas y
futuras depresiones financieras. El Club de los 300 aspira generar convulsiones sociales a
escala planetaria, seguidas de depresiones, pues ve en ellas un medio de allanar el terreno
para sucesos de mayor trascendencia, un método para ocasionar que ingentes masas de
seres humanos de todo el orbe se conviertan en futuros beneficiarios de su sistema de
beneficencia social.

El Club de Roma posee su propia central de inteligencia, y toma prestados además agentes
de la INTERPOL de David Rockefeller. Todos los organismos de inteligencia de los EE.
UU. Cooperan muy estrechamente con él, así como la KGB y el Mossad o Servicio de
Inteligencia Israelí.

¿Cuáles son sus objetivos?¿Qué se propone esa minoría selecta tan secreta? Sus integrantes
se hacen llamar también los olímpicos, pues están convencidos de que igualan en poder y
talla a los legendarios dioses del Olimpo, los cuales al igual que su dios Lucifer, se han
ensalzado a sí mismos por encima de nuestro Dios verdadero. Tienen además el
convencimiento de que por derecho divino se les ha encomendado la consecución de las
siguientes metas:

1.- El establecimiento de un gobierno internacional único o Nuevo Orden Mundial con una
iglesia unificada y un sistema monetario común bajo la dirección de ellos. Pocos saben que
el Gobierno Internacional inició la fundación de su iglesia entre los años veinte y los años
treinta, al comprender la necesidad de canalizar en la dirección deseada por ellos la fe
inherente a todo ser humano.

2.- La destrucción irremediable de toda identidad y orgullo nacional.

3.- El aniquilamiento de la religión, y más en particular de la cristiana. La única excepción


será la creada por ellos que mencionamos más arriba.

4.- El dominio de cada habitante del planeta mediante técnicas de condicionamiento


psicológico y de lo que (Zbignew) Brzezinski denominó tecnotrónica, con la cual se
crearían robots humanos y se implantaría un espeluznante sistema al lado del cual el Terror
Rojo de Félix Dzerzhinsky parecerá un juego de niños.
5.- El fin de toda industria y de la producción de fuerza eléctrica generada a partir de la
energía nuclear, en lo que llaman sociedad postindustrial de crecimiento cero. Sólo serán
autorizadas las industrias de computación y los servicios. Las empresas norteamericanas
que queden serán trasladadas a países como México, donde la mano de obra esclavizada es
abundante. Los desempleados a consecuencia de la desaparición de las industrias se
transformarán en adictos a la heroína o a la cocaína, o integrarán las estadísticas del proceso
de eliminación delineado en el informe ‘El mundo en el año 2000′.

6.- Legalización de la droga y la pornografía.

7.- Despoblamiento de las grandes ciudades, de conformidad con el ensayo llevado a cabo
por el régimen de Pol Pot en Cambodia. Es interesante destacar que el plan genocida del
dictador asiático fue formulado aquí en los Estados Unidos por una de las fundaciones de
investigación financiadas por el Club de Roma. Otro dato interesante es que actualmente
los 300 tratan de reinstaurar a los carniceros de Pol Pot en Camboya.

8.- Eliminación de todo adelanto científico salvo los que sean considerados provechosos
para el Club de los 300. La producción de energía atómica con fines pacíficos es uno de los
blancos principales. Los experimentos de fusión en frío que actualmente (1992) se llevan a
cabo son objeto de burla y desprecio por parte del Club y de sus chacales en la prensa. Un
soplete de fusión debidamente empleado pondría a nuestra disposición unos recursos
naturales inagotables a partir de las sustancias más comunes, y el Club ya no podría seguir
insistiendo en “la falta de recursos naturales”.

9.- Por medio de guerras de limitado alcance en los países desarrollados y de la


aniquilación mediante el hambre y las enfermedades de la población de países del tercer
mundo, ocasionar de aquí al año 2050 la muerte de 3000 millones de seres humanos, a los
que califican de inútiles consumidores de alimentos. El Club de los 300 encargó a Cyrus
Vance la redacción de un informe al respecto que expusiera los medios más eficaces de
llevar a efecto semejante genocidio. Dicho informe lleva por titulo El Mundo en el año
2000 y fue aprobado por el presidente Carter para el gobierno estadounidense y a nombre
del mismo, y aceptado por Edwin Muskie, a la sazón secretario de estado. Según las
condiciones fijadas en el informe, la población de los EE. UU. Deberá haber descendido a
100 millones para el año 2050.

10.- Debilitar la fibra moral de la nación y desmoralizar a la clase obrera mediante la


generalización masiva del desempleo. Cuando el número de puestos de trabajo disminuya a
causa de las normas introducidas por el Club de Roma con vistas al crecimiento cero
postindustrial, los operarios, sumidos en el desaliento y la desesperación, buscarán refugio
en el alcohol y la droga. Por medio del rock y de los alucinógenos, se instará a los jóvenes a
revelarse contra el status quo, lo cual socavará a la familia como institución social y
acabará por destruirla. Con este fin, el Club de los 300 asignó al Instituto Tavistock la
preparación de un plan maestro. Tavistock encargó al Instituto de Investigaciones de
Stanford la elaboración del plan, con la dirección del profesor Willis Harmon. Más tarde, la
empresa llegó a ser conocida como conspiración acuariana.

11.- Evitar que en todo el mundo la gente pueda decidir su propio destino. Con miras a ello,
se creará una crisis tras otra, y luego se manejarán dichas crisis. Ello confundirá y
desmoralizará hasta tal punto a la población que ante la superabundancia de opciones se
generalizará la apatía. En el caso de los EE. UU. ya existe un organismo que tiene como fin
el manejo de crisis. Se trata de la FEMA, siglas en inglés de la Secretaría Federal de
Manejo de Emergencias, cuya existencia descubrí en 1980.

12.- Promocionar a grupos rufianescos de música rock como los Rolling Stones (pandilla de
degenerados que goza ampliamente del favor de la nobleza negra europea) y todos los
conjuntos a los que Tavistock convirtió en grandes figuras a partir de los Beatles.

13.- Exportar a todo el mundo el ideario de la liberación religiosa al objeto de minar a toda
religión existente y más en particular la cristiana. Esto empezó con la teología de la
liberación, de origen jesuita, que acarreo la caída del régimen de los Somoza en Nicaragua
y que en la actualidad destruye El Salvador – cuya guerra civil se arrastra ya embarcada por
un curato de siglo – , Costa Rica y Honduras. Una entidad muy activamente embarcada en
la llamada teología de la liberación es la misión Maryknoll, de tendencia comunista. Ello
explica la amplia cobertura dada por los medios al asesinato de unas supuestas monjas de la
orden Maryknoll hace unos años en El Salvador.

14.- Provocar el colapso total de la economía a escala internacional y desatar un caos


político absoluto.

15.- Tomar en sus manos la dirección de toda política exterior e interior en los Estados
Unidos.

16.- Otorgar el máximo apoyo a instituciones supranacionales como la ONU, el FMI, el


Banco Internacional de Pagos y el Tribunal Internacional de Justicia y, en la medida de lo
posible, disminuir la eficacia de las instituciones nacionales eliminándolas gradualmente o
sometiéndolas a la autoridad de las Naciones Unidas.

17.- Infiltrarse en todos los gobiernos y sembrar la subversión en ellos, corroyendo


internamente la integridad de las naciones que estos representan.

18.- Organizar un aparato terrorista de alcance internacional y negociar con sus agentes
cada vez que estos lleven a cabo sus violentas acciones.

19.- Tomar las riendas de la enseñanza en los EE. UU. con la finalidad de llevarla a la ruina
más completa.
Muchos de estos objetivos, los cuales enumeré por primera vez en 1969, se han alcanzado
ya o están en avanzada vías de ejecución.
Si tenemos en cuenta los ilimitados caudales que tienen a su disposición, así como cientos
de gabinetes de estrategia y 5000 ingenieros sociales, y siendo un hecho que tienen en sus
manos los medios de difusión, la banca y la mayor parte de los gobiernos, se comprende
que nos las estamos viendo con un problema de proporciones gigantescas, al cual ninguna
nación está en condiciones de hacer frente en este momento.
Como he afirmado con tanta frecuencia, se nos ha hecho creer que el problema al que me
refiero tiene su origen en Moscú. Nos han lavado el cerebro para que creamos que el
comunismo es la mayor amenaza que enfrentamos los norteamericanos. No hay tal. El
mayor peligro radica en la multitud de quintacolumnistas infiltrados entre nosotros. Nuestra
Constitución nos advierte que vigilemos al enemigo interno. Esos enemigos sirven al Club
de los 300, y ocupan posiciones clave en nuestra jerarquía gubernamental.

Debilitamiento de los EE.UU

El Club de Roma tiene la seguridad de haber debilitado a los Estados Unidos, según
órdenes del Club de los 300. Tras años de librar una guerra contra los habitantes de esta
nación, ¿quién puede poner en duda que ha cumplido en efecto su misión? Basta echar un
vistazo a nuestro alrededor para ver hasta qué punto se ha arruinado la moral: droga,
pornografía, rock, libertinaje sexual, el núcleo familiar prácticamente desmoronado,
lesbianismo, homosexualidad y por último él espelúznese asesinato de millones de niños
inocentes a manos de su propia madre.

¿Acaso ha existido alguna vez en la historia crimen tan infame como el aborto
generalizado?

Dada la ruina espiritual y moral de los EE.UU., con nuestra industria destrozada, 30
millones de desempleados, las grandes ciudades transformadas en horrendos antros donde
se cometen los crímenes más inimaginables, con un índice de asesinatos que casi triplica el
de otros países, 4 millones de personas sin hogar y la corrupción en las esferas del gobierno
alcanzado proporciones endémicas, ¿quién va a negar que los Estado Unidos están a punto
de desplomarse roídos por la carcoma, para caer en las garras acechantes del Gobierno
Internacional de la Nueva Era?

El Club de Roma ha logrado su objetivo de dividir las confesiones cristianas. Ha reunido un


ejercito de carismáticos, fundamentalistas y evangélicos. Durante la Guerra del Golfo me
llovieron cartas que preguntaban cómo me podía oponer a “una guerra cristianan justa
contra Irak”. ¿Cómo podía yo dudar que el respaldo de los cristianos fundamentalistas a la
guerra (del Club de los 300) contra ese país oriental no estaba acorde con los principios de
la Biblia? A fin de cuentas, ¿no había rezado Billy Graham con el presidente Bush justo
antes de dar inicio a las primeras andanadas? ¿Acaso no predice la Escritura “guerras y
rumores de guerra?”
Esas cartas dejaron entrever la eficiencia con que ha desempeñado su labor el Instituto
Tavistock. Los fundamentalistas cristianos son burdas marionetas del Club de Roma y de
que sus opiniones y creencias no son propias: las formularon para ellos los cientos de
gabinetes de estrategia del Club de los 300 que se hallan repartidos por la geografía de los
EE.UU. Es decir, que como cualquier otro sector de la población estadounidense, los
cristianos fundamentalistas y evangélicos han sido objeto de un concienzudo lavado de
cerebro.

Es posible que a algunos les cueste aceptar la idea de una conspiración a escala
internacional porque muchos autores han obtenido lucro a costa de ella. Otros dudan que se
puedan promover con éxito unas actividades de semejante alcance. Observando el enorme
aparato burocrático de nuestra nación, preguntan: ”¿Cómo quieren que creamos que unos
señores particulares tengan más poder que el Gobierno?”. Esto se debe a que no
comprenden que el Gobierno es parte de la maquinaria de la conspiración. Los que eso
afirman piden pruebas fehacientes, y no es tan fácil hallar tales pruebas.

Otros dicen: “¿y qué? ¿Qué me importa a mí que haya una conspiración? Si yo ni me
molesto en votar”. Esa era precisamente la forma en que se preveía que reaccionara el
grueso de la población estadounidense. El pueblo de nuestro país está sumido en el
desaliento y la confusión, fruto de la guerra que se libra contra nosotros desde hace años.
Hay muchas más probabilidades de que un pueblo desmoralizado y despistado acoja con
los brazos abiertos la llegada de una gran figura que prometa resolver todo problema y
garantice una sociedad ordenada en la que no exista el desempleo y con las disputas
internas reducidas al mínimo. A ese dictador – eso será ni más ni menos – lo recibirán
calurosamente.

Programados para el cambio, listos para la destrucción

Ese mismo Club de los 300 ha establecido mecanismos y sistemas de control mucho más
ineludibles que nada que se haya visto hasta ahora. No son necesarias sogas ni cadenas para
sujetarnos. Se nos ha lavado el cerebro hasta hacernos renunciar al derecho a portar armas
que nos otorga la Constitución; abandonar la Constitución misma; permitir que las
Naciones Unidas dirijan nuestra política exterior y que el FMI dicte la política fiscal y
monetaria de nuestro país; tolerar que el Presidente vulnere impunemente la ley de los
Estado Unidos invadiendo otro país y secuestrando al jefe del estado.

En resumidas cuentas, nos han condicionado al extremo de que aceptemos a nivel nacional
casi sin rechistar cada uno de los ilícitos perpetrados por el gobierno de nuestro país.

Gracias al Club de Roma, nuestra capacidad tecnológica ha sido superada por Japón y
Alemania, los países a los que – según nos dicen- derrotamos en la Segunda Guerra
Mundial. ¿Cómo ha sido posible tal cosa? Porque, por un lado, hombres como el Dr.
Alexander King, y por otro, nuestra ceguera mental inducida nos han hecho incapaces de
reconocer el desmoronamiento de nuestras instituciones educativas y sistemas de
enseñanza. Por esa ceguera nuestra, ya no formamos los suficientes ingenieros y científicos
para mantener el puesto que ocupábamos entre las naciones industrializadas. Gracias al Dr.
King, a quien muy pocos conocen en los Estados Unidos, la enseñanza ha caído a su nivel
más bajo en el país desde 1786. Estadísticas facilitadas por el Institute for Higher Learning
indican que los escolares actuales leen y escriben peor que los de 1786.

La meta era mentalizar a la nación para efectuar cambios programados y que se


acostumbrara hasta tal extremo a ellos que cuando se produjeran transformaciones radicales
éstas fueran prácticamente imperceptibles. En los últimos años la decadencia se ha
acelerado hasta tal punto que en la actualidad el divorcio no acarrea estigma alguno, el
suicidio alcanza tasas históricas que no horrorizan a muchos y desviaciones de las normas
sociales aberraciones sexuales en otro tiempo innombrables en círculos decentes hoy son
moneda corriente y no suscitan protestas. ¿Somos capaces de reconocer que el país va
cuesta abajo y sin frenos? No, no lo somos. Cuando los que nos dedicamos a hacer ver la
verdad al pueblo norteamericano descubrimos que un gobierno menor, privado y bien
organizado dentro de la Casa Blanca cometía incesantes fechorías, fechorías que atentaban
contra la esencia misma de la nación y las instituciones republicanas en las que ésta se
apoya, se nos dijo que no preocupáramos al público con esas revelaciones. Una forma
común de reaccionar era decir: “No queremos saber nada de esas conjeturas”.

Cuando la máxima autoridad elegida del país tuvo la osadía de poner las leyes de la ONU
por encima de la Constitución de los Estados Unidos – delito por el cual se podía demandar
al Presidente – la mayoría de la gente lo vio como lo más natural del mundo. Cuando la
máxima autoridad elegida del país emprendió una guerra sin una declaración oficial por
parte del Congreso, los medios informativos callaron ese detalle y los ciudadanos lo
aceptamos una vez más antes que encarar la verdad.

Cuando estalló la Guerra del Golfo, maquinada y organizada por nuestro presidente (Bush),
no sólo toleramos alegremente la más descarada de las censuras, sino que hasta nos lo
tomamos a pecho creyendo que era buena para alcanzar el objetivo de la guerra. El
Presidente mintió, April Glaspie mintió, el Departamento de Estado mintió. Decían que la
guerra estaba justificada porque se había advertido a Saddam Hussein que no metiera la
mano en Kuwait.

Cuando por fin se hicieron públicas las comunicaciones cablegráficas entre la embajadora y
el Departamento de Estado, una caterva de senadores norteamericanos se lanzó a defender a
Glaspie; tanto demócratas como republicanos, daba igual. El pueblo, nosotros, dejamos
impunes sus abyectas mentiras.

El presidente Jefferson dijo en una ocasión que sentía lástima de los que creían que con los
periódicos se enteraban de lo que sucedía. Disraeli, el primer ministro británico, afirmó
algo muy parecido. Ciertamente, desde tiempo inmemorial, los que rigen los destinos del
mundo se han vanagloriado de hacerlo entre bambalinas.
Nos dicen que ganamos la Guerra del Golfo. Sin embargo, la amplia mayoría de los
estadounidenses no repara en que la ganamos a costa de la dignidad y el honor de nuestra
nación, que yacen pudriéndose en las arenas del desierto de Kuwait e Irak, junto a los
cadáveres de las tropas iraquíes a las que aniquilamos en la retirada previamente acordada
de Kuwait y de Basra. No fuimos capaces de cumplir la palabra empeñada de que nos
atendríamos a la convención de Ginebra y no los atacaríamos. “¿Qué prefieren –
preguntaron los que nos manejan -, victoria o dignidad? No se pueden tener las dos cosas a
la vez”.

Hace cien años algo así no habría sucedido. Hoy en día ocurre y nadie dice nada. Vivimos
en una sociedad desechable, programada para no durar. Los 4 millones de personas que
viven sin techo en nuestro país, los 30 millones de desempleados y los 15 millones de niños
asesinados hasta la fecha antes de nacer nos dejan indiferentes. Son elementos desechables
de una conspiración tan condenable que cuando se ponen al descubierto estos datos, la
mayoría descarta la existencia de la mencionada conspiración, razonando que esas
estadísticas se deben a que “los tiempos han cambiado”.

Los Estados Unidos de la actualidad se pueden comparar con un soldado que se duerme en
lo más recio del combate. Los norteamericanos nos hemos dejado vencer por el sueño y
hemos cedido a la apatía que nos ha causado vérnoslas con una multiplicidad de opciones.
Todo ello nos ha sumido en la confusión. Transformaciones de esa índole alteran el medio
en que nos desenvolvemos y eliminan nuestra resistencia a los cambios, de forma que nos
ponemos aturdidos y apáticos y acabamos por dormirnos en plena batalla.

Para los oligarcas y plutócratas que integran el Club de los 300, el narcotráfico tiene una
doble finalidad: en primer lugar, generar ingentes sumas de dinero, y en segundo, convierte
a largo plazo a un amplio sector de la sociedad de una masa de autómatas drogados más
fáciles de dominar que quienes no estén enviciados, ya que la rebelión se castigará cortando
el suministro de heroína, cocaína y otros alucinógenos. Ellos requieren la legislación de la
droga a fin de que se pueda establecer un monopolio mediante el cual la drogodependencia
alcance gran difusión, a medida que cientos de miles de obreros constantemente
desempleados recurran a los estupefacientes en busca de alivio.

En uno de los documentos más secretos del Royal Institute for Internal Affaire, se describe
– parcialmente- el plan: ” [...] Desengañados con el cristianismo y con el desempleo
generalizado, quienes lleven cinco años o más desocupados abandonarán la iglesia y se
volverán a la droga en busca de consuelo. A partir de ese momento será imperioso ejercer
un dominio absoluto del comercio de narcóticos, al objeto de que los gobiernos de todos los
países que se hallen sometidos a nuestra jurisdicción dispongan de un monopolio que
dirigiremos nosotros como suministradores. [...] Se crearán bares que expendan droga a los
revoltosos y descontentos. Los sediciosos en potencia se convertirán en inofensivos adictos
sin voluntad propia. [...]”
El mundo del futuro
En resumidas cuentas, las aspiraciones del Club de los 300 consisten en generar las
siguientes situaciones:
-El establecimiento de un gobierno mundialista y un sistema monetario común bajo la
tutela de una oligarquía permanente, hereditaria y no elegida, cuyos miembros se escogerán
entre si mediante un sistema feudal semejante al del Medioevo. Con dicha entidad universal
de gobierno, se pondrá coto a la explosión demográfica mediante limitaciones al número de
hijos por familia, enfermedades, guerras y hambres, hasta que la población mundial se
estabilice en mil millones de seres humanos útiles para la clase dirigente, distribuidos en
zonas rígidas y claramente definidas.

-La clase media desaparecerá y sólo quedarán siervos y mandatarios. Las leyes serán
uniformadas por medio de una red internacional de tribunales que se guiarán por un mismo
código, apoyados por un organismo universal de policía y un ejército supranacional que
imponga el cumplimiento de la ley en el territorio de los que una vez fueron países, y que
ya no estarán delimitados por fronteras. El sistema se basará en el del estado benefactor:
quienes obedezcan al gobierno internacional único y se subordinen al mismo serán
retribuidos con los medios para subsistir; los que se rebelen morirán de hambre o serán
proscritos, convirtiéndose con ello en blanco de todo el que desee quitarles la vida. Estará
prohibida la posesión privada de armas de fuego o de cualquier otra clase.

-Sólo se permitirá la práctica de una religión, la de la iglesia del Gobierno Universal. El


culto a Lucifer y la hechicería serán reconocidos como materias de estudio en el sistema
educativo estatal, y no habrá colegios privados ni religiosos. Las iglesias habrán sido
infiltradas por la subversión. En los tiempos del gobierno internacional, el cristianismo
habrá pasado a la historia.

Toda persona será adoctrinada en la creencia de que es una criatura del Gobierno Universal.
A este fin, se la marcará con un número que facilite su identificación, número que figurará
en los archivos centrales del ordenador de la OTAN en Bruselas. En un momento dado,
todo agente del Gobierno Universal tendrá acceso a dicho número. Los archivos generales
de la CIA, el FBI, las policías locales y estatales, el Ministerio de Hacienda, la FEMA y la
seguridad social serán ampliados en extremo y constituirán la base de datos relativos a cada
habitante de los Estados Unidos.

-El matrimonio será ilegal. La familia ya no existirá como la conocemos en la actualidad.


Los niños serán separados de sus padres a temprana edad y criados bajo la tutela del
Estado. A título experimental, esto ya se hizo en Alemania del Este en tiempos de Eric
Honecker: los hijos de ciudadanos sospechosos de rebeldía eran puestos bajo la custodia del
Estado.

-Se promoverá la pornografía, la cual será de exhibición obligada en todo cine y teatro, sin
excluir los temas de la homosexualidad y el lesbianismo. También será forzoso el consumo
de drogas recreativas. A cada uno se le asignará una cantidad que podrá adquirir en los
establecimientos de venta que el Gobierno Universal habrá diseminado por el planeta.
- Se extenderá el empleo de sustancias que permitan manipular la mente, y serán
igualmente de uso obligatorio. Se las administrará por medio de los alimentos y del
suministro del agua potable sin conocimiento ni permiso de los consumidores. En los bares
de narcóticos, atendidos por empleados del súper gobierno, la clase esclavizada pasará sus
horas de asueto. De esa manera, las masas se convertirán en una suerte de animales
dominados, sin voluntad propia, que se comportarán como tales.

-El sistema económico funcionará del siguiente modo: la clase dirigente permitirá que se
produzca el mínimo imprescindible de alimentos y servicios para mantener los
campamentos en que trabajarán multitudes de esclavos. Toda riqueza se atesorará en las
arcas de los integrantes de la élite del Club de los 300. A toda persona se la adoctrinará en
el concepto de que su supervivencia depende en todo el Estado. El mundo será gobernado
mediante decretos emitidos por el mencionado Club, los cuales de inmediato cobrarán valor
de ley. Experimentalmente, BorisYeltsin impone la voluntad del club en Rusia mediante
decretos de ese estilo. No existirán tribunales de justicia, sino de castigo.

-La industria habrá de ser destruida en su totalidad, junto con las plantas de producción de
energía nuclear. Sólo los integrantes del Club de los 300 y sus elitistas tendrán privilegio de
beneficiarse de los recursos de la tierra. La agricultura y la ganadería estarán en manos del
Club, que fiscalizarán rigurosamente la producción de alimentos. Conforme comiencen a
entrar en vigor estas medidas, grandes contingentes de población urbana serán transferidos
a regiones apartadas. Quienes se opongan serán exterminados a la manera del experimento
que llevó a cabo Pol Pot en Camboya.

-Los enfermos incurables y los ancianos habrán de someterse ineludiblemente a la


eutanasia. Para el año 2050 habrán sido eliminados al menos 3.000 millones de
consumidores inútiles de alimentos por medio de guerras de alcance limitado, epidemias
orquestadas de enfermedades virulentas, y hambre. El suministro de energía, alimento y
agua se mantendrá al nivel mínimo de subsidencia para los ajenos a la élite.

-Todo producto farmacéutico, médico, dentista y profesional de la salud, esencial o no,


estará registrado en el banco de datos del computador central. Será imposible recetar un
remedio o prescribir atención médica sin autorización expresa de los agentes responsables
de imponer la autoridad en cada municipio.

-No habrá moneda ni dinero en efectivo en posesión de las masas. Toda transacción se
llevará a cabo mediante una tarjeta de cobro automático en la que figure el número de
identificación del portador. A quien transgreda el reglamento establecido por el Club de los
300 le será inválida la tarjeta por un tiempo que variará con arreglo a la naturaleza y
gravedad de la violación.

-El Gobierno Universal llevará las riendas de todas las agencias noticiosas y órganos de
prensa. Métodos de lavado cerebral se harán pasar por entretenimiento, de la misma manera
en que se practicaba y se convirtió en técnica refinada en los Estados Unidos. A los jóvenes
a los que se aparte de los padres desleales se les impartirá una educación concebida
especialmente para embrutecerlos.

-Jóvenes de ambos sexos serán adiestrados como vigilantes en los campos de trabajo del
Gobierno Internacional.

Por lo anterior, es evidente que quede mucho por hacer para la instauración del Nuevo
Orden Mundial. Hace tiempo que el Club de los 300 ha perfeccionado los planes para
desestabilizar la civilización tal como la conocemos en la actualidad.

En Europa Occidental ha construido una federación de estados con una estructura de


gobierno que incluye una moneda común. Una vez logrado esto, el sistema de la Unión
Europea se extenderá por etapas a los EE.UU. y Canadá. De forma lenta pero inexorable,
las Naciones Unidas se están transformando en un sello de aprobación del Gobierno
Universal: EE.UU. le dicta lo que tiene que hacer, como vimos cuando la Guerra del Golfo.
El impresionante secreto que envuelve al Club de los 300 hace que muchos pongan en
entredicho su existencia. Ningún órgano informativo ha hecho jamás mención de dicha
jerarquía conspiradora. Por consiguiente, y como era de esperar, la gente reacciona con
incredulidad. El Club de los 300 está en su mayor parte en manos del monarca británico, en
la actualidad la reina Isabel II.

No hay entidad que escape al dominio del Club, y salta a la vista que éste ejerce un férreo
control en el terreno de las comunicaciones. Si echamos un vistazo a la RCA,
descubriremos que su directorio se compone de personalidades británicas y estadounidenses
que descuellan en organizaciones como el Consejo de Relaciones Exteriores, la OTAN, el
Club de Roma, la Comisión Trilateral, la Francmasonería, Skull and Bones, el grupo
Bilderberg, Round Table, la Sociedad Milner y la Jesuits-Aristotle Society. Entre ellos se
contaba David Sarnoff, que se trasladó a Londres hacia la misma época que Sir William
Stepherson se instaló en la sede neoyorquina de la RCA.

El gobierno invisible del Club de los 300 está ejerciendo una presión inmensa sobre los EE.
UU. A fin de reformar el país para mal. Si logramos evitar que se nos despoje de la libertad,
retrasaremos considerablemente el progreso hacia el establecimiento del gobierno
supranacional. La instauración del mismo es una empresa de proporciones impresionantes
que exige gran habilidad, talento organizativo y dominio de los gobiernos y su política. La
única organización capaz de llevar a cabo tan ciclópea tarea con esperanza de éxito es el
Club de los 300. Acabamos de ver hasta qué punto se ha acercado al éxito total.

La batalla para evitarlo será, ante todo, de carácter espiritual.


jueves, 8 de agosto de 2013
El Gobierno Secreto que dirige los Estados Unidos

En un libro que por fin se publica en francés, el profesor Peter Dale Scott recorre la historia
del «Estado profundo» en Estados Unidos, o sea la estructura secreta que dirige la política
exterior y la política de defensa de ese país más allá de las apariencias democráticas.

Este estudio ofrece la ocasión de poner bajo los reflectores al grupo que organizó los
atentados del 11 de septiembre y que se financia a través del tráfico mundial de droga. Se
trata de un libro de referencia cuya lectura aconsejan ya las academias militares y
diplomáticas.

Entrevista realizada por Maxime Chaix y Anthony Spaggiari, quiénes son los traductores
del libro «La Route vers le Nouveau Desordre Mondial» (que se puede traducir al
castellano como: La Ruta que lleva al Nuevo Desorden Mundial) y que viene a ser
publicado en francés.

Red Voltaire: Profesor Scott, sabiendo que su trabajo no dispone aún de la notoriedad que
debería tener el mundo francófono, ¿pudiera usted comenzar proporcionándonos una
definición de qué es la «la Política profunda» (Deep Politics) y explicándonos la diferencia
entre lo que usted llama el «Estado profundo» y el «Estado público»?

Peter Dale Scott: La expresión «Estado profundo» viene de Turquía.

Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes que rodaba a toda
velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del parlamento, una reina de belleza, un
importante capitán de la policía local y el principal traficante de droga de Turquía, quien
dirigía además una organización paramilitar - los Lobos Grises - que asesinaba gente.

Se hizo entonces evidente que existía en Turquía una relación secreta entre la policía - que
oficialmente estaba buscando al hombre que finalmente se encontraba en aquel auto con un
jefe de la policía - y aquellos individuos, que cometían crímenes en nombre del Estado.

El Estado para el que se cometen crímenes no es un Estado que puede mostrar su propia
mano al público. Es un Estado escondido, una estructura secreta.

En Turquía lo llamaron el «Estado profundo» [1], y yo mismo venía hablando desde hace
tiempo de «Política profunda», así que utilicé esa expresión en mi libro «La Route vers le
Nouveau Désordre Mondial» (El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial).

Yo definí la política profunda como el conjunto de prácticas y de disposiciones políticas,


intencionales o no, habitualmente criticadas o no mencionadas en el discurso público,
además de no reconocidas.

O sea que la expresión «Estado profundo» - concebida en Turquía - no es cosa mía.

Se refiere a un gobierno paralelo secreto organizado por los aparatos militares y de


inteligencia, financiado por la droga, que se implica en acciones de violencia de carácter
ilícito para proteger el estatus y los intereses del ejército de las amenazas que representan
los intelectuales, los religiosos y en ocasiones el gobierno constitucional.

En en libro La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, yo adapto un poco esa expresión
para referirme a la más amplia conexión que existe, en Estados Unidos, entre el Estado
público constitucionalmente establecido, por un lado, y las fuerzas profundas que se
mueven en segundo plano de ese Estado: las fuerzas de la riqueza, del poder y de la
violencia que están fuera del gobierno.

Esa conexión podríamos llamarla la «puerta trasera» del Estado público, [puerta] que sirve
de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera del marco legal.

La analogía con Turquía no es perfecta ya que lo que actualmente hemos podido observar
en Estados Unidos no es tanto una estructura paralela si no más bien una amplia zona o
ambiente de contactos entre el Estado público y fuerzas oscuras invisibles.

Pero esa conexión es considerable, y se necesita una apelación como «Estado profundo»
para describirla.

Red Voltaire: Usted escribió su libro, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, en
momentos en que el régimen de Bush se hallaba en el poder y después lo reactualizó con
vistas a la traducción al francés.
¿Piensa usted que el Estado profundo se ha debilitado, lo cual favorecería al Estado
público, como resultado de la elección de Barack Obama? ¿O, por el contrario, se ha
reforzado con la crisis y con la actual administración?

Peter Dale Scott: Después de 2 años de presidencia de Obama, tengo que llegar tristemente
a la conclusión que la influencia del Estado profundo, o más exactamente de lo que yo
llamo en mi último libro «La Máquina de Guerra estadounidense» (American War
Machine), ha seguido extendiéndose, como lo ha hecho bajo cada presidente de Estados
Unidos desde la época de Kennedy.

Un importante síntoma de ello es la manera en que Obama, a pesar de su retórica de


campaña, ha seguido ampliando el campo de aplicación del secreto dentro del gobierno de
Estados Unidos y como ha seguido castigando a quienes lanzan llamados de alerta:

su campaña contra WikiLeaks y contra Julian Assange, quien ni siquiera ha sido inculpado
aún por el menor crimen, no tiene precedentes en la historia de Estados Unidos.

Yo sospecho que el miedo a la publicidad que se percibe en Washington viene de que existe
la conciencia de que las políticas de guerra de Estados Unidos están cada vez más
desvinculadas de la realidad.

En Afganistán, Obama parece haber capitulado ante los esfuerzos del general Petraeus y de
otros generales que querían garantizar que las tropas estadounidenses no comenzaran a
retirarse de las zonas de combates en 2011, como había adelantado Obama cuando autorizó
un aumento del número de soldados en 2009.

El último libro de Bob Woodward, que se titula Obama’s Wars (Las guerras de Obama),
reporta que durante aquel largo combate que se produjo dentro de la administración para
determinar si había que decidir una escalada militar en Afganistán, Leon Panetta, el director
de la CIA, le aconsejó a Obama que,

«ningún presidente democrático puede ir en contra de los consejos del ejército… Así que
hágalo. Haga lo que ellos le dicen.»

Obama dijo recientemente a soldados estadounidenses en Afganistán:

«Ustedes cumplen sus objetivos, ustedes tendrán éxito en su misión».

Este eco de testimonios anteriores - tontamente optimistas - de Petraeus muestra por qué no
se hizo en la Casa Blanca una evaluación realista del desarrollo de la guerra en diciembre
de 2010, a pesar del mandato recibido inicialmente.
Al igual que Lyndon Johnson antes que él, el presidente está atrapado ahora en un cenagal
que no se atreve a perder, y que amenaza con extenderse a Pakistán así como a Yemen, si
no más lejos aún.

Yo sospecho que las fuerzas profundas que dominan los dos partidos políticos son ahora tan
poderosas, tan coincidentes, y por sobre todo están tan interesadas en las ganancias que la
guerra genera, que un presidente está más lejos que nunca de oponerse a ese poder, ni
siquiera ahora cuando se hace cada vez más evidente que la era de dominación mundial de
Estados Unidos, al igual que sucedió en su tiempo con la de Gran Bretaña, está a punto de
terminar.

En ese contexto, Obama - sin debate ni revisión - ha prolongado el estado de urgencia


interna proclamado después del 11 de Septiembre, con las drásticas limitaciones de los
derechos civiles que ello implica.

Por ejemplo, en septiembre de 2010 el FBI tomó por asalto las oficinas de pacíficos
defensores de los derechos humanos en Minneapolis y en Chicago basándose en una
decisión reciente de la Corte Suprema según la cual la libertad de expresión y el activismo
no violentos reconocidos en la Primera Enmienda se convierten en crímenes si están
«coordinados con» o «bajo la dirección» de un grupo extranjero designado como
«terrorista».

Es importante señalar que en 9 años el Congreso no se ha reunido ni una sola vez para
discutir el estado de urgencia decretado por George W. Bush después del 11 de septiembre,
estado de urgencia que por lo tanto permanece en vigor hoy en día.

En 2009, el ex congresista Dan Hamburg y yo lanzamos una exhortación pública al


presidente Obama para que pusiera fin al estado de urgencia y llamamos al Congreso a que
realizara las audiencias que su responsabilidad requiere. Pero el 10 de septiembre de 2009,
Obama, sin la menor discusión, prolongó nuevamente el estado de urgencia del 11 de
septiembre y lo hizo de nuevo al año siguiente.

Mientras tanto, el Congreso ha seguido ignorando las obligaciones que le impone su propio
estatuto.

Un congresista explicó a uno de sus electores que lo previsto en la National Emergencies


Act se ha hecho inoperante por causa de la COG (Continuity of Government - Continuidad
del Gobierno), un programa ultra-secreto destinado a organizar la dirección del Estado en
caso de situación de urgencia nacional.

El programa de la COG fue parcialmente aplicado el 11 de septiembre por Dick Cheney,


uno de los principales arquitectos de ese programa desarrollado dentro de un comité que
opera fuera del gobierno regular desde 1981 (ver a continuación más detalles sobre la
COG).
De ser cierto que las disposiciones de la National Emergencies Act se han hecho
inoperantes por causa de la COG, ello indicaría que el sistema constitucional de
contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos, y que los decretos secretos predominan
ahora sobre la legislación pública.

Red Voltaire: En ese contexto, ¿por qué el Congreso de Estados Unidos no desempeña su
papel en la limitación de los poderes secretos que se instauró después del Watergate?

¿Qué consecuencias tuvieron entonces la expulsión de Nixon y el fortalecimiento de la


supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas de los servicios de inteligencia
estadounidenses?

Nacido en Montreal en 1929, Peter Dale Scott es un ex-diplomático,


poeta y autor canadiense.Es también profesor emérito de Literatura Inglesa en la Universidad de Berkeley, estado de
California.Es conocido por sus posiciones contra la guerra y por sus críticas sobre la política exterior de Estados
Unidos.
Peter Dale Scott es además un autor y analista político reconocido tanto por la crítica como por sus colegas,
entre los que se encuentra su amigo Daniel Ellsberg, reconocido a su vez como «el hombre que hizo caer a Nixon».
Peter Dale Scott: La estrategia de Nixon para Vietnam consistió en tratar de obtener el
apoyo del bando opuesto llegando a acuerdos estratégicos tanto con la Unión Soviética
como con China.
Esto encontró una violenta oposición tanto de parte de los «halcones» como de parte de las
«palomas» en el seno de una nación profundamente dividida, y yo creo que los «halcones»
provenientes tanto de la CIA como del Pentágono fueron partícipes de la crisis fabricada
del Watergate, que dio lugar a la dimisión forzosa de Nixon.

Después del Watergate, las «palomas» del Congreso - al que se aplicó por entonces el
sobrenombre de «McGovernite» - de 1974 implantaron cierto número de reformas en
nombre de políticas más abiertas y públicas, aboliendo un estado de urgencia que se había
mantenido desde la época de la guerra de Corea y estableciendo las restricciones jurídicas y
legislativas sobre la CIA y sobre otros aspectos del gobierno secreto.

Esas reformas tuvieron como respuesta una movilización concertada tendiente a revertirlas
y a restablecer el statu quo ante.

Aquel debate político implicaba la existencia, en el seno de la dirección del país, de un


desacuerdo entre los llamados «negociantes» y los «prusianos» y la cuestión era saber
si,después del fiasco de Vietnam, Estados Unidos debía esforzarse por volver a su anterior
papel de nación prominentemente comerciante o si debía responder a la derrota de Vietnam
con un aumento suplementario de sus fuerzas armadas.

Aquella lucha burocrática e ideológica fue a la vez una lucha por el control del Partido
Republicano. Aquello terminó provocando la caída de Nixon y el gradual
redireccionamiento - durante la presidencia de Ford - de la política exterior de Estados
Unidos de coexistencia pacífica con la Unión Soviética hacia planes tendientes a debilitar y
posteriormente a destruir - bajo la administración Reagan - lo que este último llamó «el
Imperio del Mal».

Fue así como, en octubre de 1975, la implicación muy probable de Dick Cheney y de
Donald Rumsfeld en la revolución palaciega que los historiadores designan con el nombre
de «Masacre de Halloween» significó la derrota del republicanismo moderado de Nelson
Rockefeller.

Aquello significó esencialmente la reorganización del equipo de Ford, preparando así el fin
de la distensión.

Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que por entonces dirigían el equipo de la Casa Blanca del
presidente Gerald Ford, y controlaban el Departamento de Defensa, desempeñaron un papel
decisivo en el triunfo final de los prusianos, al alejar a Henry Kissinger y nombrar como
director de la CIA a George H.W. Bush, quien elaboró desde allí un nuevo estimado, más
alarmista, de la amenaza soviética, dando así lugar a la correspondiente explosión de los
presupuestos de defensa y al sabotaje de la política de distensión.
Desde entonces, hemos podido observar en la economía estadounidense una influencia cada
vez más importante de lo que Dwight D. Eisenhower había llamado, en el histórico discurso
de fin de mandato que pronunció el 17 de enero de 1961, el «complejo militar-industrial».

Hoy en día nos encontramos sometidos a un nuevo estado de urgencia ampliado, y la


supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas del Estado profundo de Estados
Unidos se ha hecho casi inexistente.

Por ejemplo, la supervisión con mandato jurídico del Congreso sobre las operaciones
secretas de la CIA se ha evitado con éxito gracias a la creación, en 1981, del Joint Special
Operations Command (JSOC) en el Pentágono, al igual que la supervisión sobre las
operaciones que dirigió el general Stanley McChrystal antes de su nombramiento como
comandante de las tropas de la OTAN en Afganistán.

Red Voltaire: En su anterior respuesta usted mencionó brevemente el importante papel de


George Bush padre en el sabotaje de la política de distensión que había implementado
Kissinger. Fue sin embargo muy breve el periodo de Bush a la cabeza de la CIA.

¿El reemplazo de George H. W. Bush por el almirante Stanfield Turner, más moderado, a la
cabeza de esa agencia incrementó el control de las operaciones secretas de los diferentes
elementos del Estado profundo de Estados Unidos?

Peter Dale Scott: No, en lo absoluto.

Sucedió lo contrario ya que ciertos actores claves de lo que acabo de explicar, ya excluidos
de la CIA como consecuencia de la nominación del almirante Turner, se buscaron una
nueva «casa» trabajando para el llamado Safari Club.

El Safari Club era una organización secreta fuera de todo control que reunía a los directores
de los servicios de inteligencia de numerosos países - como Francia, Egipto, Arabia Saudita
e Irán. Estimulada esencialmente por el entonces director del espionaje francés, el difunto
Alexandre de Marenches, aquella organización tenía como objetivo completar secretamente
las acciones de la CIA mediante la realización de otras operaciones anticomunistas en
África, Asia Central y Medio Oriente - operaciones que escapaban a todo control del
Congreso estadounidense.

Después, en 1978, Zbigniew Brzezinski - que no era miembro del Safari Club - implementó
una forma de escapar al control del almirante Turner mediante la creación de una unidad
especial de la Casa Blanca con Robert Gates, el actual secretario de Defensa, que era por
aquel entonces un joven agente operacional de la CIA.

Bajo la dirección de Brzezinski, oficiales de la CIA se aliaron a la agencia de inteligencia


de Irán, la SAVAK, para enviar agentes islamistas a Afganistán, desestabilizando así aquel
país de manera tal que aquello condujo a la invasión de Afganistán por parte de la Unión
Soviética en 1980.

La siguiente década, que se caracterizó por la implicación secreta de la CIA en Afganistán,


fue determinante en la transformación de aquel país en un vivero de cultivo de la amapola
del opio, del tráfico de heroína y del islamismo yihadista.

Hay muy buenos libros sobre ese tema publicados hace algunos años - uno por Tim Weiner,
el otro por John Prados. Pero, como se dirigieron a oficiales de la CIA que les mostraron
sólo algunos documentos que acababan de ser desclasificados, esos autores no hablan de la
droga en sus libros.

La conexión de los narcóticos es tan profunda que no se menciona en los documentos de la


CIA que se han hecho públicos.

Pera la cooperación de la CIA, dirigida por William Casey desde 1981, con el banco de la
droga llamado Bank of Credit and Commerce International (BCCI) estimuló la creación en
Afganistán de una inmensa narco-economía, cuyas consecuencias desestabilizadoras
ayudan a explicar por qué hay soldados de la OTAN, afganos y pakistaníes muriendo
diariamente en esos lugares [2].

El BCCI fue un enorme banco de lavado de fondos provenientes de la droga. Corrompía,


con sus presupuestos y sus recursos, a políticos de primer plano en el mundo entero…
presidentes, primeros ministros…

Y una parte de ese dinero sucio - de eso no se habla mucho, pero es la realidad - llegaba a
políticos en Estados Unidos, a políticos de los dos partidos, y esa es una de las principales
razones que explican por qué nunca logramos que el Congreso abriera una investigación
contra el BCCI. Hubo de hecho un informe del Senado, que fue publicado, firmado por un
republicano, Hank Brown, y por un demócrata, John Kerry.

Y Brown felicitó a Kerry por haber tenido el coraje de escribir aquel informe cuando tantas
personas de su partido estaban vinculadas al BCCI.

Este banco fue un factor primordial en la creación de conexiones con gente como
Gulbuddin Hekmatyar, probablemente el principal traficante de heroína del mundo entero
en los años 1980. Se convirtió [Hekmatyar] en el principal beneficiario de la generosidad
de la CIA, que se completó con una suma similar de dinero proveniente de Arabia Saudita.

¡Hay algo terriblemente nefasto en este tipo de situación!

Nacido en Montreal en 1929, Peter Dale Scott es un ex-diplomático, poeta y autor


canadiense.
Es también profesor emérito de Literatura Inglesa en la Universidad de Berkeley, estado de
California.

Es conocido por sus posiciones contra la guerra y por sus críticas sobre la política exterior
de Estados Unidos.

Peter Dale Scott es además un autor y analista político reconocido tanto por la crítica como
por sus colegas,

entre los que se encuentra su amigo Daniel Ellsberg, reconocido a su vez como «el hombre
que hizo caer a Nixon».

Red Voltaire: En 1976, Jimmy Carter fue electo en base a un programa de reducción de los
gastos militares y de distensión con la Unión Soviética, lo que en realidad no se concretó en
los 4 años de su mandato.

¿Puede usted explicarnos por qué? ¿Será que su consejero de Seguridad Nacional,
Zbigniew Brzezinski - a quien usted mencionó en su anterior respuesta - desempeñó algún
papel en aquella política exterior, sensiblemente más agresiva que lo que se esperaba?

Peter Dale Scott: Los medios de difusión presentaban a Carter como un candidato
populista, como un granjero sureño cultivador de maní.

Pero la realidad profunda era que Carter había sido preparado para la presidencia por Wall
Street, particularmente por la Comisión Trilateral, financiada a su vez por David
Rockefeller y dirigida por Zbigniew Brzezinski.

Brzezinski, un polaco furiosamente antisoviético, se convirtió entonces en el consejero de


Seguridad Nacional de Carter. Y desde el principio de aquel mandato [Brzezinski] interfirió
continuamente al secretario de Estado Cyrus Vance para mantener una política una política
exterior más vigorosamente antisoviética. En ese aspecto, Brzezinski actuó en contra de los
objetivos planteados de la Comisión Trilateral, de la que el presidente Carter había sido
miembro.

La idea subyacente de la Comisión Trilateral era una imagen más bien atrayente de un
mundo multipolar en el que Estados Unidos hubiese desempeñado un papel de mediador
entre el Segundo Mundo, o sea el bloque soviético, y el Tercer Mundo, que era lo que en
aquel momento se designaba como los países subdesarrollados o menos desarrollados…

Entre paréntesis, yo detesto esa expresión, porque viví en Tailandia y, en ciertos aspectos,
¡ellos están mucho más desarrollados que nosotros!

En resumen, al ser electo, Carter nombro como secretario de Estado a un verdadero


trilateralista, Cyrus Vance, y tenía como consejero de Seguridad Nacional a Zbigniew
Brzezinski, quien estaba decidido a utilizar el Estado profundo para hacerle a la Unión
Soviética tanto daño como le fuera posible.

Y la mayor parte de lo que se interpretó como los «éxitos» del régimen de Reagan
claramente se inició en la época de Brzezinski.

Fue una renuncia total de aquello a lo que se había comprometido la Comisión Trilateral. El
pobre Carter fue electo porque había prometido cortes en el presupuesto de Defensa y,
antes de su salida [de la Casa Blanca], había metido al Departamento de Defensa en
masivos aumentos presupuestarios que, una vez más, fueron asociados a Reagan aunque en
realidad habían comenzado antes.

Por consiguiente, una masiva campaña tendiente a un aumento de los presupuestos de


defensa - campaña discretamente realizada por ricos industriales del aparato militar que
actuaban a través del Comité sobre el Peligro Presente - llevó la opinión pública
estadounidense a fortalecer el esfuerzo de Brzezinski a favor de una presencia y de una
política exterior estadounidenses más militantes, sobre todo en el Océano Índico.

Red Voltaire: Después de haber sido un hombre muy influyente con el presidente Gerald
Ford, Dick Cheney - junto a su mentor Donald Rumsfeld y junto al vicepresidente George
H. W. Bush - fue, a partir de la presidencia de Reagan, uno de los hombres claves del
programa ultrasecreto de «Continuidad del Gobierno» (Continuity of Government, COG).

¿Puede usted explicarnos en qué consiste ese programa? ¿Ya se ha aplicado, aunque sea
parcialmente?

Peter Dale Scott: Desde el comienzo de la presidencia de Reagan, en 1981, se creó un


grupo secreto, fuera del gobierno regular, para trabajar sobre la llamada Continuidad del
Gobierno («Continuity of Government» o COG) o, dicho de otra manera, en planes de la
COG destinados a organizar la gestión del Estado en caso de urgencia nacional.

Ese programa era inicialmente una extensión de planes preexistentes destinados a responder
a un ataque nuclear que decapitara la dirección de Estados Unidos. Pero, antes del fin del
mandato de Reagan, su orden ejecutiva número 12686 de 1988 modificó los términos [de
dichos planes] para que cubrieran cualquier tipo de urgencia.

La COG es otra de las cosas que se asocian a Reagan, pero aquellos planes en realidad
comenzaron en la época de Carter, aunque es posible que este último nunca haya estado al
corriente de ello.

En efecto, Carter creó la FEMA (Agencia Federal de Manejo de Situaciones de Urgencia -


siglas en inglés), que históricamente siempre fue la estructura de planificación de la COG.
Lo que resulta bastante chocante es que aunque los planes de la COG son planes extremos,
el Congreso no estaba al corriente de ellos en los años 1980. Sólo un pequeño grupo - en el
que se encontraban Oliver North, Dick Cheney y Donald Rumsfeld - estaba encargado de
trabajar en esos planes en virtud de una orden ejecutiva altamente secreta de Reagan
emitida en 1981, como ya expliqué anteriormente.

La cuestión de la COG se mencionó públicamente por primera vez en 1987, durante las
audiencias sobre el escándalo Irán-Contras, cuando un miembro del Congreso nombrado
Jack Brooks le preguntó a Oliver North:

«Coronel North, en el marco de su trabajo en el Consejo de Seguridad Nacional, ¿no le


asignaron a usted en un momento dado la planificación de la continuidad del gobierno en
caso de un desastre de envergadura?»

Agregó el congresista Brooks:

«Yo estaba particularmente preocupado, señor presidente, porque leí en varios diarios de
Miami y en algunos más que había un plan elaborado, por esta misma agencia, un plan de
contingencia en caso de urgencia que suspendería la Constitución de los Estados Unidos.
Aquello me inquietó mucho y me pregunté si era un aspecto en el cual había trabajado él.
Yo creo que así es y quería tener esa confirmación.»

El senador Inouye, director de aquella comisión investigadora del Congreso, le respondió


con un poco de nerviosismo:

«Con todo respeto, ¿puedo pedirle que no se toque ese tema en este momento? Si queremos
abordarlo, estoy seguro que pueden hacerse arreglos para una sesión ejecutiva.»

Está claro que las preguntas del congresista Brooks eran sobre la «Continuidad del
Gobierno», y aquellos arreglos para la realización de una sesión ejecutiva nunca tuvieron
lugar.

Cheney y Rumsfeld - dos figuras claves del programa de la COG - siguieron participando
en esos planes y ejercicios, muy onerosos, a lo largo de dos décadas sucesivas, incluso en
momentos en que, hacia fines de los años 1990, los dos eran directores de empresas
privadas que nada tenían que ver con el gobierno.

Se ha dicho que el nuevo blanco que sustituyó a la Unión Soviética fue el terrorismo, pero
algunos periodistas han mencionado que desde principios de los años 1980 había
importantes planes destinados a hacer frente al tipo de manifestaciones que, según la
mentalidad de Oliver North y de otros como él, habían llevado a la derrota de Estados
Unidos en Vietnam.
Nadie duda que los planes de la COG se hayan aplicado parcialmente durante el 11 de
septiembre, paralelamente a un estado de urgencia proclamado oficialmente. Este último
sigue aún en vigor al cabo de 9 años, a pesar de una ley posterior al Watergate que exige ya
sea una aprobación o un cese de una urgencia nacional por parte del Congreso cada 6
meses.

Los planes de la COG son un secreto celosamente guardado, pero en los años 1980 hubo
informes que señalan que esos planes implicaban medidas de vigilancia y detenciones sin
mandato, así como una militarización permanente del gobierno. En cierta medida, esos
cambios claramente se aplicaron después del 11 de septiembre.

No hay manera de determinar cuántos cambios constitucionales ocurridos desde del 11 de


septiembre pueden tener su origen en la planificación de la COG.

Sabemos, sin embargo, que nuevas medidas de aplicación de la COG fueron instauradas
nuevamente en 2007, cuando el presidente Bush emitió la National Security Presidential
Directive 51 (Directiva Presidencial de Seguridad Nacionale, o NSPD-51/HSPD-20).

Esa directiva estipulaba lo que la FEMA posteriormente llamó «una nueva visión para
garantizar la continuidad de nuestro gobierno», y fue seguida posteriormente por un nuevo
National Continuity Policy Implementation Plan (Plan de Implementación de la Política de
Continuidad Nacionale).

La NSPD-51 invalidó también la PDD 67, que era la directiva de la COG del decenio
anterior elaborada por Richard Clarke, quien era por aquel entonces el «zar» del
contraterrorismo en Estados Unidos desde la época de Clinton.

En fin, la NSPD-51 hizo referencia a nuevos «anexos clasificados sobre la continuidad»,


señalando que deben,

«ser protegidos contra toda divulgación no autorizada».

Bajo la presión de algunos de sus electores que se habían movilizado a favor de la apertura
de una verdadera investigación sobre el 11 de septiembre, el congresista Peter DeFazio,
miembro de la Comisión sobre la Seguridad Interior, presentó dos pedidos para consultar
esos anexos.

Su primer pedido fue rechazado. DeFazio presentó entonces un segundo pedido, mediante
una carta firmada por el presidente de su Comisión.

El pedido fue rechazado de nuevo. Una vez más, como ya dije en mi respuesta a la segunda
pregunta de esta entrevista, esto parece indicar que el sistema constitucional de
contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos y que los decretos secretos están ahora por
encima de la legislación pública.
Red Voltaire: En La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, usted afirma que la
Comisión Nacional Investigadora sobre el 11 de septiembre - cuyos miembros fueron
nombrados por el gabinete de George W. Bush y cuyo Informe Final fue redactado por el
equipo del director ejecutivo Philip Zelikov - incurrió en repetidos engaños sobre el tema
del 11 de septiembre, sobre todo en lo tocante a las actividades de Dick Cheney en aquella
mañana.

¿Puede usted explicar a nuestros lectores ese aspecto en particular?

Peter Dale Scott: Inicialmente, George W. Bush se resistió a toda investigación sobre el 11
de Septiembre, hasta que el Congreso impuso una Comisión Investigadora, en respuesta a
una eficaz campaña de las familias de las victimas [3] Thomas Kean y Lee Hamilton, los
dos directores de la Comisión, prometieron públicamente guiarse por las preguntas sin
respuestas de las familias de las víctimas, como por ejemplo:

saber quiénes eran realmente los presuntos secuestradores de los aviones

cómo fue que se derrumbaron 3 edificios del World Trade Center, cuando uno de ellos ni
siquiera llegó a recibir el impacto de un avión

Finalmente, esas preguntas, al igual que otras muchas interrogantes, ni siquiera llegaron a
mencionarse.

Asimismo, la Comisión recogió gran cantidad de testimonios contradictorios y, en muchas


ocasiones, reescribió ciertos relatos. Bajo la estrecha supervisión de Philip Zelikow, el
director de aquella Comisión quien por mucho tiempo había sido empleado del gobierno en
cuestiones de seguridad nacional, el Informe de la Comisión sobre el 11 de Septiembre
ignoró ciertas contradicciones y corrigió otras de una forma que fue cuestionada por
numerosos críticos.

El Informe atribuyó la ausencia de respuestas [de la defensa estadounidense] de aquel día a


un caos y a una ruptura sistémica, ignorando así otros testimonios de Cheney, según los
cuales él desempeñó aquel día un papel preponderante.

La Comisión ignoró igualmente importantes contradicciones y dudas sobre el testimonio


que había prestado Cheney. Un tema crucial que la Comisión no investigó de manera
explícita fue la aplicación de los planes de la COG [durante los hechos] el 11 de septiembre
(p.555, nota 9).

Tampoco mencionó la comisión de estudios sobre el terrorismo de Cheney - reunida por


decreto de Bush en mayo de 2001 - que fue citada como fuente de origen de una orden del
Comité de Jefes del Estado Mayor Conjunto [el JCS, según sus siglas en inglés] que databa
del 1º de junio de 2001.
Aquella orden modificó [u obstaculizó, haciéndolas inoperantes] las condiciones de
intercepción de los aviones secuestrados por parte de la fuerzas aérea.

Para lograr su recuento restringido sobre la responsabilidad de Cheney [en lo sucedido]


aquel día, la Comisión también restó importancia - y de manera flagrante - a varios
recuentos de testigos oculares [que estaban] en completo desacuerdo con la cronología de la
propia Comisión, particularmente los del director del contraterrorismo Richard Clarke y del
secretario de Transportes Norman Norman Mineta.

Red Voltaire: Gran parte de La Route vers le Nouveau Désordre Mondial - un libro
verdaderamente muy rico debido a la cantidad e importancia de los temas que aborda - trata
sobre la geopolítica del petróleo, de la droga y del armamento y la manera como el Estado
profundo estadounidense la maneja en Asia Central y en el Medio Oriente desde la época
del presidente Carter.

Sabiendo que la «guerra contra el terrorismo» perdura y se extiende hoy en más de 60


países - principalmente a través de operaciones secretas–, ¿cuáles son en su opinión los
verdaderos orígenes y objetivos de esta?

Peter Dale Scott: Al principio de la «guerra contra el terrorismo» estaba muy claro que los
consejeros estratégicos de los dos partidos, al igual que los grupos de reflexión (think tanks,
en español tanques pensantes, son centros o institutos de propaganda y/o difusión de ideas
políticas ) como el Council on Foreign Relations, estaban preocupados por la necesidad que
según ellos tenía Estados Unidos de preservar su dominio histórico sobre los mercados
petroleros mundiales.

Produjeron documentos que apoyaban la idea de un incremento de la fuerza militar de


Estados Unidos en la región del Golfo Pérsico, así como la idea de adoptar planes militares
destinados, en particular, a ocuparse de Sadam Husein.

Hoy en día, la «guerra contra el terrorismo» ha seguido extendiéndose, y nos dicen que los
militantes salafistas se han desplazado - como era de esperar - hacia nuevas regiones del
mundo, sobre todo hacia Somalia y Yemen, para preparar sus represalias.

La «guerra contra el terrorismo» se ha convertido por lo tanto en un ensayo para la actual


doctrina estratégica de Estados Unidos tendiente a implantar un «dominio total» [«Full-
spectrum dominance»], como fue definida en el importante informe del Pentágono titulado
Joint Vision 2020, llamando entonces a garantizar,

«la capacidad de las fuerzas estadounidenses, operando solas o con el apoyo de los aliados,
para derrotar a cualquier enemigo y controlar cualquier situación mediante la gama de
operaciones militares [disponibles]».
Desde la Segunda Guerra Mundial cada una de esas escaladas ha sido conducida por un
lobby de la Defensa financiado originalmente por el complejo militar-industrial y
actualmente por media docena de fundaciones de derecha que disponen de fondos
ilimitados.

Con el tiempo, su personal ha ido emigrando de grupo en grupo - el American Security


Council, el Comité sobre el Peligro Presente, el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano y,
actualmente, el Center for Security Policy (CSP).[4]

Pero sus objetivos han ido ampliándose con el paso de los años yendo así de maximizar la
presencia estadounidense hasta restringir las libertades individuales para impedir la
reaparición de cualquier tipo de movimiento antiguerra en Estados Unidos. Yo abordo la
expansión de esta facción del sector de la defensa en mi más reciente libro, American War
Machine.

Esa agenda incluye cada vez más el maccarthysmo, por no decir el fascismo. Cierto número
de grupos están alimentando una histeria islamófoba que recuerda la histeria anticomunista
de los años 1950, llamando a una guerra aparentemente sin fin contra el Islam.

Por ejemplo, el CSP [Centro para la Política de Seguridad, siglas en inglés. Ndt.] publicó
recientemente un documento titulado Shariah, The Threat to America [5], en el que
proclama que la sharia es «la amenaza totalitaria de nuestra época», con advertencias
alarmistas sobre una «yihad infiltrada» y una «yihad demográfica».

Red Voltaire: Esa «guerra contra el terrorismo», cuyos verdaderos fundamentos y objetivos
están lejos de ser expuestos explícitamente por los gobiernos de los países miembros de la
OTAN, comenzó en Afganistán, en 2001.

En ese Estado, poderosos señores de la guerra aliados a Estados Unidos en los años 1980 -
en la época en que los muyahidines combatían a las tropas soviéticas - son actualmente
destacados actores del conflicto en «AfPak», la entidad geopolítica que abarca Afganistán y
Pakistán.

Tomemos como ejemplo simbólico el caso de Gulbuddin Hekmatyar. La opinión pública de


los diferentes países de la OTAN no parece darse realmente cuenta de quién es este señor
Hekmatyar.

¿Puede usted proporcionarnos información sobre él? En su opinión, ¿cómo simboliza


[Hekmatyar] el peligro que representa una política exterior estadounidense que, por falta de
control legislativo y de visibilidad pública, ha provocado la explosión del tráfico de droga a
nivel global?
Peter Dale Scott: Al disponer de pocos agentes leales en Afganistán, Estados Unidos
decidió realizar su Operación Ciclón a través de los que estaban a la disposición de la Inter-
Services Intelligence (ISI, los servicios secretos pakistaníes).

Pakistán, temiendo a su vez a los reclamos de los verdaderos nacionalistas afganos que
reivindican sus propios territorios fronterizos, dirigió el volumen de las ayudas
provenientes de Estados Unidos y de Arabia Saudita hacia dos extremistas cuya base de
apoyo en Afganistán era muy restringida:

Abdul Rasul Sayyaf

Gulbuddin Hekmatyar

Este último, miembro de la etnia pashtún y de la tribu Ghilzai, originario de norte no


pashtún, fue entrenado inicialmente para la resistencia violenta bajo la dirección de los
pakistaníes. Fue al parecer el único líder afgano que reconoció explícitamente la línea
Durand que define la frontera entre Afganistán y Pakistán.

Para compensar el apoyo que no tenían entre la población local, Sayyaf y Hekmatyar
cultivaron y exportaron opiáceos de forma masiva en los años 1980, también con apoyo del
ISI.

Fue por esa misma razón que los dos colaboraron con los muyahidines extranjeros - o sea,
con los iniciadores de lo que hoy se ha dado en llamar al-Qaeda - que por entonces afluían
hacia Afganistán, y Hekmatyar en particular parece haber desarrollado una estrecha
relación con Osama Ben Laden. Aquella afluencia de fundamentalistas wahabitas y
deobanditas trajo como importante consecuencia el debilitamiento de la versión tradicional
sufista del Islam local.

Durante la campaña antisoviética, las fuerzas de Hekmatyar mataron cierta cantidad de


personas que apoyaban a Ahmed Shah Masud, la principal amenaza para los planes de
Hekmatyar - planes que contaban además con el apoyo del ISI - que consistían en dominar
el Afganistán postsoviético.

Después de la retirada de estos últimos, la CIA - actuando en contra de las


recomendaciones del Departamento de Estado - utilizó también a Hekmatyar para impedir
la constitución de un gobierno de reconciliación nacional, lo cual condujo a una guerra civil
que provocó la muerte de miles de personas en los años 1990.

Desde la invasión de Estados Unidos contra Afganistán en 2001, Hekmatyar ha dirigido su


propia facción de combatientes para obtener una retirada de las tropas de la OTAN, aunque
parece más abierto que los talibanes en cuanto a integrarse a un gobierno de coalición
dirigido por el actual presidente Hamid Karzai.
En Washington, importantes funcionarios de la defensa - como Michael Vickers - todavía
se refieren a la Operación Ciclón como «la acción clandestina más exitosa» en la historia de
la CIA.

No parecen preocupados por el hecho que ese programa de la CIA haya contribuido a
generar y a desencadenar algo como al-Qaeda - la nueva justificación postsoviética para los
aumentos sin precedentes de los presupuestos de defensa - ni tampoco por haber conferido
a Afganistán su actual papel de principal fuente mundial de heroína y hachís.

Red Voltaire: En conclusión, ante la situación financiera, económica, política, social e


incluso moral existente en Estados Unidos, así como en numerosos países a través del
mundo, ¿tiene usted confianza en el futuro?

¿Ve usted indicios estimulantes de una mayor influencia de lo que usted llama la «voluntad
prevaleciente de los pueblos» en la toma de decisiones políticas, un proceso que es hoy por
hoy más oligárquico que nunca?

Peter Dale Scott: Se dice que deberíamos ver cada crisis como una oportunidad.

La crisis de Estados Unidos, que es también la del mundo, pudiera ser ciertamente la
ocasión de introducir reformas de gran envergadura en los procesos del capitalismo de
mercado que engendraron diferencias tan grandes entre los muy ricos y los muy pobres.
Desgraciadamente, debido a esos procesos, las políticas tradicionales y los métodos de
movilización se han hecho más ineficaces aún de lo que ya eran anteriormente.

En mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial», yo defiendo el hecho que
importantes cambios sociales son posibles cuando la opresión da lugar a la formación de
una opinión pública unida - o de lo que yo llamo «la voluntad prevaleciente de los pueblos»
- en oposición a esa opresión.

Hago referencia a ejemplos como el movimiento por los derechos cívicos en el sur de
Estados Unidos, o el movimiento polaco Solidarnosc.

Desarrollos tecnológicos como Internet han facilitado más que nunca la unión de las
personas, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Pero la tecnología ha
perfeccionado también los instrumentos autoritarios de vigilancia y represión, haciendo la
movilización activista más difícil que antes.

Por consiguiente, el futuro es muy incierto. Pudiera decirse que el sistema global actual está
más inestable que nunca y que es posible que algún tipo de prueba de fuerza logre
cambiarlo.
En todo caso, yo estoy convencido de que estamos viviendo un periodo particularmente
estimulante. La juventud debe continuar uniéndose como siempre lo ha hecho a
movimientos que aspiran al cambio social, y a crear nuevos espacios propicios al
intercambio global.

Y, por sobre todo, no hay ninguna excusa para la desesperación.

Red Voltaire: Le agradecemos sus esclarecedoras respuestas, profesor Scott. Le deseamos


que su primer libro traducido al francés encuentre entre el público francófono el gran éxito
que merece.

Notas

[1] «Los Ejércitos Secretos de la OTAN» (I), por Danièle Ganser, 2007.
[2] «El Opio, la CIA y la administración Karzai», por Peter Dale Scott, Red Voltaire, 10
décembre 2010.
[3] Ver el documental Press for Truth - En Busca de La Verdad.
[4] Os Senhores da Guerra, por Thierry Meyssan, ediciones Frenesi (Lisboa), 2002. Versión
francesa simplificada: «Los Manipuladores de Washington», red Voltaire, 13 de noviembre
2002.
[5] «Le Center for Security Policy relance la guerre des civilisations», Réseau Voltaire, 5
janvier 2011.

La desestabilización sistémica
La estrategia de la tensión a través del 11 de Septiembre, el
asesinato de JFK y el atentado de Oklahoma City
por Peter Dale Scott

El investigador y ex diplomático Peter Dale Scott compara los acontecimientos del 11 de


septiembre de 2001, el asesinato de John F. Kennedy y el atentado de Oklahoma City. Y
demuestra así la permanente existencia de un Estado profundo, más allá de las apariencias.

Red Voltaire | Los Ángeles (Estados Unidos) | 23 de abril de 2013

français English

Los acontecimientos profundos estructurales y la estrategia de la tensión en


Italia
Desde Estados Unidos, no resulta difícil observar cómo la Historia italiana de la segunda
mitad del siglo 20 fue claramente desestabilizada por una serie de hechos del tipo de los
que he decidido llamar «acontecimientos profundos estructurales». He definido esos
hechos como «acontecimientos […], (del tipo del asesinato de John F. Kennedy, el
allanamiento del Watergate o el 11 de Septiembre), que afectan brutalmente la estructura
social [y que] tienen un gran impacto en la sociedad […]. Por otro lado, constantemente
implican actos criminales o violentos. Y, finalmente, a menudo son perpetrados por una
oscura fuerza desconocida». [1]

El atentado de la Piazza Fontana

Los ejemplos de acontecimientos profundos estructurales en Italia –ejemplos que la


población local conoce muy bien– incluyen los atentados con bombas perpetrados en la
Piazza Fontana, en 1996; en la Piazza della Loggia, en 1974; y contra la estación de trenes
de Bolonia, en 1980.
El atentado contra la estación de Bolonia

En aquella época, la responsabilidad de aquellos atentados, en los que murieron más de 100
civiles y que dejaron una cantidad aún mayor de heridos, se atribuyó a izquierdistas que
vivían al margen de la sociedad. Sin embargo, principalmente gracias a una serie de
investigaciones y procedimientos judiciales, hoy está claramente demostrado que aquellos
atentados en realidad fueron obra de elementos de extrema derecha que cooperaban con la
inteligencia militar italiana. Aquellas acciones se inscribían en el marco de una permanente
«estrategia de la tensión» destinada a desacreditar a la izquierda italiana, favorecer el
mantenimiento de un statu quo caracterizado por la corrupción y quizás incluso a favorecer
un alejamiento de la democracia [2]. Como afirmó posteriormente uno de los autores de
aquellos atentados, Vincenzo Vinciguerra, «[la] explosión de diciembre de 1969
supuestamente debía ser el detonador que convencería a las autoridades políticas y
militares [italianas] de proclamar un estado de urgencia». [3]

Vinciguerra reveló también que había sido miembro de una red paramilitar «stay-behind»
junto a varios de sus cómplices. Al final de la Segunda Guerra Mundial, la CIA y la OTAN
habían creado aquella red bajo el nombre codificado de «Operación Gladio».

En 1984, cuando varios jueces lo interrogaban sobre el bombazo de 1980 contra la estación
ferroviaria de Bologna, Vinciguerra declaró:

«Con [la masacre] de Peteano y todas las que vinieron después ya nadie debería dudar de
la existencia de una estructura activa y clandestina, capaz de elaborar en la sombra
aquella estrategia de matanzas. [Se trata de una estructura] insertada en los órganos
mismos [del Estado]. […] En Italia existe una organización paralela a las fuerzas
armadas, que se compone de civiles y militares y con vocación antisoviética, o sea
destinada a organizar la resistencia contra una posible ocupación del territorio italiano
por parte del Ejército Rojo. […] Una organización secreta, una súper organización que
tiene su propia red de comunicación, armas, explosivos y hombres entrenados para utilizar
todo eso. […] Una súper organización [que], a falta de una invasión soviética, recibió de
la OTAN la orden de luchar contra un deslizamiento del poder hacia la izquierda en este
país. Y eso fue lo que hicieron, con el respaldo de los servicios secretos del Estado, del
poder político y del ejército.» [4]

Más tarde, fueron revelándose en otros países, como Bélgica y Turquía, los vínculos de la
red Gladio con largas campañas de violencia bajo bandera falsa –en las que aparecía
nuevamente la implicación de la OTAN y de la CIA. [5]

El objetivo inicial de Gladio era consolidar la resistencia en caso de invasión soviética.


Pero la mayoría de los altos responsables italianos implicados en los atentados con bombas
también subrayaron la responsabilidad de la CIA y de la OTAN en aquellos actos:

«El general Vito Miceli, ex jefe de la inteligencia militar italiana, luego de su arresto en
1974 bajo la acusación de conspiración con vistas a derrocar el gobierno, testimonió “que
las organizaciones incriminadas […] se formaron gracias a un acuerdo secreto con
Estados Unidos y [evolucionaron] en la estructura de la OTAN”.
El ex ministro de Defensa Paulo Taviani declaró al magistrado Casson, durante una
investigación [realizada] en 1990, que durante su periodo en el ministerio (1955-1958), los
servicios secretos italianos eran dirigidos y financiados por “los boys de la Vía Veneto” –en
otras palabras, los agentes de la CIA en la embajada de Estados Unidos en pleno centro de
Roma. En 2000, “un general de los servicios secretos italianos [nombrado Giandelio
Maletti] declaró […] que la CIA había dado su aprobación tácita a una serie de atentados
con bomba en los años 1970, para crear inestabilidad e impedir que los comunistas
llegasen al poder. […] “La CIA quería, a través del nacimiento de un nacionalismo
extremista y de la contribución de la extrema derecha, sobre todo la de Ordine Nuovo,
impedir que [Italia] se inclinara hacia la izquierda, agregó”.» [6]

En su importante libro Les Armées Secrètes de l’OTAN [Los ejércitos secretos de la


OTAN], Daniele Ganser se refiere a un artículo publicado en la prensa española, en 1990,
en el que se habla de Manfred Worner, un político y diplomático alemán que era en aquel
entonces secretario general de la OTAN. Aquel año, según el artículo, el señor Worner
confirmó en secreto que el cuartel general de la OTAN –el SHAPE– era en realidad
responsable de la red Gladio:

«El Supreme Headquarters Allied Powers Europe o SHAPE, el órgano de mando del
aparato militar de la OTAN, coordinaba las operaciones del Gladio. Eso es lo que ha
revelado el secretario general Manfred Worner en una entrevista con los embajadores de las
16 naciones aliadas de la OTAN.» [7]

Sacando sus propias conclusiones de esa afirmación, Ola Tunander comparó la estrategia
de la tensión en Italia –con sus atentados bajo bandera falsa– a «lo que la élite militar turca
podría describir como la redirección forzada de la democracia por el “Estado profundo”
[se trata de una expresión turca]». [8]
Me parece, sin embargo, que sería demasiado simplista atribuir la estrategia de la tensión en
Italia únicamente a la «súper organización [que] recibió de la OTAN la orden [de perpetrar
atentados bajo bandera falsa]», retomando las palabras de Vinciguerra. Resulta que otras
fuerzas tuvieron un papel de primera línea en la estrategia de la tensión, actuando junto a la
OTAN y a grupúsculos que Vinciguerra conocía gracias a la inteligencia militar italiana (el
SID, que se convertiría después en el SISMI). Es importante recordar que, en Italia, los
juicios contra los individuos condenados por el atentado de 1980 contra la estación de
Bolonia no sólo tenían que ver con Vinciguerra, el SISMI y el Gladio sino también con
elementos de la mafia italiana (la Banda della Magliana) y con la logia masónica
Propanga-Due (P-2) –esta última estaba además vinculada a una serie de banqueros
criminales y al Vaticano. [9]

La estrategia de la tensión

En resumen, si suponemos que algo comparable al Estado profundo turco estuvo implicado
en la estrategia de la tensión en Italia, no es posible resolver el misterio. Sin embargo, esa
hipótesis nos sugiere la existencia de un medio, o de una red de complicidades, que merece
una investigación más profunda.

¿Se aplicó en Estados Unidos una estrategia de la tensión?

Como ya he escrito anteriormente, los vínculos de la red Gladio con prolongadas campañas
de violencia bajo bandera falsa –en las que nuevamente aparecen implicadas la OTAN y la
CIA– se conocieron posteriormente en otros países, como Bélgica y Turquía [10]. Quisiera
señalar que Estados Unidos, al igual que Europa, ha sufrido también una sucesión
comparable de acontecimientos profundos estructurales bajo bandera falsa. Esto incluye
atentados con bomba que, siguiendo una misma estrategia de la tensión, han llevado
sistemáticamente Estados Unidos a su actual situación: un estado de urgencia.

El Cuartel General de la OTAN

Entre los acontecimientos profundos estructurales y engañosos que me gustaría analizar


aquí, subrayaría los siguientes:

 El asesinato de John F. Kennedy, en 1963, o 22 de noviembre, que


condujo a la operación de la CIA conocida como Caos contra el movimiento
de oposición a la guerra de Vietnam. (El 22 de noviembre fue claramente un
acontecimiento profundo: numerosos documentos sobre la relación de Lee
Harvey Oswald con la CIA siguen siendo secretos, a pesar de las
demandas de medios judiciales y parlamentarios a favor de su
publicación.) [11]

 El asesinato de Robert Kennedy, en 1968, al que siguió la inmediata


adopción de una ley de excepción. El resultado de esa ley fue una brote de
violencia justificada por el Estado durante la convención del Partido
Demócrata de 1968.

 El primer atentado con bomba contra el World Trade Center, en 1993, y


el de Oklahoma City, en 1995, que dieron lugar a la adopción de la
Antiterrorism and Effective Death Penalty Act de 1996.

 El 11 de septiembre de 2001 y los ataques con ántrax de ese mismo


año, que condujeron a la imposición de las medidas de «continuidad del
gobierno» (COG, siglas de Continuity of Government), al voto de la Patriot
Act y a la proclamación, el 14 de septiembre de 2001, de un estado de
urgencia que todavía se mantiene en vigor. Ese estado de urgencia fue
renovado por un año más en septiembre de 2012. [12]

Todos esos acontecimientos profundos estructurales han arrojado un mismo resultado: la


erosión de los poderes públicos reconocidos en la Constitución y su progresiva sustitución
por una fuerza represiva exenta de control. En otros trabajos ya he señalado que:

1. Como en Italia, la mayoría de esos acontecimientos fueron atribuidos a


elementos marginales. Pero en realidad implicaron a facciones que se
mueven dentro de las agencias de inteligencia clandestinas de Estados
Unidos, así como las oscuras conexiones que estas mantienen con los
círculos del crimen organizado;
2. Algunos de esos elementos profundos estructurales están vinculados a la
planificación permanente tendiente a garantizar la «continuidad del
gobierno» (COG) en tiempos de crisis. Conocida en el Pentágono bajo la
denominación de «Proyecto Juicio Final» (Doomsday Project), esa
planificación disponía de su propia red secreta de comunicaciones seguras.
Incluía también medidas tendientes a instaurar lo que en tiempos del
Irangate, durante las audiencias del teniente coronel Oliver North en el
Congreso estadounidense, se llamó una «suspensión de la Constitución de
los Estados Unidos»;
3. En cada uno de esos casos, la respuesta oficial a los acontecimientos
profundos fue la adopción de un conjunto de nuevas medidas represivas,
habitualmente a través de la vía legislativa;
4. La acumulación de esos sucesos hace pensar en la presencia permanente,
en Estados Unidos, de lo que yo llamo una «fuerza oscura» o un
«Estado profundo» comparable a lo que Vinciguerra describió en Italia
como una «fuerza secreta [oculta y] clandestina, capaz de elaborar en la
sombra una estrategia de matanzas [sucesivas].» [13]

El atentado de Oklahoma City


y el 11 de septiembre
El atentado de Oklahoma City

Hace poco vi un documental titulado A Noble Lie (Una mentira noble), sobre el atentado
perpetrado en Oklahoma City en 1995 [14]. Por primera vez pude confrontar mis hipótesis
con ese atentado perpetrado el 19 de abril de 1995 –y que por lo tanto llamaré 19 de Abril.
Ese acontecimiento encaja en mis parámetros de análisis, mucho más de lo que yo hubiese
podido imaginar, e incluso los refuerza..

En efecto, el documental A Noble Lie da a conocer grandes similitudes entre los


acontecimientos de abril de 1995 y los de septiembre de 2001. El paralelo más evidente es
la supuesta destrucción, por fuerzas externas, de un inmueble con estructura de acero
reforzado (por un camión lleno de explosivos, en el caso del edificio Murrah, y por los
escombros proyectados durante el derrumbe de la torre norte del World Trade Center, en el
caso del Edificio 7 [o Building Seven], en 2001). En ambos casos, algunos expertos
afirmaron que, en realidad, únicamente cargas explosivas de corte instaladas directamente
en las columnas de carga situadas dentro de los edificios habrían podido provocar el
derrumbe de estos. Veamos, por ejemplo, un informe entregado al Congreso por Benton K.
Partin, general de brigada en retiro de la US Air Force, experto en explosivos no nucleares:

«Cuando vi por primera vez las fotos de los daños asimétricos del camión cargado de
explosivos en el edificio federal, mi reacción inmediata fue pensar que era técnicamente
imposible generar ese tipo de daños sin poner cargas de demolición suplementarias en
varias columnas de carga de hormigón armado. […] Con lo que hoy se sabe sobre el poder
y la composición de la bomba, el que la simple explosión de un camión cargado de
explosivos pudiese [destruir el edificio] en una profundidad de 18 metros y provocar el
derrumbe de una columna de carga de dimensión A-7 es algo que resulta
incomprensible.» [15]

Hoy en día un amplio consenso está apareciendo entre los arquitectos, ingenieros y otros
expertos competentes. Según ellos, es muy probable que los tres edificios del World Trade
Center que se derrumbaron el 11 de septiembre de 2001 también hayan sido destruidos
mediante el uso de cargas explosivas como las que se usan en las demoliciones
controladas. [16]

Las consecuencias jurídicas de gran parte de esos acontecimientos constituyen otra


similitud importante. En efecto, la respuesta al atentado de Oklahoma City fue la adopción
de la Antiterrorism and Effective Death Penalty Act de 1996, mientras que la respuesta al
11 de septiembre de 2001 fue la aplicación de la COG y el posterior voto de la Patriot Act –
a raíz de los atentados de bandera falsa con uso de ántrax. El documental A Noble Lie se
concentra en las consecuencias internas de la Antiterrorism Act. Al igual que la Patriot Act,
aprobada posteriormente, esa ley instauró importantes restricciones al derecho de habeas
corpus, en relación con la manera como lo habían interpretado los tribunales hasta aquel
momento. Dicho de otra manera, esas dos leyes implementaron pretextos jurídicos para
autorizar las detenciones arbitrarias, lo cual había sido una preocupación central en la
planificación de la COG que se había desarrollado en los años 1980 bajo la dirección de
Oliver North. Todo esto forma parte de un proceso permanente de restricciones progresivas
de nuestros derechos constitucionales por parte de un poder sobre el cual no se ejerce
ningún tipo de control –evolución que data, en mi opinión de la época del asesinato de John
F. Kennedy, en 1963.

Sin embargo, la Antiterrorism Act de 1996 tuvo también importantes consecuencias en el


extranjero, sobre todo por el hecho que la sección 328 de esa ley enmendó la Foreign
Assistance Act para apoyar

«la ayuda en armas y municiones a algunos países en particular, con vistas a combatir el
terrorismo [17]. Eso condujo a la creación, en 1997, de un acuerdo de enlace «Top Secret»
entre el Centro de Contraterrorismo de la CIA (CTC, siglas de Counterterrorism Center) y
Arabia Saudita, seguido de un acuerdo posterior concluido en 1999 entre la CIA y
Uzbekistán (que son hoy en día dos de los regímenes más secretos y represivos del
mundo).» [18]

Yo he sostenido que esos acuerdos de enlace confidenciales –concluidos con Arabia


Saudita y Uzbekistán– pudieron servir a la CIA de cobertura para organizar su retención de
información secreta antes del 11 de septiembre de 2001. Esa disimulación de información
de inteligencia tenía que ver con Khaled al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, dos de los
individuos designados como culpables de aquellos ataques [19].

Por consiguiente, si es correcto mi análisis sobre la retención de información que la CIA


organizó entre 2000 y 2001, el 19 de abril no sólo presenta similitudes con los ataques de
septiembre de 2001. Este atentado de 1995 constituye en realidad una etapa determinante
en el proceso que hizo posible tanto la nueva retención de información como los hechos
mismos del 11 de septiembre de 2001.
El recrudecimiento de los poderes represivos a raíz de los acontecimientos
profundos

El hecho que el 19 de abril tuviese consecuencias jurídicas de carácter represivo vincula ese
acontecimiento tanto al 11 de septiembre como al 22 de noviembre, ya que el asesinato de
JFK fue utilizado por la Comisión Warren para ampliar la vigilancia de la CIA sobre los
propios estadounidenses. Como escribí en mi libro Deep Politics, eso fue resultado

«controvertidas recomendaciones de la Comisión Warren que impusieron que se ampliaran


las responsabilidades del Secret Service en materia de vigilancia interna (WR 25-260.
Paradójicamente, esta última concluyó que Oswald había actuado solo (WR 22), pero
también [concluyó] que el Secret Service, el FBI y la CIA tenían que coordinar más
estrechamente la vigilancia sobre los grupos organizados (WR 463). En particular
recomendó al Secret Service que se dotara de una base de datos informatizada compatible
con la que ya había elaborado la CIA.» [20]

Durante la guerra contra Vietnam que se produjo posteriormente, esta implicación de la


CIA en la vigilancia interna condujo a la operación Caos. Se trataba de una investigación
sobre el movimiento contra la guerra de Vietnam durante la cual la CIA, a pesar de las
restricciones que le imponía su propia Carta en materia de espionaje interno,

«acumuló miles de expedientes sobre los ciudadanos de Estados Unidos, incluyó a cientos
de miles de estos en sus archivos informáticos y distribuyó al FBI y a otras agencias
gubernamentales miles de informes sobre ellos. Parte de esa información tenía que ver con
las actividades internas de los ciudadanos en cuestión». [21]

Este proceso de recrudecimiento represivo se repetirá 4 años más tarde a raíz del asesinato
de Martin Luther King, en 1968. En respuesta a ese acontecimiento, 2 brigadas del ejército
estadounidense se desplegaron en los propios Estados Unidos hasta 1971. Esas unidades
estuvieron en estado de alerta permanente, listas para intervenir en el marco de la operación
Garden Plot, cuyo objetivo era contrarrestar posibles desórdenes internos.

Ce processus de durcissement répressif se répétera quatre ans plus tard, suite à l’assassinat
de Martin Luther King en 1968. En réponse à cet événement, deux brigades de l’US Army
furent déployées aux États-Unis jusqu’en 1971. Placées en état d’alerte permanent, elles
étaient en position d’intervenir dans le cadre de l’opération Garden Plot, qui était destinée à
contrer d’éventuels troubles intérieurs. [22]

Ese esquema se repetirá nuevamente con

«El asesinato de Robert Kennedy [conocido también como RFK o Bobby]. En las 24 horas
transcurridas entre los disparos de los que Bobby fue víctima y su posterior deceso, el
Congreso adoptó con carácter urgente una ley que había sido redactada desde mucho antes
(como sucedió con la Resolución del Golfo de Tonkín en 1964 y con la Patriot Act en 2001
–ley que ampliaba nuevamente los poderes secretos del Secret Service, en nombre de la
protección de los candidatos a la presidencia.» [23]

Y no se trataba de un cambio insignificante: aquella ley votada apresuradamente bajo [el


presidente] Johnson dio lugar a algunos de los peores excesos de la época de Nixon [24].

Ese cambio contribuyó igualmente al caos y a los actos de violencia que marcaron la
Convención Demócrata de 1968, en Chicago. Agentes de vigilancia de la Inteligencia
Militar destacados en el Secret Service operaban dentro y fuera de la sala del encuentro.
Algunos de ellos equiparon a los «delincuentes de la Legion of Justice, como la Chicago
Red Squad [que] agredió a los grupos locales que se oponían a la guerra». [25]

Otras similitudes entre Dallas en 1963 y Oklahoma City en 1995

Las consecuencias represivas del 22 de noviembre y del 19 de abril están vinculadas a otras
características comunes de esos dos acontecimientos. Casi inmediatamente después del 22
de noviembre, comenzaron a difundirse varios relatos provenientes de fuentes tanto internas
como externas al gobierno. Aquellos relatos sugerían que Lee Harvey Oswald había
asesinado al presidente [Kennedy] en el marco de un complot comunista internacional.

En mi libro Deep Politics and the Death of JFK los designé como «relatos primarios», que
se inscribían en

«un proceso en 2 fases. La “fase primaria” consistía en agitar el espectro de un complot


internacional vinculando a Oswald con la URSS, con Cuba o con esos dos países a la vez.
Esa amenaza fantasma sirvió para invocar el peligro de un posible enfrentamiento nuclear,
lo cual incitó al presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos Earl Warren y a otros
responsables políticos a aceptar la “fase secundaria” –la hipótesis también falsa (pero
mucho más inofensiva) de que Oswald asesinó al Presidente él solo. […] El relato primario
[…] fue expuesto primeramente y posteriormente desmentido por la CIA. Michael
Beschloss reveló que el 23 de noviembre a las 9 horas y 20 minutos, el director de la CIA
John McCone informó al nuevo presidente sobre los últimos sucesos. Según las palabras de
Beschloss, la “CIA tenía información sobre los contactos extranjeros de Lee Harvey
Oswald, el presunto asesino [de JFK], que sugería [al Presidente Lyndon B. Johnson] que
Kennedy podía haber sido víctima de una conspiración internacional.”» [26]

Hasta ahora, tanto los relatos primarios como los secundarios han ocupado un lugar central
en el tratamiento del 22 de noviembre por parte de los medios dominantes. Sin embargo,
esos medios prácticamente han excluido los análisis independientes que consideran ese
asesinato como un acontecimiento profundo.

Muchos observadores han olvidado el hecho que después del 19 de abril también hubo un
proceso en dos fases. Inmediatamente después del atentado, y también un poco más tarde,
se produjo la difusión de cierto número de relatos. Estos vinculaban a Timothy McVeigh y
Terry Nichols con varios iraquíes así como con otros individuos originarios del Medio
Oriente. Entre las personas mencionadas se hallaba Ramzi Yusef, el fugitivo autor del
atentado con bomba de 1993 contra el World Trade Center (quien también utilizó una
bomba fabricada con nitrato de amonio [ANFO] en una camioneta de marca Ryder) [27]. El
presidente Clinton y Richard Clarke, su coordinador para el contraterrorismo, confirmaron
que el 19 de abril se habló de varios de esos relatos en una reunión del Grupo de Seguridad
Antiterrorismo (Counterterrorism Security Group) [28]. Tanto Clinton como Clarke dijeron
también que habían descartado aquellas versiones porque pensaban que se trataba de un
complot local de menor envergadura ejecutado por los dos culpables ya mencionados:
Timothy McVeigh y Terry Nichols. Sin embargo, los relatos que mencionaban una
implicación del Medio Oriente, atribuidos a veces a fuentes gubernamentales, siguieron
apareciendo en los medios de la prensa dominante, como CBS, NBC y el New York
Times [29].

En el mismo momento, Jayna Davis, periodista de la NBC en Oklahoma City, puso todo su
empeño en las búsqueda de indicios de un complot local iraquí y los reunió en su libro The
Third Terrorist (El tercer terrorista). Sus pruebas, del orden de la «fase primaria» estaban
centradas en la búsqueda inicial de un sospechoso anónimo designado como John Doe #2.
Esa búsqueda, que se suspendió rápidamente, había sido emprendida a raíz de una alerta
cursada a todas las unidades. Posteriormente, el miembro del Congreso Dana Rohrabacher
utilizó la investigación de Jayna Davis en la elaboración de un informe al Congreso [30].

En el plano institucional, Richard Clarke escribió que, además de la Antiterrorism Act, el


atentado de Oklahoma City provocó una profusión de Directivas de Decisión Presidencial
de carácter interno (PDD, siglas de Presidential Decision Directive), que él mismo redactó.
Una de ellas buscaba corregir una falla de seguridad en la respuesta a aquel atentado. Otra
directiva le confería [al propio Clarke] más amplios poderes en materia de lucha contra el
terrorismo, incluyendo su nuevo título de Coordinador Nacional de Seguridad, Protección
de la Infraestructura y Antiterrorismo. Otras dos directivas –la PDD 62 y sobre todo la PDD
67– preveían instaurar lo que él llamó «un sistema de mando y control [más] robusto» para
«nuestro programa de Continuidad del Gobierno [COG]». Según Clarke, «se había
autorizado el desmantelamiento [de la COG] cuando desapareció la amenaza de un ataque
nuclear soviético» [31].

Esas palabras nos recuerdan el artículo de Tim Weiner publicado en el New York Times en
abril de 1994. Según Weiner, en la época postsoviética del presidente Clinton, «el Proyecto
Juicio Final […] tal como se conocía» había sido desmantelado ya que se habían disipado
«las tensiones nucleares» de la guerra fría [32].

En otras palabras, el presidente Clinton había previsto poner fin al Proyecto Juicio Final,
dirigido por un comité extragubernamental secreto que incluía a Donald Rumsfeld y Dick
Cheney, quienes no ejercían en aquel momento ninguna función gubernamental. Pero
Richard Clarke utilizó el atentado de Oklahoma City para justificar que se mantuviera ese
programa, incluso reforzándolo y poniéndolo bajo su propio control.
Según el autor Andrew Cockburn, se había encontrado un nuevo blanco:

«A pesar de que los ejercicios continuaron bajo la era Clinton, con un presupuesto anual de
más de 200 millones de dólares, los ya desaparecidos soviéticos fueron reemplazados por
terroristas […] Hubo además otros cambios. Anteriormente, los especialistas seleccionados
para dirigir el “gobierno de la sombra” habían sido escogidos en el conjunto del espectro
político, tanto demócratas como republicanos. En lo adelante, dentro de los bunkers,
[Cheney y] Rumsfeld se [verían] en compañía de sus simpatizantes políticos, ya que la lista
de “jugadores” se componía casi exclusivamente de halcones republicanos. “Era una
manera de que aquella gente se mantuviese en contacto. Se reunían, hacían ejercicio y
hablaban mal de la administración Clinton, lo peor posible”, según me reveló un ex oficial
del Pentágono que conocía el fenómeno directamente. “Podía decirse que era un gobierno
secreto en espera de su momento.”» [33]

Por supuesto, el hecho de que el 19 de abril fuese seguido de un refuerzo del Proyecto
Juicio Final no basta para confirmar mi tesis, según la cual ese programa de la COG fue un
factor determinante en la planificación y ejecución de los acontecimientos profundos
estructurales en Estados Unidos [34]. Pero mi descripción de esos casos permite observar
otras características recurrentes, que vuelven a aparecer en el caso de Oklahoma City.

El primer atentado contra el World Trade Center, en 1993

La primera de ellas es el papel central atribuido a culpables designados en las versiones


oficiales de esos acontecimientos, cuando se sabe que eran muy probablemente informantes
del gobierno o agentes dobles [35]. El ejemplo más reciente que más se ha documentado es
quizás la utilización y la protección, por parte del gobierno de Estados Unidos, de Ali
Mohamed, un importante cuadro de al-Qaeda que operaba como doble agente en el seno de
esa organización; esa protección le permitió entrenar a varios de los autores del atentado
cometido en 1993 contra el World Trade Center, con el uso de un camión-bomba y
contribuir posteriormente a la planificación del atentado con bomba contra la embajada de
Estados Unidos en Kenya [36].

En la edición de mi libro The War Conspiracy correspondiente al año 2008, sugerí la


posibilidad de que Lee Harvey Oswald y otros culpables designados del 11 de septiembre
de (Ali Mohamed, Nawaf al-Hazmi y Khaled al-Mihdhar) hayan sido en realidad agentes
dobles que trabajaban para una agencia del gobierno estadounidense, como el FBI o la
inteligencia militar (DIA, siglas de Defense Intelligence Agency) [37]. Otros autores han
sugerido que Oswald era cuando menos un informante del FBI y Lawrence Wright escribió
en The New Yorker que al ocultar al FBI los nombres de al-Hazmi y de al-Mihdhar, «la CIA
también pudo haber protegido una operación en el extranjero y, por lo tanto, temer que el
FBI revelara [esa operación]» [38].

En ese contexto, mientras miraba el documental A Noble Lie, vi con gran interés la
hipótesis según la cual Timothy McVeigh, el principal culpable designado del 19 de abril,
pudiera ser también un informante o un doble agente que trabajaba para el US Army [39].
Por supuesto, esa hipótesis aún no ha sido demostrada, pero el documental aporta pruebas
que la corroboran.

El atentado de Oklahoma City


y la operación PATCON

Lo que sí es seguro es que McVeigh –al igual que Oswald, al-Hazmi y al Mihdhar– se
movía en un medio de informantes identificados y/o agentes dobles, que participaban en
una importante operación secreta. En el caso de Oswald y de los dos sauditas, esta
particularidad pudiera explicar por qué el gobierno de Estados Unidos se dedicó
continuamente a ocultar hechos cruciales sobre ellos, tanto antes como después de los
crímenes que se les imputan, ocultamientos que incluso prosiguen actualmente. [40]

En 2005, el excelente investigador John M. Berger descubrió que, en los años 1990, el FBI
realizó una importante operación de contraespionaje, bautizada PATCON (por «Patriot-
conspiracy»). En aquel marco, el FBI había investigado sobre el medio de Timothy
McVeigh. Se trataba de la ultraderecha armada, a la que Berger describió de la siguiente
manera:

«un conjunto muy heterogéneo de activistas y extremistas de derecha, racistas,


ultralibertarios y/o partidarios de las armas, quienes, al cabo de los años, encuentran una
causa común en sus temores y sospechas sobre el gobierno federal. Aunque los agentes
infiltrados [del FBI] se reunieron con algunos de los peores elementos de ese movimiento,
su trabajo nunca condujo ni a un solo arresto. Cuando apareció McVeigh en medio de
aquella investigación, en 1993, nadie se fijó en él.» [41]

La operación PATCON prestó mucha atención a un antiguo pilar de la red ilegal de Oliver
North, que había sido utilizada para proveer armas a los Contras en Nicaragua. Se trataba
de Tom Posey y de su grupo paramilitar, la CMA (siglas de Civilian Material Assistance).
Según Paul de Armond, aquella organización había comenzado sus actividades en los años
1980 como «complemento del Ku Klux Klan de Alabama» [42]. La CMA participó
primeramente en el esfuerzo de aprovisionamiento de la DIA a los Contras, tarea que pasó
después a las manos de Oliver North. Las patrullas «benévolas» [En el sentido de “no
remuneradas”. Nota del Traductor.] de esa organización contra los inmigrantes clandestinos
en la frontera de Arizona convencieron al entonces congresista John McCain para que
ocupara un puesto en su consejo de administración [43]. Sin embargo, en el periodo post
Reagan, «Posey era un comerciante de armas muy conocido en el mercado negro,
sospechoso de tener fuentes de contrabando en varias bases del US Army», según los
investigadores de PATCON. [44]

Tanto en el asesinato de JFK como en el 11 de septiembre me parece evidente que las


disimulaciones posteriores a esos complots se deben a que fueron hábilmente planificadas
para quedar englobadas en operaciones clandestinas autorizadas, de manera que se
mantuviesen en secreto después de los hechos. El importante ensayo sobre la operación
PATCON que publicó John Berger en Foreign Policy no sugiere en ningún caso la
existencia de algún vínculo entre el plan de McVeigh y esa operación del FBI. Sin
embargo, en un momento de su investigación, Berger señala que Dennis Mahon, socio de
McVeigh y también blanco importante de PATCON,

«se convertirá en una figura célebre en los medios que proclaman la superioridad de la
“raza blanca” y fue condenado en febrero [de 2005] por el envío de un paquete postal
explosivo a un dirigente de la diversidad en el Estado de Arizona en 2004. A raíz de su
arresto, durante el año 2009, Mahon dijo a su compañero de celda que él era “el tercer
anónimo en la investigación sobre el bombazo de Oklahoma City”.»

En otras palabras, Dennis Mahin se identificó a sí mismo como John Doe #2.

En su sitio web Intelwire.com, Berger escribió que «Mahon [declaró] haberse codeado con
McVeigh en el pasado». Berger deduce de eso que «partiendo de esos comentarios y de
ciertas informaciones, es por lo menos plausible que Mahon haya estado implicado en el
atentado [de Oklahoma City]» [45]. «La otra prueba» que menciona Berger es el
testimonio de Carol Howe, informante de la ATF [Agencia de Alcohol, Armas de Fuego y
Tabaco, siglas en inglés. NdT.] dado a conocer primeramente por Jayna Davis y
posteriormente por el congresista Dana Rohrabacher. Según ese testimonio, «Mahon habló
de cometer atentados con bombas contra edificios federales [antes del 19 de abril]. […]
[Además,] viajó 3 veces a Oklahoma City [con Andre Strassmeir, un contacto de Timothy
McVeigh].» [46]

Mahon ha sido descrito como un hablador con tendencia a la autoglorificación. A pesar de


todo, es evidente que las nuevas pruebas que se han conocido a raíz de la investigación
PATCON deberían inducirnos a estudiar mejor el contexto del atentado de Oklahoma City.
En efecto, sólo algunos iniciados estaban al tanto de esa operación secreta, realizada por el
FBI entre 1991 y 1993.

¿Fue el atentado de Oklahoma City una «encerrona que salió mal»?

Aunque la operación PATCON terminó oficialmente en 1993, sus expedientes nos han
permitido saber que numerosos informantes del FBI residían permanentemente en la
comunidad de Elohim City, Oklahoma. Es muy probable que entre ellos se encontrasen no
sólo Carol Howe sino también Andre Strassmeir, el contacto de Timothy McVeigh
anteriormente mencionado [47]. La falta de respuesta de las autoridades a los informes
sobre un proyecto de atentado con bomba fortalece la hipótesis –emitida en el documental
A Noble Lie– de que el complot del 19 de abril pudo haber sido inicialmente una trampa
policial en contra sus autores. Su mortífero desenlace parece el resultado de una «encerrona
que salió mal».

De confirmarse esta hipótesis, la similitud entre el 19 de abril y el primer atentado contra el


World Trade Center, en 1993, resultaría mayor aún. Según el relato oficial, aquel ataque
también fue planificado por un grupo terrorista ya penetrado por el FBI, grupo que también
utilizó una bomba de ANFO en una camioneta alquilada marca Ryder. Este vehículo
también fue identificado gracias a su número de identificación vehicular (NIV), encontrado
en un fragmento metálico. [48]

Veamos lo que reportó el New York Times, después del atentado de 1993, basándose en
grabaciones de interrogatorios entre un informante y su contacto del FBI:

«Se reveló a los funcionarios de las fuerzas del orden [el FBI] que varios terroristas estaban
preparando una bomba, que fue finalmente utilizada contra el World Trade Center. Se
consideró [la posibilidad de] contrarrestar a los malhechores sustituyendo secretamente los
explosivos por un polvo inofensivo, declaró un informante después del atentado. Este
[informante] supuestamente debía ayudar a los malhechores a fabricar la bomba y les
proporcionaría la pólvora falsa, pero aquel plan fue anulado por un supervisor del FBI que
tenía otras ideas sobre la manera de utilizar al informante, [llamado] Emad A. Salem.» [49]

Ese relato del New York Times sobre el atentado de 1993 contra el World Trade Center
describe claramente un proyecto terrorista eficazmente penetrado por el FBI y que, por una
razón desconocida, tuvo de todas formas un trágico desenlace. Un solo caso de operación
de penetración «que salió mal» en 1993 puede atribuirse a la confusión, a la incompetencia
burocrática o a la dificultad de determinar el momento en que las fuerzas del orden
disponen ya de suficientes pruebas para justificar los arrestos. La repetición de esa
catástrofe 2 años más tarde ya debe llevarnos a tratar de saber si aquel mortífero desenlace
no fue en realidad el resultado que realemente se esperaba obtener.

Ante la inacción gubernamental que antecedió los hechos del 11 de septiembre –a pesar de
que la CIA conocía a los presuntos secuestradores aéreos–, el atento estudio de esos
asesinatos en masa refuerza la necesidad de la denuncia ante la Corte Penal Internacional
que propone el juez [italiano] Ferdinando Imposimato (actual presidente honorario de la
Corte de Casación italiana). Según [Imposimato], el 11 de septiembre fue «una repetición
de la “estrategia de la tensión” que la CIA aplicó en Italia» entre los años 1960 y
1980 [50]. A pesar de todo, puedo entender que para una mayoría de estadounidenses sea a
la vez difícil y doloroso enfrentar la idea de que la Historia de su país haya sido manipulada
y desestabilizada a escala sistémica por fuerzas desconocidas, como sucedió en Italia hace
medio siglo. Pero a medida que profundizo mis investigaciones, sigue fortaleciéndose mi
convicción de que hay que tomar en cuenta el veredicto del juez Imposimato.

Por otro lado, si la analogía italiana es aplicable a Estados Unidos, la apreciación de que el
11 de septiembre fue «una repetición de la “estrategia de la tensión” aplicada […] en
Italia» nos conduce a una interrogante todavía más amplia sobre el conjunto de
acontecimientos profundos estructurales aquí estudiados, en particular en cuanto a los
atentados con bombas de 1993 y 1995. ¿Eran esos acontecimientos resultado de una misma
estrategia de la tensión permanente? Es demasiado pronto para contestar esa pregunta. Pero
podemos al menos observar que los atentados de 1993 y 2001 contra el World Trade Center
muestran las características de un origen común, a la vez fuera del gobierno (el presunto
«cerebro» Khaled Cheikh Mohammed y el informante Ali Mohamed) y potencialmente en
el seno mismo del aparato estatal, a la luz de las disimulaciones persistentes y
complementarias alrededor de ambos casos. [51]

Por el contrario, y de forma previsible, todos los acontecimientos profundos estructurales


que he analizado hasta este momento son tratados en los medios dominantes como acciones
de marginales exteriores al gobierno –un «loco aislado» como Lee Harvey Oswald o un
«lobo solitario» como Timothy McVeigh. Los puntos comunes, que ya he presentado, entre
esos acontecimientos sugieren la necesidad de un análisis diferente. Dicho de otra manera,
algunos iniciados –entre ellos responsables de los servicios de inteligencia y otros
funcionarios gubernamentales–, al igual que personas exteriores –incluyendo informantes y
agentes dobles– deben ser considerados como responsables de la repetida concepción de
complots que, debido a sus conexiones con operaciones clandestinas aprobadas por el
Estado, no serán dados a conocer por las autoridades.

Mi análisis identifica a esos iniciados como miembros de un medio, informe y no


estructurado pero que perdura, que vincula a las redes secretas que se mueven dentro del
aparato del Estado con otras poderosas fuerzas dentro de nuestra sociedad. A pesar de mis
propias reticencias iniciales, al no hallar una expresión más apropiada acabé decidiéndome
a denominar ese medio como el «Estado profundo» [52]. Sin embargo, como ya señalé
anteriormente al referirme a Italia, no considero que ese concepto pueda explicar esos
misteriosos crímenes. El «Estado profundo» designa sin embargo un medio sobre el cual
habría que investigar mucho más.

Un análisis alternativo de los acontecimientos profundos:


Los Crímenes del Estado contra la Democracia (CED)
Ahora voy a comparar mi propio análisis con otras dos lecturas diferentes. La primera es la
noción de «gobierno secreto», presentada en 1987 por Bill Moyers en un importante
programa de televisión del canal PBS. [53]

Aquel programa subrayaba, con toda razón, el peligroso aumento del poder de las agencias
clandestinas –principalmente de la CIA– a partir [de la proclamación] de la National
Security Act de 1947. Aquel programa de televisión analizaba principalmente los crímenes
del Irángate para mostrar así qué es un gobierno secreto, que escapa a las restricciones
legales y a todas las demás limitaciones jurídicas que imponen la Constitución y el Estado
público.

Según lo dicho en el programa de Moyers,

«El Gobierno Secreto es una compleja red de complicidades en la que se reúnen


funcionarios, espías, mercenarios, ex generales, oportunistas y grandes patriotas. Por
diferentes razones, esos individuos operan fuera de las instituciones legítimas del
gobierno.»

En otras palabras, aquel programa se refería a «la Empresa». Se trata de la operación que
utilizaron Oliver North, sus respaldos externos y sus aliados del buró ejecutivo Eisenhower
para montar el tráfico conocido como Irán-Contras, así como otras políticas violatorias de
la ley y/o las directivas del Congreso. Como ya he demostrado en otros trabajos, Oliver
North utilizó la red antiterrorista de crisis llamada Flashboard para concretar aquellas
políticas. En sus inicios, aquella costosa red se había creado en el marco del Proyecto Juicio
Final [54]. Al actuar de esa manera, North «cubría» su operación ya que llevaba a cabo su
programa ilícito y criminal a través de aquella red secreta autorizada, [utilizándola] fuera
del marco que había sido asignado a aquel instrumento.

En 1987, aquel análisis logró llegar a darse a conocer a través de la televisión porque una
parte del gobierno de Estados Unidos estaba en guerra con la otra parte. Aquel conflicto
interno enfrentaba al director de la CIA William Casey no sólo con el Congreso sino
también con oficiales de alto rango en el seno de la propia CIA [55] El programa de
Moyers era parte de una serie de filtraciones de iniciados y de revelaciones de los medios
dominantes sobre la operación no registrada bautizada «Enterprise». Oliver North –
teniendo en segundo plano al director de la CIA William Casey– había utilizado esa
operación para violar las leyes y políticas oficiales [56]. En resumen, el desafío de Tom
Moyers a los «guerreros» de Cassey y de North correspondía a los objetivos de la CIA
tradicional (y de sus patrocinadores habituales, o sea los «comerciantes» de
Wall Street. [57]

No resulta por lo tanto sorprendente que aquel programa no abordara ni el papel del
vicepresidente Bush –quien era entonces el superior de Oliver North– ni los intereses que
podían llevar a las transnacionales a promover las operaciones clandestinas de la CIA en
todo el mundo (como, por ejemplo, la operación –mucho más importante– que la CIA
estaba realizando en Afganistán en los años 1980). Lo principal es que tampoco se dijo en
aquel programa de televisión ni una palabra sobre la planificación de la «suspensión de la
Constitución de Estados Unidos». desarrollada por el propio Oliver North en el marco del
Proyecto Juicio Final, aunque ese plan había sido mencionado brevemente durante las
audiencias sobre el Irángate, en 1987 [58]. Al guardar silencio sobre ese proyecto, los
realizadores de aquel programa de televisión cometieron el error de no mencionar la
planificación permanente que, en mi opinión, permitió concretar los planes de la COG a
través del 11 de septiembre y de la Patriot Act. En resumen, el ataque de Moyers contra el
gobierno secreto se limitaba en gran parte a lo que ya se sabía. Así que Moyers no se
aventuró a entrar en el terreno de la política profunda.

Más recientemente, el profesor Lance deHaven-Smith propuso el concepto de Crímenes de


Estado contra la Democracia (CED o SCAD [siglas en inglés] de State Crimes Against
Democracy). Algunos de mis amigos han retomado ese concepto dentro del movimiento
por la verdad sobre el 11 de septiembre, entre ellos Peter Phillips y Mickey Huff. El
profesor deHaven-Smith clasifica como CED «acciones o inacciones concertadas entre
miembros del gobierno [,] destinadas a manipular los procesos democráticos y a sabotear
la soberanía popular». [59]

Una de las grandes ventajas de la hipótesis de los CED es que, contrariamente a lo que ha
sucedido con mi trabajo, varias revistas académicas han hablado de ella –rompiendo así una
especie de «barrera del sonido». Pero la expresión «crímenes de Estado» me plantea un
problema. Por un lado, yo diría que el Estado, o algunos de sus componentes, son a menudo
víctimas de los acontecimientos profundos, como el 19 de abril y el 11 de septiembre. Por
otro lado, yo veo fundamentalmente al Estado como un garante de la democracia y no sólo
como un enemigo de ella.

Estoy de acuerdo con el hecho que algunos miembros del gobierno desempeñan, en efecto,
un papel importante en esos acontecimientos e incluso he analizado a algunos en los
párrafos anteriores. Pienso, sin embargo, que es engañoso atribuir esos crímenes al Estado
en su conjunto. En efecto, si un empleado de banco abre la puerta a un grupo de asaltantes,
el resultado será un asalto, pero no realizado por el banco aunque puede calificarse de
«complot interno».

El análisis de los CED es mucho más útil y complejo de lo que puedo explicar aquí y
seguiré aprendiendo de quienes lo desarrollan. Pero esta teoría no tiene que ver con la
política profunda. La lista de CED elaborada por el profesor deHaven-Smith incluye «las
guerras secretas en Laos y Cambodia» que, más que acontecimientos, son dos decisiones
políticas sobre las que sabemos que fueron tomadas en la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Aunque en aquella época eran operaciones clandestinas y más que seguramente ilegales,
nada tenían de misteriosas cuando se dieron a conocer. Por su naturaleza no eran
verdaderamente «profundas».
En mi opinión, la presentación de los CED como una lucha entre el Estado y la democracia
simplifica demasiado ambos conceptos y subestima sus contradicciones internas,
contrariamente al programa de televisión de Bill Moyers. Después de todo, la democracia
es una forma de Estado en la que la libertad y las prerrogativas del pueblo están
constitucionalmente garantizadas por las autoridades estatales (o por lo que yo llamo el
Estado público). Al menos uno de los CED analizados por el profesor deHaven-Smith –el
asesinato de JFK– debería ser considerado más lógicamente como un crimen perpetrado en
contra del Estado, más que por el Estado.

Peter Phillips y Mickey Huff parecen reconocer ese problema. Ellos no incluyen el
asesinato de JFK en su lista de CED [60]. Sin embargo, esa omisión da lugar a una
distinción artificial entre ese homicidio y otros acontecimientos profundos –como los
asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy– que son, en mi opinión, síntomas
de un mismo síndrome.

En resumen, estoy convencido de la importancia crucial de una distinción que no aparece


en el análisis de los CED. Se trata de la diferencia entre el Estado público –ostensiblemente
dedicado a favorecer el bienestar, los derechos y las prerrogativas del pueblo– y esa banda
de poderes no oficiales que se mueven tanto dentro como fuera del gobierno, lo que de
forma poco hábil he llamado el Estado profundo. A lo largo de medio siglo, este ha venido
debilitando el poder civil progresista y persuasivo. Poco a poco ha ido reemplazándolo por
un poder violento, autónomo, extraconstitucional e irrestricto.

Mi última objeción al análisis de los CED es de carácter práctico. En efecto, si el Estado es


el autor de esos crímenes, el trabajo de los críticos debe consistir en movilizar contra él a la
opinión pública. Lo cual hace el juego a las políticas libertarianas de quienes –como Alex
Jones y otros ardientes defensores de la Segunda Enmienda– sienten una profunda
desconfianza hacia el Estado público en su conjunto y no sólo hacia sus agencias
clandestinas. El análisis del profesor deHaven-Smith no implica solamente a estas últimas
sino a todo el gobierno de los Estados Unidos, y quizás incluso a los tribunales en
particular. (En respaldo a esa acusación señala el acto inhabitual de la Corte Suprema que,
en 2000, puso a George W. Bush en la presidencia, con 5 votos a favor y 4 en contra.)

Sin embargo, una estrategia cuyo objetivo es atacar al Estado en su conjunto me parece un
ejemplo de política derrotista. Sobre ese aspecto podemos aclarar, una vez más, nuestras
ideas mediante el estudio de la estrategia de la tensión aplicada en Italia, que constituye una
tenebrosa historia de terrorismo ciego con un desenlace más feliz. En efecto, los atentados
con bombas perpetrados en Italia dejaron de producirse, después del atentado de la estación
de Bolonia, en 1980. Este cese de la violencia se debió a una serie de investigaciones
enérgicas y valientes, realizadas primeramente por periodistas, después por comisiones
parlamentarias y, finalmente, por los tribunales como el que dirigió el juez Imposimato, que
también investigó el asesinato del primer ministre italiano Aldo Moro y el intento de
asesinato contra el papa Juan Pablo II. No fue fácil lograr el triunfo de la verdad ante la
violencia. Periodistas, parlamentarios y por lo menos un juez lo pagaron con la vida. Pero
fue una clara victoria de algunos contrapoderes oficiales contra una parte del Estado.

El ejemplo italiano demuestra que las fuerzas oscuras que se mueven tras una estrategia de
la tensión no son invencibles. Sugiere también que, para vencer al Estado profundo, la
sociedad civil tendrá que aliarse a los sectores del Estado que pudieran ser finalmente
movilizados para favorecer la búsqueda de la verdad.

Si este ensayo contribuye a que se alcance ese objetivo, ello querrá decir que otras personas
habrán seguido las pistas investigativas definidas en este trabajo. No pretendo llegar a
comprender yo solo la verdad sobre esos acontecimientos profundos estructurales. Pero sí
espero haber logrado señalar algunas de las direcciones que deberían seguir las futuras
investigaciones.

Peter Dale Scott

Este ensayo es una adaptación de un discurso pronunciado por el autor en la edición de


2012 del Festival de Oakland del Film sobre el 11 de Septiembre (Oakland 9/11 Film
Festival), organizado por la Northern CA 9/11 Truth Alliance.

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la traducción al francés de Maxime


Chaix

[1] Peter Dale Scott, «El “Proyecto Juicio Final” y los eventos profundos: el asesinato de
JFK, el Watergate, el Irangate y el 11 de septiembre», Red Voltaire, 26 de enero de 2012.

[2] Daniele Ganser, Les Armées Secrètes de l’OTAN: Réseaux Stay Behind, Opération
Gladio et Terrorisme en Europe de l’Ouest (Éditions Demi-Lune, Plogastel-Saint-Germain,
2011 [segunda edición]); Philip Willan, Puppetmasters: The Political Use of Terrorism in
Italy (Constable, Londres, 1991).

[3] Vincenzo Vinciguerra, «Strage di Piazza Fontana spunta un agente USA», La


Repubblica, 11 de febrero de 1998.

[4] «Secret agents, freemasons, fascists… and a top-level campaign of political


“destabilisation”», The Guardian, 5 de diciembre de 1990; citado en Daniele Ganser, Les
Armées Secrètes de l’OTAN, pp.30-31.

[5] Ganser, ibidem, pp.179-207, pp.307-32.


[6] Peter Dale Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial (50 ans d’ambitions
secrètes des États-Unis) (Éditions Demi-Lune, Paris, 2010), p.254. Cf. Ganser, Les Armées
Secrètes de l’OTAN, p.29.

[7] Ganser, Les Armées Secrètes de l’OTAN, p.54, citando El País, 26 de noviembre de
1990.

[8] Tunander, «The War on Terror», p.164.

[9] Cf. Peter Dale Scott, La Machine de guerre américaine: La politique profonde, la
drogue, la CIA, l’Afghanistan… (Éditions Demi-Lune, Plogastel-Saint-Germain, 2012),
p.62: «En febrero de 1989, el fiscal especial italiano Domenico Sica afirmó que la
responsabilidad de ciertos atentados en la anterior década era de la mafia –lo que yo
llamo la conexión narcótica global […]».

[10] Ganser, Les Armées Secrètes de l’OTAN, pp.179-207, pp.307-32.

[11] Scott Shane, «C.I.A. Is Still Cagey About Oswald Mystery», New York Times, 16 de
octubre de 2009. Para mi análisis de las profundas similitudes entre el 22 de noviembre y el
11 de septiembre, ver Peter Dale Scott, The War Conspiracy: JFK, 9/11, and the Deep
Politics of War (The Mary Ferrell Foundation, Ipswich, MA, 2008), pp.341-96.

[12] Ver Casa Blanca, «Message from the President Regarding the Continuation of the
National Emergency with Respect to Certain Terrorist Attacks», 11 de septiembre de 2012.

[13] Sobre mi utilización ambivalente de la expresión «Estado profundo», ver Scott, La


Machine de guerre américaine, pp.48-49.

[14] Para una introducción a ese documental, ver «A Noble Lie: Oklahoma City 1995 with
James Lane and Chris Emery», Alex Jones Channel, 16 de diciembre de 2011.

[15] General Benton K. Partin, carta a los miembros del Congreso, 17 de mayo de 1995;
citado en David Hoffman, The Oklahoma City Bombing and the Politics of Terror (Feral
House, Los Angeles, 1998). Samuel Cohen, otro experto en explosivos, escribió a un
miembro del Congreso estadounidense que «hubiese sido absolutamente imposible –y
contrario a las leyes de la naturaleza– que un camión cargado de fertilizante y gasolina
hiciese caer el edificio […] sea cual sea la cantidad [de esos productos explosivos]»
(ibidem). El camión portador de una bomba [fabricada con nitrato de amonio que explotó
frente a la oficina del primer ministro noruego parece corroborar las hipótesis de Partin y
Cohen. En efecto, la bomba utilizada por Breivik rompió cristales pero no causó ningún
daño estructural al edificio.

[16] 9/11: Explosive Evidence – Experts Speak Out, documental realizado por la asociación
AE911Truth, transmitido el 16 de septiembre de 2012 por el canal de televisión
estadounidense PBS Ver aquí una presentación de ese documental en el sitio web de la
asociación ReOpen911; Cf. William Christison (ex alto responsable de la CIA, «Stop
Belittling the Theories About September 11», Dissident Voice, 14 de agosto de 2006: Los
edificios del World Trade Center fueron «muy probablemente destruidos por cargas
[explosivas] de demolición controlada instaladas dentro de los edificios».

[17] Charles Doyle, «Antiterrorism and Effective Death Penalty Act of 1996: A Summary»,
Federation of American Scientists, 3 de junio de 1996. En un memorándum de diciembre
del año 2000, Richard Clarke confirmó que esa ayuda provenía en aquel entonces del
«Centro de Contraterrorismo de la CIA [CTC] y del Programa Antiterrorista [del
Departamento de Estado] (ATA)».

[18] Peter Dale Scott, «La CIA, el 11 de septiembre, Afganistán y el Asia Central», Red
Voltaire, 28 de septiembre de 2012; citando a Anthony Summers y Robbyn Swan, The
Eleventh Day (Ballantine Books, New York, 2011), p.396.

[19] Scott, «La CIA, le 11-Septembre, l’Afghanistan et l’Asie centrale: Le lancement de la


guerre de terreur des États-Unis». Esa retención de información tiene un importante
precedente en 1963. Se trata de la obstrucción que la CIA organizó en contra del FBI. En
efecto, durante las semanas que antecedieron el asesinato de JFK, la CIA ocultó al FBI gran
cantidad de información fundamental sobre Lee Harvey Oswald.

[20] Peter Dale Scott, Deep Politics and the Death of JFK, p.280; citado en Scott, «El
“Proyecto Juicio Final” y los eventos profundos: el asesinato de JFK, el Watergate, el
Irangate y el 11 de septiembre».

[21] Church Committee, «Report, Book III – Supplementary Detailed Staff Reports on
Intelligence Activities and the Rights of Americans», p.682.

[22] Nate Jones, «Document Friday: “Garden Plot”: The Army’s Emergency Plan to
Restore “Law and Order” to America», National Security Archive, 11 de agosto de 2011.

[23] Public Law 90-331 (18 U.S.C. 3056); conversación en Peter Dale Scott, Paul L. Hoch
y Russell Stetler, The Assassinations: Dallas and Beyond (Random House, New York,
1976), 443-46; citado en Scott, «El “Proyecto Juicio Final” y los eventos profundos: el
asesinato de JFK, el Watergate, el Irangate y el 11 de septiembre».

[24] Agentes de la DIA [Defense Intelligence Agency, la Agencia de Inteligencia del


Departamento de Defensa.] apoyaban al Secret Service y, en aquella época, su número
aumentaba drásticamente. El Washington Star explicaría más tarde que «la importante
extensión de la búsqueda de información de inteligencia [por parte del Ejército] […] no
comenzó hasta después del asesinato a tiros del reverendo Martin Luther King»
(Washington Star, 6 de diciembre de 1970; reimpreso en Federal Data Banks Hearings,
p.1728); citado en Scott, «El “Proyecto Juicio Final” y los eventos profundos: el asesinato
de JFK, el Watergate, el Irangate y el 11 de septiembre».

[25] George O’Toole, The Private Sector (Norton, New York, 1978), p.145, citado en
Scott, Deep Politics and the Death of JFK, pp.278-79; también citado en Scott, «El
“Proyecto Juicio Final” y los eventos profundos: el asesinato de JFK, el Watergate, el
Irangate y el 11 de septiembre».

[26] Peter Dale Scott, «Overview: The CIA, the Drug Traffic, and Oswald in Mexico»,
History Matters; citando a Michael Beschloss (director del libro, Taking Charge: The
Johnson White House Tapes, 1963-1964 (Simon & Schuster, 1997), New York, p.22. Los
relatos «primarios», seguidos de desmentidos mediáticos «secundarios», han seguido
saliendo a la luz hasta el día de hoy. El más reciente fue la publicación, en 2012, por el ex
oficial de la CIA Brian Latell, de una alegación proveniente de un informante según la cual
Fidel Castro sabía de antemano que JFK sería asesinado en Dallas (Brian Latell, Castro’s
Secrets: The CIA and Cuba’s Intelligence Machine [Palgrave Macmillan, New York,
2012]).

[27] «The Iraq Connection», Wall Street Journal, 5 de septiembre de 2002; «Take AIM:
Jayna Davis on OKC Third Terrorist», AIM.org. Cf. Dana Rohrabacher, Informe del
Presidente de la Subcomisión de Investigación y Supervisión de la Comisión de Relaciones
Internacionales de la Cámara de Representantes «The Oklahoma City Bombing: Was
There A Foreign Connection?», 26 de diciembre de 2006.

[28] Richard Clarke, Against All Enemies: Inside America’s War on Terror (Free Press,
New York, 2004), pp.97-99.

[29] Jim Naureckas, «The Oklahoma City Bombing: The Jihad That Wasn’t», Extra!
(Fair.org), julio-agosto de 1995.

[30] Jayna Davis, The Third Terrorist: The Middle East Connection to the Oklahoma City
Bombing (Thomas Nelson, Nashville TN, 2004); Dana Rohrabacher, Informe del presidente
de la Subcomisión de Investigación y Supervisión de la Comisión de Relaciones
Internacionales de la Cámara de Representantes, «The Oklahoma City Bombing: Was
There A Foreign Connection?», 26 de diciembre de 2006.

[31] Clarke, Against All Enemies, p. 167.

[32] Tim Weiner, «Pentagon Book for Doomsday Is to Be Closed», New York Times, 17 de
abril de 1994. Citado en Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, p.260-61.

[33] Andrew Cockburn, Rumsfeld: His Rise, Fall, and Catastrophic Legacy (Scribner, New
York, 2007), p.88 ; citado en Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, p.261.
[34] Scott, «El “Proyecto Juicio Final” y los eventos profundos: el asesinato de JFK, el
Watergate, el Irangate y el 11 de septiembre».

[35] En la actualidad, a menudo observamos acontecimientos profundos que implican a


informantes. Mientras escribo estas líneas, los titulares hablan de una ola de violencia en el
mundo musulmán. Esa violencia se desató a raíz de un largometraje islamofóbico
especialmente abyecto cuyos autores admiten que se trató de una provocación deliberada
(Sheila Musaji, «The Tragic Consequences of Extremism», The American Muslim, 14 de
septiembre de 2012). Posteriormente, no me sorprendió leer que Nakoula Nakoula, uno de
los responsables del largometraje, fue también informante federal («Producer Of Anti-Islam
Film Was Fed Snitch», The Smoking Gun, 14 de septiembre de 2012). Como ya escribí en
mi cuenta de Facebook, «pienso que deberíamos evitar las conclusiones apresuradas ahora
que Nakoula Nakoula, uno de los que concibieron el film, resulta ser un informante del
gobierno. Pero esa información complica tanto las bambalinas de ese supuesto “film
amateur” que refuerza mi hipótesis inicial; en otras palabras, puede tratarse de otro
acontecimiento profundo (correspondiente a la definición que explico en mi libro La
Machine de guerre américaine).»

[36] Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, pp.213-225.

[37] Scott, The War Conspiracy, pp.355-56, pp.357-63 («Le rôle des agents doubles»); Cf.
Scott, Deep Politics and the Death of JFK, pp.247-53, pp.257-60.

[38] Ver de Anthony Summers, Official and Confidential: The Secret Life of J. Edgar
Hoover (PocketBooks, New York, 1994), capítulo.29, n4; de Harrison E. Livingstone, The
Radical Right and the Murder of John F. Kennedy (Trafford, Bloomington, IN, 2006),
p.131 (Oswald); de Lawrence Wright, «The Agent», The New Yorker, 10-17 de julio de
2006, p.68; cf. Wright, Looming Tower, pp.339-44 (al-Hazmi y al-Mihdhar).

[39] Esa hipótesis corresponde a otras características de McVeigh, típicas de lo que yo


había definido anteriormente como el estereotipo del culpable designado. Una de esas
características es la increíble facilidad con la que McVeigh fue rápidamente arrestado,
mientras conducía un vehículo sin placas de inmatriculación. En 20008, yo comparaba a
Oswald con los presuntos secuestradores aéreos del 11 de septiembre en el trabajo: «É»
(Scott, The War Conspiracy, pp.347-49). David Hammer, quien se hallaba en el corredor de
la muerte con McVeigh, escribió que este último le dijo repetidamente que él era un agente
federal infiltrado que estaba participando en una operación tendiente a la localización de
activistas de extrema derecha. Ver, de David Paul Hammer, Deadly Secrets: Timothy
McVeigh and the Oklahoma City Bombing (AuthorHouse, Bloomington, IN, 2010).

[40] Jefferson Morley y Michael Scott, Our Man in Mexico: Winston Scott and the Hidden
History of the CIA (University of Kansas Press, Lawrence, Kansas, 2008) [sobre el 22 de
noviembre]; Kevin Fenton, Disconnecting the Dots (Trine Day, Walterville, OR, 2011)
[sobre el 11 de septiembre].
[41] J.M. Berger, «Patriot Games: How the FBI spent a decade hunting white supremacists
and missed Timothy McVeigh», Foreign Policy, 18 de abril de 2012.

[42] «Primeramente creada por Tom Posey en el marco de la Civilian Military Assistance
(CMA), esa facción operaba como un ala clandestina de los Contras, la red ilegal de la
administración Reagan. La CMA de Posey comenzó como un complemento del Ku Klux
Klan de Alabama. Después empezó a hacerse activa en el contrabando de armas hacia
Centroamérica, con el respaldo de una operación de la Agencia de Inteligencia del
Departamento de Defensa [DIA] [operación] designada “Yellow Fruit”. Posteriormente se
acusó a la CMA de haber violado la Neutrality Act con sus actividades de tráfico de armas.
Varios responsables del equipo de North y de la administración Reagan participaron en el
juicio y las acusaciones acabaron siendo abandonadas por extrañas razones. Según ellos,
la Neutrality Act se aplicaba únicamente en tiempo de paz, pero ellos consideraban que la
operación de los Contras era el equivalente de un estado de guerra formal.» (Paul de
Armond, «Racist Origins of Border Militias»).

[43] «John McCain has worked with white racists before», Daily Kos, 12 de octubre de
2008. No he podido determinar si fue a Tom Posey a quien David Koch nombró «Tesorero
de sus ciudadanos por una economía sana» (Treasurer of his Citizens for a Sound
Economy). Cf. «Tom Posey, KKK, Koch Brothers, CSE».

[44] J.M. Berger, «Patriot Games: How the FBI spent a decade hunting white supremacists
and missed Timothy McVeigh», Foreign Policy, 18 de abril de 2012.

[45] John Berger, «Witness Mahon Claimed He Was Third Man in Oklahoma City
Bombing», Intelwire, 10 de enero de 2012.

[46] Cf. Dana Rohrabacher, Informe del Presidente de la Subcomisión de Investigación de


la Comisión de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, «The
Oklahoma City Bombing: Was There A Foreign Connection?», 26 de diciembre de 2006.

[47] Sobre Strassmeir y su papel de agente de inteligencia, ver por ejemplo el informe de
investigación preparado por el representante de Oklahoma Charles Key en Comisión de
Investigación sobre el atentado de Oklahoma City, Final Report, pp.460-62; David
Hoffman, The Oklahoma City Bombing and the Politics of Terror (Feral House, Venice
City, CA, 1998), pp.121-47.

[48] Athan G. Theoharis, The FBI: A Comprehensive Reference Guide (Oryx Press,
Phœnix, AZ, 1999), p.94.

[49] Ralph Blumenthal, «Tapes Depict Proposal to Thwart Bomb Used in Trade Center
Blast», New York Times, 28 de octubre de 1993.
[50] «Top Italian Judge Refers 9/11 to International Criminal Court», Aangirfan, 11 de
septiembre de 2012. En francés: «EXCLUSIF: Un haut magistrat italien va dénoncer les
USA devant le Tribunal pénal international de La Haye: “Ils savaient pour le 11-
Septembre”». En español: «EXCLUSIVO: Alto magistrado italiano denunciará a Estados
Unidos ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya: “Ellos sabían [de antemano] lo
del 11 de septiembre”», ReOpen911.info, 15 de octubre de 2011.

[51] Scott, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, pp.213-225. Antes y después de
1993, al igual que antes y después de 2001, el fiscal estadounidense Patrick Fitzgerald
desempeñó un papel crucial en el ocultamiento de la verdad. Scott, ibidem, p.214-15,
pp.218-23; Peter Lance, Triple Cross (Regan/HarperCollins, New York, 2006), pp.219-23,
pp.274-79, pp.298-301, pp.317-18, pp.358-64, etc.

[52] Scott, La Machine de guerre américaine, pp.48-49.

[53] Bill Moyers, The Secret Government, PBS, 1987.

[54] Peter Dale Scott, «Northwards without North», Social Justice (verano de 1989);
versión revisada: «North, Iran-Contras, and the Doomsday Project: The Original
Congressional Cover Up of Continuity-of-Government Planning», Asia-Pacific Journal:
Japan Focus, 21 de febrero de 2011.

[55] Ver, por ejemplo: Tim Weiner, Legacy of Ashes (Doubleday, New York, 2007),
pp.396-404; Scott y Marshall, Cocaine Politics, pp.125-64 [Posey].

[56] Las acciones ilegales de Oliver North acabaron movilizando a célebres traficantes de
droga para respaldar a los Contras. Entre sus asociados más dudosos se hallaba la CMA, el
grupo paramilitar nacionalista de Tom Posey. Esa organización se convirtió posteriormente
en uno de los principales blancos de la operación PATCON (Berger, «Patriot Games»).

[57] Sobre la distinción entre los comerciantes (traders) y los guerreros (warriors o
«prusianos»), ver Michael Klare, Beyond the “Vietnam Syndrome” (Institute for Policy
Studies, Washington, D.C, 1981); Peter Dale Scott, «Korea (1950), the Tonkin Gulf
Incident, and 9/11: Deep Events in Recent American History», The Asia-Pacific Journal:
Japan Focus, 22 de junio de 2008.

[58] Tengo una experiencia personal al respecto: Durante una discusión sobre el Irángate en
un círculo de reflexión basado en Washington, los dos productores del programa de Moyers
me filmaron por largo tiempo. Una semana antes de la transmisión del programa por el
canal PBS, me garantizaron que yo iba a aparecer en él. Pero al final lo único que se vio de
mi participación en aquella discusión fue mi antebrazo. Fue lo que se vio en una extraña
foto del grupo de participantes en aquel círculo de reflexión, que estaban sentados alrededor
de una mesa de conferencias. En aquella época, mis investigaciones se concentraban en las
actividades de George Bush [padre] y de Oliver North, de este último se sospechaba por
entonces que había preparado planes que incluían la «suspensión de la Constitución». Las
diferentes comisiones del Congreso, al igual que el programa televisivo de Moyers, nunca
investigaron esas actividades. Ver Scott, «North, Iran-Contra, and the Doomsday Project:
The Original Congressional Cover Up of Continuity-of-Government Planning», The Asia-
Pacific Journal: Japan Focus, 21 de febrero de 2011.

[59] Lance deHaven-Smith, «Beyond Conspiracy Theory: Patterns of High Crime in


American Government», American Behavioral Scientist, p.53, p.796; citando a Lance
deHaven-Smith, «When political crimes are inside jobs: Detecting state crimes against
democracy», Administrative Theory & Praxis, p.28 (3).

[60] Peter Phillips et Mickey Huff, «State Crimes Against Democracy», Media Freedom
International, 2 mars 2010.

Por qué los ciudadanos de Estados Unidos tienen que parar las
guerras autogeneradoras de su país
por Peter Dale Scott

Sobre la base de ejemplos históricos, Peter Dale Scott denuncia las condiciones y los
nocivos efectos de la «guerra contra el terrorismo», que suma la inestabilidad a la
inseguridad y multiplica la cantidad de terroristas a los que supuestamente combate.

Red Voltaire | 16 de noviembre de 2012

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Hoy en día, el desafío político más urgente del mundo es impedir que la llamada «Pax
Americana» se convierta poco a poco en un conflicto mundial de gran envergadura, como
sucedió en el siglo XIX durante la llamada «Pax Britannica». Y si utilizo el término
«llamada» es porque cada una de esas «pax» se volvió, al alcanzar sus fases finales, cada
vez menos pacífica y menos ordenada y mucho más centrada en la imposición de una
potencia competidora, belicista y esencialmente contraria a la igualdad.

Pudiera parecer pretencioso el considerar que prevenir esta guerra es un objetivo posible de
alcanzar. Sin embargo, las medidas para lograrlo están muy lejos de ser irrealizables aquí
mismo, en Estados Unidos. No necesitamos para ello una nueva política radical e inédita,
sino una reevaluación realista e indispensable de dos políticas que entraron en aplicación
recientemente pero que se han desacreditado y resultado contraproducentes. Tendríamos
entonces que separarnos de ellas paulatinamente.

Me refiero ante todo a la supuesta «guerra contra el terrorismo» emprendida por Estados
Unidos. En ese país, la política interna y la política exterior se ven cada vez más
influenciadas por una guerra contra el terrorismo que resulta contraproducente, y que en
realidad está elevando tanto la cantidad de autores como la cantidad de víctimas de ataques
terroristas. Esa guerra resulta además profundamente deshonesta cuando se sabe que las
políticas de Washington en realidad ayudan a financiar y a armar a los yihadistas que
normalmente deberían ser considerados como enemigos.

Por sobre todo, la «guerra contra el terrorismo» es autogeneradora porque produce más
terroristas de los que elimina, como han señalado alarmados numerosos expertos. Y se ha
convertido en un factor indisolublemente ligado a la «guerra contra la droga», la anterior
campaña autogeneradora y también desesperadamente imposible de ganar de Estados
Unidos.

En efecto, esas dos guerras autogeneradoras se han convertido hoy en una sola. Al
emprender la «guerra contra la droga», Estados Unidos favoreció un paraEstado
organizador del terror en Colombia (denominado AUC, siglas de Autodefensas Unidas de
Colombia) así como un reino del horror que se hizo más sanguinario aún en México (con
50 000 muertos en los 6 últimos años) [1]. Al emprender en 2001 una «guerra contra el
terrorismo» en Afganistán, Estados Unidos contribuyó a multiplicar por dos la producción
de opio en ese país, que se convirtió así en fuente del 90% de la heroína a nivel mundial y
de la mayor parte de la producción global de hachís [2].

La ciudadanía estadounidense debería tomar conciencia de ese esquema general que hace
que la producción de droga aumente sistemáticamente allí donde Estados Unidos interviene
militarmente –en el sudeste asiático durante las décadas de 1950 y 1960, en Colombia y
posteriormente en Afganistán. El cultivo del opio también aumentó en Irak a raíz de la
invasión de ese país por las tropas estadounidenses, en 2003 [3]. Y también sucede lo
contrario, o sea que la producción de droga disminuye cuando terminan las intervenciones
militares de Estados Unidos, como ha venido sucediendo en el sudeste asiático desde los
años 1970 [4].

Las dos guerras autogeneradoras de Estados Unidos resultan lucrativas para los intereses
privados que se dedican al cabildeo para mantenerlas [5]. Y al mismo tiempo ambas
guerras contribuyen a agravar la inseguridad y la inestabilidad, en Estados Unidos y en el
mundo.

De esa manera, a través de una dialéctica paradójica, el Nuevo Orden Mundial de Estados
Unidos poco a poco se convierte en un Nuevo Desorden Mundial. Por otro lado, a pesar de
parecer invencible, el Estado de seguridad nacional, atenazado por los problemas de
pobreza, de ingresos desiguales y de la droga, se convierte progresivamente en un Estado
de inseguridad nacional paralizado por una serie de bloqueos institucionales.

Al utilizar la analogía con los errores británicos de finales del siglo XIX, el objetivo de este
trabajo es promover un progresivo regreso a un orden institucional más estable y más justo
a través de una serie de medidas concretas, algunas de las cuales se aplicarían por etapas.
Al utilizar como ejemplo la decadencia de Gran Bretaña espero demostrar que la solución
no puede venir del actual sistema basado en los partidos políticos sino de personas que no
formen parte de ese sistema.

Las locuras de la Pax Britannica a fines del siglo XIX

Los últimos errores cometidos por los líderes del Imperio británico son especialmente
instructivos para la comprensión de la difícil situación que hoy enfrentamos. En ambos
casos, un exceso de poderío en relación con las verdaderas necesidades defensivas condujo
a expansiones de influencia cada vez más injustas y contraproducentes. El análisis que hago
en los siguientes párrafos es unívocamente negativo. Ese análisis ignora, en efecto, los
logros positivos del sistema colonial en materia de salud y de educación en el exterior. A
pesar de esos logros, la consolidación del poderío británico condujo al empobrecimiento de
naciones anteriormente prósperas, como la India. Y empobreció también a los trabajadores
en Gran Bretaña [6].

Como ha demostrado Kevin Phillips, una de las principales causas de ese fenómeno fue la
creciente deslocalización de los capitales de inversión y de la capacidad productiva
británicas:

«Se vio así Gran Bretaña en condiciones similares a las de los Estados Unidos de los años
1980 y de la mayor parte de los años 1990 –por un lado, desplome del nivel de los salarios
(exceptuando los cargos de dirección) acompañado de un declive de las industrias básicas
y, en lo más alto de la escala, una era dorada para los bancos, los servicios financieros y
los valores bursátiles, un claro aumento en la parte del ingreso generado por la inversión,
así como un impresionante porcentaje de los beneficios y de los recursos concentrados en
el 1% de la población con más altos ingresos.» [7]

Los peligros que representaban las crecientes desigualdades en materia de ingresos y


riqueza eran muy fáciles de identificar en aquel entonces, como en efecto lo hizo el joven
político Winston Churchill [8]. Sin embargo, sólo una minoría había notado la existencia
del perspicaz análisis que hacía John A. Hobson en su libro titulado Imperialism (1902).
Según Hobson, la búsqueda desenfrenada de la ganancia –causa de la deslocalización del
capital fuera de fronteras– creó la necesidad de establecer un aparato de defensa
sobredimensionado para poder proteger ese sistema. En el extranjero, una de las
consecuencias de ese fenómeno fue un uso más extensivo y brutal de los ejércitos
británicos. Hobson define el imperialismo de su época, que según él comenzó hacia 1870,
como un «debilitamiento […] del verdadero nacionalismo a través de intentos de ir más
allá de nuestras fronteras naturales y de absorber los territorios próximos o lejanos
habitados por pueblos recalcitrantes e inasimilables.» [9]

Como escribió en 1883 el historiador británico Sir John Robert Seely, pudiera decirse del
Imperio Británico que se concretó «en un impulso inadvertido» («in a fit of absence of
mind»). Pero no podría decirse lo mismo sobre los avances de Cecil Rhodes en África. Una
de las causas fundamentales de la expansión británica fue la mala distribución de la riqueza,
y fue también una inevitable consecuencia de ella. La mayor parte del libro de Hobson
criticaba la explotación que Occidente imponía al Tercer Mundo, sobre todo a África y
Asia [10]. Hobson se hacía así eco de la descripción que había hecho Tucídides sobre

«como Atenas fue derrotada por la avaricia sin límites (pleonexia) de la que dio prueba
durante su inútil expedición en Sicilia, una locura que presagiaba las de Estados Unidos
en Vietnam e Irak [así como la de Gran Bretaña en Afganistán y Transvaal]. Tucídides
atribuyó el surgimiento de aquella locura a los rápidos cambios que se produjeron en
Atenas después de la muerte de Pericles, y en particular al creciente poderío de una
oligarquía depredadora.» [11]

El apogeo del Imperio británico así como el comienzo de su decadencia pueden situarse
ambos en los años 1850. Londres instituyó durante ese decenio un control directo sobre la
India, reemplazando así la Compañía de Indias, cuya función era puramente explotadora.

Pero durante ese mismo decenio, Gran Bretaña se puso de acuerdo con la Francia
abiertamente expansionista de Napoleón III (y con el Imperio Otomano) sobre sus
ambiciones hostiles a la posición de Rusia en Tierra Santa. Si bien Gran Bretaña había
salido victoriosa de la guerra de Crimea, los historiadores han opinado posteriormente que
esa victoria fue una de las principales causas de la ruptura del equilibrio entre las potencias
que había prevalecido en Europa desde el Congreso de Viena, en 1815. O sea, lo que Gran
Bretaña heredó de esa guerra fue un ejército más eficaz y más moderno, pero en un mundo
más peligroso e inestable. (Quizás los historiadores estimen en el futuro que la aventura
libia de la OTAN en 2011 tuvo un papel comparable en el fin de la distensión entre Estados
Unidos y Rusia.)

La guerra de Crimea también dio lugar al surgimiento de lo que quizás sea el primer
movimiento antiguerra de importancia en Gran Bretaña, a pesar de que es recordado sobre
todo por haber puesto fin a los papeles políticos activos de sus principales líderes, John
Codben et John Bright [12]. En poco tiempo, los gobiernos y los dirigentes de Gran Bretaña
se radicalizaron hacia la derecha. Lo cual dio lugar, por ejemplo, al bombardeo de
Alejandría, ordenado por Gladstone en 1882, para obtener el pago de las deudas que los
egipcios habían contraído con los inversionistas privados británicos.

La lectura del análisis económico de Hobson a la luz de los escritos de Tucídides nos
permite reflexionar sobre el factor moral de la avaricia desmedida (pleonexia) estimulada
por un ilimitado poderío británico. En 1886, el descubrimiento de colosales reservas de oro
en la república boer de Transvaal, que era nominalmente independiente, atrajo la atención
de Cecil Rhodes, quien ya se había enriquecido anteriormente gracias a las concesiones
para la explotación de minas y de diamantes que había adquirido de forma deshonesta en
Matabelelandia. Rhodes veía en aquel momento la oportunidad de acaparar también los
yacimientos auríferos de Transvaal, derrocando el gobierno boer con el respaldo de los
uitlanders (o sea, los extranjeros, en su mayoría británicos, que habían confluido en aquella
región).

En 1895, tras el fracaso de las maniobras en las que había implicado directamente a los
uitlanders, Cecil Rhodes, en su calidad de primer ministro de la colonia británica del Cabo,
apoyó una invasión de Transvaal mediante lo que se ha dado en llamar la «incursión
Jameson» –llevada a cabo por un grupo heterogéneo de miembros de la policía montada y
mercenarios voluntarios. Aquella incursión no sólo fue un fracaso sino que, además,
provocó un escándalo. Rhodes se vio obligado a renunciar a su cargo de primer ministro y
su hermano fue encarcelado. Los detalles de la incursión Jameson y de la guerra de los
Boers, engendrada por aquella operación, resultan demasiado complejos para abordarlos
aquí. Pero el resultado final fue que, al término de aquella guerra, Cecil Rhodes acaparó la
mayor parte de los yacimientos auríferos.

La siguiente etapa del expansionismo abundantemente financiado por Rhodes fue su visión
de una vía ferroviaria entre El Cabo y El Cairo, que debía atravesar las colonias bajo
control británico. Como veremos más adelante, aquel proyecto engendró la visión francesa
rival de construir una vía ferroviaria «este-oeste», lo cual desencadenó una primera serie de
crisis exacerbadas por la emulación imperial. Aquellas crisis se intensificaron poco a poco
hasta desembocar en la Primera Guerra Mundial.

Según Carroll Quigley, Cecil Rhodes fundó también una sociedad secreta cuyo principal
objetivo era ampliar aún más la expansión del Imperio británico. Una ramificación de
aquella sociedad fue la Mesa Redonda (Round Table), que generó a su vez el Real Instituto
de Relaciones Internacionales (RIIA, siglas de Royal Institute of International Affairs). En
1917 varios miembros de la Mesa Redonda estadounidense contribuyeron también a la
fundación de la organización hermana del RIIA, que no es otro que el Council on Foreign
Relations o CFR (Consejo de Relaciones Exteriores), con sede en Nueva York [13].

Algunos analistas han juzgado exagerado el argumento de Carrol Quigley. Estemos o no de


acuerdo, se puede observar que existe una continuidad entre la avidez expansionista de
Cecil Rhodes en África, en los años 1890, y la de las compañías petroleras británicas y
estadounidenses de la postguerra y los golpes de Estado respaldados por el CFR en Irán (en
1953), en Indonesia (1965) y en Cambodia (1970) [14]. En todos esos ejemplos, la avaricia
privada (a pesar de emanar de empresas más que de individuos) impuso la violencia de
Estado y/o la guerra como cuestiones de política pública. El resultado de ello fue el
enriquecimiento y fortalecimiento de las empresas privadas dentro de lo que yo llamo la
Máquina de guerra americana, proceso que debilita las instituciones encargadas de
representar el interés general.

Mi argumento central es que, de forma previsible, el desarrollo paulatino de la marina de


guerra y de los ejércitos británicos provocó un rearme de las demás potencias, sobre todo en
Francia y Alemania. Y ese proceso hizo inevitable la Primera Guerra Mundial, y también la
Segunda. Retrospectivamente, no es difícil darse cuenta de que ese fortalecimiento de los
aparatos militares puede haber contribuido, de manera desastrosa, no a garantizar la
seguridad sino, por el contrario, a crear una inseguridad cada vez más peligrosa –no sólo
para las potencias imperiales sino para el mundo entero. Dado que la supremacía global de
Estados Unidos sobrepasa actualmente la que alcanzó el Imperio británico en su época de
apogeo, no se observan –al menos hasta ahora– repercusiones comparables en las
ambiciones de emulación de otros Estados. Sin embargo, comienza a aparecer un aumento
de las reacciones violentas de los pueblos cada vez más oprimidos, lo que los medios de
difusión han dado en designar como «terrorismo».
Al mirar hacia atrás también podemos comprobar que el progresivo empobrecimiento de la
India y de otras colonias tuvo como consecuencia inevitable que el Imperio británico se
volviera más inestable, condenándolo finalmente a desaparecer. Esto es algo que no parecía
evidente en aquella época, y en el siglo XIX, comparándolo con la época actual, pocos
británicos –aparte de John A. Hobson– ponían en tela de juicio las decisiones políticas que
condujeron a su país de la Larga Depresión de los años 1870 a la llamada «fiebre africana»,
y a la correspondiente carrera armamentista [15]. Pero hoy en día, al analizar aquellas
decisiones, nos parecen sorprendentes la estrechez de mente, la estupidez y la poca visión
de los supuestos estadistas de aquella época. Las crisis absurdas, pero alarmantes, que
provocaron con sus decisiones en lejanas regiones de África, como en Fachoda (en 1898) o
en Agadir (1911), reafirman esa idea [16].

También podemos notar como facciones burocráticas muy pequeñas pero fuera de control
dieron inicio a varios crisis internacionales. La crisis de Fachoda, en el sur de Sudán,
implicó a una insignificante tropa de 132 oficiales y soldados franceses. Estos últimos, al
cabo de un viaje de 14 meses, estaban animados por la vana esperanza de lograr establecer
una presencia francesa a través de África, de este a oeste, como forma de contrarrestar la
visión de Rhodes de una presencia británica que debía extenderse del norte al sur del
continente africano [17]. En el momento de lo que se conoce como «el golpe de Agadir» (o
Panzersprung), la provocadora llegada de la cañonera alemana SMS Panzer a aquella
ciudad marroquí fue una idea insensata de un secretario adjunto de Relaciones Exteriores y
su principal consecuencia fue la consolidación de la Entente Cordiale franco-inglesa,
contribuyendo así a la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial [18].

La Pax Americana sigue el patrón de la Pax Britannica

El mundo no está condenado a tener que repetir la tragedia de una guerra mundial en estos
tiempos de Pax Americana. La interdependencia global y sobre todo las comunicaciones
han registrado una importante mejoría. Tenemos en nuestras manos el conocimiento, la
capacidad y la motivación necesarios para comprender los procesos históricos con más
control que antes. Lo más importante es que para una minoría global es cada vez más
evidente que el hipermilitarismo de Estados Unidos, justificado por razones de seguridad,
se está convirtiendo en realidad en una amenaza para la seguridad de ese mismo país y del
mundo entero. En efecto, esa tendencia belicista favorece y desencadena guerras de
proporciones cada vez mayores –lo cual recuerda el hipermilitarismo británico del siglo
XIX.

En medio del creciente desequilibrio global, existe un motivo de consuelo para el pueblo de
Estados Unidos. Ya que las causas de la inseguridad global provienen cada vez más a
menudo de ese país, los remedios a ese problema también se encuentran allí. Mucho más
que sus predecesores británicos, y contrariamente a los demás pueblos de hoy, la
ciudadanía estadounidense tiene la posibilidad de reducir las tensiones globales y de
evolucionar así hacia un orden internacional más equitativo. Por supuesto, nadie puede
predecir que esa restauración llegue a concretarse. Pero el fin catastrófico de la Pax
Britannica y la carga cada vez más pesada que tienen que soportar los ciudadanos
estadounidenses sugieren la necesidad de hacerlo. En efecto, el expansionismo unilateral de
su país, al igual que el de Gran Bretaña en el pasado, contribuye actualmente a la ruptura de
las alianzas y los acuerdos jurídicos internacionales que aportaron durante decenios una
estabilidad relativa, sobre todo los que forman parte de la Carta de las Naciones Unidas.

Hay que señalar claramente que el actual fortalecimiento del aparato militar de Estados
Unidos es la causa fundamental del rearme global. Ese proceso recuerda de manera
preocupante la carrera armamentista alimentada en el pasado por la industria militar
británica, que condujo en 1911 al golpe de Agadir y, poco después, a la Primera Guerra
Mundial. Sin embargo, el actual rearme puede ser calificado de «carrera armamentista».
En efecto, Estados Unidos –y sus aliados de la OTAN, cuya política exige la posesión de
armamentos compatibles– gozan de un predominio tan grande en el mercado militar
mundial que los volúmenes de las ventas de armas de Rusia y China parecen, en
comparación, risibles:

«En 2010 […] Estados Unidos mantuvo su posición dominante en la feria global del
armamento, con exportaciones de armas ascendentes a 21 300 millones de dólares, o sea
un 52% [del mercado internacional] […].

Rusia ocupaba el segundo lugar, con ventas de armas por un monto de 7 800 millones de
dólares en 2010, o sea un 19,3% del mercado, contra 12 800 millones de dólares en 2009.
En términos de ventas, detrás de Estados Unidos aparecen Francia, Gran Bretaña, China,
Alemania e Italia.» [19]

Un año después, la absoluta hegemonía de Estados Unidos en la exportación de armamento


se había elevado a más del doble representando así el 79% de las ventas globales de armas:
«El año pasado, las exportaciones de armas de Estados Unidos totalizaron 66 300 millones
[de dólares], o sea más de 3 cuartas partes del mercado mundial del armamento, estimado
en 85 300 millones en 2011. A pesar de ocupar el segundo lugar, Rusia estaba muy por
debajo, registrando ventas por un monto de 4 800 millones.» [20]

Y, ¿cuál es actualmente la principal actividad de la OTAN que exige armas? No es la


defensa contra Rusia sino el apoyo a Estados Unidos en su guerra autogeneradora contra el
terrorismo, en Afganistán como antes sucedió en Irak. La «guerra contra el terrorismo»
debía verse como lo que realmente es: un pretexto para mantener un ejército
estadounidense que padece una peligrosa hipertrofia, a través de un ejercicio injusto del
poder que resulta cada vez más inestable.

En otros términos, Estados Unidos es hoy, y de lejos, el primer país que inunda el mundo
con armamento. Los ciudadanos de ese país tienen que exigir imperativamente una
reevaluación de ese factor de agravamiento de la pobreza y de la inseguridad. Tenemos que
recordar la célebre advertencia que hizo Eisenhower en 1953: «cada fusil que se fabrica,
cada navío de guerra que se despliega, cada cohete que se dispara significa –es en su
sentido último– un robo perpetrado contra quienes padecen hambre y no tienen con qué
alimentarse, contra quienes tienen frío y no tienen con qué vestirse.» [21].

Es necesario recordar que el presidente Kennedy, en su discurso pronunciado el 10 de junio


de 1963 en la American University, esbozó una visión de paz que no sería explícitamente
«una Pax Americana impuesta al mundo por las armas de guerra americanas» [22].
Aunque efímera, su visión era sabia. Sesenta años después de la génesis del sistema
estadounidense de seguridad –la supuesta «Pax Americana»–, los propios Estados Unidos
están atrapados en una situación de inseguridad sicológica cada vez más marcada por la
paranoia. Las características tradicionales de la cultura estadounidense, como el respeto del
habeas corpus y del derecho internacional, están siendo abandonadas por causa de una
supuesta amenaza terrorista engendrada en realidad por los propios Estados Unidos. Y ese
fenómeno puede observarse tanto dentro del país como en el extranjero.

La alianza secreta entre Estados Unidos y Arabia Saudita y la «guerra


contra el terrorismo»

Más de la mitad de los 66 300 millones de dólares en armas estadounidenses exportados en


2011 estaban destinados a Arabia Saudita, lo cual representa 33 400 millones de dólares.
Esas ventas incluían decenas de helicópteros de los tipos Apache y Black Hawk que, según
el New York Times, Arabia Saudita necesita para defenderse de Irán. Pero en realidad
corresponden sobre todo a la creciente implicación de Estados Unidos y de Arabia Saudita
en guerras asimétricas y agresivas (por ejemplo, en Siria) [23].

Esas ventas de armas estadounidenses a Arabia Saudita no fueron producto de la


casualidad. Son fruto de un acuerdo entre ambos países destinado a compensar la afluencia
de los dólares estadounidenses utilizados para pagar el petróleo saudita. Durante las crisis
petroleras de 1971 y 1973, el presidente Nixon y Henry Kissinger negociaron un acuerdo
con Arabia Saudita e Irán para pagar el petróleo a precios mucho más elevados, pero con la
condición de que esos dos países reciclaran sus petrodólares de diferente maneras,
principalmente mediante la compra de armamento estadounidense [24].

La riqueza de Estados Unidos y la de Arabia Saudita se hicieron así más interdependientes


que nunca, lo cual es una ironía. En efecto, retomando los términos de un despacho
diplomático filtrado, «[los] donantes sauditas se mantienen como los principales
financiadores de grupos extremistas como al-Qaeda» [25].25 La Rabita (o Liga Islámica
Mundial), iniciada y masivamente financiada por la familia real saudita, se ha convertido en
sede de los encuentros internacionales de salafistas mundialmente activos, incluyendo a
ciertos líderes de al-Qaeda [26].

En resumen, las riquezas generadas por la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita
financian tanto a los yihadistas vinculados a al-Qaeda que operan por todo el mundo como
las guerras autogeneradoras que libran las fuerzas estadounidenses contra esos mismos
yihadistas. El resultado es una creciente militarización, tanto en el extranjero como en
Estados Unidos, a medida que aparecen nuevos frentes de la supuesta «guerra contra el
terrorismo» en regiones anteriormente pacíficas, como Mali, donde se ha producido una
evolucion inicialmente previsible.

Los medios de difusión tienden a presentar la «guerra contra el terrorismo» como un


conflicto entre gobiernos legítimos y fundamentalistas islamistas fanaticos y hostiles a la
paz. La realidad es que la mayoria de los países colaboran periodicamente con las mismas
fuerzas que ellos mismos combaten en otras ocasiones, lo cual viene sucediendo desde hace
mucho tiempo. Estados Unidos y Gran Bretaña no son la excepción de la regla.

Hoy en día, la política exterior de Estados Unidos es cada vez más caótica, sobre todo sus
operaciones clandestinas. En ciertos países, sobre todo en Afganistán, Estados Unidos está
combatiendo a yihadistas que la CIA apoyó en los años 1980, y que aún gozan del respaldo
de nuestros aliados nominales, Arabia Saudita y Pakistán. En otras naciones, como en
Libia, Estados Unidos ha prestado protección y apoyo indirecto al mismo tipo de islamistas.
Hay también otros países, particularmente en Kosovo, donde Estados Unidos ha ayudadp a
los fundamentalistas a llegar al poder [27].
En Yémen, las autoridades estadounidenses han reconocido que sus clientes allí apoyaban a
los yihadistas. Como informó hace varios años el universitario Christopher Boucek ante la
fundación Carnegie Endowment of International Peace,

«[el] extremismo islamista en Yémen es resultado de un proceso largo y complejo. En los


años 1980, un gran número de yemenitas participó en la yihad antisoviética en Afganistán.
Después del fin de la ocupación soviética, el gobierno yemenita estimuló el regreso de sus
ciudadanos, y también permitió que los veteranos extranjeros se instalaran en Yemen. La
mayoría de aquellos árabes afganos fueron captados por el régimen e integrados a los
diferentes aparatos de seguridad del Estado. Ese tipo de captación se realizó también en
beneficio de individuos que el gobierno yemenita había encarcelado después de los ataques
terroristas del 11 de septiembre de 2001. Ya en 1993, en un informe de inteligencia
actualmente desclasificado, el Departamento de Estado estadounidense había señalado que
Yemen estaba convirtiéndose en un importante punto de encuentro de numerosos
combatientes que habían dejado Afganistán. Aquel informe aseguraba también que el
gobierno yemenita era reacio o incapaz de restringir las actividades de aquellos
individuos. Durante los años 1980 y 1990, el islamismo y las actividades resultantes de ese
movimiento fueron utilizados por el régimen para eliminar a los opositores internos. Por
otro lado, durante la guerra civil de 1994, los islamistas combatieron a las fuerzas del
sur.» [28]
Des membres d’Al-Qaïda au Yémen

En marzo de 2011 ese mismo universitario observó que el resultado de la guerra de Estados
Unidos contra el terrorismo había sido apoyar a un gobierno impopular ayudándolo así a
evitar la aplicación de las necesarias reformas:

«Bueno, yo pienso que en lo tocante –que nuestra política en Yemen ha sido


[exclusivamente centrada en] el terrorismo– [que se ha focalizado en] el terrorismo y la
seguridad y al-Qaeda en la península arábiga (AQPA), excluyendo casi todo el resto.
Pienso que a pesar de lo –de lo que dice la gente en la administración, estamos
concentrados en el terrorismo. No hemos prestado atención a los desafíos sistémicos que
tiene que enfrentar Yemen: el desempleo, los abusos en la administración, la corrupción.
Pienso que son esos los factores que llevarán al derrumbe del Estado. No será AQPA. […]
[Todo] el mundo en Yemen ve que apoyamos [a esos] regímenes, en detrimento del pueblo
yemenita.» [29]

Dicho en términos más directos, la «guerra contra el terrorismo» de Estados Unidos es una
de las principales razones que explican por qué Yemen, al igual que otros países, se
mantiene en el subdesarrollo y sigue siendo un terreno fertil para el terrorismo yihadista.

Pero no es la política exterior de Estados Unidos en materia de seguridad lo único que


contribuye a la crisis yemenita. Arabia Saudita está interesada en fortalecer la influencia
yihadista en el Yemen republicano. Así ha sido desde los años 1960, cuando la familia real
saudita recurrió a tribus conservadoras de las colinas del norte de Yemen para rechazar un
ataque del gobierno yemenita –republicano y respaldado por Nasser– contra el sur de
Arabia Saudita [30].
Esas maquinaciones de los diferentes gobiernos y de sus agencias de inteligencia pueden
crear situaciones de una oscuridad impenetrable. Por ejemplo, como informó el senador
John Kerry, uno de los principales líderes de al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) «es
un ciudadano saudita que fue repatriado a Arabia Saudita en el mes de noviembre de 2007
[después de haber estado preso en] Guantánamo[,] y que reanudó actividades ilegales [en
Yemen] después de haber seguido un programa de rehabilitación en su país.» [31]

Al igual que otras naciones, Estados Unidos puede llegar a establecer alianzas con los
yihadistas de al-Qaeda para ayudarlos a luchar en zonas de mutuo interés en el extranjero,
como en Bosnia. La condición de esa colaboración es que los terroristas no se vuelvan en
contra de Estados Unidos. Es evidente que esa práctica contribuyó al atentado con bomba
de 1993 contra el World Trade Center, cuando al menos 2 de sus autores habían sido
protegidos de todo arresto. Las autoridades estadounidenses habían protegido a aquellos
individuos porque estaban participando –en el centro al-Kifah de Brooklyn– en un
programa de preparación de islamistas para la guerra de Bosnia. En 1994, en Canadá, el
FBI garantizó la liberación de Ali Mohamed, un agente doble de Estados Unidos y al-
Qaeda que operaba en el centro al-Kifah. Poco después Ali Mohamed viajó a Kenia, donde
–según el Informe de la Comisión sobre el 11 de Septiembre– «dirigió» a los organizadores
del atentado de 1998 contra la embajada de Estados Unidos en Nairobi [32].

El respaldo de Arabia Saudita a los terroristas

Arabia Saudita es probablemente el actor más importante de ese oscuro juego. Ese país no
sólo ha exportado yihadistas a los cuatro confines del globo sino que también los ha
financiado –como ya vimos anteriormente–, a veces en coordinación con Estados Unidos.
Un artículo del New York Times, publicado en 2010, sobre las filtraciones de despachos
diplomáticos estadounidenses revelaba, citando uno de aquellos despachos, que «[los]
donantes sauditas siguen siendo los principales financistas de grupos extremistas como al-
Qaeda» [33]

En 2007, el Sunday Times informó también que

«[…] los ricos sauditas siguen siendo los principales financistas de las redes terroristas
internacionales. ‘Si yo pudiese de alguna manera chasquear los dedos y cortar las
subvenciones de algún país [para las actividades terroristas], apuntaría a Arabia Saudita’,
declaró Stuart Levey, el funcionario del Departamento del Tesoro americano encargado de
vigilar el financiamiento del terrorismo.» [34]

Según Rachel Ehrenfeld, las autoridades iraquíes, pakistaníes y afganas también informaron
sobre el financiamiento del terrorismo por parte de Arabia Saudita:

«En 2009, la policía pakistaní reportó que las organizaciones caritativas sauditas seguían
financiando a al-Qaeda, a los talibanes y al Lashkar-e-Taiba. Según aquel informe, los
sauditas han donado 15 millones de dólares a los yihadistas, incluyendo a los responsables
de los ataques suicidas en Pakistán y de la muerte de Benazir Bhutto, la ex primera
ministro pakistaní.

En mayo de 2010, la Buratha News Agency, una fuente periodística independiente con
sede en Irak, mencionó un documento filtrado de la inteligencia saudita. El documento
demostraba un continuo apoyo del gobierno de Arabia Saudita a al-Qaeda en Irak. Aquel
apoyo se materializaba en forma de dinero en efectivo y de armas. […] Un artículo
publicado el 31 de mayo de 2010 en The Sunday Times de Londres reveló que, según el
polo financiero de la inteligencia afgana (FinTRACA), al menos 1 500 millones de dólares
provenientes de Arabia Saudita habían entrado clandestinamente en Afganistán desde
2006. Aquel dinero estaba muy probablemente destinado a los Talibanes.» [35]

Sin embargo, según el Times, el apoyo saudita a favor de al-Qaeda no se limitaba al


financiamiento:

«En estos últimos meses, predicadores sauditas provocaron la consternación en Irak e Irán
con la publicación de fatwas que llaman a la destrucción de los grandes mausoleos chiitas
en Nadjaf y Kerbala, en Irak –algunos ya habían sido blanco de atentados con bombas. Y
mientras que importantes miembros de la dinastía reinante de los Saud expresan
regularmente su aversión por el terrorismo, algunos responsables que defienden el
extremismo son tolerados en el reino.

En 2004, el jeque Saleh al-Luhaidan, el alto magistrado que supervisa los procesos
vinculados al terrorismo, fue grabado en una mezquita en momentos en que exhortaba a
los hombres [suficientemente] jóvenes a luchar en Irak. ‘Hoy, penetrar en territorio iraquí
se ha vuelto riesgoso’, advirtió. ‘Hay que evitar esos satélites maléficos y esos drones
aéreos que ocupan cada pedazo del cielo iraquí. Si alguien se siente capaz de entrar en
Irak para sumarse al combate, y si su intención es que triunfe la palabra de Dios, está
entonces en libertad de hacerlo.’» [36]

El ejemplo de Mali

Un proceso comparable está desarrollándose actualmente en África, donde el


fundamentalismo wahabita saudita «se ha expandido en estos últimos años a Mali[,] a
través de jóvenes imams que regresan de sus estudios [religiosos] en la península
arábiga» [37]. La prensa internacional, incluso Al-Jazeera, ha reportado la destrucción de
mausoleos históricos por parte de los yihadistas locales:

«Según testigos, dos mausoleos de la antigua mezquita de tierra [del cementerio] de


Djingareyber, en Tombuctú, han sido destruidos por combatientes de Ansar Dine, un grupo
vinculado a al-Qaeda que controla el norte de Mali. Se cierne, por lo tanto, una amenaza
sobre ese sitio clasificado como patrimonio mundial [de la UNESCO]. […] Esta nueva
demolición se produce después de los ataques de la semana pasada contra otros
monumentos históricos y religiosos de Tombuctú, acciones calificadas por la UNESCO de
‘destrucciones insensatas’. Ansar Dine ha declarado que antiguos mausoleos eran
‘haram’, o sea prohibidos por el Islam. La mezquita de Djingareyber es una de las más
importantes de Tombuctú, y fue una de las principales atracciones de esa legendaria
ciudad antes de que la región se convirtiera en zona prohibida para los turistas. Ansar
Dine ha jurado seguir destruyendo todos los mausoleos ‘sin excepción’, en medio de una
ola de tristeza y de indignación tanto en Mali como en el extranjero.» [38]
Sin embargo, los autores de la mayoría de estos relatos –incluyendo el de Al-Jazeera– no
han subrayado el hecho que la destrucción de tumbas había sido una vieja práctica
wahabita, no sólo respaldada sino incluso perpetrada por el gobierno saudita:

«Entre 1801 y 1802, bajo el reinado de Abdelaziz ben Mohammed ben Saud, los wahabitas
sauditas atacaron y destruyeron las ciudades santas de Kerbala y Nadjaf, en Irak. Allí
masacraron a una parte de la población musulmana y destruyeron las tumbas de Husayn
ibn Ali, el nieto de Mahoma e hijo de Ali (Ali ibn Abi Talib, el yerno de Mahoma). Entre
1803 y 1804, los sauditas se apoderaron de la Meca y de Medina, donde demolieron
monumentos históricos, así como diferentes sitios y lugares santos musulmanes –como el
mausoleo construido sobre la tumba de Fátima, la hija de Mahoma. Tenían incluso
intenciones de destruir la tumba del propio Mahoma, porque la veían como un sitio de
idolatría. En 1998, los sauditas destruyeron con buldóceres y quemaron la tumba de Amina
bint Wahb, la madre de Mahoma, provocando indignación en todo el mundo
musulmán.» [39]

Ciudadanos británicos secuestrados por al-Qaeda en Mali.

Una oportunidad para la paz,


con la inseguridad como principal obstáculo

Hoy en día tenemos que establecer una diferencia entre el reino de Arabia Saudita y el
wahabismo promovido por altos dignatarios religiosos sauditas y ciertos miembros de la
familia real. El rey Abdallah tendió la mano a otras religiones, visitando el Vaticano en
2007 y estimulando la realización de una conferencia interconfesional con responsables
cristianos y judíos, conferencia que finalmente se realizó al año siguiente.

En 2002, siendo aún príncipe heredero, Abdallah presentó también una proposición para
lograr la paz entre Israel y sus vecinos en una cumbre de las naciones de la Liga Árabe. Su
plan, que obtuvo en numerosas ocasiones el respaldo de los gobiernos de esa organización,
llamaba a la normalización de las relaciones entre el conjunto de los países árabes e Israel,
a cambio de una retirada total de los territorios ocupados (incluyendo el este de Jerusalén) y
de un «arreglo equitativo» de la crisis de los refugiados palestinos que tendría como base la
resolución 194 de la ONU. En 2002, el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon,
rechazó aquel plan, al igual que George W. Bush y Dick Cheney, ya decididos a desatar la
guerra contra Irak. Sin embargo, como ha señalado David Ottaway, del Woodrow Wilson
Center,

«El plan de paz que Abdallah propuso en 2002 sigue siendo una base fascinante para una
posible cooperación entre Estados Unidos y Arabia Saudita sobre la cuestión israelo-
palestina. La proposición de Abdallah obtuvo el respaldo de la Liga Árabe en su conjunto
durante su cumbre de 2002. El presidente israelí Shimon Peres y Olmert [el entonces
primer ministro de Israel] hablaron de él favorablemente, y Barack Obama, que había
escogido el canal de televisión saudita Al-Arabiya para su primera gran entrevista después
de su investidura, felicitó a Abdallah por el «gran coraje» que había demostrado al
elaborar aquella proposición de paz. Sin embargo, Benjamin Netanyahu, favorito para ser
el nuevo primer ministro israelí, se opuso firmemente a ese plan saudita, en particular a la
idea de que el este de Jerusalén debía ser la capital de un Estado palestino.» [40]

En 2012, ese plan está congelado, Israel no oculta su deseo de desencadenar una acción
armada contra Irán y Estados Unidos está paralizado por el año electoral. Sin embargo, el
presidente israelí Shimon Peres había acogido favorablemente aquella iniciativa en 2009, y
George Mitchell, en su condición de enviado especial del presidente estadounidense para el
Medio Oriente, anunció aquel mismo año que la administración Obama tenía intenciones de
«incorporar» aquella iniciativa a su política para la región [41].

Esas expresiones de respaldo demuestran que un acuerdo de paz en el Medio Oriente es


teóricamente posible. Pero están lejos de hacer que su aplicación se convierta en algo
probable. El problema es que cualquier acuerdo de paz necesita un margen de confianza
mutua, algo muy difícil de lograr cuando cada una de las partes abriga un sentimiento de
inseguridad en cuanto al porvenir de su propia nación. Algunos comentaristas sionistas,
como Charles Krauthammer, recuerdan que, durante los 30 años anteriores a los acuerdos
de Camp David, la destrucción de Israel fue «el objetivo unánime de la Liga Árabe» [42].
Numerosos palestinos, al igual que la mayor parte del Hamas, temen que un acuerdo de paz
no resulte satisfactorio y que en realidad ponga fin a sus aspiraciones de lograr un arreglo
justo de sus diferendos.

En el Medio Oriente, la inseguridad es especialmente grande debido a un resentimiento


ampliamente compartido. Se trata de un resentimiento engendrado por la injusticia, a su vez
alimentada y propagada por la inseguridad. El actual statu quo internacional tiene sus
principales orígenes en las injusticias. Pero la injusticia que afecta al Medio Oriente resulta
–en todos sus aspectos– extrema, reciente y permanente. Si lo señalo es simplemente para
dar Estados Unidos el siguiente consejo: hay que recordar que los temas de seguridad y de
justicia no pueden abordarse por separado.
Por encima de todo, tenemos que mostrar compasión. Como americanos, tenemos que
entender que tanto los israelíes como los palestinos viven en condiciones cercanas a un
estado de guerra. Pero ambos pueblos tienen razones para temer que un acuerdo de paz
pueda ponerlos en una situación todavía peor que la que viven actualmente. En el Medio
Oriente han muerto demasiados civiles inocentes. Sería muy necesario que las acciones de
Estados Unidos no agraven ese importante costo humano.

Ese sentimiento de inseguridad, que constituye el principal obstáculo para la paz, no se


limita al Medio Oriente. A partir del 11 de septiembre, el pueblo de Estados Unidos ha
sufrido la angustia vinculada a la inseguridad, y esa es la principal razón que explica por
qué opone tan poca resistencia a la evidente locura de la «guerra contra el terrorismo» de
Bush, Cheney y Obama.

Los dirigentes de esa guerra prometen convertir los Estados Unidos en un lugar más seguro.
Es, sin embargo, esa guerra lo que sigue garantizando la proliferación de los terroristas que
supuestamente son los enemigos de Estados Unidos. Y también sigue diseminando la
guerra a través de nuevos campos de batalla, como Pakistán y Yemen. Al generar así sus
propios enemigos, parece probable que la «guerra contra el terrorismo» tenga que
proseguir perennemente ya que hoy está sólidamente enraizada en la inercia burocrática.
Por ello se parece mucho a la «guerra contra la droga», una política irracional que
mantiene a un elevado nivel los costos y e ingresos de los narcóticos, lo cual atrae nuevos
traficantes.

Por otra parte, esta guerra contra el terrorismo acentúa sobre todo la inseguridad entre los
musulmanes, que son cada vez más numerosos en tener que enfrentar el temor a que los
civiles, y no sólo los terroristas yihadistas, caigan víctimas de los ataques con drones. La
inseguridad en el Medio Oriente es el principal obstáculo para la paz en esa región. Los
palestinos viven con el miedo cotidiano a la opresión que sobre ellos ejercen los colonos de
Cisjordania y a las represalias del Estado hebreo. Los israelíes viven en un constante temor
a la hostilidad de sus vecinos. Un temor que comparte la familia real saudita. Es así como la
inseguridad y la inestabilidad han ido simultáneamente en aumento a partir del 11 de
septiembre y del inicio de la «guerra contra el terrorismo».

La inseguridad reinante en el Medio Oriente se repercute en una escala cada vez mayor. El
miedo de Israel ante Irán y el Hezbollah se corresponde con el temor iraní a ataques
masivos contra sus instalaciones nucleares, temor basado en las amenazas israelíes. Por otro
lado, antiguos halcones estadounidenses, como Zbigniew Brzezinski, han advertido
recientemente que un ataque israelí contra Irán puede provocar una guerra más larga que lo
previsto, ya que el conflicto podría extenderse a otros países [43].

En mi opinión, los ciudadanos de Estados Unidos deberían temer por sobre todo la
inseguridad engendrada por los ataques con drones que realiza su propio país. Si esos
ataques no se detienen rápidamente, su resultado puede ser el mismo que tuvieron los
ataques nucleares estadounidenses de 1945: llevarnos hacia un mundo donde no sólo una
sino muchas potencias dispongan de esa arma. Arma que podrían verse llevadas a utilizar.
En ese caso, Estados Unidos se convertiría con toda seguridad en el nuevo blanco más
probable.

¿Cuánto tiempo van a necesitar los ciudadanos de Estados Unidos para comprender el
rumbo previsible de esta guerra autogeneradora y para movilizarse contra ella?

¿Qué debemos hacer?

Al utilizar la analogía con los errores británicos de fines del siglo XIX, este artículo ha
defendido un regreso paulatino a un orden internacional más estable y más justo a través de
una serie de etapas concretas, algunas de las cuales serían graduales:

1) Una reducción paulatina de los enormes presupuestos destinados a la defensa y al


espionaje. Dicha reducción se agregaría a la actualmente prevista por causas financieras y
debería ser más importante.

2) Una supresión gradual de los aspectos violentos de la supuesta «guerra contra el


terrorismo», pero manteniendo los medios policiales tradicionales de lucha contra el
terrorismo.

3) La reciente intensificación del militarismo estadounidense puede atribuirse en gran parte


al «estado de urgencia» decretado el 14 de septiembre de 2001, y renovado anualmente
desde entonces por los sucesivos presidentes de Estados Unidos. Ese estado de urgencia
debe levantarse de inmediato y deben reevaluarse las llamadas medidas de «continuidad del
gobierno» (COG, siglas correspondientes a Continuity of Government) a él asociadas y que
incluyen la vigilancia y detención sin mandato, así como la militarización de la seguridad
interna en Estados Unidos [44].

4) Un regreso a las estrategias que dependen esencialmente de la policía civil y de la


inteligencia en el tratamiento del problema del terrorismo.

Hace 40 años habría llamado al Congreso a emprender esos pasos, necesarios para disipar
el estado de paranoia en que vivimos actualmente. Hoy en día he llegado a pensar que esa
institución se haya también bajo el control de los círculos de poder que se benefician con lo
que yo llamo la Máquina de guerra global de Estados Unidos. En ese país, los supuestos
«estadistas» están tan implicados en la preservación de la supremacía de su nación como
antes lo estuvieron sus predecesores británicos.

Mencionar eso no equivale, sin embargo, a no creer en la capacidad de Estados Unidos para
cambiar de rumbo. Tenemos que recordar que las protestas políticas internas tuvieron un
papel determinante en el cese de una guerra injustificada contra Vietnam, hace 40 años. Es
cierto que, en 2003, manifestaciones comparables –con la participación de un millón de
personas en Estados Unidos– no bastaron para impedir que Estados Unidos iniciara una
guerra ilegal contra Irak. Aquel gran número de manifestantes, reunidos en un periodo de
tiempo relativamente corto, fue sin embargo impresionante. La cuestión hoy en día es saber
si los militantes pueden adaptar sus tácticas a las nuevas realidades para organizar una
campaña de protesta duradera y eficaz.

A lo largo de 40 años, esgrimiendo como pretexto la planificación para la continuidad del


gobierno (COG), la Máquina de guerra americana ha venido preparándose para neutralizar
las manifestaciones urbanas en contra de la guerra. Mediante la comprensión de ese proceso
y utilizando el ejemplo de las locuras del hipermilitarismo británico, los actuales
movimientos antiguerra deben aprender a ejercer presiones coordinadas en el seno de las
instituciones estadounidenses –y no sólo «ocupando» las calles con ayuda de las personas
sin techo. No basta con denunciar las crecientes desigualdades entre ricos y pobres en
materia de ingresos, como hacía Winston Churchill en 1908. Tenemos que ir más lejos para
entender que esas desigualdades tienen su origen en arreglos institucionales que es posible
corregir –a pesar de que las instituciones son disfuncionales. Y uno de los principales
arreglos que aquí menciono es la supuesta «guerra contra el terrorismo».

Resulta imposible predecir el éxito de un movimiento de ese tipo. Pero creo que el
desarrollo de los acontecimientos globales convencerá a un número creciente de ciudadanos
estadounidenses de que es necesario emprenderlo. Ese movimiento debería reunir un
amplio abanico del electorado, desde los lectores progresistas de ZNet y de Democracy
Now hasta los partidarios libertarios de Murray Rothbard y de Ron Paul.

Y creo también que una minoría antiguerra bien coordinada y no violenta puede lograr la
victoria. Reagruparía entre 2 y 5 millones de personas cuya acción se basaría en recurrir a
la verdad y al buen sentido. Hoy en día, las instituciones políticas fundamentales de Estados
Unidos son tan disfuncionales como impopulares. En particular, el Congreso tiene un índice
de aprobación de un 10%. La encarnizada resistencia que el mundo de la riqueza personal y
empresarial opone a las reformas razonables constituye un problema aún más grave. Pero
mientras más abiertamente muestren los ricos su influencia antidemocrática, más evidente
se hará la necesidad de restringir sus abusos. Recientemente tomaron como blanco a varios
miembros del Congreso para excluirlos de esa institución por haber cometido el «delito» de
comprometerse a resolver ciertos problemas gubernamentales. En ese país existe
ciertamente una mayoría de ciudadanos que es necesario movilizar para regresar a la
defensa del bien común.

Nuevas estrategias y técnicas de protesta serán seguramente necesarias. Definirlas no es


ciertamente el objetivo de este artículo. Pero es previsible que las futuras manifestaciones –
o cíbermanifestaciones– estén llamadas a utilizar Internet con más habilidad.

Repito nuevamente que nadie puede predecir con confianza la victoria en esta lucha por el
bien común contra los intereses particulares y los ideólogos ignorantes. Pero ante el
creciente peligro de un desastroso conflicto internacional, la necesidad de movilizarse en
defensa del interés general se hace cada vez más evidente. El estudio de la Historia es uno
de los mejores medios de evitar que esta se repita.

¿Es irrealista esta esperanza de ver surgir un movimiento de protesta? Es muy probable. En
todo caso, estoy convencido de que ese movimiento es necesario.

Peter Dale Scott

Fuente
The Asia-Pacific Journal : Japan Focus

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