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ASPECTOS PSICOLÓGICOS DEL PACIENTE ONCOLÓGICO

1. Introducción.

Una enfermedad como el cáncer puede suponer en todo ser humano el mayor estresante
que vaya a sufrir en su vida, amenaza que afecta a cada una de las áreas del individuo:
física, psicológica y social. Esta situación de vulnerabilidad provoca toda una cascada
de preocupaciones, miedos y emociones que van a provocar cambios importantes en
todas las dimensiones de la persona, y su manejo va a marcar, en muchos casos, la
propia evolución de la enfermedad.
En 1915 Freud nos recordaba "que en el fondo nadie cree en su propia muerte…que en
lo inconsciente todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad". El cáncer
continúa siendo la enfermedad tabú por excelencia, asociada a un mayor daño y por
supuesto, a la muerte. Esta mitificación es aun compartida por el personal sanitario que
colabora explicita e implícitamente a perpetuar ese temor a lo "innombrable". En contra
de esta burbuja psicológica que rodea al proceso oncológico, los datos sobren
morbimortalidad hablan por sí solos y todos sabemos que el cáncer ya no es sinónimo
de muerte. Al mismo tiempo, debemos dejar de considerar a la muerte como ese
enemigo a batir a cualquier precio, dejando de lado a la ética y la moral con el único fin
de perpetuar infinitamente la vida. Situaciones como el encarnizamiento terapéutico
deben desterrarse de la praxis diaria y dejar paso a unos cuidados integrales del paciente
oncológico.
Según afirma la Declaración sobre los Derechos del Paciente de Cáncer de la European
Cancer League (2002), "los aspectos médicos y psicosociales tienen la misma
importancia para los pacientes con cáncer". La Psicooncología ha demostrado que es un
pilar básico en el equipo multidisciplinar que necesita una persona con cáncer. Su papel
está presente en todos los procesos de la enfermedad, desde el diagnostico pasando por
los tratamientos médicos hasta los cuidados paliativos. Algunas áreas de aplicación
y desarrollo de la psicooncología comprenden la adquisición y modificación de
conductas de vida relacionadas con la salud (tabaquismo, alcoholismo, patrones de
alimentación, comportamientos relacionados con la detección precoz: auto examen de
mamas...), los avances en psicofisiología y psiconeuroinmunología, el manejo de la
información sobre el diagnóstico, pronóstico y tratamiento de la enfermedad, las
técnicas y procedimientos psicológicos que amplían el arsenal terapéutico, entre otras

La propia enfermedad oncológica puede dificultar una adecuada alimentación por


múltiples causas relacionas con el propio tumor (mecánicas, alteraciones
gastrointestinales, del apetito y del gusto, dolor) o con los efectos adversos de los
tratamientos (cirugía, quimioterapia, radioterapia), provocando una importante
disminución de la calidad de vida del paciente (6). De forma paralela y desde el minuto
cero del diagnóstico de cáncer, el paciente sufre toda una cadena de acontecimientos
psicosociales que afectan tanto a su persona como a su entorno sociofamiliar, y que
juegan también un papel fundamental como desencadenante de desnutrición. A su vez,
las consecuencias de la desnutrición también tienen un impacto considerable en la esfera
psicosocial del paciente. Y este círculo vicioso ha llevado a dicha desnutrición a ser uno
de los factores que más deterioran la calidad de vida, solo por detrás del estadio tumoral

A continuación, vamos a analizar la dimensión psicosocial del paciente oncológico y la


relación de su enfermedad con la nutrición.
2 . Factores psicosociales en el paciente oncológico.
La experiencia de una enfermedad como el cáncer impregna toda nuestra trayectoria
vital de una frustración y dolor que amenaza profundamente esa "ilusión de
invulnerabilidad" con la que percibimos nuestro mundo. Las reacciones emocionales y
los mecanismos defensivos ante el cáncer estarán determinados no sólo por las
condiciones del medio de la persona, sino también por las condiciones médicas (pruebas
diagnosticas tratamientos…), por el apoyo familiar y social, las creencias personales y
por el tipo de personalidad (8).
La sintomatología psicoemocional que nos encontramos en la enfermedad oncológica va
desde el miedo, la ira, la ansiedad y depresión, hasta necesidades espirituales
(sentimientos de culpa, de perdón, de paz interior) y demandas sociales (consideración y
no abandono) (9).

2.1 Variables de personalidad relacionadas con el cáncer.


Aunque la evidencia actual no demuestra convincentemente que ningún factor
psicológico haya demostrado su relación directa con el cáncer (probablemente por la
escasa uniformidad y los déficit metodológicos de los estudios), una de las líneas
clásicas de investigación ha sido la búsqueda de variables de personalidad que
predispongan a las personas a desarrollar a algunos tipos de cáncer y que puedan llegar
a afectar su curso o pronóstico. Las características de personalidad que se han asociado
al cáncer son principalmente (3,10):
 La dimensión de racionalidad/antiemocionalidad: como una tendencia a la falta
de expresión y negación de emociones, respondiendo a los acontecimientos de
forma puramente racional.
 La personalidad tipo C: patrón de evitación o negación de emociones, falta de
expresión emocional, inasertividad, sumisión a la autoridad y complacencia
patológica.
 La presencia de altos niveles de depresión, sentimientos de indefensión y el
pesimismo.
Es totalmente necesario seguir investigando las influencias entre variables psicosociales
y cáncer, para avanzar en el conocimiento de este tipo de relaciones.

2.2 Factores psicosociales en el cáncer.


Existen multitud de variables psicosociales que influyen en el proceso oncológico. Estás
serían las que mayor interés han recibido a nivel de investigación.
 Estrés.
Es de sobra conocido como el estrés crónico modula negativamente la respuesta
inmunológica al cáncer, además de interferir en la adquisición o mantenimiento de
hábitos de conducta saludables (por ejemplo, dejar de fumar). Se han encontrado
relación entre niveles altos de estrés y menor supervivencia, y como la aplicación de
ciertas terapias psicológicas (técnicas de relajación…) pueden llegar a modular la
inmunocompetencia del paciente (5).
Existe modelos que relacionan diferentes factores psicosociales con el inicio y curso del
cáncer. En la figura 1 se expone el modelo explicativo de la relación entre estrés,
personalidad y respuesta inmunológica al cáncer propuesto por Contrada et al (1990).
Figura 1. Aspectos psicosociales en cáncer.
El estrés también llega a correlacionar con el estado de ánimo. Se ha comprobado como
el estrés psicológico y el impacto del dolor es mayor en los pacientes ansiosos que en
los depresivos (11). En la actualidad, el efecto supresor del estrés emocional en la
función inmunológica y en la susceptibilidad a la enfermedad es uno de los aspectos
más estudiados de la psiconeuroinmunología (influencia en la actividad de las células
natural killer NK) (12).
Aspectos psicosociales en cáncer.

El apoyo social percibido se ha convertido en predictor del estado de salud y de la


mortalidad del individuo, influyendo directamente en la adaptación ante
acontecimientos estresantes. Al poseer insuficientes lazos sociales se observa una menor
frecuencia de conductas preventivas, un nivel más avanzado de enfermedad, menos
adherencia al tratamiento y un mayor impacto de la enfermedad (3).
Con la enfermedad oncológica suele haber una redistribución de roles familiares y la
aparición de nuevos patrones de relación y conducta. Las relaciones de pareja en la
persona sufren cambios importantes, en ocasiones hacia una potenciación y
enriquecimiento del vínculo existente o en otras hacia el detonante de conflictos previos
no resueltos, que pueden hacer peligrar su continuidad.
Es curioso como en ocasiones la familia genera un aislamiento emocional a la persona
con cáncer, impidiendo la expresión de emociones por temor a compartir la propia
angustia. Esto suele provocar un bloqueo en el afrontamiento activo de la enfermedad,
además de dificultar el necesario proceso de adaptación a esta nueva experiencia de
pérdida. La llamada "conspiración del silencio" (ocultación de la enfermedad al propio
paciente por parte de la familia y el personal sanitario) puede conducir a la exclusión del
paciente y a la dificultad en la toma de decisiones durante todo el proceso (8).

 Hábitos de conducta.
El control de hábitos de riesgo y la adopción de estilos de vida saludables son factores
esenciales en la prevención y evolución del cáncer. Entre los hábitos de conducta
relacionados se encuentran: la exposición ambiental a carcinógenos (tales como el
tabaco y el alcohol) la ingesta de dietas ricas en grasas y bajas en fibras, exposiciones
solares, las conductas preventivas, así como la combinación de estos factores. El mejor
ejemplo de intervención desde la prevención lo tenemos con el Decálogo Europeo
Contra el Cáncer promovido dentro del Programa Europeo contra el Cáncer, que destaca
una serie de recomendaciones comportamentales evidenciadas que inciden directamente
en la prevención y detección precoz.
Hay que detectar precozmente las conductas potencialmente negativas en relación con
la salud, evaluando el grado de riesgo que implican en cada caso, así como los aspectos
que facilitan o dificultan su modificación y mantenimiento. Esta valoración es
fundamental para decidir los objetivos de las posibles intervenciones.
 Estrategias de afrontamiento ante el estrés en el cáncer.
Podemos considerar como afrontamiento al conjunto de conductas, pensamientos y
emociones que un individuo enfermo pone en marcha para proteger su integridad física
y psíquica y recuperar cualquier deterioro sufrido. Cada enfermo puede interpretar su
proceso como un reto o un castigo, como un enemigo, como debilidad y fallo personal,
como liberación (de sus obligaciones y responsabilidades), como estrategia de
obtención de atención y apoyo, como perdida o daño irreparable, o bien como una
oportunidad de desarrollo individual (8). Por ello, hay que personalizar y potenciar la
participación en la toma de decisiones del paciente y su familia.
Ilustrados por Greer y Watson se han definido cinco tipos de estrategias de
afrontamiento (evaluables mediante la escala de Ajuste Mental al Cáncer MAC), las
cuales determinan la valoración subjetiva del diagnóstico, la percepción de control y el
pronóstico de adaptación; serían estas (13):
a) espíritu de lucha: en éste el paciente acepta completamente el diagnóstico,
tomando una actitud positiva para luchar contra la enfermedad, además desea
tomar participación de cualquier decisión que se deba tomar en cuanto al
tratamiento.
b) negación: rechazo frontal y evitación de la enfermedad.
c) fatalismo (o aceptación estoica): actitud de resignación.
d) indefensión / desesperanza: el paciente asume una actitud de derrota y
pesimismo frente al diagnóstico, por lo tanto mantiene respuestas negativas en
cuanto a la enfermedad.
e) preocupación ansiosa: sentimientos de intranquilidad en cuanto a la enfermedad,
de tal manera que al presentarse cualquier molestia existe el temor de una
propagación del tumor o recaída de la enfermedad.

La evidencia científica nos muestra que la adopción de estilos de afrontamientos


adaptativos y el manejo del estrés mejoran la calidad de vida en el cáncer. La negación
y la evitación se ha demostrado como tienen un impacto negativo en etapas avanzadas
del cáncer (y otras enfermedades), ya que por un lado comportan retraso en la búsqueda
de atención médica, y por otro conducen a la adquisición y mantenimiento de estados
emocionales negativos considerados de riesgo para el empeoramiento del estado de
salud del paciente (14). A su vez, los enfermos de cáncer pesimistas revelan un mayor
número de estrategias de afrontamiento pasiva (negación de la situación, evitación
cognitiva), así como una mayor manifestación de afectividad negativa (en forma de
ansiedad y desesperanza/indefensión) (15).

2.3 Nutrición y cáncer.


La mayoría de personas disponen de un conocimiento suficiente sobre nutrición.
Aunque dicha información no suele reflejarse en el plano comportamental, relacionado
principalmente con la dificultad de transformar el conocimiento en conducta, siendo un
proceso complejo con interacción de variables externas e internas. Se tiende a estimar
de forma subjetiva y sesgada el grado en que la forma de alimentarse es adecuada o no.
Esta contrastada la relación entre alimentación e incidencia de algunos canceres y,
aunque la conducta alimentaria no constituya el determinante exclusivo, si juega un
papel más que relevante (3).
Todos los mecanismos que afectan al inicio y al cese de la conducta de ingesta, incluso
a las preferencias y rechazos de los alimentos, son susceptibles de aprendizaje,
dependiendo en mayor medida del condicionamiento que de determinantes innatos. Los
estímulos externos asociados con la comida (el lugar donde se come, la presencia o no
de otras personas, la apariencia y olor de los alimentos, las actividades que se realizan
durante la comida, etc.), el hambre con que se accede a la mesa, o el estado de ánimo
parecen influir en la forma de comer (rapidez, cantidad, tipo de comidas elegidas, etc.).
Estas cuestiones pueden y deben ser evaluadas a la hora de desarrollar las
intervenciones nutricionales (5).
En nuestra cultura, además de su componente nutricional, la comida y el acto de comer
se relacionan muy estrechamente con un estado de buena salud. Ya sabemos que en un
paciente oncológico la nutrición se convierte en un auténtico campo de batalla para la
familia, el personal sanitario y para la propia persona. Limitaciones como hacer la
compra, hacer la comida, comer junto a la familia (en tumores con alteraciones de la
imagen corporal) desemboca en pérdida de control de su vida.
En el paciente con cáncer, la comida se transforma en el medio más cercano que la
familia tiene para ofrecer cuidados. De hecho, la presencia familiar durante la ingesta de
alimentos influye en la presencia de depresión (6). Durante alguna etapa de la
enfermedad oncológica, se estima que el 20-30% de los pacientes sufren síntomas
depresivos, los cuales con cierta frecuencia no son diagnosticados ni tratados
correctamente (16).
El estado emocional, y en especial la ansiedad y el estado de ánimo depresivo, parecen
estar vinculados con la conducta alimentaria, inhibiendo en algunas personas el deseo
de comer. Por su parte, el síntoma más común relacionado con la nutrición en el cáncer
es la anorexia (6). Todos los factores psicosociales comentados (estrés, depresión, etc.)
constituyen ejemplos de factores que pueden contribuir a una ingesta por defecto, a los
que habría que sumar los síntomas físicos (úlceras en la boca, boca seca, disfagia,
estreñimiento…) y las consecuencias de la propia enfermedad y tratamientos (anorexia,
aversiones a alimentos específicos, nauseas y vómitos inducidas…). Tampoco podemos
olvidar que en la nutrición artificial también se afectan en mayor medida los aspectos
sensoriales, sociales y culturales del acto de comer.
Junto con la anorexia, otro síntoma con una elevada incidencia en oncología es la
astenia, fenómeno multifactorial que potencia enormemente el deterioro del paciente
(17). La alimentación, el estado nutricional, la pérdida de peso, y el impacto que todo
ello tiene en la imagen corporal y en las relaciones familiares y sociales son percibidos
por el paciente oncológico como factores relevantes en su apreciación de la gravedad y
de la evolución de su enfermedad (18).
Por último, hay que prestar especial atención a un grupo de alto riesgo para la
malnutrición, como son los mayores. Junto a todos los factores comentados, en las
personas mayores ocurren numerosas alteraciones (dificultades de masticación,
disminución de sensibilidad gustativa y de ciertas secreciones, alteraciones del apetito,
descenso del porcentaje del agua corporal, aislamiento social) con graves repercusiones
para la salud. Estos cambios orgánicos y sociales se relacionan directa y negativamente
con una nutrición óptima. Por su parte, la depresión es causa frecuente de pérdida
involuntaria de peso , de baja ingesta y malnutrición en la población anciana, con una
elevada prevalencia, y que debe considerarse primordial una detección precoz (19).
2.4. Consideraciones finales.
La evidencia científica cada vez más nos muestra como la adopción de estilos de
afrontamiento adecuados y el manejo del estrés mejoran la calidad de vida del paciente
oncológico, llegando e incluso a influir en la supervivencia en algunos tipos de cáncer.
Una intervención psicológica idónea, precedida de una correcta valoración, debe
favorecer herramientas dirigidas a obtener una sólida red social de apoyo, junto con la
adquisición y modificación de ciertos hábitos saludables y una reducción de la
intensidad emocional.
El arsenal terapéutico en psicooncología es muy amplio. Técnicas de modificación de
conducta, terapia cognitiva, habilidades de counselling, programas específicos (como el
Mindfulness-Based Stress Reduction dirigido a reducir el estrés y los aspectos
emocionales negativos), la psicofarmacología, las herramientas de Toma de Decisiones
Compartidas, la terapia psicológica adyuvante, técnicas de relajación, entre otras (20).
La psicooncología, junto a todo el equipo multidisciplinar, tienen el objetivo común de
aportar todas los instrumentos que el paciente oncológico necesita para afrontar una
enfermedad compleja pero no imbatible.

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