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Luis Bernardo Peña Borrero

Conferencia presentada al X Seminario de Literatura Infantil y Juvenil Medellín, Octubre 22 - 24 de 1997

Nuevos (y eternos) modos de leer


Luis Bernardo Peña

Hace años se viene anunciando una crisis de la lectura. La gente ya no lee las obras fundamentales de la cultura, o acude a los libros
sólo por razones utilitarias, no para alimentar el espíritu. Los estudiantes encuentran grandes dificultades para comprender lo que
leen. Los índices lectores están bajando. La televisión y el video están apartando a niños, jóvenes y adultos de la lectura. Y como si
fuera poco, los juegos electrónicos, los programas multimedia y la internet van a significar, ¡ahora sí!, la muerte del libro y de la
lectura. (1) Por otra parte, todos los esfuerzos que hacemos por conquistar nuevos lectores o para salvar las almas de los que ya lo
eran y están en peligro de perecer, parecen haber sido infructuosos.
Tengo la impresión de que cuando hablamos de “crisis de la lectura” es para significar que la lectura se encuentra en vías de extinción
o al menos en peligro. El vocablo “crisis” tiene aquí un sentido apocalíptico: algo está desapareciendo para ser reemplazado por otra
cosa.

El Diccionario de la Real Academia Española, da ésta como una de las acepciones de la palabra crisis: mutación considerable que
acaece en una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya sea para agravarse el enfermo. Puesto que casi siempre hablamos de crisis en
este segundo sentido, quisiera explorar la otra cara del problema. Me propongo examinar la crisis de la lectura con la mirada del que
cree que la lectura podría salir bien librada de esta enfermedad. Más aún, aunque esto suene muy atrevido, pensar que la lectura podría
incluso terminar enriqueciéndose.

Mi tesis es que, más que al fin de la lectura, estamos asistiendo a una profunda mutación de las formas de leer. Esta mutación
obedece, por un lado, a transformaciones históricas que han venido reconfigurando desde hace tiempo todos los órdenes de la cultura,
no sólo la cultura escrita. Por otro lado, los avances recientes en las tecnologías digitales y sus secuelas en las tecnologías del texto
han servido como catalizadores para precipitar esta crisis, no para causarla, como lo están sugiriendo algunos defensores del
determinismo tecnológico. Si bien es verdad que muchos de los cambios han sido movilizados por la aparición de estas tecnologías,
no obedecen únicamente a ellas; varias de estas propuestas habían sido hechas desde la literatura, mucho antes de que empezaran a
hacerse realidad en el hipertexto. Lo que está en crisis no es la lectura, sino una manera particular de leer. Y no todo lo que esta crisis
moviliza atenta necesariamente contra la cultura escrita; de hecho puede contribuir a enriquecerla. Más que a la agonía del lenguaje
escrito, estamos asistiendo al surgimiento de nuevos modos de escribir y de leer.

La lectura también tiene una historia


Uno de los campos más fascinantes para quienes nos interesamos por los problemas de la lectura, a la vez que uno de los menos
estudiados, es el de la historia de las prácticas lectoras. Un recorrido por esta historia nos revela que no siempre se ha leído de la
misma manera. Por el contrario, existen grandes diferencias en la manera como distintas épocas y distintas culturas conciben y
practican la lectura.

Sabemos, por ejemplo, que durante toda la Antigüedad y la Edad Media la lectura era hecha en voz alta, en un acto esencialmente
colectivo, por el que se le devolvían a la palabra sus cualidades sonoras. Entre los griegos, la publicación de un libro se hacía
mediante la recitación en público, que podía hacerla o bien el mismo autor o bien lectores o incluso actores profesionales. Este
método de lectura afectó la estructura de la poesía y de la prosa, impregnándolas de una sonoridad particular cuya importancia sólo
puede entenderse a la luz de la situación de la lectura. “Como los lectores eran pocos, y muy numerosos los que podían escuchar, la
literatura de aquellos primeros tiempos se producía en gran parte para la recitación en público; de aquí que tuviese un carácter retórico
más que literario, y su composición estaba gobernada por las reglas de la retórica”. (2) La lectura en voz alta que un lector hacía para
un pequeño auditorio fue una práctica cotidiana en Europa hasta el siglo XVIII y creo que todavía se hace en muchos rincones de
nuestro país.

A propósito, he oído críticas muy duras al hecho de que, hoy día, en pleno siglo XXI, en muchas escuelas colombianas se sigue
repitiendo este ritual de la lectura en voz alta. Sé que en muchos casos esta práctica puede reducirse a una lectura puramente
mecánica, que privilegia la vocalización sobre el sentido. Pero la lectura en voz alta tiene potencialidades pedagógicas que podríamos
aprovechar. Puede servir como uno de esos dispositivos externos de los que habla Vygotsky que le ayudan al niño a tomar conciencia
de su proceso lector; para sentir en todo el cuerpo la sonoridad y la fuerza de las palabras, y es un apoyo formidable para la escritura,
como lo han confesado muchos grandes escritores.

A la lectura silenciosa, la lectura que se hace con los ojos, no con los oídos, sólo se llega después de una larga evolución de las
prácticas lectoras. (3) Al principio fue una costumbre exclusiva de los copistas medievales, luego en el siglo XII transformó los
hábitos de estudio de los universitarios y sólo hasta el siglo XV podemos decir que se volvió una práctica corriente entre las clases
cultas. (4)

Toda la historia de estas transformaciones en los modos de leer y escribir está íntimamente vinculada a la de las tecnologías del texto,
es decir, a los distintos artefactos inventados por el hombre para servir de soporte a la palabra escrita. Como ha intentado demostrarlo
en toda su obra Roger Chartier, al igual que en otros campos de la acción humana, todo cambio en las tecnologías de producción,
transmisión y recepción de los textos transforma no sólo las formas de presentación, sino también los modos y las prácticas de la
lectura. (5) No es lo mismo leer en un volumen que el lector tenía que sostener y deslizar ante sus ojos poco a poco con sus dos
manos, o leer en un códice, que se podía colocar sobre la mesa, mientras la mano quedaba libre para la escritura. Hay una gran
diferencia entre leer un manuscrito en el que el copista no dejaba espacios entre las palabras para economizar piel de animal, que era
muy costosa, o leer en el espacio simétrico creado por la imprenta. (6) Pero al fin y al cabo, se dirá, son las mismas palabras, sólo que
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escritas sobre un soporte diferente. Lo que cambia no es sino el medio de transmisión; la sustancia verbal permanece. ¿Permanece?
¿Significa lo mismo una inscripción escrita originalmente sobre piedra cuando la leemos transcrita en el papel? ¿Tienen el mismo
valor semántico el texto de un grafito sobre una pared y el mismo texto cuando aparece fotografiado en un periódico? ¿Las palabras
siguen diciendo lo mismo cuando las leemos, titilantes, en una pantalla?

El cine, la televisión, el video, y ahora la aplicación de las tecnologías digitales a la producción y procesamiento de textos han abierto
un nuevo capítulo en la historia de la lectura. Con todo lo difícil que resulta siempre tratar de entender la historia reciente, intentaré
delinear algunas de las mutaciones que estas tecnologías, y sobre todo las llamadas tecnologías digitales, están produciendo en los
modos de leer.

La palabra virtual
Hace aproximadamente cinco mil años, una nueva tecnología de la palabra desencadenó una revolución en la comunicación escrita
que tuvo consecuencias tan radicales como la que hoy estamos viviendo con el surgimiento de las tecnologías digitales. La escritura
alfabética permitió representar gráficamente la palabra, que hasta entonces sólo había existido como evento sonoro en el tiempo. La
palabra se desplazó desde el mundo del sonido, su habitat natural, a un nuevo habitat: el espacio. En lugar de desvanecerse cuando
apenas se la había acabado de pronunciar, la tecnología del alfabeto conseguía atraparla para siempre en un campo visual (7). A partir
de la invención de la escritura, ya no sería posible pensar en las palabras sino como registros que ocupaban un lugar en el espacio. La
palabra se convirtió en objeto material, que podía guardarse para ser leída en otros momentos o en otros lugares diferentes de aquellos
en los que se había producido originalmente; podía ser estudiada, analizada, discutida, puesta en duda.

Ahora, cinco mil años después, la tecnología digital produce otra revolución que, por un lado, se basa en la invención del alfabeto
pero, por otro, la potencia y la supera. Si la escritura había conseguido darle a la palabra una forma material. Ahora la digitalización la
transporta nuevamente a una dimensión inmaterial.

La palabra escrita se ha desmaterializado. Las marcas de tinta sobre el papel están siendo reemplazadas por impulsos digitales, tan
imperceptibles que se puede poner en duda seriamente su existencia en el mundo real. “Las duras y negras palabras” (Sartre) que
antes atestaban los libros en las bibliotecas, ahora se condensan por millones en el corazón de silicio de un microprocesador. La
opacidad del papel contrasta con la transparencia de la pantalla. Lo que vemos en el monitor es tan sólo la imagen virtual que intenta,
en vano, recordarnos las páginas de un libro. Su existencia bajo la forma digital le confiere a la palabra escrita un carácter
necesariamente provisorio. Lo que aparece en este momento ante mis ojos puede ser sustituido por otra cosa, o modificado, o editado,
o su orden alterado con sólo mover una tecla; puede entrar a formar parte de otro texto y, cuando ya no tenga ninguna utilidad, el gris
ratón rodante de cola muy larga puede devorárselo o arrastrarlo a la papelera. En el borde inferior de la pantalla. El formato digital
parece estar concebido expresamente para imprimirle al texto no fijeza, sino movilidad.

Despojada de su materialidad, la palabra escrita ya no está circunscrita exclusivamente al espacio demarcado por los límites físicos
del libro-objeto, ni del número finito de caracteres tipográficos o de páginas que antes ocupaba en los libros. Por supuesto que un
texto que ha sido digitalizado en un computador puede tomar la forma impresa tradicional, o sea tinta sobre papel. Para algunos de los
que estamos aquí, esta es la única prueba fehaciente de la existencia del texto. Necesitamos verlo, tocarlo, amontonar las palabras.
Pero ahora, en su nueva forma de existencia digitalizada, un texto escrito puede estar presente en más lugares. Atraviesa los módems,
las líneas telefónicas, los servidores, vuela hasta la órbita geoestacionaria, corre veloz por las autopistas de información y puede llegar
en cuestión de segundos a cualquier punto del planeta donde haya un lector que la requiera.

Al conseguir liberar a la palabra de su densidad física, la digitalización aumenta la movilidad de los textos escritos y multiplica
infinitamente sus posibilidades. La digitalización permite archivar grandes cantidades de texto, tener acceso rápido a la información,
relacionar el texto con otros textos, comentarlo o someterlo a discusión en una foto por internet. Puede fusionarse con otra entidad
textual en un hipertexto o integrarse al sonido y a la imagen en una arquitectura multimedia. La palabra escrita está presente ahora de
muchos modos. Está en el libro, por supuesto, pero está, además, comprimida, en las memorias de las bases de datos, en internet, en
los hipertextos interactivos. Todo esto ha producido una expansión del espacio textual, que antes quedaba circunscrito a los soportes
impresos.

Una consecuencia de las tecnologías digitales es que la cantidad de textos escritos ha aumentado en lugar de disminuir, como nos lo
habían pronosticado algunos profetas de la desaparición de la escritura. La interacción que tenemos con el computador está basada
principalmente en los signos escritos. Hoy día se publica mucho más, aunque de otra manera. Los computadores le permiten a
cualquier escritor editar, imprimir y poner a circular sus propios textos por fuera del circuito demarcado por las tecnologías de
impresión convencionales. Más aún, esta posibilidad ha abierto nuevos modos de circulación de lo escrito en espacios más privados y
entre interlocutores más especializados. La cantidad de textos escritos no ha disminuido con la aparición de los computadores; lo que
ha disminuido es el espacio que antes ocupaban. (8)

La fusión de palabra e imagen


La fusión, en un mismo texto, de la palabra escrita con otros sistemas simbólicos es otra de las mutaciones que está transformando los
modos de leer.
La escritura alfabética no sólo había secuestrado la palabra de su mundo sonoro; también la había separado de la imagen. Recordemos
que mucho antes de inventarse el alfabeto, la escritura estuvo profundamente asociada con la imagen. Primero las cosas se
representaron dibujándolas directamente mediante pictogramas: el dibujo de un águila quería decir águila, una serpiente representaba
la serpiente, el dibujo de un ojo estaba en lugar de un ojo. Luego, en virtud de un complejo código de convenciones, los dibujos
pasaron a representar ideas o conceptos, ya no la cosa dibujada, y esta es la razón por la que se les ha llamado ideogramas: la vela
hinchada de una embarcación podía representar el viento; un hombre con una copa en la mano significaba beber; dos piernas en
actitud de marcha significaban movimiento. (9) Como resultaba tan difícil representar todas las ideas por medio de este código
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ideográfico, los egipcios empezaron a utilizar la mismas imágenes como signos fonéticos o fonogramas. Así para representar una cosa
cuyo nombre empezaba por cierto sonido, escribían la imagen de un objeto cuyo nombre tuviera la misma inicial.

De igual manera, desde sus mismos orígenes, la tecnología del libro ha estado asociada con la imagen; dan fe de ello los manuscritos
medievales, en los que las bellas formas caligráficas son en sí mismas objeto visual y la iluminación hace parte constitutiva del texto.
Pero también las modernas publicaciones impresas contienen mucha más información visual de la que pensamos. Esta no se limita a
las ilustraciones, esquemas o gráficos. Lo visual está presente también en el espaciado entre palabras, la división en párrafos, los
diversos tipos y tamaños de letras, la diagramación diferente para indicar citas de otras obras y la asignación de espacios específicos
(pie de página o final de capítulo) para los materiales de referencia.

Hoy día es cada vez menos frecuente leer palabras solas, aisladas de un contexto de imágenes. Gracias a los adelantos de la fotografía,
de la edición digital y la tecnología de la impresión, encontramos en lo impreso una presencia cada vez mayor de información visual.
Casi siempre, el lector moderno encuentra los signos fonéticos inscritos en contextos altamente icónicos en las revistas, los anuncios y
la publicidad. El cómic es el mejor ejemplo de esta coexistencia de la imagen y la palabra en el mundo de la imprenta. Desde
Comenio, los textos escolares, particularmente los de primaria, hablan más en imágenes que en palabras, aunque todavía hay que
lamentar que algunas editoriales lo hagan de manera tan rudimentaria, dilapidando así el poder de este lenguaje, en el que los niños y
los jóvenes de hoy son unos verdaderos expertos.

Si bien es verdad que la fusión de palabra e imagen no es un fenómeno reciente en la historia de lo impreso, las tecnologías digitales
han contribuido a acelerarlo. La digitalización opera también para otro tipo de códigos, no sólo para los escritos. Se podría decir que
todos son reducidos a un mismo sistema de codificación, lo que significa que se pueden fusionar para formar nuevos lenguajes en los
que se funden la palabra, el sonido y la imagen. Los textos electrónicos pueden incorporar imágenes con la misma facilidad con la que
se maneja la información alfabética. Cualquiera que escriba en computador puede insertar fácilmente gráficas e ilustraciones a su
texto de palabras.

De esta manera, se está produciendo una expansión del espacio textual. Aparecen no sólo nuevas formas de expresión de los textos
escritos, sino nuevos tipos de textos, que no existían antes. Sería más exacto hablar de una metatextualidad (10) que se extiende a todo
el espectro de los modos de representación: textos, imágenes, sonidos, películas, bases de datos, e-mail. Vivimos inmersos
colectivamente en el espacio de un libro sin fin, en lugar de estar solos, frente a las dos dimensiones de la página impresa.

El hipertexto o la búsqueda de una escritura no lineal


Lo lineal, uno de los principios estructurales de la mentalidad occidental, encuentra en el libro una de sus manifestaciones más
características. Los textos contenidos en los libros obedecen a esta lógica lineal que, a su vez, ha servido para estructurar todo un
espacio mental y cultural. Los libros deben tener principio y fin, están divididos en capítulos que siguen una secuencia prefijada, se
leen de arriba abajo y de izquierda a derecha, línea por línea, palabra por palabra. La foliación sucesiva de las páginas y la
encuadernación son dispositivos editoriales que sirven como garantía de que este orden se cumpla en cada libro.

La escritura propia del hipertexto sustituye esta estructura jerárquica fija, tan característica del orden de los libros, por una dinámica
de relaciones que se asemeja más a la estructura de una red. El término fue acuñado por Nelson para describir la forma de escritura no
lineal o no secuencial característica del computador. A diferencia del texto impreso tradicional, el hipertexto le da una mayor libertad
al lector para decidir su propio itinerario entre las múltiples trayectorias que se le abren en el mapa del texto. La lógica lineal de la
escritura es sustituida por una estructura más libre que imita los procesos asociativos de la mente. La metáfora del hipertexto es la de
la red. Una estructura reticular no tiene principio ni final; no hay arriba ni abajo; tampoco tiene un centro fijo. La lectura puede
comenzarse por cualquier punto y el centro es el que cada lector selecciona. El hipertexto representa una tecnología totalmente
innovadora que favorece la lectura interactiva y la pluralidad de voces, en lugar de un único discurso dominante.

La lectura intensiva da paso a la lectura extensiva. Los computadores enfrentan al lector con grandes volúmenes de información
textual, codificada en diferentes sistemas simbólicos y que debe ser procesada en un tiempo muy corto. En lugar de seguir un sólo
trayecto de lectura, el lector está ante múltiples opciones; siente la tentación de saltar de texto en texto, de un modo muy similar al
"zapping" que hace el televidente con su control remoto. Esto da como resultado una lectura muy diferente a la que se impuso con la
cultura del libro. Ya no se habla de leer, sino de navegar a través de estos archipiélagos textuales. (11)

Este sistema abierto de relaciones es el modelo dominante en el discurso oral. En la conversación nos movemos de un tema a otro sin
más lógica que la conexión que una determinada palabra nuestra o de nuestro interlocutor suscita en nuestra estructura mental. La
trama característica de la conversación es hipertextual. En este sentido, el hipertexto le imprime de alguna manera al lenguaje escrito
la lógica propia de la oralidad.

Esta lógica hipertextual se acomoda mucho mejor a los modos de leer de los lectores jóvenes, influenciados por la sintaxis
fragmentaria del cine y la televisión, donde la discontinuidad, las rupturas espacio-temporales, la simultaneidad de acciones y de ideas
encontradas constituyen la norma discursiva. Este es el modo característico de percibir y de leer el mundo de las nuevas generaciones,
y que nos distancia de ellos como lectores. Nosotros somos lectores de otra galaxia: de la Galaxia Gutemberg. Lectores lineales.
Lectores marcados por la lógica de la imprenta. Pero esta ya no es la única forma de leer.

Toda lectura y toda escritura verdaderas tienen mucho de esta lógica hipertextual, que ahora se ha hecho más evidente con las
tecnologías digitales. Las investigaciones recientes nos muestran que nadie lee o escribe tan juiciosamente como imaginamos,
siguiendo obedientemente las líneas del texto. Los protocolos utilizados para investigar cómo trabajan los escritores expertos nos han
dejado ver todo lo caótico que es el proceso de composición. Los buenos lectores “escanean” (si se me permite por un instante este
anglicismo) el libro, seleccionan, picotean aquí y allá, interrumpen el orden riguroso de la imprenta para saltar a otros puntos del libro
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o a otros libros. En Como una novela, Daniel Pennac develó abiertamente estas prácticas desordenadas en sus derechos
imprescriptibles del lector: el derecho a no leer, el derecho a saltarse las páginas, el derecho a no terminar un libro, el derecho a
picotear…. (12)

Los textos abiertos


Uno de los hallazgos más importantes de la reciente investigación sobre los procesos lectores ha sido el hacernos tomar conciencia de
la participación activa que tiene el lector en el proceso de construcción de sentido. La visión de la lectura como un acto de
construcción que resulta de la transacción entre autor, lector y texto mediada por un contexto significativo, ha dejado sin vigencia la
idea ingenua de que el sentido es algo que se transmite del autor al lector a través de las estructuras del texto.

Esta preocupación por los derechos de los lectores tiene su génesis mucho antes de la llegada de las tecnologías digitales. Nietzche,
Barthes, Derrida, Eco, se anticiparon a esta discusión, sin otro fundamento que la reflexión sobre su propia experiencia en el terreno
de la creación literaria. Pero es indudable que, desde la llegada del computador, los lectores han conquistado espacios de participación
muy difíciles de imaginar en otro contexto.

Recordemos que una característica distintiva de las tecnologías digitales es su estructura interactiva. Los programas escritos con la
sintaxis del hipertexto presuponen un lector activo, que en cualquier momento puede crear sus propios trayectos de lectura, en lugar
de sujetarse a una secuencia fija, previamente determinada por el autor. La propuesta de lectura abierta que ofrece el hipertexto
supone un lector participante, que debe ejercer su libertad para elegir los trayectos textuales; un lector cooperador, como lo concebía
Eco en El lector modelo, que pone una parte muy importante en el juego de la lectura. Ahora el lector puede moverse con mayor
libertad por la urdimbre del texto: es él quien elabora sus propios mapas y rutas de navegación y está autorizado para salirse de la
órbita original trazada por el autor.

Un lector que coopera con el autor, pero también un lector-escritor, que se convierte en co-productor del texto. El hipertexto no sólo
permite, sino que invita al lector a glosar e interpelar el texto mucho más que el libro, a escribir en los márgenes del texto, incluso a
escribir un texto paralelo. Esta escritura de lector no tiene el carácter de notas “marginales” sino que entra a formar parte del sistema
hipertextual. En este sentido, la tecnología del hipertexto vendría a hacer realidad el viejo sueño de Barthes: romper finalmente las
fronteras que separan la lectura y la escritura, y hacer posible de esta manera el ideal de “leer como escritor”. Las tecnologías digitales
están rompiendo la membrana divisoria entre lectura y escritura.

Por otro lado, el carácter interactivo de las tecnologías digitales erosiona por completo la pretensión del texto cerrado y protegido de
toda intervención externa. Esta es una idea que se fue construyendo históricamente y que llegó a su culminación con la invención de
la imprenta. Esta impuso definitivamente la concepción del texto como una entidad cristalizada, estable, impenetrable, propiedad
exclusiva de un autor. Pero en los comienzos de la cultura escrita prevaleció por mucho tiempo la idea de que los textos eran
entidades penetrables y modificables por otras personas distintas a su autor. Lo normal era que los textos fueran modificándose por la
intervención de copistas, traductores, comentarias y editores. Curiosamente, algo muy parecido ocurre hoy día en la escritura que se
hace en el e-mail y en los grupos de discusión por internet. Allí los autores escriben en una forma que no es la del escritor distante de
su público, sino con un estilo coloquial, más propio de un grupo de personas que participan en una conversación.

¿Y el libro?
En medio de esta explosión del espacio textual, ¿cuál será el futuro del libro? ¿Se harán, ahora sí, realidad las predicciones sobre su
desaparición? ¿Podrá sobrevivir el libro a esta nueva embestida tecnológica? Y si se sobrevive, ¿cuál será su lugar en esta nueva
galaxia?
No es la primera vez que se plantea este problema de la sustitución de una tecnología tradicional por una nueva. La fotografía estaba
llamada a acabar con la pintura; el cine terminaría con el teatro y la novela, y la televisión, a su vez, clausuraría el imperio del cine.
Ray Bradbury escribió Farenheit 451en 1950, cuando acababan de hacer su aparición la televisión y el computador. Truffaut la llevó
al cine. El cuerpo de bomberos salía todos los días a quemar libros. Luego McLuhan pronosticó el advenimiento de la Galaxia Visual
y el fin de la Galaxia Gutemberg.

La historia de la cultura nos ha enseñado que el asunto no es tan simple. Casi nunca se ha visto que un nuevo fenómeno haya
aniquilado el orden anterior. Lo que sí ha sucedido es que ha introducido en él profundas transformaciones. La fotografía modificó la
manera de pintar (¿el impresionismo no es una rebelión contra el retrato?); el teatro y la novela incorporaron elementos del cine.
Cualquiera que, como yo, haya cometido el error de alquilar los videos de las películas clásicas del cine sabe muy bien que el cine no
puede ser reducido a la televisión.

Con respecto al libro, tampoco estamos asistiendo a la muerte o a la sustitución de una tecnología de la palabra por otra, ni a la
transición de un fenómeno obsoleto hacia otro sustitutivo. Vivimos más bien una explosión, una expansión nunca antes vista del
espacio textual. No se trata de la extinción de la Galaxia Gutenberg, sino de su integración a una constelación mucho más grande. La
discusión no es sobre si las nuevas tecnologías van a reemplazar al libro, sino cuáles son las transformaciones que esta explosión está
produciendo en los modos de leer y de escribir y cuál va a ser el lugar del libro en esta nueva galaxia.

No tengo ninguna duda de que cierto tipo de libros va a desaparecer, de hecho así está ocurriendo. Las enciclopedias en cuarenta
tomos, por ejemplo, y muchos catálogos, manuales, textos de estudio, obras de consulta y referencia. Va a ser muy difícil que estas
modalidades informativas del libro compitan con la velocidad, la versatilidad y la capacidad de recuperar información que tienen las
tecnologías digitales. Pero las nuevas tecnologías no pueden darnos lo que únicamente se encuentra en los verdaderos libros. El
espacio de lo digital es colectivo, público, abierto; el libro es el lugar por excelencia de lo personal, de lo íntimo, de lo privado. La
lectura de los textos electrónicos es extensiva, superficial; la del libro es intensiva, profunda. La una es la autopista por la que
podemos recorrer, a velocidades vertiginosas, un número impensable de archivos en poco tiempo y de pronto llegar a donde menos
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esperábamos; la otra es el camino estrecho por el que tardamos mucho más en llegar, pero donde podemos detenernos a meditar, sin
afanes, sobre lo que estamos buscando y preguntarnos, en silencio, a dónde quisiéramos llegar.

Notas:
1. Las ventas de libros y otros materiales impresos, que por muchos años han sido el centro de nuestra memoria cultural, han
descendido ahora al cuarto lugar, después de las ventas de televisión, cine y juegos de video. (Landow, G.P., “Twenty minutes into
the future, or how are we moving beyond the book?” En: Nunberg, Geoffrey (ed.) The future of the book, Berkeley, University of
California Press, 1996.)
2. Chaytor, H.J., "From script to print", cit. Por McLuhan, M. en La Galaxia Gutemberg.
3. En las Confesiones (libro sexto, capítulo III), San Agustín expresa su asombro ante la forma de leer Ambrosio: "Sed cum legebat,
oculi ducebantur per paginas et cor intellectum, rimabatur, vox autem et lingua quiescebant". (Pero cuando estaba leyendo, sus ojos se
deslizaban sobre las páginas y su corazón buscaba el sentido, mas su voz y su lengua callaban.)
4. Chartier, R., “Las prácticas de lo escrito”. En: Ariès, Philippe y Duby, George, Historia de la vida privada, Madrid, Taurus, 1989.
5. Chartier ha sustentado esta idea en El mundo como representación, Barcelona, Gedisa, 1992, y en El orden de los libros. Lectores,
autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Barcelona, Gedisa, 1992.
6. He desarrollado más ampliamente esta idea en "Lectores, ratones e hipertextos", Bogotá, Fundalectura, Memorias del Tercer
Congreso Nacional de Lectura.
7. Ong, Walter J., Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 21.
8. La desmaterialización de los textos escritos ya ha empezado a introducir cambios en la fisonomía y en la forma de funcionar las
bibliotecas, esos espacios consagrados por definición a preservar la materialidad del libro. El proyecto arquitectónico de la
Bibliothèque Nationale de France, diseñado por Dominique Perrault, obedece al concepto de desespacialización de la forma
tradicional de la biblioteca, que por eso está concebida como un edificio sin paredes, una biblioteca no-espacial. Por su parte, Cathy
Simon, la arquitecta de la nueva biblioteca municipal de San Francisco, concibe su diseño como una arquitectura del movimiento, una
arquitectura cinética, reticular, conformada por módulos, intersecciones y galerías, en lugar de volúmenes delimitados por paredes. La
idea directriz en estos dos proyectos arquitectónios es que el conocimiento no es lo que está contenido dentro de las coordenadas
espaciales, sino aquello que las atraviesa y que circula a través de estas bibliotecas no espaciales; “el conocimiento como una serie de
vectores, cada uno con su dirección y duración, aunque sin ubicación o límite preciso”. Y aun en la arquitectura clásica francesa de la
Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, conviven los manuscritos medievales y un ejemplar de la llamada Biblia de las 42 líneas
con las terminales de computador, y en la rotonda de la sala de lectura principal, las pilas de libros y los computadores portátiles de
los investigadores compiten por el espacio de los austeros mesones de madera.
9. Eco, Umberto, La búsqueda de la lengua perfecta, Barcelona, Crítica, 1994, p. 128.
10. El concepto de metatextualidad ha sido propuesto por Patrick Bazin en su trabajo “Toward metareading”, en Nunberg, Geoffrey
(ed.), The future of the book, Berkeley, University of California Press, 1996.
11. El término “archipiélagos textuales” es de Chartier.
12. Pennac, Daniel, Como una novela, Bogotá, Editorial Norma, 1993.
(Conferencia impartida en el X Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Medellín, en octubre de 1997).

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