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Cap IV

Estamos obligados a hablar de la institución de la sociedad como de una entidad o de un “sistema” que tienen una
finalidad, y una dimensión de subjetividad o de para sí. La sociedad, la institución, no sólo apunta a protegerse contra la
contestación interna (y la agresión externa), también traza una frontera con respecto a todo lo que es exterior,
establece una clausura alrededor de sí misma, ya se trate de la parte del mundo inanimado que no puede incluir o de
otras sociedades; pone un límite y da siempre una significación a este límite.

Este conjunto concreto de individuos socializados, de instituciones y de significaciones pertenecen al para sí.

Las categorías para los que la noción de para sí es pertinente: lo viviente, lo psíquico, el individuo social, la sociedad (lo
real)

 LO VIVIENTE como tal, y ya al menos a nivel de la célula.

 LO PSÍQUICO, la psique como tal, tanto en su integridad como en su pluralidad, o sea a través de las diversas
instancias o “personas psíquicas”. Es lo que pasa en nosotros, lo pulsional.

 EL INDIVIDUO SOCIAL CONCRETO, el individuo socialmente construido o fabricado, o sea, el producto de la


transformación de lo psíquico por su socialización; transformación que, a partir de cada psique/soma singular,
hace ser una entidad socialmente definida, orientada en sus roles sexuales, profesionales…, su estado, sus
pertenencias, sus motivaciones, etc.

 LA SOCIEDAD. Cada sociedad constituye una entidad que se autocrea, que se establece a sí misma, y no puede
hacerlo más que poseyendo los atributos esenciales del para sí, es decir, la finalidad de autoconservación, el
autocentramiento y la construcción de un mundo propio.

Hace falta introducir dos niveles más que debemos referir a la categoría del para sí, que no es tan simplemente ahí sino
que pertenecen al orden del proyecto y del deber ser. Es, por un lado, el sujeto humano propiamente dicho, como
subjetividad de pleno derecho, y, por otro lado, la sociedad vista en el proyecto de la autonomía.

 SUJETO HUMANO PROPIAMENTE DICHO: entiendo como tal otra cosa que lo simple psíquico. Lo psíquico es
simplemente lo que pasa en nosotros. Lo que la psique vive como su verdad debe ser preservado con respecto
a, y en contra de, todo y todos; por eso no puede hablarse de una exigencia de verdad ni de hacer bien o mal.
Por lo tanto, este sujeto no es dado; es un proyecto, es para hacer, para hacer advenir, es una posibilidad de
todo ser humano, pero no una fatalidad. Es una creación histórica cuya historia puede seguirse en el tiempo. La
subjetividad humana tiene una historia. Puede ser connotada por la reflexibilidad y por la voluntad o capacidad
de acción deliberada en el sentido fuerte del término.

 LA SOCIEDAD COMO PROYECTO DE AUTONOMÍA: a partir del momento en que surge en la historia efectiva el
proyecto de autonomía como autonomía a la vez individual y colectiva, debemos considerar la idea de una
sociedad que no sería solo un sistema con una finalidad, un para sí más allá de los individuos que ella fabrica y
que la componen, sino que sería capaz de reflexionarse, de autoinstituirse explícitamente y de decidir con
conocimiento de causa y tras deliberación, o sea, una sociedad que puede y debe llamarse autónoma.

En todas partes donde hay vida, hay un sí, un self, o un para sí. Lo viviente es cronológicamente el primer para sí.

Autofinalidad: para lo viviente singular, todo aparece, sobreviene en su horizonte como subordinado a la finalidad de la
conservación.

En la medida en que hay para sí otra cosa que “si”, esta otra cosa debe ser presentificada o presentada al sí, debe ser
puesta en relación con el sí “desde el punto de vista” de sí. Esta representación, es fundamental como modo bajo el cual
hay para el sí otra cosa que sí. Lo que es presentado debe ser valuado por el para sí, con un valor neutro, en última
instancia, pero la mayoría de las veces positivo o negativo. Esto debe poder ser objeto de una intención, que conduce
eventualmente a una acción.

Para conservarse como espécimen singular, debe poder actuar y reaccionar frente a lo que no es él. Debe valuar
positivamente lo que favorece su conservación y negativamente lo que la desfavorece.

Para poder actuar y reaccionar, para poder valuar, la entidad debe tener conocimiento en el sentido más vago del
término be aware, de una u otra manera, estar al tanto; es preciso que eso se presente a ella: lo que pica, lo que es
bueno para comer, etc. Lo que se presenta con estos “atributos” tiene entonces una pertinencia para su conservación.
Debe haber, pues, para la entidad una “representación del mundo”; y puesto que está inmersa en un entorno que la
supera indefinidamente en todas las dimensiones, esta representación debe ser infinitamente selectiva.

La representación que el sujeto se hace de mundo, lo que construye o crea como mundo, es necesariamente selectiva
es muy alto grado. Esta selectividad es primero cuantitativa: lo viviente no puede representarse “objetos” más que
dentro de cierto radio. Hay, por cierto, una dimensión espacio-temporal, pero hay, sobre todo, una dimensión
cualitativa: lo viviente no puede representarse, no puede crear para sí el equivalente subjetivo más que de una ínfima
parte de los aspectos, de los estratos, de las capas de lo existente físico.

La selectividad resulta de las miras de este para sí específico cada vez, que depende de manera decisiva y central de lo
que ya es. Asimismo, la representación del objeto para el psiquismo humano depende del deseo, del anhelo, de las
miras de la instancia psíquica de la que se trata.

Lo viviente en tanto para sí no se representa solamente el mundo, no reproduce, no hace simplemente existir para él a
los elementos de un mundo que ya existiría de manera indudable y especificada, sino que se construye o crea su propio
mundo seleccionando elementos existentes y especificados del mundo a secas, y organizándolos según sus capacidades
de percepción, es decir, su dispositivo de representación, y sus miras.

Lo viviente no encuentra en el mundo exterior ninguna información, La idea misma de información implica la idea de un
para sí, de alguien para quien tal ocurrencia es información, lo que ya presupone que la ocurrencia debe ser “captada” y
transformada en algo para el “sujeto”, y luego, entrar en una matriz de significancia. No hay información más que
siendo dada una “base” para la cual toma sentido en tanto información, la que le otorga su carácter de información; de
otro modo, no es nada o es ruido. No hay nunca información más que para un sí. Esto significa que el para sí constituye
no sólo con qué recibir algo y hacerlo ser para él, sino también los criterios de discriminación entre lo que no es nada y
lo que es algo.

N puede haber puesta en imagen que no sea al mismo tiempo puesta en sentido. Nunca una imagen surge en tanto
átomo, sin relación con otra cosa, y nunca una imagen puede tener cohesión en tanto imagen si no hay relación entre
sus partes. Y recíprocamente, no puede haber puesta en sentido que no sea l mismo tiempo una puesta en imagen. Si
por puesta en sentido entendemos puesta en relación, ésta es forzosamente puesta en relación de algo. Hay una
dimensión abstracta, invisible o irrepresentable que acompaña a todo esto, pero al mismo tiempo hay un soporte
puesto en imagen que está ahí.

Toda función imaginante del sujeto, toda función presentificante es por este hecho y al mismo tiempo una función
organizante, es decir, en un nivel tan elemental como se quiera, una función dadora de sentido. Toda puesta en escena,
ya como tal, escolta cierta significación, quedando claro que la elaboración de sentido o de la escena no se detiene ahí,
en este primer nivel de sentido.

Cap V (Seminario del 28 de enero de 1987)

El para sí no está solo en el mundo, es afectado, chocado por lo que es fuera de él.
El objeto no puede ser absolutamente informe. La idea kantiana de un mundo que sería simplemente una multiplicidad
de lo diverso sin ninguna organización, puro X o caos presensorial que no estaría organizado más que por el sujeto, es
absolutamente insostenible. No tendría ninguna significación efectiva para el sujeto, si no hubiese “en las cosas
mismas” regularidades que permitiesen dar un contenido y una explicación a la categoría de la causalidad. Hace falta
que el mundo sea tal que un sujeto pueda vivir en él, que pueda conocer.

Las tres ideas principales son: lo viviente es para sí en tanto que es Autofinalidad; crea cada vez su mundo propio; este
mundo propio es un mundo de representaciones, de afectos y de intenciones.

Decir que hay mundo propio de lo viviente, es decir que lo viviente existe en y por una clausura. Es como una bola
cerrada; no podemos entrar en lo viviente, podemos pegarle, imponerle choques, pero hagamos lo que hagamos,
reaccionará a su manera. Esta clausura y separación entre interior y exterior van a la par de su contrario: una
universalidad y una participación. El para sí se crea como unidad singular, pero se crea al mismo tiempo como
universalidad, como clase (especie) y, en su clausura, se crea como participante: el elefante depende del resto del
ecosistema en donde vive. Puede pensarse este mundo del para sí como una extraordinaria intrincación de unidades
que, de múltiples maneras en cada nivel, son para sí, y siendo para sí pertenecen al mismo tiempo a clases- este para sí
es universal- y que, extendiendo la clausura, están intrincadas unas en otras hasta formar por lo menos lo que llamamos
el ecosistema terrestre, a su vez intrincado de cierta manera en las condiciones del sistema solar, luego cósmico, dentro
del cual este ecosistema es para él.

Segundo nivel del para sí: lo psíquico. Lo que es decisivo para el psiquismo humano no es la sexualidad sino su
distorsión. La especificidad del psiquismo humano se presenta primero como transversal u horizontal. El primero de
estos rasgos es la disfuncionalización de los procesos psíquicos; con relación al sustrato biológico del ser humano.

Las instancias psíquicas cada una tomada por separado, y la psique como un todo son biológicamente no funcionales
para poder ser funcionales a otro punto de vista, el suyo. Lo esencial para el psiquismo humano es el placer obtenido
por cierto estado de la representación, y no el obtenido en el nivel del órgano mismo. Para el icc, la cuestión planteada
no es transformar la “realidad exterior”, que ignora en todos los sentidos del término, sino crear una representación
que lo satisfaga en el solo nivel de realidad que es el suyo, el de la realidad psíquica. Para la instancia psíquica misma,
hay omnipotencia en la mediad en que hay dominación del placer representativo sobre el placer de órgano, esto es, en
la medida en que la instancia psíquica forma siempre la representación que la satisface sin consideración hacia la
“realidad” orgánica.

Podemos oponer, pues, el mundo psíquico humano al psiquismo animal, en tanto el primero está caracterizado por la
disfuncionalización, el predominio del placer representativo sobre el placer de órgano y la autonomización relativa de la
imaginación representativa, del afecto y del deseo. Hay, con respecto al animal, en la puesta en imágenes y en la
relacion que caracteriza al para-sí, inmediatamente y en y para lo viviente, creación y despliegue enorme de eso que
estamos obligados a llamar una lógica, y una lógica ensídica.

Más generalmente, cada una de las instancias psíquicas funciona, en lo que se refiere a sus operaciones, de manera
perfectamente racional e inteligente, de modo tal que uno se dice por momentos que la estupidez de los individuos no
es más que el resultado de la coexistencia de varias inteligencias antinómicas que trabajan en ellos; y por lo demás, es
verdad en gran parte, incluso cuando el individuo no es estúpido.

Además de la especificidad transversal del psiquismo humano, hay otra muy importante ligada a la historicidad del ser
humano: su especificidad en la dimensión vertical, es decir su estratificación psíquica. No podemos hablar de la psique
animal como estratificada en el mismo sentido, ni de historia psíquica, ni de “conflictos intrapsíquicos”. En el ser
humano, los conflictos intrapsíquicos no necesitan ser creados experimentalmente, son de esencia, son conflictos de
instancias; y la existencia de estas instancias son el resultado de una historia. En y por esta historia se constituyen
instancias, tipos de procesos, que luego no son ni superados ni armoniosamente integrados, sino que persisten en una
totalidad contradictoria o incoherente. Esto diferencia radicalmente el psiquismo humano del psiquismo animal, y
diferencia radicalmente la evolución en el tiempo del psiquismo humano de todo proceso de aprendizaje. Lo importante
y sorprendente en el hombre no es que aprende, sino, precisamente, que no aprende. Hace y vuelve a hacer los mismos
absurdos, cae y vuelve a caer en los mismos amores desdichados, querellas o fracasos profesionales sin aprender nada
de nada. (“El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”). Otra vez, lo sorprendente del ser
humano no es que imita, sino que no imita, que hace otra cosa que la simple imitación.

Tenemos, pues, una historia en la cual las etapas ulteriores no anulan las etapas anteriores ni las integran armoniosa y
orgánicamente, sino que coexisten con ellas según todas las modalidades concebibles. Cada instancia, cada tipo de
proceso, es para sí. Hay, pues, una relativa conservación de la clausura de cada una de estas instancias, como para lo
viviente. Cada una conoce su mundo y no quiere saber nada más; cada una prosigue sus fines y se opone a todos los
otros fines. Hay también apeticiones específicas, deseos específicos para cada una de estas instancias. Pero, al mismo
tiempo, hay en el aparato psíquico (en otro nivel) una relativa ruptura de esta clausura. Estas instancias no son pura
exterioridad unas con respecto a otras, se tienen en cuenta unas a otras.

La historia psíquica está también esencialmente determinada por el proceso de socialización del individuo y ante todo
en el simple hecho de su desarrollo; el sujeto se encuentra con otro, que ya es ser humano socializado, luego encuentra
finalmente otra cosa: la institución por medio del lenguaje para comenzar.

Cap VI

Hablamos hasta aquí del para-sí a partir de dos casos fundamentales: lo viviente y lo psíquico. Sus caracteres esenciales:
autofinalidad, creación de un mundo propio, o sea, un mundo de representaciones, de afectos y de intenciones.
Representación: hacer ser algo para-sí. Afecto: modelización de esta representación que, repercutiendo en el para-sí
enteramente, lo hace vibrar enteramente. Intención: aquello que recorre el para-sí por el hecho de que no es neutro
frente al mundo que lo rodea, que apunta a algo y para comenzar, a su propio ser, a su permanencia en el ser. Estos
rasgos se encuentran esencialmente en todo viviente. Y también en el individuo social y en la sociedad misma.

4 NIVELES DEL PARA-SÍ:

 LO VIVIENTE

 LO PSÍQUICO

 EL INDIVIDUO SOCIAL Están íntimamente ligados ya que el individuo social es una fabricación de la
sociedad, que no existe concretamente, materialmente, más que en y por los
 LA SOCIEDAD individuos sociales.

Estas instancias son el producto de dos factores irreductibles entre sí e indisociables:

 La psique misma: emergencia de instancias psíquicas, estratificación.

 Lo social: actúa constantemente sobre la psique, y especialmente en la formación del consciente, por intermedio
de la madre, como instancia social, delegada de la historia humana en general y de la sociedad en la que vive. Ella
le transmite la lengua de la sociedad. El pequeño monstruo chillón que acaba de nacer sólo será un ser humano
en tanto se apropie de esta lengua, lo que equivale a una transformación íntegra del sujeto.

Estamos obligados a atribuir el razonamiento y el cálculo a toda instancia de para-sí, pero también a imputarle otra
característica, implicada por la autofinalidad: la autorreferencia. Para que haya autofinalidad, es necesario que el
sistema preserve o trate de alcanzar un estado deseado referido al sistema mismo, como la preservación del sí o
simplemente su “placer”. El sistema debe incluir entonces un cierto conocimiento de su propio estado. Siempre hay
necesidad de una representación de sí.
Si hablamos de la subjetividad humana, evidentemente hay autorreferencia. Hay incluso algo más: el saber que se
sabe; más exactamente la posibilidad de tal saber. En la subjetividad humana, hay reflexividad en el sentido fuerte,
que implica otra cosa: la posibilidad de que la propia actividad del sujeto se vuelva objeto explícito, y esto
independientemente de toda funcionalidad. La autorreferencia es un simple acompañamiento. Cuando hablamos de
la subjetividad como origen de la reflexión, tenemos mucho más: la posibilidad de la escisión y de la oposición
interna. Por lo tanto, la posibilidad de la puesta en cuestión de sí mismo. Si hacemos un paralelismo con el
pensamiento inconciente, éste último no conoce la interrogación; no se hace objeciones a sí mismo. Conoce cuanto
mucho obstáculos, que vienen del hecho de que hay pluralidad de instancias psíquicas (en la medida en que esta
pluralidad no existe en la psique animal, el origen humano de la reflexividad es precisamente esta
fragmentación/estratificación de la psique humana). Funciona según reglas dadas, y si encuentra imposibilidades, se
bloquea, se perturba, se detiene.

El tipo de pensamiento al cual pertenece el pensamiento inconciente en ensídico. En tanto ensídico, este tipo de
pensamiento debe ser ciego con respecto a sus fundamentos: sus axiomas, sus reglas de inferencia, etc. Dentro de un
sistema ensídico, si no es esencialmente finito, finitista, podemos continuar produciendo y funcionando
indefinidamente, hacia adelante el sistema no se detiene. Pero hacia atrás es necesariamente ciego con respecto a sus
condiciones de existencia y de funcionamiento. Es imposible, dentro de un sistema ensídico, y por sus medios, no sólo
mostrar que el sistema no es contradictorio, sino también discutir axiomas del sistema, y aún menos justificarlos, ni
siquiera reconocerlos como tales.

Los sistemas ensídicos, cuyos equivalentes en el mundo psíquico o en el mundo social serían los sistemas
heterónomos, para los cuales no puede y no debe cuestionarse un punto o un conjunto de puntos de origen. Por
ejemplo, en el caso de la sociedad. Son entonces “sistemas” que pueden volverse sobre sí mismos, que no son
simplemente autorreferenciales. Y aquí vemos otra vez la diferencia. Un sistema autorreferencial no vuelve
necesariamente a su punto de origen, se refiere simplemente a su estado presente. Pero los sistemas reflexivos (o
autorreflexivos) lo hacen, y en la terminología de la lógica matemática, son sistemas cuyo lenguaje contiene su propio
metalenguaje. Un metalenguaje cuenta con sus términos, su sintaxis, sus reglas de inferencia en los que se discute de
la validez, o más generalmente, de las propiedades de un lenguaje objeto.

Para los sistemas reflexivos no puede ser así. Una jerarquía infinita de metalenguajes no responde a la cuestión de la
reflexividad. Para que haya sistemas reflexivos, hace falta que estos sistemas posean un lenguaje que pueda volverse
su propio metalenguaje. En el lenguaje humano, puede hablarse de lenguaje humano. Tal sistema implica la
reflexividad potencial (no necesariamente actualizada) del lenguaje humano. Esto contiene la posibilidad de hablar de
sí mismo. Sólo a partir del momento en que comienza la reflexión filosófica, el lenguaje se vuelve su propio
metalenguaje.

Llegamos así al otro aspecto de la subjetividad humana: la voluntad o capacidad de actividad deliberada. Hace falta
voluntad para pensar o reflexionar. Hay ya actividad deliberada cuando mi atención se concentra de manera continua
y sistemática en un objeto de pensamiento.

Hay que restablecer el equilibrio entre, por un lado, la espontaneidad del flujo representativo, que siempre está ahí en
la actividad de pensamiento, dicho de otro modo, el hecho de que el pensamiento es siempre una actividad
esencialmente no dirigida conscientemente; y por otro lado el hecho de que no puede haber pensamiento, reflexión
verdadera más que en la medida en que está sostenido constantemente por un vector de voluntad, de deliberación,
que no deja perder de vista su o sus objetos. Surge espontáneamente una representación que hará ver otro aspecto
de la cuestión, y hará así que se dibuje otro objeto, más importante que el del comienzo. La voluntad o actividad
deliberada es la dimensión reflexiva de lo que somos en tanto seres imaginantes. Hemos dicho que la reflexividad
presupone la imaginación, que es la dimensión reflexiva y práctica de nuestra imaginación como fuente de creación.
Todo acto humano en tanto acto de un sujeto debe tener una causación psicológica, pues es un fenómeno del mundo
fenoménico, que pertenece a la esfera de los fenómenos psíquicos, debe tener sus causas, sus condiciones necesarias
y suficientes en el funcionamiento de la psique. (Kant)

Cap VII

Los presupuestos metapsicológicos de la reflexividad y de la voluntad, en su relación con el contenido de la


reflexividad y de los actos de voluntad. Hay 4 presupuestos, de los cuales dos pertenecen al campo metapsicológico
propiamente dicho y los otros dos, a la consideración de lo histórico-social:

- la capacidad de sublimar de la psique humana;

- la existencia de un quantum de energía psíquica libre, o bien de importantes capacidades de mutación de energía
ante la instancia conciente;

- la labilidad o fluidez de las investiduras psíquicas sublimadas;

- la capacidad de cuestionar los objetos investidos hasta ahora, en función de un proceso de reflexión.

Capacidad de sublimar: capacidad e la psique para investir los objetos establecidos histórico-socialmente, por lo tanto
instituidos o pudiendo serlo, por lo tanto valorizados o pudiendo serlo histórico-socialmente, y no confiriéndole
ningún placer de órgano. Hablar es una actividad sublimada: no procura ningún placer de órgano. Y esta actividad no
puede existir como actividad más que siendo instrumentada en y por una creación extrapsíquica, que supera las
capacidades de la psique singular: la institución del lenguaje en tanto institución social. Finalmente, hablar implica
siempre que uno se dirige a interlocutores reales que pertenecen a la sociedad. No podemos comprender nada de la
psique humana, ni tampoco de la sociedad, si no constatamos que en la base de su especificidad se encuentra la
sustitución del placer de órgano por el placer de representación. ¿En dónde está el placer, pues, en las actividades
sublimadas? Este placer es un placer de representación y no un placer de órgano.

Toda sustitución del placer de órgano por el placer de representación no es sublimación. Esta sustitución aparece
primero en la actividad fantaseadora. En este placer, vemos la capacidad de la psique para satisfacerse con algo que
ya no es el estado de un órgano. Esta sustitución equivale a un cambio de la meta de la pulsión: no apunta a una
satisfacción orgánica, en este caso, al orgasmo, sino a una satisfacción que tiene su lugar en la representación. La
sublimación exige la mutación de una cantidad de energía psíquica, la transformación de un quantum de energía
inicialmente dirigido hacia la carga motora, hacia el acto que procuraría el placer orgánico, en una energía que se
concentra en la representación misma o en el flujo representativo mismo.

Freud habla de una energía que habría en este aparato y de una energía que estaría a veces ligada, y a veces libre. Una
energía ligada es evidentemente una energía que “inviste”, por lo tanto, una energía que ocupa una representación.

La sublimación es la investidura de una representación, o de un estado de la representación cuyo referente ya no es


un objeto privado sino un objeto público, o sea, social. Valen en virtud de su constitución por significaciones
imaginarias sociales, de su impregnación por estas significaciones o de su encadenamiento en contextos que son a su
vez contextos sociales esencialmente imperceptibles.

El objeto de la sublimación lo es, pues, en virtud de su institución social, casi siempre efectiva, eventualmente virtual.
La psique en sus actividades sublimadas puede investir objetos ya instituidos plenamente, y permanece aquí en el
dominio de lo ya instituido. Pero también puede investir objetos que sólo serán investidos socialmente una vez que
ella los ha creado.
En todo esto vemos obrar la imaginación radical del sujeto humano, y su capacidad de intervenir en lo real, puesto
que tenemos investiduras de objeto, por lo tanto, también actividades posibles, resultados posibles en la motricidad
del sujeto humano.

En la sublimación y en ningún modo en la actividad fantaseadora, desembocan en la puesta en marcha de la


motricidad, en actos reales en el mundo real. Tenemos pues acontecimientos, ocurrencias en el mundo físico, gestos,
palabras, movimientos, y todo esto, es puesto en marcha por “movimientos” psíquicos. Damos por cierto que las
modificaciones de la representación, o del estado de la representación, pueden ocasionar descargas motoras, como
también pueden ocasionar modificaciones durables en las investiduras, por lo tanto, en el reparto de la energía
psíquica.

Decimos que un cambio en el estado de la representación puede ocasionar modificaciones en el reparto de a energía
psíquica, las cuales también pueden a su vez ocasionar actos.

Para que haya paso a la reflexividad o capacidad de actividad deliberada, hace falta que haya un quantum de energía
que no esté ni ligado, ni sea específico, que flote libremente. Debemos postular que en todo psiquismo hay de
entrada un stock de energía libre que poco a poco va a investirse en los objetos que van a presentarse como también
en las capacidades que el sujeto adquiere. Podría verse todo esto como un proceso de descalificación/recalificación de
la energía psíquica: habría de entrada una cantidad dada de energía psíquica a disposición de ser considerado, que
primero es íntegramente investida, y de la cual, poco a poco o bruscamente hay pedazos que son descalificados, y son
recalificados invistiéndose en otras actividades. Hay intensidades diferentes de investidura.

El tercer presupuesto para que haya reflexividad y capacidad de acción deliberada: la labilidad de las investiduras, su
relativa fluidez, no rigidez, movilidad. Cuando la labilidad de la investidura parece referirse sobre todo a la vertiente
psíquica, es claro que hay aquí un papel decisivo de la institución histórico-social.

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