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VAGÓN DE PRIMERA

— ¡Maldición! ¿No pudo imaginarse uno de vapor?

— ¿Qué quería que hiciera, Sr. Falco? Es una muchacha. Las personas piensan y
actúan en función de su contexto temporal.

—Como sea, Tito. La próxima vez tú escoges el sitio de reunión.

Falco se encontraba molesto por la actual condición del viaje. Añoraba los días en
que los trayectos no eran tan rápidos, pero sí disfrutables. Aquella avería significaba una
mala digestión por el resto del viaje y por consiguiente una distracción en sus
meditaciones. Tito, por otro lado, se hallaba indiferente ante tal situación. Se le
consideraba un flemático en contraste con el colérico Falco. Apreciaba mejor la quietud
del tren y era más propenso a convivir con otras personas.

—Es corta de imaginación —continuó Falco—. Todos son cortos de imaginación.


No tienes idea de cómo desprecio a la gente más joven que yo.

— ¿Y cuántos siglos lleva repudiando a la humanidad en ese caso, señor? Mejor


aún ¿En qué posición me deja? —Intervino Tito jocosamente; sólo recibió una mirada
impasible de su jefe— Como sea señor, ¿Qué tiene pensado para contrarrestar la
expansión del Antiguo Dominio? No ha llegado a este mundo pero hay una resonancia
en los sueños de varios individuos en el Hemisferio Este. Se encuentra peligrosamente
cerca.

—Lo primero por hacer será contactar con Hypnos. Está más que familiarizado
con la topografía de este plano. Lo segundo será reclutar onironautas; los vamos a
necesitar. Ah, si pudiésemos contar con algunos más experimentados. Más de uno
quiere mi cabeza en su pared.

—Pero deben haber algunos dispuestos —interrumpió Tito—, sólo es cuestión


de llamarlos.

—Ya te estás volviendo lento ¿Verdad? La gente como nosotros no suele


fraternizar, es paranoica y tremendamente agresiva. Viven lo suficiente para
contemplar los aspectos más desagradables de la humanidad, ¿Qué reacción crees que
tendría un inmortal si siente que otro de su clase interfiere en su cabeza? No hay forma,
Tito.

Se había mosqueado nuevamente. Pidió a su subordinado ir por un café de


origen, si lo hubiera. A pesar de la vasta experiencia en los temas de la mente, era la
primera vez en su vida que tuviera que lidiar con una potencial invasión del Dominio
Antiguo. Tenía sabido que ya hubo una durante los primeros días de la Humanidad,
milenios antes de su nacimiento; milenios antes de la fundación de Roma. Fue un tiempo
de oscuridad, de miedo; la oscuridad era el hálito de la muerte, la mirada de Azrael.

Horatio Domicio Falco jamás pensó en el destino que le esperaba. El mero hecho
de que un viejo senador viviera más allá de lo que cualquier otro hombre pudiera y ser
partícipe de la próxima y potencial cruzada en las sub-realidades del mundo resulta en
un escenario impensable.

Para nada le sentaba bien el supuesto progreso de la Humanidad. Los siglos de


sangre y enfermedad que sobrevinieron a la caída del imperio le hacían cuestionar el
mérito de una salvación. Fue la insistencia de su misterioso contratante la que lo
sustrajo de sus décadas de indiferencia en su apartamento en Turín; eso y la perspicacia
de su compañero. Tito Vettio había aparecido en su vida tiempo después y la vida
interminable del vicario se hizo más llevadera al lado de su conciudadano y contertulio.

Mientras aguardaba el café, procuró estirar el cuerpo y recorrer un tanto el


pasillo. No acababa de ponerse en camino y una joven rubia por poco le arrolla de
camino a los baños.

— ¡Cuidado, niña tonta! —Espetó el viejo.

El poco humor que se había guardado se desvaneció por completo. Con toda
indignación prefirió retornar a su puesto y esperar a Tito, lejos de las demás personas.

—Lo siento, Sr. Falco. No había de origen, pero procuré que sea de primera.

—Podría decirse que es lo menos desagradable del día. Bien, muchacho,


comencemos.

Una vez que tuvieron claro los pormenores del dilema y las estrategias para
aunar a la comunidad supernatural contra el peligro que se avecinaba, sólo quedaba por
abandonar el recinto y de paso el sueño. Falco, cansado, no pudo evitar sentir alivio al
ver que todos sus planes iban viento en popa. El jovial Vettio, siempre con el semblante
confiado, sentía curiosidad por el paradero que habían escogido. El ambiente difería
delas costumbres de Horatio.

—A todas estas, señor ¿Por qué escogió este sueño en particular? ¿Por qué el de
una jovencita?

—Es curioso, muchacho. En un principio me elegí éste por ser el último lugar en
el que nuestros opositores, aliados del Dominio, nos buscarían. Creen conocerme pero
son tan obtusos que sólo se guían por patrones. Esa fue la motivación inicial. Pero hay
un hecho más interesante: es el sueño de alguien que no pertenece a nuestro mundo.
Error de cálculo, quizá. Siendo así las cosas es mejor que nos apresuremos y
marchemos. Dentro de poco despertará.

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