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El amor es el objeto
del primer mandamiento y lleva ante todo a Dios, pero, por
exigente que éste sea, permite salvaguardar ciertas prioridades
psicológicas en las relaciones interpersonales para no eliminar los
preceptos secundarios concretos de la vida. El pensamiento
ejemplarista nunca abandona las exigencias de la caridad.
La moral bonaventuriana es una moral que antes practica y
después predica a Cristo, moral esencialmente religiosa y
trascendente, la única que puede llenar las insaciables nostalgias y
los infinitos anhelos del inquieto corazón humano. Esta ética
teológica coloca dos pila res definitivos de la moral viva de la
Iglesia, expresada con bella hondura en el Concilio Vaticano II, una
moral netamente personalista y una moral absorbentemente
cristocéntrica. Cristo llamando y el hombre respondiendo en su
libertad implícita o explícita son los que fundamentan y
constituyen el ser moral cristiano, plenamente humano, con una
plenitud no merecida, sino dada por Gracia y Amor.