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REPUBLICANISMO Y DEMOCRACIA: PRINCIPIOS BÁSICOS DE UNA

REPÚBLICA DELIBERATIVA

José Luis Martí 1


Prof. Dr. Facultad de Filosofía
Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, España

Más de 200 años después de la Declaración de Independencia de los Estados


Unidos y de la Revolución Francesa, los dos hechos que cambiaron el mundo de la edad
moderna y dieron lugar a la democracia contemporánea, todavía seguimos discutiendo
interminablemente acerca de qué significa el término democracia, cuál es la mejor
forma de organizarse democráticamente o qué implicaciones tiene sobre otros ideales
valiosos como la protección de los derechos fundamentales o el Estado de Derecho. El
de democracia es un concepto normativo, y esto quiere decir que cuando tratamos de
esclarecer su contenido, de averiguar su significado, debemos embarcarnos
necesariamente en una discusión normativa. Por otro lado, la democracia suele ser
entendida como un ideal regulativo, esto es, como un horizonte normativo que describe
un estado de cosas ideal, contrapuesto al real en el que nos encontramos, pero hacia el
que tenemos la obligación de tender.2
1
Agradezco a todos los asistentes al Congreso Internacional de Filosofía de la
Democracia, organizado por la Universidad de los Andes (Colombia), y en especial a
Rodolfo Arango, Viviana Quintero, Roberto Gargarella, Cristina Lafont, Miguel Vatter,
Carlos Herrera y Nicolás Espejo. Todos ellos contribuyeron con comentarios y
objeciones a que me formara una idea más ajustada de los errores de este trabajo.
2
Sobre la noción de ideal regulativo, véase, Martí, 2005b. Por supuesto, existe un
sentido puramente descriptivo y no ideal, que es el que aplicamos a los sistemas de
gobierno reales que cumplen con algunas condiciones mínimas. Esta distinción entre el
sentido ideal y normativo y el real y descriptivo queda bien reflejada en la distinción
que hace Robert Dahl entre democracia y poliarquía. Véase Dahl, 1989: 34 y ss., y 266-
270; y 1998: 47-48 y 99-101. Pero como muestra justamente la distinción de Dahl, y
contra lo que algunos científicos políticos han presupuesto, el sentido descriptivo
siempre es secundario y dependiente del sentido normativo. Sólo cuando podamos
describir detalladamente el contenido de la democracia ideal estaremos en condiciones
de establecer las condiciones mínimas que debe cumplir un sistema de gobierno para
Ahora bien, las discusiones académicas sobre cuál es el mejor ideal de democracia
se han prolongado desde el nacimiento de la democracia contemporánea, o aun más,
desde su invención en la Grecia clásica. Es decir, diversos autores han defendido en sus
escritos diversos ideales de democracia, entre los cuales es difícil incluso establecer
algún orden o criterio clasificatorio. Son muchas las clasificaciones que se han intentado
de los modelos ideales de democracia, 3 y todas ellas son siempre sospechosas de no ser
completamente neutrales, de resaltar lo que a ojos del autor resulta la propiedad más
característica de la democracia. De todos modos, no voy a discutir aquí las muchas
complejidades que se encuentran presentes en estos intentos clasificatorios, puesto que
sólo me interesa presentar una imagen sencilla y lo más clara posible de uno de estos
modelos democráticos, la democracia republicana, contrastándolo con el modelo al que
supuestamente se opone, la democracia liberal, y en todo caso distinguiéndolo de otros
modelos con los que se solapa, como la democracia deliberativa y la democracia
participativa.
La democracia republicana es el modelo de democracia que se deriva de aceptar
las tesis centrales del republicanismo, como la democracia liberal hace lo propio con
respecto a las tesis del liberalismo. Por lo tanto, en la medida en que el republicanismo y
el liberalismo sean dos corrientes teóricas contrapuestas, los dos respectivos modelos de
democracia también lo serán. Ahora bien, el republicanismo y el liberalismo, contra lo
que algunos autores suponen, no necesariamente se contraponen. O, mejor dicho, dado
que tanto una tradición de pensamiento como la otra son ampliamente heterogéneas, no
todas las versiones del republicanismo se oponen a todas las versiones del liberalismo. 4
Si es frecuente hablar de un liberalismo igualitario y otro conservador o libertario,
también es común referirse a un republicanismo humanista, uno cívico, uno cristiano,
uno aristotélico, uno comunitarista y hasta uno liberal. Esta disparidad de categorías
obedece a que el republicanismo, históricamente mucho más antiguo que el liberalismo,
ha sido siempre un lugar de encuentro para sensibilidades diversas. Por ello, en todo

poder ser calificado de democracia, puesto que esto implica un juicio de aquello que
consideramos aceptable en términos político-morales, y presupone además que tales
sistemas reales de gobierno son considerados suficientemente cercanos al ideal.
3
Véase, por ejemplo, Held, 1987; Cunningham, 2002; y Ovejero, 2002: cáp. 3.
4
Véase, defendiendo la compatibilidad, Kymlicka, 2001: 387-413. Tampoco autores
como Michelman o Sunstein aceptarían una distinción muy tajante entre liberalismo y
republicanismo.
análisis de los orígenes históricos del republicanismo contemporáneo se hace
conveniente distinguir cuidadosamente las grandes tendencias de pensamiento que, con
más o menos alteraciones, se han ido manteniendo hasta nuestros días. Sin embargo, no
emprenderé aquí ni siquiera una síntesis de dicho análisis histórico, puesto que mi única
pretensión es describir el principal pensamiento democrático republicano sobre el que se
aglutinan las diversas versiones del republicanismo, o al menos las más importantes.
Con respecto a la historia del republicanismo, 5 es suficiente decir que se trata de
una tradición que surge en la Grecia y la Roma clásicas, por lo tanto muchos siglos
antes de que surgiera el liberalismo, de manos de autores como Aristóteles, Salustio,
Tito Livio, Cicerón y Séneca. En Grecia el republicanismo fue la doctrina de los que
quisieron defender la democracia evitando a su vez los excesos del populismo, y
atemperándola por tanto con un gobierno mixto. En Roma canalizó el pensamiento
igualitario antimonárquico que tenía por objetivo preservar la libertad de los
ciudadanos, especialmente para frenar los abusos del monarca. En ambos casos se
vinculaba a la defensa de la libertad y del papel central y responsable de la ciudadanía.
Por lo tanto, la república se vinculaba estrechamente con los ideales democráticos, en la
medida en que lo que se pretendía era, por decirlo en los términos de Aristóteles, el
gobierno de los muchos.6 El siguiente momento de surgimiento del pensamiento
republicano coincide con el siguiente período de gobierno democrático en el mundo, el
del nacimiento de las ciudades-Estado del Renacimiento en el norte de Italia, durante los
siglos XIV a XVI, cuyos máximos exponentes fueron Guicciardini y Maquiavelo,
siendo este último el que más influiría en la tradición republicana posterior. Así, por
5
Podemos encontrar buenos estudios de historia del pensamiento republicano en Bailyn,
1967; Wood, 1969; Pocock, 1975; Skinner, 1978 y 1998; Nicolet, 1982; Pangle, 1988;
Bock, Skinner y Viroli, 1990; Rahe, 1992; Spitz, 1995, y Viroli, 1999.
6
Aunque Aristóteles concebía la democracia como la degeneración de la república o
politeia, es decir, como el sistema de gobierno de los muchos que en lugar de gobernar
en favor del interés público defendía sólo el de la propia mayoría. La república, en la
célebre tipología del pensador griego, se oponía a la monarquía (el gobierno de uno
sólo) y al gobierno aristocrático (el gobierno de unos pocos), cuyas formas
“degeneradas” eran respectivamente la democracia, la tiranía y la oligarquía. Véase
Aristóteles, 1986, libro III, cáp. VII, 120, 1779a y 1279b. Politeia era el término
utilizado por Aristóteles para referirse a un gobierno mixto entre democracia y
aristocracia, y pronto adquiriría su forma latina de república, la cosa pública.
ejemplo, es posible encontrar su rastro en las obras de algunos de los revolucionarios
whig, durante y después de la Guerra Civil inglesa del siglo XVII, comprometidos con
la idea de Commonwealth, autores como James Harrington y John Milton.
Maquiavelo, Harrington y Milton ejercerían a su vez una gran influencia al menos
sobre tres grupos de pensadores. Primero, sobre los igualitaristas ingleses del siglo
XVIII como Richard Price, Joseph Priestley y Thomas Paine, que más tarde
contribuirían a las ideas de la Revolución Norteamericana y de los protagonistas de los
debates sobre la posterior constitución de los Estados Unidos, como George
Washington, Thomas Jefferson, John Adams, y en menor medida Alexander Hamilton y
James Madison. Segundo, sobre algunos socialistas utópicos como Henri de Saint-
Simon, Gracchus Babeuf o Charles Fourier, que más tarde serían el embrión de algunas
versiones del socialismo, como el socialismo evolucionista de Eduard Bernstein. Y,
tercero, de gran parte de los filósofos de la Ilustración, en especial de Montesquieu o
Rousseau en Francia y de Immanuel Kant en Alemania, que serían después
determinantes para el pensamiento de John Stuart Mill, ya bien entrado el siglo XIX.
Desde los siglos V y IV a.C. hasta los siglos XVIII y XIX, el republicanismo se ha
caracterizado siempre por la defensa de la libertad de todos los ciudadanos frente a los
abusos del poder político o de los demás ciudadanos, así como por un marcado
componente igualitario, y ambos aspectos lo vinculaban estrechamente con el ideal
democrático. Con la aparición del liberalismo enarbolando a partir del siglo XVII la
bandera de la libertad, en primer lugar, y del socialismo en el siglo XIX defendiendo la
causa de la igualdad, en segundo lugar, el republicanismo queda desplazado y
desaparece casi por completo hasta que en el último tercio del siglo XX vuelve a
encontrar su lugar, en parte por el supuesto agotamiento de las dos tradiciones
mencionadas, y en parte porque reivindica una interpretación diferente de ambos
valores. Veamos, entonces, qué es lo que caracteriza al republicanismo contemporáneo,
para comprender después cómo se configura la democracia republicana.
El republicanismo se ha caracterizado históricamente por la defensa del ideal de
libertad frente a cualquier tipo de dominación o forma tiránica o elitista de poder, que
se desarrolla en un ideal de igualdad política de todos los ciudadanos, y por la confianza
en que los hombres libres pueden ser también cívicamente virtuosos y defender así su
propia libertad de una manera democrática.7 Ya he dicho que se trata de una corriente de
7
Puede verse una síntesis y una radiografía del republicanismo contemporáneo en la
“Introducción” a Ovejero, Martí y Gargarella, 2004. Lo que expondré a continuación,
pensamiento heterogénea, que aglutina sensibilidades diversas. Pero todos los
republicanos aceptan, así sea con diferentes interpretaciones, estas tesis de la libertad
como no dominación, la igualdad política y las virtudes cívicas, como las defendieron
históricamente los autores ya mencionados. Y son tales tesis las que nos permitirán
distinguir el republicanismo de, al menos, algunos tipos de liberalismo. No obstante es
necesario comenzar advirtiendo que el republicanismo contemporáneo asume
mayoritariamente como propios algunos de los principios liberales clásicos como la
neutralidad estatal, la separación entre esfera pública y privada, las ideas del Estado de
Derecho y la separación de poderes, etc. 8 Algunos incluso han considerado el
republicanismo como una vía intermedia entre liberalismo y comunitarismo, 9 capaz de
superar el debate que enfrentó a estas dos concepciones en la década de los ochenta y
comienzos de los noventa, y en consecuencia ofreciendo una línea de propuestas que la
mayoría de liberales y algunos republicanos podrían asumir fácilmente. 10 Pero veamos
en qué podría mantenerse la diferencia actual entre una y otra corriente.
Comencemos por la teoría republicana de la libertad.11 Frente a la idea liberal de la
libertad negativa,12 los republicanos han opuesto una concepción más densa que ha
recibido diversas denominaciones: “libertad neo-romana”, en expresión de Skinner;

sin embargo, está extraído de Martí, 2006a: cáp. 6.


8
Véase, por ejemplo, Pettit, 1997 y sus propuestas en este sentido.
9
Así lo ha hecho, por ejemplo, Jürgen Habermas, aunque no utilice el término
republicanismo para referirse a su posición intermedia, sino justamente para designar a
la comunitarista o a versiones republicanas más radicales como la de Rousseau. Véase
Habermas, 1992a: 363-406; y 1996.
10
Efectivamente, autores como Sandel o Taylor, vinculados antes al comunitarismo, son
reivindicados ahora como autores republicanos. E incluso la tesis que en principio
debería resultar más molesta a un liberal, la de las virtudes públicas, puede encontrar
acomodo perfectamente en autores que nadie dudaría que forman parte del liberalismo.
Véase Rawls, 1971: 125, 155-159, 293-301 y 496-505, y 1993: 122 y 194, con su idea
del sentido mínimo de la justicia y los deberes de tolerancia y respeto mutuo; Macedo,
1990, que directamente se refiere a las virtudes liberales, o Galston, 1991.
11
Véase, para este punto, Skinner, 1984, 1986, 1990, 1992 y 1998, y Pettit, 1997,
especialmente: 46-63; también, Taylor, 1985; Habermas, 1992a; Pettit, 1996 y Patten,
1996. Un estudio más profundo, que abarca incluso los aspectos psicológicos de la
libertad, en Pettit, 2001.
“libertad como no dominación”, en términos de Pettit; o “autonomía plena”, conjunción
de autonomía privada y de autonomía pública, bajo la mirada de Habermas. 13 Contra la
noción de libertad negativa que persigue “el mayor grado de no interferencia compatible
con el mínimo de requisitos necesarios para la vida social”, 14 los republicanos afirman
que no toda interferencia en nuestros cursos de acción implica una injerencia en nuestra
libertad y está injustificada, ni toda violación de nuestra libertad implica una
interferencia por parte de otros. El elemento clave de la libertad republicana no es la
ausencia de interferencias, sino la ausencia de dominación o dependencia.15 Una
situación de dominación sería aquella en donde alguien “puede interferir de manera

12
Sobre la noción de libertad negativa y su contraste con la libertad positiva, véase
Berlin, 1968. Esta distinción coincide, según los propios republicanos, con la que hizo
Constant entre la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. Véase “De la
libertad de los antiguos comparada con la de los modernos” [1819] en Constant, 1989:
257-285; Spitz, 1995 y Pettit, 1997: 36. Aunque la explicación de Berlin es mucho más
clara en lo que respecta a la libertad negativa, se oscurece significativamente en lo que
se refiere a la positiva. Resulta ciertamente mucho más iluminadora, en este punto, la
presentación de Constant. Por otra parte, que la libertad republicana se oponga a la
libertad negativa (liberal) no implica que se identifique con la libertad positiva. Los
republicanos, igual que los liberales, rechazan el paternalismo y el perfeccionismo
implícitos en dicha versión positiva de la libertad. Por otra parte, la afirmación de que
todos los liberales adoptan una noción negativa de la libertad es bastante dudosa. La
noción estricta de libertad en sentido negativo puede ser atribuida sin lugar a dudas a
liberales conservadores o libertarianos como Robert Nozick, pero no está claro que
pueda predicarse de los liberales igualitarios como John Rawls o Ronald Dworkin. Para
un análisis de la concepción liberal de la libertad, véase Ovejero, 2002, especialmente
pp. 69-93.
13
Véase, respectivamente, Skinner, 1998; Pettit, 1997 y Habermas, 1992a y 2001.
14
Skinner, 1992: 106.
15
Véase Skinner, 1990: 301-303; y 1992; Patten, 1996: 28-29; Pettit, 1997: 40-51. Una
estrategia similar y muy anterior a la de estos republicanos, en Macpherson, 1973,
especialmente, pp. 117-119. La dominación está desvinculada conceptualmente de la
interferencia. Puede haber interferencia sin dominación o dominación sin interferencia.
arbitraria en las elecciones de la parte dominada: puede interferir, en particular, a partir
de un interés o una opinión no necesariamente compartidos por la persona afectada”.16
Ahora, como advierte Skinner, “cualquier concepción de lo que significa para un
ciudadano disponer o perder la libertad debe partir de lo que se considere que significa
para una sociedad civil ser libre”. 17 Por eso los conceptos de sociedad libre, gobierno
libre o república libre son centrales para definir el valor que se otorga a la libertad
individual desde el republicanismo. Un Estado libre es aquel que se autogobierna, es
decir, que no está sujeto a coacciones y que se rige por su propia voluntad, entendiendo
por tal la voluntad general de todos los miembros de la comunidad. 18 En este marco, es
condición necesaria para el mantenimiento de la vida libre que los ciudadanos sean
políticamente activos y que actúen comprometidos con la suerte de su comunidad, para
defenderla de las amenazas externas y, sobre todo, para evitar que unos pocos acumulen
un poder político excesivo que termine redundando en dominación política. Sólo si los
ciudadanos tienen la posibilidad de participar directamente en su propio autogobierno,
de una manera que vaya más allá de los mecanismos de participación política de las

16
Véase Pettit, 1997: 41. La cursiva es mía. Pettit ilustra esta situación con el ejemplo
del amo benevolente y el esclavo. El hecho de que un amo sea benevolente y decida no
interferir en los cursos de acción de su esclavo, no hace al esclavo más libre. O
buscando un ejemplo más actual. Supongamos un matrimonio musulmán que vive en un
Estado islámico integrista en el que los derechos de las mujeres están fuertemente
limitados, y en el caso de que estén casadas, las somete a la voluntad, al arbitrio, de su
marido. Supongamos también que el marido es benevolente y “permite” a su mujer
desarrollar los cursos de acción que ésta elija. El hecho de que el marido no interfiera en
los planes de vida de su mujer no convierte a ésta en libre, como se desprendería de una
noción negativa de libertad. El contexto social y la estructura jurídico-institucional en la
que se encuentran sitúan al marido en una posición dominante respecto a su mujer, es
decir, le conceden el poder de decidir si interfiere o no en los cursos de acción de dicha
mujer, así que no es realmente libre. Por otra parte, cualquier norma jurídica invade mis
cursos de acción e implica, por lo tanto, interferencia, pero no necesariamente una
injerencia en mi libertad.
17
Véase Skinner, 1998: 23.
18
Véase Skinner, 1984: 301 y Patten, 1996: 28.
democracias representativas liberales,19 será posible articular un sistema que prevenga la
dominación y respete la autonomía en todos los niveles.20
Ahora bien, la libertad republicana tiene un marcado carácter igualitario. Si a los
republicanos les preocupa la dominación es porque tratan de evitar que algunos
ciudadanos “sean más libres que otros”. Esto es, si les preocupa la dominación política
es porque asumen un compromiso estricto con la igualdad política. Su intento es
“preservar los beneficios de lo que se considera vida civilizada, y remediar, al mismo
tiempo, los males que ella ha originado”.21 Más allá de la evaluación concreta sobre las
desigualdades en términos de justicia distributiva, el republicanismo sólo concibe un
modelo de sociedad donde los ciudadanos puedan ejercer sus libertades en un contexto
de máxima igualdad política.22 Si el ejercicio de la autonomía pública o política es tan
importante, no pueden tolerarse, bajo ningún punto de vista, las desigualdades de poder.
19
Según Pocock, por ejemplo, la democracia liberal se identifica con una concepción
mixta que reúne rasgos del modelo de la democracia como mercado y del modelo
pluralista de la democracia, pero la democracia (republicana) no debe reducirse a una
mera confrontación entre grupos y a una mera agregación de preferencias (Pocock,
1981: 71; y, en este mismo sentido, Dagger, 1997: 105). En opinión de Sunstein, el
hecho de que la visión liberal pluralista “se muestre indiferente ante las preferencias”
nos permite suponer que “dicho sistema generará resultados inaceptables” (Sunstein,
1988: 143; véase, también Sunstein, 1984, 1985, 1991 y 1993). Para paliar esto es
necesario que la sociedad democrática pueda separar las “buenas” preferencias de las
“malas”, y corregir estas últimas, y el único modo de hacerlo es instaurando procesos de
deliberación pública que permitan la racionalización de tales preferencias. En
conclusión, si la democracia liberal se identifica con los modelos pluralistas o de
mercado, y deberíamos agregar con una concepción elitista de la democracia
deliberativa, la democracia republicana presenta en cambio una perspectiva no elitista
de esta última.
20
La opinión más contundente en este punto es la de Habermas, quien afirma que no
puede respetarse el ideal de autonomía plena si no se permite el ejercicio de la
autonomía pública tanto como el de la privada. Justamente en esto consiste, según él, el
error del liberalismo: en privilegiar injustificadamente la autonomía privada. Véase
Habermas, 1988, 1992a: 363-406; 1994, 1995, 1996 y 2001.
21
“Justicia agraria”, en Paine, 1990: 101.
22
Véase Pitkin y Shumer, 1982: 44 y Michelman, 1986: 33, 40-41.
De modo que otro de los principios básicos del republicanismo es el de igualdad
de influencia política efectiva, según el cual debe garantizarse que todos los ciudadanos
dispongan de igual capacidad de determinar las decisiones políticas, porque en caso
contrario algunos ciudadanos estarían en una situación de dominación, siquiera parcial.
Si la máxima dignidad del individuo republicano es la que adquiere en tanto que
ciudadano de la república cuando ejerce su libertad, y parte de ello tiene que ver con el
desarrollo de sus virtudes públicas, como veremos más adelante, la igual consideración
y respeto que se asocia de manera general con el valor de la dignidad se plasma aquí en
un principio más concreto de igual consideración y respeto político. Decir que en la
república los ciudadanos son libres equivale a afirmar que “todos ellos pueden mirarse
directamente a los ojos” (que están a la misma altura), que poseen una igual dignidad
política.23
Por estas razones, los republicanos recuperan críticamente el legado de Rousseau,
y con él, evalúan negativamente a los gobiernos que no son producto de la “voluntad
general”, ni están al servicio de ella. La participación activa e igual aparece como el
único medio adecuado para lograr el fin común de consolidar una sociedad libre. 24 En
definitiva, las libertades políticas acaban convirtiéndose en condición del ejercicio de
las demás libertades individuales, algo así como “el derecho entre los derechos”. 25 Los
ciudadanos libres deben tener idealmente garantizada la posibilidad de participar en la
toma de decisiones que afectan a todos o, en su defecto, y como mínimo, la posibilidad
23
Una consideración ulterior sobre el principio de igualdad es que una condición
necesaria del disfrute de dicha igualdad política básica es el control de las desigualdades
socioeconómicas en general, puesto que una estructura social que permite grandes
desigualdades en este terreno es incapaz, por razones empíricas, de asegurar una
correcta igualdad política. Esto da lugar a lo que algunos autores denominan economía
política republicana. Véase “Introducción” a Ovejero, Martí y Gargarella, 2004.
24
También para Sandel la democracia robusta, republicana, se opone fundamentalmente
a la noción de democracia “procedimental”, avalada por buena parte de la teoría liberal.
Esta idea democrática republicana consiste fundamentalmente en “la provisión de una
estructura de derechos que respetan a las personas como seres libres e independientes,
capaces de escoger sus propios valores y fines”. Véase Sandel, 1996: 4.
25
La expresión es de Waldron, que fundamenta mejor que nadie esta idea, aunque él
probablemente se sentiría incómodo con la etiqueta republicana. Véase Waldron, 1999:
cap. XI.
de discrepar, discutir y “disputar” las decisiones tomadas por sus representantes,
obligándolos a cambiarlas si lo creen necesario.26
En consecuencia, para poder ejercer sus deberes y responsabilidades como
ciudadanos en la toma de decisiones políticas, o en la determinación de la relación de
representación con los miembros de las estructuras de gobierno, es necesario contar con
el diseño institucional básico de la democracia deliberativa.27 La democracia
deliberativa es un modelo ideal de democracia, esto es, un modelo normativo de la
misma.28 Según el ideal, las decisiones políticas, para ser legítimas, tienen que ser el
resultado de un proceso colectivo y público de argumentación, esto es, de un
intercambio de argumentos y razones en favor y en contra de las propuestas presentadas
con el objetivo de convencer racionalmente a los demás, en lugar de intentar imponer
estratégicamente las propias preferencias o deseos mediante una negociación o de
someter la decisión a la simple agregación de las preferencias de cada uno mediante el
voto.29 Como ideal democrático, la democracia deliberativa reclama el derecho de
participación (directa o indirecta) de todos los ciudadanos potencialmente afectados por
cada decisión, y les reconoce una igual capacidad de influencia política en la

26
Véase, Pettit, 1997: 240-248. Esto da lugar a un modelo de democracia contestataria
basada en la idea de disputabilidad, que es una condición mínima de la república. Otros
republicanos no se sentirían cómodos con una concepción tan débil de la democracia
participativa y exigirían mayores espacios de participación política para la ciudadanía.
27
Entre los republicanos que han trazado la conexión entre republicanismo y democracia
deliberativa, véase Sandel, 1984, 1996 y, 1997; Michelman, 1986 y, 1988; Cohen y
Rogers, 1992: 25-34; Sunstein, 1993: cap. 1 y pp. 133-145; Estlund, 1993: 1.439; Pettit,
1997: 244-248 y 313-348.
28
La democracia deliberativa es uno de los modelos democráticos de moda y han sido
centenares los trabajos que en las últimas tres décadas han desarrollado o discutido sus
presupuestos teóricos. Véanse, como panoramas generales de esta discusión, las
siguientes referencias: Gutmann y Thompson, 1996 y 2004; Bohman, 1996 y 1998;
Bohman y Rehg, 1997; Elster, 1998; Macedo, 1999; Fishkin y Laslett, 2003; y Besson y
Martí, 2006. Puede verse mi propia reconstrucción con bastante profundidad del
modelo, en Martí, 2006a.
29
Sobre la distinción entre argumentación o deliberación, y negociación y voto, véase
Elster, 1995: 239, y 1998: 5-8; Manin, 1987: 352-353 y Cohen, 1989a: 21.
determinación de la decisión final.30 Como ideal deliberativo, la democracia deliberativa
propone instaurar procedimientos de deliberación pública, tanto institucionalizados
como no institucionalizados o informales, que permitan a la ciudadanía participar
activamente en la discusión racional de las diversas políticas alternativas que pueden ser
emprendidas.31
Ahora, sólo participando en procedimientos deliberativos se puede articular un
sistema que permita a todos el ejercicio de su autonomía pública compatible con la
necesidad de contar con órganos representativos. Pero si la democracia deliberativa
participativa es condición necesaria del ejercicio y respeto de la libertad republicana,
para que dicha democracia funcione, para que haya alguien que ocupe los foros de
participación, es necesario contar con una ciudadanía activa y con un “fuerte
sentimiento de virtud cívica”,32 y un compromiso con la idea de bien común, una
sociedad civil activa y dinámica que participe en una esfera pública permeable y abierta
a todos.33 Y de este modo llegamos al último rasgo central de la tradición republicana: la
defensa de la idea de virtud cívica o pública y de una esfera pública fuerte y dinámica.
La crítica republicana a la concepción liberal de la libertad viene acompañada del
cuestionamiento de la relación Estado-ciudadanía. Según la visión clásica liberal, el
principio de neutralidad impide al Estado cualquier injerencia en las elecciones vitales y
los planes de vida de sus miembros, incluidos los relativos a la participación política y
al interés que sienten por los asuntos públicos. En este sentido, el gobierno liberal debe
estar preparado para actuar con una ciudadanía pasiva política y cívicamente, que se
atrinchera en su vida privada. Para el republicanismo, en cambio, la relación entre el
Estado y los ciudadanos, tanto como la de éstos entre sí, resulta mucho más compleja.
El ciudadano republicano, junto a sus derechos de libertad, tiene estrictos deberes de

30
Véase, Cohen, 1989b; Dryzek, 1990 y 2000; Bohman, 1996: cap. 3, y 1998;
Christiano, 1996; Brighouse, 1996 y Gutmann y Thompson, 1996: cap. 8, y 2004.
31
Véase, por ejemplo, Manin, 1987: 353; Cohen, 1989a: 17 y Sunstein, 1993: 162.
32
Skinner, 1990: 301-303, y 1992.
33
Véase, especialmente Habermas, 1992a: 407-468, y 1992b. Su defensa de este
concepto de autonomía plena, que acentúa el valor de la participación política en
oposición al liberalismo, su teoría de la democracia y sus propuestas sobre la esfera
pública y la ciudadanía comprometida, lo sitúan bajo la bandera del republicanismo
contemporáneo, a pesar de su explícito rechazo.
compromiso con el bien común y con la salud democrática de su comunidad, lo que le
obliga a desarrollar determinadas virtudes relativas a su vida pública.34
Dichas virtudes son, según Skinner,

[…] las capacidades que nos permiten por voluntad propia servir al bien común, y de este
modo defender la libertad de nuestra comunidad para, en consecuencia, asegurar el camino hacia
la grandeza así como nuestra propia libertad individual.35

Es decir, se trata de generar y promover una ciudadanía que se interese por la res
publica (por los asuntos públicos), que lo haga con motivaciones imparciales y que esté
comprometida con el bien común, que esté dispuesta a invertir tiempo y esfuerzos en la
dirección de la política de su comunidad (o en la vigilancia y el control de la misma),
que respete el pluralismo de su sociedad (las opiniones y preferencias de los demás)
dentro de un marco de obediencia y adhesión a las leyes y principios políticos
sustantivos propios de su república, y en definitiva que adopte como máxima en su vida
pública un escrupuloso respeto por la libertad republicana y por la igual dignidad
política de todos sus conciudadanos. Virtudes que aseguren, en palabras de Pettit, mayor
obediencia y respeto a las leyes republicanas, mayor sensibilidad democrática a los
intereses de todos en juego, y un control político adecuado sobre la acción de gobierno
de los representantes.36 Los ciudadanos y sus representantes no deben preguntarse sólo
“qué les conviene, cuáles son sus propios intereses, sino también cuál será la mejor
forma de beneficiar a la comunidad en general”.37

34
Un panorama de los estudios actuales sobre la virtud puede verse en Paul, Miller y
Paul, 1998 y 1999, y en Chapman y Galston, 1992. Con especial vinculación al
republicanismo, Dagger, 1997. Sobre su influencia concreta en los procesos
democráticos, Brennan y Hamlin, 2000. Para una reconstrucción de un modelo
democrático deliberativo participativo diferenciado en la idea de virtud, Ovejero, 2002:
cáp. 3.
35
Skinner, 1986: 106. En un sentido similar, véase Sunstein, 1988: 153 y Pettit, 1989:
162, y 1997: 326.
36
Pettit, 1999: 319-325.
37
Sunstein, 1988: 153. “Más allá del resurgimiento republicano”, en Ovejero, Martí y
Gargarella, 2004: 137-190, por la que se cita.
Ahora bien, la exigencia de virtudes cívicas a la ciudadanía no hace que el
republicanismo se convierta en una posición perfeccionista que sacrifique el principio
de neutralidad. La república sólo puede incentivar la participación y las motivaciones
públicas, sin inmiscuirse nunca en los planes de vida, en las creencias particulares y en
las acciones privadas de sus ciudadanos. La forma de incentivar dicha participación y
desarrollar la cultura democrática de la ciudadanía, recuperando el ideal ilustrado de
John Stuart Mill, pasa fundamentalmente por una correcta educación cívica. 38 Pero
también se deben potenciar estas virtudes a través de las prácticas y costumbres
cotidianas, así como de los propios procedimientos de participación deliberativa. 39 Y
todo ello depende de lograr lo que muchos autores denominan fortalecimiento de la
esfera pública, esto es, de garantizar que existan suficientes (en número y calidad)
espacios (físicos y virtuales) en los que la ciudadanía pueda expresar sus opiniones y
preferencias públicas o políticas, debatir acerca de ellas, discutir sobre las acciones de
gobierno o el comportamiento de sus representantes, formular los sueños de futuro,
etc.40
En conclusión, los rasgos fundamentales de la tradición republicana son la defensa
del valor de la libertad, en una comprensión de la misma que difiere al menos de aquella
38
Véase Pettit, 1989: 159-164.
39
El proceso deliberativo puede contribuir al establecimiento o fortalecimiento de lazos
entre personas que, de otro modo, no tendrían la posibilidad de encontrarse; favorece
que los ciudadanos se sientan comprometidos con las decisiones en las que participan al
sentirlas suyas, lo que a su vez promueve la estabilidad y la eficacia de las decisiones
políticas, y genera en los ciudadanos que participan el reconocimiento de la importancia
de escuchar a otros y de ser escuchados, así como el valor de la participación en la vida
pública guiada por el interés común y la imparcialidad. Véase Davis, 1964; Pateman,
1970: 42; Hirschman, 1970; Macpherson, 1977: cáp. V; Michelman, 1986: 19; Manin,
1987: 354 y 363; Mansbridge, 1992: 36; Bachrach y Botwinick, 1992: 29; Cohen y
Sabel, 1997: 320; Cohen, 1998: 186-187; Elster, 1998: 11 y Ovejero, 2002: 186. Y los
estudios empíricos parecen demostrar esta tesis. Véanse Fung y Wright, 2001: 27-29 y
52 y Fung, 2004.
40
Son espacios que pueden ir desde un bar o unos bancos en una plaza hasta un blog en
Internet, un espacio de opinión en la prensa o un debate televisado. El primer autor en
centrar su interés en la esfera pública fue Habermas (1962; véase también 1981, 1992a y
1992b).
defendida por el liberalismo clásico, la vinculación de esta idea de libertad a una
concepción robusta, participativa y deliberativa de la democracia, que acentúe el valor
de la igualdad política entre los ciudadanos, y la reivindicación del papel de la virtud
cívica como motor del autogobierno de la república y del fortalecimiento de la esfera
pública como espacio para la participación por excelencia. Por ello, la democracia
republicana debe proteger ampliamente esta concepción ambiciosa de la libertad, debe
incentivar los mecanismos de participación y deliberación, así como promover las
actitudes cívicas de sus ciudadanos. La democracia republicana, en definitiva, debe ser
participativa y deliberativa. Ahora bien, no debemos confundir unos modelos con otros,
puesto que no toda democracia deliberativa es necesariamente participativa ni tampoco
republicana, ni toda democracia participativa es deliberativa ni republicana. Como
hemos visto, la democracia republicana debe ser deliberativa porque ésta es la forma
más coherente de honrar el principio de libertad republicana, pero de ahí no se sigue que
toda democracia deliberativa deba estar fundamentada en los valores centrales del
republicanismo.
En conclusión, éstos son someramente los principios de la democracia
republicana, de lo que podríamos denominar una república deliberativa. Por supuesto
que cada uno de ellos merecería una atención mucho más profunda de la que yo he
podido brindar aquí. Falta mucho camino por recorrer aún, por ejemplo, con respecto a
los diseños institucionales concretos que podrían derivarse de estos principios generales
o acerca de en qué medida tales principios no podrían ser aceptados por algunos
liberales igualitarios, como Rawls. Sólo espero que lo dicho hasta aquí contribuya en
algo a esclarecer estas otras preguntas. Estamos ante un modelo de democracia que, si
bien no es en absoluto novedoso en la historia del pensamiento, está resurgiendo con
una nueva cara, con una fuerte disposición a resolver los nuevos retos políticos del siglo
XXI. Por lo tanto, se trata de un modelo que descubrimos, que construimos, a la vez que
discutimos acerca de él.

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