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SECUNDA PARTE

Límites borrosos
Rebeldes y criminales
Una crítica a la tradicional distinción
entre el delito político y el delito común
Mauricio Rubio

LAS TEORÍAS Y SUS LIMITACIONES

T r a d i c i o n a l m e n t e , e n el país se h a h e c h o u n esfuerzo p o r diferen-


ciar a los l e v a n t a d o s e n a r m a s —en p a r t i c u l a r a los g r u p o s g u e r r i -
lleros— d e los d e l i n c u e n t e s c o m u n e s . N o s o n escasos q u i e n e s , e n el
o t r o e x t r e m o , b u s c a n criminalizar c u a l q u i e r a c t u a c i ó n d e las orga-
n i z a c i o n e s a r m a d a s , d e s c o n o c i e n d o p o r c o m p l e t o sus objetivos p o -
líticos.
En t é r m i n o s d e esta distinción e n t r e el delito político y el co-
m ú n es c o n v e n i e n t e referirse a d o s niveles. Está e n p r i m e r lugar la
instancia explicativa o positiva. A este nivel h a sido c o r r i e n t e p o s t u -
lar q u e los d e l i n c u e n t e s políticos se diferencian d e leas c o m u n e s , n o
n e c e s a r i a m e n t e e n sus acciones, sino b á s i c a m e n t e e n sus intencio-
nes. Se c o n s i d e r a crue los s e g u n d o s están m o t i v a d o s p o r la satisfac-
ción m o n e t a r i a d e intereses p e r s o n a l e s . A los s e g u n d o s se les re-
c o n o c e u n a m o t i v a c i ó n social y altruista. O t r a tipificación del de-
l i n c u e n t e político, m á s c o n t r a s t a b l e , es la del bandido social, sugeri-
d a p o r H o b s b a w m ( 1 9 6 5 , 1991). Se trata del i n d i v i d u o , d e extrac-
ción p o p u l a r , q u e se rebela c o n t r a el s o b e r a n o injusto y q u e c u e n t a
con u n a m p l i o a p o y o e n t r e las clases c a m p e s i n a s . " La t e r c e r a carac-

Economista. Trabaja actualmente en el Centro de Estudios de Desarrollo


Económico, Cede, y el Programa de Estudios sobre Seguridad, Justicia y Vio-
lencia, Paz Pública, de la Universidad de los Andes. Sus áreas de interés inclti-
cen el impacto de la violencia, el sistema penal colombiano y la economía del
crimen.
Iván Orozco (1992) retoma la idea del penalista alemán de principios de si-
glo Gustav Radruch, del delincuente por convicción, ejue se diferencia del delin-
cuente común en ejue, mientras este último «reconoce la norma que infringe,
el delincuente por convicción la combate en nombre de una norma superior».
Orozco (1992) p. 37.
Hobsbawm distingue tres subeategorfas de bandidos sociales: el tipo Rohin
(continúa en la página siguiente)

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terización sería la del partisano, de Cari Schmitt; que presenta cua-


tro rasgos distintivos: el ser un combatiente irregular, el responder
a una h u n d a adhesión política, el tener una acentuada movilidad y,
de nuevo, el tener un carácter telúrico, o sea una «íntima relación
con una población y un territorio determinados».
En un segundo nivel, el normativo o de recomendaciones de ac-
ción pública, la pertinencia de la distinción radica en la sugerencia
de ejue sólo el delincuente político debe ser penalizado y que al re-
belde se le debe dar un tratamiento privilegiado: con él se debe
buscar, ante todo, la negociación.'' Por distintas razones, se consi-
dera que la penalización de las acciones de los rebeldes es, no sólo
inoperante,' sino que puede llegar a ser contraproducente.'
La recomendación de una salida negociada con los delincuentes
políticos está por lo general basada en dos premisas. La primera es

Hood, al cual «se le atribuyen todos los valores morales positivos del pueblo y
todas sus modestas aspiraciones»; el Cangaceiro del Brasil, «que expresa sobre
todo la capacidad de la gente del pueble}, gente humilde, de atemorizar a los
más poderosos: es justiciero y vengador» y el tipo Haidukes de Turquía que
representa «un elemento permanente de resistencia campesina contra los se-
ñores y el Estado». Hobsbawm (1991) p. 63.
3
Ver Pizarro (1996).
4
Ibid, p. 42.
«Las formas dominantes de la violencia urbana en Colombia no son nego-
ciables, come) sí lo es aquella generada por confrontaciones de aparatos ar-
mados en pugna por el control del Estado o el cambio del régimen político
vigente en Colombia». Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995) p. 71.
«Lo que permite el diálogo es la consideración de delincuentes políticos que
se les da a quienes se levantan en armas contra la nacieín en procura de obje-
tivos sociales y políticos. Eso establece un tipo de delincuente que es aquel
con el cual, en determinadas circunstancias [...] resulta viable conversar, nego-
ciar y llegar a acuerdos». Entrevista con He)racier Serpa, Conséjele) de Paz, L\
PRENSA, 16 de Febrero de 1992. Ver también Orozco (1992) p. 19.
En las líneas del pensamiento de Radbruelr, Orozcej opina que «tanto la fun-
ción de castigar, como la de reeducar y arín la ele amedrentar están fuera de
lugar respecto de un hombre que no tiene conciencia de culpa v e]tie no es
susceptible, por elle), ni de arrependimiento ni de reeducacie'm, y acaso de
amedrentamiento». Orozco (1992) p. 37.
«En lo que atañe a la función general preventiva dice el jurista alemán
[Radbruch] que tal frmeitín se deforma, en el caso del delincuente por convic-
ción, hasta el punto ele que antes que amedrentamiento, produce mártires».
Orozco (1992) p. 37.

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Rebeldes y criminales

que se trata, efectivamente, de bandidos sociales que cuentan con


unos objetivos altruistas, una amplia base popular y constituyen, en
últimas, una manifestación adicional de las protestas y las luchas
ciudadanas.' La segunda, más específica para el país, es que se ha
llegado a una situacic'm de virtual empate entre las fuerzas regula-
res y los rebeldes que hace imposible el sometimiento de estos úl-
timos por la vía de la confrontación armada.
Una última consideración que abarca ambos niveles tiene que
ver con la naturaleza de actores colectivos de los rebeldes.
Son varios los comentarios que, en el plano conceptual, suscita
esta diferenciación que persiste en el país entre el rebelde y el de-
lincuente. Está en primer lugar la escasa importancia que en este
tipo de análisis se le da a la llamada criminalidad común. El trabajo
teórico más comprehensivo sobre el tema, el de Orozco (1992), se
concentra en la cuestie'm de si determinados actos de los rebeldes
deben ser criminalizados o no, pero evita la discusie'm, pertinente
para el país, de la participacieSn de los alzados en armas en actos
puramente delictivos. Así, no se considera en dicho análisis la po-
sibilidad de un rebelde que, amparado en tal situaciém, cometa
otro tipo de crímenes. ' El problema de las inlerrclacioncs entre

Este supuesto es crítico para la consideración ele la ineficacia de la penaliza-


cieín aplicada a los rebeldes: «Poi le> menos en épocas de cambio, es decir, de
falta de consenso se)dal en torne) a los valores fundamentales que deben in-
formar el orden sociopolítico, el escalamiento de la criminalización del ene-
migo interior produce el cfecte) jurídicamente perverse) de heroizarlo, de ele-
varlo en su dignidad v prestigie) social». Ibid. pp. 37-38.
9
«La búsqueda en Colombia de cualquiera de [las] opciones fundadas en una
salida militar tendría tal coste) nacional que sem simplemente impensables».
Comisión de Estudie)s sobre la Violencia (1995) p. 51.
«La confrontación entre el Estado y las guerrillas [...] no puede ser pensada
sensatamente sint) como una lucha entre actores colectivos». Orozco (1992).
En forma tangencial en dicho trabaje) apenas se menciona la dificultad de
clasificar los asaltos a entidades y los actos de piratería terrestre. No aparece la
discusión, que une) esperaría, del problema del secuestro de civiles. Poce) con-
vincente es la racionalización ofrecida de que actuaciones como la vacuna y el
be)leteo pexlrían llegar a considerarse —baje) la lógica de la guerra en la que se
te)inan las bienes del enemigo— como impuestos. Ibid. p. 86.
I9
Una aproximacie'm tan rígida equivaldría, en otro plano, a no reconocer la
posibilidad de corrupción, o de violación de los derechos humanos, pe)r parte
de los funcionarios de las agencias de seguridad del Estado. En uno y otro ca-
se), parece inadecuado no considerar en forma explícita el problema de los in-
dividuos que, respaldack)s petr su situación armada, cem la autoridad y el po-
(conlinúa en la página siguiente)

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los rebeldes y los delincuentes comunes, organizados o no, tampoco


ha recibido en estos trabajos la atención que amerita.
Un segundo aspecto —que dificulta una aproximación empírica
al problema— es el de la aceptacie'm de las intenciones como elemen-
to clave de la diferenciación entre el delito político y el delito co-
mún. La convicción de un delincuente, las intenciones altruistas de
cierto individuo o el ánimo egoísta de otro pueden tener sentido en
el marco de un juicio para valorar una conducta individual, pero
son a nivel social cuestiones casi bizantinas.
El tercer punto que conviene comentar es el del supuesto, gene-
ralmente implícito, de que los organismos de seguridad del Estado
y el sistema penal de justicia funcionan, de manera represiva, al
servicio del establecimiento y en contra de las clases obreras o
campesinas. Normalmente se descarta la posibilidad de que los po-
licías o los militares puedan estar del lado de los principios demo-
cráticos, o de las clases peapulares, o ejue, corruptos o atemoriza-
dos favorezcan uno c m'^reses distintos a !o c ^° 'lase caoitalista
Por el contrario, los actos criminales de los miembros de las fuer-
zas armadas son no seSlo concebibles sino ejue, además, parecen ser
inevitables y se señalan come;) una de las causas de la agudizacic'm
del conflicto. La noción de que la violencia oficial contra los secto-
res oprimidos es una condición inherente al capitalismo y que los
ejecutores de esa violencia son los organismos de seguridad del Es-
tado es tal vez uno de los principales prejuicios —supuestos ejue se
hacen sin ningún tipo de reserva o calificacieSn— de los análisis de
corte marxista y una de las nociones que más ha dificultado la

der de intimidación que esto conlleva, puedan apartarse de los objetivos que
manifiestan tener las organizaciones a las que pertenecen.
l9>
Fin análisis muy completo de las cemtplejas interreladones que en la época
de La Violencia se dieron entre las guerrillas liberales, las bandas armadas co-
me) los pájaros y los chulavilas al servicio de la clase política y del Estado, los
movimientos campesinos de autodefensa y los llamados bandoleros se encuen-
tra en Sánchez y Meertens (1994). Para la épe)ca actual probablemente los me-
jores esfuerzos por describir ese continuo entre lo político y lo criminal en las
actuacit)ncs de los grupt)s armados son los trabajos realizados para Medellín
: por la Corporación Región.
«Estamos insertos en el sistema capitalista, por naturaleza violento, va que
uno de sus fines inherentes consiste en imponer y mantener la relación social
de dominación de unas naciones por otras v de unas clases sociales por otras».
Guzmán (1991) p. 59.

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Rebeldes y criminales

adopción de políticas en materia de orden público en Colombia.


Es sorprendente el escaso esfuerzo investigativo que se le ha dedi-
cado en el país a la verificación de estos planteamientos. ' Algunas
encuestas recientes revelan que la realidad colemibiana no encaja
muy bien dentro de los estereotipos de la violencia oficial.
Desde el p u n t o de vista de lo que podría llamarse la filosofía de
la penalización, la sugerencia de la negociación como única alter-
nativa para enfrentar el delito político desconoce una funcic'm del
encarcelamiento que alguna literatura considera fundamental: la
de inhabilitar al infractor, o sea mantenerlo bajo supervisicSn de tal
manera que no pueda seguir atentando contra los derechos de ter-
ceros. ' Por otro lado, esa recomendacicSn presupone una visión

Es por ejemplo un punto que, sin mayor discusión ni evidencia empírica, se


da por descontado en todas las discusiones sobre el otorgamiento de faculta-
des de policía judicial al ejército.
Cuando la justicia penal aclara menos del 5% de los homicidios ejue se co-
meten une) se sorprende al enterarse c|ue ciertas ONG manifiesten en sus in-
formes ser capaces de identificar a los autores de la violencia, (ver por ejem-
plo los trabajos citados en Ncmogá [ 1996J). Parecería que para probar la auto-
ría de un incidente basta con que este encaje en alguno de los guie)nes pre-
establecidos. Sorprende además la asimetría del argumento que tiende a con-
siderar como ilegítimas, o abiertamente criminales, las actuaciones de las or-
ganizaciones armadas que defienden unos intereses y simultáneamente tiende
a legitimar las de los grupos armados que defienden otros intereses. Lo que
este prejuicio refleja es la naturaleza esencialmente normativa de tales análisis
que parten ele la premisa de eme une)s intereses son menos legítimos que
otros.
Sin desconocer la relevancia del problema de violación de los derechos
humanos relevante para el país, algunos datos muestran que en Colombia no
es despreciable el porcentaje de hogares pobres que se sienten protegidos por
la Policía o por las Fttcrzas Armadas. Además, parece ser mayor la desconfian-
za hacia los e)rganisme)s ele seguridad del Estado en los estratos de altos ingre-
sos. La incidencia ele atat|ues criminales con autoridades involucradas reporta-
dos por los hogares parece aumentar con el ingreso. Pe>r t)tro lado, tanto los
guerrilleros come) los paramilitares se perciben como un factor de inseguri-
dad, aún en los estratos bajos. Tanto la consideración de la guerrilla como la
principal amenaza como el acuerde) con las ae-ciernes revolucionarias, o con la
afirmación de que la principal prioridad del país en los próxime)s años es la
lucha antiguerrillera no parecen depender del nivel económico de los hogares.
Por el contrario, el porcentaje de hogares que se manifiestan de acuerdo con el
statu-quo es casi 2.5 veces superior en el nivel con más baje)s ingresen que en el
de mayores ingresos. Ver CuÉLLAR, María Mercedes (1997). Valores, institucio-
nes y capital social. Resultados preliminares publicados en la Revista ES-
TRATEGIA No. 268.
Ver por ejemplt) Tanrv y F'arrington (1995), p. 249.
Mauricio Rubio

del sistema penal preocupada exclusivamente por los derechos del


infractor. ' No hay una consideración de los derechos de las vícti-
mas ni de los costos económicos y sociales del delito político.
También se descarta la eventual función ejemplarizante sobre los
infractores potenciales, políticos o comunes. El argumento de la
ineficacia de la penalización con los alzados en armas podría ser vá-
lido para los individuos que ya tomaron la decisión de rebelarse
pero no tiene por qué generalizarse a quienes se encuentran en
una situación de riesgo, a los rebeldes o criminales en potencia.
Un aspecto teórico fundamental que subyace en el diagnóstico
corriente del conflicto armado colombiano, y en la discusión de sus
soluciones, es el de la relevancia de los actores colectivos versus la de
los agentes individuales. Aunque una discusión detallada de este
punto sobrepasa el alcance de este trabajo —puesto que está inmer-
sa en el profundo debate teórico entre dos concepciones alternati-
vas y rivales del comportamiento— vale la pena hacer algunas ano-
taciones. Las visiones colectivistas e individualistas de la sociedad
reflejan una diferencia esencial entre lo que podría denominarse la
perspectiva sociológica clásica y el individualismo metodolcSgico,
cuyo modelo más representativo es el de la escogencia racional utili-
zado por la economía. Un punto crítico de esta tensión entre la

19
«Cjuande) Franz. von Liszt, hacia finales del siglo pasado y dentro del marco
de su lucha por la reforma de la política criminal alemana, pude) decir del de-
recho penal que éste debía ser la carta magna del delincuente, resumió con esa
frase uno de los grandes logros de la cultura liberal en materia de derechos
humanos». Orozco (1992) p. 43.
El llamado enfoque de salud pttblica para el tratamiento de la vie>lencia
considera que esta afecta la salud de una comunidad y no sólo el orden de di-
cha cemiunidad. Ver Mark Moore, "Public Health and Criminal Juslice Ap-
proaches to Prevenlion" en Tanry y Farrington (1995).
Así lo sugiere un exmicmbro elel ELN en sus meme)iias cuando, haciendo
referencia a un grupo de integrantes del ELN detenidos en la cárcel Modelo
de Bucaramanga, comenta; «Todos cstábamexs ce)inpenetrados por un fervoró-
se) espíritu solidario y la perspectiva de pasar muchos años en la cárcel no nos
arredraba». Carrea (1997) p. 66.
La teoría de la escogencia racional —Rational Cholee Theory— constituye la
columna vertebral de la economía anglosajona. Su principal pexstulade) es la
idea de que los individuos buscan satisfacer sus preferencias individuales, o
maximizar su utilidad, y ejue de la interacción de tales individuos surgen situa-
ciones de equilibrio que cemstituyen los resultados sociales —social outeomes—. Es-
ta teoría del comportamiento ha sido extendida por los economistas a cues-
tiones tradicionalmente consideradas sociales, como la discriminacieín, el ma-
trimonie), la religión o el crimen. Ver al respecte) Tommasi v lerulli (1995).
(continúa en la página siguiente)

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Rebeldes y criminales

sociología y la economía surge del énfasis que cada disciplina le


asigna, respectivamente, a las normas sociales y a la escogencia in-
dividual como determinantes del comportamiento. En últimas, la
propuesta de considerar el delito político y el delito común como
dos categorías analíticas diferentes tiene algo que ver con este de-
bate: por lo general, se supone que los rebeldes son actores colec-
tivos cuya dinámica está determinada por las condiciones sociales
mientras que para los delincuentes comunes se acepta la figura de
actores que, de manera individual, responden a sus intereses parti-
culares.
La consideracic'm de los delincuentes políticos como un actor
colectivo, recurrente en la literatura colombiana, ' es uno de los
puntos más debatibles de esta aproximación. En primer lugar,
porque desconoce elementos básicos de varios cuerpos de teoría
según los cuales en las organizaciones se sugiere siempre una dis-
tincie'm mínima entre los líderes y los seguidores. Fuera de la caren-
cia de esta distinción entre quién decide y quién recibe instruccio-
nes —fundamental para grupos armados con una estructura verti-
cal, jerárquica y militar— hay varios puntos oscuros en este plan-
teamiento. Tanto la definición del delincuente por convicción de
Radbruch, como la del bandido social de Hobsbawm, hacen refe-
rencia a las características individuales de un personaje. No queda
claro cómo, analíticamente, se da la transformacieSn de este perso-
naje individual en un actor colectivo, ni cuál es la relacic'm del indi-
viduo rebelde con la organización subversiva."' Es fácil argumentar

También ha sido aderptada por algunas vertientes de e)tras disciplinas como la


sociología, o la ciencia política. Ver por ejemplo Coleman (1990).
23
Ver Orozce) (1992) o Comisión de Estudios sobre la Violencia (1995).
O los principales y los agentes en la jerga económica. La economía le ha re-
conocido a la empresa una entidad propia pero se ha cuidado de distinguir
analíticamente a los empresarios de los trabajadores. Para el pensamiento mar-
xista esta distinción entre quien posee los medios de producción, el capitalista,
y quien trabaja para él, el proletario, es fundamental.
¿Se trata de la clonación de un rebelde inicial que cumple los requisitos de la
convicción y de las intenciones altruistas? ¿Se trata de un rebelde con el pe)der
suficiente para reclutar individuos totalmente influenciables a los que transmi-
te sus ee)nvicciones, sus intenciones, sus antecedentes y sus relaciones ce)n la
ce)munidad y que terminan agrupados en una organizacieín totalmente homo-
génea? ¿Se trata de un grupo con una mayoría de rebeldes? ¿Se trata de un
rebelde que simplemente contrata subordinados que no tienen convicciones
ni intenciones propias sino que simplemente e)bedecen órdenes?

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que cualc^uiera de las múltiples posibilidades concebibles para esta


relación tiene implicaciones distintas en términos del tratamiento
que se le debe dar a los miembros de dichas organizaciones. La de-
finición de delincuente político aplicada no a un individuo sino a
una organización se torna aún más frágil cuando se acepta la posi-
bilidad de que en dicha organización algunos individuos cometan
actos criminales."'
Lo ejue resulta difícil de aceptar conceptualmente es la noción
de que las condiciones socioeconómicas y las instituciones de una
sociedad —las llamadas causas objetivas— determinan tanto las ac-
ciones de las organizaciones como las conductas de sus líderes, al
igual que las de los militantes de base.
Por último, tanto el supuesto de que la subversión es una conti-
nuación natural de las luchas políticas de la población como el de
la imposibilidad de una victoria militar del Estado sobre la subver-
sión, son cuestiones empíricas que deberían poder contrastarse,
pero que no parece razóname auoptar como Hipótesis eie trauajo
inmodificables.
En síntesis, las críticas a la tradicional categorización delito polí-
tico-delito común se pueden resumir en dos puntos. El primero se-
ría su excesivo apego a los rígidos esquemas de los pensadores del

¿Se desvirtúa así el carácter político del individué) que aisladamente delin-
quió o erueda comprometida ttrda la organización, como actor colectivo? ¿Cuál
es el conjunto de normas penales que restringe el comportamiento de los in-
dividuos que militan en una organización que rechaza el ordenamiento legal?
¿Es ese conjunto de normas aplicable tante> a los líderes como a los subordi-
nados de esas organizaciones? ¿Quién define, para un guerrillero, lo que es un
delito?
Péñate (1998) señala cómo, por cjemple), la elerrota militar del ELN en Ano-
rí en 1974 desencadenó un numere) importante de deserciones que redujeron
el grupe), en menos de un año, a casi una cuarta parte. Una encuesta realizada
a mediados de 1997 muestra que la opinión sobre el empate entre la guerrilla
y las Fuerzas Armadas cole)inbianas está lejos de ser unánime: 47% de los cn-
cuestados piensan ejue la guerrilla sí puede ser derrotada militarmente. Pe>r
otro lado es mayor el porcentaje (37%) de quienes piensan que se debe mini-
mizar la guerrilla antes de negociar ejue el de aquellos que piensan exclusiva-
mente en la negociación. Petr último únicamente el 9% de los encuestados
opinan que la guerrilla no se ha podieio derrotar por ser muy fuerte. f¿s mayor
el porcentaje de quienes opinan que ha sido por jalla de voluntad política del
gobierno (32%), porque las Euerzas Armadas no tienen apoyo popular (16%) o por
la jalla de voluntad militar de las FF.AA. (13%). Ver EL TIEMPO, 31 ele agosto ele
1997, p. 6A.

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Rebeldes y criminales

siglo pasado, y el no incorporar buena parte de los desarrollos teó-


ricos eme se han hecho en las ciencias sociales, sobre lodo en lo re-
lacionado con el modelo de escogencia racional, la teoría de las or-
ganizaciones y el análisis institucional. El segundo punto, que re-
sulta paradójico tratándose de aproximaciemes generalmente mar-
xistas, es el de su deficiente adaptación a las condiciones actuales
no

del país, que muestran serias discrepancias con las tipologías


idealizadas, supuestamente universales, que se continúan utilizan-
d o . " Como se tratará de mostrar en las secciones siguientes son
numerosos y variados los síntomas que aparecen en la realidad co-
lombiana acerca de unas profundas interdependencias entre los
rebeldes y los criminales. Insistir en categorizarlos de manera in-
dependiente es una vía que parece agotada y poco promisoria, no
sólo en el plano explicativo sino, con mayor razón, a nivel de la
formulación de políticas. De manera alternativa, parece convenien-
te concentrar los esfuerzos en el análisis de las formas específicas
en que las organizaciones subversivas interactúan y se entrelazan
I con el crimen en el país, y empezar a examinar cómo estas interre-
| laciones evolucionan en el tiempo o cambian entre las regiones,
para de esta manera poderlas incorporar en nuevos esquemas teó-
ricos. A continuación se hace un esfuerzo en dichas líneas recu-
rriendo a dos tipos de evidencia, la testimonial y la estadística. Pos-
teriormente, y a manera de conelusiem, se tratan de esbozar los
elementos generales para un marco conceptual que, teniendo en
cuenta el estado actual de la teoría, no riña con la realidad del con-
flicto armado colombiano.

28
Una notable excepción en este sentido es el trabajo de Pizarro (1996) en
donde realmente se hace un esfuerzo por establecer, para la guerrilla, catego-
rías acordes ce)n la realidad colombiana.
'9
En el campo ele la economía política, una de las ¡deas claves del pensamien-
to de Marx, frecuentemente ignorada pe)r los análisis marxistas, es la de su es-
cepticismo, en contra de lo que prope)nían los econemristas clásicos, sobre la
universalidad de las leves económicas. Pe)i el contrario, Marx señalaba la im-
portancia de la ideología en hacer aparecer ciertas relaciones econeímicas co-
mo naturales e inevitables.

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Mauricio Rubio

GUERRILLA Y DELINCUENCIA EN COLOMBIA.


ALGUNOS T E S T I M O N I O S 3 0

Ha sido tradicional en Colombia reconocerle el carácter de delin-


cuente político únicamente a los grupos guerrilleros y calificar de
criminales a los militantes de las otras organizaciones armadas que
operan en el país. Si el criterio para esta clasificación fuera la con-
vicción —o las intenciemes altruistas— de los actores podría decirse
coloquialmente que, en la guerrilla, ni son todos los que están, ni están
todos los que son.
Sería necesario, en primer lugar, excluir de la calcgcjría de de-
lincuentes políticos a lodos ae|uellos combatientes rasos que se vin-
culan a la guerrilla por razones pecuniarias, por falta de oportuni-
dades de empleo, por lazos familiares, por el ánimo de venganza,
y con escasa formación o conciencia política?" Hay disponibles al-
gunos testimonios de guerrilleros de base que son devastadores
con los esquemas idealizados del rebelde como actor colectivo ho-
mogeneo y de gran compromiso político.

Esta seccieín se concentra en las relaciones entre la delincuencia y la guerri-


lla básicamente por tratarse del actor del conflicto para el cual se dispone de
un mayor volumen de testimonios. El énfasis en las etapas iniciales de los gru-
pos se hace para reforzar el punto ejue, aun en los tiempers en que se ha reco-
nocido un maye)r papel a las motivaciones políticas de la guerrilla, había inter-
ferencias entre la esfera pública y la privada. Cabe aclarar que los testimonios
se ofrecen más a título de contraejemplo de ciertas situaciones descritas por
las teorías que como evidencia de las situaciones contrarias.
De acuerdo ce)n Nice)lás Rodríguez Bautista, Gabina, nt) es descartable la
idea de que detrás del interés de Fabio Vásquez por organizar el ELN estaría el
deseo de vengar la muerte de su padre. Medina (1996) p. 27.
32
En el relato que Gabina responsable militar del ELN le hace a Medina
(1996) son recurrentes las referencias a los campesinos que se vincularon a
una guerrilla generalmente dirigida por los intelectuales, sin tener «el nivel
para entender lo que era la plenitud de la vida política» y que simplemente
ingresaron a una estructura vertical de mando. De la lectura de este relato
queda la impresión de que la definición del rebelde sería aplicable, entre los
guerrilleros colombianos, básicamente a los que antes de vincularse eran uni-
versitarios, sacerdotes, líderes sindicales e) dirigentes campesinos. En las con-
versaciones con mis alumnos de la Universidad de los Andes ejue han tenido
cetntacto directo ce)ir la guerrilla es frecuente la alusión a la motivación basada
en la pe)sición de respeto que se gana con las armas.
33
Tal es el caso ele Melisa, una joven de clase media que ingresa a la guerrilla
básicamente para continuar los juegos con armas en los que la había iniciado
su padre. «El entrenamiento resulte) muy aburrido. Por lo menos para mí, que
(continúa en la página siguiente)

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Rebeldes y criminales

También habría cpie excluir de la categoría de rebeldes a quie-


nes una vez vinculados a la guerrilla sufren un cambio en sus con-
vicciones pero no pueden abandonar la organización temerosos de
que se les juzgue y condene por desertores. Para algunos de ellos
la convicción política se')lo vino posteriormente como resultado de
experiencias traumáticas en el interior de la organización. ' En
forma concordante con lo anterior, estudios realizados con miem-
bros de grupos extremistas europeos muestran resultados que van
en contraría de la tipificación d e individuos con unidad de criterio
e intenciones políticas y subrayan la importancia de las fuerzas psico-
lógicas como determinantes de la dinámica de tales grupos? ' Se ha
planteado que el elemento fundamental de la toma de decisiones

esperaba alge) que tuviera que ver con la guerra, con las armas, con el valor,
con el misterio. Se trataba de correr por la orilla del camino durante te>da la
mañana y después, va sudados, de discutir lo que llamaban la situación concreta
de la coyuntura [...] Para mí ese cuente) era come) de marcianos: ni entendía ni
me importaba [...] Si no nos poníamos de acuerde) en ce3mo hacer un caldo,
mucho írtenos en qué andábamos buscantlo jimios [...] Me ayudaba mucho
dar conferencias, porque me obligaba a pensar y repensar por qué luchába-
mos. A veces caía en crisis al ver que los pobres y los ricos luchaban por lo
mismo, por el dinero». Molano (1996) pp. 128, 169 y 172.
34
En efecto, el hecho de que la deserción se considere el delite) más grave del
Código Guerrillero hace en la práctica inaplicable el criterio de convicción a
un miembro subordinado de la guerrilla. Fái Medina (1996) aparecen varios
casos de fusilamientos y ajusticiamientos de quienes desertaron, lo intentaron,
o despertaron sospechas en sus jefes que le> harían.
35
Al respecto, hay un pasaje revelador en el relate) de Correa, exelene), que
cuenta ceímo su verdadero espíritu revolucionario seíle) surgió como resultado
de un extrañe) proceso psieológice) que se dio en él luego de que trate) de de-
sertar, de que pe)r tal razón fue juzgado y sentenciade) a muerte y de que su
condena no fue ejecutada, ni revocada, sino simplemente suspendida y sujeta
a la posterior demostración de su voluntad sincera de superación. Correa (1997)
pp. 135 v 136. En el testimonie) de Cabina, quien anota que su espíritu revolu-
cionario se fue fortaleciendo en la guerrilla, también se hace alusión a un jui-
cio que se le hizo por divisionismo v a una condena de muerte que inexplica-
blemente no se ejecutó. «De todas maneras, para mi vida esa fue una de las
experiencias más traumáticas eme he tenido». Medina (1996) p. 177.
En particular se ha encontrado cine la mentalidad de grupe) que emerge se
ve magnificada por el peligro externo, que la solidaridad de grupo la impone
la situación de ilegalidad y ejue las extremas presiones para obedecer sem una
característica de la atmósfera interna del grupe). Normalmente, las dudas con
respecto a la legitimidad de los objetivos son intolerables, el abandone) del
grupo es inaceptable y «la manera de deshacerse de las dudas es deshacerse de
quienes dudan», ferrold Post, "Ferrorist psycho-logic: Ferrorist behavior as a prod-
uct of psychologicalparces" en Rcich (1990).

131
Mauricio Rubio

de las organizaciones al margen de la lev no son las realidades so-


ciales y políticas externas al grupe) sino el clima psicológico en el in-
terior del grupo? ' Las características del ambiente en el cual se
toman las decisiones —la ilusión de invulnerabilidad ejue lleva al
excesivo optimismo, la presunción de moralidad, la percepción del
enemigo como malvado, y la intolerancia interna hacia la crítica —
parecen llevar dentro del grupo a crecientes plosiones para perpe-
tuar la violencia y tomar decisiones cada vez más riesgosas.
En la definición de Schmitt del partisano, o la de Hobsbawm
del bandido social, un aspecto fundamental es el de su aceptacie'm
popular, que tiene dos componentes. El primero es epie la decisión
de rebelarse surge como respuesta a una conducta considerada
criminal por el soberano pero aceptada popularmente. Sus infrac-
ciones a la ley son aquellas que los sectores populares no conside-
ran criminales, puesto que no les hacen daño sino que se perciben
como de utilidad pública. Con este criterio sería necesario reco-
nocer que en el país no todos los delincuentes políticos militan en
los grupos guerrilleros. El segundo componente del arraigo po-
pular —en el cual se hace particular énfasis— es el de los suminis-
tros necesarios para la supervivencia del rebelde, ejue le son trans-
feridos en forma voluntaria por la poblacie'm campesina. Así, el
bandido social es no sólo un resultado inevitable de la injusticia del
tirano sino ejue, además, no roba sino que recibe bienes y ayuda de
la comunidad en la cual actúa.

Pe>st, o¡> cil. El t e s t i m o n i o de Gabina t i e n d e a c o r r o b o r a r esta idea: «Las re-


flexiones se r e d u c í a n al t r a t a m i e n t o ele los conflictos i n t e r n o s de la guerrilla,
rara vez se iba más allá a tratar los p r o b l e m a s sociales, políticos». M e d i n a
(1996) p . 18.3.
(anis, I. Victims of Grouplhinking, citado p o r Pe>st en Reich (1990).
Sí)
ii • i
Ibid.
Es tal vez en ese sentido ejue las relaciones reales y concretas de los rebeldes
con la sociedad c o l o m b i a n a se diferencian más de las míticas e ideológicas q u e
c o n t e m p l a n las teorías.
Entrarían en ese grupe) varios nareotrafieantes c o n s i d e r a d o s c o m o verdade-
ros benefactores p o r sus c o m u n i d a d e s —para las cuales la venta de d r o g a al
exterior está lejos de ser u n a c o n d u c t a reprobable—, algunos g r u p o s paramili-
tares v las milicias q u e en los c e n t r o s u r b a n o s ofrecen proteccieín y otra serie
ele servicios a la c o m u n i d a d . Ver p o r ejemple) C o r p o r a c i ó n Región (1997).
T a m b i é n vale la p e n a r e c o r d a r q u e a la fecha n o se sabe en el país del sepelio
de algún r e b e l d e q u e haya sido tan c o n c u r r i d o p o r el p u e b l o c o m o lo fue el
de Pable) Escobar.

132
Rebeldes y criminales

De los dos principales grupos guerrilleros colombianos, las Farc


y el ELN, étnicamente del primero de ellos se puede decir que sur-
gió como una respuesta a las injusticias del régimen político co-
lombiano. En sus inicios, las autodefensas campesinas lideradas
por Manuel Marulanda Vélez, de d o n d e más tarde surgirían las
Farc, fueron en efecto una reacción casi de supervivencia a la vio-
lencia oficial. Las bases campesinas del ELN son más discutibles.
La falta de arraigo popular de los grupos guerrilleros colombianos
en sus etapas de emergencia y consolidación ha sido reconocida por
analistas de dichas organizaciones. Con relacieSn al segundo pun-
to del apoyo popular —el de las transferencias voluntarias y espon-
táneas hacia los rebeldes—, ninguno de estos dos grupos parece en-
cajar dentro de la tipología. Existen testimonios sobre cómo, en sus
orígenes, los rebeldes que acompañaban a Marulanda y que luego
cemstituirían las Farc robaban para su sustento. J Hacia fines de los
setenta, al parecer seguía siendo escaso el apoyo campesino a las
Farc. ' Para el ELN, las historias de relaciones amigables con co-
munidades campesinas que los respaldan económicamente son tal
vez más escasas y hay reconocimiento explícito de ejue, en los

49
" Ver al respecto Pizarro (1992).
43
Aunque según Medardo Correa, exmilitantc de este grupo, en sus orígenes
había un esfuerzo explícito por constituir un movimiento a favor de los cam-
pesinos, aparecen en su relato repetidas alusiones a la dcsce)nfianza que ci lí-
der del grupo Fabio Vásquez les tenía a los campesinos. Por otro lado, y como
detalle revelador de la total desvinculación de este grupo con la población que
supuestamente defendían está la denominación eme los integrantes del grupo
utilizaban, los ciudadanos, para diferenciarse ele los campesinos. Correa (1997),
«Nunca la clase obrera ni el campesinado, en cuanto tales, se sintieron re-
presentados por el móvilmente) guerrillero». Pizarro (1991) p. 395.
Ejecutando acciones conjuntas con otros grupos, esos sí criminales, ejue no
tenían las intenciones correctas. «Hasta ese momento, los ejue andábamos con
Marulanda no teníamos quedadero y vivíamos de parte en parle. En cambio,
los Loaiza y los García vivían en las veredas y hasta en sus propias fincas, y seí-
lo nos veíamos para hacer acciones conjuntas. Eso cree) una diferencia grande,
porque ellos querían sacar partido de cada operación, hacer botín para llevar
a sus propias casas. Nosotros no teníamos para dónde cargar. Sí le echábamos
mano a una res era para comérnosla, no para echarla en el corral. F?sta dife-
rencia se fue agravando porque eran maneras distintas de mirar la guerra y
sobre todo de hacerla». Molano (1996) p. 72.
46
«Dormíamos en el destapado porque era un peligro confiar en la población
civil; era poco amable y solidaria. Llegaba uno a las fincas y no le ciaban ni
aguadepancla». Ibid, p. 118.
47
De acuerdo con el testimonio de (jabino, solamente en la región del Opón,

(continúa en la página siguiente)

133
Mauricio Rubio

años sesenta, el básico de la subsistencia del grupo habría sido el


producto de asaltos y robos. Se reportan, por el contrario, desde
las épocas iniciales de la organización, incidentes que reflejan un
escenario muy diferente al del bandido social de la literatura.
Posteriormente se ha llegado a situaciones de verdadero enfrenta-
miento con las comunidades.'
Con lo anterior no se pretende negar de plano el entronque que
p u e d a n tener las organizaciones subversivas con ciertas comunida-
des. Se ha señalado cómo el resurgimiento del ELN luego de su de-
rrota militar en Anorí estuvo en buena medida facilitado por el re-
conocimiento d e n t r o de la organización de que unos buenos víncu-
los con la población campesina eran vitales para la supervivencia
del grupo.'' Esta reorientación hizo indispensable un cambio en la
estrategia financiera, bajando la presión económica que se recono-
ce era forzada'' sobre los campesinos para trasladarla a los enemi-

después de la muerte de Camilo Torres, se dieron las bases para una buena re-
lación del grupo con las comunidades campesinas. Según el misme), esta rela-
ción fue fugaz y lleve), come) reacción extrema a unos operativos militares en la
zona, a una completa desvinculaciém y desconfianza en los campesinos. Ver
Medina (1996).
48
«[...] acciones como la de la Caja Agraria de Simacota y la expropiación de
una nómina de Bucaramanga». Medina (1996), p. 102.
49
Son reveladores, por ejemplo, algunos pasajes del relato de Gabmo sobre la
toma de Simacota a principios de 1965. «En medio de la multitud ejue está-
bamos deteniendo, se nos fue una señora de las detenidas. Esa señora dio avi-
so al sargento de la policía [...] Eabio y Re)vira fueron los encargados de asaltar
la Caja Agraria, de recuperar el dinero [...] Todo el mundo amontonado en
una casita. Les hablábamos de la lucha, pero la gente sin entender. Pase) a ser
mayor el número de campesinos retenidos que de guerrilleros, y empezeí a
generarnos eso una primera situación difícil». Ibid. p. 53.
Une) de los casos más extremos es el del Carmen de Chucurí, municipio si-
tuado en la región donde nació el ELN. El pueblo es tristemente célebre por
las minas quiebrapatas que dejaron mutilados a cerca de 300 campesinos y
que, según algunas versiones, fueron puestas por el ELN como represalia por
la decisión ele los pobladores de rebelarse contra la guerrilla. Este extraño esce-
nario se complementa con acusaciones según las cuales los campesinos, y al-
gunos periodistas, son paramilitares y unas insólitas diligencias judiciales en
donde, según algunos habitantes del pueblo, había guerrilleros actuando co-
mo policías. Ver por ejemplo Peña (1997).
:
'' Péñate (1998).
" «La forma vertical en que se trazaban las orientaciones e) se hacían llamados
al campesinado para que colaborara con la guerrilla, muchas veces infundía
más temor que respeto». Carlos Medina, Violencia y lucha armada. Citado por
'continúa en la página siguiente)

134
Rebeldes y criminales

gos de clase, casi definidos como aquellas personas susceptibles de


ser secuestradas. Una segunda fuente de apoyo popular, también
bastante ajena al rebelde idealizado, fue la adopción por parte de
la guerrilla de una de las prácticas más reprobables y criticadas de
la clase política colombiana: el manejo de recursos públicos con fi-
nes privados.' De todas maneras, el problema de las relaciones en-
tre los rebeldes colombianos y las comunidades es algo que está le-
jos de ser entendido a cabalidad y que requiere mucho más trabajo
• • 54
empírico.
La práctica del secuestro, reconocida y aceptada por la guerrilla
como una forma de financiar la guerra desde hace tres décadas,"
es uno de los elementos de la realidad del conflicto colombiano
que resulta más difícil de encajar en las tipologías idealizadas del
rebelde, y que en mayor medida demuestra las estrechas interco-
nexiones que se dan en el país entre el delito político y el delito
común. Varios puntos llaman la atención sobre este fenómeno. Es-
tá en primer lugar lo fundamental que ha resultado esta actividad
para la consolidacie'm y expansión de los grupos subversivos co-
lombianos. A diferencia del rebelde de texto, que vive de los cam-
pesinos con emienes comparte sus valores morales positivos, en la
realidad colombiana los rebeldes viven de uno de los crímenes que
más temor y daño personal pueden causar. Está en segundo térmi-
no la indiferencia de los técnicos de los rebeldes con relación a un
feneSmeno tan característico de los grupos nacionales. Este desinte-
rés podría explicarse por dos aspectos. Primero, por las concesio-

Peñate(1998).
53
Es lo que Péñate (1998) denomina el clientelismo armado y Bejarano y otros
autores (1997) las «técnicas de la delincuencia de cuello blanco adoptadas por la
guerrilla».
54
Vásquez (1997) reporta, con sorpresa, el tratamiento radicalmente distinto
que, en el municipio de la Calera recibían por parte de las Farc, los habitantes
de las veredas y los del pueblo. Un indicador típicamente económico —pero
medible— de aceptacieín de la guerrilla podría ser la variación en el precio de
la tierra resultante de la entrada de un grupo a una zona. El mismo Vásquez
reporta cómo, en ciertas veredas de La Calera, los precios se redujeron hasta
el 30% de lo observado anteriormente.
«Me parece importante reseñar que es a partir del 69 que la Organización
comienza a hacer retenciones con fines económicos [...] Esto ha sido muy
cuestionado sobre todo últimamente. Nosotros tenemos una argumentación
política que la hemos dado a conocer en varias ocasiones». Medina (1996) p.
103.

135
Mauricio Rubio

nes conceptuales que habría ejue hacer para tratar de distinguir


analíticamente, dentro de los secuestros extorsivos, un acto político
de un acto criminal. Segundo, por la imposibilidad de ignorar —si
se analiza con seriedad el secuestro— modelos de comportamiento
tan típicamente individualistas como la negociación de un rescate.
Los argumentos orientados a la recomendación de no penalizar
a los rebeldes a favor de la conveniencia de negociar con ellos per-
derían mucha fuerza con tan seílo aceptar la realidad de unos re-
beldes cuya solidez financiera depende en buena medida de esta
práctica contra la cual tanto algunos teóricos" como la experiencia
de las naciones civilizadas y aun el más elemental sentido común
aconsejan la adopción de severas medidas punitivas.
Los practicantes de esta actividad han sugerido —en perfecta
concordancia con el guión de las teorías— como diferencia entre el
secuestro y la retención con fines económicos el hecho de que en el
primero se busca satisfacer un interés personal mientras la segunda
responde a intereses colectivos?
La carencia de un referente normativo exe')geno, es decir, no su-
jeto a la voluntad de los actores, le quita mucho piso a cualquier
discusión sobre criminalización de la guerrilla. Los relatos de los
rebeldes colombianos revelan la extrema flexibilidad del marco
normativo al que han estado sometidos. En sus inicios el ELN, por
ejemplo, parecía haber adoptado un estricto Cekligo Cuerrillero,
cpic estaba escrito y que fue fundamental para la justificación de
\os primeros fusilamientos." Este Código se complementaba con

Ver p o r ejemplo Shavell, Steven. .4» Economic Analysi.s of Threats and l'heir 11-
legality: Blackmad, Exlorlion. and Robbery. Universitv of Pcnnsvlvania F \ \ \
REVIE'W, Vol 141, 1993.

«Existe u n a diferencia e n t r e el secuestro y la r e t e n c i ó n ejue es preciso acla-


rar: el secuestre) es u n acto criminal realizado p o r la delincuencia c o m ú n eme
tiene p o r finalidad el interés personal d e quienes c o m e t e n el delito; la reten-
ción f u n d a m e n t a l m e n t e es u n a acción política, cuya finalidad está d e t e r m i n a -
d a p o r objetivos de bienestar colectivo, en el m a r c o de u n p r o v e c t o histórico
d e t r a n s f o r m a c i ó n social liderado p o r u n a organización revolucionaria». Me-
dina (1996). p. 236. F?sta c ó m o d a definición n o sólo es difícilmente verilicable
sino q u e p o n e de p r e s e n t e , de n u e v o , el gran c o m p o n e n t e n o r m a t i v o de tales
enfoques. En el fondo, el carácter político ele los delitos está muy ligado a la
valoración d e los objetivos del actor, bajo u n o s p a r á m e t r o s éticos q u e ese
m i s m o actor, o el analista, a r b i t r a r i a m e n t e define a su a c o m o d o , a veces ex
pos!, v d e aeiierdo con su ideología
5S
«En el Código C u e r r i l l e r o se c o n t e m p l a b a la deserción c o m o una traición y,
(continua en la página siguiente)

136
Rebeldes y criminales

una especie d e derecho natural.' 1 ' Un marco normativo tan rígido


pronto sería superado. Hay un relato interesante sobre el impacto
que produjo en ese grupo primitivo de rebeldes el primer acto de
justicia, un fusilamiento que se apartaba de los procedimientos es-
tablecidos en el Código Guerrillero.' Posteriormente, empiezan a
aparecer conductas arbitrarias, y criminales, ejue se justifican a pos-
terior!," reglas de comportamiento interno adecuadas a la perso-
nalidad del líder y que se salen de la esfera militar," - ajusticiamien-
tos p o r razones baladícs ' y unas normas penales para los campesi-

por lo tanto, quien desertara debía ser fusilado [...] Desertar es un delito y al
que cae en este tipe) de infracción grave se le aplica la pena máxima. Eso esta-
ba establecido, legítimamente definido en las normas internas». Ibid. pp. 68 y
p. 90.
59
Que también es peculiar puesto que lo correcto depende fundamentalmen-
te de la naturaleza del actor «había un grupo... no se sabe hasta dónde tuvie-
ran un entronque directo con el bandolerismo de ese tiempo, pero la tenden-
cia ejue mostraba era la de estructurarse con esc carácter, incluso, por esos dí-
as hicieron un asalto a un bus intermunicipal, lo desvalijaron y robaron a los
pasajeros; Fabio y los otros compañeros aprovechando esta situacieín le dicen
a la gente de las veredas: Vea hombre, eso no es correcto, eso no se puede hacer».
Ibid. p. 31.
«El caso de Heriberto no se trate') en el grupo, nadie sabe qué fue lo ejue pa-
se') realmente. Lo sabía la dirección: Medina, Fabio, y Manuel, pero no se dio
ningún debate interno, siendo una situación grave [...] La dirección determina
que hay que fusilar a Heriberto. No sé qué contradicciones habría, pero el
grupo queda con la idea de que Heriberto se va a la ciudad a curarse, pero en
realidad la comisión que lo debe acompañar le asignan la misión de fusilarlo,
¡y se le fusila sin hacerle juicio! [...] El fusilamineto de Espitia fue un hecho
muy grave, e independientemente de que haya o no motivos, la forma, el mé-
todo, la manera como se produce es completamente lesiva a la formación, a la
educación y a los principios políticos de una Organizaciém». Ibid. p. 91.
«Un grupo de cinco guerrilleros, con la orientación de Juan de Dios Aguile-
ra, ha asesinado a José Avala [...] Le preguntamos que come) habían ocurrido
los hechos [...] Juan de Dios inmediatamente reunió el personal y les echó un
discurso en el que dice que José Avala es un corrompido, un sinvergüenza, un
mujeriego, un irrespemsable, un militarista, que es un asesino, ¡bueno! un po-
co de cargos». Ibid. p. 94.
ti9
«Manuel va generando, a través de su práctica y en la definiciém de sus de-
cisiones, transformaciones sustanciales de algunas costumbres guerrilleras,
por ejemplo, oficialmente estaba prohibido en la Organización los matrimo-
nios dentro de esa concepción de que uno debía ser un asceta para entregarse
por entero al servicio de la revolución». Ibid. p. 120.
«Por ahí algún compañero en una ocasión me preguntaba que si era cierto
que en la guerrilla había llegado a fusilarse alguien por comerse un pedazo de
panela, yo le decía, no exactamente por comerse el pedazo de panela sino por
(continúa en la página siguiente)

137
Mauricio Rubio

nos que responden simplemente a la situación coyuntural del gru-


p o a r m a d o . ' ' Cuando el ELN decide adoptar el secuestro como
mecanismo de financiación recurre, para legitimar esa decisión, a
la idea de una tradición establecida en América Latina. ' Al parecer,
tal decisión fue muy debatida en el interior del g r u p o . " Se sugiere
e n el testimonio de u n o de sus actuales líderes que aún ciertos
elementos esenciales del discurso político habrían aparecido para
justificar, a posteriori, actuaciones delictivas del g r u p o . " Algunos
analistas" consideran que el derecho guerrillero ha evolucionado po-
sitivamente. En particular, que ha disminuido el rol determinante
que tuvieron los líderes entre 1964 y 1974, que d u r a n t e los noventa
los fusilamientos han sido excepcionales y que tanto las bases gue-
rrilleras como la población civil han endurecido y fortalecido su
posición con relación al m a n d o de la guerrilla.'' Al aumentar la

todas las circunstancias que se vivían en ese momento y en el marco de una


concepción política específica, ejue en últimas el comerse el peciazo de panela
era el hecho que motivaba unos análisis que hacían a la persona merecedora
de la pena de muerte». Ibid. p. 133,
64
«De ahí en adelante nosotros afianzamos la actividad clandestina, iniciamos
un trabajo de relación individual con el campesino, donde era delito que un
campesino le dijera a su vecino ejue él era conocido de la guerrilla». Ibid. p.
89.
O por lo menos así lo relata uno de sus dirigentes en forma retrospectiva.
«Cuando los movimientos guerrilleros de América Latina, en Venezuela, Gua-
tcmala y Argentina, ven en la acción de retener personas un medio de conse-
guir finanzas para la lucha revolucionaria, entonces el ELN entra en esa diná-
mica». Ibid. p. 10.3,
hí>
Ver Péñate (1998).
En efecto, parecería ejue el interés del ELN por la política de manejo del pe-
tróleo surgió, o poi lo menos se fortaleció, a raíz, de los imj)uestos que ya le
cobraban a las comj)añías petroleras. «En la Asamblea se abordó cómo mane-
jar algunos recursos económicos adquiridos por impuestos a las petroleras [...]
a partir de entonces le damos imj)ortancia a levantar propuestas de carácter
nacionalista en las que se ubiquen al centro de la discusión los intereses de los
colombianos y el concepto de la soberanía. Allí nace nuestra propuesta sobre
política petrolera». Medina (1996). p. 215.
( 8
' Mohíno (1997).
69
Un incidente que tiende a confirmar la visión de unos rebeldes menos pa-
ranoicos con los desertores y más tolerantes con las disidencias es el de la
aceptación, j)or parte del ELN, del abandono de la lucha armada por una
buena parte (730 de unos 2.000) de los miembros que, en el grupo C'orriente
de Renovacieín Socialista, se reinsertaron para dedicarse a la actividad política.
Ver De la guerrilla al Senado, prólogo de Francisco Santos al libro de Leeín Va-
lencia, publicado en las LECTURAS DOMINICALES de EL TIEMPO. I a de Febrero
(continúa en la página siguiente)

138
Rebeldes y criminales

presencia regional —y reconociendo el hecho que en muchos luga-


res son la autoridad— los guerrilleros se habrían visto en la necesi-
dad de avanzar en la elaboración de códigos y procedimientos.
Una segunda vía de interrelación entre los rebeldes y el crimen
tiene que ver con las conductas que son aceptadas como inapro-
piadas, o delictivas, por ellos mismos. Entre estas conductas la más
pertinente jíara Colombia sería la participación de la guerrilla en
actividades relacionadas con el narcotráfico.' Con relación al se-
cuestro, se ha señalado que algunos frentes guerrilleros, conscien-
tes del desprestigie) social que genera esta práctica, han optado por
«subcontratar la primera fase de los plagios —bandas comunes se
encargan de secuestrar a las víctimas a cambio de un porcentaje del
rescate— mientras la guerrilla se encarga del cautiverio y la extor-
sión». También entrarían en este grupo los incidentes delictivos
en el interior de los grupos.' Algunos testimonios señalan cómo
las conductas de un líder p u e d e n llevar a la lumpenización total de

de 1998.
Según el mismo Molano (1997), los guerrilleros estarían en plan de formu-
lar un código para la poblacicín civil. Teniendo en cuenta los criterios con que
ellos juzgan se ha ido constituyendo un derecho consuetudinario muy ligado a
la vida campesina. Parece tener gran importancia la figura del conciliador, por
lo general escogido entre los viejos campesinos reconocidos por su autoridad
moral.
El término narcoguerrilla, acuñado en la primera mitad de los ochenta pare-
ce sci' algo más que un artificio de la propaganda oficial y tener algo de reali-
dad, y relevancia. Las imj)licaciones de este feneSmeno tendrían que ver con el
impuesto ejue la guerrilla cobra, el gramaje, con la protección que le ofrece a
los cultivos y laboratorios y con el tráfico de armas. La prensa extranjera ofre-
ce como evidencia de esta alianza los numerosos ataques contra las aeronaves
encargadas de la erradicación de los cultivos. De acuerdo con Molano (1997)
los guerrilleros reconocen que el narcotráfice) es un delito pero, dada su gene-
ralización, se niegan a ser los policías del sistema. Actualmente parece haber
acuerdo en que si bien las guerrillas colombianas no constituyen un cartel de la
droga propiamente dicho si han tenido y tienen vínculos de distinto tij)o con
tales actividades. Un corto resumen del estado actual del debate se encuentra
en CORRAL, Hernando "Narcoguerrilla, emito o realidad?" en LECTURAS
DOMINICALES, El Tiempo, U de Febrero de 1998.
72
Bcjarano et. al. (1997) p. 50.
73
«[...] hice una retención económica [...] logramos recibir por él un rescate
de dos millones de pesos, que en ese entonces [ 1974 ] era una buena cantidad
de dinero, pero que no pudimos utilizarlo porque dos desertores se lo roba-
ron». Medina (1996) p. 130.

139
Mauricio Rubio

un g r u p o . ' Un p u n t o que vale la pena destacar es el del reconoci-


miento por parte de los mismos guerrilleros de los riesgos que pa=
ra el grupo representan las tentaciones económicas de los agentes
individuales." Así, el rebelde real reconoce algo que los técnicos de
los rebeldes p r e t e n d e n ignorar.
Tanto los criterios sugeridos por Radruch y reportados por
Orozco (1992) como los propuestos por este último para la defini-
ción del rebelde d e p e n d e n de manera crítica de información que
está sólo al alcance de los rebeldes y que jjuede ser fácilmente
ocultada, distorsionada o m a n i p u l a d a . ' ' Es notoria la idealización
que en estas teorías se hace de los sistemas estatales de investiga-
ción criminal, sobre todo en lo relativo a su efectividad' y a su in-

74
Tal sería el caso de Lara Parada, mujeriego empedernido que «para tapar
sus desviaciones comienza a impulsar a compañeros a que busquen compañe-
ras de otros, esto genera una situación muy difícil en el interior del grupo y
también con la base campesina» o el del grupo de Rene, que «cae en unas acti-
tudes muy similares a las del grupo de Ricardo Lara, las mismas cosas, maltra-
to a los campesinos, acostarse con sus mujeres, es decir prácticas cuatreras
que realizan aprovechando la situación de guerrilleros». Ibid. pp. 115 y 132.
Eos recursos económicos adquiridos por impuestos a las petroleras «si bien
nos ayudaban a consolidarnos, eran un componente peligroso para la des-
composición si no se administraban bien». Ibid. p. 215,
Lar caso diciente sobre las variadas posibilidades de manipulación de in-
formación, reportado por Gabina, tiene que ver con el secuestro de Jaime Be-
tancur por parte del Grupo 16 de Marzo. «El grujx) de compañeros, estaba
planteando retener a un dirigente político de reconocimiento nacional al que
la j)oblación le tuviese credibilidad y afecto, eliminar esc personaje y luego ha-
cer aparecer ese hecho ante el pueblo como una acción realizada por la dere-
cha porque consideraba esa j)ersona peligrosa por sus inclinaciones a favore-
cer a los sectores más desprotegidos». Medina (1996) ¡). 149. Es sensata y rea-
lista al respecto la reflexión de una guerrillera: «En la guerra la informacitín
secreta sirve más ¡)ara manejar a los amigos que para luchar contra los enemi-
gos, al punto que a la larga todo se confunde. La gana de mandar no es una
causa sino un modo». Molano (Í996). j). 178.
Parece haber consenso en la actualidad en que la prindj)al debilidad de la
justicia penal colombiana tiene cjtie ver con su baja caj)acidad para aclarar los
delitos e identificar a los infractores. Ver Rubio (1996). El aumento en la ca-
pacidad estatal j)ara recoger evidencia parece haber sitie) fundamental en el
desarrollo de los sistemas ])cnales modernos. Contrariando postulados de
Foticault, en el sentido de que las exigencias políticas fueron la principal causa
de la transformación en los procedimientos penales, algunos historiadores
han sugerido recientemente que, por ejemplo, el abandono de la tortura fue
más el resultado del desarrollo de los sistemas de investigación criminal —que
la volvieron innecesaria— que el temor a los levantamientos, como jtropone
Foucault. Ver Langbein, Torture and the lene of Proof, citado por Garland
(continúa en la página siguiente)

140
Rebeldes y criminales

dependencia de las organizaciones rebeldes. También es en exceso


optimista, e irreal para Colombia, el supuesto implícito sobre la in-
finita capacidad que tiene el Estado para recopilar información so-
bre lo que realmente está o c u r r i e n d o . " La manipulación de la in-
formación j}or parte de los rebeldes puede hacerse con dos objeti-
vos: ocultar incidentes que ocurrieron y hacer aparecer como rea-
les hechos ficticios. El caso que puede considerarse de extrema in-
terferencia en los flujos de información se da cuando los rebeldes
pretenden, mediante amenazas, controlar la opinión de algunos
sectores.''
La tercera vía de conexión entre los rebeldes y el crimen tiene
que ver con sus reacciones a las conductas o conflictos entre terce-
ros, o sea con su tarea de administrar justicia. En términos del de-
bate sobre si, en sus territorios, la guerrilla controla la llamada de-
lincuencia común o por el contrario la estimula, parece claro que
los rebeldes están más a favor del primer escenario. El problema

(1990), p. 158.
7S
Sería ingcnue) desconocer que en algunas zonas del país la presencia de ac-
tores armados ha afectado incluso los mecanismos tradicionales de recolec-
ción de informacieín oficial —registros, encuestas, censos—. Lo más preoe:uj)an-
te es que la interferencia en los flujos de información es va corriente atin en
asuntos que uno pensaría son ajenos al conflicto. Las firmas encuestadoras
con las que he discutido este tema dan por descontadas tres cosas: 1. Que en
buena parte del territorio nacional hay que pedir permisos no oficiales para
realizar encuestas y que es necesario tener contactos para obtenerlos; 2. Que
hay ciertos temas que es mejor no tratar en las encuestas; y 3. Que en algunas
zonas sencillamente no se pueden emprender tales tarcas. Un caso diciente de
la gran desinformación asociada con la presencia de los actores armados es el
de los tres ingenieros agrónomos que realizaban una encuesta para el Dañe,
fueron retenidos por la guerrilla en julio de 1997 y cuyos restos, al parecer, fue-
ron hallados varios meses después. El case) es diciente pe)r tres razones: la en-
cuesta era para el Sistema de Información del Sector Agropecuario, cuando se
hallaron unos restos descompuestos los familiares aún no sabían si correspon-
dían a los ingenieros secuestrados y en un Ferro de Derechos Humanos y el
lanzamiento del Mandato por la Paz en Montería se criticaba la negligencia y
falta de solidaridad del Dañe. Ver El, TIEMPO, 24 de septiembre de 1997, p.
6A.
7C)
Un comunicado del F^stado Mayor de las F'arc a los periodistas como tes-
puesta a la difusieín de las opiniones del comandante de la FF.AA. no deja mu-
chas dudas al respecto: «No creemos, ni queremos periodistas ejue ingenua-
mente sean apologistas del militarismo, necesariamente debemos advertirles
que declaramos objetivos militares a quienes así obren». LA PRENSA, 4 de abril
de 199.3. P. 25.
Haciende) referencia a un cuatrero que. en la región de Guayabito a finales
(continúa en la página siguiente)

141
Mauricio Rubio

que surge aquí, adicional al de la disponibilidad o calidad de la in-


formación es, de nuevo, el de la falta de un marco normativo ex-
terno a la voluntad o arbitrariedad de quien aplica la justicia.
iCómo se define lo que constituye un delito en un territorio en
donde no opera la justicia oficial? Parece claro en primer lugar
que, en la lógica de los enemigos, la condena de un delincuente
por parte de la justicia oficial equivale a su asimilación a la clase de
los oprimidos del sistema y le otorga legitimidad al acto de liberar-
lo de tal condición. También aparece como una jjosibilidad real
el que un juez rebelde, de veras promiscuo, armado, omnipotente,
y restringido únicamente por él mismo, pueda excederse.
Un aspecto interesante de la evidencia testimonial disponible es
el de las méiltiples interrelaciones entre la justicia guerrillera y la
justicia oficial. De acuerdo con Molano (1997) los guerrilleros a ve-
ces apelan a los leguleyos locales, sobre todo para los problemas de
linderos y una posibilidad que se contempla como sanción es la de
remitir el caso a la otra justicia. También, según el mismo autor, en
ocasiones los mismos miembros de la Policía acuden a la justicia
guerrillera.

de los sesenta abandona la zona cuando llegan las Farc, Gabina afirma ejue «la
guerrilla, donde llegaba, limpiaba la zona de delincuentes y creaba, de alguna
medida, una atmósfera de seguridad». Medina (1996) p. f 02.
81
Al respecte) es interesante el relato de Gabina sobre la toma de Simacota en
1965. «A la cárcel fue un comando con la intención de liberar a los presos; esa
era otra tarca. Tal vez desentonaba un poquito con el carácter de ese ¡)tieblo,
pero la idea era hacer justicia. Los compañeros van y los presos no quieren sa-
lir. De todas maneras los soltaron al otro día porque no había guardianes, ni
armas, ni nada.» Ibid. j). 54.
Tal como ocurre en las historias relatadas por seis guerrilleros amnistiados
del EPL ejue operaban en Dabeiba, lugar en donde aparecen miembros de las
Farc que hacen de jueces como una extraña mezcla de dictador, consultorio
jurídico y doctora corazón. «Los domingos se ven las oficinas que denominan
Casa del Pueblo llenas de camj)esinos citados verbalmentc o por boletas para
dirimir pleitos entre vecinos o entre marido y mujer. Los servicios son pagos.
Muchos de los pobladores se j)rcguntan por qué las autoridades permiten es-
to. Nos acordamos de un parcélelo en la vereda Cadillal del municipio de
Uramita, que en 1989 tenía un problema de linderos con su vecino [...] Oímos
cuando le decían ejue cuánto iba a dar j)ara arreglar el problema. Y el que más
dio, ganó y al otro lo pelaron porejue no quiso ciar más j)lata ni salirse de la
finca. En noviembre del año pasado se presentó allí [en San José de Urama]
otro caso que chocó mucho a la gente pero nadie pudo decir nada por la lev
del silencio: el asesinato de una señora porque era muy chismosa». LA PRENSA.
26 de mayo de 1992, p. 8.

142
Rebeldes y criminales

Aunque es probable que la influencia de los grupos guerrilleros


sobre el sistema judicial y el régimen penal colombiano haya sido
inferior a la ejercida por las organizaciones vinculadas al narcotrá-
fico, también es cierto que se trata de un fenómeno que ha recibi-
do menor atención y está menos bien documentado. ' A pesar de
lo anterior, no parece prudente ignorar este canal, probablemente
el más nocivo, de interrelacie'm entre el delito político y el delito
común en Colombia.
La última vinculación que se puede señalar para Colombia en-
tre las actuaciones políticas y las delictivas sería el llamado cliente-
lismo armado, o sea la interferencia, mediante amenazas, en la asig-
nación de recursos públicos con fines electorales o como meca-
nismo para lograr el apoyo popular. "' Una vertiente aún más sor-
prendente de estas conductas es la relacionada con el sabotaje a la
infraestructura petrolera, que se presenta siempre como un acto
p u r o de rebelieSn, pero que en ocasiones n o pasa de ser un buen
arreglo económico entre los guerrilleros, los contratistas del sector
público, los jjolíticos locales, y la poblacicSn que recibe empleo en
, • 86
las reparaciones.
83
Una recopilación de las coincidencias que se han observado en el país entre
las acciones de los grupos de narcotraficantes y las modificaciones al régimen
penal en la última década se encuentra en Saiz (1997),
84
Al respecto pueden citarse, a título de ejemplo, dos casos. Primero, el se-
cuestro de una Comisión de la Procuraduría por el frente 44 de las Farc en el
Guaviare en julio de 1997 cuando, paradójicamente, investigaban la masacre
de Mapiripán, cometida por los grupos paramilitares. Ver El Tiemjx), 2 de
agosto de 1997. El segundo sería el asesinato, reconocido por el ELN, en no-
viembre de 1993, del senador Darío Londoño Cardona, ponente del proyecto
de Ley de Orden Público y la carta conocida por el diario El Espectador en la
ejue se declaraba como objetive) militar al (Jongreso por su apoyo a la tramita-
ción de proyectos relacionados con dicha Ley.
Ver por ejemplo el relato de Péñate (1998) sobre las amenazas de las Farc a
los funcionarios del Incora en la región del Sarare para favorecer ciertas vere-
das, sobre el manejo de la clientela electoral de colonos, por parte del mismo
grupo, y el posterior enfrentamiento con el frente Domingo Laín del ELN
aliado con los caciques locales no aliados a las Farc.
Ver al respecto las referencias de Péñate (1998) a sus trabajos anteriores y
Bejarano (1997) p. 50. Ver también, para corroborar estas imaginativas actua-
ciones rebelde-empresariales, las investigaciones adelantadas por la Fiscalía a
tres funcionarios de la empresa Tecnicontrol que, al parecer, negociaban con
el ELN los atentados al oleoducto para sacar provecho de los contratos de re-
paración. Ver "^Atentados por contrato al oleoducto?" El Tiempo, 26 de no-
viembre de 1997.

143
Mauricio Rubio

En síntesis, los testimonios disponibles muestran para los rebel-


des colombianos una realidad muy alejada de las tipologías ideali-
zadas del actor colectivo que responde a la dinámica de la lucha de
clases y está totalmente aislado del crimen. Una de las paradojas
más interesantes de estas organizaciones, cuya ideología hace énfa-
sis en la opresión y la dominación del Estado por la vía de la auto-
ridad, es su estructura interna vertical, monolítica y autoritaria, en
donde se da en la práctica un enorme apego a la obediencia ciega e
incondicional. Fuera de las ya mencionadas presiones psicológicas
que llevarían a una dinámica perversa de escalamiento de la vio-
lencia y del enfrentamiento contra lodo lo que no hace parte del
grupe), parecería que las decisiones claves en estas organizaciones
las toma un grupo reducido de individuéis. En el pasado algunos de
estos individuos tomaron decisiones que resultaron ser críticas pa-
ra la evolución posterior del conflicto: participar o no en unas ne-
gociaciones de paz, independizarse de las fuentes internacionales
de financiación, aliarse con el narcotráfico, etc. El punto que se
quiere destacar aquí es ejue el análisis basado en la consideracic'm
exclusiva de actores colectivos puede ser insuficiente, y hasta ina-
decuado, para entender o predecir el desarrollo del conflicto. Son
numerosos los testimonios de miembros y exmiembros de las or-
ganizaciones subversivas colombianas que revelan situaciones en
las eme sus líderes —y detrás de ellos los combatientes rasos bajo su
mando— hacen, literalmente, lo que les place, en forma indepen-
diente de que se trate de un acto político o de un crimen. En este
contexto, la separación tajante entre rebeldes políticos y delincuen-
tes comunes parece demasiado fuerte, inocua, e irreal: fuerte, por-
que equivale a suponer que los miembros de los grupos subversi-
vos son seres incorruptibles, que pertenecen a una casta superior a

Probablemente el caso más extremo de arbitrariedad y de comportamiento


criminal de un rebelde fue el de las matanzas de Tacueyó en donde cerca de
un cenlenar ele guerrilleros fueron abatidos por su jefe, Delgado, ejue «en una
época fue el consentido de Jacobo. Le gustaba la plata y con ella lo compra-
ron: le gustaba el poder y con él lo conquistaron. Tan pronto vio la papaya de
lomarse el mando lo hizo. Plata y poder. Vendió a todos sus amigos y traicio-
nó al resto. Se envicie') a la sangre, ejue es la medio hermana del dinero y del
poder, y cuando vio que no le resultaban sus planes se enloqueció. Comenzó a
matar a sus enemigos v luego el círculo se le amplié) hasta que abarcó a sus
amigos, uno por uno. Pero tanto muerto coge fuerza v para vencerla se nece-
sitan más muertos y más muertos. Así hasta que acabe') con medio movimien-
to... Molano (1996) p. 188.

144
Rebeldes y criminales

la de los humanos —en el m u n d o de los no rebeldes— en la cual


surgen los criminales; inocua, porque en las zonas de influencia de
los rebeldes, y al interior de los grupos armados, los límites de la
criminalidad los definen las mismas organizaciones, o sus líderes, y
es difícil no pensar que esta definición se hace de acuerdo con in-
tereses privados o jaersonales; e irreal, p o i q u e los vasos comuni-
cantes y de retroalimentacieSn entre unas y otras conductas son pa-
ra Colombia numerosos y difíciles de ignorar. Lo que sí parece ser
una constante, es que esos mismos líderes rebeldes utilicen recu-
rrentemente la retórica del delerminismo de los fenómenos socia-
les para justificar tanto sus actuaciones públicas como sus desafue-
ros privados.

AGENTES ARMADOS Y
DELINCUENCIA: LOS DATOS DISPONIBLES 89

El análisis estadístico de las relaciones entre la presencia de agentes


armados y la delincuencia en Colombia se enfrenta, de partida, con
u n serio problema de información. En el país los datos sobre la
llamada criminalidad real se limitan a las once ciudades cubiertas
por la Encuesta Nacional de Hogares para las cuales se han reali-
zado cuatro módulos de victimización. Para el resto del país las ci-
fras sobre delincuencia se basan en los registros policiales, o del
sistema judicial, que presentan dos inconvenientes. El primero es
que dejan por fuera los incidentes criminales que no llegan a cono-
cimiento de las autoridades. Se sabe además, de acuerdo con las
encuestas de victimización, que la proporcicSn de delitos que no se
denuncian —la llamada criminalidad oculta— no scSlo es alta sino
que además varía significativamente por regiones, dependiendo de


Adquiere así plena vigencia, en términos de este nuevo poder, lo que Oroz-
co (1992) denomina el correlato necesario entre criminalidad y criminaliza-
ción, que convierte «la relación entre el hombre de bien y el hombre desvia-
do, en un verdadero juego de espejos». Orozco (1992), p. 45. Hay un relato
interesante de un consejo de guerra que se le siguió a una guerrillera y al jefe
de su grujx) que trató de violarla y recibió un dis¡)aro de ella al defenderse.
«Lo que no podían aceptar, con o sin intención, era que yo o cualcjuiera de las
mujeres tratara de volver a repetirlo y a generalizarse. Si cada vez que alguien
se lo pide a una compañera ella saca el fierro, las cosas se ponen delicadas en
una guerrilla». Molano (1996) p. 148.
Buena parte de los puntos tratados en esta sección se encuentran expuestos
en forma más detallada en Rubio (1997) y Rubio (1997a),

145
Mauricio Rubio

factores que aún no se conocen y que sólo recientemente se están


empezando a investigar? Algunos ejercicios estadísticos' sugieren
que uno de esos factores puede ser, precisamente, la influencia de
agentes armados. El segundo inconveniente de las cifras oficiales
de delincuencia es que presentan jnc)bleinas de confíabilidad que
se podrían explicar o bien por las peculiaridades del sistema penal
colombiano,'" o bien por el hecho, incontrovertible, que dado que
estas cifras se utilizan para evaluar el d e s e n s e ñ o de la organiza-
ción responsable de su manejo, es razonable pensar en la posibili-
dad de sesgos sistemáticos en el registro. Un temor similar se pue-
de expresar con respecte) a la información disponible sobre pre-
sencia de agentes armados, información que no es independiente
de los intereses de la organización responsable de su recopilación y
divulgación. Una vez hechas estas salvedades vale la pena, de todas
maneras, analizar lo que muestran las estadísticas, sobre todo las
relacionadas con la violencia homicida, que es claramente la con-
ducta criminal con menores problemas de registro.
Con las cifras judiciales agregadas a nivel nacional se puede
identificar una asociación entre la violencia, medida por la tasa de
homicidios, la presencia de grujjos armados y varios de los jndica-
de^res de d e s e n s e ñ o de la justicia penal. En las últimas dos déca-
das, la tasa de homicidios colombiana se multiplicó por más de
cuatro. En forma paralela, se incremente') la influencia de las prin-
cipales organizaciones armadas: guerrilla, narcotráfico y grupos pa-
ramilitares. En el mismo lapso, la capacidad delsistema penal para
investigar los homicidios se redujo considerablemente.

Ver un esfuerzo preliminar en estas líneas, realizado con los datos de la En-
cuesta de Hogares del 95, en Santís (1998).
Ver más adelante los resultados obtenidos con la información judicial por
munici¡)ios.
En particular, la información policial sobre delincuencia parece haberse
contaminado por uno de los grandes vicios del sistema judicial colombiano: el
desinterés por los incidentes sin sindicado conocido. Esta sería una de las po-
sibles explicaciones para la incompatibilidad que se observa entre las cifras
sobre denuncias de la Policía Nacional y lo reportado por los hogares en las
encuestas de 1985, 1991 v 1995. El descenso en la criminalidad que muestran
las primeras es no sólo inconsistente con la tendencia creciente que reflejan
las segundas sino que, además, está sospechosamente correlacionado con la
evolución de los aprehendidos que lleva la misma Policía. Ver un desarrollo
de este argumento en Rubio (1998).
13
La proporción de homicidios que se llevan a juicio, que en los sesentas al-
(continúa en la página siguiente)

146
Rebeldes y criminales

Estas asociaciones permiten dos lecturas. La tradicional de una


aproximación de escogencia racional sería que el mal desempeño de
la justicia ha incentivado en Colombia los comportamientos violen-
tos. En el otro sentido, se puede argumentar que uno de los facto-
res que contribuyeron a la parálisis de [ajusticia penal colombiana
fue, precisamente, la violencia y en particular la ejercida por los
grujios armados.
Una particularidad de la justicia penal colombiana —que ha sido
sugerida como explicación de su incapacidad actual j)ara aclarar
los homicidios— es su tendencia a ocuparse de los delitos inocuos y
fáciles de resolver en detrimento de los más graves, los difíciles de
investigar y aclarar. La investigación de los incidentes penales en
Colombia, en la práctica, se limita a aquellos con sindicado conocido
o sea, a los delitos básicamente resueltos desde la denuncia j)or
parte de las víctimas.
Por otro lado, los datos de las encuestas de victimización mues-
tran cómo las actitudes y resjmestas de los ciudadanos están con-
taminadas tanto por las deficiencias de la justicia penal, como por
un ambiente de amenazas e intimidación. La se)ciedad colombiana
se caracteriza no sólo por los altos niveles de violencia, sino por el
hecho de que los ciudadanos no cuentan con sus autoridades para
buscar soluciones a los incidentes criminales. '
Dentro de las razones aducidas por los hogares colombianos pa-
ra no denunciar los delitos vale la pena resaltar la importancia de
dos de ellas. La primera, peculiar y persistente en las tres encuestas
de victimización, es la de Vá falta de pruebas, que es sintomática de la
forma como el sistema penal colombiano ha ido delegando en los
ciudadanos la responsabilidad de aclarar los crímenes. La segunda
es la del temor a las represalias que en la última década duplicó su
participación en el conjunto de motivaciones de los hogares para
no denunciar.

canzó a superar el 35% es en la actualidad inferior al 6%. Mientras que en


1975 por cada cien homicidios el sistema penal capturaba más de 60 sindica-
dos, para 1994 ese porcentaje se había reducido al 20%. Las condenas por
homicidio, que en los sesenta alcanzaban el 11% de los homicidios cometidos
no pasan del 4% en la actualidad. Rubio (1996),
9 4
TU V I
Ibid.
Aun para un asunto tan grave como el homicidio más de la mitad de los
hogares víctimas manifiestan no haber hecho nada v únicamente el 38% re-
porta haber puesto la respectiva denuncia. Rubio (1996a).

147
Mauricio Rubio

Del análisis de la información municipal para 1995, un primer


punto que vale la pena destacar es ejue la presencia ele agenlei-arz..
mados en los municipios aféela negativamente la calidad de la in-
formación sobre violencia homicida. Un indicador elemental de ca-
lidad de las estadísticas sobre muertes violentas se puede construir
con base en las diferencias ejue se observan entre los datos de dis-
tintas fuentes. Para una fracción importante de los municipios co-
lombianos —más del 25%— se observa un fáltame en las cifras judi-
ciales: los homicidios registrados por los médicos legistas, o por la
Policía Nacional, superan la cifra reportada por el sistema judicial.
La probabilidad ele ocurrencia de este fenómeno de subregistro
judicial ele la violencia se incrementa en forma significativa con la
presencia de guerrilla, narcotráfico o grupos paramilitares en los
• • • 96
municipios.
En los municipios donde se presenta este feneSmeno de subre-
gistro de homicidios, por lo general lugares violentos, se observa
que las denuncias por habitante, en todas las categorías de delitos,
son en promedio inferiores a las de los municipios en donde las ci-
fras judiciales son consistentes con las de otras fuentes.
La asociación ejue se observa entre el subregistro de muertes
violentas, la presencia de agentes armados y los bajos niveles de
denuncias se jjuede explicar de varias maneras que reflejan, todas,
deficiencias en el funcionamiento de la justicia penal. Estas expli-
caciones son consistentes con un escenario bajo el cual los agentes
armados venden servicios privados de protección... o de justicia.
Este feneSmeno de desjudicializaciem de la violencia afecta no se')lo
los niveles de la criminalidad registrada en las denuncias sino ejue,
además, distorsiona la percepción ejue se tiene sobre el efecto ele
los grupos armados sobre esa criminalidad. '

Para hacer estas estimaciones se utilizaron m o d e l o s logit. Ver los detalles de


la estimación en Rubio ( 1997).
Sin hacer un control de calidad de las cifras judiciales, se p o d r í a inferir de los
datos ejue la llegada ele la guerrilla, o de los g r u p o s paramilitares. a u n muni-
cipio n o tiene mavor efecto sobre la criminalidad. Si se excluyen de la m u e s t r a
los m u n i c i p i o s en d o n d e se p r e s e n t a el subregistro d e homicidios cambia esta
percepción: la llegada ele los g r u p o s a r m a d o s afecta p o s i t i v a m e n t e la crimina-
lidad q u e se d e n u n c i a , ver Rubio ( 1997). La c o m b i n a c i ó n de los efectos que se
acaban de describir hace q u e , p o r ejemplo, en el m u n i c i p i o típico c o l o m b i a n o
la presencia de algún a g e n t e a r m a d o reduzca e n t r e u n 139? v u n 259? el nú-
m e r o d e d e n u n c i a s puestas a n t e la justicia. Eos detalles d e las estimaciones se
e n c u e n t r a n en Rubio La violencia en Colombia, dirnensionamienlo y políticas de
(continúa en la página siguiente)

148
Rebeldes y criminales

La influencia de los agentes armados sobre las cifras judiciales


no se limita a su impacto negativo sobre los delitos denunciados.
También se percibe en los datos un efecto sobre el número de in-
vestigaciones que emprende el sistema judicial y sobre las priori-
dades de la justicia penal, que pueden aproximarse por la compo-
sición por delitos de las investigaciones. Es precisamente en los
municipios menos violentos, o sin presencia de agentes armados,
en donde la participación de los atentados contra la vida de los ca-
sos en los cuales se ocupa la justicia es mayor.
Así, en forma consistente con el escenario de unas organizacio-
nes armadas poderosas ejue impiden que se investiguen los homi-
cidios, se encuentra una asociación negativa entre la violencia en
los municipios y el interés del sistema judicial por aclarar los aten-
tados contra la vida. También se encuentra que la presencia de más
de un agente armado en un municipio tiene un efecto demoledor
sobre las prioridades de la justicia, en contra de los delitos contra
I •,) 98
la vida.
Para resumir, el análisis de los datos sobre desempeño judicial,
violencia homicida y presencia de los grupos aliñados en los muni-
cipios colombianos sugiere una historia interesante. El efecto ini-
cial de los actores armados sobre el desempeño de la justicia penal
colombiana se estaría dando a través de la alteraciejn, en ciertos
municipios vieílentos, en el contco de los homicidios por parte de
los fiscales y los jueces. La información disponible es bastante reve-
ladora acerca de la génesis del misterio alrededor ele las muertes
violentas en el país: el sistema judicial. Losjnuertejs emjnezan a de-
sajjarecer de las estadísticas en las cifras que remiten los juzgados.
Difícil jiensar que si existe desinformación en cuanto al número ele
homicidios habrá alguna claridad acerca de las circunstancias en
que ocurrieron las muertes, o acerca de los autores de esos críme-
nes.
Este primer desbalance entre lo que el sistema judicial registra y
lo que realmente está ocurriendo estaría afectando las jjercepcio-
nes de los ciudadanos acerca de la justicia oficial y su voluntad para

control. Informe final de investigación presentado al Bid y aún no publicado.


98
Para tener una idea de la magnitud de este impacto baste con señalar que la
presencia de dos agentes armados en un municipio colombiano tiene sobre las
prioridades de investigación de la justicia un efecto similar al ejue tendría el
paso de una sociedad pacífica a una situación de guerra civil. Ibid.

149
Mauricio Rubio

r e c u r r i r a ella jaara d e n u n c i a r o t r o t i p o d e i n c i d e n t e s . El f e n ó m e n o
d e baja d e n u n c i a q u e se o b s e r v a a n t e la p r e s e n c i a d e a g e n t e s ar-
m a d o s ¡mecle, e n p r i n c i p i o , d a r s e e n f o r m a p a r a l e l a c o n u n a re-
ducciém o c o n u n i n c r e m e n t o e n la d e l i n c u e n c i a . Los d a t o s n o s o n
c o n t u n d e n t e s al resjjecto j^ero s u g i e r e n m á s u n e s c e n a r i o d e au-
m e n t o e n la c r i m i n a l i d a d . La p r e s e n c i a d e m á s d e u n a g e n t e ar-
m a d o en u n a l o c a l i d a d t i e n e va u n efecto d e v a s t a d o r s o b r e la justi-
cia ejue p a r e c e c o n v e r t i r s e e n t o n c e s e n u n a v e r d a d e r a justicia de
guerra bajo la cual el m a y o r n ú m e r o ele m u e r t e s violentas c o n d u c e
a u n m e n o r i n t e r é s d e la j u s t i c i a j i o r investigarlas, y m u c h o m e n o s
p o r aclararlas. En síntesis, los d a t o s m u e s t r a n q u e es p o r la desin-
f o r m a c i ó n a l r e d e d o r d e la violencia p o r d o n d e p a r e c e iniciarse la
influencia d e los a g e n t e s a r m a d o s s o b r e la justicia jaenal colombia-
na. A p a r t i r del m o m e n t o e n q u e la justicia —en sus estadísticas y
s e g u r a m e n t e e n su desemjDeño— se e m p i e z a a alejar d e la r e a l i d a d ,
se clan las c o n d i c i o n e s p a r a ese c í r c u l o vicioso d e d e s i n f o r m a c i ó n v
oferta d e servicios p r i v a d o s d e proteccie'm e n el ejue, n o s dice la
teoría, s u r g e n y se c o n s o l i d a n las o r g a n i z a c i o n e s a r m a d a s p o d e r o -
191)
sas.

SUGERENCIAS PARA AVANZAR EN EL ANÁLISIS DE


LOS REBELDES COLOMBIANOS

P a r a c u a l q u i e r a ejue viva en C o l o m b i a es e v i d e n t e la d i f e r e n c i a q u e
existe e n t r e u n d e l i n c u e n t e c o m ú n y u n g u e r r i l l e r o . La s a b i d u r í a
p o p u l a r h a c e énfasis e n el e m j j a q u e , o e n los m o d a l e s . " P e r o
c a b e m e n c i o n a r o t r a s d i s c r e p a n c i a s . El p r i m e r o ele estos p e r s o n a j e s
p u e d e ser u n infractor ocasional, a c t u a r e n f o r m a i n d e p e n d i e n t e y

Fas respuestas ele los hogares acerca de los laclóles que se cree afectan la
delincuencia en sus regiones tiende a dar apeno a la idea de que los agentes
aunados contribuyen a la inseguridad. Testimonios disponibles en el país
permiten sin embargo sospechar ejue en algunas localidades los grupos arma-
dos entran a poner orden, reduciendo las tasas delictivas.
Ver por ejemplo Gambetta (1993).
tul . . . . " . , , . . .
«I.a delincuencia común no suele tener el Upo de armas y vestimentas que
utiliza el grupo [guerrillero] ni siquiera su apariencia personal [...] su ])¡el [la
del guerrillero| es la de una persona que ha estado expuesta por largo tiempo
a la intemperie». Testimonio de un habitante de La Calera en Vásquez (1997),
I'. 12.
10''
«Porque la delincuencia común saquea v destruve» pero los muchachos,
como los llaman en la región, «no se comportan así». Ibid. p. 12.

150
Rebeldes y criminales

no tener dentro de sus planes la transformación de la sociedad. El


guerrillero claramente ha escogido un modo de vida, jíertenece a
una organización y, como tal, responde a las directrices de un plan,
de un provecto político, defendido por su grupo. Estas diferencias,
observables y concretas, no jjarecen ser suficientes para propemer
un modelo de comportamiento específico jaara cada uno de estos
personajes y muchísimo menos para sugerir ejue la ley les dé un
tratamiento diferencial. Discrepancias ccjmo estas o aun más mar-
cadas se pueden observar, por ejemplo, entre un microempresario
y un empleado de una multinacional. A nadie se le ocurriría por
esto sugerir un tratamiento analítico, o judicial, para el microem-
presario y otro para los asalariados de las graneles empresas sobre
la base de sus intenciones, de su conviccicSn, o del hecho ejue ellos
sí hacen parle ele un proyecto empresarial —y eventualmente polí-
tico— más ambicioso, mientras que los primeros enfrentan el desa-
fío más banal de ganarse el sustento.
El diagnóstico del conflicto armado colombiano se ha quedado
estancado en consideraciones idealistas, como la intención de los
actores, que pensadores lúcidos de hace dos siglos ya habían suge-
rido superar. ' Parece conveniente sacar la discusión del área dé-
lo que cada uno, incluyendo los actores del conflicto, piensa sobre
cómo debería ser el m u n d o para llevarla al jjlant} de entender el
m u n d o real y concreto que nos rodea. En este sentido, se pueden
hacer algunas sugerencias más con el propósito de suministrar
elementos para tratar de mejorar el entendimiento que se tiene
sobre los actores del conflicto colombiano, que con el ele sugerir
salidas.
A nivel conceptual, la recomendación más general iría en las lí-
neas de extender los avances que en las últimas décadas se han lo-
grado en la comprensic'm de los comportamientos individuales y
colectivos en el análisis de quienes actúan al margen ele la ley en
Colombia.

«La única y verdadera medida de los delitos es el daño hecho a la nación, y


por eso han errado los que creyeron ejue lo era la intención del que los come-
te. Esta depende de la impresión actual de los objetos y de la interior disposi-
ción de la mente, ejue varían en todos los hombres v en cada uno de ellos con
la velocísima sucesión de las ideas, de las pasiones y de las circunstancias. Se-
ría, pues, necesario formar, no solo un códice j)articular para cada ciudadano,
sino una nueva ley para cada delito». Beccaria (1994), p. 36.

151
Mauricio Rubio

Una sugerencia, típicamente económica, sería la de no seguir


desconociendo los fundamentos de la teoría de la escogencia racio-
nal que, a pesar de sus grandes limitaciones, ha mostrado ser una
herramienta útil para el análisis de un buen número ele fenómenos
sociales. Del modelo económico del comportamiento se han deri-
vado unas pocas verdades básicas que parecen tener validez univer-
sal. Una de ellas es ejue los individuos escogen su ocupación bus-
cando la satisfaccieSn de sus intereses personales, por lo general un
ingreso monetario. FJna consecuencia agregada de esta proposi-
ción es que las actividades económicamente rentables tienden a
persistir en una sociedad. Una segunda gran verdad ele la econo-
mía es la llamada ley de la demanda: al incrementarse los jareaos,
disminuye la cantidad demandada. Si se le quita a esta ley su dis-
Ifraz monetario se puede reíórmular de manera más general: al
'•aumentar lo que los individuos perciben como un costo para una
, conducta, disminuye la incidencia de esa conducta. Los testimo-
. ,,b nios disponibles sobre los rebeldes colombianos permiten conside-
rar razonable el supuesto de que ellos, como los delincuentes co-
munes, como el ciudadano del montón, también„jLCJ¿aaj£am^íl
propósito de satisfacer intereses particulares. La realidad colom-
biana parece además corroborar la impresión ele que una vez la
subversión, como cualquier otra organización armada, encuentra
una buena fuente de ingresos cconeímicos —secuestro, gramaje,
imjDuestos a las petroleras, compra de tierras, venta de jmotecdém—
tiende a conservarla, y a defenderla. Además, trata de adaptar su
discurso jíolítico para hacer ajiarecer tal actividad como algo inevi-
table en su lucha por unos ideales superiores. También es sólida la
evidencia a favor de la idea ele que los esfuerzos por controlar las
acciones de los rebeldes, cuando son efectivos, imponen mayores
costos a esas acciones y por esa vía reducen su incidencia. No pue-
de ser otra la leSgica detrás de todas las poemas de lucha que se han
dado en el J3aís en contra de cualquier medida tendiente a impo-
ner un mayor control estatal sobre las actuaciones de los rebeldes.
Una segunda recomendación tiene ejue ver con la necesidad de
conciliar en un punto intermedio el modeles de escogencia racional
con la visión sociológica del m u n d o . En la vida real, los individuos
aparecen estar en un punto intermedio entre el agente racional de
la economía y el actor que sigue reglas o normas típico de la socio-
logía. Recientemente han aparecido esfuerzos en las líneas de con-
ciliar estas visiones rivales extremas, proponiendo un modelo de
comportamiento basado en actores ejue, con cierta racionalidad.

152
Rebeldes y criminales

adoptan de manera cambiante reglas y normas para algunas de sus


conductas. Esta literatura se insinúa particularmente éitil jsara
entender los actores del conflicto colombiano. Resulta difícil de di-
gerir la visión económica simple y extrema de ejue rebelarse es algo
así como una serie cotidiana de decisiones racionales que se toman
luego de una evaluación exhaustiva de los costos y los beneficios ele
cada situación. Los testimonios disponibles muestran que el acto
ele rebelarse se ajusta más al guión de ciertas decisiones críticas,
que se toman una, o dos, pero no muchas veces en la vida, y que
implican la adopción de unas reglas o normas —de compromiso, de
obediencia— ejue determinan las conductas posteriores. Lo ejue
tampe)cc^j)arece jjrzonable es, en el ejtro extremo, el modelo de la
sociología clásica segrtn el cual rebelarse no sería una decisión in-
dividual sino el resultado inevitable de una situaciém social. Tal vi-
sión también riñe con la evidencia de innumerables obreros y
campesinos ejue han decidido aceptar el orden social sin rebelarse
o con la de los rebeldes que han decidido dejar de serlo sin ejue se
haya presentado una mocliílcaciém de las causas objetivas.
En el m u n d o de los rebeldes colombianos, y en el de e)tros gru-
pos armados, la dedsie'm crítica a nivel individual jjarece ser la de
unirse o no a un grupo armado. J Además, siendo realistas, cabe
argumentar que el carácter político ele una organización armada
dejaende más de su poder relativo dentro de la sociedad ejue de las
intenciones de sus miembros. Cualquier organización exitosa crece
y se consolida y en ese proceso sus objetivos iniciales cambian.
Existen empresas privadas, legales c ilegales, cuyo jx)der económi-
co se transforma a partir ele un punte;) en verdadero poder
político. ' Con cualquier organizacicSn armada suficientemente po-
derosa un Estado débil tendrá eventualmente que negociar. Así ha
ocurrido en Colombia. En este contexto, se podría jalantear una di-
ferenciación de los delincuentes, pero no basada en las intenciones
o la conviccic'm de los actores sino, primero, en su dedsie'm ele or-
ganizarse o actuar por cuenta propia y, segundo, en el poder real de
la organización. Parecería razonable reemplazar la dicotomía delito
194
Ver al respecto Vanberg (1994).
Tan crítica ejue sem comunes los testimonios sobre los ritos de iniciación.
No sobra recordar aquí que un microempresario del delito común, un pe-
queño ladrón de lápidas, Pablo Escobar, termine) afectando en forma signifi-
cativa la Constitución y el régimen penal colombianos. En buen romance, eso
es un actor político.

i 53
Mauricio Rubio

político-delito común por una, más observable, delito organizado-


delito individual y, obviamente, adecuar tanto el análisis como las
recomendaciones ele acción pública a la realidad de cada organiza-
ciém.
Una vez se reconoce la posibilidad de que los individuos res-
ponden a incentivos, y que en alguna medida sus decisiones son
racionales, parece conveniente profundizar en la comprensión cie-
los mecanismos que agregan, en resultados colectivos, estas esco-
gencias individuales. En otras palabras, se trata de reconocer que —
y empezar a investigar cernió— en el m u n d o al margen de la ley se-
dan interrelaciones entre los individuos, las organizaciones y las
instituciones. ' El estado del arte en términos de la comprensiém
del funcionamiento interno de las organizaciones, o de por qué
ciertas actividades se realizan al interior de una organizade'm y
otras en mercados abiertos, es aún incipiente. ' A pesar de lo an-
terior, aceptar ejue tanto en las organizaciones como en los merca-
dos algunos individuos tienen un mayor poder de dedsie'm que
otros, jjarece ser un supuesto realista y útil. Dentro de las organi-
zaciones, la distinción entre el principal, que toma las decisiones, y
el agente, ejue en principio signe las instrucciones del principal, ha
permitido una mejor comprensiém de su dinámica. Parece cada

En la terminología de North (1990) las instituciones se asimilan a las reglas


del juego y las organizaciones a los jugadores. Uno de los planteamientos básicos
de North es el de la endogcneidad de las instituciones: en un proceso evoluti-
vo, las organizaciones más exitosas bajo ciertas reglas del juego las amoldan a
sus intereses, para ser así cada vez más poderosas.
Pata las reflexiones de los economistas sobre estos lemas ver, por ejemplo,
los trabajos de Ronald Coase, o de Oliver Williamson.
F'.s necesario reconocer ejue los modelos disponibles sobre los determinan-
tes del comportamiento de los agentes son más adecuados, y han recibido un
mayor respaldo empírico, que los que se tienen sobre los principales. Para es-
tos últimos se dispone de alguna teoría cuando ellos mismos son, a su vez,
agentes de instancias superiores o participan en un juego, económico o políti-
co, muy competido. El conocimiento —y la capacidad de predicción— que, por
ejemplo, la teoría económica tiene sobre la conducta de los empleados asala-
riados es mayor que aquel sobre la conduela ele los empresarios, que a su vez
parece ser inversamente proporcional al tamaño y al poder de mercado de sus
empresas. Con relación a las burocracias estatales dos cosas parecen claras. La
primera es ejue el modelo de comportamiento de los actores individuales es
más precario que en la esfera privada. Es claro que para el grueso de los fun-
cionarios públicos, aún en sociedades corruptas, los incentivos económicos
particulares constituyen tan seílo una parle de los determinantes de sus con-
ductas. No existen, por ejemplo, modelos razonables de comportamiento de
(continúa en la página siguiente)

154
Rebeldes y criminales

vez m á s claro ejue la e s t r u c t u r a i n t e r n a d e las o r g a n i z a c i o n e s está


m u y ligada a la definición ele los d e r e c h o s d e p r o p i e d a d y a la ma-
n e r a c o m o se jDiotegen d i c h o s d e r e c h o s .
La e v i d e n c i a ce)lombiana i n d i c a q u e al i n t e r i o r d e los g r u p o s
subversivos y ele las d e m á s o r g a n i z a c i o n e s a r m a d a s existe la figu-
ra del l í d e r q u e juega u n rol decisivo e n la definición d e las estra-
tegias del grujjo jsero t a m b i é n existe la figura del a s a l a r i a d o , b u e n a
[jarte ele c u y o c o m p o r t a m i e n t o p a r e c e r í a fácil ele e x j m c a r c o n he-
r r a m i e n t a s cconennicas t r a d i c i o n a l e s . En f o r m a a n á l o g a a lo q u e
o c u r r e e n el á m b i t o e m p r e s a r i a l , es p o c o lo q u e f o r m a l m e n t e se
sabe s o b r e los d e t e r m i n a n t e s d e la e s t r u c t u r a i n t e r n a d e las o r g a n i -
zaciones al m a r g e n d e la ley. H a b r í a u n factor crítico r e l a c i o n a d o
con la p r o p i e d a d ele las a r m a s . " T a m b i é n p a r e c e h a b e r e l e m e n t o s
familiares, ele n e p o t i s m o , religiosos, ' ele s i m p a t í a s d e clase, de
grujjos d e presiém o d e s i m p l e s g o l p e s d e s u e r t e .

los jueces, o los policías, o los militares. El segundo aspeete) es que, de nuevo,
la conducta de los funcionarios subalternos es más explicable y predecible que
la de sus superiores y que, entre estos últimos, la capacidad de comprender o
anticipar sus acciones es inversamente proporcional a su poder dentro del
aparato estatal.
Ver por ejemplo las declaraciones de Carlos Castaño sobre las escalas sala-
riales en los grupos paramilitares en El Tiempo, 28 de septiembre de 1997.
En el fondo, la llamada Teoría Económica del Calmen, no es más que la
extensión de los modelos de decisión ocupacional de la economía laboral apli-
cados a situaciones en donde no todas las variables son monetizablcs. Ver al
respecto los trabajos de Gary Beckcr, o de Isaac Ehrlich.
En los orígenes de las Farc, «Marulanda fue muy claro desde un principio
en advertir que nadie podía retirar ni una pistola ni un fusil ni una carabina
una vez que la pusiera a disposición del movimiento. Tampoco aceptaba cíñe-
las armas ganadas en combate fueran de quien les echaba mano... F?s más: las
armas tampoco eran del jefe de los alzados, penque así como había sido elegi-
do podía ser destituido cuando la tropa quisiera; la garantía era, de lógica, cíñe-
las armas fueran de todos». Molano (1996) ]). 66,
El relato de Correa (1997) hace mucho énfasis en este punto.
114
En el testimonio de Gabina, en Medina (1996), son recurrentes las alusio-
nes a la posicieín privilegiada eme dentro del grupo siempre tuvieron los inte-
lectuales, los ciudadanos, frente a los campesinos. También es claro que los
Vásquez Castaño, hermanos del líder, entraron a la guerrilla con posiciones
de liderazgo.
En Péñate (1998) se señala la influencia que tuvieron sobre la estructura
interna, y la definición de la estrategia, del ELN tanto los antiguos miembros
de Fecode que se vincularon en 1975 —grupo de presión— como el acierto
econeímico del frente Domingo Laín al ordeñar al sector petrolero — golpe de
(continúa en la página siguiente)

155
Mauricio Rubio

Para la economía ha sido títil reconocer ejue las instituciones —


las reglas de juego— no son siempre exógenas, ni contractuales, ni
eficientes, ni orientadas por el bien público sino ejue, por el contra-
rio, son bastante sensibles a la dinámica de las organizaciones más
poderosas —los jugadores exitosos bajo esas reglas de juego— que
buscan amoldarlas a sus intereses, ' Estas ideas ¡xirecen sugestivas
|3ara entender las organizaciones armadas en Colombia, y su rela-
ción con las instituciones estatales —como los organismos de segu-
ridad, la justicia y el régimen j)enal— que pretenden controlar sus
acciones. No se jjuede desconocer el hecho de que las reglas de-
juego colombianas, en su sentido más general, son más favorables
hoy {jara las organizaciones subversivas ejue las ele hace dos o tres
décadas, y que esta evolución institucional no ha sido independien-
te de los esfuerzos ejue, en diversos frentes, han hecho los grupos
alzados en armas j)ara acomodarlas a sus intereses. El avance más
significativo de estas organizaciones en términos de supeditar las
reglas del juego a sus objetivos, ha sido probablemente el virtual
bloqueo que han alcanzade) para las acciones judiciales en su cern-
irá. La evidencia tanto testimonial como estadística jjarece corro-
borar una nueva versión del viejo adagio colombiano la justicia es
para los de ruana. Parecería ejue la justicia no loca a los alzados en
armas o ejue jien lo menos a los líderes los trata en forma un tanto
peculiar.
En casi todas las esferas ele la realidad social, los límites entre lo
privado y lo público se están re-definiendo. ' Así, el viejo paradig-

suerte—,
" Ver en particular North (1990).
El mejor ejemplo en este sentido sería el de rebeldes que, como Galán elel
ELN, parecen seguir despachando sus asuntos normales desde la cárcel, con
protección oficial, con gran despliegue ele medios y con contacto permanente
con la clase dirigente,
I 18
F?n el área del suministro de bienes y servicios esta redefinición ha llevado
a la privatizacicín ele actividades que hasta hace poco tiempo se consideraban
ele resorte exclusivo del Estado. En la actualidad, es un hecho ejue empresarios
privados toman ciertas decisiones que es difícil no considerar como cuestiones
públicas. Por otro lado, la generalización del fenómeno de la corrupciein ele
los funcionarios del Estado ha ¡tuesto en evidencia la realidad de unos actores
que, apartándose de los objetivos explícitos v manifiestos de las organizacio-
nes a las ejue pertenecen, actúan desde el sector público tomo dice la teoría
económica que actúa cualquier empresario privado: buscando el lucro perso-
nal.

156
Rebeldes y criminales

ma que separaba en forma tajante la fundón prtblica de las activi-


dades privadas parece haber perdido vigencia. Hoy se acepta que
el Estado siempre juega un papel determinante en la forma como
se configuran y evolucionan los mercados, dinámica ejue a su vez
determina el perfil esjjedfice) de cada Estado. Para las organiza-
d o n e s que actúan al margen ele la lev no son convincentes los ar-
gumentos para postular que allí sí subsiste una línea nítida que se-
para lo público de le) privado. Por el contrario, la probabilidad de-
que esta interferencia ocurra parece mayor puesto que tales orga-
nizaciones, al enfrentar menos restricciones legales, cuentan con
vías ele acumulación de riqueza o ele poder político más rápidas
que las disponibles para las organizaciones restringidas por un
marco legal. Además, en el ámbito interno, la estructura vertical y
autoritaria de las organizaciones subversivas, también reforzada
por la intimidación, y factores como la escasa rotación ele los líde-
res, permiten sosjíechar la existencia de una gran simbiosis éntre-
los objetivos de las organizaciones y los intereses personales de
ejuienes las dirigen.
En síntesis, parece recomendable superar el paradigma basado
en la dicotomía delito político-delito común y por el contrario, re-
conocer que los grupos subversivos, al igual que cualquier otra or-
ganización armada con suficiente jx)der, siempre juegan un papel
decisivo en los niveles de delincuencia y violencia puesto que, por
un laclo, definen dentro de su territorio una nueva legalidad —su
propia legalidad—, y por lo tanto determinan autónomamente los
límites entre el crimen v las conductas aceptadas. Por otro lado,
porque parece cada vez más claro ejue el delito común y el delito
político —ejue se financia con el primero— se complementan v re-
f t , 1 2 9
tuerzan mutuamente.
A nivel metodológico, vale la pena hacer dos recomendaciones.
La primera sería la ele darle prioridad en el análisis a lo ejue ocurre
y se observa sobre lo ejue debería ser. Para el diagnóstico del conflic-
to armado colombiano, y con mayor razón jDara la olisquéela ele sus
soludemes, es indispensable avanzar cu la línea ele restarle impor-
tancia a lo ejue los individuos, o las organizaciones, dicen que ha-
cen, para concentrarse en averiguar cjué es lo ejue hacen y por qué

ll!
'Block (1994).
Ver Daniel Pécaut. Présenl, passé el futur de la vióleme. Mimeo. 1996. Citado
por Bejarano et.al. (1997) pág. 44.

157
Mauricio Rubio

lo h a c e n . " La s e g u n d a r e c o m e n d a c i ó n m e t o d o l ó g i c a t i e n e q u e
ver c o n la n e c e s i d a d d e a b r i r l e c a m p o a las tecnias b a s a d a s n o e n
prejuicios y a f i r m a c i o n e s ideoleSgicas, sino e n hipeStesis y p r o p o s i -
ciones e m p í r i c a m e n t e c o n t r a s t a b l e s .
La m a n e r a m á s a d e c u a d a d e b u s c a r e n las ciencias sociales esa
n e c e s a r i a retroalimentacieSn e n t r e la t e o r í a y la e v i d e n c i a n o es cia-
ra y r e q u i e r e m u c h a i m a g i n a c i ó n . En t é r m i n o s ele r e c o m e n d a c i o -
nes la m e j o r salida p a r a u n n o v a t o e n estas lides c o n s i s t e e n recu-
rrir a los c o n s e j o s d e u n a r t e s a n o q u e logre') e n ese s e n t i d o u n o s re-
s u l t a d o s satisfactorios:

La verdad —observaba Karl Deulsch— reposa en la confluencia


de flujos independientes de evidencia. El científico social prudente,
como el inversionista inteligente, debe confiar en la diversificado!!
para magnificar su fortaleza, y superar las limitaciones de cualquier
instrumento particular... Para entender como funciona una instilu-
cie'm —v con mayor razón, cernió distintas instituciones funcionan de
manera distinta— recurrimos a una variedad de técnicas. De! antro-
pólogo v el periodista serio tomamos la técnica de la observación
de campo disciplinada y del estudio de caso. Esta inmersión afila
nuestras intuiciones y provee innumerables pistas acerca de ccímo
funciona la institución y cómo se adapla a su entorno. Las ciencias
sociales nos recuerdan, sin embargo, la diferencia entre intuición y
evidencia. Las impresiones, no importa qué tan agudas, deben ser
confirmadas, y nuestras especulaciones teóricas deben disciplinarse,
con un cuidadoso conteo. Las técnicas cuantitativas pueden dar una
señal de alerta cuando nuestras impresiones, basadas en u n o o dos
casos muy llamativos, son engañosas o no representativas. El análi-
sis estadístico, también importante, al permitirnos comparar mu-
chos casos diferentes al tiempo, frecuentemente revela patrones
más sutiles, pero más importantes. Como con cualquier historia de
detectives, resolver el misterio del desempeño institucional nos exi-
ge explorar el pasado. No somos historiadores de oficio, y nuestros
esfuerzos en esta dirección son rudimentarios, pero para cualquier
análisis institucional serio las herramientas del historiador son un

Un gran paso en esa dirección se daría, simplemente, si se aplicaran crite-


rios uniformes de rigurosidad, v escepticismo, a todos los actores del conflic-
to. De la misma manera que, en los últimos años, se ha avanzado en el reco-
nocimiento de que en los organismos de seguridad del Estado hav serias in-
consistencias entre las conductas de algunos individuos y los objetivos explíci-
tos de las organizaciones a las que pertenecen, parece impropiado no aceptar
un escenario similar para las organizaciones cinc1 actúan al margen de la lev.

158
Rebeldes y criminales

complemento necesario de los métodos antropológicos y compor-


lainenlales.

Por último, a nivel de las recomendaciones de acción pública, es


poco lo que puede decir alguien sin mayor exjjeriencia en el cam-
po ele la política del conflicto armado colombiano. Parece perti-
nente simplemente transmitir algunas sugerencias hechas por un
analista con vocación empírica. ' La dedsie'm de negociar con los
rebeldes es claramente una decisión política que dejjende no tanto
de consideraciones técnicas como de la evaluación de una situación
específica. Es claro que si el aparato rejnesivo del Estado no reac-
ciona ante ninguna actuade'm de los rebeldes habrá una pérdida de
confianza en tal aparato y algunos segmentos de la población bus-
carán sustitutos privados ejue pueden agravar el conflicto. Al res-
pecto la evidencia colombiana es abrumadora. También es cierto
que si la respuesta represiva es exagerada se jmeden presentar
problemas serios de pérdida de legitimidad. El balance negocia-
dón-represiém adecuado es un problema práctico, no teórico. Es
una respuesta a unas condiciones específicas. En todo caso, resulla
indispensable evitar el ambiente de intimidación alrededor ele las
eventuales negociaciones. En éiltimas, la lucha contra los rebeldes
por parte del Estado, más que una guerra militar es una guerra de
inteligencia. Se debe tratar de evitar que crezca el número de sim-
patizantes que puedan ser reclutados. Se debe mostrar la conve-
niencia y la sujjerioridad de los mecanismos democráticos tanto
para tomar decisiones al interior ele un grupo como para trans-
formar la sociedad. Parece sensato mantener siempre procesos de
paz en marcha, tratar de atraer a las negociaciones a los modera-
dos con tendencias democráticas, pero ajDÜcar sin titubeos la justi-
cia penal a los más radicales, a los guerreros.

Los historiadores del crimen " le han dado creciente importan-


cia a la idea de que el proceso de civilización europeo estuvo muy
199
Traducción no literal de un ¡xtsaje de Putnam, Roben. Making democracy
loork. Civic tradilions in Modern Italy. Princeton: Princeton Universa} Press,
1993.
1°3
Las recomendaciones que se j)iesentan están basadas en la conferencia de
Paul Wilkinson en el Seminario sobre Violencia, Secuestro y Terrorismo or-
ganizado en la Universidad de los Andes en marzo de 1997.
124
Retennando ideas de Norbert Elias —ejue, al ser expuestas hace cuatro dé-
cadas parecían un despropósito pues iban en contraría de las teorías socioló-
gicas predominantes— hav una relación entre el incremento de la violencia
(contimía en la página siguiente)

159
Mauricio Rubio

atado al desarrollo del control, JJOI parte del Estado, de los impul-
sos individuales —ejue podían ser violentos—. Este proceso se facili-
te) por «la transformación de la nobleza ele una clase de caballeros
armados (knights), en una clase de cortesanos» "' y por el hecho de
que los comportamientos impulsivos y violentos lentamente fueron
controlados por los tribunales ele los siglos XVI y XVII. Los señores
de la guerra no abandonaron voluntariamente las armas, fueron
sometidos por la justicia.

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162
La violencia política y las
dificultades de la construcción de
lo público en Colombia: una
mirada de larga duración 1
Fernán E. González

En una ponencia para el VI Congreso de Antropología que reco-


gía las líneas generales de una investigación interdisciplinaria reali-
zada por el equipo Conflicto social y violencia del Cinep,' señalaba
cómo la tendencia a la solución privada y violenta de los conflictos
podía mirarse como la contrapartida ele la inexistencia o precarie-
dad de un ámbito público de solución de las tensiones sociales. Así,
se decía que las diferentes violencias tenían siempre un referente
político común: la no aceptación del Estado como detentador del
monopolio de la fuerza, como tercero en discordia en medio de los
conflictos de la sociedad. Esto implicaba que los límites entre lo
privado v lo público se hacían muy difusos, jmes acudir a formas

Una versión preliminar de este artículo se publicó en Carlos FlGUEROA


IBARRA (compilador), América Latina. Violencia y miseria en el crepúsculo del siglo.
México: Universidad Autónoma de Puebla v Asociación Latinoamericana de
Sociología, Alas, 1996.
Historiador político y politólogo, subdirecte>r del Cinep y profesor de la
Universidad de los Andes.
" "Esj)acio público y violencias privadas", en Mvriam JIMENO (comp), Conflicto
social y violencia. Notas para una discusión, Memorias del VI Congreso de An-
troj)ología. Bogotá; Ican-lfea, 1993.
Colombia: conflicto social y violencia, ¡980-1988. 'Lernas para una investigación,
DOCUMENTOS OCASIONALES No. 48. Bogotá: Cinep, 198S.

163
Fernán E. González

de justicia privada u organizar grupos de guerrilla o ele paramilita-


res supone asumir una función pública y desconocer el monopolio
estatal de la fuerza.
A partir de esa afirmación un tanto tautológica se emprendía
una reflexión ele largo jílazo sobre las relaciones entre la Sociedad
y el Estado cu Colombia, a partir ele los procesos de poblamiento,
de configuración de las distintos tipos de cohesie'm social y política,
relacionadas siempre con los procesos de construccicSn de las insti-
tuciones nacionales y expresadas en los imaginarios políticos, des-
de los cuales se perciben, juzgan y valoran los acontecimientos ele
la vida política. En esa reflexión sobre las relaciones entre Estado y
Sociedad se decía que la llamada precariedad del Estado expresaba
cierta renuencia de la sociedad para verse y sentirse expresada en y
por el Estado y se traducía en la debilidad de las instituciones esta-
tales de corte moderno, como aparece en la inoperancia de la justi-
cia y la dificultad de instaurar eficazmente una carrera administra-
tiva. La contrajxirtc de esta inoperancia es una sociedad abando-
nada a sus propias fuerzas, que solo exige la jnesencia del Estado
como dispensador de servicios y creador de infraestructura, pero le
niega el carácter regulador de la convivencia ciudadana y de la vida
económica de la nación.
Por ello, hablar de la inexistencia del ámbito público y de la
precariedad del Estado nos obliga a una rcflexic'm sobre el funcio-
namiento de la sociedad donde se genera ese Estado, que lo cem-
forma de cierta manera y luego se niega a verse reflejada en él: el
Estado y el régimen político no son entidades autónomas e inde-
pendientes, sino que ele alguna manera responden a la sociedad
que lo conforma. Para esta reflexión, conviene acercarnos a una
mirada comparativa de nuestro [proceso con relación al desarrollo
político y social de Occidente.

HACIA LA SEPARACIÓN
PÚBLICO PRIVADO Y EL AUTOCONTROL

Según Norbert Elias, el proceso civilizatorio de Occidente y el sur-


gimiento ele la autoconciencia individual sujjone que las funciones

Norbert ELIAS, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psico-


genélicas (México: Fondo de Cáiltura económico, 1987) y La sociedad de los indi-
viduos (Barcelona: Ed. Península, 1990).

164
La violencia política y las dificultades...

de protección y control sobre los individuos pasan de grupos en-


dógenos (clanes familiares, comunidades rurales, latifundios, gre-
mios y grupos étnicos) a ser ejecutadas por agrupaciones estatales,
de carácter urbano y centralizado. En esta transición, los individuos
salen de grujios locales y reducidos de protección, empiezan a de-
pender más de sí mismos y aumentan su movilidad social y espa-
cial. Esto afecta su seguridad básica v la cohesión interna de sus
grujios e implica una creciente separación entre lo público y lo pri-
vado, lo mismo que una progresiva diferenciación del individuo
frente a sus grujios ele control: familia, clan, vecindario, grupo ét-
nico, etc.
Así, para Elias, el jnoceso civilízateme) se da como aspecto subje-
tivo de este proceso global ele diferenciación e integración, en el
ejue la sociedad va jíerfcccionando su control sobre las condiciones
necesarias para su supervivencia y su organización interna. En esc
proceso subjetivo, van surgiendo modelos ele autocontrol y auto-
rregulación cada vez más estrictos, que cubren a un mayor número
de personas y penetran en la estructura psíquica de los individuos.
Esta autorregulación se expresa, por ejemplo, en el uso generaliza-
do del reloj, que permite sincronizar y coordinar las actividades ele-
individuos y grupos jDor medio de la aceptación de una medida
común de tiemjDO. Lo misme) ocurre con la dimensión espacial jíor
medio de la obediencia a las señales ele tráfico, semáforos y normas
de regulación urbana. Y con la aceptación de la necesidad ele obe-
decer a la ley, como norma impersonal y objetiva, que regula la in-
teracción de los individuos. Todas estas regulaciones introyectadas
simbolizan la pertenenencia a una sociedad mayor, donde se arti-
culan las actividades individuales.
El contraste de la realidad social colombiana con los ejemplos
señalados evidencia lo lejos que estamos de aceptar estas autorre-
gulaciones y el control estatal del espacio y tiempo en el ejue nos
movemos. La impuntualidad generalizada, la no observancia ele las
normas de tráfico, la permisividad frente al contrabando y la eva-
sión fiscal, la desconfianza frente- a los aparatos de justicia, la ma-
nera como se urbanizaron nuestras ciudades, expresan la no acep-
tación de un espacio público al cual se articulen nuestros espacios
privados.

165
Fernán E. González

Obviamente, como señala Nora Rabonikof, 0 la apelación a la


dimensión jmblica dista mucho ele ser unívoca: inicialmentc, la cs-
cisión entre la dimensión pfiblica y privada aparece vinculada a la
construcción del Estado moderno y la aparición del mercado,
cuando el poder público se consolida como algo sejDarado de la so-
ciedad, encarnado en el Estado. Luego, gradualmente se va pasan-
do a entender lo jjúblico como lo social entendido como el conjun-
to ele los individuos, que se enfrenta a los Estados autocráticos. En
la actual coyuntura de América Latina, la invocación a la esfera pú-
blica jDarece estar asociada con el agotamiento del modelo estado-
céntrico y la conciencia de la ingenuidad de un llamado abstracto a
la sociedad civil para buscar la creación de una esfera autónoma, es-
cenario ele la participación ciudadana: allí, algunos se refieren a la
integración sodetal frente a la atomización producida jaor la mo-
dernización, que expresaría la necesidad de afirmar una identidad
colectiva que integre las individualidades en un movimiento ciuda-
dano a través del reconocimiento recíproco de las diferencias.
Pero tanto estas precisiones sobre la apelación a lo público co-
mo sus expresiones en la vida cotidiana nos muestran la necesidad
de un análisis concreto de las relaciones entre sociedad colombiana
y Estado: una sociedad donde no se pasa a las solidaridades abs-
tractas, basadas en la ciudadanía, ni se introyectan formas de auto-
control, ni se dan referencias a una normatividad impersonal, y
donde la solución de la mayoría de los problemas no jaasa por el
Estado. Todo ello nos obliga a acercarnos a la particularidad del
proceso colombiano de construedém del Estado, más allá de los
modelos teóricos establecidos.

EL DOMINIO
INDIRECTO DEL ESTADO COLONIAL

En vailas de sus obras, Charles Tilly' ha venido planteando la nece-


sidad de un acercamiento diferenciado a los procesos de construc-

Nora RABONIKOF, "La n o c i ó n ele lo público y sus p r o b l e m a s : notas p a r a u n a


reconsideración'", en REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA POLÍTICA, No. 2,
n o v i e m b r e d e 1993.
Charles Tll.l.v, " C a m b i o social y Revolución en Europa, 1492-1990", en
HISTORIA SOCIAL, No.15, 1993. Para u n a visión más amplia del p e n s a m i e n t o de
Tilly, cfr., Coerción, capital y Estados europeos. 990-1990. Madrid: Alianza edito-
rial, 1992.

166
La violencia política y las dificultades...

ción del Estado al mostrar que los modelos teóricos del Estado su-
puestamente moderno no son sino una abstracción de algunos de-
sarrollos históricos concretos, en particular de Francia e Inglaterra.
El proceso de estos países dio lugar a lo que Tilly denomina un Es-
tado consolidado, muy distinto de los desarrollos históricos de Espa-
ña y Portugal, heredados de alguna manera por Iberoamérica. No
se trataría entonces, como decíamos entonces, de que Colombia
hubiera vivido un proceso incompleto de formación de Estado-
nación sino ejue su evolución refleja más bien un caso particular de
dicha formación.
En los Estados plenamente consolidados, de acuerdo con este
autor, el Estado posee un dominio directo de la sociedad, a la que
controla a través de un aparato burocrático de funcionarios direc-
tamente pagados por él, un aparato de justicia impersonal y un
ejército profesional con pleno monojjolio de la fuerza. Esto implica
una separacicSn entre Estado y sociedad civil, j u n t o con una clara
delimitación entre los ámbitos público y privado de la existencia.
En cambio, el Estado español controlaba las sociedades coloniales
indirectamente a través de la estructura de poder local y regional:
cabildos de notables locales, de hacendados, mineros y comercian-
tes, ejercían el poder local y administraban la justicia en primera
instancia, en nombre del poder de hecho que poseían de antema-
no. Solo en una segunda instancia, la administración de justicia pa-
saba a la Real Audiencia. Tampoco había un ejército colonial en
sentido estricto, fuera de las guarniciones de Cartagena y Panamá y
la pequeña guardia virreinal, sino que el poder militar era ejercido
principalmente por milicias ciudadanas, generalmente bajo el
mando de los notables locales.'
Pero, además, desde los tiempos coloniales, las ciudades, ha-
ciendas, encomiendas y resguardos, integradas a la sociedad mayor
y al Estado colonial, coexistieron con espacios vacíos, de tierras in-
salubres y aisladas, donde el imperio español y el clero católico te-
nían una escasa presencia. Algunas de estas zonas, como las selvas
del Darién o los desiertos ele la Guajira, estaban pobladas por indí-
genas bastante reacios a la soberanía española y poco dispuestos a

Sobre estos aspectos, especialmente lo relativo al fracaso de las reformas mi-


litares del período borbónico en la Nueva Granada, cfr. Alian KUFTHE, Military
Reforrn and Society in Nnu Granada, 1773-1808, University of Florida Press,
1978. Existe traducción española, publicada por el Banco de la República, Bo-
gotá, 1993.

167
Fernán E. González

integrarse en la economía colonial. Otros territorios, en zonas sel-


váticas y montañosas, sobre lodo en las zonas de vertiente y en los
valles interandinos, eran de difícil acceso y de condiciones poco sa-
ludables: se convirtieron en zonas de refugio de indios indómitos,
ele mestizos reacios al control de la sociedad mayor; de blancos ¡Jo-
bees, que no habían tenido acceso a la jmojiicdad de la tierra en las
zonas integradas; de negros y mulatos, libertos o cimarrones, fuga-
dos ele las minas y haciendas.
Pero este modelo de sociedad empezó a modificarse, a media-
dos del siglo XVIII, por un proceso ejue sigue caracterizando hasta
el día de hoy la historia colombiana, el ele la colonización campesi-
na casi permanente, donde no se da ninguna regulación ni acom-
pañamiento por parte ele la sociedad mayor ni del Estado, sino que
la organización de la convivencia social y ciudadana cjueda aban-
donada al arbitrio y libre juego ele la iniciativa ele personas y gru-
jios? Esta colonización permanente es producto de tensiones es-
tructurales de carácter secular en el agro colombiano, ejue están
continuamente exjjulsando poblade'm campesina hacia la periferia
del jiaís, donde pronto se reproduce la misma estructura de con-
centración de la propiedad rural que forzc') a la migración campesi-
na, que coexiste con la colonización de terratenientes, de carácter
tradicional o empresarial. Esta coexistencia y comjictenda por la
tierra y la mano de obra será frecuentemente conflictiva?
Además, esta colonización permanente evidencia ejue no es tan
omnipotente el control que las haciendas, las estructuras de poder
de los pueblos rurales y el clero católico ejercen sobre la poblade'm
rural. Muestra también ejue, desde la segunda mitad del siglo

Cfr. F e r n á n GONZÁLEZ, "Espacios vacíos y control social a fines d e la Colo-


nia", en Análisis. Conflicto social y violencia en Colombia. No. 4. DOCUMENTOS
OCASIONALES # 60. Bogotá; Cinep, 1990.
Fabio ZAMBRAXO. " O c u p a c i ó n del territorio v conflictos sociales en Colom-
bia" v [osé [airo GONZÁLEZ, "(láminos ele O l i e n t e ; aspectos de la colonización
c o n t e m p o r á n e a del O r i e n t e c o l o m b i a n o " , en Un país en construcción. Pabla-
miento, problema agrario y conflicto social, CONTROVERSIA No. 151-152. Bogotá:
Cinc-]), 1989.
Cfr. Basilio DE O V I E D O , Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada. Bo-
gotá: Biblioteca de Historia Nacional, 1930, págs. 255-257, y Virginia Gl -
11ÉRREZ DE PINEDA, 1.a familia en Colombia. Trasfondo histórico, yol. I. Bogotá:
Universidad Nacional, 1903. Págs.340-343. Las consecuencias políticas d e estas
tendencias han sido señaladas en mi artículo "Reflexiones sobre las relaciones
entre i d e n t i d a d nacional, b i p a r t i d i s m o e Iglesia católica", V C o n g r e s o de An-
í continúa en la página siguiente I

168
La violencia política y las dificultades...

XVIII, se h a n r o t o los vínculos d e c o n t r o l y d e s o l i d a r i d a d i n t e r n a s


d e las c o m u n i d a d e s rurales, c a m p e s i n a s o i n d í g e n a s , c o m o lo evi-
d e n c i a n los i n f o r m e s d e M o r e n o y Escanelón. lo m i s m o ejue o t r o s
i n f o r m e s d e la é p o c a .

EL PAPEL DEL BIPARTIDÍSIMO

A mi mexlo d e ver, esta situación fue h e r e d a d a p o r la r e p ú b l i c a


n e o g r a n a d i n a y c o l o m b i a n a , cuye) sistema político b i p a r t i d i s t a
p e r m i t i ó articular a los p o d e r e s locales y r e g i o n a l e s con la n a c i ó n ,
al ir v i n c u l a n d o las s o l i d a r i d a d e s y r u p t u r a s d e la s o c i e d a d c o n la
j i e r t e n e n c i a a u n a u o t r a ele estas especies d e s u b c u l t u r a s políticas,
q u e se c o n s t i t u y e r o n e n ck)s f e d e r a c i o n e s d e g r u p o s d e p o d e r e s ,
r e s p a l d a d o s p o r sus respectivas clientelas. P e r o este tipo d e p o d e -
res d e h e c h o coexistía c o n e s t r u c t u r a s formales s e m e j a n t e s a las cic-
los E s t a d o s m o d e r n o s , ejue d e b í a n estar e n n e g o c i a c i ó n p e r m a n e n -
te c o n los p r i m e r o s .
P o r esto, las d i f e r e n t e s bases sociales d e la vida política se van a
h a c e r e v i d e n t e s e n la c o n t r a p o s i c i ó n , a n t e s s e ñ a l a d a , e n t r e coloni-
zación c a m p e s i n a , e s p o n t á n e a y aluvional, y e s t r u c t u r a latifundista,
t r a d i c i o n a l o e m p r e s a r i a l . Este c o n t r a s t e se va a reflejar e n d o s ti-
jjos d i f e r e n t e s d e adscripdc'm política y d e c o h e s i ó n social, ejue van
a t e n e r c o n s e c u e n c i a s p a r a las o p c i o n e s violentas. U n a va a ser la
cohesieSn y j e r a r q u í a sociales en las zonas d o n d e predomine') la ha-
c i e n d a colonial con su e s t r u c t u r a c o m j n c m e n t a r i a d e m i n i f u n d i o y

tropología, 1990.
Francisco Antonio MORENO Y EsCANDCix, Indios y mestizos de la Nueva Gra-
nada a finales del siglo XVIII. Bogotá: Banco Popular, 1983.
" La existencia de situaciones semajantes en otras zonas del país está coi ro-
ben acia por los informes de Mon y Velarde para Antioquia, De Mier para la
región del Bajo Magdalena y el franciscano Palacios de la Vega para las Saba-
nas de Sucre y Córdoba. Lo mismo ejue por estudios más recientes como los
de Osear Almario y Eduardo Mejía sobre los orígenes del cainpesinado valle-
caucano y los de Francisco Zuluaga sobre clientelismo, guerrilla y bandoleris-
mo social en el valle del Palia.
Fernán GONZÁLEZ, Claves de aproximación a la historia política colombiana
(mecanografiado, inédito).
Cfr. Fernando GLILLÉX MARTÍNEZ. El poder político en Colombia (Bogotá: Ed.
Punta de Lanza, 1979) y Fernán GONZÁLEZ, "Poblamiento v conflicto social en
la historia colombiana", en Territorios, regiones, sociedades (Bogotá: Univalle-
Cerec. 1994).

1 69
Fernán F.. González

mano de obra dependiente (aparceros y peones de zonas donde


fueron antes muy importantes las encomiendas y los resguardos
indígenas) y los pueblos organizados jerárquicamente, desde los
primeros años de la Colonia, en torno a los notables locales y sus
respectivas clientelas.
Así, la población dependiente de la estructura hacendataria va a
alinearse políticamente con los dueños de las haciendas, sean éstos
del partido que sean. ' Así, peones, arrendatarios y aparceros van a
seguir a sus hacendados como soldados en las guerras civiles y co-
mo votantes en la lucha electoral. Otros campesinos serán recluta-
dos forzosamente, pero la participadém en la vida de campamento
militar y en las acciones bélicas van creando luego ulteriores lazos
de cohesión social entre ellos, basados en la camaradería de la lu-
cha común. Estos lazos serán luego reforzados por la llamada ven-
ganza de sangre, ejue hará más o menos hereditaria la adscripción
partidaria, puesto que cada guerra civil se convertirá en la ocasión
del desejuite o venganza del camarada o pariente muerto en la con-
tienda anterior. Así, se va produciendo una cadena de odios hereda-
dos, que reproducen las violencias cuando se presenta una ocasión
propicia.
Otra muy distinta es la cohesión social que se va construyendo
en las zonas ele colonización campesina aluvional, proveniente de
diversas regiones del país, con diversos componentes étnicos {los
pueblos revueltos), que ocupan las vertientes cordilleranas y los valles
interandinos. En estas áreas ele colonización marginal, la población
estará más disponible a nuevos discursos y mensajes políticos, cul-
turales o religiosos. Hay que notar que en las regiones de la llama-
da colonización antioejueña, se dan formas ele colonización que va-
rían en el csj)acio y el tiempo: en las primeras etapas y reglones, se
produce un transplante de las estructuras jerarejuizadas y patriarca-
les de los pueblos de origen (casi siempre del Oriente antioqueño).
Pero, en las etapas posteriores, en regiones más marginales, se
produce otro estilo de colonización más esjiontánco, más libertario
y casi anarquista. En estas zonas de colonización aluvional, la parti-
cipación en las guerras civiles y contiendas electorales es de carác-
ter más voluntario y anárquico: los campesinos se reúnen bajo el

Para las relaciones entre hacienda v adscripción bipartidista, se puede con-


sultar a Fernando C U I T E N MARTÍNEZ, El poder político en Colombia. Bogotá: Ed.
Planeta Colombiana. 1990.

170
La violencia política y las dificultades...

m a n d o d e u n caudillo salido d e sus filas, al m a r g e n d e la e s t r u c t u r a


d e p o d e r d e la h a c i e n d a y d e los p u e b l o s c o n s o l i d a d o s . F r e c u e n t e -
m e n t e , los d o s tipos d e a d s c r i p c i ó n coexisten, p e r o los m i e m b r o s
ele u n o y o t r o s u e l e n m i r a r s e c o n d e s c o n f i a n z a m u t u a . ' Esta des-
confianza es p r o d u c t o del tipo d e a r t i c u l a c i ó n q u e el b i j i a r t i d i s m o
i n t r o d u c e e n t r e las e s t r u c t u r a s locales y r e g i o n a l e s del p o d e r y la
o r g a n i z a c i ó n c e n t r a l del E s t a d o n a c i o n a l .
Estos d o s tipos d e p o b l a m i e n t o y c o h e s i ó n social se reflejan en
movilizaciones políticas d e diversa í n d o l e : e n las g u e r r a s civiles del
siglo XIX, c o m o la d e los Mil Días (1899-1901), los ejércitos m á s re-
g u l a r e s se van a r e c l u t a r e n los altiplanos, m i e n t r a s q u e la g u e r r a
d e guerrillas va a h a c e r m a y o r p r e s e n c i a e n las z o n a s d e coloniza-
c i ó n d e las v e r t i e n t e s c o r d i l l e r a n a s . T a m b i é n las guerrillas d e la
Violencia d e los a ñ o s c i n c u e n t a y las actuales van a e n c o n t r a r su es-
c e n a r i o privilegiado e n ese t i p o d e r e g i ó n .
P e r o t a m b i é n a p a r e c e n g r u p o s d e reales v o l u n t a r i o s , q u e se vin-
c u l a n a la l u c h a civil p o r m o t i v o s m á s i d e o l ó g i c o s y cuya adscrip-
ción política c o r r e s p o n d e a lazos m á s m o d e r n o s d e sociabilidad.
Estos e l e m e n t o s d e política m o d e r n a v a n a coexistir casi d e s d e el
c o m i e n z o d e n u e s t r a historia política c o n los lazos d e s o l i d a r i d a d
t r a d i c i o n a l a n t e s d e s c r i t o s . C o m o a n o t a Fabio Z a m b r a n o , d e s d e el
c o m i e n z o d e la vida r e p u b l i c a n a se p r e s e n t a n i n t e n t o s d e moviliza-
ción política ele grujios d i s t i n t o s d e las élites en u n estilo m á s m o -
d e r n o d e socialización política: e n 1822, el g e n e r a l S a n t a n d e r trata
d e vincular a los a r t e s a n o s a la S o c i e d a d P o p u l a r , m i e n t r a s ejue en-
t r e 1848 y 1849 se c r e a n 120 s o c i e d a d e s d e m o c r á t i c a s e n t o d o el
país p a r a movilizar a los a r t e s a n o s u r b a n o s e n r e s p a l d o d e las re-
f o r m a s liberales d e m e d i a d o s d e siglo. P e r o la e x p e r i e n c i a d e la
p a r t i c i p a c i ó n ele estos g r u p o s e n el g o l p e militar d e Mc-lo e n 1854
c o n d u j o a los d i r i g e n t e s del l i b e r a l i s m o radical a o p o n e r s e a la or-
g a n i z a c i ó n y movilización p o p u l a r .
A d e m á s , la existencia ele o t r o s tipos d e sociabilidad política m á s
m o d e r n a c o m o la m a s o n e r í a , los c l u b e s y o r g a n i z a c i o n e s políticas

El caso que mejor ilustra esta coexistencia es el de la guerra de los mil días.
Para ello, se pueden consultar las obras de Carlos Eduardo JARAMII.LO, LOS
guerrilleros del novecientos (Bogotá: Ed. Cerec, 1991) y Charles BERGQUIST, Café y
Conflicto en Colombia, 1886-19II) (Medellín, Eaes, 1981).
Fabio ZAMBRAXO. "El miedo al pueblo. Contradicciones del sistema político
colombiano", en Análisis 2. Conflicto social y violencia en Colombia, Doce MENTÓ
OCASIONAL No. 53. Bogotá: Cinep, 1989.

171
Fernán E. González

nos llevaron a la necesidad de superar el enfoque excesivamente


dualista e n d e modernidad y tradición y buscar formas intermedias
entre los dos polos. Por ejemplo, rescatar el jaapcl de intermedia-
ción de gamonales y caciques políticos, estudiados por Frane:ois-
i o

Xavier Cuerra. ' A la vez, hay que tener en cuenta el i n t a c t o de las


reformas modernizantes inducidas desde el Estado y las élites, ejue
logran ciertos avances selectivos en la búsqueda de un mayor con-
trol directo del Estado sobre la sociedad.

IDENTIDADES POLÍTICAS EXCLUYENTES

Estos procesos ele migración y cohesión social, este estilo de cons-


trucción estatal y estas articulaciones de identidades locales y re-
gionales con la nación, tienen su expresión simbólica en los senti-
dos de pertenencia ejue se van creando alrededor de ellos. Estos
marcos de referencia o imaginarios colectivos se constituyen cu un
conjunto de pie-concepciones, preintelecdones y prevaloraciones
con los cuales la población se acerca al m u n d o de lo político, para
determinar a quién se incluye o excluye ele su comunidad o colecti-
vidad política. En general, las a d s o r c i o n e s bijiartidistas se caracte-
rizaban por un alto grado ele intolerancia mutua, que reforzaba,
desde el nivel nacional, las exclusiones en que se basaban las iden-
tidades locales y regionales.
Además, el hecho de haberse tomado la relación con la institu-
ción eclesiástica como frontera divisoria entre los partidos reforzó
el elemento pasional ejue ya tenían las identidades previas de carác-
ter local. Además, estas identidades se fortalecen más con las expe-
riencias de luchas compartidas en las guerras civiles, con la vida
común de campamentos y batallas, junto con los correspondientes
odios heredados y las venganzas de sangre, pendientes de generación
en generadc'm.
Pero todo este conjunto de adscripciones, modernas o tradicio-
nales, confluye en socializaciones políticas maniqueas y excluyen-
tes, que definen un nos-olros, los ejue están adentro de nuestro gru-
po de referencia, frente a los otros, que están afuera de nuestro
marco. En estas configuraciones se juntan identidades y solidarida-
des primarias ele tipo local y regional, fruto de los procesos ele co-

is
FVancois-Xavier CIERRA. México: del antiguo régimen a la revolución. México:
Fondo de Cultura Econcímico, 19S8.

172
La violencia política y las dificultades...

Ionización antes descritos, con adhesiones más abstractas y solida-


ridades secundarias. Pero el resultado es siempre la exclusión del
otro, del diferente: el habitante del barrio vecino, de la vereda de
enfrente, del pueblo cercano, de la región vecina, queda por fuera
de mi universo simbólico, porque no pertenece a mi comunidad
homogénea. Esta exclusión del otro en el nivel primario se refuerza
con la exclusión del otro en el nivel nacional. Todo lo cual exjalica
el carácter maniqueo y sectario de nuestras luchas políticas: matar
liberales no era pecado para los curas conservadores, porque el li-
beral comecuras era el otro, por fuera de la comunidad de fieles ca-
tólicos. Y viceversa, los curas godos (españolizantes, no-patriotas)
eran enemigos del progreso y de las ideas democráticas. Pero, estas
contraposiciones permitían articular la sociedad nacional con las
solidaridades locales y regionales.

EL NO MONOPOLIO ESTATAL DE LA FUERZA

Todos estos procesos de poblamiento, organización partidista y


creación de imaginarios de pertenencia subyacen al proceso de
formación del Estado por la vía del poder indirecto. Este dominio
indirecto del Estado implica que el poder estatal no se ejerce a tra-
vés de instituciones modernas de carácter impersonal sino median-
te la estructura de poder previamente existente en la sociedad local
o regional, basados en los lazos de cohesión previamente existentes
en esos ámbitos. Pero este estilo de poder dificulta la consolida-
ción! del Estado nacional como detentador del monopolio de la
fuerza legítima y come:) espacio público general de resolución de
conflictos, lo que se expresa en la proclividad a la solución privada
o grupal de los problemas, frecuentemente por la vía armada. Esto
se traduce en la poca presencia política y el escaso tamaño del
Ejército Nacional, que en otros países latinoamericanos vehículo la
unidad nacional y sirvió de elemento cohesionador de la sociedad
nacional. Esto incide en el no monopolio de la fuerza en manos del
Estado nacional, cuyo aparato militar coexiste, durante el siglo
XIX, con cuerjios de milicias regionales y grupos armados de carác-
ter privado, al servicio de hacendados y personajes importantes en
la vida local.

19
Cfr. F e r n á n GONZÁLEZ. Claves de aproximación a la historia política (inédito).

173
Fernán E. González

En ese sentido, estas carencias del Estado nacional fueron su-


plidas por los partidos políticos tradicionales, que se construyeron
sobre la base social de las jerarquías y cohesión social previamente
existentes en las sociedades locales y regionales. Esto produjo un
reforzamiento de las identidades locales y regionales desde el nivel
de las identidades políticas nacionales: así, la identificación básica
de la población con sus grupos primarios ele referencia (parentesco
nuclear o extenso, vecindario, paisanaje) se hizo más fuerte por la
adscripción a las dos subculturas jiolíticas del liberalismo y conser-
vatismo. Estas subculturas, como federaciones de grupos de nota-
bles y comunidades ele sentido, canalizaban y expresaban toda
suerte de tensiones sociales y econc'nnicas.
El análisis de este proceso ele formación del Estado colombiano
muestra que los aparatos estatales no se distancian suficientemente
de la sociedad ni logran penetrarla por medio de una administra-
ción directa y autónoma, sino que se hace presente en el territorio
de manera indirecta, a través ele los mecanismos de poder ya exis-
tentes en la sociedad, dejando por fuera a las regiones y grupos pe-
riféricos de la sociedad. Este dominio indirecto del Estado sobre la
sociedad explica el papel que los partidos tradicionales, el libera-
lismo y el conservatismo, han venido jugando en la historia política
y social de Colombia lo mismo que las dificultades que afrontan ac-
tualmente. Estos dos partidos, como dos federaciones de grupos
locales y regionales de poder, sirvieron de articuladores de locali-
dades y regiones con la nación, lo mismo que de canalizadores de
las tensiones y rupturas que se daban en esos niveles: la pertenen-
cia a uno u otro de los partidos pasaba así por la identidad local y
regional. Así, las contradicciones entre regiones y localidades veci-
nas, los conflictos étnicos, los enfrentamientos intra e intcrfamilia-
res, los conflictos entre grupos de interés, las luchas de cimarrones
contra sus antiguos amos, los conflictos ele resguardos indígenas
contra los terratenientes vecinos, las luchas de nuevos grupos socia-
les y generacionales por el ascenso social, las confrontaciones entre
pueblos recién fundados y los pueblos dominantes en cada regiém,
fueron desembocando en las adscripciones políticas excluyentes y
hereditarias que antes hemos descrito.
Así se articulaban los vínculos de solidaridad primaria y tradi-
cional, basados en el parentesco, vecindario, compadrazgo, etc, con
los vínculos más abstractos de la ciudadanía y la nación. Pero este-
estilo de articulación se muestra cada vez más incapaz de expresar
las tensiones y conflictos ele nuevos grujios y regiones: en el pasa-

174
La violencia política y las dificultades...

do, fracciones del liberalismo lograron expresar escás intereses. Pe-


ro, a partir de los años veinte, empiezan a aparecer luchas sociales
y movimientos sociales, en las ciudades y los campos, al margen del
bijDartidismo. Sin embargo, esta articulación, desde arriba hacia
abajo, funcionó, aunque con problemas, durante todo el siglo XIX
y la primera mitad del siglo XX." Es más, donde persiste la cohe-
sión social interna de los poderes locales y regionales y su control
sobre la sociedad, no se producen altos niveles de violencia en los
años cincuenta, porque estos poderes suplen al Estado. La violen-
cia generalizada estalla cuando se combinan crisis en la estructura
nacional de poder con tensiones en las estructuras regionales y lo-
cales, a través de las cuales se presenta el dominio indirecto del Es-
tado sobre la sociedad.

LOS PROBLEMAS DEL


DOMINIO INDIRECTO DEL ESTADO

Este estilo de presencia indirecta permitía que este Estado fuera re-
lativamente barato, y que respondiera bastante bien a la escasez de
recursos fiscales del país, que nunca tuvo una gran articulación al
mercado mundial, ni grandes booms de exportaciones, que pudie-
ran configurarlo como un Estado rentista: nunca h u b o demasiado
oro ni plata, ni guano, cobre, petróleo, trigo o carne de exporta-
ciem, así que la debilidad del Estado respondía a su pobreza fiscal.
Por otra parte, el Estado colombiano tampoco tuvo que afrontar
las grandes movilizaciones de corte populista, ni grandes migracio-
nes europeas, ni poderosos movimientos sindicales de corte anar-
quista, ni la ampliación de las capas medias, que caracterizaron a
otros países.
Por ello, no se produce una masiva ampliación de la ciudadanía,
ni grandes presiones de las masas populares y de las clases medias
sobre el gasto público, lo que permite un manejo bastante ortodo-
xo de la economía, sin grandes presiones inflacionarias. Además, la
falta de un movimiento populista de carácter indusionario hizo in-
necesarias las intervenciones militares en la vida política: la vida po-
lítica colombiana se caracteriza por la casi total ausencia de dicta-

Cfr, Fernán GONZÁLEZ. "Aj)ioximacie)n a la historia política colombiana", en


Un país en construcción, val II, Estado, instituciones y cultura política, CONTRO-
VERSIA No. 153-154. Bogotá: Cinep, 1989 (reproducido en Para leer la política.
Bogotá: Cinep, 1997).
Fernán E. González

duras militares (excepto un corto período en el siglo XIX y la dic-


tadura del general Rojas Pinilla entre 1953-1957, que fue, durante
la mayor joarte ele su período, instrumentalizada jior sectores de los
partidos tradicionales).
Consiguientemente, tampoco se configura un Estado interven-
cionista e industrializador, ni tampoco u n Estado de bienestar de
amplia cobertura: jjor lo tanto, tampoco hay una gran ampliación
de una burocracia estatal que produjera un aumento de las capas
medias. Por todo ello, la fragmentación existente del jx)der y de la
riqueza, que se da en la sociedad civil, la no aparición de un mer-
cado nacional que integrara las diversas economías regionales y la
escasez de recursos fiscales se refleja en la llamada precariedad del
Estado.
Tampoco se produce la aparición de una administracicSn pública
jíor encima de los intereses particulares y partidistas, ni un aparato
ele justicia, objetivo e impersonal, por encima de los grupos de po-
deres privados y grupales. El resultado ele este proceso se expresa
en la imposibilidad de separar claramente los ámbitos público y
privado, y en la dificultad para estructurar instituciones estatales de
carácter moderno, lo mismo que para realizar las reformas necesa-
rias para responder adecuadamente a los cambios de la sociedad
colombiana.
El problema de este tipo de presencia del Estado en la sociedad
es que se basa, esencialmente, en la no distinción entre los ámbitos
privado y público, que se refleja en la proclividad de la sociedad co-
lombiana a la búsqueda de soluciones privadas a los conflictos. Por
ello, para autores como Daniel Pécaut, la violencia colombiana tie-
ne menos que ver con los abusos ele un Estado omnipotente y om-
nipresente, y mucho más ejue ver con los esjiacios vados que deja
el Estado en la sociedad, que queda así abandonada a sus propias
fuerzas. En ese sentido, este autor señala que el Estado colombiano
signe manteniendo rasgos del siglo XIX, al no estar suficientemen-
te emancipado de las redes de poder privado de la sociedad civil.

Daniel Pécaut. Crónica de dos décadas de política colombiana, 1968-1988. Bogo-


tá: Ed. Siglo XXI, 1988. Págs. 22-23.

176
La violencia política y las dificultades...

LA D I F I C U L T A D D E
EXPRESAR NUEVOS GRUPOS Y PODERES

Por esta carencia de la dimensión pública y esta presencia indirecta


del Estado, además del aspecto referente al jDoblamiento, las vio-
lencias colombianas tienen ejue ver con la dificultad esencial ele es-
te modelo para integrar y articular los micropoderes y microsociedades -
en proceso de formación- de las regiones de colonización, con la sociedad
mayor y el Estado, dado que éstos hacen presencia en esas regiones
indirectamente, a través de las jerarejuías sociales existentes, articu-
ladas en el bipartidismo. La misma dificultad existe para exjnesar
en el nivel simbólico, la pertenencia de estas microsociedades al
conjunto de la nación, puesto que se consolidan por fuera del sis-
tema bipartidista: lo que está afuera es criminalizado y reprimido.
El macartismo anticomunista refuerza el sectarismo excluyeme,
jmopio de la cultura política bipartidista.
Así, el final de las violencias del año cincuenta y el tránsito a
otras formas más ideologizadas de lucha guerrillera muestra la d e -
ciente incapacidad del sistema político bipartidista para coexistir
con grupos locales de poder que escapan a su ámbito de jx>der.
Las políticas encaminadas a la reinserción de los guerrilleros y la
rehabilitación de las zonas de conflicto de los años cincuenta eran
de alcance muy limitado, como muestra Gonzalo Sánchez." Ade-
más, tendían a concentrarse en las zonas controladas por el bipar-
tidismo: incluso en ocasiones, como aparece cu uno de los relatos
de Alfredo Molano,' beneficiaban más a los amigos de los jefes po-
líticos que a los propios exguerrilleros liberales. Por su parte, las
autodefensas influenciadas por el partido comunista emjnezan a
evolucionar hacia formas de poder local por fuera del bipartidis-
mo, ejue son criminalizadas como repúblicas independientes por ¡eolí-
ticos conservadores y las fuerzas armadas. La incajDacidad del ré-
gimen político jeara asimilar fuerzas políticas ele- carácter local, con
una base soda! de colonos camjjcsinos de zonas periféricos, junto
con el trabajo ideológico ele activistas del partido comunista, da lu-
gar al surgimiento de las Farc.

"" Gonzalo SÁNTHEZ. "Rehabilitación v Violencia bajo el Frente Nacional", en


ANÁLISIS POLÍTICO, No. 4, mayo-agosto de 1988.
Alfredo M O L A N O . "Vida del capitán B e r n a r d o Giraldo", en Siguiendo el Cor-
te. Relatos de guerras y tierras. Bogotá: El A n c o r a editores, 1989. Págs. 111-113.
') t
[osé ¡airo GONZÁLEZ. El estigma de las Repúblicas Independientes. 1955-1965.
(continiia en la página siguiente)

ni
Fernán E. González

Por otra parte, los acelerados cambios de la sociedad colombia-


na producen un debilitamiento del monopolio que lees partidos po-
líticos tradicionales y la Iglesia católica tenían sobre la vida cultural
del país. Para ello se combinan factores internos como la rápida
urbanización, la ampliación de las capas medias, el aumento de la
cobertura educativa, el cambio del rol de la mujer en la sociedad y
la acelerada secularización de la sociedad con factores externos
como el influjo de las revoluciones del Tercer Mundo
(especialmente la cubana), la mayor presencia de las masas pojeula-
res en la escena política, la mayor apertura del país a las corrientes
del pensamiento mundial, el influjo de las varias tendencias del
marxismo y los cambios internos de la Iglesia católica.
Todos estos cambios fueron haciendo obsoletos los marcos ins-
titucionales por medio de los cuales el país solía expresar y canali-
zar los conflictos y tensiones de la sociedad.""' Scge'm Daniel Pé-
caut"' v Jorge Orlando Meló,"' los cambios sociales, culturales y
económicos de estos años contribuyeron a debilitar las redes de so-
lidaridad tradicional y los correspondientes mecanismos de suje-
cicSn individual, pero sin construir nuevos mecanismos de convi-
vencia, ni tampoco nuevas formas de legitimidad social.
En este contexto de cambios profundos, se presenta la radicali-
zaciém de los movimientos obrero, estudiantil y campesino. El in-
flujo de la revolución cubana es muy fuerte en las capas medias ur-
banas y cu la juventud estudiantil, cuyas perspectivas de integra-
ción al aparato productivo y al sistema ¡eolítico no son muy claras:
surge allí una nueva inlelligentsia, influida por las varias líneas del
marxismo y de las ciencias sociales, lo que muestra la pérdida del

Espacios de exclusión (Bogotá: C i n e p , 1992) y E d u a r d o PIZARRO LEOXGÓMEZ, Las


Farc (¡949-1966). De la autodefensa a la combinación de todas las formas de lucha
(Bogotá, Ed. T e r c e r M u n d o e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones In-
ternacionales, U.Nacional, 1991).
Fernán GONZÁLEZ. "Tradición v M o d e r n i d a d en la política colombiana", en
Violencia en la Regiém Andina. El caso Colombia. Bogotá: C?inej) y A p e p , 1993.
Daniel PÉCAll. " M o d e r n i d a d , niodernizacicín y cultura", en GACETA, Insti-
t u t o C o l o m b i a n o d e Cultura, Colcultura, # 8, agosto-septiembre de 1990.
Jorge O r l a n d o M E L Ó . "Algunas consideraciones globales sobre modernidad y
modernización en el caso c o l o m b i a n o " , en ANÁLISIS POLÍTICO No. 10, mayo-
agosto 1990.

178
Ea violencia política y las dificultades...

monopolio que ejercían los partidos tradicionales y la Iglesia católi-


ca sobre la vida cultural e intelectual del país."'
Por otra paite, los problemas sociales, tanto en las ciudades
como en el campo, seguían configurando un caldo de cultivo para
las opciones violentas. En ese sentido, las limitaciones de la refor-
ma agraria oficial y la criminalizadón de la protesta campesina
acentuaron el divorcio entre movimientos sociales y partidos políti-
cos tradicionales. Además, este divorcio fue profundizado por la
presencia de variados movimientos de izquierda, interesados en la
radicalización del movimiento campesino. Así, la instrumentaliza-
d ó n ele los movimientos sociales (sindicalismo, movimiento estu-
diantil, movimientos barriales, cívicos y populares), al servicio de la
opción armada, también influye') en la criminalización de la protesta
social y en la lectura complotista de la movilización social.
Esa instrumentalización ele los movimientos sociales por la iz-
quierda armada, junto con problemas internos, impidió la consoli-
dación de una fuerza democrática de izejuierda, que canalizara el
descontento creciente tanto ele las masas populares de la ciudad y
del campo como de las capas medias urbanas y articulara a los sec-
tores descontentos con el bipartidismo, ejue comenzaron a prolife-
rar en los años sesenta entre intelectuales, sectores medios y gru-
pos jjopulares. Por otra parte, la criminalización del descontento
social, leído desde el enfoque complotista, llevó a la respuesta me-
ramente represiva por parte de los organismos del Estado. Todo lo
cual hace que los grupos radicalizados perciban al sistema político
como cerrado y como agotadas las vías democráticas ele reforma
del Estado, lo que condujo a muchos de estos disidentes a la op-
ción armada.
Esta opción se veía favorecida por la escasa presencia estatal en
vastos territorios del país (o, su estilo indirecto de presencia, a tra-
vés de las estructuras locales de poder, todavía en formación) y pol-
la existencia de una tradición de lucha guerrillera, presente en
numerosos grupos sociales y antiguos jefes guerrilleros de los años
cincuenta, no plenamente insertos en el sistema bipartidista del
Frente Nacional. Esto era muy visible en las zonas de colonización,
adonde seguían llegando campesinos expulsados por las tensiones
del agro y la violencia anterior. Sobre todo, cuando desaparecen el

Fabio Lé)PEZ DE LA ROCHE. Izquierdas y cultura política. ¿Oposición alternativa?


Bogotá: C i n e p , 1994.

79
Fernán E. González

Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, y la Alianza Nacional


Popular, Anapo, movimientos ele oposición, ejue de alguna manera
canalizaban y articulaban políticamente este descontento social.
Así surgen el ELN en 1965 y el EPL en 1967: en el ELN conflu-
yen nuevos actores sociales, salidos de los radicalizados movimien-
tos estudiantil y sindical, influidos por el foquismo castrista, con los
viejos protagonistas de- los conflictos rurales del Magdalena medio
saniandcreano, resultantes de un proceso aluvional y heterogéneo
de colonización campesina, de diverso origen étnico o regional."
El proceso de surgimiento del EPL muestra algunas similitudes,
con las naturales diferencias regionales: surge en las regiones del
Alto Siin'i v Alto San Jorge, como brazo armado del Partido Comu-
nista Marxista Leninista, de inspiración maoísla, cuyos cuadros
proceden ele clases medias urbanas, muchos de ellos ele origen an-
tioqueño. Estos cuadros urbanos se encuentra con núcleos ele
exguerrilleros liberales de los años cincuenta, ejue habían sido lide-
raclos por lulio Guerra. Estos exemerrilleros no habían logrado in-
seriarse plenamente en el sistema bipartidista y seguían motivados
por el sentimiento de retaliación producido p o r la violencia ante-
rior: venían huyendo ele la represión de los gobiernos conservado-
res de entonces y llegaron a colonizar las selvas limítrofes entre los
departamentos de Córdoba y Antioquia. Otros guerrilleros de es-
te grupo provenían ele una movilización social más reciente, pues
habían sido líderes de las luchas campesinas d e esas regiones, en
los primeros años ele la Asociación Nacional ele Usuarios Campesi-
nos, Aune, entre 1969 y 1973.
La existencia ele- estas bases sociales de la guerrilla, tanto en es-
tas zonas como en las de colonización campesina donde las Farc
tienen presencia, hace ejue la violencia guerrillera no pueda redu-

Alejo VARGAS. Colonización y conflicto armado. El Magdalena Medio santande-


reano. Bogotá: C i n e p , 1992.
Claudia STEIXER y Gerarcl MARTIN. "El EPL: reinseí c ion política y social", en
C U A D E R N O S PARA LA DEMOCRACIA, No, 3, julio ele 1991, y María Victoria URIBE,
"Apuntes para u n a sociología del p r o c e s o d e reinserc ion del EPL" e n La paz:
más allá de la guerra. D o c t MEN i o s OCASIONALES # 68. Bogotá: C i n e p , septiem-
b r e ele 1991 y Ni canto de gloria ni canto fúnebre. El regreso del EFE a la vida civil.
C O L E C C I Ó N PAPELES DE PAZ, C i n e p , 1 9 9 4 .

Mauricio ROMERO, Pohlamienlo, conflicto Social y violencia política en el Caribe


colombiano, 1950-1986. Estudio de caso sobre el departamento de Córdoba (inédito,
copia mecanografiada).

180
La violencia política y las dificultades...

cirse a una dimensión exclusivamente militar. V, muelle) menos, a


formas de delincuencia organizada, así muchas de sus actividades
de fínandamienlo (secuestros, apoyo a narcocultivos, robo de ga-
nado) manifiesten tendencias hacia ella. En muchas zonas, los grú-
jeos guerrilleros suplen la ausencia manifiesta de las autoridades es-
tatales, delimitando linderos, protegiendo la jeosesión precaria cie-
los colonos campesinos, dirimiendo los conflictos familiares y veci-
nales, c imponiendo normas ele convivencia social. " Por ello tienen
cierlee ámbito de poder en el ámbito local, ejue compite con los
gamonales y caciques locales, pero el hecho de ejue su presencia
sea tan dispersa y periférica limita mucho su capacidad de expre-
sarse políticamente.
Pero, en estos años se producen cambios en el actuar y en la na-
turaleza de la lucha guerrillera: las guerrillas van dejando de mo-
verse solo en las zonas de colonización más o menos periférica y se
encaminan más al control de zonas con recursos económicos,'
tanto mineros (petróleo, oro, carbón y ferroníquel) como ganadero
y agrario (zona bananera de Urabá, palma africana), llegando a ex-
pandir su presencia en zonas deprimidas del campesinado andino
e incluso en las zonas cafeteras, aprovechando la crisis del grane).
El acceso a los recursos del petróleo, a la vacuna y al secuestro de
ganaderos y empresarios agrícolas, la vinculación al negocio de la
cocaína y heroína, y otras fuentes de financiaciém, han ido permi-
tiendo un aumente) progresivo de frentes y combatientes. Pero, al
mismo tiempo, han venido desdibujando la frontera entre la vio-
lencia política y la no política y cambiando la naturaleza de la re-
lación entre actores armados y población civil. La necesidad de
mantener el control territorial, fíenle a otros actores armados, se-
an militares o paramilitares, ha llevado a la guerrilla a adoptar me-
didas de coerción y retaliación sobre la población civil, que cada
vez más la distancian ele ella. ''

~ Cfr. los diversos libros sobre zonas ele colonización de Alfredo MOLANO.
Daniel PÉCACT, Presen!, passé, futnr de la vio/erice (mecanografiado).
Daniel PÉCAUT, "De la Violencia banalizada al t e r r o r i s m o " , en p r e n s a
( p r ó x i m o a a p a r e c e r en la revista CONTROVERSIA).
Cfr. los testimonios ele los desplazados en Urabá, recogidos p o r Carlos .Al-
b e r t o GlRALDO, Urabá. acaban de sentenciar tu destierro. Conflicto armado y despla-
zados en Colombia. Bogotá: C i n e p , 1997.
Fernán E. González

Todos estos procesos rurales se dan en un contexto de éxodo


masivo del campo a la ciudad, ejue se inician en los años veinte del
presente siglo y se profundizan con los procesos de la Violencia de
los años cincuenta. Incluso, los jerocesos de la segunda ola del mo-
vimento guerrillero inciden no poco en la aceleración de lees proce-
sos migratorios hacia las ciudades y la consiguiente metropoliza-
ción de las principales ciudades del país. Esto va a incidir en las
modificaciones de los marcos de referencia de los pobladores y en
la descomposide'm y recomposición del llamado tejido social de las
ciudades grandes e intermedias, donde se va creando un clima
proclive a otro tipo de violencia.

LA MIGRACIÓN
ALUVIONAL A LAS CIUDADES

Un conjunto similar de problemas se presenta, cuando las mismas


condiciones estructurales del agio colombiano, reforzadas por las
violencias rurales de los años cincuenta y de las décadas recientes,
producen un aceleramiento de la migración campesina a las ciuda-
des grandes c intermedias, cuya cajeacidad de infrastructura y ser-
vicios públicos ejueda rebasada por la población creciente.
Inicialmentc, esta poblade'm migrante reproduce los sistemas in-
ternos de cohesión social y de relación cliente-lista con los partidos
tradicionales y la burocracia del Estado. Pero las siguientes genera-
ciones, más socializadas en la vida urbana y más debilitados sus
vínculos ele cohesión interna y de relación con el sistema cliente-lis-
ta de los partidos, se encuentran más disponibles a nuevos discur-
sos, políticos o religiosos? ' Sobre todo, cuando la población de los
barrios no tiene homogeneidad social o regional, sino ejue es pro-
ducto de olas diferentes de migración. Y, cuando las transforma-
ciones de las ciudades y la crisis económica de algunos sectores
produce un deterioro constante de las condiciones de vida de sus
barrios y un debilitamiento de los lazos tradicionales o modernos,
que constituían el llamado tejido social.
En estos barrios, donde el tejido scecial se está apenas constru-
yendo o se está ya debilitando, los diversos grupos o pandillas ju-
veniles (que expresan los primeros pasos de una socialización inci-

Alfonso TORRES. 1.a ciudad en la sombra. Barrios y luchas populares en Bogotá.


1950-1977. Bogotá: Cinep, 1993.

182
La violencia política y las dificultades...

piente) pueden servir de espacios de reclutamiento para las guerri-


llas, rural o urbana, y para las bandas armadas del narcotráfico. '
O, para formas de delincuencia común, pequeña o mediana, y, de
manera correspondiente, para el reelutamientee de grupos de vigi-
lantes o milicianos populares, que responden, desde la sociedad civil
en formación, a los grupos anteriores. O, más simplemente, las
nuevas formas sociales y culturales de estos grupos pueden resultar
incomprendidas para las generaciones más viejas.
Por todo esto, los grupos juveniles son fácilmente criminaliza-
dos y señalados como los otros, distintos de y ajenos a la sociedad
mayor, lo que los hace las víctimas principales de formas de limpie-
za social, por parte de la policía o de grupos privados de autodefen-
sa barrial, muchas veces con la complicidad o apoyo de los grupos
dominantes de los mismos barrios. También son frecuentemente
víctimas de los enfrentamientos entre grupos de delincuencia co-
mún y de éstos con la policía? Estos problemas se agravan en el
caso de la migración de campesinos y pobladores desplazados por
las actuales violencias: estos pobladores se refugian en ciudades in-
termedias, cuyas condiciones no les permiten asimilarlos en térmi-
nos de oportunidades de trabajo ni de prestación de servicios.
Estos factores y tendencias a la violencia se profundizan recien-
temente con la presencia del narcotráfico: la precariedad del Estado
y la crisis de los marcees institucionales que suplían a éste, eviden-
cian una fragmentade'm y difusión del poder en la sociedad, cuyo
tejido social es un amasijo contradictorio de poderes privados.
Ambas, la fragmentadc'm del poder y la precariedad de la presencia
estatal, van a facilitar la inserción social y política de poderes pri-
vados de nuevo cuño, como los carteles de la droga y los paramili-
tares de derecha, que distan mucho de ser grupos internamente
homogéneos, pero que se mueven en la misma dinámica de pode-
res privados fragmentarios. La competencia por el poder local en
zonas periféricas explica muchos enfrentamientos de estos grupos
con las guerrillas, lo mismo que la guerra sucia contra las supuestas
o reales bases sociales de la guerrilla. En estos enfrentamientos in-

El c:aso de Medellín ha sido estudiado en varios trabajos por Alonso


SAI.AZAR y Ana María JARAMILLO, de la corporación Región. El Cinep ha publi-
cado el libro de ambos, Las subculturas del narcotráfico. Medellín v Bogotá: Ci-
nep, 1992.
Carlos ROJAS. La violencia llamada limpieza social. Bogotá: Cinep, 1994.

183
Fernán E. González

terviencn también autoridades del orden local, formales o informa-


les, lo mismo que algunos cíe lees mandos ele la fuerzas de seguridad
del mismo ámbito. En este espacio de poder local, aparece también
la acción de las guerrillas sobre las autoridades locales de sus zonas
de influencia, donde tratan de ejercer una especie de veeduría see-
bre la administración pública y el gasto social.
Según Francisco Thoumi, la principal ventaja comjearativa de-
Colombia para la inserción económica, social y política del narco-
tráfico tiene que ver con el debilitamiento del Estado, la creciente
ilegitimidad del régimen político y la precariedad del control esta-
tal sobre varias zonas del país, junto con los altos niveles de violen-
cia, que redujeron implícitamente el valor de la vida humana y pro-
fundizaron la proclividad de los colombianos para recurrir a la vio-
lencia para resolver sus conflictos. Además, opina Thoumi, el efec-
to más imjeortantc del narcotráfico en la economía colombiana fue
su efecto catalizador que condujo a un mayor desprecio por la ley y
las normas sociales y produjo un clima de rápido enriquecimiento,
lee que lleva a aumentar el clima proclive a la violencia ele todo gé-
nero.
Este clima se hizo visible en los barrios periféricos de las ciuda-
des, como las comunas nororientales de Medellín, donde el narco-
tráfico redutaba sicarios y agentes, lo que producía un auge de la
delincuencia comém, la consiguiente formación de grupos ele auto-
defensa barrial y la corrupción de los cuerpos policiales, que eran
percibidos como otro grupo involucrado en esos conflictos, nunca
como una fuerza legítima por encima de ellos.
El resultado de esta combinación de conflictos de tan diversa
índole, donde se combinan nuevos y viejos actores, es la creciente
autonomía y difusión de las formas violentas: la guerra pierde la racio-
nalidad de medio político para convertirse en una mezcla inextri-
cable de protagonistas declarados y ejecutantes oficiosos, ejue com-
binan objetivos políticos y militares con fines econeémicos y socia-
les, lo mismo ejue iniciativas individuales con acciones colectivas y
luchas en el ámbito nacional con enfrentamientos ele carácter re-
gional y local.

Francisco Thoumi, Economía política y narcotráfico. Bogotá: Tercer Mundo


editores. 199 1, especialmente las pp. 177-179 y 259-260.
40
Daniel Pécaut, Crónica de dos décadas..., op. cit., págs. 32-33.

184
La violencia política y las dificultades...

Además, en una etapa ulterior, estas apelaciones a la violencia


por motivos políticos, económicos y sociales se difunden ¡ecer todo
el tejido de la sociedad colombiana: la violencia se convierte así en
el mecanismo ele solución de conflictos privados y grupales. Pro-
blemas de notas escolares, enfrentamientos en el tráfico vehicular,
problemas entre vecinos, peleas entre borrachos, tienden a resol-
verse jeor la vía armada, porque no existe la referencia común al
Estado ceemo esjeado público de resolución de los conflictos.

18?
¿Ciudadanos en armas?
Francisco Gutiérrez Sanín

Llevo el hierro en las manos,


porque en el cuello me pesa
Epifanio Mejía

Difícilmente se podrá encontrar un período de la historia de Co-


lombia en el que la figura del ciudadano haya adquirido mayor re-
levancia que en el inmediatamente anterior y posterior a la Consti-
tución de 1991. La ciudadanía se presentó entonces como una
construcción social asociada a dos motivos fundamentales (y fun-
dacionales): como dique de contención a la expansión de la violen-
cia, y como emancipación ele la vieja política (o de la política tout
court).
La vitalidad de uno y otro motivo tuvo seguramente que ver con
la plasticidad semántica de lo civil (o, alternativamente, de lo cívico
o lo ciudadano). Se trata de una palabra ejue, por ejemplo, pasa
por antónimo ele lo militar (sociedad civil como aquella no involu-
crada en el conflicto armado). Pero también representa, como en
la tradición gramsciana, un espacio diferenciado de la política
(sociedad civil como la contraparte ele la sociedad política). Por
ello, se jeucle) preservar la connotación ele lo ciudadano como reno-

Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de


la Universidad Nacional. El artículo presenta algunos resultados de investiga-
ción del proyecto "Justicia, ciudadanía y oligopolio de las armas", cofinancia-
do por Colciencias. Agradezco a César Rocha, a Joséjoaquín Bayona de la
Universidad del Valle v a Hernando Roldan y demás colegas del IPC' de Mede-
llín, sin cuyo invaluable aporte no hubiera sido posible adelantar la investiga-
ción. Naturalmente, las ideas expresadas aquí sólo me comprometen a mí.

186
¿Ciudadanos en armas?

vador, a la vez no dientelista y no violento (Gutiérrez, 1996; Fals


Borda, 1996).
El diseño, con todo su valor, no estaba exento de riesgos. Si
después de Rousseau y de la revolución americana las constitucio-
nes han pasado de ser pactos de paz a manifiestos de la voluntad gene-
ral (Piolines, 1988), la colombiana es una compleja combinación de
ambos aspectos. El puente que unía uno y otro y subsanaba sus po-
sibles incompatibilidades era la imagen de una sociedad civil, o de
ciudadanos, linealmente separable de los actores violentos; se tra-
taba de dos mundos, para usar la expresic'm dickensiana. Sólo en esa
medida el pacto de paz coincidía precisamente con la voluntad —o
el clamor— general (dar fin a la guerra). Pcrce la separabilidad lineal
entre lo cívico y lo violento constituye un supuesto eminentemente
discutible (como lo subraya, entre otras cosas, el creciente desen-
canto de una porciém de la intelectualidad con categorías como so-
ciedad civil). Por cierto, tradiciones muy largas —tanto en el sentido
temporal como en el espacial— privilegian la figura del ciudadano
armado (Maquiavelo, 1991; Bookchin, 1995), cuya función militar
no se')lo es el cimiento sobre el que reposa la república sino la fuen-
te principal ele virtudes cívicas, comenzando por aquella central e
imprescindible del amor a la libertad." A la república, para Ma-
quiavelo, la defienden ciudadanos en armas; al despotismo, mer-
cenarios. La vinculación lógica voluntariado militar de los ciudada-
nos-solidez de la república obliga en las dos direcciones. Seílo hom-
bres libres, educados en la soberbia independencia de la autono-
mía, son capaces de comprender el valor fundacional de la libertad
como bien público que supeme a todos los demás. Y sólo la repú-
blica puede delegar la fuerza sin temores. El pueblo en armas es la
síntesis republicana de deber y derecho, de resultado y prerrequisi-
to de la educación cívica. La frugalidad del campamento no es una
negación de la república y de la libertad; antes la supeme. No sobra
recordar que estas tradiciones anidaron con particular fuerza en
nuestro país. La expansic'm de la ciudadanía en sus dos procesos

María Eugenia Querubín lo plantea en estos términos: «Si entendemos ciu-


dadanía como la caj)acidad que tiene una persona de construir, con otros, el
orden social que él mismo quiere vivir, cumplir y proteger para la dignidad de-
todos, es claro que ni el provecto de nación, ni el de productividad ni el de
ciudadanía j)tieden desligarse del provecto ele convivencia social» (en Sanín,
Díaz v Borda, 1997, p. 159).
" Y a esto hace alusión el epígrafe de don Epifanio Mejía.

187
Erancisco G utiérrez

constitutivos —la sucesiva incorporación de más y más capas socia-


les a nuevos derechos y titularidades (Marshall, 1965) y la. forma-
ción en un conjunto de virtudes y responsabilidades (Boeekchin,
1995; Jacger, 1994)— estuvo íntimamente vinculada a instituciones
como las guardias nacionales y a eventos como las guerras civiles?
De hecho, la cultura material de la guerra estuvo durante largos
períodos asociada a una poderosa imaginería cívica, en donde ob-
jetos comee el sable simbolizaban el honor y la valentía; el cuchillo,
el disimulo y la traición (impropios de un ciudadano,); y el látigo,
la emancipación ce el desorden social (Gutiérrez, 1995). Como he-
rencia en tono menor de esta sobrecarga de sentido, hoy miles de
colombianos salen el 20 de julio a las calles a presenciar el desfile
de las armas de la república, sacralizadas como patrimonio de la
democracia (y no como instrumentos de destrucción y muerte).
Si la separación lineal entre lo violento y lee cívico es imposible,
comee acabo de sugerir, entonces no sólo tenemos una clave de cx-
jelicadc'm para entender algunas de las dificultades de los diseños
constitucionales del 91, sino que además aparecen diversos argu-
mentos para polemizar con interpretaciones tales como las de la
existencia de una cultura del terror que en Colombia se articularía
lógicamente con una versión tropical del m u n d o hobbesiano
(Taussig, citado en Suárez Orozco, 1992). Por el contrario, una jear-
te muy significativa de nuestra violencia contemporánea, tanto en
su factualidad como en su génesis, está asociada a configuraciones
sociales que muestran claras regularidades e importantes niveles de
institudonalizadón (Uribe, 1997), y que por consiguiente ni se
pueden reducir a la simple anarquía ni se pueden caracterizar co-

Un buen ejemplo son las promesas de emancipación a los esclavos negros


que partici¡)aran en uno u otro bando. Por eso es que nuestras guerras deci-
monónicas, aunque carentes en su mayoría de propósitos y discursos sociales,
tuvieron en cambio grandes efectos sociales.
Por eso tuvo tanta resonancia el célebre voto de Mariano Ospina Rodríguez
por José Hilario López en 1849. Al decir que se inclinaba por el candidato li-
beral ¡)ara que no lo acuchillaran, retrataba una chusma cercana al mundo de
lo natural y carente de las virtudes mínimas (responsabilidad, respete) a la ma-
jestad de las instituciones iej)ublicanas) para acceder a la condición de ciuda-
dano, tema en el ejue después insistiría el periódico "La Civilización". La po-
tencia evocadora de la metáfora moral del cuchillo queda resaltada por el he-
cho de ejue los artesanos también la pusieran en primer lugar en su repertorio
argumenta! en contra del mismo Ospina: aprovechando la condición de cons-
pirador septembrino de éste, lo pintaron como un siniestro parricida armado
de un cuchillo.

188
(Ciudadanos en armas?

ino estrictamente hobbesianas. En particular, algunos actores violen-


tos cifran su apuesta sobre valores (proto)cívicos, en el crucial de>-
ble sentido al que me referí en el párrafo anterior. Por una parte,
la violencia y el terror ajearecen como recursos ejue permiten suce-
sivas v rápidas incorporaciones, como un atajo eficaz para obtener
reconocimiento v bienestar ejue de otra forma serían inalcanzables.
Es decir, la expansión ele titularidades y derechos a través del chan-
taje, una modalidad que sin duda hubiera sorprendido a Marshall.
Típicamente, el chantaje permite —en realidad obliga a— estar al
mismo tiemjeo adentro y afuera. Por otro laclo, la violencia se pone
al servicio de una jeedagogía moralizadora:

[...] de un tiempo para acá ejue entré a trabajar con la emganiza-


cieín me gustaron mucho los festivales, hermano, por ejemplo
cuando hube) un feliz fin de semana cultural, ahí con papayeras, en
todo el día concursos de los niñets en bicicletas, en costales con un
juego por aquí engrasando un plástico y los niños todo el que lle-
gue al que no se caiga, todos entusiasmados, lodo es hermano es lo
más rico, ahí es donde uno pilla la sonrisa de toda la gente, por
ejemplo los viejitos jugando por allá domine') y cartas, tomando
guarito por allá, las viejitas molestando y haciendo el sancocho. Si
me entiende hermano, eso para mi qué nota [...]

Quien crea ejue tales discursos imjelican una buena dosis de ci-
nismo, el silenciamiento de la voz ele las víctimas o una pastoraliza-
ción de las prácticas violentas, con seguridad tiene razón. Pero, a
menos de que esté cegado por el horror (sentimiento legítimo, si lo
hay) no dejará de notar esta inflexión ele (proto)ciudadanos y pedago-
gos en armas, ejue quisiera mirarse a sí misma parcial o princijeal-
mente como una ¡eolicía cívica. «Nosotros vinimos en plan de segu-
ridad y trabajo social», afirma un miliciano ele Cali, y éste enuncia-
do es un excelente resumen ele múltiples prácticas armadas dentro
del Estado (los frentes de seguridad propiciados por la policía en
las grandes ciudades, por ejemplo) y fuera de él.
En este artículo, exploraré brevemente —apoyándome ante todo
en entrevistas a profundidad a milicianos y guerrilleros de Bogotá,
Medellín y Cali, y en el registre) de eventos como juicios, debates y
conciliaciones protagonizados por tales actores— algunos de los
perfiles de esta eventual (proto)ciudadanía en armas. No pretendo
ejue las prácticas y discursos descritos aejuí sean únicos ni ejue estén
generalizados, a pesar de que parece haber evidencias ele ejue sí lo
están; me basta con mostrar que la violencia extra y paraestatal

189
Francisco Gutiérrez

puede afirmarse en discursos afines a los ele una policía cívica, y


ejue esto habla elocuentemente acerca del carácter ele la construc-
ción y la naturaleza de cualquier forma de ciudadanía posible en
nuestro país. En la primera parte discuto algunas nociones de vir-
tud y territorio que están íntimamente relacionadas con las funcio-
nes de policía cívica. Los entrevistados, con pocas excepciones, ha-
cen hincapié en que su dominio territorial actúa como la instaura-
ción de un orden específico, que se ancla en las nociones de reci-
procidad, educacieén cívica, defensa de valores tradicionales (como
cierta moral sexual, por ejemplo) y estados ele ánimo (tranquilidad)
perturbados desde afuera. En la segunda parte disculo las diferen-
tes acepciones de estar adentro y estar ajuera, las diversas topologías
de inclusión y exclusión, asociadas a estas prácticas armadas. Se
muestra que la fragmentación territorial es la otra cara de un pro-
yecto integrador y —a menudo— explícitamente incorporador, en el
que la voz de la víctima se silencia, o se pone en sordina, al conver-
tírsela sea en recursos para obtener la integradém, sea en sacrificio
necesario para los objetivos del bien común (entendido en clave
tanto macro como micro).
Q u e d e claro que describir y analizar la racionalización de la vio-
lencia ni la justifica ni la redime. Al contrario de lo que establece el
aforismo francés para la vida privada, en este tema entenderlo to-
do no es perdonarlo todo (Suárez Orozco, 1992). En cambio, en-
tender constituye una tarca ¡eolítica y académica de la mayor im-
portancia; permite, entre cetras cosas, poner de relieve las opacida-
des y líneas de fractura de nuestro adentro cívico ejue se ven refleja-
das en ese espejo tan deforme como el afuera armado.

GOBIERNO, VIRTUD Y TERRITORIO

Los discursos sobre el dominio territorial ejue analizamos coinci-


den en tres aspectos. En primer lugar, dichas fronteras permiten
delimitar diversas nociones de un nosotros depositario de ciertas ca-
racterísticas, en contraste con un otros desprovisto de ellas. Nótese
que esta paleta de nosotros está construida sobre un m u n d o de mu-
chas dimensiones; nosotros los de la cuadra, los del barrio, los de
la ciudad (o de una parle de ella; en Bogotá nosotros, los del Sur), los
del país, pero también los del pueblo en contraste con, por ejem-
plo, los delincuentes o la oligarquía.
En segundo lugar, en el conjunto de derechos y ele atribuciones
que el dominio territorial establece. El nosotros ejueda bajo un

190
¿Ciudadanos en armas?

manto ele protección fíente al cual el habitante debe responder


ceen reciprocidad, por ejemplo no dando información al enemigo
o, en el extremo, participando de las acciones armadas. «Nosotros
hemos establecido una relación con los civiles que es muy buena —
reprocha un guerrillero a un poblador al que se le está haciendo
un juicio en una localidad de Bogotá—. Nosotros los protegemos.
Nada les falta. Yo no sé por qué algunos se la pasan soltando la
lengua. Nosotros les aseguramos una vida tranquila y en paz. Nun-
ca hemos querido meterlos en la lucha. Algunos se nos han inte-
grado, pero nosotros no se los hemos pedido, con los que somos
basta... Nadie puede poner en peligro a la organización. Eso es
además una deslealtad. Uno no puede hacer eso con quien lo está
protegiendo». Aceptar la acotaciem territorial establecida por el ac-
tor armado da a los miembros del nosotrces un conjunto de dere-
chos y títulos que antes no poseían. Por ejemplo, la tranquilidad y
la seguridad. En el caso de las milicias de Medellín, aquellas fueron
el resultado de la expulsión a sangre y fuego de las bandas y su ar-
bitrariedad («las bandas eran la ley», dice u n miliciano; en cambio
ellees establecen reglas de juego públicas, conocidas por todos). En
otros casos, nos encontramos con que la tranquilidad dependía de
la dificultad (imposibilidad) de que las autoridades del Estado pe-
netraran el territorio. De todas formas, la lucha armada se ve como
un proceso de crecimiento personal para el miembro del aparato;
aquí tiene un peso indudable el factor clareo (los promedios de
edad de quienes participan en estas organizaciones es bastante ba-
jo), pero también ejerce su influencia una clara asodade'm entre
práctica de la guerra, superioridad moral y adquisición de dere-
chos. El actor armado sabe más y tiene más virtudes que el pobla-
dor, a quien instruye y enseña (volveremos sobre esto más adelan-
te).

En tercer lugar, en un conjunto ele teorías sobre el nosotros in-


mediato, sobre sus perfiles morales. Tales teorías folk acerca de la
comunidad, el barrio, la comuna y la gente hacen énfasis sobre todo
en dos imágenes: el violento y el egoísta involuntarios, producto
por tanto de ciertas condiciones. Varios milicianos de Medellín,
por ejemplo, sostienen que «el pueblo está cansado de la violen-
cia... pero es violentce». Se forman vecindarios de dezplazados con
particular proclividad a la violencia. Esto se traduce en —y se rela-
ciona con—, la descomposición tanto de la familia y la comunidad
solidaria como de los valores que las sustentan, lo que da origen a
más violencia. «Hay hogares, hermano, que no han tenido estos

191
Francisco Gutiérrez

problemas que han tenido los demás, que de pronto el papá sí se


toma unos tragos pero no le pega [al hijo] ni se le pasa a la cama a
la hermana, y de prontce tienen con qué ciarle estudio y saben có-
mo enseñarle a su hijo los valores éticos y morales ele una familia,
de un hogar, y de pronto es gente con una mentalidad más abierta.
En estos barrios, hermano, se caracteriza mucho el bruto, usted
sabe que el ignorante es una persona que no sabe las cosas pero
con la mente abierta, pero no es sino enseñarle las cosas y él
aprende, en cambio el brutee peer mucho que usted le enseñe no
aprende, ahí se queda. En estos barrios por la mala alimentación,
hermano, por no tener recreación...». Otra versiem: «Esta comuna,
hermano, es producto de la violencia; o sea, los cuchos todos, ha-
ble que el 99% son desplazados ele la violencia liberal conservadora,
así de sencillo... o sea, esto hermano es producto de la violencia».
Vale la pena señalar que una exposición a la que asistí de u n oficial
de la policía de Bogotá en un vecindario de estratos 1 y 2 transcu-
rrieé, casi textualmente, sobre las mismas líneas de argumentación:
el vecindario estaba constituido por desplazados (también de los
años 40 y 50), proclives por tanto a la violencia. El problema se
agravaba con la descomposición familiar y la pérdida de valores. La
solución ofrecida en ambos casos, tanto del miliciano como del po-
licial, era someterse a la pedagogía armada; es decir, la organiza-
ción armada se reivindicaba como educador cívico en condiciones
particularmente difíciles. Algo similar ocurre con argumentos teji-
dos alrededor de la necesidad de superar el egoísmo y los rezagos y de
formar "verdaderos líderes" emancipados de la politiquería e, in-
cluso, de la política. De hecho, en las sociologías folk de los actores
armados (incluyendo cada vez más a las fuerzas armadas oficiales)/'
la política aparece como una desgracia fundacional o, en el mejor
de los casos, como una modalidad estorbosa de autismo.
Estas tres dimensiones de sentido plantean varios problemas: la
relación entre individualismo y pertenencia territorial, los posibles

' Un punto de inflexión en el "registro público" (Scott, 1985) colombiano ha


sido el creciente espíritu crítico de altos oficiales del Ejército con resjeecto del
bipartidismo tradicional, apenas velado en generales como Bonnet y Bedoya.
Lái buen ejemplo se encuentra en Lara y Morales, 1997. De manera más capi-
lar, en las campañas de seguridad local de la policía en Bogotá la política (éste
no es necesariamente un efecto consciente) se convierte en el fundador de to-
dos los males, al haber provocado la migración, la contaminacieín violenta y el
maleamiento (por ejemplo, a través de la corrupción) de los pobladores.

192
¿Ciudadanos en armas?

contenidos anticiudadanos de la acción armada (por ejemplo, ¿no


es la reciprocidad simplemente mañosa?), y la tensión dinámica en-
tre el noseelros territorialmente delimitado como referente moral y
las teorías folk scebre la violencia y el egoísmce generalizados pero
involuntarios.
Comencemos con el primero. Varios autores hacen hincapié, a
mi juicio erróneamente, en que la generalización de un individua-
lismo desconsiderado (Waldman, 1997) haría las veces ele causa o al
menos de catalizador de la violencia. Peer el contrario, nos encon-
tramos conque el individualismo se encuentra atenuado por una
verdadera pulsión gregaria entre los actores armados que, además
de constituir una visión más o menos articuladora, tiene un claro
correlato en actores civiles.' Puede ocurrir frecuentemente que la
pulsión gregaria se presente como una dinámica radicalmente
fragmentadora: los míos son de esta cuadra, mis enemigos están en
la siguiente. Pero el reverso de la medalla es que la roturación del
territorio se construye desde un proyecto intensamente unificador
y homogeneizador, que busca «que haya justicia en los barrios y
que donde no hay orden lo haya». Un proyecto, pues, basado en
una ideología de armonía social,' en donde los particularismos se
construyen como visiones diferenciadas de cómo construir totali-
dades morales. Dicho de otree modo, si la economía de consumo
unifica a los ciudadanos a través de la aspiración común a ser dife-
rentes, algunas de nuestras violencias parcelan a los ciudadanos a
través de formas diferentes de aspirar a ser iguales. De aquí se
puede inferir que la fragmentación armada del territorio no signi-
fica la anulación de cualquier nocieSn posible de la ciudadanía, no
sólo jeor la constatación histórica de que una y otra (fragmentación

1
Como he tenido ocasión de establecer escuchando decenas de reuniones y
entrevistas estructuradas y abiertas de líderes comunitarios y políticos de Bo-
gotá. El egoísmo es uno de los valores más severamente castigados y desj)rc-
ciados, al menos en ampliexs sectores sociales de las grandes ciudades del país.
Tengo la imj)resión de que Waldman ha confundido individualismo con inca-
pacidad de resolver adecuadamente dilemas sociales a través de la mutua coo-
peración, dos cosas que no necesariamente tienen que verse como equivalen-
tes. Nótese, a propósito, la similaridad de los esquemas interpretativos del
"individualismo desconsiderado" y el "hobbcsianismo tropical".
' Nuestros entrevistados estuvieron expuestos en su gran mayoría al marxismo
de manual, del que recordaban más bien poco, pero a medida que se desideo-
logizaban muchos bascularon hacia autores como Kalil Cabrán y Deepak Cho-
pra, cuyos libros describían como un descubrimiento espiritual.

193
Francisco Gutiérrez

y ciudadanía) han convivido bajo diversas modalidades, sino por el


hecho empírico ele ejue los particularismos territoriales se conside-
ran sobre todo como un active) para poderse incorporar en mejo-
res condiciones a unidades mayores (dudad, región, nación). El
gregarismo tiene no sólo una ideología sino una metcedología, no
sólo una gramática sino una dramática, en las que se ponen en es-
cena los espacios en común a través de diversas modalidades de
fiesta e integración. «Resulta que, por ejemplo, digamos montába-
mos un operativo a las seis ele la mañana, y a las dos de la tarde es-
tábamos organizando la acción comunal». Trabajo social y seguridad,
como ya vimos. Tales servicios son imitables por parte de los ad-
versarios armados, que compiten por tanto entre sí en ambos te-
rrenos. Las actividades ele integración (partidos de fútbol, fiestas,
reuniones sociales, juegos, talleres), han sido (re)descubiertas pau-
latinamente por muchos de los actores en conflicto, y está demos-
trado que pueden convivir con las espirales de violencia.
Pero esto nos lleva directamente al segundo problema. ¿Hasta
qué p u n t o valores como la reciprocidad, la armonía, el gregarismo
y la moralidad pertenecen al m u n d o ciudadano y hasta qué p u n t o
hacen parte de nostalgias premodernas? La reciprocidad, por
ejemplo, constituye un operador típicamente mafioso o dientelista
(Gambetta, 1996), pero también ciudadano (como lo demuestra

8
En varias ciudades-estado italianas, la columna vertebral de la república esta-
ba constituida por milicias barriales que vigilaban celosamente su autonomía.
Algunas de ellas tenían incluso sus propios dialectos, y "los propietarios urba-
nos estaban tenazmente aferrados no scílo a una ciudad sino a una calle, a una
cuadra, a un ambiente -- con un radio de quizás 150 metros" (Martines, 1980,
p. .39). En muchas naciones contemporáneas, la fragmentación cultural es
ciertamente mucho mayor que la nuestra; por ejemplo, en la India en una
misma ciudad pueden convivir decenas de religiones tradicionales, lenguas,
sentirlos de identidad de nacional; "una provincia particular puede contener
varias naciones o partes de ellas" (Gomen 1997, p. 149). Tales constataciones
contrastan con la convicción generalizada de muchos intelectuales y tomado-
res de decisiones de ejue la palabra "fragmentación" sirve de explicación ruti-
naria a todas nuestras violencias, y de que "somos marcadamente diferentes
unos de otros" (Carta de Civilidad, 1997, j). 11). En realidad, en muchos sen-
tidos Cx)lombia seguramente sea un país comparativamente muy poco fragmen-
tado y regionalizado.
1
Un interesantísimo debate público sobre la relación entre ciudadanía, virtud
y rejmblica se ha llevado a cabo alrededor ele la lealtad, motivado por la cons-
tancia con la ejue Horacio .Serpa defendió a Ernesto Samper. Para algunos, la
lealtad es un valor ele corte mafioso, más o menos sinónimo de complicidad.
Para otros, es el símbolo de los valores ejue se deben recuperar en el j)aís.

194
¿Ciudadanos en armas?

elocuentemente Riesenberg, 1992). Si tomáramos de patrón ele


diferenciación (weberiano), entre una y otra modalidad la desper-
sonalización de la ley y en general ele las reglas de juego, nos en-
contraríamos con que la mayoría de las personas con las que dialo-
gamos se encuentran en un punto intermedio entre los dos extre-
mos del espectro. Por un lado, está la personalización absoluta de
la ley, que se resuelve en formas ele arbitrariedad también absolu-
tas. Es contra esta modalidad de dominación, encarnada ne) sola-
mente en delincuentes sino también en representantes de los
cuerpees armados del Estado, que se crea la organización armada y
su correlativo dominio territorial. Por otro lado, está el Estado de
derecho, al cual ni guerrillas ni milicias aspiran, ni siquiera discur-
sivamente. Seguramente pesen razones ideológicas para que ello
sea así, aunque las evidencias no son claras. En cambio, una razón
profunda para que se produzca un bloqueo tan intenso como el
que se nota frente al Estado de derecho es que la información es
uno de los grandes recursos de guerra en ciudades militarmente
parceladas; en un contexto semejante, es imposible acceder a nive-
les mínimos de garantismo y de libertad de expresión. La logística
se superpone a la noción de derecho. La escala misma de lo delic-
tivo queda por tanto asociada a la información: «En el marco de
eso, son amigos los que están al lado tuyo, tus aliados, los que te
clan información; son neulrets los que no te dan información, pero
pasan desapercibidos, ni van, ni vienen; y hay otro tipo de personas
ejue es el enemigo, que es el que atenta contra tu organización,
contra tu trabajo y que le pasa información al oponente o contra-
rio, eso es catalogado como enemigo. Ese tipo de enemige)s puede
desarrollar tareas e informaciones que pueden atentar contra toda
una organización, contra toda una comunidad. Dentro de esa cues-
tión miras qué solución le vas dando; llamada de atención, persua-
sión, desalojo de la zona, destierro, y en última instancia, la muer-
te». Posiblemente lo que estemos presenciando sea la construcción

" Y no sólo en el terrene) de la reciprocidad, sino también en el de la protec-


ción. «Un ciudadano es alguien que disfruta de la libertad común y ele la pro-
tección de las autoridades» afirmaba Bodin (citado en Riesenberg, 1992, p.
220), y tras él muchos otros pensadores. Por supuesto, la protección también
se puede leer en clave mañosa.
Es decir, si aceptáramos que una reciprocidad concreta sobre bienes públi-
cos, mediada por lo personal y resuelta en el mundo de lo privado es esen-
cialmente prernodema, mientras que una abstracta mediada por las nociones de
responsabilidad, compromise) cívico y respeto a la lev es moderna.

195
Francisco Gutiérrez

de una fcerma específica de SS de comunicación, del marxismce de


manual y de la Nueva Era, de la religión y de la economía de mer-
cado, de los thrillers norteamericanos y ele los manuales de opera-
ciones del Ejército, " para forjar su identidad y orientarse en el
mundo.
Esto se revela claramente en los meandros del discurso moral
de los particularismos territoriales (tercer problema). La moralidad
que de alguna manera pretende ser representativa de lo que quiere
la comunidad, pone un gran énfasis en valores tradicionales ccemo la
defensa de la familia, la lucha contra los delitos sexuales — que
constituyen el epítome de la peí versieén— y la integración de la co-
munidad. Hay cierta obsesicén de corte tradidonalista con estos
motivos. Pero esto es apenas parte de la historia. Por ejemplo, la
integradc'm de mujeres a la actividad armada, la restricción a las
posibilidades del uso de la fuerza bruta dentro ele la familia y el
aconductamiento de los jeSvenes frente a sus mayores («los jóvenes ya
están más aplacados, ya saben qué hacer y qué no hacer», dice un
miliciano) pueden haber cambiado de manera irreversible e impre-
visible las relaciones entre los géneros, sobre todo ahí donde los
particularismos han tenido un dominio más intenso.
El discurso que venimos describiendo tiene tres grandes cimien-
tos. Primero que todo, los valores morales como columna vertebral
del orden social. La asociación permanente entre moral y seguri-
dad adquiere una ceennotadém logística pero también otra franca-
mente tradidonalista. Las narrativas acerca de la imposideén de la
pena de muerte van asociadas ccen bastante regularidad a crímenes
sexuales en donde se patenta la posibilidad de la disolución comu-
nitaria. Segundo, y en directa relación con lo anterior, un discur-
so centrado en el autocontrol y en lo que Foucault (1991) llamó la
gubermentalidad (autogobierno), la capacidad de manejar y ordenar
las pasiones. Así, pues, Cicerón en el trópico en lugar de Hobbes en el

' Ea lectura ¡)referida de Tirofijo, scgi'tn la biografía que hace de él Alape


(1989).
13
Matar violadores y delincuentes sexuales se presenta como un acto legitima-
dor por excelencia. «Hasta el cura nos apoyó», dice un miliciano. Un caso ex-
tremo: una j)ersona que migró de Medellín a C?ali y que se reconoce malo, de-
lincuente y no presenta ninguna motivación política, sin embargo explica que
se granjee) un amplio aj)oyo en el barrio de Cali donde o¡)eraba porejue
«empezamos a matar incluso gratis a los violadores del barrio».

196
¿Ciudadanos en armas?

trópico. Las teorías joIk sobre la comunidad o la gente, cnfatizan el


doble aspecto de su carácter fundador (todo se hace para la gente y
con la gente) y su falta de educación, autocontrol y civilización que
les imjeiden ser verdaderamente ellos. La participación en la lucha
armada también se representa como la adquisición de destrezas
superiores ele autocontrol. Peer eso, el término limpieza, tan común
en la jerga del terror en América Latina, adquiere aquí una infle-
xión jeedagógica. Se limpia, y se enseña, no a alguien externo, sino
a la propia base social que aún no sabe comportarse. Ella se cons-
tituye en principal referente de sentido de la lucha armada y factor
logístico indispensable, y a la vez en objeto de un riguroso control
(que a menudo adquiere un empaque nostálgico: para ser como
debieran tienen que volver a ser como eran). En este contexto, el
hecho de la muerte se scemete a una neutralización pedagógica,
ejue se sintetiza poderosamente en la expresión se murió para na-
rrar un ajusticiamiento. Fueron sus propios errores, su incapacidad
de aprender, los que lo mataron; no hubo ni agente ni víctima.
El terror y la intimidade'm se recubren con u n manto de peda-
geegía, lo que implica también tener a disposición una serie de teo-
rías y visiones del Estado. El énfasis en la culjeabilidad del Estado y
los de arriba reposa ahora sobre su autismo, indiferencia e incapa-
cidad ele empatia: «De esa realidad [nuestra] no habla ni la burgue-
sía ni el alcalde, poique esos güevones viven en cetro mundo». Es
un Estado ejue no es gobierno y que ha renunciado a la implanta-
ción del orden; por omisicén, pero también peer accicén, puesto que
actúa tantee en el adentro legal como en el afuera dclincuencial. Hay
toda una casuística a partir de la experiencia directa de los bandidos
de uniforme. Así, pues, una doble renuncia del Estado: moral y pe-
dageégica, que justifica y a la vez crea los particularismos territoria-
les. En los territorios excluidos no existe ley, por lo tanto, hay que
refundarla.

En un primer momento heroico, los particularismos territoriales se constru-


yen en permanente combate contra otros actores armados. Al producirse una
relativa estabilización, los enfrentamientos caen en picada y el énfasis se pone
en el control sobre los civiles.

197
Francisco Gutiérrez

T O P O L O G Í A S DE LA

EXCLUSIÓN Y LA I N C O R P O R A C I Ó N

Estar afuera invoca dos acepciones diferentes. La primera, portar


un estigma, pertenecer involuntariamente a un grupo al que por
una razón u otra se le niegan parcial o totalmente tanto sus dere-
chos como las formas elementales de respeto y reconocimiento.
Por consiguiente, estar sometido, abajo. La segunda, tener también
el estigma pero por haberse salidee, de alguna manera voluntaria-
mente, como sucede en los procesos de incorporación, D y da ori-
gen al menos a dos formas de formular una definición de nosotros y
los oíros alrededor de las líneas divisorias de la exclusión.
En la medida en ejue estar abajo y al lado se encuentran unifica-
dos por un mismo concepto (nosotros, los de afuera), hay relacio-
nes de solidaridad, empatia y similitud entre todas las ilegalidades.
Por ejemplo, se puede criticar al narcotráfico por sus errores (como
cuando se critica a un compañero de lucha que ha perdido la sen-
da) y se le puede elogiar por su inteligencia, pese a haber sido su
adversario armado. Por otro ladee, en la medida en que estar arriba
y al lado se encuentran unificados por un mismo concepto (los
otros, los que no son de abajo), la delincuencia se presenta como
un objetivo militar, o como una característica indeseable patroci-
nada por acción u omisión por el Estado.
La plasticidad de esta dialéctica permite presentar en un mismo
marco argumental las mil maneras de pasar alternativamente del
adentro cívico, al abajo excluido, al afuera delincuendal, sin perder
—o perdiendo sólo parcialmente— la ruta de la identidad propia ni
la legitimidad. Lo curioso es ejue se imputa (y creo que con razcén)
al Estado y a sus agentes un comportamiento similar. El Estado no
juega limpio, puesto que fluctúa entre el adentro y el afuera, cuan-
do se supone que debería estar, por definición, plena y totalmente
adentre). A la vez, el Estado no juega limpio porque se parece en su
comportamiento amista al arriba, cuando peer definición debería
ser plena y totalmente de todos.
Nótese que esta crítica al Estado tiene dos propiedades impor-
tantes. Primero, no parece consistente. Una cosa es pedir ejue el
Estado se vava, otra (ojeuesta) que esté aquí. Pero la inconsistencia

198
¿Ciudadanos en armas?

desaparece si pensamos los particularismos territoriales como una


forma de acopiar activos para presionar incorporaciones que ele
otra manera hubieran sido imposibles. Es decir, la violencia se
ejerce afuera y abajo, pero para estar adentro (y eventualmente arri-
ba). «En Colombia hay que ser rico ce hay ejue ser peligroso», dice
una miliciana a Alonso Salazar (1993), y posiblemente no haya afo-
rismo más potente jeara poner de relieve lo ejue está e n j u e g o para
muchos actores cuando tratan de construirse sodalmente como pe-
ligrosos. ' Pero su relación con el Estado no se agceta en la dinámi-
ca presencia-ausencia. Igualmente importante es el segundo aspec-
to: la existencia del Estado-faltón crea una amplia familia de estructu-
ras de oportunidad (Tarrow, 1994) para adelantar la actividad arma-
da. Es decir, las fallas, en el sentido geotógico, de nuestro Estado
motivan la lucha, pero a la vez la alimentan. En el plano discursivo,
que es en el que principalmente nos hemos movido aquí, la arbi-
trariedad estatal estimula simultáneamente la indignación y la imi-
tación. Es lo que en otra parte llamo la gran metonimia: como el
todo (el Estado) se comporta arbitrariamente, ¿por qué no la parte
(yo o mi grupo)? «Aquí se ve gente que hace las peores cosas, hasta
las más sanguinarias. Vea la ley: es el gobierno con licencia para
matar. Entonces, ¿uno por qué no puede hacer sus cosas?» (Salazar
17
y Jaramillo, 1992). La gran metonimia crea toda un efecto de dote
y una economía moral (Thompson, 1995), un sistema de expectativas
sobre cosas a las que naturalmente tengo derecho (comenzando
por lo principal y más paradójico, el derecho de transitar entre la
legalidad y la ilegalidad) y que no me pueden ser arrebatadas.
Por eso, en un giro perverso, la economía moral creada por el
Estado-faltón conecta con las nociones de ciudadanía vivida de los
actores armados. Permite articular la violencia en un lenguaje de
derechos e incorjeoradones; simula por tanto el lenguaje de los
ciudadanos (Marshall, 1965). Ofrece un repertorio argumental muy
potente (la gran meteminúa) para legitimarse. Increíble, trágica-
mente, en un bizarro juego ele espejos el Estadce imita a su imita-

' Un ejemplo reciente (y atioz) del uso de este mecanismo lo ofrecen las ma-
sacres de los paramilitares, cometidas supuestamente para que se les recono-
ciera como actor político.
' Se puede comprobar con relativa facilidad que la gran metonimia es un re-
curso argumental utilizado prolíficamente por muchos actores, no solo el nar-
cotráfico o los grupos armados (Gutiérrez, en preparación).

199
Francisco Gutiérrez

clor, y justifica sus ilegalidades, atropellos y violencias sobre la base


ele que los otros también lo hacen.

CONCLUSIONES

La mayoría de las personas que hablan en este breve relato están


convencidas ele ser, ele una ti otra manera, cívicas. A veces, prota-
gonistas de la vida ciudadana: «Somos la oficialidad de la civilidad»,
comentaba un miliciano sobre sus perspectivas de reinserción.
Véase esta otra declaradém:

Como milicias nos consideramos el resurgir del movimiento cí-


vico y de reinv indicaciones sociales en favor de la calidad de los
servicios públicos, de la vivienda, de la educación y en general ele lo
ejue tiene que ver con el bienestar social. Como va lo dijimos, las
milicias son la comunidad organizada, no somos guerrilla, lo más
aceptado ejue podría decirse es que las milicias somos el brazo al-
iñado del movimiento cívico y de las comunas pobres que no
aguantan más (Téllez, 1995, ¡). 68).

Hemos mostrado aquí que este tipo ele autodeílnidón no se


puede equiparar ni a simple cinismo ni a pura exjeresicSn de resis-
tencia. Es, por el contrario, algo ejue se parece a la ciudadanía: ha-
bla el lenguaje de los derechos, de las virtudes y de la pedagogía,
('lama contra la injusticia y las formas extremas de asimetría, pero
toma ele ellas sus recursos. Tampoco se trata sólo de marginamien-
to y desesperación. No nos enfrentamos aquí al esterecetipo de no
futuro; aún más, todas las personas a quienes se les preguntó explí-
citamente, podían imaginar su futuro dentro de la legalidad, algu-
nos como administradores, otros como ingenieros o, como en el
caso ele miembros de diferentes pandillas de Bogotá, como agentes
de cuerpos de seguridad del Estado. Estamos hablando, pues, de-
una ruta para ir hacia adentro. Ser peligroso constituye una forma de-
hacerse a una semántica, anómala por supuesto, de la incorpora-
ción.
Pero la anomalía no es casual. Es imitativa —de parte y parte—.
El estatus privilegiado del informante v el policía sobre cualquier
otro tipo de figura cívica: la tutela pedagógico-militar sobre las
prácticas ciudadanas, y por tanto la negacieén del papel civilizador
del disenso; la porosidad contumaz entre el adentro v el afuera; el
silendamiento ele la voz ele la víctima como sacrificio en aras del
orden; el énfasis en la obediencia y los valores tradicionales; las

20(1
¿Ciudadanos en armas?

m a n i o b r a s d e r e d i s t r i b u c i ó n d e la culpa, q u e p i n t a n a los
( p r o t o ) E s t a d o s c o m o víctimas del a t r a s o d e los c i u d a d a n o s ; la de-
fensa i n d i g n a d a d e lo q u e se c o n s i d e r a i r r e n u n c i a b l e m e n t e m í o :
t o d o estce se e n c u e n t r a a los dees l a d o s del espejo, y c o n s t i t u y e la
m a t e r i a p r i m a d e las f o r m a s h e g e m ó n i c a s d e vivir y c o n c e b i r n u e s -
t r o civismo.

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