Vous êtes sur la page 1sur 123

CAPÍTULO 1 - PROMETO

FINGIR QUE ME GUSTAS

Él
Antes

Cómo conocí a la extraña

Lo que más me encanta de ella son sus ojos: verdes y oscuros, grandes y de pestañas
gruesas.
Su boca: rosada sin necesidad de utilizar maquillaje, y un poco rellena, la cantidad justa
para besarla y morderla cuanto quiera.

Pero lo que verdaderamente me vuelve loco es su cabello, largo y dorado. Siempre huele
bien, es como si lo pasara humectando en alguna cosa con olor floral cada cinco segundos.
Delicioso. Es la clase de chica por la que hay que sentirse orgulloso.

Ella pone su pequeña mano sobre la mía, rozando con su dedo pulgar mi palma, otro gesto
que me vuelve loco.

—¿Key? —dice, la comisura de sus labios se eleva un poco al notar que la veo embobado,
me tiene hechizado—. Cariño, concéntrate. Quiero hablarte de algo.

Asiento con la cabeza, mi sangre viajando al sur de mi cuerpo.

Estoy tan idiotamente enamorado que no me importaría gritarlo.

—Sabes que he estado esperando conseguir una beca en Berlín, ¿te acuerdas?

Vuelvo a asentir.

Ese pequeño vestido que usa hace que mi imaginación se sienta viva.

—Pues... —ella se muerde el labio inferior y yo me enciendo con ese gesto— conseguí la
beca.

De repente, sus palabras se filtran en mi cerebro, hundiéndose como cuchillas afiladas


apagando el fuego.

Frunzo el ceño.
—¿Cómo?

—Sí, la semana pasada me avisaron. No quise decírtelo antes porque quería evitarte la
molestia, pero...

—¿Cuándo te vas? —esto no pasaba, no tenía por qué estar pasando. ¿Se iba?

—En dos días.

Aparta su mano de la mía y la esconde bajo la mesa.

Mi mundo cae a pedazos, uno por uno.

—Pe... pero no puedes irte...

Si ella se iba yo me moriría.

—Te amo —digo desesperadamente.

—Lo sé, y lo siento —sus ojos se rehúsan a mirarme.

—Entonces me voy contigo.

Veo sus ojos abrirse por completo, niega rápidamente con la cabeza.

—Oh no. No tienes por qué seguirme. Te lo prohíbo.

—Pero... pero ¿por qué?

—Quiero independizarme, no necesito un novio en estos momentos.

—Mía, no me dejes.

Sé que estoy siendo patético y estoy tirando mi dignidad a la basura, pero he pasado siete
años junto a ella y no puedo dejar que se vaya así como así.

—Lo siento Key —dice solamente.

Se mueve en su asiento y comienza a levantarse, pero yo hago lo mismo y la retengo por el


brazo.

—Mía...

—Mira, tú y yo siempre hablamos de viajar por el mundo. No entiendo por qué te


sorprendes de mi decisión por comenzar ahora. No tengo nada que me ancle a esta ciudad.

—¿No tienes nada? ¿Y qué parezco yo? ¿No soy lo suficiente como para que te quedes?

Ella aparta la mirada y trata de aparentar normalidad frente a las demás personas que
dejaron su cena por observarnos.
—Key no me hagas esto ahora. Ya acepté la beca y no pienso cambiar de opinión. Estaré
comunicándome contigo, no te preocupes. Nada cambiará entre los dos. Solo espérame
hasta que vuelva.

Eso me hizo enojar.

¿Quería que la esperara hasta que viniera?

—Yo no voy a poner en pausa mi vida solo por ti.

—¿Ah, no? —alza una ceja dorada y me mira como si acabara de herirla y no al revés.

—Mía... no te vayas. Si me amas no me dejes.

—Lo siento. Esto me duele más a mí que a ti, pero tengo que hacerlo. Mi futuro no se
encuentra en este sitio.

—Pensé que yo era tu futuro —digo sombríamente.

Ella suelta un suspiro y mira el lugar exacto en el que mi mano envuelve su brazo. Se aparta
de mí y se acicala el cabello.

—Tengo que irme —dice vagamente—. Todavía hay cosas que debo empacar.

Camina elegantemente a través del restaurante y cuando nota que la sigo, hace que uno de
los tipos de seguridad me detenga.

—¡¿Qué? ¿Ahora soy un criminal para ti?! ¡Te amaba! —grito, para vergüenza de ella que
es vista por todos los comensales del lugar.

Se va, dándome una última mirada apenada mientras yo me rompo en mil pedazos.

Uno de los tipos de seguridad me saca del local una vez que Mía se ha ido en su Lexus
color plateado.

Me dirijo a mi auto, golpeando las llantas y desquitándome con el vehículo.

Mientras pateo por segunda o tercera vez, uno de los sujetos de seguridad se acerca a mí y
me entrega un papel doblado.

—De la señorita Mía Makowski —dice simplemente y se va, dejándome solo, con mi dolor.

Veo perplejo hacia el papel y me apresuro a desdoblarlo. Este dice únicamente:

«Espérame, extráñame. Eres mío y yo soy tuya, recuérdalo»

Arrugo el papel con una mano, y luego lo lanzo al suelo antes de seguir pateando los
neumáticos.
Esa misma noche conduje como maniático a casa. Me paso varias señales de alto y
semáforos en rojo.

Intento llamar a Mía pero ella está ignorando mis llamadas, todas caen al buzón de voz.

Maldigo en voz alta y le doy golpes al volante mientras conduzco. De todas las cosas que
pensé que me diría esta noche, que me dejara fue lo último que pasó por mi cabeza.

Vuelvo a llamarla una vez más, pero parece que apagó su celular porque ya no me recibe la
señal.

Llamo a su hermana menor, Rosie, pero tampoco me contesta. Ambas me sacaron de sus
vidas como si fuera un trapo viejo e inútil.

Mientras manejo por la calle, inconscientemente me doy cuenta que estoy yendo hacia su
casa, estoy a unos bloques de distancia.

Me arriesgo a pasarme otro semáforo en rojo con tal de llegar primero que ella y suplicarle
aunque sea de rodillas que no me deje. Yo soy capaz de comprar el pasaje de avión para
irme con ella aunque ella me haya dejado en claro que no me quiere allí. Y justo cuando
paso el semáforo e intento doblar en una esquina, una chica se cruza en mi camino, viendo
hacia el suelo y no prestando atención a mi vehículo.

Piso el freno y cierro los ojos lo más fuerte que puedo, intento desviar el auto pero creo que
el golpe será inevitable.. Escucho el sonido tan característico de las llantas quemándose
contra el asfalto, y solo puedo esperar a que la chica se encuentre bien.

Cuando el auto se detiene, y abro los ojos, la veo a ella, con sus ojos tan abiertos como los
míos, parada a un centímetro frente al auto, por suerte está ilesa. Sé que está respirando
fuerte porque desde donde estoy puedo ver su pecho subir y bajar, pero en un parpadear ella
pone los ojos en blanco y se desmaya frente a mi auto.

Me quedo shock por unos segundos, sin saber qué hacer. Me siento estúpido de solo
pensarlo.

Salto fuera de mi camioneta y rodeo el vehículo para inspeccionar los daños que pudo
haberse hecho.

Está acostada de lado, con el brazo en una posición extraña. He oído que no es bueno mover
a las personas de su sitio porque se pueden hacer más daño, pero esta chica tiene el brazo
tan doblado que decido rodarla para que quede boca arriba.

Estoy nervioso, mi corazón latiendo a mil.

No sé qué hacer, no sé a quién llamar. Olvido por completo que existe esta cosa llamada
ambulancia y que se supone debería estar informándoles de la chica a la que ¿atropellé?

Me agacho en el suelo junto a ella, recordando esas inútiles clases de primeros auxilios que
recibí en la universidad. Tratando de recordar cómo debo tomar su pulso, o si debo hacer
respiración boca a boca, pero no es lo mismo hacerlo en ella que en el estúpido muñeco de
la clase.
¿Ella necesita un boca a boca siquiera?

Temblando del miedo, coloco dos de mis dedos sobre su cuello, intentando encontrar su
pulso. Pero lo único que siento es el tacto de su piel con la mía.

Después de unos eternos segundos, pongo un dedo bajo su nariz para saber si respira.

Gracias al cielo lo hace.

Veo que un par de hombres se detienen en la calle, siendo curiosos en vez de ser útiles.

—¡Alguien llame a la ambulancia! —grito desesperadamente. Uno de los sujetos me dice


que él se encargará, y comienzo a impacientarme mientras ruego para no haber causado
daños mayores a esta chica.

Ella tiene el cabello marrón, le llega hasta los hombros y es tan lacio que el viento lo
arrebata de su cara con facilidad.

No debe ser mayor de veinte años, tal vez tenga dieciocho. Me giro, revisando entre varios
de los curiosos que se detuvieron a observar, y busco en los rostros de los presentes si hay
alguien que la conozca.

¿De dónde salió esta chica? ¿Se materializó en el aire?

Estoy muerto del miedo. Jamás atropellé nada desde que aprendí a conducir cuando tenía
quince años. Pero viene ella y se queda como venado sin rumbo frente a mi auto.

Sé que no la golpeé, probablemente se desmayó de la impresión que tuvo, cayendo sobre su


brazo y provocando una de las torceduras más feas que he visto en mi vida.

Esto simplemente completa el día de mierda que tuve.

2
Cómo supe que eras rara

La ambulancia llega diez minutos después, tuvieron que soportar mis quejas de su lentitud
para hacer las cosas.

Se llevan a la chica a un hospital y los sigo en mi coche, olvidando por completo a Mía y el
dolor que crece en mi pecho.

En el hospital, la chica sin nombre, apenas recupera la conciencia.

La instalan en una diminuta sala de consulta mientras llaman al doctor para que la revise y
vea si su brazo ocupa cirugía.
—Vuelo cerca de casa —dice ella mientras ayudo a uno de los enfermeros a subirla en el
sillón/cama para que la revisen. Todavía sigue inconsciente.

Los paramédicos me dijeron que ella hablaba dormida porque en todo el camino no dejó de
dar plática.

—Oye, ¿sabes cuál es su nombre? —me pregunta el chico, lleva un formulario en una
carpeta y veo que saca un bolígrafo del bolsillo de su camisa.

Me encojo de hombros.

—No sé.

—Bien, si no recupera la conciencia de inmediato, revisa entre sus bolsillos para verificar
su identidad.

Asiento y veo como sale de la habitación.

—Rowen... te dije que... —ella tiene los ojos cerrados, está delirando ciertamente— no, no
salgas desnudo a la calle. Ponte los calzoncillos.

Observo cómo su labio inferior tiembla, tengo la oscura necesidad de recorrerlo con mi
dedo pero me siento incapaz.

—¡Calzoncillos! —grita de repente, asustándome hasta la médula.

Luego parece caer en un coma y no vuelve a abrir para nada la boca.

Pasan unos minutos antes que el doctor, junto con una enfermera pelirroja, entren a la
habitación. Ambos sonríen al verme, creo que no se ven tan afectados de ver el brazo de
esta chica en un ángulo poco normal y sano. Sin importar qué, ellos caminan con poca
urgencia, mientras que yo estoy que me muero de los nervios.

—Muy bien, me contaron que fue atropellada —dice el hombre de la bata blanca. Saca un
lápiz tinta de su bolsillo y le sonríe coquetamente a la enfermera que le pasa el mismo
formulario que el enfermero anterior tenía en sus manos.

Ruedo los ojos y trato de no apretar mis manos sobre el cuello de este hombre.

—Casi atropellada —digo entre dientes—. Detuve mi auto justo a tiempo, pero de la
impresión ella se desmayó y cayó sobre su brazo.

—Ya veo —dice el hombre solamente. Se para junto a la chica semi desmayada, y
comienza a apretar su brazo sin delicadeza.

De repente escuchamos a la chica sin nombre aullar por lo bajo. De seguro debe dolerle.

—¡Mete los patos! —grita todavía inconsciente— ¡Está lloviendo, se van a... mojar!

Y cae en silencio de nuevo.

—Ella se dislocó el brazo —dice finalmente el doctor.


Seee, el hombre es un genio.

Me paro frente a él, tratando de no encorvar mis hombros y lo miro fijamente para intentar
intimidarlo. Soy por lo menos más alto que su metro sesenta y cinco.

—No ocupa cirugía —dice él, los costados de su frente están sudados, su mandíbula se
aprieta con tensión al notar mi postura—. Le voy a hacer unas radiografías y probablemente
tenga que reacomodarle el hueso. Luego le daré unos calmantes para mitigar el dolor. Eh,
¿Sophia?

Sophia, quien es la enfermera pelirroja, viene corriendo hacia él.

—Prepara la máquina de rayos X. Dile al personal que la lleven.

Ella asiente con la cabeza y luego se va, dándome un guiño descarado mientras voltea a
verme.

—¡Calzoncillos! —ambos nos asustamos al oír a la desmayada gritando fuertemente—


¡Mete tus patos... En las uñas del abuelo... Sí!

—Creo que tu amiga sufre de somniloquía. Es el trastorno en donde las personas hablan
dormidas o inconscientes.

—Apenas la conozco —le digo. No es mi amiga.

Él asiente y me ignora por completo.

Luego de largas esperas, de tomarle radiografías, de hacerle algunos exámenes rutinarios, y


de dolorosamente escucharla gritar mientras reacomodaban su hueso a una forma más
normal, la chica sin nombre finalmente es libre de irse a casa.

Tiene su brazo en un cabestrillo, pero no está enyesado. Ella apenas luce despierta mientras
el doctor me explica que la chica necesita tomar esas pastillas cada seis horas.

Pago por su consulta y le doy mis datos a la enfermera para que el seguro cubra todo.

Nunca supimos el nombre de la chica ya que no tenía ningún documento que nos dijera
quién era. Así que tenía un dilema de muerte decidiéndome entre llevarla a mi casa, o parar
de calle en calle preguntando si alguien la conoce.

Ella apenas puede caminar. Me informaron que las pastillas tenían un efecto fuerte y
noqueador.

—Oye, ¿cuál es tu nombre? —intento preguntarle mientras la tomo de su brazo bueno y la


llevo en dirección a mi vehículo—. ¿Recuerdas dónde vives?

—Claro, ¿y tú? —responde con sarcasmo. Se lleva una mano a su cabeza, creo que le duele.

—Bien, dime la dirección antes de que la medicina te haga efecto.


—¿Eres actor? Porque más o menos me imaginé a alguien como tú para el papel de Patch
en caso de que hagan la película.

¿Patch? Creo que no ha dejado los delirios.

La ayudo a caminar hasta mi camioneta blanca, y la mira con reverencia por unos minutos
antes de recostarse contra la puerta.

—Necesito tu dirección, y saber cuál es tu nombre.

Ella bosteza.

—Me llamo... —se detiene y mira hacia el cielo, pensativa.

—¿No recuerdas tu nombre? Tal vez sería mejor que te examinaran la cabeza...

—No es eso —murmura tomándome del brazo— sólo trato de pensar en cuál de mis
nombres decirte. ¿El real o el de mentira?

—Creo que sería mejor que me dijeras el real.

Ni siquiera le pregunto por qué alguien tendría un nombre de mentira.

—Ups, perdón —se ríe tontamente y luego sus ojos se despegan del cielo estrellado para
observar el interior de mi camioneta.

La tomo de la cintura y la meto dentro del coche. Ella protesta mientras dejo mis manos
unos segundos de más para evitar que se caiga.

—Tsss, oye manos largas —sus palabras salen arrastradas—, no soy esa clase de chica. No
me toques a menos que vayas a comprar la mercancía. ¿Acaso no has oído a Beyonce? Si te
gusta, entonces pon un anillo en él.

Me enseña su dedo medio, pero cuando observa qué dedo me está mostrando, lo cambia
rápidamente hacia el siguiente.

Después de luchar con ella y repetirle más de unas diez veces que no la toqué con "sucios"
propósitos, finalmente me pongo en marcha y me dirijo hacia donde la encontré
inicialmente.

—¿Reconoces este lugar? —le pregunto una vez que estamos cerca de donde casi la
atropello.

Ella mira hacia todos lados y niega rápidamente con la cabeza.

—Nop. Pero me gusta la música que tienes. ¿Quién canta? —mira con fascinación hacia la
vieja radio de mi vehículo.

Ni siquiera le respondo. Estoy angustiado. No sé qué hacer con ella.

¿Dónde vivirá? ¿Quién es?


—Todavía no me has dicho cuál es tu nombre —le recuerdo. Conduzco unas calles más
arriba, tratando de pasar frente a la casa de Mía, pero sé que aparecerme con una chica
desconocida no va a mejorar mi situación.

—Creo que es algo así como Condesa. No me acuerdo.

Suspiro fuertemente.

—Sabía que ese doctor tenía que revisarte la cabeza. Tal vez tengas un trauma o una de esas
cosas.

Ella se pone a jugar con mi radio, tratando de pasar por las estaciones y finalmente se
detiene en una donde suena una canción de Taylor Swift.

La chica sin nombre se pone a cantar junto a Taylor, y lo hace en un tono exageradamente
desafinado. Mueve sus dedos sobre la consola de mi auto para seguir el ritmo de la música
mientras canta el coro.

Trato de cubrir mis oídos.

—¡Heeeey! ¡Deja de mirarme así! —me grita cuando la canción acaba—. Yo sé que no
tengo buena voz, pero me gusta cantar. Es relajante.

—No estoy juzgando. Y por última vez, necesito que me digas dónde vives o al menos cuál
es tu nombre.

—Bueeeno, en los foros me conocen como Andy Cipriano de Ivas... Invasss —traga e
intenta de nuevo—: Andy Cipriano de Ivashkov, Srita. Cipriano para ti.

Wow, ni siquiera puedo pronunciar muy bien Andy, no digamos todo lo demás que dijo.

—¿Entonces te llamas Andy?

—Nop.

—Mmmm, ¿Andy es un diminutivo de algo?

—Sip. —Ella pronuncia la p con demasiada fuerza, soltando un poco de saliva en el


proceso—. De Andrea, siempre me he querido llamar así. ¿Sabías que soy la presidenta del
club de fans de Justin Bieber?

Me rio disimuladamente.

—Ay, no. Perdón. Soy la presidenta del club de fans de... ¿cómo se llamaba este chico? —
ella chasquea los dedos y suelta un chillido cuando parece recordar— ¡Patch Cipriano!

—No tengo idea de quién es Patch.

Frunzo el ceño y me concentro en el camino de vuelta a mi casa. La chica está demasiado


drogada como para recordar siquiera dónde vive. Planeo dejarla en una de las habitaciones
de huéspedes, y luego ir a buscar a Mía. Todavía no puedo creer las cosas que me dijo.
Mierda.

—¡¿No sabes quién es Patch?! —grita, indignada— ¡Santos caracoles, Batman! Patch es mi
novio. No puede sentir nada, así que cuando Nora le pasa la mano por sitios prohibidos, él
no puede sentirlo.

—¿Y quién es Nora?

—Pffft, es la perra que me lo robó. Pero le pondré arsénico en su comida para que él sea
todo mío.

—Estoy confundido.

—Tu no sabes nada. Deberías leer un poco, tienes cara de cagabundo.

—¿De qué?

—Ay, perdón. Es que siento la lengua dormida... Pffft, dije "siento". Se supone que si está
dormida no puedo "sentirla". ¡Oyeee, soy como Patch ahora! ¡No puedo sentir con la
lengua!

Entonces la chica hace algo extraño: comienza a lamer su mano.

Sonríe triunfalmente cuando termina.

—¡No pude sentir eso! ¡Suuupeeer!

Pero logra superar sus rarezas cuando hace otra cosa todavía más extraña: se inclina sobre
su asiento y me lame la mejilla.

—¡Tampoco eso! ¿Quieres que lama otras partes para probarlo?

No sé cómo pero me salgo un poco del carril en el que manejo y, con la misma velocidad,
vuelvo a retomar el camino. Mi rostro está rojo y mis orejas se sienten calientes.

No me puedo imaginar lo que esta chica hace para vivir.

—Regresa a tu asiento —la regaño cuando noto que quiere lamer mi clavícula. Ella protesta
pero vuelve a su lugar—. Te estoy llevando a mi casa, pasarás allí la noche.

—¿Podré lamer otras cosas ahí? Solo quiero probar mi nuevo super poder.

—Definitivamente te daré algo que lamer.

3
Cómo descubrí que las de tu clase eran venenosas

—Esto sabe a... a uva.


La chica, cuyo nombre se supone debe ser Andrea, está a un segundo de caer dormida. Lo
sé porque su rostro comienza a cansarse.
—No es uva. Continúa lamiendo.
Ella obedece y se detiene dando un leve mordisco. Yo parpadeo.
—¿Y ahora qué? —pregunto. Está sacándome de quicio, se queja por todo.
—Está algo duro. ¿No se me van a caer los dientes si sigo mordiendo?
Ruedo mis ojos y despego la vista del cielo raso.
—Es una paleta de fresa, no tiene gran ciencia —respondo de manera agria—. Además, ¿no
eras tú la chica que no podía sentir nada con la lengua? ¿Qué pasó con tu super poder?
Ella suspira.
—Lastimosamente tiene una debilidad: sólo dura una hora. Oye, ¿ésta es tu casa?
Mira a su alrededor, deslumbrada como la mayoría de las personas suelen estar cuando
entran por primera vez.
—Sip. —Ahora soy yo el que acentúa la p.
Meto las manos en mis bolsillos y noto la mirada perdida que tiene al ver las escaleras de
vidrio que llevan hacia la segunda planta de esta sección de la casa. Seee, las gradas pueden
ser algo abrumadoras, más sin embargo son realmente geniales.
—¿Y ella quién es? —pregunta, lamiendo su paleta de fresa y mirando fijamente hacia lo
alto de las gradas; yo termino siguiendo su mirada.
Hay una enana de pelo rubio cenizo bajando las escaleras; cuando se acerca, pone sus
manos en jarra y me mira de manera asesina.
—Ella es mi hermana: Pam —digo casi de manera aburrida.
Pam se acerca rápidamente y se detiene frente a la desconocida, la mira de pies a cabeza.
—¿Y tú eres? —le pregunta, más por curiosidad que por ser grosera y desafiante.
—Soy Rita... Rita ¿Cipriano? Aishh, ya no puedo recordarlo. Pero tengo poderes, ¡puedo
lamer casi cualquier cosa sin sentirla!
Y para probar su punto, comienza a lamer la helada paleta de fresa.
Pam eleva una ceja y me mira con una sonrisa dibujándosele en el rostro.
—¿Ahora las traes drogadas, hermanito? —dice con diversión—. Supongo que la bruja de
Mía ya te dio la noticia, ¿eh? ¿Ésta es tu venganza? Aunque no me sorprende, piensas más
con lo que tienes colgando entre las piernas y menos con la cabeza. Pero nunca has tenido
que drogarlas para convencerlas en venir.
Ella se ríe, es un sonido ahogado y burlón.
Estrecho mis ojos y le pido que modere sus comentarios frente a la desconocida.
—¿Qué es lo que te cuelga entre las piernas? —interrumpe la extraña, está genuinamente
interesada viendo en mi dirección—. ¿Es algo que te ayuda a pensar? No lo entiendo, ¿es
una varita mágica?
—Una varita que lo dirige a todos lados —dice mi hermana.
Ruedo los ojos.
—No es una varita... Es más como un tronco.
—Iuugg, Key, cállate por el amor a Cristo. ¡Soy tu hermana! No necesito detalles. Así que
dime mejor, ¿de dónde sacaste a esta chica? —pregunta viendo fijamente el cabestrillo en el
que está su brazo.
—Él me dio unas pastillas que me hacen sentir graciosa —dice ¿Rita, Andrea? Para mí es
chica desconocida.
—¿Te dio pastillas? ¿Qué clase de pastillas?
—La clase que me hacen querer lamerlo todo.
—Ya sabía que era depravado. ¡Key! ¿De verdad piensas que la solución es contratar a esta
pobre chica para que cumpla tus asquerosos y morbosos deseos sexuales? ¿Y no respetas
que tiene un brazo roto?
—No está roto —no sé por qué digo esto, pero trato de parecer menos "morboso" de lo que
ella cree.
Pam es mandona, al extremo. Puede que sea enana y me llegue a las caderas pero... Oh, de
acuerdo, no me llega hasta las caderas aunque sí es considerablemente bajita. Pero ella es la
mayor de tres hermanos así que se siente con derechos sobre mí sólo porque soy el menor.
Tomo a la desconocida por el brazo bueno, y la llevo a rastras hacia la sala.
Entonces trato de explicarle a Pam todo lo que sucedió esa noche. Al parecer ella ya sabía
lo de Mia y que iba a dejarme, me dijo que era tan obvio que en la relación, el que más
amaba, era yo.
Me siento decepcionado. Quiero correr a buscarla pero algo me retiene, y ese algo quedó
dormido en el sofá, diciendo cosas incoherentes.
—¡Sintoniza tus zapatos! —al parecer a la desconocida no le toma mucho tiempo dormirse
(y menos cuando está medicada), y rápidamente comienza a murmurar palabras inteligibles.
—¿Entonces no sabes dónde vive? Tal vez mañana ya no se vea tan drogada como hoy —
me dice Pam mientras la mira y mientras he terminado de contarle todo lo que me sucedió.
—¿Cuándo pensabas decirme que Mia se iba a ir del país? —Cambio de tema.
—Escucha —ella pone una mano en mi brazo ya que no puede alcanzar mi hombro—. Mia
siempre ha sido egoísta y una oportunista. Ella jamás se interesó en ti, sólo buscaba tu fama
y lo que eso iba a beneficiarla para con la demás gente importante. Key, te quiero pero no
sabes diferenciar entre una buena mujer y una mala. Déjala ir, ella no te merece.
Niego con la cabeza.
—No tienes por qué meterte.
—No me estoy metiendo. Solo digo que me importas y que vales demasiado como para que
Mia te haga sufrir de esa manera. Y ahora sí, me voy a dormir. No dejes a esta chica aquí
para mañana porque si mamá la ve, va a pegar el grito al cielo.
Pam me besa en la mejilla y empieza a caminar hacia las gradas levemente iluminadas.
Antes de que se vaya la llamo.
—Pamdora —ella voltea a verme, sé que odia cuando la llamo por su nombre completo—.
¿Podrías... prestarle algo de tu ropa? Mañana, me refiero.
Ella asiente y me guiña un ojo.
Ahora, ¿dónde dejo a la desconocida?

Después de pasar largos y desesperantes minutos tratando de meter a la desconocida en la


habitación de huéspedes, finalmente logro hacer que se quede quieta y deje de hablar
incoherencias. Sigue repitiendo el nombre Rowen y al parecer le grita por dejar a los patos
sin protección.
Probablemente haya cometido el gran error de mi vida al dejar entrar a una loca en mi casa,
pero la culpabilidad ganó por encima del sentido común.
Luego manejo hacia la casa de Mía... Lo sé, me estoy rebajando, pero no puedo evitarlo. La
amo. Nadie podría entender lo que siento por ella y la desesperación de verla irse de mi
lado.
Es de madrugada pero las luces todavía están encendidas en su habitación y en la de su
hermana.
Hace años, ella me enseñó un truco para escabullirme dentro de su alcoba sin que su familia
se diera cuenta. La puerta de servicio siempre permanecía abierta así que primero tenía que
llegar por allí, luego tomaría las escaleras del mismo personal de servicio y por último
subiría hasta detenerme en el piso de Mia y meterme en su habitación.
Así que estaba siguiendo todos los pasos, hasta que me vi forzado a parar al ver a la
hermana pequeña de Mia, Rosie, justo en medio del pasillo.
Rosie es igual de alta y rubia que Mia (a pesar de ser dos años menor que ella). Tiene una
cara de niña y unos preciosos y soñadores ojos azules.
Cuando me ve parado como idiota en medio de su casa, abre los ojos desmesuradamente y
veo que está a punto de gritar; así que corro para poner mi mano en su boca y callarla.
—Rosie, soy Key —susurro en su oído. Su familia debe estar durmiendo.
Le destapo la boca cuando veo que se relaja contra las partes de mi cuerpo que tienen
contacto con ella.
—¿Key? —ella parpadea y suspira—. Me asustaste hasta la mierda, pensé que eras Mia y
que me ibas a regañar por comer pastel de vainilla a esta hora.
Entonces veo lo que en un principio no noté: tiene en sus manos un delgado trozo de pastel
bañado en lustre blanco.
—Lo siento. Vine a buscar a tu hermana, ¿está en su habitación?
—Sí. Pero se va a poner como perra si la interrumpes, está con Jean Paul, su psicólogo
francés —ella rueda los ojos y se lleva a la boca una cucharada de pastel.
Le sonrío con sinceridad, hay algo que me gusta de ella. Tiene una fluidez para hablar, no
refina sus palabras ni aunque estuviera frente a la reina de Inglaterra.
Ella dice lo que piensa, sea bueno o malo. Luego pide disculpas.
Mia es tan diferente, es más preocupada por su aspecto, por su presentación. A veces pierde
el control pero llama frenéticamente a Jean Paul y, cuando termina de verlo, se mira más
relajada y feliz.
Solo espero que él la haga entrar en razón y que ella no termine conmigo mientras se va a
Berlín. Hay muchas relaciones a distancia que funcionan de manera perfecta; ella y yo
podemos hacerlo funcionar. Yo puedo ir a visitarla, podemos vernos en vacaciones...
—¿Key? —Rosie me toca el hombro y yo regreso del pequeño mundo que estoy armando
en mi cabeza—. Mira, Mia no me quiso contar lo que sucedió esta noche pero... es obvio
que ahora debes saber que ella se va mañana.
—¿Mañana? Ella me dijo que en dos días.
—¿En dos días? Pero si su boleto de avión tiene la fecha de mañana.
Hasta compró un boleto de avión sin decirme. No sé si sentirme enojado o triste de que no
lo hiciera, que me excluyera de sus planes.
—Ella me dejó —admito para mi vergüenza.
Rosie se lleva una mano a la boca y jura por lo bajo.
—No sabía. Pensé que estabas al tanto de todo.
Niego con la cabeza.
Ella suspira y sopla su largo flequillo rubio fuera de sus ojos.
—Entonces no te estoy impidiendo nada. Lleva horas hablando con Jean Paul, es tu turno de
pedirla prestada para exigirle explicaciones.
Le sonrío tentativamente y me despido mientras me dirijo hacia la habitación de Mia.
Rosie me da una última mirada soñadora antes de ir hacia el lado opuesto, hacia su propio
dormitorio.
Sé que ella estuvo enamorada de mí hace un par de años, antes de que conociera a Mia, pero
su hermana logró llamar mi atención de la forma en la que ninguna chica lo ha hecho. Así
que tuve que ser sincero con Rosie y decirle sobre mis sentimientos. Ella lo manejó muy
bien.
Mientras me acerco a la habitación de Mia, escucho voces salir de manera ahogada. No
quiero interrumpirla, es bastante temperamental cuando alguien se quiere meter con su cita
para hablar con Jean Paul, pero no quiero perderla. Tal vez él la haga recapacitar de una vez
por todas y le diga lo estúpida que está siendo... o al menos que me diga a mí lo estúpido
que estoy siendo.
Entro sin llamar a la puerta, y al instante estoy en una escena de porno caliente.
Mia está desnuda sobre un chico, moviéndose como poseída y gruñendo tan alto que es casi
un milagro que su familia no se despierte... o que la casa se sacuda como si fuera un
terremoto.
El sujeto la sostiene de las caderas y mueve su pelvis al ritmo poseído y maniático de ella.
Él tiene pelo largo y grita peor que un loco en medio de una terminal de buses.
Estoy congelado en el umbral de la puerta, viendo la escena desde un punto de vista que no
es el mío. Es como si mi cuerpo hiciera un viaje astral y se moviera más cerca de ellos.
Entonces hablan, o al menos lo intentan:
—Eres mía, Mia —dice el chico con un claro acento francés—. ¿Entendiste? Eres mía Mia.
Mia mia... Mia...
Sigue repitiendo como si fuera gracioso.
Mia resopla y puedo ver su cuerpo entero sudado por el esfuerzo.
—Sólo tuya JP —ambos gruñen, y antes de pensar muy bien en lo que estoy haciendo,
sujeto la puerta, aferrándola en un agarre de muerte y, sin hacer ningún ruido, la abro más y
más hasta que está completamente expuesta. Entonces, con un golpe fuerte, la empujo hasta
cerrarla y crear el mayor ruido que distrae a la pareja de seguir con su sesión de porno al
estilo cerdos de granja.
Mia es la primera en asustarse y mirar sobre su hombro. Sorprendentemente no deja de
moverse como poseída... Claro, hasta que me ve parado allí en su habitación ahora cerrada.
Ella abre los ojos y salta fuera del francés, luego rueda en la cama y cae al piso,
escondiéndose contra el colchón.
El tipo, que sigue moviendo su pelvis a pesar de que Mia ya no está sobre él, le pregunta
por qué dejó a su "miembro" solitario y con ganas de más. Ella no despega la vista de mi
rostro.
Está roja y sudada, y desnuda. El tal Jean Paul finalmente me nota y deja de moverse contra
el colchón. También él se ve sorprendido y hace lo mismo que ella: rueda hacia un lado de
la cama y se pone de pie, a diferencia de Mia quien todavía está en cuclillas, tapándose con
la sábana.
—¡Ke... Ke... Key! ¿Qué ha...ces aquí? —tartamudea ella.
Veo todo rojo de furia. Estoy apretando tanto mis dientes que no entiendo cómo no se me
han quebrado a estas alturas.
—Así que estas son tus famosas sesiones con el "psicólogo", ¿eh?
Me rio, una risa ahogada y sin humor. Una risa rota y un poco psicótica.
—No... No. —Ella pasa una mano sobre su pelo, tratando de alisar su cabello porque está
hecho un nido de pájaros con tanto movimiento pélvico que ha tenido en estas últimas
horas.
Estoy tan mal que comienzo a aplaudir realmente fuerte. Estoy desquiciado.
—¡Bravo! La gran y espectacular señorita Mia Makowski ha hecho el acto de su vida: ¡ha
hecho caer al chico más imbécil del planeta! —sigo aplaudiendo. Haciendo bastante ruido
para ser más de la media noche—. ¡Bravo!
El idiota del francés está todavía desnudo, viéndome con desdén.
—Key yo... —con un movimiento de mano interrumpo lo que la perra tiene que decir y voy
directamente hacia el francés.
Lo tomo de los hombros y lo empujo contra la pared. Él trata de lanzarme un golpe directo
al estómago, pero no sabe que la ira está alimentando mi rapidez y mi violencia así que no
me puede agarrar desprevenido.
Lanzo mi puño contra su nariz y luego voy por su mandíbula. Lo empujo nuevamente,
golpeando su cabeza contra la pared.
Mia empieza a gritar y de pronto escucho también los gritos de Rosie. Ella atraviesa la
habitación y se detiene a mi lado, viendo con la boca abierta hacia su hermana desnuda, y
luego hacia el francés desnudo.
—Oh por... —ella lleva una mano a su boca mientras que yo, como desquiciado que estoy,
continuo golpeando al tipo hasta que la sangre sale por un corte en su frente.
—¡¿Esta es la terapia por la que pagas, Mia?! —escupo. El francés logra darme un golpe en
la quijada y me aparta para salir del espacio al que lo confiné.
Estoy en gran ventaja con él, yo estoy vestido, él no. Así que aprovecho y, como puedo, le
lanzo un golpe bajo, justo en las pelotas.
Eso lo manda al suelo, a retorcerse con desesperación.
Noto vagamente que mi mano derecha está teñida de sangre y mis nudillos están rotos. Es
ahí cuando me detengo.
—Ya tuve suficiente de esta mierda —digo, mis ojos buscando los de Mía—. Agradece que
mañana desapareces de mi vida o me hubiera encargado de quebrarte ante la sociedad en la
que tanto anhelas encajar. No vuelvas a buscarme.
Antes de salir de la habitación (ahora llena con más de un curioso del personal de servicio)
meto mi mano en mi bolsillo y agarro firmemente la nota que Mia me dejó más temprano en
el restaurante y que todavía cargo como el imbécil que soy. Luego la lanzo encima de la
desordenada cama en la que estuvo jodiendo con el sucio francés, y escupo la nota y las
sábanas.
—Nunca seré tuyo —digo con voz atormentada y firme—, nunca vuelvas a llamarme, y
nunca te esperaré con los brazos abiertos. No te pertenezco... y al parecer, nunca me
perteneciste.
Y con una última patada al idiota en el suelo, salgo de la habitación con los deseos de
quemar el mundo entero.

Jamás volveré a entregarle mi corazón a nadie. Es una promesa. Nunca volveré a ser el
mismo idiota que se enamora fácilmente de una chica. Ese Key ya murió.

4
Cómo no pudiste reconocerme
Ella
7 meses después...

Odio mi nombre.

Es corto, no apropiado para mis diecinueve años de edad, y en algunos países ni siquiera
sabrían cómo pronunciarlo correctamente.

Pero la razón principal de odiarlo es porque mi madre tiene exactamente el mismo; y no es


que la odie a muerte, pero cuando tienes una madre que ha estado ausente desde que tienes
memoria, definitivamente llega a cansarte.

Pienso sobre esto mientras me encuentro llenando la solicitud en línea de una página web en
donde tienes citas relámpago con más de diez chicos durante veinte minutos. No sé muy
bien cómo puede llegar a funcionar eso pero hoy he decidido darle una oportunidad.

Me siento como una perdedora justo ahora. Pero de igual forma sigo rellenando los datos
que me piden: edad, estado civil, color real de ojos y cabello.

Dejo para el final mi nombre, y en donde antes decía: Rita Fiorella Day, corrijo y pienso en
algo más interesante. Hoy no quiero ser Rita, esta noche seré otra persona. Alguien con una
vida colorida que no tenga que trabajar en un restaurante mediocre para poder pagar sus
estudios y las facturas de un hogar desintegrado que incluyen a dos menores de edad, un
padre alcohólico y un abuelo coqueto al que le gusta pedir esposas libanesas por internet
como si fueran artículos de cocina que fácilmente se compran con tarjetas de crédito.
Hoy seré Andrea. Una muy bonita asistente en una empresa ejecutiva, con un sueldo que va
directo a mis gustos caros y mi exótico pasatiempo de coleccionar joyería con forma de
animales (aunque las únicas joyas que poseo son de esas baratijas que venden a orillas de la
calle).

Sí, hoy seré Andrea, aunque me cuesta encontrar un buen apellido que dé con el nombre, y
definitivamente no estoy usando el mío.

Me paso la siguiente media hora investigando apellidos interesantes en internet, alguien que
sea fácil de recordar y difícil de olvidar. Después de unos quince minutos más, doy con el
correcto.

Haré de ésta una noche especial.

****

—Andrea Cipriano —llama la asistente con el corte de cabello igual al mío.

Me muevo en mis tacones de diez centímetros y me paro frente a ella para que me ubique
en una de las mesas en la que empezarán a desfilar una ronda de chicos con los que voy a
hablar durante dos minutos, o al menos hasta que suene una campanita indicándome que el
tiempo se acabó.

—¿Tu apellido es italiano? —me pregunta la chica mientras me conduce hacia una mesa en
el fondo.

Yo me ruborizo y por un momento creo que me va a atrapar en mi mentira. Elegí ese


apellido gracias a un libro que mi mejor amiga me regaló por mi cumpleaños y del cual yo
me enamoré; el sexi protagonista se llama Patch Cipriano, y ya que soy miembro honorario
del foro en línea "Violemos a Patch", decidí incluirlo en mis citas esta noche para que me dé
buena suerte.

—Sí —le respondo a la chica que aun espera por mi respuesta—, es italiano.

—Yo soy de Italia. De Florencia. Es bueno ver más de mi gente por aquí —luego ella me
dice algo en italiano que creo que es "ten una buena noche" o "por favor báñate con más
jabón la próxima vez", igual le sonrío y asiento con la cabeza. Probablemente me haya
dicho "hueles a excremento de pájaro" y yo simplemente lo acepté todo.

No tengo ni la menor educación en cuanto a italiano se refiere. A mi papá le pareció una


buena idea nombrarme Fiorella porque significa florecilla en italiano (yo era su pequeña
flor) pero eso da hincapié a que muchas personas crean que debo tener familia por esas
raíces. Es como Lucy Xiang, mi vecina de dieciocho años; la gente cree que, por su apellido
y sus rasgados ojos al estilo oriental, ella automáticamente sabe hablar en mandarín. Lo
cierto es que ella nació en el sur de Panamá y lo más cerca que ha estado de ser asiática es
cuando miramos juntas los doramas coreanos en mi computadora y gritamos al unísono:
¡Aja, aja, figthing!

Pero de ahí ninguna de las dos sabemos por qué la gente nos encasilla en ciertos
estereotipos. Yo no sé más que decir hola y adiós en italiano, o Voulez-vous coucher avec
moi, ce soir... Espera, eso es francés.

La chica de cabello corto se va y una camarera de piernas delgadas me trae a mí, y al resto
de solteras en las otras mesas, un vaso con agua.

Inmediatamente tomo un trago para rogar que nada se salga de mis manos esta noche.

Por lo general soy una persona controlada, observadora y calmada (como digna estudiante
de administración que soy) pero tener citas a ciegas y fingir ser otra persona más, no es algo
que haga todos los días.

Es más, si no fuera porque mi abuelo insistió en que probara el fascinante mundo de las
citas por internet, yo jamás habría tenido una así de improvisto.

Cuando todas las chicas (en su mayoría mujeres con más de cuarenta años) están ubicadas
en sus mesas, suena una campanita y se nos indica utilizar ciertas hojas para escribir la
información sobre los chicos que nos presenten.

Empiezo a hacer mis anotaciones cuando el primer hombre habla conmigo.

*Demasiado viejo, definitivamente puedo ver que usa peluca.

Pasan dos minutos y él sigue contándome sobre su interesante trabajo en la oficina postal.
Gracias a Dios la mujer de cabello corto hace sonar la campana y me mandan al siguiente
chico.

*Muy introvertido, tiene mal aliento, mira demasiado hacia mi pecho y no a mis ojos.

Pasan dos minutos, suena la campana y chico tímido se va. En su lugar llega un hombre de
edad avanzada que me recuerda a mi abuelo.

*Muuuuy mayor, ¿en serio revisan el historial de estos tipos? El último me pareció que era
perteneciente a la mafia.

Pasan otros tres chicos más, pero solo uno de ellos llama mi atención.

Inmediatamente hago mis anotaciones:

*Caliente, atractivo, guapo, caliente, llamativo... ojos verdes, hoyuelos. Peligroso, caliente.
Sí escribí caliente tres veces. Cuatro.

Su nombre es Adam.
Domina todo su entorno como si le perteneciera. Se adueña de él.

Es curioso cómo llama mi atención dado que no me gustan los chicos así de... ¿perfectos?
Tal vez es porque entre más "perfección" más defectos le encuentro. Y definitivamente este
chico tiene escrito problemas por toda la cara.

Pero él es lindo, y me llama por mi nombre, o mejor dicho, por el nombre falso que elegí.

—Hola... —dice posando sus ojos por unos segundos en la etiqueta adherida a mi
camiseta— Andrea.

—Hola Adam.

La suya dice: Mi nombre es Adam T. Walker. Y escrito con marcador negro puso más
abajo: para las nenas soy simplemente Adam.

Vagamente me pregunto qué significará la T.

—Eres bonita —dice repentinamente—, ¿qué hace una chica como tú en un lugar como
este?

Bueno, va directo al punto. Ignoro su frase comercial para enganchar con las chicas, y
respondo lo más sincera posible.

—Mi abuelo, él es fanático a estas cosas y me pidió que probara ya que conocer chicos con
material de novio es prácticamente imposible si no hablas claro. Esta es mi manera de decir:
"soy soltera y estoy interesada en ver cómo funcionarán las cosas entre tú y yo más
adelante".

Adam sonríe, pero es una clase de sonrisa melancólica y taciturna.

—Hablar claro, ¿eh?

Asiento con la cabeza.

—Pero dime, ¿qué hace un chico como tú en un lugar como este? —le regreso su pregunta.

Él se queda pensativo por unos segundos y finalmente, y apoyando los codos sobre la mesa,
abre la boca para decirme:

—Estoy acompañando a un amigo mío.

Alzo una ceja y me preguntó si su amigo será igual de atractivo (o joven) como él.

—¿Puedes guardar un secreto? —me pregunta.

Asiento sin dudarlo.

—Estaba esperando poder encontrarle una cita para esta noche.

Apoyo los codos en la mesa al igual que él y lo miro fijamente.


—¿Y por qué no vino él a buscar su propia cita?

—Está afuera. Mira... —se pasa una mano por su cabello negro. Vagamente noto que tiene
un tatuaje en su cuello, dice: Real Eyes Realize Real Lies en letra de caligrafía. Alzo una
ceja y no puedo evitar la sonrisa que se forma en mis labios—. Mi amigo es muy tímido, él
solo está buscando una buena chica que quiera cenar con él y pasar el rato.

—¿Y por qué me escogiste a mí? Aquí hay más chicas, no solo estoy yo.

Él recorre el restaurante con la vista.

Luego dirige sus perforadores ojos verdes a los míos.

—¿Cuáles otras chicas? Todas aquí, exceptuándote, sobre pasan los treinta años.
¿Entonces? ¿Qué dices? Salimos de aquí y lo conoces. Van al sitio de tu elección y decides
si la cita valió o no la pena.

Lo hacía sonar tan fácil.

Pero no puedo simplemente perderme con su amigo, ¿qué tal si ellos eran traficantes de
órganos y andaban en busca de mi páncreas, o mis riñones?

—Si hablo con tu amigo, que dicho sea de paso no sé ni su nombre, ¿prometes que no van a
secuestrarme y robar mis riñones o alguna otra parte de mis órganos internos?

Adam se ríe con lo que dije, pero yo estoy siendo totalmente seria al respecto.

—¿Robar tus órganos? ¡Cielos! Definitivamente un día de estos voy a usar eso como
broma.

Entonces alza una mano y deja su palma abierta como si fuera a chocar los cinco.

—Lo prometo. Tampoco somos asesinos a sueldo, por si querías saber.

—Mmm... ¿ladrones? ¿Estafadores? ¿De la mafia?

—Nada de eso —dice.

Me muerdo la lengua, concentrándome en pensar si será bueno hacer una locura como esa:
irse con un desconocido y de repente tener una cita. Pero se supone que eso es lo que estoy
haciendo justo ahora: estoy en una cadena de citas rápidas.

Mis dos minutos pasan rápido, y pronto la campanilla para el cambio de pareja se hace
sonar.

Adam me mira por última vez antes de ponerse en pie.

—¿Qué dices? ¿Sales de este lugar para conocerlo? —me pregunta señalándome la puerta
de salida.

Vuelvo a morder mi lengua, un hábito que hago mucho cuando me pongo nerviosa.
Finalmente me pongo en pie, y tomando mi bolso, salgo del restaurante con Adam, para
encontrarme con su supuesto amigo.

—Oye —digo antes de que dejemos el local—, no me dijiste cómo se llama él.

—Oh, su nombre es Key.

Key. Suena interesante. Y más vale que sea guapo o este tipo me las va a pagar.

—Solo para que lo sepas —le digo— llevo gas pimienta en mi bolso. No voy a dudar en
usarlo.

Se ríe mientras caminamos hacia la salida. Y es ahí cuando veo la monstruosa camioneta
blanca en la que está recostado un chico de cabello cobrizo claro.

Veo que Adam se moviliza hacia donde está él, y ambos chocan las palmas antes de
presentarme.

—Key, ella es Andrea, Andrea, este es Key.

Me acerco un poco más para estrechar su mano, pero me detengo a medio camino cuando él
estira la suya para saludarme: ¡Es él!

Reconocería ese tatuaje de nota musical entre su dedo pulgar y el índice.

Amplío bastante los ojos antes de hacer un sonido de ahogamiento con mi garganta.

Parece que él también me reconoce, pero le cuesta ubicarme.

—¿Te conozco de alguna parte? —me pregunta, nuestras manos siguen colgando en el aire,
sin tocarse.

De pronto, toda la ira y el resentimiento salen de mi sistema como un cohete con un rumbo
fijo.

Me adelanto a él y le planto mi mano en su bonita cara.

Él se sorprende cuando le doy la cachetada, su boca se abre y mira a su amigo en busca de


ayuda.

—¡Idiota! —grito con desdén.

Él boquea como un pez en el agua y veo lo perdido que está. Decido facilitarle las cosas:

—¡Soy la chica a la que atropellaste hace un tiempo atrás! ¿Crees que no te reconocería,
infeliz?

Frunce el ceño y se pasa una mano por su corta barba.

El tipo viste una camiseta a cuadros y tiene una faja con una hebilla enorme y con forma de
cascabel.
—¿Quién? Yo no he atropellado a nadie —dice de forma descarada—. Adam, te dije que
buscar en este sitio era una mala idea.

Él fulmina con la mirada a su amigo, y luego me mira a mí.

—¿Cómo que no te acuerdas? ¡Estuve actuando como una idiota y una hazme reír todo el
tiempo! Estaba tan drogada que apenas y recuerdo algo. Sólo sé que me desperté en una
casa extraña, con una chica lanzándome agua y golpeándome en el rostro.

Estoy consciente de que me encuentro gritando en las afueras de un restaurante, pero no


puedo evitar pensar en ese día como si fuera ayer y no hace unos meses.

Me había despertado desubicada y drogada. Mis ojos llenos de lagañas. Pero lo que sí noté
fue a una chica rubia gritándome en la cara y lanzándome agua de algún florero. No
recordaba cómo me había roto el brazo pero lo tenía envuelto en un cabestrillo.

Mientras tanto, la rubia malhumorada decía:

—¡Me acusa de ser una zorra cuando ha estado engañándome con esta cosa! —No entendía
nada de lo que pasaba, más sin embargo sabía que la rubia estaba furiosa conmigo.

—Oye, yo no te conozco, ni sé por qué estás gritándome. Solo... baja tu chillante voz
porque me duele la cabeza.

Ella resopló.

—¿Dónde está ese jodido imbécil? Quiero decirle unas cuantas cosas...

Entonces, de la nada, apareció una chica menudita que parecía más furiosa que la rubia.

Solo esperaba que estas dos no se fueran a los golpes conmigo porque estaba en completa
desventaja ¡no recordaba nada de lo que sucedió!

Tal vez no debí tomarme dos cervezas en ese bar la noche pasada. Lo que no explicaba el
por qué de mi brazo dolorido.

—¡Lárgate, Mia! Rosie me llamó hace horas para avisarme que mi hermanito te encontró en
la cama, gimiendo como perra barata en un burdel, con otro hombre.

La rubia jadeó, y creía que estaba a punto de presenciar una pelea. Pero ella se fue del
cuarto tranquilamente, claro, no sin antes lanzarme una mirada de advertencia.

Cuando la menudita y yo estábamos solas en la habitación, ella me dijo algo que me


descolocó:

—¿Cómo hiciste para llegar al dormitorio de mi hermano? Creí que te había dejado en una
de las habitaciones para huéspedes. ¿Eres sonámbula también?

Me ruboricé, todos los tonos de rosado.

—En primer lugar —aclaré— no tengo idea de lo que pasó anoche, juro que únicamente
bebí dos cervezas. Mi resistencia son cuatro antes de caer borracha. Lo siento.
—Oh, interesante. Supongo que por eso actuabas tan drogada con los medicamentos.

—¿Drogada? ¿Medicamentos?

Salí rápidamente de la cama, haciendo una mueca de dolor cuando mi brazo chocó contra la
cabecera.

—¿Entonces no recuerdas nada?

Niego con la cabeza.

Mi estómago estaba revuelto, sólo esperaba que no hubiera caído en manos de criminales.
Pero ¿qué buen samaritano te daba alojamiento cinco estrellas en su casa? Porque esta
casa... sí, cinco estrellas, y eso que solo había visto una habitación. Esta gente
definitivamente distribuía drogas para poder hacer tanto dinero.

—Umm, bueno... Mi hermano te atropelló anoche con su auto.

Y fue así como lo recordé: el chico al que le dije que le iba a lamer hasta el alma con mi
"super poder".

Me detesté. Simplemente me odié a mi misma en esos momentos.

Hundí mi cabeza en mis manos y me golpeé la frente al menos unas tres veces antes de
alzar la vista y fijarme de nuevo en la chica.

—Gracias por su hospitalidad, pero será mejor que me vaya... —Estaba a punto de
arrastrarme fuera de la habitación cuando ella me detuvo.

—Espera, ¿no vas a demandar a mi hermano?

—Si no ocupé yeso quiere decir que el golpe no fue tan grave.

Mentira. Me dolía el hombro y el dolor bajaba hasta mis dedos, pero preferiría salir
disparada de esa casa antes que más recuerdos llegaran a mi cabeza.

¡Yo lamí la mano y la mejilla del chico! Y vagamente recordaba haber visto un tatuaje con
una nota musical. No era muy entrenada en música pero juraría que era la clave de Fa.

Entonces fue así cómo me marché, sin siquiera comprobar si tenía mi ropa completa. Nunca
he pensado en ese momento tan vergonzoso de nuevo, durante siete meses lo mantuve
encerrado. Ahora todo regresa de un solo golpe, aplastante y arrollador.

5
Cómo fue que acepté tu propuesta indecente

El aspirante de vaquero luce terriblemente asustado con mi arranque de ira. Las marcas de
mi mano todavía son visibles a través de su mejilla sin afeitar.
Tiene ojos color miel y un cabello claro que cualquier chica envidiaría. No recuerdo mucho
de él, tal vez que me alimentó y que no se aprovechó de mi estado drogado para hacer cosas
sucias conmigo… aunque se hubiera aprovechado solo un poco… digo, es guapo y…
Inmediatamente corto los pensamientos y niego con la cabeza.

—¿Para qué tu amigo quiere una cita conmigo? —le digo al chico guapo #1 parado a su
izquierda. Adam.

Él se ríe y luego eleva sus cejas.

—Voy al grano —dice cruzándose de brazos, apuesto a que tiene más tatuajes escondidos
bajo su camiseta—. A él…

—Adam, no —lo interrumpe el otro—. Mejor olvidemos todo esto, no creo que…

—Existe una posibilidad de que la rubia a la que vio era Mia, simplemente haz la propuesta
y luego veremos.

Puedo ver que Key frunce el ceño y desvía la mirada. Aprieta tanto la mandíbula, como si
evocar un pensamiento de la tal Mia fuera igual de doloroso a amputarte un miembro del
cuerpo.

Pobre, la chica tuvo que haberle roto el corazón para que se encuentre en ese estado.

—Esto no va a funcionar —refunfuña él. Patea una de las llantas de su vehículo y al


siguiente minuto saca un cigarrillo del bolsillo trasero de sus pantalones, lo enciende y se lo
lleva a la boca para darle una calada.

Me cruzo de brazos.

—¿Qué quieren conmigo? Y no me digan que simplemente una cita.

De repente siento miedo. ¿Y si son ladrones? ¿Traficantes de órganos? Últimamente el


abuelo le ha dado por ver noticias (se debe más a que le gusta la presentadora que la
emoción de ver lo que sucede alrededor del mundo, pero bueno) y hay demasiados casos de
traficantes de órganos como para que me sienta segura con dos completos desconocidos.

—De acuerdo —dice Adam— vamos al punto. A él lo dejó su novia hace meses atrás, ella
se fue a Berlín a estudiar en alguna escuela de música...

—No te atrevas a decirle —lo silencia su amigo.

Pero de igual forma Adam continúa:

—Esa misma noche él fue a casa de ella a decirle que reconsiderara las cosas; entiende que
él está considerablemente enamorado de la chica...

—¡Adam! —Key bota su cigarrillo en el suelo y cierra los puños como si fuera a golpearlo.

—¿Te arrastraste ante ella? —es imposible que no lo diga.


Key se vuelve de un tono rojo, puede que esté avergonzado o solo está furioso.

—Esto es estúpido. No pienso hacerlo, vámonos.

—Completamente arrastrado —dice Adam, ignorando a su amigo— una vez que llegó a su
casa, ella estaba en la cama con otro hombre; con el que era su psicólogo.

Abro la boca y luego la cierro al ver la mirada que Key me lanza.

No hay duda de que este chico es el mismo al que le lamí la mejilla... y ojala que no otras
partes.

—Dijiste que la ama —digo de repente—. En tiempo presente.

—No la amo, la amé —se defiende el Sr. Vaquero que bota sus cigarrillos al suelo.

—¿Y qué tengo que ver yo en todo esto?

Es Adam quien responde por él.

—Mia, su ex novia, vino de vacaciones por una semana y la pequeña perra pidió verlo. Ella
es algo posesiva con él.

—De nuevo... ¿qué tengo yo que ver con esto?

—Ocupamos a una chica que pretenda ser su novia al menos por unos minutos.

—Y... ¿qué tengo yo que ver con esto? —pregunto más lentamente.

¿Acaso este chico no es capaz de pedirle a alguien más que finja ser su nueva novia?
¿Siquiera ha tenido otra novia aparte de ella?

—Pues... La mayoría de chicas con las que trata aquí, mi amigo, son del mismo círculo que
la conocen a ella. Serían incapaces de ponerse en su contra.

—¿Y qué es lo que me hace diferente?

—Que ninguna te conoce, no tendrías nada que perder por salir conmigo —responde Key.

Me detengo a observarlos a ambos.

—Están locos —digo finalmente—. No voy a hacer eso, no quiero ser parte de su
telenovela. Apuesto a que hay muchas que estarían dispuestas a hacerlo.

Y dicho eso me doy la vuelta y comienzo a caminar, dando esta noche de citas por perdida.

Antes de que pueda llegar más lejos, un brazo envuelve el mío y me impide seguir mi
camino.

—Por favor —es el chico vaquero—. Estoy desesperado, y si soy honesto, sé lo patético
que estoy siendo al contratar a alguien a quien ni siquiera conozco, pero... ninguna de las
otras tres chicas, a las que les pedí el favor anteriormente, aceptaron. Por favor, acepta ser
mi número cuatro.

Doy un resoplido y aparto la mirada.

Sinceramente él es guapo, su cabello es claro y sus ojos me inspiran confianza. Se mira


pulcro y presentable, no parece ser alguien que esté dispuesto a sacarme los pulmones con
tal de venderlos en línea.

Suspiro.

—No, lo siento. No te conozco lo suficiente... —giro de nuevo e intento apartarme de su


agarre pero no me quiere dejar ir.

—Te pagaré —susurra la última parte.

Mis orejas se alzan, captando y registrando lo que él acaba de decir.

—¿Cuánto me vas a pagar? —¡Hey, no te atrevas a culparme! Con dinero baila el mono, y
este mono no es la excepción. Mi papá está trayendo menos provisiones a la casa, y mi
abuelo se auto jubiló a los treinta y ocho años. Tengo dos hermanos menores que cuidar y
una renta que no se paga sola.

—Te pagaré lo suficiente como para que vivas cómodamente durante dos meses.

¿Dos meses?

—¿Solo por una noche, verdad?

Él asiente.

—¿Y no tengo que hacer nada desagradable como besarte o actuar como una estúpida chica
llavero?

—¿Chica llavero?

—Sí, como esas chicas que solo se cuelgan del brazo del chico y son incapaces de pensar
por sí solas o saber lo que les gusta.

—Para nada.

—Muy bien... ¿cómo sé que me vas a pagar todo a tiempo?

Él rueda sus ojos y saca otro cigarrillo del bolsillo de sus pantalones.

—Te daré la mitad ahora, y la otra después.

—De acuerdo —acepto tentativamente—. Y ni siquiera se te ocurra hacer algún


movimiento conmigo… soy ruda y puedo defenderme sola. Además, tengo gas pimienta en
mi bolso…

—Lo sé —dice él, pasándose una mano por su mejilla ligeramente golpeada.
—Lamento lo de tu mejilla —digo vagamente. Luego frunzo el ceño y hago una mueca—
¿Sabes qué? No, no lo lamento. Eso fue gratificante.

Él agranda los ojos y se aleja un poco de mi lado, temeroso por si me da otro arranque de ira
obsoleta.

—De todas formas, ¿cuál es tu nombre completo? Si se supone que vamos a fingir una
relación entonces tengo que saberlo —digo viéndolo sospechosamente.

—Key Miller —él estira su mano para tomar la mía.

—Ri... —me detengo, estuve a punto de decirle el real—. Andrea Cipriano.

Y es ahí cuando lo veo, las pequeñas piezas comienzan a girar en su cabeza, encajando unas
con otras.

—¡No puedo creerlo! ¡Eres la chica loca que casi atropello! —grita en estado de shock.

—¿Chica loca?

—¡Claro! Por eso te me hacías conocida.

—Wow, sí que te tardaste en descifrarlo. Definitivamente es por eso que los hombres
tienden a ser más propensos al alzhéimer que las mujeres, son unos olvidadizos.

—Oye, tu nombre no es Andrea, ¿verdad?

Atrapada en mi propia mentira. Mierda.

Miro hacia otro lado, con mis mejillas rosas llenas de vergüenza.

—Cipriano… —Key se rasca la barbilla y luce pensativo—. Me dijiste que ese era el
nombre de… ¿un cantante? ¿Un actor? ¿Modelo? Agg, no recuerdo.

Resoplo, agradecida porque no recuerde.

—Alzhéimer, lo digo. Apuesto a que si te pregunto mi nombre de aquí a dos meses ni


siquiera vas a recordarlo.

—¿Quieres apostar? Te buscaré dentro de dos meses y te llamaré por tu nombre. El


perdedor será esclavo del ganador, durante todo un día.

Sonrío con confianza.

—Claro —digo. No hay manera de que vuelva a ver a este chico después de dos meses así
que igual acepto. ¿Cuáles son las probabilidades de encontrármelo otra vez?

—Por cierto, ya sé qué Cipriano eres —dice finalmente— ¡como el protagonista de un


libro! Sinceramente no sé qué le ves de atractivo a un chico ficticio.

—No es un chico, es un ángel…


—Caído, lo sé. Mi hermana y tú tienen la misma obsesión y gustos en chicos que no
existen.

—Para que sepas, esos chicos ficticios son más reales que los de carne y hueso como tú.
Ahora bien, dime de una vez por todas qué tengo que hacer para ganarme mi dinero. Dijiste
que sólo por esta noche... y no pienso llegar de madrugada a mi casa así que…

—Bien. Solo quiero que luzcas bonita y no te dejes intimidar por Mia…

—Espera —interrumpo—, ¿a dónde precisamente vamos?

—A mi casa… al cumpleaños de mi mamá.

—¿Qué? ¿Estás drogado? ¿Me vas a presentar a tu mamá?

Él se encoge de hombros y tiene la delicadeza de hacerlo con fluidez.

—¿Ya le diste las buenas noticias? —dice Adam haciendo acto de presencia tras nosotros.

—Ustedes están locos —vuelvo a repetir— ¿Seguro que no son ladrones?

Adam se echa a reír. Estrecho mis ojos mientras me cruzo de brazos, abriendo lentamente
mi bolso y tocando con los dedos el lugar en donde siempre coloco mi gas pimienta.

—No somos ladrones —dice Adam, levanta la mano como niño explorador haciendo una
promesa y luego obliga a Key para que haga lo mismo.

—Eso es precisamente lo que diría un ladrón —resoplo—. Bien, lo haré por el dinero.
Acepto la propuesta indecente de actuar como una chica llavero y lucir bonita y calladita.

Dejo caer mi gas pimienta en su lugar.

—Perfecto —dice Adam—. Si todo está arreglado, tengo que irme.

—¿Qué? ¿Tengo que soportar al chico con complejo de vaquero yo sola?

—Oye, entre los dos, él es el más peligroso. Yo me veo como un cordero a su lado —se
defiende Key.

Yo ruedo los ojos.

Adam se despide, riéndose a carcajadas cuando le lanzo una última mirada desesperada.
Obviamente sé que me voy a arrepentir de esta noche, yo y las mamás, no congeniamos
muy bien.

—Sólo para que lo sepas, amigo —le digo a Key una vez que me subo a su auto con olor
varonil y a esencia de canela— no soy una chica que se lleve bien con las madres de las
demás personas. Mi propia relación con mi madre es prácticamente inexistente, así que no
esperes mucho de mí.
—Lo único que espero es que no termines golpeándole la cara a alguien, y que por favor
actúes como si me amaras obedientemente hasta la muerte.

—Pfft. ¿Quién crees que soy? ¿Tu sumisa? No te hagas muchas ilusiones o terminaré
diciéndole a tu madre que tienes un fetiche por hacerlo en los baños públicos.

Aprieta su mandíbula; en un principio creo que es porque está enojado por mi comentario,
pero después noto cómo sus hombros se sacuden para evitar reír.

Yo sonrío triunfalmente.

Tal vez la noche no esté perdida después de todo… O al menos eso creo, hasta que la lluvia
comienza a caer inundando las calles.

****

Lo primero que hice al bajarme del auto fue caerme de bruces contra el suelo, haciendo un
ruido como de succión cuando intento ponerme en pie y resbalo de nuevo gracias al lodo
bajo mis pies.

Key empieza a reír y no puede detenerse al ver mis fallidos intentos.

—Ahora es buen momento para actuar como caballero y ayudarme —le digo con voz
cortante.

Finalmente se mueve y me ayuda a ponerme en pie.

—Mmm… Tenemos un problema —dice calmadamente. Tan calmadamente para un chico


que se viste como vaquero pero que escucha música de Thirty Seconds to Mars.

—¿El qué?

—Tu pantalón se rompió.

—¿Cómo? —Me alejo de sus brazos que hacen el intento de no dejarme caer. Comienzo a
revisar mi pantalón, de adelante hacia atrás.

—¿Dónde está? —le pregunto aun revisando.

—Mmm, está en tu trasero. Llevas bragas marrones.

Un sonrojo quema mis mejillas y amenazan con carbonizarme viva.

—¡¿Qué?! ¡Deja de ver mi ropa interior!

Llevo mis manos hacia mi trasero y trato de ocultarlo como puedo mientras hago equilibrio
para no caer.
—Lo siento —dice él—, entremos para que pueda prestarte ropa de mi hermana.

La lluvia sigue cayendo levemente, lo suficiente como para empapar nuestras ropas y hacer
más notorio la rasgadura en mi pantalón. Estamos fuera de la casa… no, espera, esto no es
casa, es mansión… no, tampoco, es castillo… Nop, mejor aún, ¡es un palacio!

Sí, es un palacio por lo complejo de todo el lugar. Desde los jardines tan perfectamente
diseñados, hasta las escaleras que nos conducen hacia la puerta principal.

Incluso afuera se puede oír el murmullo de varias conversaciones y el sonido ahogado de


una canción popular de Pink que suena en el interior.

—No sé por qué ocupas mi compañía —le susurro—. Podrías haber pagado hasta por una
super modelo por el sueldo que me vas a dar.

—No quiero a una super modelo, necesito a una chica real que no se vaya a enamorar de mí
por mi dinero… o bajo ninguna circunstancia.

—Suenas como esos niños ricos de las novelas coreanas que veo. Me está costando no caer
rendida a tus pies sólo para que me pagues un viaje a Australia y un tour para conocer a los
canguros; no sé cómo voy a hacer para no enamorarme de ti, apenas y puedo despegar mis
ojos de tu suculento cuerpo —sueno dramática, lo sé, él lo sabe, pero igualmente rueda los
ojos y suspira como para llenarse de paciencia.

—Entremos por el otro lado, tienes lodo en el cabello. Te llevaré a mi habitación para que
intentes asearte, te ves maltratada.

—Vaya, gracias por el cumplido.

—De nada.

Avanzamos silenciosamente por un pasillo secreto que se abre únicamente desde el


exterior.

Puedo escuchar la música aún más fuerte que antes, retumbando en las paredes a medida
que nos movemos. Finalmente salimos y nos detenemos frente a una muy bonita escalera de
vidrio.

—Wow, recuerdo estas —digo vagamente. Parecen enormes y preciosos témpanos de hielo
moldeados para que tomaran forma de peldaños y sirvieran como escaleras.

Simplemente brillantes.

—Sí, son mi orgullo. Oh, creo que mejor te presto mi camiseta —dice él mientras se
apresura a quitarse la pieza de ropa en cuestión. Frunzo el ceño ante su brusco cambio de
tema.

—¿Qué…?

—Por ahí viene mi hermana mayor. Se llama Pamdora pero todos le decimos Pam. Finge
que no la conoces y todo estará bien —susurra en mi oído. Coloca su camiseta alrededor de
mi cintura, para tapar la rasgadura que hay en mi pantalón.
—¡Key! Mamá te ha estado buscando por todos lados. Es hora de partir el pastel y quiere
que salgamos con ella en la foto oficial… Oh, ¿quién es la chica? —Pamdora se detiene
frente a nosotros. Ciertamente la recuerdo porque ella fue quien me encontró aquella
mañana cuando la rubia oxigenada comenzó a gritarme.

—Ella es… —Key vacila antes de decir mi nombre. En el auto le pedí que me llamara
Andrea, no sé por qué ahora le cuesta recordarlo—. Rita, mi novia.

Pam agranda los ojos y me mira con renovadas ganas.

Yo trago saliva mientras hago el intento por no darle una patada en la espinilla a su
hermano menor. Mi nombre me recuerda a todas las malas cosas en casa cuando mi mamá
desapareció sin decir nada. Me recuerda a mi padre desesperado, llamándola con todas las
fuerzas para que ella no se fuera. Lo odio, es un nombre nefasto.

—¿Novia? ¿Mi hermanito menor ya tiene novia? —Ella estrecha los ojos, evaluándome de
pies a cabeza.

Pam es bajita, bastante bajita. Me hace parecer más alta de lo que soy. En el trabajo tengo
una amiga que me llega hasta los hombros, pero aún así ella es más alta que la hermana de
Key. Anna se pondrá feliz cuando le diga que hay una chica más enana que ella.

—Mucho gusto —trato de sonar cortés—. Al parecer soy Rita —le lanzo una mirada
asesina al chico a mi lado mientras lo digo—, es bueno conocerte al fin. Tu hermano habla
mucho de ti.

—Cosas buenas, espero.

—Muy buenas. Qué bien que estés de acuerdo con todo lo del intercambio de parejas. Al
principio pensé que Key era un pervertido, pero la verdad es que cuando me intercambia
por Rony siento verdaderamente el amor que me tiene. Es fabuloso que aceptes su estilo de
vida.

Ella se separa de mí para ver de forma criminal a su hermano.

Key tiene las mejillas rojas. Aparta la mirada y trata de tomarme del brazo pero yo lo
evado.

—¡Haces intercambio de parejas con Rony! —grita su hermana—. De toda la gente, ¿por
qué con él?

Me pongo algo intranquila. La verdad es que me inventé el nombre, no sabía que ambos
conocían a alguien que de hecho se llamara así.

—¡No hago intercambio de parejas! —dice Key.

—¡Lo sabía! Un chico que ha sufrido un trauma como el tuyo, termina afectado en su vida
sexual para siempre. Increíble.

—Deja de aplicar tus teorías psicológicas conmigo —grita él—. Rita solo está jugando
contigo, ella no sabe ni siquiera quién es Rony. No lo conoce.
Oh mierda. Sí hay un tal Rony. Yo y mi gran boca, pero no puedo parar cuando digo:

—Claro que sé quién es Rony. Key me hace llamarlo papi cuando estoy cerca de él.

—¡Mierda, Rita! —Key grita y me jala del brazo— ¡No es verdad!

Su hermana abre la boca y suelta un jadeo profundo.

—¡No es cierto! —Ella se lleva una mano al pecho. La pobre parece que le fuera a dar un
ataque de apoplejía.

—Vámonos de aquí —Key me lleva hacia las escaleras, camina rápido mientras su hermana
sigue en shock en la planta de abajo.

—¿Cómo se te ocurre decirle esas cosas a mi hermana? En serio estás loca.

Sorprendentemente empiezo a reírme.

—No sabía que conocías a un Rony —le digo cuando paro de reírme—. Lo siento, no pude
detenerme. No cuando quedamos que sería llamada Andrea, y luego vienes y le dices que
me llamo Rita.

—Si le digo que tu apellido es Cipriano, se va a reír en mi cara.

—¿Y qué? ¿Crees que el apellido Cipriano no existe? En el mundo deben de haber varios,
sino cientos de personas que tengan el mismo apellido. Además, solo quise ponerle algo de
condimento a nuestra relación. Déjame disfrutar ser alguien más al menos por esta noche.

—¿Alguien más? ¿Quién quieres ser entonces?

—Bueno… si algún día alguien llega a preguntar sobre esta noche, les diré que te llamas
Heraldo y que me besaste sin control.

Key eleva una ceja.

Finalmente nos detenemos frente a una puerta de color blanco que asumo es su habitación.

—¿Por qué Heraldo? —pregunta una vez que estamos dentro.

—Porque un chico guapo no lo puede tener todo en esta vida. Sería injusto que tuvieras el
paquete completo: cara, bolsillo y nombre perfectos.

—¿Estás diciendo que soy atractivo, adinerado y con nombre caído del cielo?

—Eso no es lo que dije, pero de todas formas ya lo sabes, no voy a inflar tu ego. Oye,
¿entonces no has tenido otra novia después de la que te dejó hace meses atrás?

—¿Por qué piensas eso?

—Porque tu hermana se llevó la sorpresa de su vida cuando le dijiste que yo era tu novia.
Él suspira profundamente.

—No quiero involucrar mi corazón con nadie, no he traído una chica a casa desde lo último
que me pasó, ¿contenta? Ya lo dije.

—Lo entiendo —para mi pesar, es cierto, lo entiendo—. Yo tampoco soy muy buena
confiándole mi corazón a la gente. Culpo a mi madre de eso.

—Dime una cosa, ¿por qué odias tanto tu nombre? Al menos tiene carácter.

No puedo evitar hacer una mueca.

—De nuevo, culpo a mi madre. Tiene el mismo. Ella nos abandonó a mi papá y a mí desde
que estaba pequeña. Realmente cualquier relación con ella está rota, y el sentimiento es
mutuo.

—Juh.

—Sip.

Después de un incómodo silencio, Key finalmente sale de la habitación y me busca algo de


ropa de su hermana. Entra unos minutos después, mientras estoy haciendo el enorme
esfuerzo por no curiosear entre sus cosas.

—Esto te puede quedar —me pasa una blusa blanca descubierta de los hombros (una pieza
bastante interesante y bonita). Algunas medias negras y una falda realmente pequeña de
color gris—. También estos, dice mi hermana que combinarán con el atuendo.

Y entonces me enseña unos hermosos zapatos rojos de tacón alto.

—Son perfectos —susurro y los tomo. Los froto contra mi pecho y empiezo a acariciarlos.

—Nunca entenderé el amor de una chica por los zapatos —escucho que dice mientras
comienza a desabrocharse los jeans.

—¿Qué haces? —le pregunto cuando veo que comienza a sacarse la ropa—. Dije nada de
contacto físico, todavía tengo mi gas pimienta.

—Esto no es contacto. Ni siquiera te estoy tocando, simplemente no me gusta tener la ropa


mojada. Si no quieres ver, date la vuelta.

Aun con los zapatos rojos en mano me siento a orillas de la cama y cruzo una pierna.

—Quiero ver —digo cínicamente. Pero es cierto, quiero verlo entero. Es más guapo de lo
que creí.

Trago saliva mientras noto cómo su pecho se mueve cuando se ríe de mí.

Él se pone algo tímido pero se le pasa rápidamente, y reanuda la tarea de quitarse la ropa.

—Empiezo a olvidar con quién hablo —dice cuando nota que no dejo de verlo—. ¿Siempre
has sido así de loca y o…?
Es ahí cuando escucho que alguien abre la puerta de la habitación y entra apresuradamente.

A Key no le da mucho tiempo saber quién es porque dice inmediatamente:

—¿Mia?

Entonces veo a la rubia que lo ha tenido sufriendo durante tanto tiempo.

Lo primero que noto es que es hermosa, y efectivamente, ella es la que me estuvo gritando
aquella mañana cuando me desperté en este mismo cuarto.

Tiene un increíble cabello lacio y rizado en las puntas. Su ropa está bien combinada y
pulcra. Hasta sus uñas, pintadas de un rosa pálido, son perfectas.

—Qué bueno que logro verte al fin —dice sonriendo. Ella aún no se percata que yo estoy
también en la habitación porque el cuerpo de Key me cubre lo suficiente—. Quería hablar
contigo y nunca pude verte en privado.

—¿Qué quieres?

—Yo… lamento cómo las cosas terminaron entre nosotros. Realmente quisiera que
volviéramos a ser al menos amigos. Sé que traicioné tu confianza pero… —finalmente ella
me nota detrás de él y hace una mueca que pronuncia unas cuantas arrugas en su frente—.
No sabía que tenías compañía.

Su voz, en la última frase, se escucha aguda. Supongo que Key no lo nota, pero realmente el
tipo tiene esta cara imperturbable y está serio.

—Estoy acompañado, como puedes ver —dice él, señalándome con un dedo—. Ahora, si
nos podrías dejar a solas…

—Oh. Claro —Ella posa sus ojos en la bragueta semi abierta de Key, y agranda los ojos en
mi dirección, notando la ropa mojada que llevo puesta.

Se da la vuelta, no sin antes darle una sonrisa tímida a él, y sale de la habitación, cerrando la
puerta tras ella.

Key suspira al mismo tiempo que yo.

—Puedes cambiarte en el baño —dice rascándose el cuello—. Tenemos que bajar pronto a
la fiesta.

—¿Todavía es necesario que vaya? Al parecer ya cumplí con la misión de que tu ex novia te
vea conmigo.

—Eso no es lo único que quiero que hagas. Necesito que sea como una realidad.

—Una falsa realidad —aclaro.

Él asiente y suspira de nuevo.


—Quiero el servicio completo —dice después de unos minutos.

—¿A qué te refieres…? —Dejo mi oración en el aire cuando noto que él se acerca
peligrosamente desde mi posición. Luego se inclina como si quisiera darme un beso y mi
cuerpo entero tiembla con horror.

Me aparto de un salto.

—¡Oye, vaquero! Recuerda lo que dijimos: nada de contacto físico, y besarse incluye
contacto.

Una sonrisa le abarca toda la cara mientras me mira de manera divertida.

—No seas tan presumida, no iba a besarte. Estás sentada sobre mi camisa y no quiero que tu
trasero lodoso la ensucie.

Veo la camisa en cuestión, y él la toma para apartarla de mi camino. No es la primera vez,


ésta noche, que me siento tan estúpida.

6
Cómo prometí fingir que me gustabas
Yo no pertenezco a lugares como estos: finos, elegantes, con lujosa vajilla y gente vestida
de etiqueta. Lo mío es más sencillo y menos ostentoso, supongo que la falta de dinero es el
que pone los estándares para mi poca visión en cuanto a lujos.

Key me sostiene del brazo, procurando que mi copa de champaña siempre sea llenada cada
vez que la acabe, y me pasa bocadillos raros y exóticos que me dejan la lengua en un
constante hormigueo.

Él me presenta a mucha gente cuyos nombres jamás volveré a recordar, y rostros a los que
raras veces veré en esta vida.

Aunque de todos, destacan algunos como el de Rony. Oh sí, el tipo es enorme y masivo,
peor que mi jefe, Cliff, quien ocupa dos sillas para sentarse en su escritorio personal.

Cuando Rony me saluda, Key trata de contener la risa y mira hacia otro lado. Su hermana
mayor no deja de mirarnos en la distancia, y observa cómo interactúo alrededor de él. Es
vergonzoso. ¿Se supone que dije que Key me intercambia con este tipo? ¿Y que me
obligaba a llamarlo papi? Me retracto de mis palabras. Ojala me las pudiera tragar; deseo
meter mi cabeza en un hoyo bajo tierra y nunca salir.

—Tu cuello se pone rojo cuando estás nerviosa —dice Key una vez que acaba con mi
tortura y me lleva hacia otra parte del salón, apartándome de Rony y sus bizarras historias
de pesca.

—También me da comezón bajo las axilas —admito.

Él ríe y toma otro sorbo de su bebida. Apenas la ha tocado, en cambio yo, ya voy por la
tercera. Tal vez el alcoholismo venga de familia; si mi padre fuera un invitado, ya estuviera
en medio de la habitación, boca abajo y con vómito fresco en la comisura de sus labios. Los
Day no sabemos cómo beber correctamente y con moderación.

—Mia no ha dejado de vernos —dice él, mirándola discretamente.

—Tampoco tu hermana. Creo que no le agrado.

—Naa, ella sólo está actuando como la pequeña defensora de los derechos de la mujer que
es por dentro. Ella encabezó una protesta contra el maltrato animal hace dos semanas y
pensó que haría de eso su vocación, luego renunció y mejor decidió defender los derechos
de la mujer. Le doy tres días más antes de que abandone ese sueño y se dedique a otra cosa.
Siempre lo hace, cambia de parecer más rápido de lo que un conejo defeca.

Hice una mueca ante su referencia.

—Gracias por esa imagen mental.

—Un placer.

Me guiña un ojo.

—¿Entonces? ¿Quieres bailar? —pregunta después de unos segundos.

Veo sus ojos color ámbar por un momento, luego elevo mi ceja.

—Sólo bailaría si me pagaras el doble. Yo soy pésima tratando de llevar el ritmo.

—Pues suerte para ti que yo soy muy bueno en ese tema: toco la guitarra en una banda, y
digamos que no lo hago nada mal. Llevo el ritmo en la sangre. Vamos, yo te guío. ¿O acaso
me tienes miedo?

—No es miedo... Bueno, tal vez un poco.

—¿Por qué? Soy yo el que debería tenerte miedo. Si mal no recuerdo eras tú la que hablaba
dormida y no dejaba de repetir que había que proteger a los patos del agua.

—Yo no hablo dormida —sí, lo hago, mis hermanos ya me lo han dicho, pero prefiero no
avergonzarme más con el extraño.

—Sigo esperando mi respuesta, señorita —extiende su mano y la tomo, vacilante.

Él retira la copa de mi mano y se la pasa a uno de los meseros que no dejan de circular por
toda la fiesta. Me lleva hacia una improvisada pista de baile y, lastimosamente, la canción
no cambia a una lenta sino que seguimos con LMFAO.

—¿Sabes? Secretamente esperaba que al venir aquí, cambiara la canción —confieso. Estoy
prácticamente gritándole al oído para que pueda escucharme—. Esperaba que fuera algo así
como en una novela: cuando la chica es la correcta, la música se vuelve lenta… no más
rápida.

Él se ríe y empieza a moverse para seguir el ritmo de la canción. Él sabe cómo hacerlo, hace
que se vea fácil y sensual.
—Sólo muévete —me grita cuando ve que no me muevo.

Asiento con la cabeza y empiezo a mover mis manos como si estuviera limpiando ventanas
invisibles.

—Se supone que debes mover también los pies —se ríe.

Odio bailar. Soy poco flexible o creativa a la hora de hacer algún movimiento.

Trato de despegar mis pies del suelo y comienzo a pretender que piso cucarachas. Es muy
difícil sincronizar mis pasos pero estoy agarrando el ritmo lentamente.

Mano, mano, pie, pie. Mano, pie, pie, mano, cadera.

Doy saltitos y hago la cosa esa de pretender que buceo bajo el agua.

Después estoy moviendo solamente las caderas, de un lado a otro. Levanto las manos al aire
y formo una casita con mis brazos.

—Eres realmente mala haciendo esto —dice Key. Sus pasos son precisos y masculinos,
completamente sincronizados y suaves. Lo detesto.

Después de unos breves cinco segundos, él me toca el hombro y grita en mi oído:

—¿Quieres dejar de hacer eso?

—¿El qué?

—El pisa cucarachas. Parece más bien que intentas pisotear flores o apagar un cigarrillo.
Déjame enseñarte.

Levanta mis manos y las une con las suyas. Sé que ambos nos vemos patéticos, pero no está
ayudándome en nada su técnica.

—Esto no sirve —admito luego de un tiempo—. Prefiero seguir con mi técnica.

Separo nuestras manos y consigo hacer un paso más antes de oír que se ríe de mí.

—¿Y ahora qué? ¿De qué te ríes?

—¿Estás haciendo el Gangnam Style?

—No —hago una mueca.

—De acuerdo.

Seguimos bailando, hasta que no aguanto la risa y dejo de pretender que sé lo que hago.

Key se ríe y me saca de en medio de los cuerpos sudorosos. Sorprendentemente hay


bastantes parejas mayores en la pista.
Ahora estoy sudada y roja. Pronto Key me trae una copa de champaña y creo que moriré
por intoxicación.

—Eso no fue tan malo —me dice.

Yo resoplo y luego río.

—Simplemente estás siendo amable. Soy un asco bailando, lo sé. No adornes la realidad.

—De acuerdo, fue espantoso. Listo, lo dije.

—Oh, ¿te sientes mejor contigo mismo por herir los sentimientos de una dulce chica?

—Estoy siendo valiente, aún no olvido que tienes gas pimienta en el bolso y que sabes
cómo usarlo.

Sonrío sabiamente.

Pasan unos minutos y ambos nos calmamos hasta que nuestra respiración vuelve a la
normalidad y yo bebo todo mi licor.

Observamos a unas cuantas parejas bailar y nos perdemos viendo a una adorable anciana de
cabello blanco intentando seguir la música actual. Aun no entiendo cómo siendo la fiesta
para la madre de Key, todo se vea más bien adecuado para jóvenes fiesteros y revoltosos.

Así que le pregunto a Key y él me dice que sus hermanas mayores planearon todo.

Entonces le pregunto cuántas hermanas mayores tiene, y levanta dos dedos de su mano.

De pronto un chico rubio se acerca a él y ellos se pierden en una discusión que tiene que ver
con la hipotermia; asunto que no entiendo para nada y dejo de prestarles atención.

Después él me deja sola por unos minutos y el rubio lo sigue obedientemente hacia donde
va.

Key ha sido una excelente compañía, incluso, cuando me ve aburrida y desmotivada, me


sugiere que rememore la cantidad de dinero que está pagando por mí y que al menos finja
estar interesada en la fiesta. Tal vez lo diga en broma, pero simplemente lo sé: yo no soy
otra cosa más que una inversión con piernas.

Por un momento me engañé a mi misma pensando que él podía ver más allá de una simple
chica de cabello marrón y ojos oscuros, pero todo este tiempo puede que yo haya hecho
castillos en el aire, imaginando un momento que se miraba bonito únicamente en mi cabeza
(producto de ver tantas novelas coreanas y leer demasiado sobre Patch).

Además, es una forma poco profesional de mi parte. Es trabajo lo que estoy haciendo, así
como cuando me presento a trabajar en el horrible restaurante quiera o no; o como por las
noches tengo que asistir a la universidad pública para graduarme de algo y ser una de las
primeras en la familia en terminar una carrera.

La diferencia de este trabajo y el otro radica en que aquí debo ser una perfecta actriz en todo
momento. Fingir que el hombre a mi lado me complementa y me hace feliz, incluso cuando
apenas nos acabamos de conocer hace unas horas y ni siquiera sé lo que le gusta desayunar
o el ingrediente favorito de su pizza... si es que le gusta la pizza.

Somos dos desconocidos tratando de aparentar ser algo que se da de forma natural y poco
interesada como lo es el amor.

Soy consciente que estoy siendo utilizada como chica rebote, chica llavero y como chica
tonta. Pero necesito ser esa chica en estos momentos. Sé las responsabilidades que me
esperan en casa, sé que el colegio de mis hermanos no se paga por arte de magia, así que
aprieto los dientes y vuelvo a mi semblante serio.

Después de unos segundos detengo a uno de los camareros que sirve un extraño aperitivo
marrón y un mini coctel de camarones.

Si esta va a ser la primera y la última noche que logre codearme con la alta sociedad...
entonces tengo que hacer que valga la pena.

Key todavía no regresa y no lo veo por ninguna parte así que no sé qué debo comer o que
no. Después de un tiempo de retener al camarero pulcramente uniformado, tomo el
bocadillo marrón y lo llevo a mi boca.

Lo mastico y sabe bien. No sé por qué la gente piensa que los ricos tienen gustos diferentes
en la comida.

—¿No te parece deliciosa la vejiga de ternero? —dice una voz femenina a mi lado.

¿Vejiga de... ternero?

Rápidamente escupo la cosa en la mano y comienzo a toser.

Trato de enjuagarme el sabor dando pequeños sorbos a mi champaña.

Una vez que creo que por fin soy capaz de no echarme a vomitar, miro de lado a la chica
que me habló y, para mi completa tortura, es la ex novia de Key.

Una vez más me deslumbro de lo hermosa que es ella: su cabello rubio es perfecto y tiene
mechones castaños que le dan volumen a su corte de pelo.

Es de ojos verdes y contextura pequeña pero bien formada. Cuando veo su piel pienso
inmediatamente en que debe pasar horas sumergida en una bañera con leche y humectante
de avena. Para que alguien pueda verse así de perfecta tiene que dedicar horas y horas a
consentirse. La envidio, pero yo también tengo lo mío y además, sé dar patadas en los
testículos mejor que nadie. Apuesto a que ella ni siquiera se atrevería a decir la palabra
testículos en voz alta.

—Veo que no todos tienen el mismo paladar —habla de nuevo la rubia.

Mi mano todavía sostiene las sobras de la vejiga y me apresuro en robarle una servilleta a
un camarero.

Limpio a fondo mi mano y luego le entrego la servilleta al pobre hombre que me mira con
asco. Pongo una pose con la que no me dejo intimidar y pronto él se va.
La rubia pasa los dedos por las puntas de su cabello, y cuando nota que yo no estoy
diciendo nada, ella se apresura a hablar:

—Creo que no nos han presentado. Soy Mia Makowski —extiende su mano con delicada y
suave manicura, y yo también extiendo la mía y la saludo.

—Soy... Rita. Rita Day.

Ahí, di mi nombre real.

Mia frunce el ceño y se muerde su labio inferior por un momento mientras procesa la
información que le acabo de dar.

—¿Rita? Oh, como la Power Ranger amarillo, ¿verdad? ¿La de la primera generación?

Elevo ambas cejas y espero a que diga más pero no lo hace.

—Ummm, en realidad, la Power Ranger amarillo se llamaba Trini.

—Oh, como sea, yo estaba demasiado pequeña como para recordar muy bien esos detalles.
Déjame preguntarte algo —hasta ahora su tono de voz es calmado y amigable. Podría jurar
que incluso es tímida y bastante simpática para ser una infiel que engañó a Key y se acostó
con otro hombre—. ¿Tú viniste con Key?

La examino de pies a cabeza sin que sea tan obvio, y luego asiento.

—Sí, él me invitó.

—Oh —ella agacha la mirada y se concentra firmemente en el suelo de madera bajo sus
pies—. ¿Él y tú son... novios?

—Sí. ¿Alguna razón importante para preguntar?

La veo hacer un puchero y nunca despega la vista del suelo. Me niego a creer que ésta es la
misma chica que me habló rudo aquella mañana que me encontró, o al menos pienso que no
es la misma "perra mandona" que describió Adam hace unas horas atrás.

La chica se mira adorable e incapaz de matar a una mosca. Tal vez de verdad esté
arrepentida...

—Es que yo... —Mia traga y se le encoge la voz. Se nota incómoda por la situación— yo
quisiera que me permitieras bailar una canción con él. Sólo una. No sé si ya te dijo que yo
fui su novia, pero las cosas no terminaron bien entre él y yo...

—De acuerdo —la interrumpo— pero no es a mí a quien debes preguntarle, ¿sabes? Es a él.

—Muchas gracias. De verdad quiero disculparme.

Y como si Key supiera que hablamos de él, aparece en mi visión periférica y comienza a
avanzar en nuestra dirección. Desde aquí puedo ver la cara de molestia que pone al ver a
Mia.
Se para a mi lado y me toma gentilmente del brazo.

—Mia, creí que ya no teníamos nada de qué hablar —le dice. La pobre chica se ve
mortificada y sus mejillas se tornan de color rosa pálido.

—Solo quería bailar un momento contigo — responde ella con voz insegura y baja—. Me
iré dentro ocho días y no quería hacerlo sin antes despedirme de ti y arreglar las cosas
contigo.

Key hace una mueca y yo estoy a punto de alejarme para darles más privacidad, cuando, él
me sujeta el brazo y no me deja ir más allá de unos pasos.

—Entiendo que ahora tienes novia... Me parece perfecto. Pero yo solo pido una última
canción. ¿Qué dices? —suplica ella.

Key aparta la vista y la fija en un tipo con calva que se está devorando toda la vejiga de
ternero. Ojala alguien instruya al pobre hombre y le diga lo que está metiendo a su boca... o
tal vez ya lo sabe, no sé.

—Rita, ¿estás bien con esto? —me pregunta él finalmente.

Yo asiento enérgicamente, tal vez lo que él necesita es un buen cierre en su relación.

Key deja ir mi brazo y toma la delicada mano de Mia para dirigirse juntos a la improvisada
pero bien armada pista de baile. Apenas y ponen un pie cuando la música está cambiando
y... sí, empiezan las lentas.

Veo a Key bailar con Mia durante los próximos minutos; no lo hacen como probablemente
nosotros lo estábamos haciendo, ellos sí llevan el ritmo de la música, jamás desentonan
entre todos. Ahora suena una de Jason Mraz que habla de la suerte que es estar enamorado
de tu mejor amigo.

Sólo he estado enamorada una vez, fue hace tres años y las cosas no funcionaron para
ninguno. Ahora él está casado con una chica mucho más joven y trabaja el doble para pagar
las cuentas. El amor nunca me ha tratado de buena manera, por eso ya no lo espero con los
brazos abiertos, ahora lo hago con una daga en la mano y con mi leal, y siempre confiable,
gas pimienta. Incluso aplasté a todas esas pequeñas mariposas en mi estómago para que no
se fueran a emocionar una vez más cuando viniera otro chico a hablarme bonito y suave. Y
hay que admitirlo: es mejor así. Prefiero patear traseros en vez de sentarme a besarlos.

Justo cuando llevo lo último de mi copa de champaña a la boca, una sombra a mi lado llama
mi atención inmediatamente.

Es una mujer de mediana edad, delgada, alta y muy bonita. Puedo definir sus rasgos con una
sola palabra: regios.

Viste de negro y tiene unas piernas increíblemente largas y bronceadas.

—¿No te parecen una linda pareja? —me pregunta señalándome con la cabeza hacia Key y
su ex novia.
—Parecen hechos en el cielo —respondo sinceramente porque es cierto: físicamente
hablando, ambos son perfectos entre sí.

Un mesero pasa cerca de nosotras y le dejo mi copa vacía y tomo otra con un líquido rosado
dentro. La mujer a mi lado también toma una y la huele, entonces sonríe y despacha al
empleado.

—Es una lástima que las personas no tengamos un físico de acuerdo con nuestro verdadero
ser interior —me dice ella, luego se acerca a mi oído como si fuera a confesarme un
secreto— ¿te imaginas? En esta fiesta habría demasiada gente increíblemente fea.

Le sonrío a la extraña y agito mi copa en su dirección, ella me devuelve la sonrisa y ambas


sorbemos nuestra bebida al mismo tiempo. Sabe a fresa con menta y un toque sutil de
alcohol.

—¿Entonces? —continúa diciendo ella— ¿Qué serías tú si se reflejara tu ser interior en la


apariencia?

Lo pienso por unos segundos, aunque la verdad no necesito sopesarlo demasiado, lo he


sabido todo el tiempo, desde que hizo la pregunta.

—Probablemente sería una estatua. Una de pura y sólida roca.

—Es bueno ser de roca; el problema está en que en las pequeñas abolladuras pueden
debilitarla con el tiempo. Mejor sé mármol, es hermoso, práctico y firme.

Tomo un trago más y luego lo saboreo de mis labios.

—Pero el mármol también es demasiado frágil. Si hay alguien maltratándolo, se romperá


con mayor facilidad que la piedra.

—Mmm... veo tu punto. Me gusta. Eres piedra entonces. Yo sería algo así como la madera:
firme pero flexible. ¿Qué piensas? Ojala las termitas no acaben conmigo.

—Me parece perfecto —digo, aunque acabo de conocerla y no tengo idea de quién es o
cómo es su verdadera personalidad. Ella parece algo más que madera (tal vez un brazalete
de diamantes) pero presiento que todo le quedaría muy bien.

Ella sorbe y luego suspira mientras continúa viendo en dirección a la pareja que ha logrado
llamar la atención de varios en la habitación.

Ella no se va, y a pesar de que nos quedamos observando a Key y a Mia, ninguna vuelve a
decir nada.

De repente, la música se interrumpe y una chica altísima toma uno de los micrófonos de la
mano del DJ ubicado en una esquina.

Una gran luz naranja la ilumina, haciendo que todos los ojos vayan a ella.

—Bien, llegó el momento de partir el pastel de la cumpleañera —dice con una sonrisa
contagiosa en el rostro—. Luego pasaremos la velada en las afueras de la casa, en donde
más comida y bebidas serán servidas. Ahora, necesito llamar a la privilegiada de la fiesta y
a sus hijos. ¿Mamá? Ven por favor. ¿Key, Pam?

La gente comienza a señalarlos y, a la distancia, noto que Key se mueve hacia donde está la
chica (que supongo es su otra hermana). Mia lo sigue desde cerca y le sonríe con fervor. Tal
vez mis servicios dejen de ser requeridos dentro de poco porque parece que Key se
reconcilió con ella; y es lo mejor ya que empiezo a desconfiar en que la gente se crea
nuestra mentira. En más de una ocasión me equivoqué y le dije a sus amigos que nos
habíamos conocido hace doce semanas en un puesto de comida rápida, en lugar de decirles
que fue hace quince semanas en uno de sus conciertos (al parecer él toca en una banda
local) como habíamos acordado anteriormente.

La chica con el micrófono vuelve a llamar a los involucrados y, esta vez, Key y su hermana
mayor ya están ubicados al frente de la multitud pero no hay nada de su madre.

—¿Mamá? ¿Dónde estás? —dice la chica. Ahora que Key está a su lado, ella se ve una
cabeza más alta que él.

—Supongo que tengo que ir —susurra la mujer junto a mí. Mis ojos se amplían cuando el
significado de sus palabras me golpea en la conciencia.

¡Ella es la mamá de Key!

—¿Usted es... ? —me quedo sin aire— ¿Usted es la madre de Key?

Vaya, yo jamás me llevo bien con la madre de alguien. No sé qué es, tal vez un repelente
que las aleja de mí.

—¿Yo? —dice ella. Entonces al fondo escucho aplausos y gritos de ánimo y veo a una
mujer delgada y en forma acercarse al pastel. Key corre a abrazarla, y sus hermanas hacen
lo mismo. Ella debe ser la madre, ¿pero quién es entonces... ?

La mujer a mi lado me mira con una sonrisa empática en el rostro.

—Yo soy la madre de Mia —dice encogiéndose de hombros.

La veo por más de medio minuto, hasta que se ríe de mi expresión.

—Fue un placer platicar contigo —dice finalmente— pero me tengo que ir. Si no logro
encontrar a mi otra hija, Rosie, es capaz de comerse todo el glaseado del pastel y no dejarle
nada al resto de la multitud. Oh, y por cierto, Mia no es siempre lo que aparenta. Es
estratégica y sí, a veces puede ser fría con la gente, pero de verdad está arrepentida por todo
lo que pasó con Key... si es que él ya te informó de la situación.

Asiento con la cabeza.

—Bien entonces —dice ella— me voy. Pero me encantó saber que ahora Key está en
buenas manos. Salúdalo de mi parte.

Y diciendo eso se va, dejando una ola de perfume a su paso.

Justo ahora estoy realmente confundida.


****

Esto es ridículo. Es cerca de la medianoche y lo único que he hecho es embriagarme con las
pequeñas bebidas rosadas y con olor a menta; no he tocado el trozo de pastel que me
sirvieron en la fiesta, y soy la cena de miles de mosquitos porque, al parecer, logran
traspasar las bonitas mallas que me prestó la hermana mayor de Key.

Los invitados beben todo el licor como si no hubiera un mañana mientras que yo no puedo
evitar apreciar toda la casa desde afuera dado que estamos en el jardín.

Hay antorchas encendidas por todos lados y la música cambió drásticamente después de las
diez. Ahora alguna melodía suave y extranjera suena de fondo en medio de las carpas
instaladas sobre el bonito césped recién cortado.

No he sabido nada de Key debido a que continúa discutiendo-hablando-bailando con Mia.


Tampoco he vuelto a ver a la mujer que aseguró ser madre de la rubia aquí presente.

Hay varios señores mayores hablando de negocios y fumando como chimeneas; todo el
humo se va directo a mi cara ya que estoy justo en la mesa detrás de ellos.

Odio esto.

Necesito que Key me pague lo que me debe y así puedo pedir tranquilamente un taxi e irme
a casa. Sin esperar más tiempo, me levanto de mi asiento y empiezo a buscar en medio de
las masas por algún chico de cabello claro con aspecto de vaquero, pero no logro encontrar
a nadie que llene la descripción.

Me detengo frente a un chico muy alto y le pregunto si conoce a Key y si sabe dónde está.
No recibo ninguna respuesta a cambio.

—¿Cuántos tragos has tomado? —una chica bajita me agarra del codo y me lleva a toda
velocidad frente a una mesa para que me siente.

—No he tomado muchos, ¿por qué?

—Por que le estabas hablando a una palmera. Ahora, dime la verdad sobre mi hermano,
¿cómo se conocieron?

No digo nada por los próximos dos minutos y ella se está desesperando.

—Cuéntame.
—Bien, te va a sonar cliché pero… —me quedo callada de nuevo. No sé cuánto decirle a
ella, finalmente le cuento todo—: él me pagó para hacerme pasar por su novia.

La chica, que ahora reconozco como Pam, suspira y se reclina en su asiento.

—Lo sabía —creo que la he escuchado decir eso muchas veces—. Lo sospeché, mi
hermano se puso raro desde la mañana, cuando le dijeron que Mia estaba en el país e iba a
venir a la fiesta de mamá. Y de la nada aparece con una novia a la que jamás había visto.

Se queda pensativa por unos momentos y luego su atención regresa a mí.

—Bien, ahora yo te hago otra propuesta distinta a la de mi hermano —dice mientras cruza
sus brazos frente a su pecho.

Hago una mueca y visualizo a uno de los camareros con más de las deliciosas bebidas
rosadas.

—Estoy siendo muy cotizada esta noche —digo. Doy un pequeño hipo e inmediatamente
me llevo mi mano a mi boca, avergonzada por mi manera de actuar.

—Te pagaré para que hagas algo por mí… por mi hermano, mas bien. Noto que eres bonita
y con un carácter de acero así que…

—¿De acero? —la interrumpo— tampoco soy una regla, digo, no todo el tiempo soy tan
dura con las personas, yo no…

—De acuerdo, de acuerdo… déjame terminar.

Finalmente el camarero se acerca a nuestra mesa y le ofrece a Pam una bebida, pero ella la
rechaza. Yo trato de obtener una, y ella inmediatamente me da un golpecito en la mano.

—No bebas mientras discutimos de trabajo y cosas importantes.

Bajo la cabeza y el chico uniformado se va.

—¿En qué estábamos? —pregunta Pam—. ¡Ah, sí! Te voy a pagar para que finjas que te
gusta mi hermano.

Al decir eso, alzo la cabeza y la quedo viendo a la cara.

—¿Qué? ¿Por qué haría eso?

—Porque aunque él no me lo diga, sé que está mal por lo que Mia le hizo. Nunca la va a
superar si sigue enamorado de ella. Además, mataríamos dos pájaros de un tiro: hacemos
que se olvide de Mia, y apartamos a los buitres que andan tras él.
Me señala con la cabeza hacia una multitud de chicas apiladas viendo fijamente hacia una
dirección. Sigo sus miradas y finalmente noto a Key. Está sentado frente a Mia y ninguno
habla por los momentos. Mia tiene la mirada distante.

—Pero mi acuerdo con él era sólo por esta noche. ¿Cómo se supone que haga para
“conquistarlo” con mis encantos naturales si no vuelvo a verlo?

—Mmm… —ella parece pensarlo por un rato, finalmente dice—: déjame eso a mí. Yo me
encargó. Ah, una última cosa.

Trago saliva.

—¿El qué?

—No le vayas a decir nada a Key, por nada del mundo —levanta su mano para dejarme
bien en claro el asunto—. Ahora sí, ¿vas a prometerme fingir que te gusta?

Hago una mueca y desvío la mirada.

Me siento mal por lo que sé que voy a hacer.

—Está bien —digo —. Pero sólo porque ocupo el dinero… no porque me guste traicionar
los sentimientos de una persona… o engañarla.

—De acuerdo. Tú y yo tenemos un trato entonces.

Ella extiende su mano para estrechar la mía, y así cerramos el negocio.

7
Cómo supe que mis genes estaban infectados.

Rita
A veces ni una buena taza de café te salva para quitar de tu cara la amarga sensación de
despertar temprano un lunes por la mañana. Yo sin mi café diario me vuelvo una zombi
come cerebros que escupe fuego por la boca (o al menos eso me han dicho mis hermanos).

Hoy no es la excepción; voy arrastrando los pies por el suelo de cerámica barata y hablo en
monosílabos mientras retiro la lagaña de mis ojos. Anoche volví a quedarme dormida con el
maquillaje y la ropa puesta, y como hablo mientras duermo, mis cuerdas vocales amanecen
doloridas y mis labios lucen agrietados y resecos.

Voy directo a la cocina en busca de un vaso de agua y mi ración diaria de cafeína.


Detesto los lunes.

—Pareces una vagabunda —dice Rowen, el menor de mis hermanos.

Tiene siete años y está en la etapa de no moderar sus comentarios, o nada de lo que le pase
por la cabeza en ese momento, sea bueno o malo.

Él está sentado en la mesa de la cocina, comiendo cereal Froot Loops mientras mira las
caricaturas. Sus pies cuelgan de la silla y los mece de un lado a otro.

—¿Eh? —exclamo. No tengo fuerza para hablar en frases completas.

Me dirijo a tientas hacia la refrigeradora, saco el jarro de agua y me sirvo un poco. Bebo
con lentitud mientras trato de abrir bien los ojos y concentrarme en las labores pequeñas
como recordar si hoy me toca usar el uniforme rosa o el verde en el trabajo.

Enciendo la máquina para hacer café y tomo asiento al lado del niño.

—¡Pareces una vagabunda! —repite Rowen, me toca el hombro con la punta de su cuchara
para hacer su punto más factible, y luego vuelve su atención a su cereal, separando los
sabores y comiéndose únicamente los aros de color rojo.

Rowen fue producto de un amorío que tuvo mi madre hace siete años con un vendedor de
bienes raíces quien no quiso hacerse cargo del niño, así que ella tuvo el descaro de traérselo
a papá para que cuidáramos de él. La muy sinvergüenza lloró para que papá la perdonara y
la aceptara de vuelta en la casa; y como él carece de inteligencia (o respeto, amor propio,
orgullo y sentido de la dignidad), la aceptó aún sabiendo que nos iba a abandonar dos
semanas después para irse a vivir con otro hombre. Lo ha hecho desde que tengo cinco
años, cuando huyó con el dueño de un circo de mala muerte. Para ella es un hábito, para mí,
una molestia. No es ella quien cría a los niños, soy yo.

Lo mismo pasó con mi otro hermano, Russell, lo trajo a casa cuando yo apenas tenía tres
años, y lo dejó al cuidado de papá. Claro que él los quiere a los dos como si fueran suyos, es
un buen hombre pero algo tonto.

Cada vez que Rita Lane, mi madre, aparece en esta casa es para, o dejar tirado a un nuevo
hijo, o para pedir dinero cuando uno de sus amantes deja de darle. No ha aparecido desde
hace siete meses, y sus visitas son esporádicas. Ya nadie la extraña por aquí y los chicos no
saben si llamarla mamá o señora mientras ella les trae regalos baratos (del tipo que
encuentras a última hora en una gasolinera). Desearía que olvidara donde vivimos y nos
dejara ser felices, pero sabiendo que dentro de poco se quedará sin dinero, espero lo peor.

—¿Qué te pasó en la cara? Parece como si un payaso la hubiera vomitado —es lo primero
que dice Russell, mi otro hermano, entrando a la cocina con su uniforme escolar. Toma una
naranja de la cesta de frutas y comienza a jugar con ella, lanzándola al aire, de arriba abajo.

—¿Qué les pasa a ustedes dos? —les reclamo— ¿Por qué únicamente se empeñan en
decirme cosas feas?

—Mírate en el espejo, decirte bruja sería todo un cumplido.


Russell siempre ha sido sarcástico, peor ahora que tiene dieciséis años y actúa como si se
creyera el ombligo del mundo. Y no ayuda en nada el hecho de que es apuesto y las chicas
se revuelven al verlo. Hay varias que lo siguen de camino a la escuela y le dejan notas de
"Tienes un cabello increíble" o "¿Te han dicho que hueles a menta?" pegadas en sus libretas
de clase.

Le lanzo a él un poco del cereal que Rowen apartó de su plato, y cae justamente cuando está
abriendo la boca para hablar.

—Sean respetuosos con su hermana mayor, les advierto que dejaré de pagar el cable si se
siguen portado mal conmigo. ¡No habrá nada de Nickelodeon por las tardes!

—¡Oye! —protesta Russell, Rowen lo imita y hace lo mismo— Yo no miro Nickelodeon,


eso es para bebés.

—¡Sí, para bebés! —dice Rowen, aunque sé que le encanta ver Bob Esponja en ese horario.

—No me provoquen o dejaré de alimentarlos a ambos. Y antes que se me olvide, Russ, hoy
tienes que llevar al abuelo al barbero, el cabello ya le toca los hombros.

Instantáneamente él hace una mueca.

—¡Rita! Tengo una cita en la tarde.

—¿Con quién? —pregunto de manera sospechosa.

—Con Irene.

—¿La de pecas en la cara o la de cabello negro que ríe mal?

Veo cómo sus mejillas se colorean un poco.

—La de las pecas.

—De acuerdo, pero nada de ir al cine.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Elijan un lugar más… iluminado donde se puedan ver la cara.

—¿Crees que me aprovecharía de ella en una sala de cine?

Sé que si fuera yo la chica a la que alguien como él invitaría al cine, aprovecharía la


oportunidad. Creo que saqué eso de los genes de mi madre. Nótese mi grandioso ADN: el
alcoholismo corre por la parte de mi padre, y la lujuria sin freno, por la de mi madre.

—Tienes dieciséis —le recalco— yo a tu edad hacía cosas peores.

Él se queja y, en medio de protestas y quejidos, me dirijo a mi amada cafetera de segunda


mano que produce el delicioso líquido sin el que no podría despertar por las mañanas.

Mientras me preparo una taza, veo mi rostro reflejado en la superficie de la tostadora de


metal.

Ellos tienen razón, parezco un payaso... o una vagabunda. El lápiz labial se sale de mi boca,
y las sombras, que tan cuidadosamente había aplicado ayer, hoy son nada más que enormes
parchos que me dan el aspecto de un mapache.

Mientras espero a que el café esté listo, me dirijo al cuarto de baño para limpiar los restos
de una noche bastante extraña en el restaurante. Anna, mi amiga y compañera de trabajo,
estuvo distraída durante horas y parecía tener la cabeza en otro mundo. Al final, terminé
dejando que descansara un rato mientras yo continuaba atendiendo sus pedidos.

Cuando la noche acabó, yo era un desastre de pies a manos.

Ahora me limpio la frente con cuidado, llevándome los restos de un mal día, y justo cuando
estoy por terminar, escucho un grito de frustración venir de la habitación contigua, la de mi
papá.

Una de las grandes desventajas que tiene esta casa es que las paredes son tan delgadas que
parecen hechas de papel. Todo lo que diga en voz baja se escucha amplificado por cada
rincón de las habitaciones. Así que no me sorprendo cuando oigo la interesante
conversación que tiene papá y cómo parece que está al teléfono, discutiendo con alguien
más. Se oye molesto.

—¡No pueden hacerme esto! —dice él, oigo la desesperación en su voz—. ¡Tengo una
familia que mantener!

Resopla al oír la respuesta de la persona al otro lado de la línea.

—Está bien, muchas gracias por informarme.

Espera unos segundos y deja de hablar, por lo que creo que finaliza la llamada.

Regreso a la labor de quitar los restos de mi maquillaje y salgo del baño una vez que estoy
limpia y fresca.

Me encuentro con él en el pasillo, tiene sus ojos inyectados en sangre, y su cabello con
raíces canosas ha crecido más de lo usual. Él evita verme por mucho tiempo y camina en
silencio hacia la cocina en donde lo sigo y lo veo servirse café en una taza con forma de
gato que dice: “ten una mañana perrrrrfecta”. Russ se la compró por su cumpleaños hace
unos cinco años atrás.

—¿Todo bien? —pregunto casualmente.

Asiente con la cabeza y pretende buscar comida en los gabinetes en donde por lo general
guardo los condimentos y los cereales.

Sé que algo está pasando pero parece que no me quiere decir nada. Desde donde estoy
parada, a menos de dos metros de distancia de él, puedo oler su aliento a alcohol puro que
se mezcla con la pasta de dientes que usó para cepillarse esta mañana, y ahora también se
une con el café que se lleva a la boca.

Está a punto de ser despedido del trabajo si vuelve a llegar oliendo como a bar de carretera;
pero veo que saberlo no le da ni frío ni calor.

—¿Vas a ir a trabajar hoy? —me pregunta todavía sin mirarme a los ojos.

—Sí. Me voy a cambiar dentro de unos minutos, ¿por qué?

—Porque hoy me voy a quedar en casa; me siento mal y estoy cansado. Tomaré café y le
haré comida a tu abuelo. El viejo se levanta de mal humor si no hay una buena carne en el
desayuno, sabes cómo es.

—¿No te van a descontar este día de pago en el trabajo? No quiero ser la mala del cuento,
pero ocupamos el dinero más de lo que ocupamos que te quedes en casa. Además al abuelo
le estorba que haya gente alrededor cuando mira p-o-r-n-o barato en la televisión.

Antes que papá pueda argumentar algo, Rowen se escabulle bajo mi brazo y pregunta:

—¿Qué es porno?

Miro nerviosamente en dirección a papá y él se encoge de hombros, respondiendo


silenciosamente a mi pregunta de quién le enseñó a Rowen a deletrear.

Busco los ojos del pequeño bribón y me agacho hasta llegar a su altura.

—¿Ya sabes deletrear? —interrogo, mi voz suena estupefacta— ¿Cuántos años tienes?
¿Siete, verdad?

Por algo se supone que deletreo la palabra, para que no la entienda y no me haga preguntas
como ésta después.

—¡Claro! —responde alegremente— ¿Es alguna nueva serie? ¡Si es así yo también quiero
verla! —y sin previo aviso, el niño corre hacia el pasillo de las habitaciones y se mete en la
del abuelo. Todos oímos cuando grita—: ¡Abuelo, miremos porno!

Como dije antes, la depravación corre por nuestros genes. Es absurdo.

—¡Rowen, ven aquí! —grito, estoy histérica cuando Russ y papá se ríen.

Yo no lo veo gracioso.

Él sale de la habitación del abuelo y se para frente a mí.

—Dice el abuelo que no hay problema, piensa que estoy demasiado pequeño y que va a
arruidnar… arruirr… arruinar mi mente pero que nunca se es demasiado joven para
empezar.

Ruedo los ojos y me agacho para verlo directamente a la cara.

—En primer lugar, nunca se te ocurra mirar… esa nueva serie con el abuelo. Es sólo para
adultos aburridos que no tienen nada que hacer. En segundo lugar, ¿cuándo aprendiste a
deletrear?

El niño se encoge de hombros y se empieza a revisar las uñas de las manos.


—Te oí el otro día —dice para mi mortificación—, decías que han pasado años desde que
tuviste a-c-c-i-ó-n. Le pregunté a mi maestra qué significaba y ella me dijo que se sentía de
la misma forma… luego le pregunté a la mamá de To…

—Ya, está bien. No necesito todos los detalles —digo con mi cara ardiendo en vergüenza—
. Nada de escuchar y repetir conversaciones ajenas con la gente. Y si vas a hacer uso del
deletreo entonces dejaré de hacerlo.

Niega con la cabeza y regresa su atención a la pantalla del televisor en donde Dora la
exploradora intenta cruzar un pantano usando los colores del arcoíris. Buen niño.

Cuando vuelvo a alzar la vista para confrontar a papá, él ya no está. Se esfumó a la primera
oportunidad que tuvo de hacerlo. Pero la casa es pequeña y ningún sonido pasa
desapercibido.

Camino hacia su cuarto, y cuando estoy a punto de tocar la puerta, lo oigo hablar de nuevo
por teléfono.

—Soy yo otra vez. Lo entiendo...

Hace una pausa y luego continúa:

—Por favor Sr. Gaspar, necesito el empleo. No me despida… Yo sé pero...

Y no ocupo escuchar más porque esa sola frase tiene el poder de mandar a mi mente a
kilómetros de distancia.

Despidieron a mi padre. Lo despidieron y ahora la única persona que trabaja en la casa soy
yo.

Lo despidieron y tenemos deudas pendientes.

De repente sólo siento ganas de echarme a llorar. Pero no lo hago, Rita Day es demasiado
orgullosa como para dejarse llevar por las estúpidas lágrimas, así que simplemente me
quedo escuchando el resto de la conversación. La voz de papá se oye cansada y melancólica
a medida que pasan los segundos. Sigue suplicando por su puesto en la empresa de
publicidad Red Bird en donde comenzó siendo jefe del área de imprenta, y terminó
trabajando en la bodega. Antes, papá solía ser un buen hombre de negocios, pero luego
conoció a mi madre y su vida se arruinó por completo. Se dedicó a la bebida cuando ella
nos abandonó, y desde entonces no ha podido salir de ese vicio.

Me aparto de su puerta cuando termina la conversación y creo que me va a descubrir


espiándolo, así que me dirijo a mi propia habitación.

Me siento sobre mi cama por unos silenciosos segundos y distraídamente observo el mural
dedicado a los dioses del fútbol que abarca toda una pared de mi dormitorio. Recorte tras
recorte de periódico y revista, en donde apareciera el cuerpo o la cara de algún guapo
jugador de fútbol, se superponen para formar un enorme collage de piso a techo.

Lo comencé hace unos cinco años atrás cuando buscaba poner mi mente en una cosa y
olvidar los problemas, simplemente concentrándome en realizar pequeñas labores que me
mantuvieran ocupada.

Voy a tener que buscar un nuevo pasatiempo.

Cuando estoy más calmada, me dirijo hacia el baño y abro la ducha para restregar los restos
de un día que apenas comienza.

Al salir, y dirigirme a mi habitación, enciendo la radio y comienzo a pasar por las


estaciones hasta que elijo una local y me detengo al oír la melodía de una canción que se me
hace vagamente conocida.

A medida que avanza la música, empiezo a vestirme con el uniforme barato, vulgar y
denigrante que nos hacen usar en el restaurante (no me quejo porque me hace ganar más
propina) y empiezo a seguir el ritmo de la canción que está sonando, lo que sea por dejar de
pensar en el despido de papá y lo que eso significará. De todas formas, sé que él puede
conseguir otro trabajo... No, no puede. Ya tiene cuarenta y ocho años y es alcohólico
empedernido, nadie querría contratarlo. Sé que yo no le confiaría ningún puesto en ninguna
empresa.

Suspiro resignada y empiezo a abrocharme botón tras botón.

Entonces recuerdo que no todo está perdido porque aún queda la hermana de Key que me
ofreció una generosa suma si fingía enamorarme de su hermano. Pero hizo la propuesta
hace una semana y no ha tenido la decencia en llamarme o decirme qué hacer de ahora en
adelante, cómo proceder o cuándo vería de nuevo a Key.

Le dejé mi número de teléfono y ella me aseguró que estaba ansiosa por empezar el
"negocio" lo más pronto posible. Pero heme aquí, sin noticias de esa loca propuesta que de
seguro acabará en problemas.

Me muerdo el labio en busca de respuestas y pronto escucho a Russ gritar mi nombre


diciendo que se va a clases y se lleva a Rowen a la escuela.

Yo grito algo parecido a un agradecimiento.

Esa es básicamente la rutina de mis mañanas, con excepción de mi padre siendo despedido
de su trabajo.

*****

La hora del almuerzo es un caos en el restaurante.

Anna está a mi lado encargándose de la segunda caja registradora, y ambas estamos


sudando con la cantidad de gente que parece ir en aumento.
Ni que las hamburguesas que servimos fueran bañadas en oro, pero uno pensaría lo
contrario al ver a tantas personas absorbiendo lo poco del aire acondicionado que nos llega.

No pretendo fingir que no sé que los clientes masculinos se quedan viendo demasiado
tiempo a nuestro escote; de vez en cuando, principalmente cuando no falta un bastardo que
insinúe cosas cochinas, me gusta informarles que mantengo guardada una navaja suiza en
dicho escote, y que tengo un certificado aprobado por la escuela médica para realizar
castraciones.

Eso los asusta a la mayoría, creyendo en la seriedad que ven en mi rostro, pero ninguno
sabe que estoy mintiendo. Me gusta mantener mi reputación de patea traseros, que me hace
sentir más fuerte, a esperar que la gente me vea con debilidad o empatía.

Ugg, no soporto la simpatía ajena.

—Oh por Dios... —escucho susurrar de repente a Anna. Ella tiene los ojos de un tono gris
oscuro; su rostro es de forma ovalada y sus rasgos y figura son pequeños y femeninos.
Ahora tiene la boca abierta mientras mira atentamente en dirección a la puerta de entrada.

Dirijo mis ojos hacia donde ella ve, y mi boca se abre también.

Es Adam.

¿Será que la hermana de Key le pidió que viniera a buscarme? Pero parece imposible, yo no
le dije dónde trabajaba.

¿Ella me siguió?

—Caray —murmura Anna—. Ella es rápida.

Entonces veo una mano con uñas color fucsia arrastrándose por el hombro de Adam. Una
gran melena pelirroja es lo siguiente que mis ojos capturan.

—¿Qué? —murmuro en perplejidad. Miro a Anna y aprovechó la indecisión de la mujer


frente a mí (quien no sabe si escoger una hamburguesa con res y tocino, o una de pollo) y
agarro a Anna del brazo.

—¿Qué hace tu prima con él? —señalo disimuladamente en su dirección.

Ella inclina la cabeza y aparta la vista de ellos dos. La prima de Anna es una perra
maliciosa, una devora hombres que la buscan como si tuviera una vagina dorada.

Su nombre es Marie y tiene el cabello más anaranjado que haya visto.

Noto cómo ella sienta a Adam en una mesa cerca de una ventana, y se acerca hacia nosotras
a paso decidido.

—Conocimos a ese chico hace una semana y media —dice Anna rápidamente—. Me golpeé
con algo en la cabeza y él me ayudó a ponerme en pie y llevarme a un médico. Marie
intentó ligarlo pero jamás pensé que él caería tan rápido.

Hago una mueca de desagrado.

—¿No se supone que ella tiene novio? ¿Cuál era su nombre? ¿Wendel? ¿Menzel?

—Eder. Y yo también le reclamé lo mismo pero me aseguró que sólo está jugando. Ella
piensa que me creo eso.

—Zorra —digo con toda la intensión de mi alma.

La prima de Anna es una rata que no sabe pensar en otra cosa más que secuestrar hombres y
follarlos. Ninfómana maniaca. Pero como es la hija del dueño del restaurante, me veo en la
obligación de comerme mi mueca y besarle las rodillas de ser posible.

Entonces veo en dirección a Adam, quien está sentado con las piernas abiertas; tal vez no
vino con la intensión de buscarme. Pero si no es así, el mundo es una pequeña bola de
coincidencias.

Marie finalmente se acerca hasta la caja registradora de Anna y no respeta a la mujer


anciana pidiendo aros de cebolla que está ordenando su comida.

—Oye, prima, ¿aun recuerdas a Adam Walker? —dice apartando a la mujer y poniéndole
mala cara—. Lo invité para un almuerzo en el restaurante de papá. Me gustaría que nos
llevaras a la mesa unas cuantas cosas.

Entonces se puso a nombrarle casi todo lo del menú hasta que concluyó su orden con las
bebidas.

—Ah, y ya sabes, la factura va por la casa. Soy la hija del dueño, tengo privilegios.

Luego voltea a verme, tiene un mechón de pelo enroscado en el dedo.

—Rina, ¿cierto?

—Es Rita —digo con voz aburrida.

—Oh, claro. La mesa en la que estamos está sucia, deberían limpiar más este lugar. Ve y
trata de no espantar a mi chico.

Con eso ella se da media vuelta y camina de regreso a su mesa.


La odio. Me trata como si fuera invisible. La detesto.

Marie siempre trata de hacer sentir inferiores a todas las personas, pero con Anna es peor.
Le gusta restregarle su perfecta vida en el rostro y hacerla sentir que vale menos que ella.

Es odiosa.

—No te molestes —me dice Anna—, iré yo.

—No, voy yo. Quiero dedicarle unas cuantas palabras a tu prima.

Anna me detiene por el brazo.

—Ni lo sueñes. Voy yo. Además, nunca le di las gracias al chico por llevarme.

Curioso. Ella conoció a Adam en un accidente, y yo conocí a Key en un accidente también.

Juraría que el destino tiene una forma curiosa de llamar la atención.

Veo a Anna encargar el pedido de su prima, y, porque no puedo resistirme, me ausento un


momento de la caja para acercarme a Dulce, la chica que está haciendo las hamburguesas.

—Mmm —Dulce tiene un estilo gótico muy marcado. Usa una gruesa capa de delineador
negro bajo los ojos, y constantemente se repasa la boca con labial oscuro. Cliff le tiene
miedo y por eso no la hace vestir como a las demás, pero eso no detiene a Dulce para usar
su propia ropa con calaveras y sus anillos con esqueletos de pescados.

—¿Ocurre algo? —me pregunta ella.

—Es que… Cliff te está buscando. Me pidió que me encargue de la comida.

Soy muy buena mintiendo. Aprendí que el truco está en no dejar de ver a las personas a los
ojos mientras mientes.

Dulce asiente con la cabeza y me deja a cargo de armar las hamburguesas.

Sé que Marie detesta la cebolla así que tomo la orden de ella, la que está etiquetada como
“sin cebolla”, y mientras nadie está cerca para mirarme, desenvuelvo la hamburguesa de su
envoltura de papel, y escupo encima de la lechuga. Luego la tapo con el pan de sésamo y
empiezo a cubrirla de nuevo en su paquete, antes de que pueda avanzar más, una mano
detiene a la mía de seguir con mi labor.

—¿De verdad piensas entregar eso?

Entonces veo el arrugado rostro de Mirna.


—Por todos los cielos, Mirna, me asustaste —le digo, llevo una mano hacia mi acelerado
corazón.

—¿Para quién es?

Miro con franqueza hacia sus ojos; Mirna tiene cerca de cincuenta años y una vida sexual
muy activa (ella se encarga de contárnosla siempre que puede). Es parte del equipo de
limpieza, y creo que está enamorada de Cliff. No lo sé, sólo lo he escuchado de boca de
Anna. Pero sé que puedo confesarle la verdad sin meterme en problemas.

—Es para la pelirroja —señalo más allá de la cocina, hacia las mesas.

Mirna mira en su dirección, luego toma la hamburguesa que escupí, y para mi sorpresa, la
escupe también.

—¡Eso es asqueroso! —le digo tapándome la boca. Salió algo de color amarillo espeso.

Mirna se encoge de hombros.

—Puede pasar como mostaza.

Me encargo de ponerle alguna salsa rosada encima para que no vaya a notar el sabor.

—No puedo entregarle eso a Marie. No soy tan mala.

—Si tú no puedes, lo haré yo. Estoy cansada que esa niña venga y me diga qué es lo que
estoy haciendo mal con la limpieza y con mi vida. El otro día tuvo el descaro de decir que te
veías como una embarazada.

—¿Qué?

—Sí, luego se puso a hablar mal de Annita, ¿puedes creerlo? ¿De Anna? Dijo algo acerca
de condones y… me parece imposible creerle.

—Pero es que no podemos dejar que ella coma esto. Es asqueroso.

—Se lo merece. Dame a mí… no importa si es lo último que hago en toda mi vida, pero no
descansaré en paz hasta que ella lo pague al menos de esta forma.

Ella me arrebata la hamburguesa y empieza a envolverla hasta dejarla en perfecto estado.

Agarra la bandeja con el resto de las cosas que Marie pidió, y comienza a avanzar para
llevárselas.

Anna la intercepta en el camino y la escucho decirle que ella se va a encargar de llevárselas.


Pero conociendo a Mirna, estoy segura que quiere ver a Marie directo a la cara cuando le dé
una mordida a la hamburguesa.

Esto no pinta nada bueno.

Mirna termina llevándole la hamburguesa a Marie, y espero que no sea Adam quien termine
comiéndola. Tal vez se la merece por andar detrás de semejante rata de alcantarilla.

—Cliff no me estaba buscando —escucho a Dulce acercarse a mis espaldas—. ¿Qué miras?

—Mirna y yo escupimos en la hamburguesa de Marie… y ahora ella la está mordiendo.

Hago una mueca de asco. ¿Por qué hice eso? Seguramente lo va a notar y entonces seré
despedida más rápido que papá.

—¿Escupieron la hamburguesa de alguien y no me lo dijeron? ¡Qué clases de amigas son!


Para la próxima inclúyeme también en la broma.

—Créeme, si ella no lo nota en esta ocasión, repetiremos todo en su próxima comida.

Sí, soy mala. Pero ella de verdad se lo merece. Además, está en mi código genético y no
puedo luchar en contra de eso.

8
Cómo comenzó el juego

Key

Soy un hombre de gustos sencillos. No ando presumiendo mis mierdas a la gente que tiene
menos que yo, y definitivamente no soy de los que se acuestan con diferentes mujeres todas
las noches y se despierta con resaca por las mañanas.

Sí, tengo pasatiempos caros pero ser mujeriego nunca ha sido cosa de bromear para mí. No
sé cómo, los chicos que conozco, logran hacerlo con éxito. Yo estaría harto después de la
tercera salida. Eso no quiere decir que no se me acelere el pulso o se me caliente la sangre
al ver a una chica atractiva con la que fácilmente podría perderme por un par de horas, pero
luego llegaría el remordimiento de usarla sólo para un revolcón. Y ese remordimiento es mi
talón de Aquiles.

Es por eso que mis hermanas se pasan metiendo en mis relaciones y mis citas. Creen que
me porto demasiado bien y que hay muchas aprovechadas dispuestas a vaciarme los
bolsillos. Así que cuando traje a casa a Mia, una chica que me iguala o me supera en dinero,
ellas encontraron otros defectos que ni siquiera existían.

Piensan que ella sólo me utilizó para ganar fama y popularidad ante la gente de sociedad.
Sí, conozco a personas interesantes y que gozan de ciertas fortunas, pero ellos eran en
mayoría los contactos de mis padres, no míos. A mí siempre me gustó valerme por mí
mismo y no por el apellido de mi familia.

Pienso en todo esto mientras subo las escaleras y voy a paso rápido hasta detenerme frente a
la puerta de la habitación de Pam.

Entro abruptamente y paso sin necesidad de anunciarme o tocar; de todas formas la he


encontrado en tantos estados que no me importa cómo o con quién está ahora.

Un estante lleno de libros me recibe en la entrada, y puedo escuchar música sonando desde
su portátil mientras ella está recostada sobre su cama, boca abajo, leyendo un libro de
contabilidad y marcando las páginas con etiquetas de colores.

Al parecer ella no es la única ocupante, ya que mi otra hermana, Eileen, también se


encuentra en el lugar, sentada sobre un mueble rosado chillón, hojeando una revista.

Ambas alzan la vista al verme, y Pam baja su libro mientras comienza a examinarme de pies
a cabeza.

—¿Por qué estás lleno de lodo? Vas a ensuciar la alfombra —dice de mala gana.

—Me importa una mierda la alfombra. ¿Me puedes explicar quién le pinchó la llanta
delantera a mi auto?

Estoy respirando con dificultad, mi pecho sube y baja y mi ritmo cardiaco parece
descontrolado.

Pam aprieta los labios y se cruza de brazos.

—¿Estás insinuando que yo tuve algo que ver?

—No. Estoy asegurando que fuiste quien lo hizo. Lo que quiero saber es por qué.

—Leen —dice Pam sin despegar sus ojos de los míos—. ¿Acaso me he movido de esta
habitación en todo el día?

Eileen niega con la cabeza, interesada más en su revista que en mi conversación con Pam.

Suspiro audiblemente y me paso una mano por la cara, frustrado y con deseos de lanzar
cosas al aire.

—Sé que fuiste tú —la vuelvo a acusar—. Mi vehículo estaba bien ayer por la noche; tú le
pinchaste las llantas. Las dos.

—¿Y para qué haría algo como eso? Tengo mejores cosas que hacer.

Doy un resoplido y comienzo a formar puños con mis manos.

—Fácil. Sabías que hoy se iría Mia de vuelta a Berlín. Pero dime, ¿creíste que eso me iba a
detener de llevarla al aeropuerto o de despedirme de ella? No entiendo por qué insistes en
meterte en mi vida.
Eileen deja su revista a un lado y comienza a prestar atención a la conversación.

—¿Eres tan patético como para llevarla al aeropuerto? —me pregunta. Después de unos
segundos comienza a reírse— ¡Ella te fue infiel! Y ya sabes lo que dicen: infiel una vez,
infiel por siempre.

—¡Mia y yo hablamos! —grito, siento que tengo que defenderla de alguna manera—.
Quiero que las cosas con ella vayan bien. No tienen por qué meterse.

Pam rueda sus ojos y regresa la atención a su libro.

—Mejor vuelvo a meterme en los números —dice mientras continúa leyendo y balanceando
sus pies al ritmo de la canción.

—Pam...

—Mira, no entiendo cómo alguien que juraba amor eterno hacia la "novia" que nos presentó
hace una semana atrás, hoy esté furioso porque quisieron sabotearle su movida con su EX.
Y ni siquiera es una buena ex, es una desquiciada que te dejó en depresión cuando te partió
el corazón porque la encontraste sobre su "psicólogo" haciendo la posición del misionero
versión salvaje.

—Eso ya es pasado —murmuro suavemente. No quiero reconocer que probablemente ella


tenga razón. Las imágenes de esa noche nunca se saldrán de mi cabeza.

—¿Pasado? La bruja te quebró por completo, te hizo polvo y escupió sobre lo que quedó de
ti; pero claro, anda, ve a cagarte en tu nueva relación con esa muchacha, ¿cuál era su
nombre? ¡Rita! Ve, arruina la última oportunidad que tienes de no ser el perdedor que
quedó babeando por Mia Makowski.

—Tú no entiendes nada...

—No, Key. El que no entiende aquí eres tú. Esa chica es como un cáncer maligno; una vez
que crees que está fuera, siempre termina apareciendo e infectando nuevas zonas. Pero
claro, no me escuches, a ver si eso te sale bien.

Ella cierra el libro de un golpe, y luego sale furiosa hacia la puerta que conduce a su baño.

Suspiro en derrota mientras me siento en su cama.

Eileen carraspea e inmediatamente me vuelvo a verla.

—¿Y al fin? ¿Por qué estás lleno de lodo? —me pregunta.

Miro hacia abajo, a mis zapatos embarrados, y a la mitad de mis pantalones mojados y
sucios. Hay salpicaduras de lodo por toda mi camisa blanca.

—Tuve que tirarme al suelo para cambiar la llanta, el vuelo de Mia se acercaba y su madre
terminó llevándola al aeropuerto. Hasta después se me ocurrió pedir un taxi.

Soy como plastilina en sus manos, y ella lo sabe.


—¿Acaso estoy actuando mal por quererla de nuevo en mi vida? —le pregunto a mi
hermana después de unos segundos.

Ella se rasca la barbilla pensativamente antes de responder:

—Tu problema es que te aferras demasiado a las cosas del pasado. Me recuerdas a los
faraones que tuvieron que ser enterrados con sus pertenencias más valiosas porque no
aprendieron a dejar ir... ¿sabías que eran tan egoístas, que cuando morían, sus sirvientes
eran obligados a morir con ellos? Bebían veneno frente a sus tumbas y luego caían inertes al
suelo.

—No entiendo qué tiene que ver conmigo.

—Pues que inconscientemente estás haciendo lo mismo. Nos estás arrastrando a todos a lo
que será tu entierro si insistes en cometer el error de seguir con una chica que no aprendió a
respetarte. Que te sea infiel quiere decir que no te respeta y que nunca lo hizo; no esperes
ahora a que deje los malos hábitos, va a seguir haciéndolo con o sin tu supervisión. Perro
viejo no aprende trucos nuevos.

Antes de poder preguntarle más, ella se levanta del sofá felpudo y camina hacia la salida sin
decir nada.

Eso es lo que pasa entre mis hermanas, Pamdora es el fuego, mientras que Eileen es el agua,
capaz de apagar ese incendio que Pam vive provocando.

¿Y yo? Yo soy un títere en medio de esas dos.

Suspiro cansado. Llevo una mano hacia mi rostro y pienso en lo que me ha estado diciendo
Mia desde la noche de la fiesta. Ella quiere que volvamos a ser como antes, quiere que
comencemos a retomar nuestra amistad, y después me aseguró que haría todo lo posible por
recuperar mi confianza y regresar a la relación estable que teníamos.

Prometí no meterme de nuevo en estas situaciones, ahora no estoy seguro de qué creer. El
tiempo se encargó de hacerme olvidar esos sentimientos de odio que tenía con ella, y ahora
se me hace fácil perdonar.

Me levanto de la cama de Pam y salgo hacia su balcón que tiene vista a las canchas de tenis
detrás de la casa. Saco un cigarro de mi bolsillo trasero y fumo para despejar mi mente.

Mia se despidió de mí esta mañana, la noté distinta, cambiada. Sé que ya no es la misma y


no me estoy basando en un presentimiento. Me baso en lo que vi, en los hechos que me
demostraron que ella cambió para mejor. Además las cosas con Rita son de mentira. Para
que Pam no sospeche nada, estaré diciéndole que ella y yo no hacíamos buena pareja y al
final dejamos todo antes de complicarnos más. Lo último que quiero es una relación ficticia
para aumentar la tensión.

Termino lo último de mi cigarrillo y cuando me dispongo a entrar al dormitorio, ella sale


del baño, sujetando contra su oreja el extravagante y caro teléfono celular que papá le
financió.

Me asomo disimuladamente entre las cortinas que tapan la vista al balcón, y veo que habla
en total modalidad de negocios mientras aplica algún líquido rojo a sus labios.

—Mira, te necesito entre hoy o mañana —dice a la otra persona, retoca su maquillaje frente
al espejo de cuerpo entero y se pellizca las mejillas—. Usa un vestido, algo de escote para
mantener entretenido a Key por un rato.

Ahora estoy escuchando con más atención.

—Yo sé, eres una chica perfectamente capaz de conquistar a alguien sin necesidad de
mostrar piel pero... Bien, solo ponte algo que lo deje desequilibrado por al menos unos
segundos. ¿Tienes algún plan preparado?... De acuerdo, podemos improvisar… ¿Gas
pimienta? ¿En serio? Chica, eres mi modelo a seguir… ¿también una navaja suiza? Wow.

Cambio mi posición y me acomodo contra la pared, esta vez no estoy tratando de ocultarme
y no me importa si me ve o no.

—Perfecto entonces. Te mandaré un mensaje con la dirección; lo llevaré a un club esta


noche, será mejor que él no sospeche nada. Si surge algún cambio de planes yo te aviso,
Rita.

Oh, ¿Rita? ¿La misma Rita que yo conozco?

—Sí, sí. Pago por adelantado, ya me dijiste… Bien, nos vemos.

Pam termina la llamada y sigue sin fijarse que estoy con un pie afuera y el otro adentro de
su dormitorio.

Finalmente se da la vuelta y me ve ahí.

Abre sus ojos como si estuviera a punto de ser atropellada por un tren de carga y sabe que
no puede salirse del camino. Está frita.

—N… no… ¿qué… cua…? —balbucea sin control. Entonces sacude su cabeza y respira
hondo antes de intentar hablar de nuevo—. Pensé que ya no estabas en la habitación.
¿Todavía no has ido a comprar un boleto de avión para perseguir a Mia hasta Berlín?

Niego lentamente. Ni siquiera despego mis ojos de los suyos.

—¿Con quién hablabas?

Ella se pone nerviosa. Puedo decirlo porque comienza a presionar sus uñas contra la palma
de su mano.

—Con Arnold, mi novio, el chico de anteojos, ¿recuerdas?

—Qué curioso. Por un momento pensé que hablabas con Rita.

—¿Rita? No sé de qué hablas.

Me despego de la pared y me paro frente a ella, cruzándome de brazos y luciendo mi


intimidante estatura contra la suya; aunque creo que hasta una cría de doce años le ganaría
en intimidación por altura.
—No te hagas la tonta que eres demasiado inteligente como para ignorarlo. Rita, la chica
que traje al cumpleaños de mamá. ¿Por qué hablabas con ella?

—Porque le pedí su número… solo trato de hacer lo que una buena cuñada haría.

Camina hacia el espejo y comienza a cepillarse el cabello. Su mano tiembla ligeramente y


se arranca algunos mechones sin siquiera notarlo.

Voy tras ella y me siento en el sillón que antes ocupaba Eileen.

—No me mientas Pamdora —hago más pronunciada la m en su nombre, y ella se


estremece.

—Odio que me digas Pamdora —imita mi pronunciación—. Mamá estaba drogada cuando
me puso ese nombre, ella misma lo admitió, hasta lo deletreó mal a propósito.

No es sorpresa alguna que todos en la familia saben que Pam fue fruto del amor adolescente
y desenfrenado que tenían nuestros despreocupados padres. Ella fue una sorpresa
inesperada en medio de pleno viaje a Turquía, cuando ambos pensaron en huir y casarse en
secreto. A mamá le pareció gracioso cómo la vida era una caja de pandora, y así nació el
nombre de Pam. Para que fuera original, ella intercambió la n por la m en el nombre. Pam lo
odiaba.

—No cambies de tema, Pam. Dime, ¿por qué específicamente le vas a pagar a Rita?

—Yo…

—Pamdora…

—¡Está bien! Pero no te vayas a enojar, lo hice con las mejores intenciones —respira hondo
y suelta todo de un resoplido—. SéqueRitanoestunoviadeverdad.

Se lleva las manos a la boca y me mira con los ojos bien abiertos.

Me incorporo en el sillón y la observo detenidamente. Ella es más astuta de lo que creí.

—¿Cómo lo supiste?

—Oh por favor —rueda los ojos—. Eres demasiado santurrón como para atreverte a usar a
una chica sólo para que Mia supiera lo bien que te va sin ella. Era obvio que tuviste que
pagarle o devolverle de alguna manera el favor.

—¿Y por qué estabas hablando con Rita si sabías que no somos novios reales?

Pam hace una mueca, y aunque tengo mis sospechas sobre de qué va todo, quiero que ella lo
diga en voz alta.

—Porque… —hace una pausa.

—¡Dilo! —grito, levantándome de mi asiento.


—¡Porque le pagué para que te enamorara!

Rita

Estoy en serios problemas. Puedo decirlo ya que reviso mi armario y no encuentro ni un


solo vestido “provocador” para usar esta noche en el club al que la hermana de Key me
invitó para hacer una “casual” aparición.

Soy un asco tratando de coquetear a propósito: me sudan las palmas de las manos, mi labio
inferior tiembla, y tiendo a crear silencios largos e incómodos que termino rellenando con
chistes que no son graciosos. Pero ocupo el dinero si no quiero comenzar a vender mi
cuerpo al mejor postor… aunque si dicho postor es guapo y tiene apariencia de modelo o de
Matt Bomer… lo pensaría dos veces.

—¿A dónde vas? —pregunta Russell mientras trato de sacarme el flequillo de la frente a
punta de soplidos.

—A una fiesta. Ya pedí pizza y alitas para ustedes. Pero sólo será por esta noche, mi jefe
me dio un bono y no lo puedo cobrar a menos que sea en una cadena de restaurantes de
comida rápida.

Sigo rebuscando en mi armario, y pongo a un lado la ropa casual que no me serviría ni para
entrar en las afueras de un bar de categoría.

—De acuerdo —Russell se va de mi cuarto y desaparece en el baño.

Estoy a punto de llamar a alguien para que me consiga un vestido, cuando veo de repente la
tela de uno de los uniformes que Cliff nos obliga a usar en el trabajo.

Es verde menta y tiene una abertura en la parte frontal, desde la rodilla hasta casi rozar la
cintura. Usualmente lo usamos para eventos privados en donde algún sujeto estúpido alquila
todo el local, pero la última fiesta que se realizó fue hace seis meses, para Marie, la prima
de Anna.

Lo sostengo contra mi cuerpo y comienzo a verme en el espejo. Pam me envió un mensaje


hace una hora para confirmarme el nombre del lugar: Bahía Azul. Y la dirección.

No tengo auto pero no se me dificultaría pedir un taxi. Todo sea por la paga inmediata.

Esta noche lo único que quería era tomar té helado, ver una buena película de miedo, no
dormir por la noche (atemorizada pensando en la película), y finalmente recibir el sábado
para ocuparme de diseñar nuevas frases favoritas del libro Hush Hush y luego subirlas al
foro “Violemos a Patch”.

Gata Fiera, una de las administradoras de la página web, está furiosa conmigo porque estoy
descuidando mi sección de “Pregúntale a Cipriano” en donde he recibido muchos puntos
acumulados por mi precisión para responderles a las chicas enamoradizas y pervertidas que
alberga el foro.
Suspiro dándome cuenta que tendré que posponer aún más mi secreta obsesión si es que
quiero tomar otro trabajo y ayudar con las cuentas y los gastos extra de mis hermanos. Ellos
cuentan conmigo, y aunque Russell reciba media beca en deportes, y que Rowen cuente con
el dinero de la jubilación del abuelo, todavía hay muchas cosas que no se pagan solas. Ojala
no existiera el dinero, ese pedazo arrugado de papel que tiene todo el poder de etiquetarte en
una jerarquía. O estás abajo o estás arriba.

Sacudo la cabeza y miro la hora en la pantalla de mi celular; me impresiona encontrar otro


mensaje de Pam esperando por ser leído.

“Ya estamos en BA, apresúrate”

Suspiro de nuevo y pongo música mientras salgo corriendo al baño para empezar a
cambiarme.

Después de cuarenta minutos de tratar de lucir presentable, maquillo mi rostro con escaso
maquillaje y me dirijo a la sala para ver si alguno de los hombres de la casa quiere
escoltarme.

Mis zapatos de tacón alto resuenan por el piso y me hacen doler los pies cada vez que doy
un paso. Pero son hermosos, y nadie dijo que la belleza fuera fácil.

Lo primero que huelo al entrar a la habitación es el inconfundible olor de la pizza y la salsa


ranchera de las alitas de pollo. También escucho el televisor a un volumen más allá de lo
saludable, y oigo al presentador de la Ruleta de la Suerte comenzar a preguntar consonantes
o vocales. Al parecer el concursante se equivoca de letra porque el público abuchea.

Todos están viendo fijamente la televisión, y noto que van, como es usual a esta hora,
usando nada más que la ropa interior, sentados en el sofá, royendo los huesos de las alitas.

Rowen está en el suelo, cruzado de piernas y enseñando sus calzoncillos del hombre araña.
Russ está en un bóxer cuadriculado que creo le pertenecía a mi padre cuando tenía su edad,
y papá y el abuelo lo llevan blanco… bueno, el del abuelo luce más amarrillo que blanco.

—¡Ya me voy! ¿Alguien quiere escoltarme? Es a unas calles lejos de aquí —anuncio. Nadie
me escucha. Concentrados en la televisión.

—Me voy a ver con un chico —digo con voz cantarina. Al parecer soy menos importante
que la palabra que tratan de adivinar en el televisor.

—Genial, no se preocupen. Estaré vendiendo mi cuerpo para pagar la Universidad,


regresaré en un par de horas, cuando haya hecho dinero.

Nada.

Grandioso. Y la gente dice que no existen los zombis. Yo estoy viendo a cuatro de ellos
consumidos por la televisión.

Doy un resoplido mientras salgo por la puerta principal y me aseguro de cargar mi juego de
llaves, mi gas pimienta y, entre mi sujetador, una mini navaja suiza (regalo del abuelo). Una
mujer tiene que prepararse para andar sola por las calles.

Llego al club más o menos después de veinte minutos. Le pago al taxista y rápidamente me
fijo en la enorme cola de gente que espera en las afueras del edificio para poder entrar, a
pesar de que deben ser apenas las ocho de la noche y se supone que lo mejor comienza a las
diez.

Pam dijo que me adelantara a la fila y que me acercara al gorila vestido de negro, llamado
Bruno, para que me dejara entrar en nombre de la familia Miller.

La gente me abuchea cuando el tipo me deja pasar sin siquiera revisar mi identificación, y
oigo reclamos de todo tipo. Les sonrío presumidamente cuando paso, aprovechando mis
quince segundos de fama.

El lugar por dentro es lujoso desde cada ángulo. Las paredes están forradas con algún
material textil, y el piso es negro y brillante. Hay jaulas coloridas colgadas del techo, en
donde hermosas mujeres se mueven. Las mesas y el área para sentarse o comer, están
ubicadas en las orillas, rodeando las paredes, dejando un espacio en el centro del local para
que la gente pueda bailar.

Una famosa canción de Rihanna suena a todo volumen, y veo camareras con diminutos
uniformes cargando botellas de Vodka en bandejas plateadas. Los asientos son como
pequeños cubos iluminados, y la barra de bebidas es en realidad una pecera sellada en
donde los peces nadan despreocupados mientras la gente bebe. Incluso hay una gran pared,
detrás de todas las botellas de licor, en donde sale agua desde el techo al piso. Es una
mezcla ecléctica que combina a la perfección.

Pam me dijo que iban a estar en la zona VIP, en una habitación privada. Comienzo a buscar
las zonas privilegiadas, hasta que las veo, a lo lejos, cerca de otra pared de agua.

Cuando me acerco, compruebo que están en un nivel superior, con vista libre hacia la barra
y la pista de baile.

Subo con cuidado los siete escalones que separan el espacio, y casi choco contra dos gorilas
haciendo guardia e impidiendo el paso con una cadena.

—¿Nombre? —gruñe uno de ellos.

—Rita Day —le grito al oído. Él comprueba mi nombre en la lista de su iPad, y asiente al
otro para que suba la cadena.

¡Cuánto misterio! ¡Y tampoco me pidieron identificación!

Inmediatamente noto que el suelo del área VIP es demasiado distinto al de todo el local.

Abro la boca y trago saliva mientras miro absorta la pecera sobre la que estoy parada, ¡hay
peces fluyendo en el agua bajo mis pies! No, espera, son tiburones.

—Trata de no abrir más la boca —dice alguien a mi lado—. Se te puede quebrar la


mandíbula.

Intento recomponerme, pero todo es tan… surrealista. Es definitivo: los ricos ya no saben
qué más hacer con su dinero.

Trago saliva mientras me fijo en el chico que me habló hace poco. Es Key, luciendo
siempre como un vaquero.

—¡Pero mira quién es! —trato de lucir sorprendida y culpable— ¡Key! ¿Qué haces aquí?

—Vaya, vaya. Qué casualidad, ¿cierto?

Me dedica una sonrisa brillante; algo que se me hace extraño, y luego me pasa un brazo por
el hombro.

—Ujum —asiento algo confundida. No parece afectado de verme en público, en donde sus
hermanas se encuentran y supuestamente piensan que yo salgo con él.

—No sabía que frecuentabas esta clase de clubs —dice cerca de mi oído.

—Me invitaron —miento.

—¿Ah, sí? ¿Quién?

¿Quién? ¿Por qué quería él saberlo?

Miro a todos lados, tratando de encontrar a su hermana de alguna manera pero no la veo por
ningún lado.

—Mi prima —respondo sin saber qué más decir.

—¿Y dónde está tu prima?

Volteo a ver en todas direcciones, pero hay mucha gente en el área VIP.

—Mmm... —noto a una chica de cabello negro a unas cuantas mesas de distancia, alzando
una copa hacia un grupo de chicas, y leo el cartel que alguien debió haber puesto sobre su
mesa: "Despedida de soltera de Mercy. Sí, por fin alguien lo suficientemente loco como
para casarse con ella" —allí está, esa es mi prima.

Key mira a la dirección que señalo, reduce sus ojos y busca entre la multitud.

—¿Vienes a una despedida de soltera? —me pregunta mientras lee detenidamente. Luego
llama a un camarero y toma uno de los tragos que precariamente balancea en su bandeja, me
ofrece uno y me lo tomo todo inmediatamente.

—Sí, y me están esperando.

Hago el intento de avanzar en su dirección, pero Key me retiene del brazo.

—Te acompaño —dice solamente. Entonces ambos comenzamos a caminar en dirección al


grupo—. Hoy le dije a mis hermanas que lo nuestro no iba a funcionar. Así que si te las
encuentras por casualidad, actúa como si estuvieras desolada.

—De acuerdo, aunque para que conste: yo nunca me echaría a llorar por un chico. Mis
lágrimas tienen un precio caro y rara vez me vas a ver desperdiciándolas en cosas tan
banales. Y dime, ¿qué tal todo con tu ex novia?

Key se detiene para verme de lado, y luego me sonríe.

—Regresó a Berlín. Pero cuéntame, ¿por qué son tan valiosas tus lágrimas? No lo entiendo.

—Claro que no entiendes—refunfuño—. Cada gota de lágrima es equivalente a renunciar a


un poco de tu orgullo... Y soy demasiado orgullosa para eso.

De repente siento una mano en mi espalda baja mientras caminamos, es de Key.

Me giro inmediatamente para verlo a la cara, y le doy una fuerte palmada en la mano.

—¡Au! ¿Por qué hiciste eso? —dice masajeándose la mano.

—Si vuelves a intentar poner una mano en lugares poco apropiados para un caballero, te
rompo los dedos uno por uno. ¿Entendido?

—Eres una salvaje.

—Y tú un aprovechado, ¿nadie te enseñó a mostrarle respeto a una mujer?

Sé que estoy siendo irracional, pero nunca he sido buena en ser sumisa y coquetear
abiertamente. Este es mi único mecanismo de defensa.

—¿Qué tiene que ver el respeto con simplemente apoyar mi mano en tu espalda? Otra chica
consideraría esto como un gesto romántico.

—Yo no soy otra chica, vaquero. Ahora piérdete, tengo una despedida de soltera a la que
asistir.

Los ojos de Key se redujeron, mirándome con sospecha.

Ya casi estaba cerca de la chica de pelo negro con la exótica y llamativa joyería que se le
pegaba a la piel y al escote, así que me detengo y tomo la mano de Key.

—Deberías irte —le susurro con pánico.

—¿No me vas a presentar a tus amigas? No seas maleducada.

Él alza una ceja y me sonríe con desdén.

Nos detenemos frente al grupo de chicas que beben y ríen ruidosamente.

Ellas se callaron al vernos parados sin decir nada.

—Hola, chicas —saludo incómodamente. Espero no ser atrapada en mi mentira—, hubiera


venido más temprano pero mi hermano menor se rompió el pulgar jugando en la
Playstation, ya saben cómo son los chicos de ahora.

Nadie dice nada, y un par se miran entre ellas y fruncen el ceño.

—Este es Key —lo presento ante las desconocidas. La de pelo negro amplía los ojos y
sonríe hacia él.

—Claro, lo entiendo —dice ella en medio del silencio aterrador que nos envuelve—. ¿No se
suponía que tenías que venir disfrazado como motociclista? Oh, pero no importa, tienes
buen trasero. Ahora muéstralo.

Saca un fajo de billetes de menor denominación y los deja sobre la mesa.

Comienzo a reírme cuando veo que piensan que él es stripper.

—Sí —bromeo— Sacude un poco ese monumento.

Noto que él se pone incómodo y su rostro palidece de un segundo a otro.

Se aclara la garganta y me pide ayuda con los ojos. Yo simplemente sonrío y lo saludo con
la mano.

—En realidad —dice él— yo no soy parte de la… compañía masculina que solicitaron.
¿Rita, podemos hablar por un segundo?

No espera a que acerque sino que me toma de la mano y me jala en contra de mi voluntad
para llevarme casi al otro lado del local.

Key

Estamos cerca de la mesa en donde mis hermanas esperan pacientemente, y me detengo


antes que la pequeña mentirosa las vea y pueda ser advertida de lo que le espera.

Sonrío malévolamente y no dejo ir su mano en ningún momento.

Ella empieza a sacudir mi brazo para que la suelte, pero no pienso hacerle la vida fácil.

Por órdenes mías, mi hermana la citó esta noche.

Tal vez Rita piense que va a tratar de conquistarme a mí, pero lo que no sabe es que yo
pienso hacerlo lo mismo con ella. Este es un juego que se juega en pareja.

El dinero se lo dejaré como un bono para que afile sus navajas y castre a los hombres que
quiera.

—Oye vaquero —dice, disgustada—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta el sentido del humor de mi
prima? Es húngara y tiene poca tolerancia. Si no haces lo que ella te pide, se puede enojar
mucho.

Sé que está fingiendo. Pam fue la que le reservó un lugar para que entrara al VIP del club,
no su supuesta prima.

—Entonces dejaría que te encargues. ¿No eras tú la especialista en amenazar hombres con
tu gas pimienta?

—No te burles de mi gas. Es útil y práctico. También guardo una navaja suiza en mi escote,
en caso de emergencia… pero no te defendería, tendrías que ganártelo.

—¿Y cómo me gano tu favor? ¿Qué tal con un beso?

Eso la puso nerviosa.

—¿Con un beso? ¿Qué clase de mujer crees que soy? No me vendo por un beso.

—¿Qué tal dos?

Ella me mira sospechosamente.

—¿Por qué no vas directo al grano? ¿Por qué no dices que mueres por besarme? Así
simplemente acabamos con el asunto de una vez.

—Bien. Bésame, entonces.

—Bien.

Se acerca cuidadosamente y une sus labios con los míos.

—Listo —dice— ahora sí voy a volver con mi prima.

Ruedo los ojos inmediatamente.

—Eso fue patético. Ahora déjame besarte de verdad.

La agarro por la cintura, corriendo el riesgo de que saque su gas pimienta y me llene los
ojos, y la atraigo hacia mi cuerpo. Comienzo a besarla lentamente, teniendo cuidado, como
si fuera una pantera peligrosa. Y lo es.

Mis labios intentan abrir su boca pero no se deja, al menos está respondiéndome el beso.

Cuando la suelto y creo que me verá como el hombre de su vida, ella se apresura en alzar la
mano y darme una cachetada.
—¡Au! —digo con toda la hombría posible—. Eso duele.

—No vuelvas a besarme sin mi consentimiento.

—¿Y no es esto lo que les gusta a las chicas? —sigo sobando mi mejilla mientras hago una
mueca. Ella tiene mano firme y uñas largas.

—Solo cuando lo hace el chico correcto.

—Eso no tiene sentido.

Ella comienza a alejarse, y yo la sigo.

—Tiene sentido en mi cabeza. Una chica que lee a Patch, sabe que no se tiene que
conformar con simples mortales.

—¿Qué?

Entonces ella se adelanta y me deja parado en medio del lugar, preguntándome qué rayos
significa eso.

9
Cómo averiguamos que no sabemos nada de geografía

Rita
Perdí de vista a las chicas del grupo de la despedida de soltera.

Quiero creer que es buena cosa que lo haya hecho y lo tomaré como una señal cósmica para
desaparecer del área VIP... Mejor, desaparecer del club por completo. Soy pésima
coqueteando y esta noche lo dejé en claro. No hay un solo hueso de mi cuerpo que sepa algo
de seducción.

En lo personal prefiero ser la seducida, no la seductora. Además, ¿el chico me besa y yo lo


cacheteo? Sip, no funciona para mí.

No sé él, pero yo prefiero conocer a quien sea que voy a besar con muchas semanas de
anticipación. Solo en los libros sucede que conoces a alguien y el mismo día hasta te
acuestas con él. En la vida real eso te convertiría en una fácil, y lo que menos soy, es ser
fácil.

Estoy a punto de caminar hacia las gradas de salida, cuando escucho una risita aterradora
que es capaz de provocar pesadillas. Busco de dónde proviene el sonido, y la noto a tres
metros de distancia, sentada en las piernas de un chico al que no se le mira el rostro porque
lo tiene escondido.

Pero sé que es ella, la chica que hace que mis bellos se ericen y desee convertirme en un
animal de jungla. La pelirroja de fríos ojos azules como el hielo: Marie.

No sabría decir si hay una razón específica que me haga odiarla, pero la tipa me cae muy
mal. La conocí hace años, es la hija del dueño del restaurante para el que trabajo.

Es de cutis blanco y perfecto, con el escote siempre a la vista; con su sarcasmo y sus
miradas cargadas de erotismo que idiotiza a los hombres y los vuelve en una masa caliente
de baba.

Y ahí está, sentada justo en la misma mesa en la que se encuentran las hermanas de Key y
otra chica de pelo negro a la que nunca he visto en la vida pero parece estar de mi lado,
fulminando a Marie con la vista.

Se ríen de alguna broma privada y luego hacen un pequeño brindis entre ellos. No parece un
ambiente agradable, todas, menos Marie, se miran incómodas entre sí. En especial la de
pelo negro que no deja de destilar veneno en su dirección.

Entonces siento una mano en lo bajo de mi espalda. Me giro, dispuesta a demostrarle ciertos
valores morales a la persona que se toma tanta libertad como para tocarme, pero me llevo
una gran sorpresa al ver que es Key.

Me sonríe abiertamente, señalando con su boca en dirección a la mesa que me empeño en


observar y evitar desde lo lejos.

—Acompáñanos —dice siempre con esa sonrisa.

No llego a pronunciar una respuesta porque él inmediatamente me lleva a rastras.

—No, no quiero ir. Tengo que estar en la despedida…

—Ellas ya se fueron. Al parecer no les importas lo suficiente porque ni siquiera esperaron


por ti.

—Key —digo, pero él continúa arrastrándome—. Basta ya, no quiero seguir mintiéndoles a
tus conocidos.

—Shhh, chica Patch. Déjalo en mis manos.

Finalmente estamos frente a la mesa ruidosa. Su hermana mayor es la primera en verme y


en ampliar los ojos por la sorpresa. Se mira incómoda mientras Key trata de hacerme
espacio entre los apretados invitados.

—Key —murmuro por lo bajo—, no quepo aquí. No seas tonto.

Intento moverme pero es inútil, no me deja ir.

—Tranquila, chica Patch, todo estará bien.

Me sienta frente a Marie, y al fin puedo ver el rostro de su acompañante misterioso. Es


Adam.

Ruedo los ojos porque no me sorprende en lo absoluto. De todas las personas en el mundo,
no sé cómo se vino a encontrar con ella.

—Para las que no la conocían, esta es Rita —dice Key—, mi novia. ¿No es bonita?

¿Él acaba de decir que soy su novia?

Me congelo del terror, soy una mentirosa patética: nunca recuerdo bien la mentira completa.

—Soy la mentirosa —digo por accidente cuando noto que ninguna me deja de ver,
inmediatamente corrijo mi error—. Quiero decir, soy la novia. Encantada.

Sonrío a la chica de cabello negro, y ella me examina con una mueca, como si mi rostro le
diera náuseas.

Al menos sé que no está de mi lado como había pensado hace unos momentos atrás.
Grandioso. Que alguien traiga el tequila, por favor. Sólo estando puesta en alcohol lograré
pasar a través de esta noche incómoda.

—Rita —saluda Pam de manera nerviosa—, qué bueno verte esta noche.

Levanto una ceja. Ella fue la que me invitó en primer lugar, no entiendo por qué ahora luce
sorprendida.

Adam me saluda con un asentimiento de cabeza, y Marie luce como la perra que es mientras
me mira de pies a cabeza y sonríe como anaconda en celo.

—¿Es ese un uniforme de trabajo? Recuerdo que las hice usar eso en mi fiesta número
veintiuno el año pasado —dice ella observando mi atuendo—. Qué triste es ser pobre y no
tener nada que usar. Key, como novio deberías pagarle al menos con ropa… si es que no le
estás pagando de otra forma por los favores sexuales que te hace. Es una lástima que dejaras
a Mia, ella sí tenía clase. ¿Cuándo vas a dejar de buscar entre los barrios bajos para hacer
caridad?

Cierro los puños para evitar molerle el rostro a golpes. Si pudiera, escupiría en su comida
todo el tiempo… y pienso hacerlo. Oh sí.

—¿De verdad es tu novia? —continúa diciendo. Entonces se ríe en voz alta y ruidosa—. No
puedo creerlo... Sabía que te sentías culpable por nacer en un hogar con dinero, pero jamás
se me ocurrió que llegaras tan lejos con la culpabilidad como para ofrecerte a ser novio de
la pobreza.

¿Dije que iba a escupir en su comida? Quise decir que haré que Cliff me done las uñas de
sus pies para ponérselas a ella en el aderezo de su hamburguesa... ¡Buen provecho, perra!

Todos en la mesa guardan silencio, especialmente Key que está con los ojos demasiados
abiertos mientras me observa a mí y a Marie.

Finalmente hago el intento de defenderme, y mi voz suena demasiado calmada para mi


gusto.

—Pobrecitas esas chicas que pretenden ser corderos y terminan siendo chupacabras. Al
menos no soy de piernas abiertas para todo aquel que tenga un aparato reproductor
masculino —suelto casualmente—; ¿con quién no te has acostado tú? Creo que ni las
escobas se libran de tus… necesidades de crear fricción entre tus piernas.

Ella abre la boca para decir algo, pero Key se apresura a soltar cualquier cosa que se le
ocurra de la mente (o al menos eso parece).

—Mi banda va a tocar mañana por la noche —dice apresuradamente—, todos están
invitados. Es en el bar Hipotermia, para los que quieran ir.

Me da una mirada de advertencia para que trate de cambiar de tema y seguirle la corriente.

Pero no puedo calmarme, estoy furiosa y siento que es hora de que alguien haga pagar a
Marie de una vez por todas.

—Eres una perr...

Antes de poder decir algo más, la pelinegra me interrumpe:

—¡Oh, mi hermano es el vocalista! Él es quien impulsa a los holgazanes que tocan en la


banda.

La fulmino con la mirada por interrumpirme, y rápidamente noto cómo Key tose para
disimular la risa que nace desde su interior.

—¿El que impulsa a la banda? —repite, él, atónito.

La pelinegra rueda los ojos, restándole importancia con la mano.

En lo que ellos discuten acerca de quién tiene mayor importancia, yo observo atentamente
cada movimiento de la reina de las ninfómanas. Ella está dándole besitos en el cuello a
Adam, y yo me pregunto por qué el mundo es tan pequeño y por qué a los hombres les
gustan las mujeres de fácil acceso en vez de trabajar duro por las que sí importan... O al
menos Disney me enseñó a pensar de esa forma.

Marie me ve observarla, y sonríe abiertamente mientras su mano desciende por el torso del
amigo de Key.

Es tan asqueroso verlos que tengo que voltear mi cabeza hacia el otro lado para evitar las
arcadas.

Será mejor que ella decida no ir al baño sola porque cobraré mi venganza.

Después de unos largos minutos descanso de mi rígida postura y me doy permiso de


observar a las personas a mi alrededor y en la pista de baile.

El DJ no ha dejado de poner canciones bailables y me estoy volviendo loca sin poder


contener las ganas de bailar.

Por un momento Pam se encuentra con mi mirada, y desde ese momento no deja de
hacerme señas en dirección a su hermano.

Creo que es porque quiere que sea coqueta y logre convencerlo de enamorarse de otra
persona, de continuar con su vida y de hacer que olvide de una vez por todas a esa chica que
le hizo daño. Pero no es sencillo, lo único que me motiva es el pago generoso que hará en
mi cuenta. Aunque aun así no logro encontrar una manera en la que pueda pensar en algo
que grite: seducción.

Trato de idear algo, pero lo único que se viene a mi cabeza es subir mi pierna por la suya y
morderme el labio. Tal vez si leyera un poco más podría tener vastos conocimientos de lo
ideal a hacer, pero sinceramente el único libro que llamó mi atención fue ese, el de Patch.
De ahí no he leído ningún otro, aparte de los obligatorios en mis clases.

¿Cuán patética me hace eso?

—¿Rita? —me pregunta Key, al parecer por millonésima vez por la forma en la que me
mira.

—¿Sí? Sí, no escuché, lo siento. ¿Decías?

—Pregunté si querías una bebida.

—Por favor. Algo fuerte, y que continúe circulando toda la noche.

Él llama a una de las meseras con diminuto uniforme, y pide bebidas diferentes para todos;
Marie se da el lujo de exigir una botella de licor cara para la mesa.

Cuando la mesera se va, de pronto, el piso bajo nosotros tiembla, y todos en la mesa
miramos el suelo de pecera por el que un enorme pez tamaño ballena bebé golpea su nariz
contra el vidrio.

Inmediatamente levanto mis pies del suelo y trato de llevar mis rodillas hacia arriba, a mi
asiento.

El pez continúa tratando de salir de la pecera, pero el material no cede ante sus demandantes
golpes.

—¿Qué mierda? —dice alguien. Probablemente yo.

—Tranquila —dice Key en mi oído—, el piso es muy resistente. Los peces no pueden salir
o romper el material del suelo.

—Pero ese animal intenta alcanzarme. ¿No ves cómo muestra los dientes? Ni siquiera
parece inofensivo. Es el pez más feo que he visto.

—Este lugar es famoso por estas peceras, ellos son tratados mejor que un humano. Todos
son especies inofensivas.

El pez vuelve a atacar, enseñando sus afilados dientes, como si intentara coger mi tobillo.

Esta noche tendré pesadillas sobre eso. Seguro que sí.

—Toma —Key pone frente a mí un decorado vaso con un líquido entre transparente y
verde—. Es un gin tonic de manzana verde, bébelo.
Ni siquiera había notado que la mesera dejó las bebidas que pedimos.

—¿Gin tonic de manzana? Yo soy menos refinada, me basta un buen tequila y listo.
Además, si esta cosa se rompe —digo señalando el piso—, vas a tener que hacer las de
Leonardo DiCaprio en Titanic y cederme el objeto flotante para que pueda sobrevivir
mientras veo cómo mueres.

—Lo prometo. Ahora relájate, ¿estás nerviosa por algo?

Miro furtivamente a su hermana mayor, sentada junto a la que parece ser su otra hermana.
Pam me mira con aflicción, y la otra chica de estatura increíblemente alta, me mira con
diversión.

—¿Tu hermana mayor es baja, pero la que le sigue es alta? —le murmuro a Key—. Tienes
una familia extraña.

Él se acerca, girando su cuerpo levemente, haciendo que su pierna choque contra la mía.

Lleva un dedo detrás de mi oreja y comienza a acariciarme el lóbulo.

¿Pero qué está haciendo este chico? ¿Acaso tiene deseos de morir? El último hombre que
intentó tocarme inapropiadamente terminó con ceguera temporal debido a la gran descarga
de gas pimienta que apliqué en sus ojos.

—Mis padres han tenido genes de enanismo dentro de la familia —confiesa—. Y aunque no
lo creas, ellos son de estatura promedio pero sus tíos o abuelos no. Pam heredó una parte del
tamaño.

—¿Ah, sí?

Una camarera deposita bocadillos en la mesa. Algunas alitas de pollo con ramas de apio, y
varios cocteles de camarones.

Marie y la pelo negro (cuyo nombre todavía no sé), ambas, estiraron sus manos para tomar
las ramas de apio y llevarlas a sus bocas.

Ruedo los ojos mientras las veo masticar al mismo tiempo que babean viendo con anhelo
las alitas picantes.

Yo por mi parte me lanzo directo a las alas.

Muerdo una mientras intento apartar la mano de Key de mi oreja.

—No me apartes, chica Patch. Se supone que somos novios —dice. Ahora su mano está en
mi rodilla.

Cualquiera diría que trata de coquetear conmigo.

—Por más que ame a Patch, no tolero que sigas llamándome "chica Patch".

—¿No te gusta? —pregunta después de agarrar un camarón y morderlo salvajemente—.


Mmm, ¿qué tal Patchie?
—¿Patchie? Es horrible —doy un trago a mi bebida y luego ronroneo de placer. Es
delicioso.

—¿Qué te parece Patchina?

—Creo que mejor Patchie. Lo tuyo no son los apodos.

Él hace una mueca, masticando otro camarón.

—Tienes razón; a Adam se le dan mejor.

—¿Siempre has sido amigo de él? —le pregunto casualmente.

—Ujum —asiente con la cabeza, luciendo pensativo—. Desde que a ambos nos pusieron el
mismo castigo en noveno grado.

—¿Qué hicieron para que los castigaran? —chupo el hueso de la alita. No quiero parecer
salvaje, pero estas son mejores que las que papá y mis hermanos comieron esta noche…
mejores que las que cocino en casa.

—Encerramos doce gatos hambrientos en la oficina de la profesora de geografía —Se


encoge de hombros—. Ella me reprobó a propósito; ese día me peguntó si sabía con qué
países limitaba España y me castigó diciendo que yo estaba equivocado... ¡Por supuesto que
con Brasil y Alemania!

Frunzo el ceño.

—¿Brasil y Alemania? —pregunto, aturdida—. Brasil ni siquiera está en el mismo


continente de España. Ahora entiendo por qué te reprobó. Pobre mujer. No merecía a los
doce gatos.

—Doce gatos hambrientos, no lo olvides. Y... ¿estás hablando en serio? ¿Brasil no es


vecino de España?

Lo miro fijamente. Sé que no soy una genio en geografía, pero estoy segura cuando digo
que no son vecinos.

—¿Entonces con quién son vecinos? —me pregunta con genuino interés mientras devora
otro camarón.

—Bueno, son vecinos de... —me callo por un instante, repasando el mapa mundial que está
almacenado en algún lugar dentro de mi cabeza—. Mmmm... ¿Escocia? No, espera. ¿Italia?

Tal vez debería buscarlo en google, junto con técnicas de seducción.

Parpadeo por el esfuerzo de devanarme los sesos pensando con qué países colinda España.

—Definitivamente con Rusia —digo después de un rato.

Ahora es Key el que me lanza miradas incrédulas a mí.


—¿Con Rusia? Al menos Brasil tenía mucho más sentido —da un bufido—. La Sra. Baca
también te hubiera reprobado a ti. Entonces estarías totalmente de acuerdo en meter doce
gatos hambrientos a su oficina.

Hago un mohín, sin darme por vencida, intentando recordar la ubicación geográfica de cada
país.

—¡Ya sé! —murmuro después de un rato— ¡Con Ecuador! Soy una genio.

Muevo mis dedos hacia el plato de alitas, y pronto se hace obvio que soy yo la que más
come entre todas las chicas.

—¡Totalmente reprobada! —grita Key, apuntándome con la cola de su camarón—. Creo


que yo sé más que tú. Ríndete. Te hubiera hecho partícipe de la broma y no te hubieras
quejado.

Comienzo a protestar justo cuando una pequeña voz se aclara la garganta al mismo tiempo.
Inmediatamente un par de ojos azules entran en contacto con los míos.

—Lamento interrumpir, pero creo que a Key se le olvidó presentarnos —dice una de sus
hermanas—. Mi nombre es Eileen, soy la hermana de en medio.

Asiento con la cabeza y le sonrío amablemente. Eileen parece una de esas personas
tranquilas y tímidas con estilo despreocupado. Es bastante delgada, del tipo: parece-que-
tengo-anorexia-pero-en-realidad-nací-así.

—Mucho gusto —murmuro un poco demasiado tarde, procurando no escupir salsa barbacoa
por toda la mesa—. Key no nos presentó la vez pasada, en el cumpleaños de tu madre. Soy
Rita Day.

—¿Rita Day? Interesante nombre. ¿Cuál es tu símbolo en el horóscopo chino?

—¿Horóscopo chino? —pregunto, confundida—. Mmm, no sé. Si sirve de algo, nací el


nueve de septiembre.

—Definitivamente un cerdo —dice ella—. Bien, eres el complemento ideal para mi


hermano. Él es cabra.

—¿Soy un cerdo? —pregunto en medio del trauma—. ¿Pueden los cerdos y las cabras
convivir juntos?

—Por supuesto que pueden —asiente con la cabeza—. Justo ayer descargué una
aplicación… —saca un reluciente y bonito iPhone de su bolso.

—Leen, deja eso —la regaña Key a mi lado. Roda los ojos cuando su hermana se encoge de
hombros.

—¡Aquí está! Cerdo —se prepara para leer aclarándose la garganta—: Es muy buen año
para el amor, desprenderás mucho sex appeal, podrás enamorar a la persona que te guste.
Debes tener cuidado con tu orgullo, especialmente con tu pareja, intenta entenderle más y
evitar malentendidos. Hablar mucho entre ustedes ayuda, la comunicación es fundamental.
Alza la cabeza, sonriendo con orgullo y felicidad.

Oh por… ¡santo niño Jesús! ¿Ella acaba de decir que desprenderé sex appeal?

—Eileen —gruñe Key—. Deja de leer el horóscopo de la gente. No les interesa…. Aunque,
¿sex appeal?

Me mira, con una sonrisa en el rostro. Sus dos cejas se mueven de manera sugestiva.

Imbécil. ¿No sabe que por miradas como esa he pateado algunas espinillas? No me gusta
que chicos como él me miren fijamente. Aggg.

—Hablar con Leen es como hablar con una pared —dice Pam sorbiendo de su bebida—.
Déjalos en paz, Eileen.

—Oh, y antes de que se me olvide y la sigamos ignorando: ella es mi hermana, Pam —dice
la propia Eileen, señalándola—, y estas dos que se matan con las miradas son: Elena —
señala a la de pelo negro y luego a la de pelo naranja fuego—, y supongo que ya conocías a
Marie.

—Lastimosamente.

—Por cierto, ¿sabes algo de acampar, Rita Day? —me tienen algo mareada los cambios de
tema de la hermana de Key, pero trato de sonreír cuando respondo:

—Mmm, realmente nada.

—¿Pero te gustaría?

Puedo escuchar a Key empezar a toser disimuladamente, dándose golpecitos en el pecho y


negando imperceptiblemente.

—Tal vez —realmente los mosquitos y yo no nos llevamos muy bien. Mi rostro se pone
hinchado cuando uno me pica, tengo que cargar repelente para insectos aún en mi propia
sala.

—¿Harías el intento de probar? —pregunta, ilusionada.

—Mmm... supongo.

—Entonces, ¿por qué, en la vida, mi hermano no te ha invitado? Key, ¿no le has dicho
sobre el campamento?

Ella chasquea los dedos, y al instante, Key rueda los ojos mientras mastica otro camarón.

—No tuve oportunidad de invitarla —se excusa encogiéndose de hombros.

Eileen suspira y regresa sus bonitos ojos azules a los míos.

—Bueno, a la familia Miller nos gusta hacer un campamento anual para convivir con todos
y para aprovechar las vacaciones que la mayoría tiene. Es fuera de la ciudad y hay bonitas
cabañas que compartimos entre nosotros. Cerca hay un lago, pero también contamos con
una piscina.

Eso suena a muchos mosquitos... y a serpientes, y a sapos, ranas, cocodrilos, lagartijas,


mofetas, venados (que aunque tengan una apariencia suave en realidad son malvados y
diabólicos), y a muchos otros animales con los que no suelo convivir o de los que tengo
miedo la mayoría del tiempo. Además el pasto me da alergia.

—Yo... —me pauso sin saber qué excusa poner.

¿Qué podría decir? ¿Realmente odio acampar? Sí, lo odio.

—No la obligues a hacer algo que no quiere —habla Key guiñándome un ojo—. Tiene cara
de ser de esas chicas que no sobrevivirían ni en un jardín botánico.

Lo pateo por debajo de la mesa.

—Por supuesto. No tengo ningún problema —digo después de un rato. Aunque al instante
ya quiero golpearme la frente y meter mi cabeza en el estanque con los peces.

¡Se suponía que dejaría esto del coqueteo y de recibir paga por salir con un chico! Tengo
dignidad, tengo cero referencias básicas en cuanto al sexo opuesto, y tengo genes
contaminados que no me sirven de nada.

—¿De verdad la gente acampa por diversión? —pregunta repentinamente Marie. Una de sus
cejas naranja se eleva con suspicacia.

Eileen asiente con la cabeza, viendo en mi dirección.

—¿Tendrás libre este próximo fin de semana? ¿No trabajas ni nada por el estilo? —me dice
ella.

Se supone que tengo que asistir al restaurante para hacer el turno de Gustavo (el
quinceañero que contrató mi jefe para hacer varios trabajos de reparación en lugar de
pagarle a un profesional), pero podría pedirle a Anna que me sustituya por esos días y yo la
cubro la semana siguiente.

—No, puedo arreglármelas —respondo finalmente.

Key resopla, como si supiera que esto hará que nos metamos en un gran lío. Pero ignoro su
mirada y me pregunto qué es lo peor que podría pasar con aceptar la invitación.

—Y ya que insisten en ir a ese horrible lugar—agrega Marie— Adam y yo también iremos.

Ah, ¡ahí está! Eso es lo peor que puede pasar.

—¡Yo también voy! —dice la de pelo negro, Elena.

Trago más de mi bebida e intento pensar en una excusa que me ayude a salir del problema
al que me he metido. Porque definitivamente no pienso ir si la bruja de pelo naranja va… o
la bruja de pelo negro, quien no ha dejado de verme de pies a cabeza, como si me
considerara una amenaza.
Brujas.

Key

Los campamentos de la familia Miller son los peores. Mi tío lo encuentra como excusa para
beber desde la mañana hasta caer muerto en coma inducido por el vino o la cerveza; mi tía
lo utiliza para meterse en la vida de todos (y de paso asegurarse de decirle a Pam que se ve
embarazada). Mis padres lo miran como segunda luna de miel y es imposible evitar verlos
en público mientras se comportan como dos jóvenes enamorados que no pueden despegar
sus manos el uno del otro.

Mis abuelos lo utilizan como pretexto para poner a prueba su nueva caravana de super lujo.
Y, además, solía ir a esos campamentos con Mía (aunque de hecho a ella casi no le gustaban
y siempre tenía que rogarle por compañía).

Por eso espero lo mismo de siempre: al abuelo Johny con su exhibicionismo, a mis primos
discutiendo por quién tiene más pokebolas (lo que sea que eso signifique), a la tía Georgia
fumando el contenido de tres paquetes de cigarrillos diarios e insultando a todo el mundo
que la critique o, según ella, la queden viendo mal.

Tampoco podría ser el campamento Miller sin mis primas, las Adam—adictas, rogando por
la atención de mi mejor amigo, o intentando tomarse fotos con él para luego presumirlas en
las redes sociales o Twitter porque, sí, Adam es famoso en Twitter, enamorando a mis
pequeñas primas de trece años, haciendo que ellas le masajeen los hombros y lo abaniquen
con hojas de palma, aprovechando que todas se vuelven locas por él.

Pero está claro que las vacaciones no serán las mismas desde que veo aparecer a Rita con un
sombrero de ala ancha y un claro exceso de crema blanca en el rostro.

Arrastra una pequeña maleta por el suelo mientras le paga al taxista que la dejó en la
entrada de mi casa, en donde la familia espera subir al autobús que nos llevará fuera de la
ciudad.

Rita me ve, saluda con una mano y se apresura a encontrarse conmigo.

—¿Qué es eso que tienes puesto? —pregunto tocándole la nariz cuando se detiene a paso
lento frente a mí. Veo la cosa blanca que se escurre entre mis dedos y me limpio en su
camiseta.

Ella me golpea la mano a modo de regaño.

—Es repelente para insectos, soy alérgica a los mosquitos. Me pica uno y me hincho como
vaca. En la farmacia solo había repelente en versión crema.

Observo detenidamente sus pantalones hasta la rodilla y su camiseta blanca que dice: "No te
enamores de una chica que escriba porque, si cometes un error, ten por seguro que
aparecerá redactado (y exagerado) en toda su historia"
—¿Tú escribes? —le pregunto después de leer el largo mensaje de su camiseta.

Ella niega con la cabeza al mismo tiempo que termina de arrastrar sus maletas por el suelo.
Lleva una gran mochila en el hombro también, y cualquiera diría que se va a pasar todo el
mes en el campamento, en lugar de dos días.

—¿Entonces por qué llevas esa camiseta? —pregunto aún con curiosidad.

—Fue un regalo. Ah, y ya sé con qué país limita España.

—¿Con cuál? —sonrío sin poder evitarlo.

—Con Francia y Portugal.

—Alguien estuvo haciendo su trabajo de investigación.

—Por supuesto —dice orgullosa.

—Pero eso fue después de que lo buscaras en Google. Ya no tiene validez.

—Claro que la tiene. No seas un ridículo.

—Hubieras encerrado los doce gatos hambrientos en la oficina de la maestra.

—Yo no hubiera participado de la broma. A mí no se me da muy bien mentir.

Ladeo la cabeza, observándola atentamente.

¿No se le daba muy bien mentir? Claro. ¿Y justo ahora no está tratando de hacer que yo me
enamore de ella a cambio de dinero?

Pero me iba a divertir primero antes de decir que “caí rendido a sus pies y que estoy
enamorado”. Los papeles se invertirían.

—Serías la mente maestra detrás de la gran broma —digo, regresando a nuestro tema
original.

—Que no. Además, no entiendo por qué pusieron gatos hambrientos. Pudieron haber sido
patos.

—Los gatos eran más accesibles. Y fueron hambrientos porque la profesora siempre
escondía comida en sus gavetas.

—Ah… oh.

Escucho unos pasos a lo lejos, acercándose gradualmente hacia nosotros.

Me giro y veo a Eileen en su ropa de acampar y sus botas de color rosado.

Nos saluda al pasar y se detiene para sonreírle a Rita.


—¡Pero mira quién es! Me alegra que hayas venido. Deja tus maletas con Key, te llevaré a
conocer a mis padres. Ellos no sabían que mi hermanito tenía novia. Ayer los informé por
completo.

Le guiña un ojo, y yo siento que se me va el color de la cara.

Agarro el brazo de Rita y la acerco a mi costado.

—En realidad, no es necesario que conozca a nuestros padres —digo viendo a Eileen—. Yo
la presento después.

—¿Por qué? —pregunta la entrometida de mi hermana—, ¿tienes miedo que te digan algo?

La fulmino con la mirada, pero ella me ignora y comienza a hablar otra vez con Rita.

—¿Lista para ir de campamento?

—Lista. Aunque no sé si traje mucha ropa. Mi abuelo dice que nunca se es suficiente
cuando se trata de equipaje... pero él está loco.

—¿Loco? —pregunta Eileen—. Seguro que no has conocido a nuestro abuelo, él se lleva el
título completo.

—Mmm... No lo creo. La locura de mi abuelo es diferente. A él le gustan mucho... mucho


las mujeres. Le coquetea a todo ser viviente que use faldas.

Eileen se ríe, y yo sonrío ante ese comentario.

—A nuestro abuelo —dice Leen— le gusta andar desnudo por toda la casa. Y no es porque
esté mal de la cabeza, no, lo hace porque siempre dice que era así como debimos vivir todo
el tiempo antes de que Adán y Eva comieran del fruto prohibido. Hay días en los que
tenemos que obligarlo para que se ponga algo de ropa.

Los tres nos reímos al mismo tiempo y rápidamente se me pasa el enojo de haber escuchado
a Eileen.

—Entonces nuestros abuelos deberían conocerse —concedió Rita.

—Oh, por supuesto. Ah, y te voy a presentar a las fanáticas de Walker. Te vas a divertir
mucho con ellas.

—¿Fanáticas de Walker? —pregunta Rita.

—Así es. Todas están locas por el amigo de Key, Adam.

Yo toso disimuladamente.

—También tengo fanáticas —digo sin verlas a la cara—. Ellas se derriten por mí. Las
Key—adictas

Eileen rueda los ojos y bosteza.


—Adam tiene más. Nuestras primitas están obsesionadas con él. Una de ellas lo intenta
convencer para que se tatúe su nombre en la espalda.

Ambas ríen. Eileen aprovecha para señalarle el lugar en donde las infractoras descansan.

Son cinco, y todas rondan por los trece o catorce años.

—Espera que a que venga Adam, ellas comenzarán a rodearlo como buitres.

Mientras ellas charlan, algo brillante llama mi atención al cuello de Rita. Es un colgante con
forma de alas de ángel.

Ruedo los ojos hacia su amor por ese libro que lee y me pregunto a qué vendrá tanta
obsesión. Debe estar enamorada del tipo ese. Nunca conocí a una persona tan
extremadamente obsesionada como ella.

—¿Estamos listos entonces para partir? ¿El tío Benny ya tiene su cerveza en mano? ¿La tía
Morgan ya criticó a Pam con lo gorda que se mira? —pregunta Eileen—, sino, no sería un
campamento al estilo Miller.

Asiento con la cabeza, y observo a lo lejos a la tía Morgan que ya notó a Rita y no deja de
examinarla de los pies a la cabeza.

—Será mejor que subamos a ese autobús —digo agarrando el brazo de Rita—. La tía
Morgan viene para acá.

—¿Es malo conocer a la tía Morgan? —pregunta Rita.

—Sí —contestamos Leen y yo al mismo tiempo.

Nos alejamos inmediatamente y nos subimos al autobús de lujo que nuestros padres alquilan
cada año para ir de campamento.

Los últimos asientos ya están ocupados, y la sorda abuela Ettel mira hacia la nada mientras
tararea en voz baja desde la primera fila.

—¿Ella está bien? —pregunta Rita en mi oído.

—Sí, es sorda pero usa aparato. Se lo pone solo cuando le conviene.

La sigo tomando del brazo y nos movemos hacia la mitad del camino. La obligo a sentarse a
mi lado y dejo su maleta justo donde se encuentran las demás.

—Oh, oh —dice Eileen cuando se sienta junto a Pam en el asiento trasero al nuestro—. La
tía Morgan viene para acá.

—No te pongas nerviosa —le dije a Rita—, si pregunta, eres virgen.

—¿Qué?

Ella me golpea en el estómago, realmente fuerte. Me saca el aire.


—A mí no me hablas así. Entiéndelo.

La tía Morgan se acerca con paso decidido mientras yo termino de recuperar el aliento y de
frotar mi estómago.

Ella lleva una falda tan larga que deja limpio el suelo que pisa; arrastrando la basura y polvo
que poco a poco se van acumulando en el dobladillo de su prenda.

—¿Y ella quién es? —pregunta directamente, irguiéndose frente a nosotros.

—Ella es Rita —digo de mala gana—, una amiga.

—¿Una amiga o tu novia?

—Su novia —dice Pam sonriendo maliciosamente desde el asiento trasero.

—¿Su novia? —la tía Morgan amplía bastante los ojos—. Y cuéntenme chicos… ¿están
usando protección?

Rita se pone roja a mi lado, su rostro ardiendo con vergüenza.

—No, tía —contesto sarcásticamente—. Esperamos que Rita se embarace de aquí a Abril.

—¿Quieres embarazarte a tan corta edad? ¿Cuántos años tienes? —escupe ella.

Finalmente Rita abre la boca para contestar:

—Tengo diecinueve.

—Diecinueve y sin usar protección —la tía chasquea la lengua. Entonces ve al tío Benny
tambaleándose dentro del autobús, hablando incoherentemente, con una cerveza en la mano;
ella comienza a gritarle—. ¡Benny! ¡Oye, Benny ven acá!

El tío Benny apenas la nota pero de igual forma tarda en llegar. A estas alturas ya se
emborrachó.

—Benny —dice la tía Morgan—. ¿Quieres hacerme el favor de regalarles a estos chicos
algo de protección?

Mi mandíbula se aprieta y trato de no descontrolarme.

Rita se pone de pie inmediatamente.

—Key y yo no necesitamos protección —grita ella. Creo que hasta la abuela Ettel la
escuchó.

—Oh no, no, no. Claro que necesitan —contraataca la tía—. Estás muy joven, corazón. No
queremos un bebé Miller todavía; tú y Key tienen que esperar.

Lo que Rita no sabe es que a la gran tía Morgan no se le dice que no; así como también
nunca se le lleva la contraria para otras cosas.
—Benny, protección. ¿Tienes en tu billetera o no?

—¿Protección contra qué? —hipa él—. ¿Contra incendios?

—¡Condones! ¡Condones, Benny! ¿Tienes algunos o ya jugaste con todos ellos? —nos mira
con una disculpa en el rostro—. A él le gusta ponérselos a las bananas que hay en casa, solo
por diversión.

El buen tío Benny comienza a palparse los bolsillos de su camisa, rebuscando por los
condones. Finalmente encuentra unos en sus pantalones, y los lanza en mi dirección.

—Aquí está.

Él se marcha hacia el fondo del autobús, y cae contra las maletas de algunas de mis primas.
Comienza a roncar inmediatamente.

Rita gruñe a mi lado, su rostro hirviendo en rabia. Yo hago el intento de sentarla


nuevamente en su asiento.

—Será peor si le contestas —murmuro en su oído.

Ella asiente con la cabeza, su boca frunciéndose de manera divertida.

—Ahora sí, busquen planificación familiar, queridos. Y Key, ¿qué ocurrió con Mia? A mí
nadie me dice nada. ¿Terminaron?

Ruedo los ojos.

—No, tía, estoy con Rita y con Mía al mismo tiempo. Tenemos un acuerdo.

No sé porqué me molesto en contestarle, debería dejar pasar sus inoportunos comentarios.


Pero es que a veces el orgullo llama, y llama fuerte.

—¿Con las dos?

Y esa es la cuestión con la tía Morgan; se podría decir que es muy inocente y tiene
tendencias a caer en constantes bromas.

—Era broma —replico antes de que su rostro se descomponga aún más.

—Jovencito bromista tenías que ser.

Ella se despidió, no sin antes decirle a Pam que se miraba gorda, y de regañarme por última
vez.

Y así oficialmente comienza el campamento Miller.

Rita
Estoy a punto de llorar y sufrir un colapso: llevamos tres horas en carretera, y todavía faltan
otras tres más antes de llegar.

Key está dormido a mi lado, y hay una niña (acosadora de Adam) que no ha dejado de
lanzarme miradas de odio. Puedo percibir las de ella, las de Elena (que no para de
observarme en todo el viaje) y las de Marie (que ama ser el centro de atención y le encanta
humillar a las pobres primas de Key, me mira mal cada vez que yo las defiendo).

Tampoco la odiosa tía Morgan ha dejado de examinarme; comprobando con sus propios
ojos que yo no los trate de embaucar con un bebé que amarre a su sobrino.

Y en otras noticias, también me picó un mosquito en el codo. Ahora está hinchado y es del
doble de su tamaño. Tendré que demandar a cierta empresa de repelente contra insectos.

A mitad de viaje hacemos una parada para proveernos de alimentos y estirar las piernas, así
que despierto a Key y lo obligo a acompañarme puesto que sus hermanas siguen durmiendo.

Ya he conocido a casi toda la familia de Key: sus abuelos (que son bajitos), a sus tíos y tías,
y hasta el infame abuelo Johny (quien de verdad está loco y me pidió mirar su trasero
peludo). No ha dejado de murmurar: “esta era la forma que Dios quiso” “Así debería haber
sido” desde que salimos de casa. Creo que alguien le dio un sedante porque él también
ronca como bebé, envuelto en una capa que obliga a sujetar sus brazos uno contra el otro;
casi como un traje de fuerza que utilizan con pacientes enfermos mentales.

A los únicos que no he podido conocer es a los padres de Key. Ellos, al parecer, nos
acompañarán después. No se subieron al autobús con nosotros.

Los envidio.

—Sigo sin entender cómo no te pudiste bajar tú sola —murmura Key, estirando los brazos
mientras lo obligo a bajar del autobús.

—Necesito que alguien me acompañe al baño. No sabes qué clase de loco te encuentras en
las esquinas.

—¿Tú? ¿Rita Fiorella Day? ¿Necesitas compañía para ir al baño? Pensé que tenías tu
siempre confiable gas pimienta.

—Pues esta vez no lo traje —confieso—. Llevaba muchas cosas en mi maleta. No cabía.

—¿Y tu navaja suiza?

—En mi cuarto, en la mesita de noche junto a mi cama y mi biblia. Oye, pero por qué me
llamaste por mi nombre completo. No recuerdo haberte dicho cuál era mi segundo nombre.
¿Me estás acosando?

Él sonríe de lado.

—Más o menos —admite, encogiéndose de hombros—. Averigüé un poco en ese sitio para
citas al que te registraste bajo el nombre “Andrea Cipriano”.

Mi cara se vuelve roja.

—¿Y cómo, específicamente, supiste que era Rita Fiorella?

—Porque diste tu verdadera dirección. Solo bastó con que Adam le coqueteara un poco a la
chica que lleva los registros, y ¡bingo! Fui a tu casa y hablé con tu abuelo. Es un buen
señor, entiende perfectamente las urgencias del corazón.

—¿Urgencias del corazón?

—No te preocupes, no va a ventilarle a todo el mundo sobre tu información. Yo fui un caso


especial.

Me cruzo de brazos, lanzando miradas mortales a Key a medida que estamos cerca de poner
un pie en un lugar de abastecimiento.

—¿Por qué especial? ¿Qué hiciste?

—¿Qué hice? Qué hizo él es la verdadera pregunta: me chantajeó. Me daba tu información


a cambio de revistas porno.

—No puedo creer que me vendiera tan barato.

—Sí lo hizo.

Entramos directo a la tienda de comida, y busco con mis ojos por algún letrero que me
indique dónde está el baño.

Lo encuentro a varios metros de distancia.

Jalo a Key de la camisa, y lo encamino a mi lado.

—Te tomaste demasiadas molestias buscando mi información —digo casualmente después


de unos segundos.

Él se encoje de hombros.

—Quería saber si eras alguien en quien confiar o no. No iba a regalarme de mi dinero a una
chica con extrañas adicciones o desordenes.
—¿Regalar tu dinero? Claro, ¿no llamas a esto un trabajo completo? Por cierto, ya que
accedí acompañarte a este campamento me tienes que pagar las horas extra.

—¿Que te tengo que pagar qué? Tú sola te metiste a esto. Yo no te dije: Rita, loca de
Cipriano, ven conmigo al campamento que mi familia hace todos los años.

—Oww, qué tierno, rimaste. Y la próxima vez que me digas loca voy a extraerte los
órganos internos con una mano.

Rápidamente avanzamos a los baños, y hago que Key espere afuera para vigilar mi puerta.

Solo hay dos baños en todo el local, y debo estar agradecida que el de mujeres se encuentre
limpio y con un olor agradable.

Las paredes están tapizadas con nombres escritos con marcador, y hay unos labios pintados
cerca del pomo de la puerta.

Ni siquiera me quiero imaginar a la pobre desdichada que puso su boca sobre esa superficie
solo para dejar sus labios impresos.

Asco.

Orino rápido, sin tocar el servicio sanitario, o las paredes, tratando de enfocarme en otra
cosa que no sea la grosería que está tallada en la madera de la puerta. Y salgo con la misma
velocidad, sintiéndome más libre y sonriendo con naturalidad.

—Te tardaste mucho —se queja Key—. Y no, no pasó ningún posible violador o asesino
mientras cuidaba afuera.

Me saca la lengua en un gesto infantil, y yo le muestro mi tercer dedo.

—Quiero comprar unas chucherías —le digo a cambio—. Necesito papas fritas y una buena
cantidad de soda de uva si tengo que pasar otras tres horas junto a la pelo de zanahoria y su
hermana de alma Elena. Lo juro, ellas dos me odian... y tu tía tampoco se salva del plan.

—Entre mujeres, todas se odian. Típico.

—Claro que no. Tenemos sexto sentido que es otra cosa, así sabemos quiénes son amigas y
quiénes perras traicioneras... aunque a veces nuestro radas falla.

Pasamos cerca de la sección de bebidas y agarro varias latas de cola y sodas de banana y
uva. Key toma unas cuantas también y de paso me ayuda a sostener las mías.

—¿Y quién es amiga de Rita Day? Me imagino que si tú eres como la versión femenina de
Rambo, tu amiga es la versión femenina de Hulk Hogan.
Me rio en voz alta, imaginando a la dulce e inocente Anna, desencajando totalmente con la
visión de Key.

—Mi mejor amiga es mucho más femenina y pequeña que Hulk, te lo aseguro. Es como...
se parece a... No sé, ¿Bambi?

—¿De verdad? —pregunta él con curiosidad.

Asiento con la cabeza.

—Mmm. En fin, los hombres somos más tranquilos —murmura para sí—. No nos
estresamos por esas cosas.

Lo ignoro completamente, concentrándome en llegar al área de frituras.

Ambos vamos directo por las bolsas de papitas y bolas de queso.

—Vengan conmigo, hermosas —digo abrazando un paquete de galletas de caramelo.

Tomo una barra de chocolate con nueces en el camino, y agarro una revista del mostrador a
la hora de pagar.

Key se suple de cigarros y toma un paquete de goma de mascar mientras hacemos fila
detrás de unas cinco personas.

—No es por nada —dice él de repente— pero Adam me platicó de cierta chica que conoció
en tu trabajo.

Ruedo los ojos. Obviamente Adam le contaría dónde trabajo.

—¿Cuál chica? Somos varias.

Key tose disimuladamente.

—No me quiere decir su nombre, esperaba que tú me lo facilitaras.

—Mmm, pues no sé.

—El otro día me habló de sus ojos —él hizo una mueca—, sonará marica pero... Me dijo
que ella tenía ojos nublados.

—¿Ojos nublados?

—Eh, sí. Ojos como cielo nublado, a eso me refiero.


Alzo una ceja.

—¿Y por qué tu amigo se fijaría en una de mis compañeras si tiene a la "piernas abiertas"
de Marie?

—No lo sé —se encoge de hombros—. Él solo me dijo que ella logró llamar su atención.

—¿Ojos como cielo nublado?

De repente todo tiene sentido, algo se enciende desde adentro.

—¡No puede ser! —chillo—. No, no, no. Ni loco... ¡¿Está hablando de mi amiga Anna?!
Jamás. Él es un tiburón, se la va a devorar entera si se le acerca. Además, ella es prima de
Marie. Sería incestuoso.

—¿Es la prima de ella? —da un silbido—. Pues se metió a un gran lío.

—¿Cómo que se metió a un lío? Simplemente no se le tiene que acercar y punto. Anna es
muy inocente, apenas y acaba de nacer. Él no va a venir y contaminarla.

—Adam no es una mala persona. El que lleve tatuajes no indica que sea de mal corazón.

—No, pero ¿acaso no has escuchado el dicho: dime con quién andas y te diré quién eres?
¿Qué tan jodido y mujeriego hay que ser para él salga con alguien como la bruja de
anaranjado?

—Oye, él ha pasado por ciertos problemas, sí, pero no es mujeriego. Jamás anda con dos
mujeres a la vez, y nunca le ha sido infiel a ninguna de sus novias.

—¿Y lo defiendes por...?

—Porque soy su amigo.

Suelto un bufido.

—Suenas más como su pareja.

Finalmente nos quedamos en silencio cuando pagamos por nuestras cosas, y juntos nos
movemos hacia el estacionamiento donde está el bus.

Key lleva nuestras cosas en una bolsa ecológica, y notamos el problema una vez que
salimos del local de abastecimiento.

Nos detenemos en medio del estacionamiento.

—No quiero sonar alarmante —dice él—, pero no veo el autobús en ningún lado.
Trago saliva mientras parpadeo repetidas veces.

—Mierda —murmuro—. Yo tampoco lo veo. Pero tengamos fé, tal vez se puso su capa de
invisibilidad.

Key me da una mirada rara mientras lleva una mano a su cabello para jalarlo.

—¡Ahh! —grita más fuerte, lanzando nuestras bolsas al suelo—. ¡Nos dejó el autobús!

—Alto, que no entre el pánico. Simplemente llama a una de tus hermanas para que den la
vuela y nos recoja.

—Cierto, cierto, cierto.

Key se apresura a buscar su móvil entre los bolsillos de su pantalón, pero murmura una
maldición mientras sigue rebuscando.

—No lo tengo. Lo dejé en mi maleta. ¿Y el tuyo?

Trago saliva otra vez, de una manera más lenta.

—Ni siquiera se me ocurrió traerlo —él suelta otra mala palabra.

—¡Teléfono público! —grito cuando veo una cabina más adelante—. Hablemos por allí.

Key no me mira a los ojos cuando comienzo a caminar hacia el teléfono, me agarra la mano
antes que avance más.

—No me sé ningún número conocido.

—¿Qué? ¿Ninguno?

—¿Y tú?

—Ah, tontos teléfonos con agendas virtuales. Ya no nos dejan memorizar los números
como antes. Lo siento, solo me sé el del buzón de voz.

—Mierda —dice el.

—Sí, mucha —termino yo.

Y para colmo: las latas de soda comienzan a estallarse y desparramarse por todo el suelo.

Solo faltaba que mi barra de chocolate se hubiera derretido, y allí sí, sería el fin del mundo.
10
Cómo surgieron las cosas en realidad

Rita

El día comienza a ponerse gris, el aire se torna helado, mi codo continúa hinchado y tengo
la sensación de que estoy siendo observada.

Volteo hacia un lado, tratando de rascar una nueva picadura de mosquito en mi brazo, y al
alzar la vista, descubro a un tipo con cara de pervertido, viendo mi trasero y mis piernas
cubiertas de repelente.

Está tomado de la mano de una mujer que solo puedo deducir es su esposa.

Rápidamente me pego a Key.

—¿Y ahora qué hacemos? —pregunto frustrada mientras regresamos al local de


abastecimiento.

—Pedirle a alguien que nos preste un celular.

—¿Y a quién vas a llamar? Te recuerdo que ninguno de los dos memorizó un tan solo
número en caso de emergencia.

—La verdad es que conozco uno... Es de mi casa, pero dudo que mis padres estén allí a
estas alturas.

—Bueno, no perdemos nada con intentarlo. Aunque también podríamos usar el teléfono
público.

—Tiene un gran rótulo que dice “fuera de servicio” —me señala el rótulo en cuestión.

Me encojo de hombros mientras nos abrimos paso dentro del local; ambos examinamos a
las pocas personas que se encuentran deambulando por los pasillos en busca de alimentos.

Hay un tipo que tiene cara de homicida, con barba sucia y abundante cubriendo su mentón y
sus mejillas, con aretes de plata perforando cada superficie de sus orejas.

No ha dejado de vernos desde que entramos.

—Parece que tienes un admirador —susurra Key en mi oído—. ¿Y adivina qué?

—¿Qué?

—Tiene un celular en sus manos.

Mi ceja derecha se levanta inmediatamente.

—Oh, no. No, no, no. Estás loco —es el homicida con barba de chivo—. ¿Por qué no vas
tú? O mejor, ¿por qué no le pedimos a la amable cajera, que está sosteniendo su celular, que
nos lo preste por un segundo?
Key da un largo suspiro.

—De acuerdo. Vamos... Aburrida.

Comenzamos a caminar hacia la, ya más normal, chica con teléfono.

Ella está escribiendo furiosamente, con el ceño fruncido, concentrándose en la pantalla e


ignorando al resto del mundo a su alrededor.

Una vez que estamos frente a ella, Key se aclara la garganta para llamar su atención.

La chica nos ignora, todavía con la vista fija en su teléfono.

—¿Disculpa? —dice Key, esta vez ella alza la mirada.

Sus ojos vuelan hacia las bolsas que cargo en mis manos.

—No se aceptan devoluciones —dice con voz genérica.

Vuelve a observar mis bolsas empapadas por los refrescos estallados, y baja la vista a su
teléfono.

—No venimos por eso —digo—, queríamos pedirte un favor.

—Los baños están al fondo a la derecha —dice abruptamente, sin despegar su vista del
aparato móvil—, já, como si no fuera típico que en cada casa y construcción no los pusieran
ahí.

—No es eso...

Ella vuelve a mirarnos, luego algo se enciende en su mirada, comprendiendo lo que


finalmente estamos buscando.

—Oh, ya veo —dice con una sonrisa presumida—, me lo hubieran dicho antes, así no
perdemos el tiempo. Cielos, ¿qué tan difícil es decir que quieren condones?

Se da la vuelta, al parecer, hacia el enorme estante con diferentes marcas de condones,


cigarrillos y goma de mascar, ubicados detrás de ella.

—¿De qué clase necesitan? —pregunta, extendiendo las manos, bajando un par de cajitas de
su sitio— ¿Larga duración? ¿Extra grandes?

Ella mira directo hacia la entrepierna de Key, mordiéndose el labio meticulosamente.

—¿Tal vez unos que intensifiquen el placer? —dice sonando inocente—. O quizá unos que
retrasen el or...

—¡No necesitamos condones! —gruño, apretando mis puños. ¿Por qué todo el mundo
insiste en darnos un par?

Key se encuentra rojo a mi lado, evitando reírse de la situación.


—¿No los necesitan? —vuelve sus ojos en mi dirección—. Oh, cierto. ¡Torpe de mí!

Devuelve las cajas de condones a su sitio, y se mueve más a su derecha, tratando de


alcanzar otra cosa del estante.

—Aquí está —dice murmurando para sí. Se da la vuelta y deposita una caja de tamaño
medio en el mostrador—. No tengan vergüenza de pedirlo.

Me guiña un ojo mientras comienza a registrar el producto para cobrarlo.

Mi mirada está atenta a las grandes y llamativas letras impresas en una de las caras de la
caja: "prueba de embarazo".

Mi irritabilidad está en sus niveles máximos.

—¡No, mierda, no. No queremos una prueba de embarazo! —grito, furiosa.

Key comienza a reír descontroladamente.

Lo fulmino con la peor de mis miradas, pero él está ocupado sobando su estómago.

—¿Ah, no? ¿Entonces qué buscan? Si no van a pedir nada será mejor que se marchen.

—El autobús en el que veníamos, se fue, dejándonos aquí —comienzo a explicar


rápidamente—. Solo queríamos pedirte prestado tu teléfono móvil.

Sus ojos se estrechan sospechosamente.

—Bueno… —asiente pensativamente— se los prestaría… pero quiero algo a cambio.

Key para de reír abruptamente y la mira con seriedad.

—¿Qué quieres? —pregunta—. ¿Dinero?

Ella niega con la cabeza.

—Es algo que siempre he querido hacer pero no puedo porque nadie de mis amigos está
dispuesto a ayudar.

—¿Qué es? Si es algo razonable entonces te ayudaremos.

La chica con nombre Megan, según dice su etiqueta, sonríe viendo a Key de pies a cabeza.

Key niega lentamente.

—Nada de favores sexuales —aclara él pegándose a mi costado—. Tengo novia.

Lo empujo de mi lado, viéndolo de mala gana.

—Claro que no hay problema si es lo que quieres. Te lo regalo —señalo al chico vaquero—
. Ni siquiera lo conozco tan bien.
La chica rueda los ojos.

—Tengo dieciséis —dice teatralmente—, no ando en busca de eso.

—¿Entonces?

—Hace dos días mi novio, Freddy, terminó conmigo —su vista se traslada a su celular—,
por medio de un mensaje de texto… la misma tarde en la que, finalmente, después de dos
semanas de conocernos, me entregué a él en la bodega de este mismo local.

Mi boca se abre, queriendo gritarle un par de cosas a esta chica por ser tan idiota y regalarse
a alguien que no la merecía y apenas conocía.

Key se mira incómodo a mi lado.

—¿Por qué harías una cosa como esa? —digo, aun no me lo puedo creer.

—Porque dijo que le gustaba mi sonrisa… y porque me confesó que jamás había conocido a
alguien como yo. Que era especial.

Maldije en voz alta.

—Cariño —trato de sonar menos enojada de lo que estoy—. Hazme un favor y deja de creer
que esto es Disney y que tendrás un príncipe azul de ensueño.

—Pero… pero… ¡él fue quien me engañó!

—Claro que no, tú no supiste distinguir entre cuáles eran sus intensiones reales y cuáles no,
y aunque las distinguieras, lo idealizaste tanto que fue complicado bajarlo del pedestal en
que lo tenías. Es imposible encontrar al amor de tu vida y enamorarte en cuestión de dos
semanas. Por favor, hasta tarda más tiempo intentar adoptar un niño en China de lo que te
demoró en creerle al hijo de puta.

Ella abre la boca para defenderse, pero la corto con mis siguientes palabras:

—Dos semanas no son suficientes para confiarle a alguien tu corazón, mucho menos tu
cuerpo. Una relación tiene que ser algo que se cultive lentamente, que sea tan inesperado y
gratificante como encontrar dinero en el bolsillo de los pantalones que no usabas hace un
tiempo. Créeme, el amor es más enigmático que eso. Pueden pasar años hasta que descubras
cómo armar las piezas de ese complicado juego.

Ambos, la chica y Key, me miran fijamente, sumergidos en un silencio incómodo… o al


menos se siente incómodo para mí. Key tiene una sonrisa inesperada en el rostro,
mostrándose conmovido por lo que dije.

Me aclaro la garganta repentinamente.

—En fin, ¿querías algo a cambio de la llamada? ¿Qué es?

Ella finalmente parpadea las lágrimas que empezaron a asomar de sus ojos.
—Mmm, sí. Yo solo… —respira hondo—, quería que él me dejara besarlo —señala a
Key— mientras tú nos tomas una foto y yo se la envío a Freddy. Es que él no ha dejado de
presumirme a su nueva conquista desde esta mañana.

Me pasa el celular, donde hay una imagen de un chico con cabello en punta, abrazando a
una chica con el flequillo tapándole los ojos y una sonrisa radiante y cínica.

El tipo es feo y luce como potencial para futuros centros penales y prisiones de máxima
seguridad.

—¿Quieres que te bese? —pregunta Key viendo la misma imagen que yo.

—Por favor —suplica la chica—. Aquí casi no pasa nadie tan guapo como tú.

Me rio sin poder evitarlo.

—¡Oh, vamos! —suelto— ¡Está halagando tu ego! Hazlo Key, hazlo. Deja que el tal Freddy
reciba un poco de su propia medicina.

Él me mira profundamente, con el rostro arrugado, como si hubiera chupado un limón.

—Hazlo por todas las mujeres en el mundo que una vez fueron botadas por patanes como
esos —agito mis pestañas de manera infantil.

Él suspira pero asiente con la cabeza, resignado.

Key

No sé cómo acepté esta situación.

Mi boca ha estado en una constante mueca desde que mencionaron la descabellada idea de
hacer toda una sesión de fotos.

Pasamos de una simple toma, a perfeccionar todo un escenario.

—Muchas gracias por ayudarme —dice la chica mientras se para frente a mí. Ella bien
puede estar mintiendo y solo quiera besarme. Aunque no la culpo, a veces ni yo mismo
puedo resistirme.

—¿Por qué estás haciendo esto? —le susurro mientras aprovecho que Rita está lejos, con el
celular en sus manos, buscando una coca cola de dieta entre los refrigeradores.

—¡Hagan como si estuvieran compartiendo un secreto! —nos grita desde el otro lado del
local mientras saca una lata y bebe un gran sorbo. Ella se toma demasiado en serio lo de la
venganza. Me pregunto quién la habrá lastimado de esa forma como para dejarla tan
firmemente marcada.

Aunque la puedo entender, tardaron meses hasta que dejé de alucinar con Mía encima de
otro hombre.
—Bueno, compartamos un secreto —dice la chica frente a mí, trayéndome al presente una
vez más. Habla en voz baja y posa para que Rita tome las fotos de una vez—. Hago esto
porque de verdad sigo dolida con mi ex. No puedo creer que me usara de esa manera. Jamás
lo hubiera pedido si no lo creyera necesario. Prometo devolverte todo lo que me pagaste por
adelantado desde ayer.

—Bien —digo con resignación.

Rita finalmente echa a andar hacia nosotros y se detiene antes de llegar muy lejos.

—¡Patchina! —grito con fuerza—, ¿por qué tardas tanto? El autobús ni siquiera querrá
regresar por nosotros.

La veo fruncir el ceño mientras camina de nuevo, a paso lento.

—Es que perdí la aplicación de la cámara. Jamás he usado un teléfono como este, el mío
apenas y tiene Bluetooth incorporado.

Le extiendo mi mano para que me pase el teléfono, y ella obedientemente me lo da.

Cuando busco la cámara, se lo paso de nuevo.

—Una foto, nada más —aclaro para ambas—, o si no, vamos donde cara de homicida y le
pedimos a él el móvil.

Rita rueda los ojos, y al fin me pongo cerca de los labios de Megan.

Me siento incómodo en estas situaciones, y a pesar de tener veintidós años, debo admitir
que no me precede una vasta experiencia en besos. Los que tenía, los tenía con Mía. Fue
fácil amoldarme a ella.

Ahora tengo que encorvarme un poco si quiero llegar a besar correctamente a Megan o a
cualquier otra chica en general. Deberían ser todas altas... Espera, Rita es alta...

—A la cuenta de tres se darán el beso —dice la susodicha—: uno, dos... ¡tres!

Uno rápidamente mis labios a los de Megan, y escucho el familiar sonido de un obturador
junto con el flash de la cámara que traspasa mis párpados cerrados.

—Listo, tengo la foto.

Separo mi boca de la de Megan, y me uno a Rita para ver la imagen.

—¿Rita, qué es esto?

—¿Qué?

—Estás apuntando a todos lados menos a nuestros rostros. ¿Solo una foto tomaste?

—Dijiste que solo una...


—Sí, pero eso era antes que supiera que eras miope y te temblara la mano tanto como para
no sacar una buena toma. Dame el celular, yo tomaré la foto.

Ella me lo pasa de mala gana y se cruza de brazos.

—A ver...

Después de intentar que saliera una imagen decente, finalmente Megan nos cede la custodia
temporal de su celular.

Rita y yo nos movemos a una esquina lejana, procurando no llamar la atención de la gente.

Marco el número que me sé de memoria, y espero el tiempo necesario hasta que una voz
nasal contesta:

—¿Hola? Casa de la familia Miller, habla con Delores.

—¡¿Hola?! —grito lo más fuerte que puedo—. ¿Delores? Habla Key.

Tapo el teléfono con una mano y me dirijo a Rita.

—Delores es la ama de llaves de la casa de mis padres, es griega —explico—, ella no


entiende muy bien el idioma.

—Oh, ¿crees que eso pueda ser un problema? —susurra Rita.

Niego con la cabeza y presto atención a lo que Delores dice.

—¿Key? ¿Muchacho, por qué rayos gritas? Te puedo escuchar a la perfección, no estoy
sorda.

Sé que ella habla y entiende el idioma, pero Rita no, y ya que no puse el teléfono en altavoz,
nunca lo sabrá.

—Ke-ey, Delores, soy Ke-ey —digo cada palabra despacio y fuerte.

—¡Ya sé quién eres! Deja de joder con mi tiempo, estoy ocupada. Tú y tus hermanas no
pueden limpiar bien su lado de la casa. ¿Qué quieres?

—¿Están... mis... padres... en... casa? —vuelvo a gritar.

Ella no responde en un principio, y pronto la escucho suspirar.

—Mira, no entiendo lo que estás diciendo, ¿por qué hablas en clave? Y no, no están en casa.
Salieron hace unos minutos hacia el campamento ese que hacen todos los años.

Delores me conoce desde que tenía cinco años, se podría decir que existe una gran
confianza entre ella y yo, pero justo ahora estoy poniendo a prueba la poca paciencia que
tiene.

—¿Están o no? —vuelvo a preguntar. Rita se mira angustiada, casi pálida.


En otros tiempos estaría burlándome de ella, pero si no supiera que el autobús se fue gracias
a mis órdenes específicas, y si de verdad no tuviera mi celular al alcance de la mano como
para pedir ayuda, también me miraría igual de mal.

—Muy bien —escucho a Delores del otro lado de la línea—, basta de juegos. ¿Estás con
una chica? Solo actúas raro cuando estás con una.

—Mmmm... —ruedo mis ojos y Rita se pone más pálida si es posible.

—Ella no te entiende, ¿verdad? —dice Rita en un susurro—. Oh Dios, vamos a tener que
buscar cómo nos regresamos.

Tapo el auricular y le sonrío tranquilizadoramente.

—O podemos buscar un motel e irnos en la mañana.

Abre los ojos inmensamente, como si la sola idea de dormir conmigo la pusiera enferma.

Por el teléfono, Delores se queja.

—¡Estás con una chica! —grita—. Solo te advierto una cosa, muchacho: no la dejes
embarazada.

Trago una risa, y finalizo la llamada.

—Mis padres salieron de casa —digo con fingida angustia— es poco probable que se
detengan aquí. Además, Delores jamás, ni en un millón de años griegos, sabría el número de
mis hermanas como para llamarlas y pedirles ayuda.

Mentira, mentira, mentira. Ella tiene nuestros números anotados en una agenda.

Megan, la chica de la caja, me mira de reojo desde su puesto.

Tuve que pagarle en efectivo mientras Rita estaba en el baño.

Le pedí que, si Rita llegara a preguntar, mintiera con respecto a los horarios en los que los
autobuses seculares pasaban, haciendo que la decisión de quedarnos en un motel fuera la
única opción viable.

—¿Y ahora qué hacemos? —dice ella, rascándose el codo—. Tal vez tus hermanas se den
cuenta de que no estamos en el autobús con ellas.

—Lo dudo.

—Marie o Elena tienen que percibir que no estoy para estropearles el viaje. ¡Ellas no serían
tan malas!

—¿Tú crees?

—Eso es lo triste: ni yo misma lo creo. ¿Qué tal Adam? Él es tu amigo. Yo digo que
esperemos a que aparezcan, alguien tiene que notar que no estamos en ese autobús.
—De acuerdo, esperemos a que vuelvan.

—Bien —sonríe, esperanzada.

Si tan solo supiera que todos ellos están informados de mi plan. Especialmente Eileen que
lo aprobó por completo. Pam sin embargo no estuvo muy alegre con la idea.

Pasamos las siguientes dos horas esperando, así como Rita quiso que hiciéramos.

Puedo ver la desesperación que comienza a acumularse cada vez que entra un cliente nuevo
y cree que es mi familia que viene a rescatarnos, pero sé la verdad y ellos no van a venir.

Mi celular, que mantengo bien escondido en el cinturón, detrás de mi espalda, ha vibrado


toda la tarde. Sé que es Pam tratando de disuadirme así que simplemente la ignoro. De todas
formas, se supone que no tengo el celular a mano.

Después de esperar toda la tarde, hasta la hora del cierre, le digo a Rita que es momento de
dormir en un motel.

Ella se encoge de hombros.

Por un momento creo que va a perder la compostura, pero simplemente suspira y le


devuelve el teléfono a Megan (luego de pasar casi toda la tarde jugando con él).

—Ojala cuelguen a Freddy directamente del par de pelotas que tiene de adorno —dice Rita
con simpatía para despedirse de Megan.

Ella sonríe, casi sentimental por sus palabras.

—Ojala. De todas formas terminarían colgándolo de los pulgares del pie: son más grandes
que sus pelotas.

Ambas ríen, y yo hago una mueca, sintiéndolo por el pobre bastardo sin suerte.

Antes que nos vayamos del local, y Rita pidiera ir al baño de nuevo, Megan me detiene,
sujetando un puñado de la manga de mi camisa.

—Tu dinero —dice regresándomelo en un sobre de papel—. Ella es muy valiosa. Espero
que tus intentos por seducirla funcionen… y trata de no pelear de nuevo.

Sonrío de lado.

Tuve que decirle a la chica que Rita era mi novia y que justo acabábamos de pasar por una
enorme pelea, pero quería recuperarla y ésta era la única manera de tenerla de nuevo. Ella
me creyó.

—Quédate con el dinero —le digo—. Te lo ganaste.

—Gracias —vuelve a guardar el sobre dentro de su camisa con capucha y se va.

Rita por fin sale del baño. Su cara luce roja y noto que se rasca mucho el cuello.
—Extraño a Phillip —dice con pesar.

—¿Phillip?

—Mi navaja suiza.

—Ah, ya veo. Pero es tu culpa, no tenías que haberla dejado en casa.

—Lo sé. Estoy arrepentida.

—¿Y no extrañas tu gas pimienta?

—A cada minuto que pasa.

Le paso un brazo por los hombros, un gesto para hacerla sentir mejor.

Ella no rechaza el contacto como generalmente lo haría, en todo caso apoya su cabeza en mi
hombro mientras nos dirigimos hacia el motel que queda a cinco cuadras, caminando.

Vamos a paso lento, cargando una bolsa de gomitas y chucherías que compramos en la
tienda durante nuestra estadía. Rita quita la cabeza de mi hombro y comienza a rebuscar en
la bolsa.

—Al menos mi chocolate permaneció intacto —dice alzándolo con ambas manos por
encima de su cabeza. Las baja rápidamente—. Lástima que no hayan vuelto por nosotros.
Pienso que tienes una familia espantosa por no darse cuenta que al menos tú faltas. Mis
hermanos ya hubieran hecho una búsqueda de rescate aéreo… especialmente Russell que no
sabe ni cómo freír un huevo sin mi ayuda.

Me atraganto con mis palabras. ¿Qué debo decirle? ¿Qué la engañé para llevar la delantera
en este juego que ambos estábamos jugando? No lo creo.

Solo sé que esta noche yo ganaré… aunque me siento culpable por ello.

—¡Ahhh!

A medio camino, Rita grita.

Me detengo, asustado y con el corazón desbocado.

—¡¿Qué?! ¡¿QUÉ?!

—¡Mi sandalia! Se rompió.

Mueve su pie para que yo pueda verlo.

La tira plateada, que le pasaba entre los dedos, se despegó de la base de la platilla.

Paso una mano por mi cabello, jalándolo desesperadamente.

—No vuelvas a gritar de esa manera a menos que te esté atacando un murciélago o un
zombie. Además, ¿no puedes caminar así?
Ella me da una mirada profunda, de esas que matan.

—¿Y si te quitas el zapato? —sugiero esta vez con más calma.

—¿Qué? ¿E ir cojeando en todo el camino exponiendo mi pie a que se ensucie o se me


entierre algo y me provoque tétano? Aquí hay muchos vidrios rotos y suciedad. No voy a
seguir así. Me niego.

—Bien —digo encogiéndome de hombros.

Regreso a caminar con tranquilidad, dejándola atrás.

—¡Oye! Grandísimo tonto. ¿Me vas a dejar aquí? —grita después de un segundo.

—Tú dijiste que no querías herirte o ensuciarte… no hay nada que pueda hacer si no quieres
quitarte esa cosa.

Sigo caminando, con las manos metidas en los bolsillos.

Esta es la cosa más difícil que he tenido que hacer: dejarla a un lado.

Mis niveles de caballerosidad jamás me lo permitirían. Es como algo carcomiéndome desde


el fondo. Mi maldita moral se siente culpable por todo.

—¡Espera! —grita, y esta vez me detengo y me giro—. Al menos podrías ser amable y
cargarme en tu espalda hasta el motel.

—¿Cargarte en mi espalda? ¿Crees que hago pesas a diario? Rita yo toco la guitarra, tengo
manos de músico, no de fisicoculturista.

—No importa. No seas así, solo ayúdame.

Sonrío ante el malestar que se aleja de mi estomago mientras regreso hacia ella. No pensaba
dejarla sola, no está en mi sangre hacerlo.

Ella frunce la boca a medida que me acerco, cruza sus brazos apartando la vista.

—Bien, solo he visto esto en mis novelas asiáticas. Así que agáchate, de cuclillas —ordena.

Confundido, hago lo que me dice.

La siento de pronto, acomodándose en mi espalda. Sus piernas, aun resbaladizas por el


repelente, se empujan hacia adelante para que yo las sostenga.

Sus manos se entrelazan en mi cuello en un agarre demoledor.

—Ahora sí, vamos —dice en mi oído.

Trato de levantarme, impulsándome hacia arriba para soportar su peso. Pero fracaso cuando
quiero ponerme de pie y ambos caemos de lado en el suelo.
—¡Key! —gruñe, fuerte—. ¡Así no es como sucedía en las novelas!

—¡Esto no es una novela! ¡Pesas, y ahora me duele la espalda!

A pesar de que ambos nos quejamos, igualmente lo volvemos a intentar.

Esta vez estoy preparado a la hora de levantarme, y fácilmente comienzo a caminar.

—Ahora sí —susurra en mi oído—, así es como debería ser. Ah, y pasaré por alto tu
comentario sobre mi peso. Espero que no se repita.

—Sí, jefa. No va a repetirse —murmuro de mala gana—. Vendría bien tu super poder justo
ahora.

—¿Mi super poder?

—Sí, el de lamer cosas. Hace unas semanas estabas dispuesta a comprobarme que podías
lamer de todo sin sentirlo, ¿dónde está esa Rita que hablaba dormida sobre patos?

—No hablo dormida.

—De acuerdo, hoy vamos a comprobarlo.

—¡Pediremos cuartos separados! No habrá manera de que lo sepas.

¿Cuartos separados? Sí, claro. La nieve se volvería rosa antes de que eso pasara, al menos
no para lo que tenía planeado.

Rita

—¿Qué es este lugar? —digo con mi boca ligeramente abierta. Estamos frente al motel que
Megan, la chica de la caja registradora, nos recomendó.

El sitio luce maltratado y abandonado. Con una gruesa capa de polvo cubriendo la pintura
que una vez fue verde selva, y con un letrero que anuncia que aún tienen vacantes en sus
mejores dormitorios.

El nombre del motel podría verse desde la luna. Es tan llamativo que tengo que parpadear
varias veces en mi intento por leer cómo se llama. Finalmente, y después de diez parpadeos,
distingo las letras: “Motel Cama de Fuego”

—¿Aquí nos vamos a quedar? —pregunto cerca del oído de Key.

—Sí, aquí es. ¿O prefieres que nos vayamos caminando hasta encontrar otro?
Ya era de noche, todo estaba a oscuras y hacía rato un señor, con un solo ojo, se nos acercó
para pedir limosna.

Trague saliva mientras negaba con la cabeza.

—Entonces aquí nos quedamos —dice, dándome un empujoncito que me hace dar un salto.

Key me carga hacia la recepción, y sonríe amablemente a la mujer canosa que está detrás
del mostrador.

Yo ruedo los ojos.

—Buenas noches —dice él—, queremos una habitación.

La mujer pone una mueca y lo mira de pies a cabeza.

Da un gruñido y comienza a pasar las páginas de una vieja agenda que guarda más polvo
que la fachada del lugar. Pasa su dedo calloso a través de las hojas, y se detiene en un
espacio en blanco.

—Solo tenemos disponible una habitación —responde con una voz tan ronca que pareciera
que en su juventud fue fumadora empedernida—. Es la suite de lujo.

Inmediatamente bajo de la espalda de Key, y él suspira cuando deja de cargar mi peso.

—¿Tiene dos camas?

Ella me mira como si yo fuera la dueña y poseedora de dos cabezas.

—¿Dos camas? Aquí en Cama de Fuego no tenemos ni una sola habitación con dos camas.

—Entonces encuentre otro cuarto. No voy a dormir en el mismo lugar que él —señalo a
Key.

Ahora sí, la anciana me ve como si yo fuera la mayor estúpida del planeta.

—Solo hay un dormitorio. ¿Lo toma o lo deja?

Después de pensar en todas las posibilidades, tuve que aceptar.

—Lo tomamos —digo de mala gana.

La anciana gana.

Ella nos pide el dinero por adelantado, y Key ofrece su tarjeta de crédito.
Antes de poder entregarnos nuestra llave, puedo jurar que la veo guiñar un ojo a Key y
susurrarle algo parecido a: “Suerte con ella, es bonita”.

Presiento que algo huele a gato encerrado, pero no sé muy bien qué es, solo puedo asegurar
que es un gato muy, muy apestoso y por alguna razón ese gato lo esconde Key.

11
Cómo aprendí que no eras lo peor que me podría pasar

Rita

De acuerdo, hay que llamar las cosas por su nombre: resulta que la "suite de lujo" en el
motel, es simplemente una engañosa forma para etiquetar a su única habitación limpia y con
una mano de pintura fresca. Ésta es diferente a las otras habitaciones que vamos pasando y
que casi se consideraría como ruinas más antiguas que las mismas pirámides de Egipto (y
no estoy exagerando).

Nuestra suite es del tamaño de una caja de zapatos, con una sola y diminuta cama y con un
mini refrigerador lleno de bebidas energéticas y barras de cereal que ya casi alcanzan su
fecha de caducidad.

El colchón de la cama es duro como cemento y hay una sola ventana en todo el dormitorio.

El aire acondicionado no parece funcionar muy bien que digamos y, cuando lo enciendo,
una espesa nube de polvo flota por unos instantes antes que un ruido de motor ahogado le
siga.

Observo todo con gesto horrorizado, pensando en lo mejor que me sentiría estando en el
campamento, en lugar de estar encerrada con Key en una habitación en donde seguramente
ocurrieron un sinfín de asesinatos.

—¿Quieres darte un baño primero o...? —Key se detiene de hablar, sus ojos repentinamente
observan lo que hay debajo de la cama.

Yo también sigo su ejemplo y me inclino más cerca para ver lo que él mira.

—¿Qué ocurre? —susurro lentamente.

Él frunce el ceño y se acerca más para ver algo que se esconde bajo la cama.

—¿Qué estás...? ¡Santo cielo, ¿eso es una rata?! —comienzo a gritar con fuerza y me lanzo
a los brazos de Key mientras mis gritos rompen la barrera del sonido.

—¡Rita, cállate que atraes a la rata!

—¡Aaahh! —me pego a su cuerpo como si fuera una garrapata, y mis gritos aumentan.

—No... puedo... cargarte... Rita...


Pero no lo escucho una vez que la rata gris decide salir de su escondite y corre hacia la
esquina más cercana.

Inmediatamente mis pies suben más arriba del torso de Key y mis pechos están
restregándose en su cara.

—¡Haz que se vaya! —grito histérica—. Key, la rata. ¡Sácala, sácala!

Pero entonces la rata hace un movimiento inesperado y se acerca hacia nosotros,


deteniéndose prudentemente a unos buenos cincuenta centímetros.

—¡Aaaahhh!

Empiezo a escalar otra vez por el cuerpo de Key.

—Rita... ¡Basta! —grita él. Inconscientemente mis dedos agarran su cabello claro y
comienzo a jalarlo con brutalidad.

Key pierde el equilibrio, lanzando una maldición, cayendo al suelo conmigo todavía en sus
brazos. Esta es la segunda vez en la noche que ambos terminamos en el suelo.

Estoy segura que ahora estoy gritándole en el oído, pero no me importa. Jamás me llevé con
una rata... Las madres y las ratas son la epidemia para mí.

Escucho a Key rogando para que me calle, pero lo único que mi cuerpo siente es a la rata,
parada a poca distancia de nosotros. Eso es hasta que se va la luz en la habitación y todo
queda a oscuras.

Entonces ahí es cuando el pánico comienza y los gritos verdaderos empiezan.

—¡Keeeeeeeeeeeeeeeeeeeey! —sollozo—. La rata, la rata…

—¡Rita... aleja tu rodilla de ahí! —gruñe él en la oscuridad. Hay algo peludo que está
trepando por mi pierna y no puedo evitar tratar de aferrarme a él en todo lo que pueda.

—Odio las ratas —murmuro/sollozo al mismo tiempo.

—Rita —la voz de Key suena cerca de mi oído, casi al borde de perder la paciencia—. Tu
rodilla está... masacrando mis partes privadas. Suelta...

—Oh, perdón, lo siento. Pero la rata...

—La rata seguro ya se escondió con todos tus gritos. Ahora levántate y mueve tu rodilla con
cuidado y lentitud… y por todos los cielos: deja de gritar como si te estuviera torturando.

De nuevo algo toca mi tobillo, siento una cola restregándose por mi pantorrilla y... grito por
millonésima vez; subo mis rodillas a la altura de mi pecho, o más bien del pecho de Key.

—Au... —Murmura él como si le hubiera sacado el aire—. Ahhh, creo que me dejaste
estéril.
Su voz suena aguda, no deja de sollozar al igual que yo. En un arrebato me empuja fuera de
su cuerpo y me hace rodar de lado.

Entro en pánico y me pongo de pie rápidamente, corriendo a lo que creo que es la cama. En
mi camino resbalo con algo y caigo de cabeza al suelo.

Sin importar cuánto me duele el golpe, vuelvo a ponerme de pie y esta vez uso mis manos
para palpar las cosas que tengo frente a mí y que no puedo ver en la oscuridad.

Encuentro finalmente la cama e inmediatamente abrazo mis rodillas.

—¿Key? —llamo una vez que mis niveles de adrenalina bajan y no se escucha un tan solo
sonido en todo el lugar— ¿Key dónde estás? Ya no te escucho llorando.

Repentinamente oigo cómo él se aclara la garganta y pequeños sonidos de protesta salen de


sus labios.

—Yo no estaba llorando —gruñe finalmente.

—Te acabo de escuchar. Sí llorabas.

—No, yo no lloro. La única vez que lloré fue en el kinder, cuando creí que mis padres me
dejaban ahí para siempre.

—Bien. ¿Te subes conmigo a la cama? La rata puede trepar fácilmente y… tengo miedo.

—¿Y para qué me quieres en la cama? Yo no puedo ahuyentar tus temores.

—Entonces pretende que por esta noche sí puedes; además creo que las sábanas huelen a
orina de gato y acabo de tocar algo pegajoso que puede ser pupú de ratón.

—Asco. No gracias, yo no subo. Después de ese golpe, seguro y me quedo sin


descendencia.

—Por favor. No me hagas suplicar; voy a entrar en pánico si no me dices que lo que estoy
tocando es simple champú derramado en la cama.

Lo escucho suspirar mientras hace el intento de levantarse del suelo. Sofoca un grito de
dolor cuando se pone de pie y luego se estira

—Bien. Sigue hablando, para guiarme por tu voz —dice.

—Oww, eso sonó romántico.

—Estoy rodando los ojos.

—Y yo estoy sacando la lengua.

—Subiendo mi tercer dedo

—¿Tu tercer…? A ver: uno, dos, tre… ¡Eres un grosero! Ahora estoy cruzando los brazos y
haciendo pucheros.
—Y yo vuelvo a rodar mis ojos… ¡Ah!

—¿Qué? ¿La rata? ¿Sigue ahí? ¿La mataste?

—No, tropecé con una lata de soda. Dime una cosa, Rita Fiorella Day: ¿por qué te
convertiste en esta persona que... ? —escucho cómo arrastra sus pies y casi de inmediato, la
orilla de la cama baja— ¿... carga su propia navaja y tiene gas pimienta en el bolso? ¿Te
ocurrió algo? ¿Qué te hizo no creer en el amor y temer a las ratas?

Resoplo cuando noto lo poco sutil que suena para que yo deje de pensar en la misteriosa
sustancia que tanteo con mis dedos.

—¿Qué te hace pensar que no creo en el amor? Lo hago, creo en el amor. Pero no creo en
los hombres... Saben qué palabras decir para que te enamores y luego abandonarte.

—Odio sonar trillado pero... no todos somos iguales.

—Tal vez no sean iguales pero todos tienen los mismos instintos de cazador y fueron
hechos con los mismos huesos.

—¿Y cuáles serían esos instintos?

—No quiero hablar de instintos. Quiero hablar sobre el pupú de ratón en mi mano. No me
atrevo a oler nada…

—Bien. Espera ahí, todo está muy oscuro… voy a encender esto…

Y antes que pueda preguntarle acerca de lo que se supone que va a encender, la pantalla de
un celular ilumina toda la habitación.

Él apunta con el aparato hacia mi cara y baja hacia mi mano derecha.

Me pide que la extienda y observa atentamente la sustancia café que está untada en mis
dedos. Todavía sigo con la boca abierta y con los ojos igual de exagerados.

—Déjame ver… —murmura mientras acerca mi mano a su nariz—. Mmm… tal como
temía: es pupú de ratón.

Yo sigo en trance, sin poder ver otra cosa que no sea él.

—¿Rita? —pregunta cuando ve que no me inmuto con sus palabras—. ¿Estás bien? Solo
bromeaba. Es chocolate derretido, el que ponen de cortesía bajo la almohada.

Levanta su celular y alumbra directamente mi rostro cuando nota mi carencia de cualquier


reacción.

—¿Ri… ?

—¿Tenías contigo un celular todo el tiempo?

Él abre exageradamente sus ojos y se queda observando el aparato.


—Santa mierda…

—No. La mierda no puede ser santa. O es mierda o no es nada —enderezo mi postura y


gateo sobre la cama para acercarme a él—. Ahora aclárame una cosa: ¿no dijiste que habías
dejado tu teléfono en el autobús? ¿Qué hacía entonces en tu bolsillo?

—Bueno… Da la casualidad…

Sigo gateando hasta detenerme a una buena distancia entre su cuerpo y el mío.

—Y no es por falta de batería porque puedo ver que perfectamente está cargado —lo acuso,
mi voz comienza a sonar aguda y mi respiración se está descontrolando, poco a poco la
furia va en aumento—. Así que habla o juro que te dejo sin herencia familiar.

Veo hacia su entrepierna para probar mi punto.

Él traga saliva y levanta ambas manos a la altura de su cabeza.

—Ya va, estás actuando como maniaca. Es solo que… se me olvidó que lo tenía guardado.
Se supone que en el campamento los teléfonos son prohibidos, lo llevaba en secreto.

—¿En secreto? ¿Quieres saber otro secreto? —me apresuro a llevar una mano entre mis
pechos, bajo la blusa, y rebusco cerca del elástico de mi brasier; entonces levanto
triunfalmente mi navaja de enchape rojo para que Key la observe. Ésta se abre
automáticamente en el aire mostrando una cuchilla afilada de siete centímetros—. Yo
también tengo mis secretos.

Él se levanta como resorte fuera de la cama, luciendo más asustado que nunca.

—Rita. Calma.

—Dime, ¿por qué no pudiste llamar a tus hermanas con tú teléfono? Tuvimos que hacer
todo un show para que la chica de la tienda nos prestara el de ella… ¡La besaste incluso!
¿Por qué, Key? ¿Por qué?

—No es lo que parece.

—¿Y por qué rayos me trajiste a un motel de los Mil Asesinatos si bien podías haberte
ahorrado todo esto? ¿Qué querías hacerme? ¡Violador!

—¿Violador? —tuvo el descaro de reírse en voz alta—. Dijiste que no habías traído tu
navaja… Aquí la mentirosa eres tú.

—Ay por favor. No podía confiar en decirte que estaba equipada. Soy una chica, se supone
que “soy un mar de secretos”, jodido imbécil. Además, no intentes comparar el esconder
una pequeña navaja con esconder un teléfono celular. Así que habla ahora y dime por qué
me trajiste a este lugar y no decidiste llamar en primer lugar a una de tus hermanas.

—Hay una simple explicación, y lo hice por ti.

—¿Por mí? Me deseas, ¿no es cierto? ¡Me trajiste a este sitio para violarme! Pero te lo
advierto desde ahora: te jodiste, ¡te jodiste si creías que podías hacerlo! Soy una luchadora
por naturaleza y antes de que logres tumbarme boca abajo primero te corto las…

—¡No intento violarte, tú, loca desquiciada! —grita él—. Es más, tú intentaste violarme a
mí primero.

—¿Cómo? —sueno incrédula.

—Claro, intentabas violarme ahí en el suelo —señala el lugar en específico—. “Oh, Key.
La rata, Key” —imita con voz falsa y aguda—, “atrápame en tus fuertes brazos, Key”

—¿Qué? ¿Yo?

—Sí, tú. Pero claro, todo era parte de tu actuación para seducirme. Qué bien fingiste cuando
trepabas por mi cuerpo.

—¡No estaba actuando! Le tengo fobia a las ratas.

Lo señalo con mi navaja.

—Apuesto a que las luces se fueron por tu culpa —continúo—. ¿Por qué me trajiste aquí?

—Oh, claro, cúlpame de todo. La culpable eres tú. Si no hubieras aceptado el trato con mi
hermana nada de esto hubiera pasado.

Me congelo en mi lugar. Abro la boca para insultarlo pero me ahogo en las palabras.

—¿Tú…? ¿Qué…? ¿Cómo?

—Lo sé. ¡Sé tu plan y el de mi hermana! Ella te iba a pagar por seducirme, lo que me
parece ridículo por cierto, y tú aceptaste.

—Eso era entre tu hermana y yo.

—Pero tenía todo que ver conmigo.

La luz de celular se apaga, dejándonos de nuevo a oscuras. Key toca la pantalla con el dedo
y continúa alumbrando en mi dirección, aun temeroso por mi navaja.

Finalmente suspiro y bajo la mano que sostiene a Phillip.

—Lo siento —digo luego de un largo suspiro tranquilizador—. Yo no quería hacerlo pero
no tuve otra opción. Ocupo el dinero y me pareció sencillo el trabajo… Pero espera, eso no
explica el por qué me trajiste a este sitio de mala calidad.

—Te traje porque… porque quería probar que yo podría enamorarte primero.

—¿Que tú qué?

—Quería darte una bonita lección: Key no es un muñeco Ken, aunque el nombre suene
parecido, con el que pueden jugar fácilmente. Mia lo intentó una vez, no quiero volver a
pasar por la misma jodida cosa de nuevo. Tengo un límite aunque cueste creerlo. Quería
volver a intentar la relación con Mia, pero me di cuenta que hacerlo solo es pérdida de
tiempo.

—Woa. Alto ahí, vaquero, ¿querías enamorarme? —resoplo—. Es más probable que el
mundo se congele primero.

Él me da una mirada ofendida.

—¿Estás apostando conmigo?

—Oh, Key, Key, Key. Yo soy una hábil apostadora; no te recomiendo meterte en aguas
peligrosas.

—Estás apostando —afirma—. Bien.

—¿Y para enamorarme tenías que traerme a este sitio? Empezaste con el pie equivocado,
vaquero. Lee un poco más, así sabrás lo que le gusta o no a una chica. Y un motel de mala
muerte con el nombre “Cama de Fuego” no es precisamente el lugar más romántico para
quebrar la voluntad de alguien y seducirlo.

—El motel no estaba dentro de los planes… pero me declaro culpable con lo del autobús.
Yo ordené que se fueran.

—¿Tú ordenaste eso? —empiezo a apretar mis puños con fuerza—. ¿Te atreviste a hacer
eso? ¡Eres un imbécil!

—Quería hacer una jugada. Tal vez funcionó después de todo.

—¿Funcionó? ¡Estás loco si crees que estás a un paso más de “seducirme” primero? Estás
muy lejos de eso. Ahora vas a tener que sacarme de aquí.

—Bien, bien. Viendo que las cosas se arruinaron… y que la habitación me da escalofríos,
entonces sí, nos iremos.

—Fabuloso. Pero vas a tener que llevarme en brazos porque ni loca piso el mismo suelo que
está pisando esa asquerosa rata.

La luz de su celular se apaga de nuevo, pero esta vez lo deja de esa forma. Lo escucho
moverse en mi dirección.

—Antes que nada —dice de repente—, guarda esa navaja. Casi haces que me orine en mis
pantalones al sacarla. Te veías muy desquiciada.

—Y ahora soy yo la que está rodando los ojos.

—Te saco la lengua.

—Te muestro mi tercer dedo.

—Já, ni siquiera sabías cuál era el tercero hasta que lo contaste.

Se acerca a la cama y empieza a tantear en la oscuridad al igual que yo lo estoy haciendo.


Doy con su cuello y él acomoda mis brazos y baja sus manos por mis hombros y por mi
espalda hasta quedar en mi cintura.

—Tienes una bonita cintura —lo oigo carraspear cerca de mi oído.

Sé que no puede verme pero de igual forma aparto la mirada de su dirección.

—Gracias —carraspeo también.

Key me recoge de la cama con mucha facilidad y me carga en sus brazos.

—Mi teléfono está en el bolsillo, ¿podrías buscarlo para iluminar la puerta? —dice.

Mis dedos están temblando mientras intento llegar hasta la parte trasera de sus pantalones.

Doy con el aparato e inmediatamente lo enciendo para iluminar a nuestro alrededor.

—Oh, y hagas lo que hagas no mires el suelo —dice él.

—¿Por qué?

Mis ojos se dirigen inmediatamente al suelo.

—Porque ahí sigue la rata, comiéndose tus frituras.

—¡Sácame de aquí, rápido!

—Tranquila, Patchie, te prometo que saldrás ilesa de esta habitación.

—Agg, te detesto.

—Y… dime, si tanto me detestas, ¿por qué me hiciste acompañarte al baño si


supuestamente traes tu navaja? ¿No será que simplemente me querías a tu lado?

—No te emociones. Intentaba obligarte a pasar tiempo conmigo; al menos así he visto que
las parejas comienzan a enamorarse.

—Pues eres muy convincente Rita Day, mucho. ¿Entonces es verdad que le temes a las
ratas o solo es otra estrategia?

—¡Con las ratas no bromeo! De todas formas recuerda que el corazón es un mar de
secretos… no puedo revelarte todo.

—De acuerdo, solo no vuelvas a gritar de esa forma tan espantosa.

—Bien. Lamento lo de tu herencia familiar… y por haberte acusado de violación.

—Disculpas aceptadas.

—Ahora… ¿dónde se supone que vamos?


****

El amigo guapo de Key, Adam, nos llega a traer en un Jeep de último modelo.
Milagrosamente no está pegado a la garrapata naranja de Marie o sino yo seguro
ocasionaría un descontrol en el auto.

Adam se ríe de ambos cuando observa que es Key el que me carga en brazos.

—¿Puedo preguntar qué pasó? —dice él, baja el volumen de la canción que suena en la
radio y nos mira de pies a cabeza.

—Se me arruinó mi zapato —respondo encogiéndome de hombros—. Además tu amigo es


un idiota que hizo que casi me diera un ataque de pánico dentro del motel ese.

—Le tiene miedo a una rata —se bufa Key—. Ella, que puede castrar a un hombre con los
ojos vendados, le da miedo una rata.

—Todo gran elefante tiene sus pequeños temores. Déjame en paz —ataco.

—Veo que tu plan de seducción no funcionó —dice Adam—. Te dije.

—Es mejor que te mantengas en silencio, Walker.

—Esperen —digo de mal humor—, ¿tú ya sabías las intensiones de Key?

Adam se encoge de hombros casualmente.

—Por supuesto. Es mi amigo, me lo cuenta todo.

—Ow, qué linda pareja. ¿Seguro que ustedes no son novios? —bromeo un poco mientras
Key me empuja en la parte trasera del vehículo sin techo.

Adam se ríe y pone en marcha el Jeep, subiendo el volumen de la radio nuevamente. Key
simplemente se gira desde su asiento para verme.

Una vez en la oscura carretera mi corto cabello se mueve a merced del viento, algunos
mechones entrando en mi nariz y haciéndome cosquillas en el cuello.

Pronto llegamos al lugar destinado al campamente, aunque llamarlo así sería un insulto.

Esto no es un campamento. Es un jodido complejo de cabañas de lujo.


Estas eran algunas de las ventajas de salir con un chico con dinero: podías llegar a conocer
interesantes lugares.

Desventajas: su familia te mira con sospecha y con desconfianza. Principalmente cierta tía
de carácter fuerte a la que le encanta humillarte en público.

—¿De dónde vienen? —pregunta la mujer, la “tía Morgan”, es la primera en recibirnos con
los brazos cruzados —. Tienen el cabello revuelto y están sudados y sucios.

La tía Morgan no ha dejado de vernos de los pies a la cabeza. Los padres de Key también se
encuentran observándonos, solo que sus miradas no son de odio y hostilidad sino más bien
de simpatía y curiosidad. Y, oh, son tan jóvenes que siento envidia de poder llegar a una
edad madura luciendo ese cuerpo y ese rostro con pocas arrugas.

—Les di condones. Por favor díganme que los usaron —continúa la tía Morgan—. ¿Lo
hicieron?

—¡Por supuesto que no! Escuche muy bien señora…

—Rita, ¿qué haces? —murmura Key en mi oído. Puedo decir que está muy enojado, pero lo
que no sabe es que yo estoy más enojado que ella.

—Déjame hablar. Esta mujer no me conoce y no tiene idea de quién soy. Debería darle
vergüenza ser tan boca suelta frente a niñas de doce años —señalo el grupo de chicas que
husmean y nos observan al igual que los demás—. ¿Soy yo o usted tiene una pequeña
obsesión con el sexo? No ha parado de mencionarlo desde que me vio con Key. Hola,
alguien con un trauma aquí frente a mí.

Escucho risitas provenir desde el interior de una de las cabañas y eso me da valor para sacar
todo lo que llevo dentro.

—Y otra cosa…

—¡¿Quién te crees?! —explota la mujer—. Tengo derecho a entremeterme en la vida de


quien me dé la gana. ¡Keyton, di algo!

—No me provoque, señora… ¿Cómo? —me callo por un momento y observo a Key detrás
de mí—, ¿tu nombre real es Keyton?

—Basta…. No comiences con las burlas —me acusa y yo trato de regresar a mi estado
enojado pero es casi imposible.

—Sabía que no podías tener todo el paquete de chico bonito con dinero.

—¿Y si mi Key fuera feo? —se mete la horrible mujer—. ¿Qué pasaría entonces?
—Pues que sería feo y punto. ¿Qué otra cosa se imagina?

—Rita, ya es suficiente —me corta Key—. Todos tenemos una cruz en la familia.

—¡Pero no debería de ser así! Esta mujer es entrometida y… y… —me quedo en silencio
cuando veo un chico altísimo salir por la puerta principal. Tiene un rostro tremendamente
bien parecido y unos ojos tan extraños, uno es de color azul y el otro es de color verde.
Mandíbula cuadrada y un cabello tan oscuro como la noche que nos rodea. Está usando lo
que parece un uniforme de camisa color verde musgo y pantaloncillos caqui.

Él me observa y de inmediato sus ojos se abren con sorpresa y algo de vergüenza.

—¿Rita? —pregunta casi con temor.

El tema de la tía Morgan ha sido olvidado y ahora todos los ojos están en mí. Me encuentro
paralizada por un momento hasta que la rabia vuelve con fuerza, como un huracán.

—Gabriel —saludo secamente—. Muy lindo verte, claro, cuando no estás embarazando
chicas y acostándote con mis amigas de la infancia.

—Oh, por favor… Eso fue hace siglos —él se calla abruptamente, notando la enorme
cantidad de público que tenemos.

En un arrebato, me giro hacia Key y le señalo a Gabriel.

—Esta —digo con voz firme—, es la razón por la cual decidí dejar de creer en el amor. Esta
clase de sinvergüenza es quién me provoca tener mi gas pimienta a tres centímetros de
distancia con mi mano.

Y en otro arrebato, y sin necesidad de que alguien me lo pidiera, tomo a Key de la mano y
me dirijo a Gabriel:

—Y este es mi novio. Supongo que estás trabajando para su familia y ya debes conocerlo.
Por favor evítanos tener que ver tu cara por mucho tiempo.

Puedo ver que Gabriel luce perplejo cuando mira atentamente mi mano sobre la de Key,
pero se queda sabiamente en silencio. Así como todos los presentes. Presentes a los que
confesé ser novia de Key.

Ahora soy yo la avergonzada.

¿De verdad acabo de decir eso?

Sí, lo he dicho. Ahora la mamá de “Keyton” me observa con calidez y me sonríe con
orgullo.
No quiero saber todavía en lo que me he metido. Solo sé que es un grave problema.

12
Cómo admití que no me gustó tu beso
(pero en realidad lo disfruté)

Key… ton

Mi mente todavía sigue nadando en la ira y la vergüenza de que mi nombre real fuera
revelado; es por eso que no puedo reaccionar correctamente cuando Rita une su mano con la
mía y le da un apretón no tan suave para ser una chica.

Apenas y le pongo atención a lo que dice, pero de repente capto a mi madre que me lanza
una mirada divertida y curiosa. Sus cejas se elevan hacia el nacimiento de su cabello y
parece que se estuviera mordiendo la lengua para aguantar preguntar algo de lo que siente
curiosidad y desprende de ella a raudales.

Hay un chico frente a nosotros, usando el uniforme de los típicos trabajadores del
campamento; desde mi lugar puedo notar que el tipo tiene los ojos de distintos colores. En
clase de biología, hace un par de años atrás, aprendí el nombre de esa rareza bicolor:
heterocromía iridium.

También recuerdo bien el nombre porque pensaba ponerle el mismo a la banda en la que
toco; eso fue hasta que aprendí de la ósmosis (en esa misma clase de biología) y me pareció
mejor.

El chico con heterocromía me está observando por un momento, calibrando mi aspecto y


midiendo mis reacciones.

Entonces, como si me hubieran echado un balde de agua fría, mis oídos se destapan y
finalmente escucho lo que está diciendo Rita:

—Y este es mi novio. Supongo que estás trabajando para su familia y ya debes conocerlo.
Por favor evítanos tener que ver tu cara por mucho tiempo.

Después de esas palabras ella se congela, su postura rígida y su mano se desprende de la


mía.

—¿Rita? —murmuro cerca de su oído.

Ella reacciona y vuelve a tomar mi mano.

—Por favor, finge por mí. Yo te ayudé a ti, ahora finge conmigo —su voz aumenta de
volumen al decir la siguiente parte en dirección al chico—: te presento a la tía de Key, ella
es aficionada a regalar condones. Deberías pedirle uno para cuando decidas embarazar a
otra de mis mejores amigas. ¿Qué tal la vida de padre a los veinte? ¿Deliciosa?

El tipo se encoge de hombros, como si no le importara en lo absoluto.


Eso parece enfurecer a Rita y ella suelta un gruñido desesperado.

—¡Imbécil, hijo de pu…!

—Patchie, ¿no crees que debes cenar antes de destrozar al muchacho?

—Oh no, no lo conoces. Ese imbécil jugó conmigo todo el tiempo. ¿Qué es lo que les pasa a
ustedes que no se conforman con una sola mujer? ¿Se creen jeques o se creen con el
derecho a tener un harén?

Miro al heterocromático. Me cuesta pensar en él como padre, padre del hijo de la mejor
amiga de Rita.

Sabía que ella tenía algún daño psicológico profundo. Todos lo tenemos.

Sostengo su mano y la obligo a seguirme en dirección a la cafetería. El chico está parado


frente a la puerta, bloqueándonos el paso, pero no me importa.

—¿Este chico hizo eso? ¿Te engañó por tu mejor amiga? —pregunto en voz alta.

Rita asiente con la cabeza. Puedo ver dolor en sus ojos color marrón.

—Bien —digo tranquilamente. Entonces, sin que nadie lo vea venir, conecto mi puño
cerrado contra la mandíbula del sujeto, y él, que tenía una postura desequilibrada, se
tambalea hasta que cae de espaldas contra el suelo.

—¡Key!

Escucho los gritos de mamá. Rita está muda mientras yo sigo tomándola de la mano y
comienzo a empujar su cuerpo repentinamente quieto hacia la cafetería.

Halo la puerta, ignorando al chico tirado en el suelo quejándose de dolor, y voy


directamente hacia la barra de comida que aún permanece intacta.

Rita está impactada. Lo noto porque su cara está blanca como el papel; también se podría
decir que sus pies parecen clavados en el suelo debido a su falta de movimiento.

—Tú… tú… ¿tú acabas de golpear a Gabriel? ¿Por mí?

Suelto su mano mientras asiento con la cabeza y me apresuro a tomar un plato de la pila de
platos limpios.

Empujo uno en su dirección para que ella también coma.

Lo toma automáticamente pero sus ojos no se despegan de mi rostro.

—¿Lo golpeaste? ¿Por mí?

—Te recomiendo que comas un poco de este pollo relleno con camarones. Es delicioso.
—Nadie había hecho eso. De todas formas —ella carraspea, como si por fin entrara en
razón—, yo puedo defenderme sola. De todas formas… De todas formas —repite—,
muchas gracias. De todas formas yo…

—Sí, sí. De todas formas tú podías encargarte pero quise hacer esto por ti —tomo un gran
cucharón de puré de papás y lo deposito en mi plato—. Es lo menos que puedo hacer. No
merecías lo que te pasó. Ninguna chica linda merece que le rompan el corazón.

Ella luce confundida por un momento. Entonces, así como mi puño conectó
inesperadamente contra la mandíbula de su ex novio; sus labios conectaron
inesperadamente contra los míos.

Sus dedos se enredan en mi cuello y su boca se mueve contra la mía.

Al principio estoy sorprendido, pero entonces reacciono de manera rápida y suelto el plato
con puré y escucho que cae al suelo mientras tomo a Rita por la cintura y la acomodo a una
buena posición para saquear más de su boca.

Yo jamás rechazaría un buen beso.

Mis manos se cierran alrededor de su pequeña figura, notando que no tengo necesidad de
encorvarme para besarla porque es casi de mi estatura.

Ni siquiera puedo terminar de formar un pensamiento coherente, cuando, la puerta de la


cafetería se abre y escucho los jadeos y gritos de sorpresa de quien sea que nos está
observando.

Ambos regresamos a nuestros sentidos y rápidamente nos apartamos. Ella no luce ni un


ápice de avergonzada. Yo tampoco.

—Esa es mi manera de darte las gracias —dice—, así que… gracias.

—De nada.

—No es una costumbre ni nada…

—Aunque debería serlo.

Ambos sonreímos y yo trato de limpiar el desastre de puré en el suelo.

—Besarte tampoco estuvo tan mal. Al menos no eres como mi primer y gran
enamoramiento de toda la vida, Victor Ham. Las manos de él tenían su propia mentalidad y
por alguna razón siempre acababan en mis pechos.

—Eso no es nada —contesto—, deberías haber conocido a Susy Gutiérrez. Ella era
asmática y yo nunca lo supe hasta el día que nos besamos. Se tuvieron que involucrar los
paramédicos, los bomberos y hasta un cura… y digamos que fue un beso que no incluía
camiseta porque ninguno de los dos la tenía puesta cuando nos encontraron, en mi
habitación.

De ser posible ambos nos reímos más fuerte, jadeando cuando acabamos.
—¿Todo bien por aquí? —pregunta repentinamente mamá, alzándose sobre nosotros,
sujetando su cabello marrón detrás de sus orejas.

Rita asiente con la cabeza y se presenta formalmente, extendiendo su mano y pidiendo


disculpas de inmediato por la mala actitud con la tía Morgan.

—Discúlpeme por actuar de forma grosera —casi la veo hacer una reverencia—. De verdad
que lo lamento mucho.

Mamá le resta importancia mientras alcanza una trufa del buffet a nuestras espaldas.

—No te preocupes por eso, querida. A la tía Morgan era necesario ponerla en orden. A
veces ella puede ser intensa.

—Lo siento —vuelve a decir Rita— también por mi sobresalto más temprano cuando
encontré a mi ex novio aquí. De verdad él y yo no terminamos en una situación amistosa.
Removió algo duro de mi interior cuando lo vi.

—Te entiendo, dulzura. Si estuviera en tus zapatos también lo hubiera apaleado frente al
que sea.

Rita, para ser una supuesta persona que no se lleva muy bien con las madres (y las ratas)
sabe manejarse a la perfección con la mía.

—Me alegra que mi hijo te haya traído —dice mamá—, por lo general no lleva casi a nadie
a casa, mucho menos a eventos como estos. Es agradable un cambio de perspectiva.

Lo bueno con mamá es que ella no pasa mencionando a Mia bajo ninguna circunstancia. Es
refrescante dejar de escuchar su nombre dentro de la familia.

—Oh, pero qué torpe soy —se queja mi madre—, no me he presentado aún. Mi nombre es
Vivian, puedes decirme Viv. El señor de allá —ella señala a papá—, es Kerrintong. Puedes
llamarlo Kerri.

—Claro —Rita sofoca una risa—, puedo ver que les gusta los diminutos de sus nombres.

Dice lo último mirando en mi dirección.

Joder, sabía que no iba a dejar pasar esto del nombre por alto.

Mamá en cambio lanza una risa que inmediatamente llama la atención de todos los reunidos
en la cafetería.

—Te refieres a Keyton. Nunca le gustó su nombre, siempre se lo cambiaba y hacía


berrinches en el jardín de niños diciéndoles a sus compañeros de clase que él no tenía
nombre. Y fue así durante varios meses, hasta que él nos obligó a decirle Key.

—¿De verdad?

—Sí. Como yo trabajaba mucho lo dejaba a cargo de Delores, nuestra ama de llaves, ella y
Key amaban ver telenovelas todas las tardes. El nombre era de uno de los protagonistas; le
gustó tanto a Key que hizo que Delores se lo cosiera en la ropa interior un día antes de
iniciar su primer grado.

Mi sonrojo se hizo visible para ambas y ellas soltaron la risa más ruidosa del lugar.

—Mamá —amenazo lentamente—, deja de contarle mis secretos vergonzosos a Rita. Justo
estábamos a punto de comer…

—¡Claro! Sírvete un poco de carne de pollo y luego te espero en la mesa —le dice a Rita—.
Tengo más historias de Key para contarte.

Ella se aleja mientras Rita asiente con la cabeza y corre a llenar su plato de comida.

—¿Sabes? —murmura—, me cae bien tu madre. Pensé que sería de esas típicas mujeres
esnob que no se juntaban con la gente pobre y obligaban a sus hijos a casarse dentro de su
nivel social.

—Ella no es así.

Me sirvo también algo de comer.

—Por cierto —Rita se detiene frente a mí, y para mi sorpresa, une sus labios de forma
inesperada con los míos.

Mi plato vuelve a caer al suelo mientras la acerco y envuelvo mis brazos en su cintura.

No es hasta que ambos escuchamos los silbidos y aplausos en el fondo que nos alejamos.

—Gracias —dice una vez más—. Por lo de Gabriel. Y para serte honesta él fue el que hizo
que mi gas pimienta fuera indispensable en mi vida.

Sin decir más se aleja y camina en dirección a la mesa en donde se sientan juntos mis
padres.

De acuerdo, ese sí fue gran beso. Pero esta vez no lo admitiría en voz alta.

Rita

Me tocó compartir la cabaña de los dormitorios con las hermanas y primas de Key. Para mi
desgracia Marie y Elena también durmieron en la misma habitación.

No sé cuál de ellas roncó tan fuerte que evitó que durmiera mis necesarias ocho horas, pero
al día siguiente mis ojeras se hicieron notorias. Como no pude dormir sino hasta bien
entrada la madrugada, no fui consciente cuando un zancudo chupa sangre decidió hacer de
mis piernas su comedor privado.

Al despertarme tenía toda la pierna derecha hinchada, y el tobillo de la izquierda era tan
grueso que parecía imposible entrar en mis zapatos con correas.
—Parece que desarrollaste una mutación mientras dormías —señala Elena cuando cojeo
para ir al baño. Ella y Marie habían empezado a maquillarse desde tempranas horas de la
mañana y aún ahora continúan alaciando su cabello y aplicando más productos de belleza a
sus caras—. ¿Eso que tienes es contagioso?

—Curioso. Estoy segura que eso mismo le preguntaste al último tipo con el que te acostaste
y de igual forma no te importó.

Necesito mi café de las mañanas, es un hecho. Me vuelvo más gruñona a medida que
avanza el día y no he tomado ni una taza. Esto de acampar no está hecho para mí, y
definitivamente Elena prueba mi paciencia con cada minuto en el que sigue respirando y
con vida.

—Eres una amargada —dice ella, agitando su cabello para hacer énfasis en el hecho de que
piensa ignorarme de ahora en adelante (eso, o estrangularme con mi almohada mientras
duermo)—. Es por eso que todos los pobres chicos con los que sales han preferido
embarazar a otras antes de seguir teniendo que soportarte.

Marie, quien hasta ahora ha estado silenciosa, sofoca una risa gangosa mientras usa la
rizadora de pelo en sus puntas naranjas.

Les doy miradas criminales a ambas, miradas que les transmiten mi indiferencia a sus
abusos verbales. De todas formas sé que nunca dejarán pasar el tema de Gabriel, mi ex
novio, y que en algún momento iban a molestarme por su culpa.

—Esto va para las dos —digo sin que me tiemble la voz—: jodanse de una vez por todas.
Aunque es cierto, perdón, eso ya lo hacen a diario, en cada esquina que tenga un área que
les permita abrir lo suficiente las piernas de par en par a cada hombre que se sienta valiente
como para aventurarse en ese coctel de enfermedades sexuales que habita en sus
entrepiernas. Pero de verdad, jo-dan-se.

Después de eso no les doy el gusto de decir algo más porque rápidamente entro al baño y
cierro la puerta en sus caras.

—Por cierto —grito para que puedan escucharme a través de la puerta—. Huele a quemado,
a alguien se le está tostando el pelo.

Un minuto después escucho a Marie maldecir y soltar la rizadora de cabello contra el suelo.

Sonrío descaradamente.

Nadie se mete con Rita Fiorella Day sin antes no haber recibido un buen insulto. Nadie.

Desayunamos en la misma cafetería por la que entramos anoche Key y yo, y luego de
comer, un chico no mayor de veinte años se adentra en el centro del local y empieza a sonar
su silbato, silenciando las conversaciones de todos los presentes y llamando inmediatamente
la atención.
—¡Hola familia! —saluda alegremente—. Hoy será un día de actividades y ejercicio. Tengo
en mis manos una tabla de competencias, pero antes, vamos a armar los equipos.

Se escuchan varios chillidos y la gente comienza a formar grupos de inmediato. El chico del
silbato vuelve a interrumpirnos a todos. Somos al menos unas treinta personas en total pero
todas se silencian al mismo tiempo.

Key a mi lado suspira fuertemente y termina el jugo de naranja que todavía mantenía de su
residual desayuno.

—¿De verdad vamos a hacer esto? —escucho que le pregunta a sus hermanas, ambas
sentadas en la misma mesa. No puedo escuchar sus respuestas porque el chico silbato ya
está hablando de nuevo, con voz potente.

—Antes que se emocionen armando grupos, quiero decirles que mi planilla y yo ya los
hicimos —él señala a unos diez chicos y chicas ubicadas al fondo, cerca de la barra de
comida. Todos usando uniforme—. Este año como familia tratamos de unirnos más, por lo
tanto vamos a hacer grupos con personas distintas a las que usualmente nos relacionamos.
Ya saben, para salir de nuestro mismo círculo de confort.

Escucho varios abucheos y el chico silbato los calla rápidamente.

—Tranquilos, tranquilos. Las reglas son que no pueden cambiarse de grupo y que
obviamente se tienen que divertir.

—¡Qué cursi! —dice Marie, mirando hacia sus uñas, apoyada en el hombro de Adam, su
novio.

Yo resoplo.

—Bien. Para ser totalmente equitativos y transparentes les voy a decir cómo vamos a hacer
para coordinarnos —continúa hablando el chico—. Ahora, les pido que revisen bajo su
asiento. Pegado en el centro estará una banda de color, y ese color será el factor
determinante de su equipo.

Varios comienzan inmediatamente a dar vueltas a sus sillas, despegando bandas o cintas de
diferentes colores. Hay azules, rojas, amarillas, verdes y hasta moradas. En nuestra mesa
todos hacemos lo mismo con nuestras sillas, y en la mía veo la cinta azul.

—¿Qué color tienes? —me pregunta Key. En su mano veo una cinta morada.

Levanto la mía y sus ojos se agrandan cuando mira en dirección a Elena. Ella también tiene
cinta azul. Genial.

—Muy bien —nos llama de nuevo chico silbato—. Orden, orden. Nada de intercambiarse
bandas. Ahora saben cómo funciona el resto: los amarillos con los amarillos, los verdes con
los verdes, los rojos con los rojos, y así sucesivamente. Su color debe ser visible para
identificarse unos a otros, por lo tanto usen las bandas en sus cabezas o en sus brazos, como
quieran. ¡Comiencen a unirse y luego explico los juegos!
—Bueno, Patchie —dice Key—. No seremos compañeros, pero al menos seremos rivales.
Juega limpio.

Estrecho mis ojos.

—De acuerdo, Keyton —pronuncio más fuerte su nombre— el que compite conmigo sabe
una cosa de antemano: va a perder. Soy demasiado competitiva.

—Habla la chica que dice incoherencias mientras duerme.

—Habla el chico que fingió perder su celular solo para seducirme en un motel barato.

—Habla la chica que carga una navaja en su sostén y me acusa de violación.

—¡Habla el chico que se viste como si fuera vaquero!

—¡Habla la misma chica que le tiene miedo a las ratas!

—¡Habla el chico que... !

—¡Ya basta! —grita una voz, probablemente una de las hermanas de Key—. Los dos
hablan mucho. Por favor cállense y vayan a una habitación para sacar toda esa tensión
sexual de sus sistemas.

Mis mejillas se enrojecen mientras aparto la vista de Key y me concentro mejor en buscar a
mis compañeros azules.

Aparte de Elena también está Pam y unas cuantas primas fanáticas del novio de Marie.
Tenemos un chico en el grupo y es realmente... afeminado.

Su banda azul la tiene atada alrededor de su cabeza, como si fuera Rambo. Usa pantalones
verdes y zapatos de color neón que de alguna forma combinan con su camiseta
extremadamente pegada y rosa.

Antes de que pueda moverme hacia mi grupo, Key me toma del codo y me aparta un poco
de los curiosos de nuestra mesa.

—Dejando las bromas de lado —dice él—, gracias por acompañarme. Sería mortalmente
aburrido sin ti.

Le guiño un ojo y sonrío misteriosamente.

—Igual tienes que pagarme. Te va a salir muy caro.

—De acuerdo, de acuerdo. Te pagaré. Aunque deberías darme un descuento por golpear a tu
ex novio.

—Te doy el descuento… pero te lo vuelvo a quitar porque no lo echaste del campamento —
señalo a mi izquierda donde un muy alto y golpeado Gabriel se encuentra. Usa el uniforme
que llevan los demás empleados y, a diferencia de anoche, no tiene esa mirada de
superioridad.
—Oye, de eso no te preocupes demasiado —susurra Key—. Presiento que con tu mente
imaginativa lograrás vengarte de él pronto. Si quieres, podemos meter doce gatos
hambrientos en su casillero.

La verdad es que nunca me vengué de Gabriel, estaba demasiado dolida como para hacerlo.
Pero ahora no había nada que me lo impidiera.

—Trato —digo, sorprendiendo a Key—. Venguémonos de Gabriel, y yo te prometo que te


ayudo a vengarte de Mia.

—Me parece justo. Ambos se lo merecen, ¿cerramos trato con un beso?

—Eso quisieras Keyton, pero mete tu lengua y guarda esa sonrisa para la hora de los
resultados. Presiento que caerán pronto.

Vous aimerez peut-être aussi