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CAPÍTULO SÉPTIMO
LA AUTORREVELACIÓN DE DIOS
COMO AMOR DEL PADRE, DEL HIJO
Y DEL ESPÍRITU
(L A TE O L O G ÍA T R IN IT A R IA )
P * · ------
I. TEMAS Y HORIZONTES DE LA
TEOLOGÍA TRINITARIA
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ra especial el judaismo y el islam. Se consideraba, en cambio, que la Trinidad era
un aditamento específicamente cristiano, que debía derivarse, de una manera exclu
sivamente positivista, a partir de la revelación sobrenatural y que estaba, al pare
cer, en contradicción con la idea de Dios extraída por la razón natural. El Dios de
la razón natural era una personalidad (concebida en los términos objetivados pro
pios de la metafísica de la substancia) situada más allá y por encima del universo
que, en analogía con la persona humana, posee su propio centro de acción de acuer
do con su conciencia y su voluntad. A esta persona se le aplicaban todos los pre
dicados propios de las personas creadas, sólo que atribuyéndoles un contenido ili
mitado. En total desconexión con esta concepción, se situaba, en el plano de la
revelación sobrenatural, el misterio de la unidad de tres personas en Dios. A par
tir de estas premisas, la teología trinitaria debería concentrar todos sus esfuerzos
en el problema especulativo de cómo poder conciliar al Dios unipersonal de la teo
dicea con el Dios tripersonal de la revelación. Ya este simple planteamiento indi
ca hasta qué punto la teología trinitaria había perdido el contacto con la autorre-
velación histórica de Dios. Incurrió, por tanto, en la sospecha de dedicarse a
abstractos misterios conceptuales que, a modo de elementos de unas «matemáti
cas superiores» (por ejemplo, cómo 1 podría equivaler a 3), resultaban inaccesibles
a los sencillos creyentes.
Una teología orientada hacia sus fuentes tenía que superar tanto la bipartición
del tratado sobre Dios como la concepción de que la Trinidad es sólo un elemento
adicional del cristianismo que no afecta sustancialmente a la relación personal
del cristiano con Dios en la fe, el amor y la oración y que carece de importancia
para el desarrollo de cada uno de los tratados dogmáticos concretos.
De la autorrevelación de Dios como creador, redentor y reconciliador de los
hombres, de su oferta de alianza a Israel y de su automanifestación como Padre de
Jesucristo se desprende la doctrina de la unidad de Dios. Así, la identificación
de Dios con el Padre de Jesucristo lleva a un concepto de Dios caracterizado tan
to por la urndad de ladivinidad como porJa relacionalidad. que es elemento cons
titutivo de su esencia. La relacionalidad interna de Dios en su Palabra y en su Espí
ritu se revela en la relación histórigacon la humanidad de Jesús v en la identificación
—implícita en aquella relación— de la Palabra divina con este hombre (encama
ción de Dios, unión hipostática). En la relación con Jesús, Dios se revela como
Padre. En el inicio de la vida pública de Jesús, en el bautismo en el Jordán, en la
transfiguración, la cruz, la resurrección, la ascención y el envío del Espíritu da Dios
a conocer su esencia íntima: Padre, Hijo y Espíritu, aparecen como los sujetos
—en mutua referencia— de la única realidad divina. Así, pues, a la Trinidad divi
na no se ha llegado por el camino de una deducción especulativa a partir de un con
cepto abstracto, ni se le presenta al hombre, de forma positivista, como comuni-
cación|neramente extrínseca en la que «simplemente hay que creer»../La fe en la 1
Trinidad es más el reconocimiento reflejo de la autopertura histórica de Dios en !
Jesús de Nazaret, en su Palabra y en su esencia, que se revela a través de la encar
nación y de la misión escatológica del E spíritu...... -........ ..................—
Puede,pues,decirse: La Tnnidadeconómica (historicosalvífica) es la base del
conocimiento de la Trinidad inmanente (intradivina). La Trinidad inmanente es el
fundamento óntico de la Trinidad económica.
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2. El problema sistemático de la teología trinitaria
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o la tríada imperial de Amun, Re y Ptah, diosos del Egipto faraónico introducida
por motivos políticos; o la tríada de varón, mujer e hijo, por ejemplo, en Osiris, Isis
y Horus. Tampoco cabe remontar la teología trinitaria a las cosmogonías filosófi
cas del platonismo o del aristotelismo, donde se admiten tres principios que se con
dicionan mutuamente (como entelequia, esencia, fuerza; cf. también las concep
ciones teosóficas de un ciclo vital de generación, maduración o plenitud y muerte,
y luego nuevo reinicio con el nuevo resurgimiento de la naturaleza, o el esquema
de la fertilidad de padre, madre, hijo). Se sitúan también en una esfera distinta de
la de la problemática teológica trinitaria las ideas de Plotino (Enn. 6,9) sobre el
totalmente Uno (Hen), sin referencia alguna a ninguna otra cosa, que sólo puede
comunicarse al mundo a través de las hipóstasis, distintas de él, del nous y la psyche.
Estas ideas surgen del interrogante sobre la unidad y la multiplicidad y no tienen
ninguna conexión con la autocomunicación historicosalvífica de Dios ni con la rela
ción interna del Padre, el Hijo y el Espíritu en la única y común naturaleza divina.
Como el Padre, el Hijo y el Espíritu designan al Dios único en su realidad per
sonal, la doctrina trinitaria no se hunde en especulaciones numéricas (por ejemplo,
acerca de la relación entre el número 1 y el número 3; cf. el pitagoreísmo). Los
números son magnitudes referidas a la medida y la cantidad, no «personas». La doc
trina trinitaria no es un problema numérico, ni puede ser desarrollada a través de
operaciones mentales de lógica matemática.
En su fe, los cristianos «adoran a Dios Padre y al Hijo como Dios y al Espíritu
Santo y señalan que poseen el mismo poder en su unicidad (henosis) y diferencia
en su secuencia y orden (taxis)» (leg. 10; cf. Theophilus vers. Ant, Autol. II, 15).
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El XI concilio de Toledo (675) insistió en el término Trinidad y rechazó la errónea
traducción de un Dios triple (triplex Deus: DH 528; DHR 278). Padre, Hijo y Espí
ritu son denominaciones que señalan el origen y se identifican con la esencia divi
na, no designaciones de una multiplicación numérica de la esencia divina (en cuan
to que el número matemático se extrae de la cantidad; cf. DH 530; DHR 280; Salmo
146,5, según la Vulgata: «Ningún número puede abarcar a Dios»).
La fe trinitaria tiene su expresión inmediata en la liturgia bautismal (Mt 28,19;
Didakhe, 7,1.3: Justino, 1, apol. 61,3.10-13), en la articulación trinitaria de la ora
ción cristiana (Gál 4,4-6; Rom 8,15; Jud 20; Orígenes, or., BKV 48,147) y, de mane
ra especial, en la estructura de la plegaria eucarística (Justino, 1 apol. 67; Hipólito,
trad. apost. 4).
Ireneo de Lyon considera que en el bautismo trinitario se sintetizan los conte
nidos básicos de la fe y el camino de salvación del cristiano. Este bautismo es el fun
damento de la regula fidei:
El bautismo declara que «el Padre nos ha agraciado con el renacimiento por
su Hijo en el Espíritu Santo, pues quienes reciben el Espíritu Santo y lo llevan
en sí son llevados a la Palabra, es decir, al Hijo. Pero el Hijo los lleva al Padre,
y el Padre los hace participes de su inmortalidad. Así, pues, sin el Espíritu no
puede verse la Palabra de Dios y sin el Hijo nadie puede llegar al Padre, porque
el Hijo es el conocimiento del Padre. El conocimiemto del Hijo se consigue
por el Espíritu. El Hijo, en cuanto dispensador, da el Espíritu, según el bene
plácito del Padre, a quienes el Padre quiere y como quiere» (epid. 7).
«Primero: que hay un solo Dios que lo ha creado y ordenado todo ... luego,
que Jesucristo, el que ha venido, fue engendrado por Dios antes de toda crea
ción ... Se ha despojado a sí mismo y se ha hecho hombre, ha tomado carne, aun
que era Dios y, a través de su humanización, siguió siendo lo que era: Dios ...
Luego nos ha concedido, en cuanto partícipes de la gloria y la dignidad del Padre
y del Hijo, el Santo Espíritu» (princ. praef. 4).
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1. El símbolo niceno-constantinopolitano 325-381; DH 125,150; DHR 54, 86.
2. El «apostólico» del siglo u: DH 30; DHR 4-9 (en sus diversas versiones).
3. El «Atanasiano» o Quicumque, del siglo iv: DH 75; DHR 39-40.
4. La Carta de Dionisio de Roma a Dionisio de Alejandría del año 262: DH 112-
115; D H R 48-51.
5. El sínodo romano bajo Dámaso I, en 382; DH 153-176; DHR 58-82.
6. El II concilio de Constantinopla, año 553, cánones 1 y 2: DH 421s.; DHR 213s.
7. El sínodo de L etrán, del año 649, bajo Martín I, cánones 1 y 2; DH 501s.;
DHR 254s.
8. El XI concilio de Toledo, de 675: DH 525-532; DHR 275-282.
9. El sínodo romano, de 680, bajo el papa Agatón I: DH 546.
10. El XV concilio de Toledo, de 688: DH 566.
11. El XVI concilio de Toledo, de 693: DH 568-570; DHR 296.
12. El IV concilio de Letrán, de 1215: DH 800,804s.; DHR 428,432.
13. El II concilio de Lyon, de 1274, en la profesión de fe del emperador Miguel
Paleólogo: DH 851-853; DHR 461-463.
14. El concilio de la unión de Florencia, de 1439, con las bulas Laetentur coeli (DH
1300-1303; DHR 691-694) y, en 1442, Cántate Domino (DH 1330-1333; DHR
703-705).
15. La constitución Cum quorumdan hominum del papa Paulo IV, en 1555, contra
los unitaristas y los sozinianos: DH 1880; DHR 993.
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ritu no es engendrado. Procede originariamente del Padre y del Hijo como de un
único principio. De acuerdo con el nombre de Espíritu y con el uso lingüístico de
la Sagrada Escritura, esta procesión recibe el nombre de «espiración».
4. En la unidad del Dios único se dan varias relaciones y propiedades realmente
distintas entre sí. Como es la relación mutua de las personas divinas la que consti
tuye la realización esencial única de Dios, entre la esencia de Dios y las personas
divinas sólo hay una diferencia virtual.
5. Las personas divinas no son realmente ditintas de la esencia divina; no for
man, junto con ésta, una cuaternidad. De donde se deriva la fórmula trinitaria bási
ca: En Dios todo es uno, donde no obsta la oposición de la relación (In Deo omnia
unum, ubi non obviat relationis oppositio) (DH 1330; DHR 703).
6. Las personas divinas no son partes o elementos de la realización de Dios,
sino que cada una de ellas es el Dios único y verdadero. Cada persona divina está
en las otras. Se compenetran mutuamente (pericóresis).
7. No se puede separar a unas personas divinas de las otras cuanto actúan hacia
el exterior (ad extra). Constituyen un único principio de acción en la creación, la
redención y la consumación final. Pero esto no quiere decir que no se dé en
la unidad de su acción una diferencia de las personas (en la revelación histórica).
La operatio Dei ad extra se produce según el ordo relationis.
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culativa de la esencia y el carácter procesual del (o de lo) Absoluto. Aquí se trata
de Dios que, en su realidad personal como creador, se pone libremente frente al
mundo que él mismo ha producido con soberana libertad y quiere recorrer, con
esta misma libertad, el camino historicosalvífico del encuentro personal con el hom
bre. Aquí Jesucristo no es una especie de naturaleza intermedia (al modo de las
concepciones gnósticas o neoplatónicas) entre Dios y el mundo. Es la Palabra
que se identifica con la esencia de Dios, que ha asumido una naturaleza humana
íntegra, dotada de conciencia y de libertad creadas. En su naturaleza humana, indi
solublemente asociada con el Logos en la unión hipostática, Jesucristo puede ser
también el mediador único entre el Dios uno y único y la humanidad (ITim 2,5).
b) El modalismo
Esta corriente de la doctrina trinitaria, también llamada sabelianismo por su
autor, Sabelio, afirma que el Padre, el Hijo y el Espíritu son sólo distintos modos
(modi) bajo los que se manifiesta en el mundo el Dios unipersonal. En la crea
ción se presenta Dios como Padre, en la redención como Hijo, en la santificación
como Espíritu. Por consiguiente, las denominaciones de Padre, Hijo y Espíritu no
se refieren a una realidad interna de Dios, sino que son sólo manifestaciones y ener
gías de una única hipóstasis hacia el exterior. Según esto, la esencia divina no sería
trinitaria. Sólo nos lo parecería, debido a las limitaciones de nuestra capacidad de
percepción.
Los nombres serían aquí simples designaciones de los sucesivos «papeles», fun
ciones o máscaras (prosopon = máscara de los actores en el teatro) de Dios. En este
contexto se hacía absolutamente evidente la necesidad de redefinir el concepto lati
no de persona mediante el contenido conceptual de «subsistencia». También en
el espacio grecoparlante urgía la necesidad de aclarar la diferencia entre ousia e
hypostasis. Prestaron una gran contribución teológica en este campo sobre todo los
Padres Capadocios, en el siglo iv, mediante una explicación según la cual por ousia
se entiende la esencia o la naturaleza, mientras que la palabra hypostasis significa
la realización de la esencia.
Sabelio fue amonestado y finalmente excomulgado por el papa Calixto y, ya
antes, por Ceferino I (cf. las inculpaciones, absolutamente injustificadas, contra
ambos pontífices de Hipólito, ref. IX,11; DH 105). Para expresar la diferencia
real de las personas, Dionisio de Alejandría, en su controversia con Sabelio, decía
que el Hijo no pertenece originariamente a la naturaleza divina y es ajeno al Padre
cuanto a la esencia. Se hacía, pues, patente, una vez más la necesidad de proceder
a una clarificación radical de los conceptos de la unidad en la esencia y la trinidad
en las personas y, a una con ello, de la significación conceptual de los términos ousia
e hypostasis. Sólo así sería posible superar la reducción de la Trinidad a la oiko-
nomia, alcanzar la unidad de inmanencia y trascendencia y enraizar la Trinidad eco
nómica en la Trinidad inmanente. Todas estas conexiones son requisitos indispen
sables para que pueda hablarse de una verdadera autocomunicación de Dios.
Frente a la formulación del obispo Dionisio de Alejandría, oscura, desviada del
objetivo y cercana al error opuesto, el obispo romano Dionisio, en una carta del 262,
de gran importancia en la historia de los dogmas, trazaba el balance de los conte
nidos y los enunciados de la teología trinitaria. Su propósito era salir al paso de los
extremismos del modalismo y del triteísmo:
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«Éste fuera el momento oportuno de hablar contra los que dividen, cortan y des
truyen la más venerada predicación de la Iglesia, la unidad de principio en Dios,
repartiéndola en tres potencias e hipóstasis separadas y en tres divinidades...
Porque éste (Sabelio) blasfema diciendo que el mismo Hijo es el Padre y vice
versa; aquéllos, por el contrario, predican, en cierto modo, tres dioses, pues divi
den la santa Unidad en tres hipóstasis absolutamente separadas entre sí. Porque
es necesario que el Verbo divino esté unido con el Dios del universo y que el
Espíritu Santo habite y permanezca en Dios; y, consiguientemente, es de toda
necesidad que la divina Trinidad se recapitule y reúna como en un vértice, en
uno solo, es decir, en el Dios omnipotente del universo. Porque la doctrina de
Marción, hombre de mente vana, que corta y divide en tres la unidad de prin
cipio, es enseñanza diabólica ... Pero no son menos de reprender quienes opi
nan que el Hijo es una criatura ... Luego ni se debe dividir en tres divinidades la
admirable y divina unidad, ni disminuir con la idea de creación la dignidad y
suprema grandeza del Señor; sino que hay que creer en Dios Padre omnipotente
y en Jesucristo su Hijo y en el Espíritu Santo, y que en el Dios del universo
está unido el Verbo. “Porque yo —dice— y el Padre somos una sola cosa” (Jn
10,30) y “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,10). Porque de este modo
es posible mantener íntegra tanto la divina Trinidad como la santa predicación
de la unidad de principio (= la monarquía o unidad de Dios que brota del Padre,
del autor)» (DH 112-115; DHR 48-51).
c) El triteísmo
Ningún teólogo cristiano ha defendido nunca una verdadera doctrina triteísta.
Cuando así lo parece, se trata de expresiones poco afortunadas de las que podría
derivarse, siguiendo una línea lógica, una especie de de triplicación de la substan
cia divina (cf. DH 112,176, 804; DHR 48, 82, 431). Pueden mencionarse, en este
contexto, a Juan Philoponus (muerto en 610), Roscelino de Compiégne (muerto en
1120), Gilberto de Poitiers (muerto en 1158) y a Joaquín de Fiore (muerto en 1202).
Una estricta concepción triteísta de Dios diría que así como Pedro, Pablo y Juan
son tres individuos de la especie (de la forma esencial) hombre, así también el Padre,
el Hijo y el Espíritu son tres personalidades individuales que poseen la misma
forma esencial (substantia secunda, essentia) de la divinidad. Entre estos individuos
sólo podría darse una unión moral de la voluntad o una especie de unidad colecti
va (DH 803; DHR 431). Joaquín de Fiore «confiesa que (la unidad] no es verda
dera y propia, sino colectiva y por semejanza, a la manera como muchos hombres
se dicen un pueblo y muchos fieles una Iglesia» (DH 803; DHR 431).
Pero la Iglesia confiesa:
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dra, ni es engendrado, ni procede; sino que el Padre es el que engendra; el Hijo
el que es engendrado y el Espíritu Santo el que procede, de modo que las dis
tinciones están en las personas y la unidad en la naturaleza. Consiguientemen
te, aunque uno sea el Padre, otro el Hijo y otro el Espíritu Santo, sin embargo,
no son otra cosa, sino lo que es el Padre, lo mismo absolutamente es el Hijo y el
Espíritu Santo; de modo que según la fe ortodoxa y católica, se los cree con
sustanciales» (DH 804s.; DHR 432).
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tente, y el Hijo omnipotente y el Espíritu Santo omnipotente; y, sin embargo,
no se predica a tres omnipotentes sino a un solo omnipotente, como también a
una sola luz y a un solo principio. Singularmente, pues, cada persona es confe
sada y creída plenamente Dios, y las tres personas un solo Dios. Su divinidad
única o indivisa e igual, su majestad o su poder, ni se disminuye en cada uno,
ni se aumenta en los tres; porque ni tiene nada de menos cuando singularmente
cada persona se dice Dios, ni de más cuando las tres personas se enuncian un solo
Dios. Así, pues, esta santa Trinidad, que es un solo y verdadero Dios, ni se apar
ta del número ni cabe en el número. Porque el número se ve en la relación de las
personas; pero en la sustancia de la divinidad, no se comprende qué se haya nume
rado. Luego sólo indican número en cuanto están relacionadas entre sí; y care
cen de número en cuanto son para sí» (DH 528-530; DHR 278-279).
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Este judaismo posbíblico entiende el discurso sobre la divinidad de Cristo como
una especie de divinización de un hombre. De donde se sigue la errónea interpre
tación de que la Trinidad es la triplicación numérica de Dios, es decir, una cierta
especie de doctrina que admite la existencia de tres dioses. De esta falsa intelec
ción básica sobre el contenido mismo se deriva también una equivocada compren
sión de la evolución teológica del dogma trinitario y cristológico. Aquí la Trini
dad sena simplemente una recaída en el paganismo politeísta y la divinidad de Cristo
seria la apoteosis de un hombre. El Jesús histórico no habría tenido ni el menor
barrunto acerca de su divinidad o de su existencia como segunda persona de la Tri
nidad. En el siglo iv se le habría añadido al segundo Dios el Espíritu Santo, como
el Dios tercero (cf. P. Lapide, Jüdischer Monotheismus, M 21982).
Ya a mediados del siglo n, el judío Trifón objetaba al filósofo cristiano Justino:
«Tu afirmación de que el dicho Cristo es Dios desde la eternidad, que se ha reba
jado a convertirse en hombre y a nacer, y que no es hombre de hombres, se me
antoja no sólo inconcebible, sino incluso descabellada.» (dial. 48,1)
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8. El antitrinitarismo desde el siglo xvi
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Fue muy notable la influencia ejercida por esta corriente tanto en el deísmo, en
la filosofía de la Ilustración y en la crítica de la religión como también, y persis
tentemente, en las concepciones religiosas de la literatura clásica y romántica.
Es, en este sentido, un caso ejemplar la figura de Immanuel Kant. En el mar
co de su reducción de la fe a la moral, la fe en la Trinidad es la representación sim
bólica del poder, la sabiduría y el amor del supremo principio moral, llamado Dios.
A finales del siglo xvm parecía ya que la doctrina de la Trinidad se había des
vanecido totalmente bajo los golpes de la crítica racionalista. Pues, se pregunta
ba, en efecto: ¿Cómo tres personas pueden constituir la esencia única de lo Abso
luto como una substantia prima? Y a ello se añadía la crítica radical a la utilización
del concepto de persona en la doctrina sobre Dios. En el llamado debate del ate
ísmo, J. G. Fichte formulaba:
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dimiento y su voluntad con las esencias que contempla fuera de sí mismo. Al inten
tar descubrir y desenmascarar este mecanismo de proyección, Feuerbach desdivi
niza al Dios trascendente imaginado. El hombre se comprendería a sí mismo en su
propia divinidad: «La conciencia de sí del hombre en su totalidad es la conciencia
de la Trinidad» (Das Wesen des Christentums, 1841, Werke 5,75).
«Dios sin Hijo es yo, Dios con Hijo es tú. Yo es entendimiento, tú es amor; el amor
con entendimiento y el entendimiento con amor es Espíritu, es el hombre total. El
Espíritu es la totalidad del hombre como tal, el hombre total. Tan sólo la vida
común es vida verdadera, divina, satisfecha en sí... —Este sencillo pensamien
to, esta verdad simple, innata al hombre, es el secreto del misterio sobrenatural
de la Trinidad» (ibíd. 78s.).
La teología protestante liberal del siglo xix basada en las ideas de Daniel Frie
drich Ernst Schleiermacher sólo admite la Trinidad económica. La manifestación
tripersonal de Dios es tan sólo la expresión —que sale a nuestro encuentro en la
historia y en el mundo— de la unipersonalidad del Espíritu absoluto. La religión
consistiría en situarse con responsabilidad moral ante esta personalidad divina y
mostrar una confianza afectiva frente a la benigna bondad paternal. El hombre
Jesús habría sido el mejor intérprete de esta religiosidad afectiva moral.
En su obra principal Der christliche Glaube (21831) todo lo que dice sobre la
«doctrina de la Trinidad divina» se reduce a una observación marginal final. Esta
doctrina no brotaría, según él, de la autoconciencia cristiana inmediata de la que
han surgido, como correlato objetivo, los otros contenidos doctrinales. Se trataría
tan sólo de una combinación en la que se sintetizan otras expresiones del senti
miento cristiano de dependencia total frente a lo Absoluto. Enteramente en el sen
tido de Sabelio, Schleiermacher sólo admite tres distintos modos de actuar del Dios
único. La doctrina acerca de la Trinidad inmanente se le antoja antropomorfis
mo. Nuestra conciencia de Dios estaría, en efecto, indisolublemente unida a la con
ciencia del mundo que se da en nuestra conciencia del yo. No hay ningún conoci
miento de Dios independiente de su ser en el mundo.
La crisis de la fe en la Trinidad se refleja también en el hecho de que en la his
toriografía liberal sobre los dogmas (F. Loofs, W. Köhler, M. Wemer) o en la escue
la de la historia de las religiones (E. Norden, R. Reitzenstein, W. Bousset) o se la
desenmascara desde una perspectiva histórica evolutiva como resultado de un ale
jamiento ontològico metafisico respecto del cristianismo bíblico o se la considera
un producto de la fantasía creadora bajo el influjo de una concepción del mundo
precientífica y politeísta (cf. ya la exposición de D. F. Strauss, Die christliche Glau
benslehre 1,1840, Da 1974,462-502; F. C. Baur, Die christliche Lehre von der Dreiei
nigkeit und Menschenwerdung in ihrer geschichtlichen Entwicklung III, Tu 1843).
Aquí el dogma es simplemente fantasía religiosa, que en el mito se expresaba a tra
vés de imágenes y ahora lo hace a través de conceptos especulativos.
Ofrece un ejemplo paradigmático de la historiografía liberal de los dogmas la
afirmación de Adolf von Harnack de que la Trinidad y la encarnación no tienen
nada en común con el evangelio primitivo. Para él, el «núcleo de la religión» es la
confianza sencilla en la providencia paternal de Dios, el amor servicial, la entere-
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za moral y el perdón (Lehrbuch der Dogmengeschichte III, 1906). En sus Vorle
sungen über das Wesen des Christentums, 1899-1900) se encuentra la célebre
fórmula:
«No es el Hijo, sino sólo el Padre quien constituye la parte intrínseca del Evan
gelio, tal como Jesús lo ha anunciado. Pero nadie ha conocido nunca al Padre
tal como él lo conoce; es él quien comunica a los demás este conocimiento, y
proporciona así a “los muchos” un servicio incomparable» (M 1964, 92).
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como consecuencia de las contraposiciones epistemológicas y metafísicas entre ser
y pensamiento, espíritu y naturaleza, racionalismo y empirisimo, trascendencia e
inmanencia, substancia y relación, historia mundana e historia salvífica, metafísica
óntica y trascendentalismo crítico, ateísmo de la Ilustración popular y deísmo o
panteísmo de las clases cultas.
El único modo de franquear el foso del enfrentamiento denunciado por Kant
entre la espontaneidad de la razón y la objetividad de las cosas sería, según Hegel,
identificar el pensamiento con el ser. Pero la razón finita es incapaz de captar esta
unión. Esto sólo es posible en el Espíritu absoluto, es decir, en Dios. Cuando el
Espíritu piensa, lo pensado es tanto su realidad como su manifestación (es decir, es
su verdad en la naturaleza y en la historia).
El punto esencial de la crítica a la doctrina trinitaria hegeliana se centra en la
constitución de las personas en la Trinidad inmanente. Según Hegel, las personas
divinas se'constituyen en virtud de una autodiferenciación en cuanto que el vacío
y la indeterminación originarias de Dios tienen que llegar a su plenitud y consu
mación únicamente a través de la autocontraposición en el Hijo y la autorreunifi-
cación de «tesis y antítesis» en el Espíritu.
Es cierto que por este camino se establece una estrecha conexión entre la Tri
nidad económica y la inmanente, pero a costa de convertir la revelación de Dios en
el mundo en un elemento necesario de su propia constitución. También se cues
tiona, en esta explicación, la realidad propia del mundo y la libertad del hombre en
el proceso histórico. Según el testimonio bíblico, determinante para la fe cristiana
en Dios, Dios no se constituye mediante autodiferenciación, sino mediante auto-
comunicación. De la plenitud, de nada necesitada, de su ser divino, el Padre comu
nica entera y totalmente su esencia divina al Hijo y lo expresa, amando, en la per
sona del Espíritu Santo. La diferencia de las personas se identifica con las relaciones
de origen que forman la personalidad y en las que la esencia de Dios se consuma
eternamente como amor que se comparte y se comunica. La diferencia entre el
Padre y el Hijo no implica, por tanto, una autonegación, o el dolor infinito del amor
que sería, en la Trinidad inmanente, la no-identidad del Padre y el Hijo y, en la eco
nómica, la muerte de Dios en cruz.
En la cruz, Dios asume de hecho libremente sobre sí el dolor del mundo, el sufri
miento del amor y la muerte del alejamiento divino. Pero no acontece para repre
sentar en el escenario del mundo el espectáculo intradivino de un amor que se des-
une-y-une. El mundo tiene necesidad de redención frente a la muerte (como
distanciamiento de Dios), porque la creación, que no es otra cosa sino la partici
pación en la plenitud positiva del ser de Dios, se ha alejado de Dios por el peca
do. Y como Dios, en la libertad de su amor, ha asumido en su Hijo el ser humano
bajo las condiciones del pecado (cf. Rom 8,3) y deja que se desfogue en él la con
tradicción respecto al amor del Dios trino, en la muerte en cruz de Jesús quedan
subsanados el pecado y la muerte en virtud de la plenitud infinita del amor trino.
En la resurrección del hombre Jesús de la muerte y en la revelación del misterio de
su persona como Logos eterno se da a conocer definitivamente el Dios trino como
la vida, la verdad y la plenitud del amor que es él mismo en su propia esencia
(lJn 4,8.16).
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b) La Trinidad como lo specificum christianum
Aunque no puede ignorarse que las ideas de Hegel requieren una crítica de pro
fundo calado, tampoco es lícito olvidar que proporcionaron un notable impulso que
sacó a la teología trinitaria de su aislamiento y le devolvió la significación central
que le corresponde en la reflexión sobre la fe.
Son muchos y muy destacados los representantes tanto de la teología católica
(Karl Rahner, Hans Urs von Balthasar, Yves Congar, Henri de Lubac y otros),
como de la evangélica (Karl Barth, Wolfhart Pannenberg, Eberhard Jüngel, Jür-
gen Moltmann, Gerhard Ebeling) y la ortodoxa (S. N. Bulgakov, N. Afanassieff, L.
Chomyakov) que han hecho de la Trinidad el punto de partida de una nueva media
ción y transmisión de la fe cristiana.
En su crítica al intento por reducir la fe cristiana a un sentimiento religioso gene
ral (a un apriori afectivo, moral o racional), Karl Barth ha reclamado, en primer
lugar, que no debe comenzarse por un discurso genérico sobre Dios y la religión,
sino que el punto de arranque de toda la teología debe ser el Dios del testimonio
bíblico. El Dios testificado por la Escritura se ha revelado como creador, reden
tor y reconciliador en la historia de la salvación y como Padre Hijo y Espíritu en el
acontecimiento Cristo. En el acontecimiento de su autorrevelación Dios se da tal
cual es.
Por consiguiente, Karl Rahner puede fijar como ley fundamental de toda la teo
logía cristiana la siguiente fórmula: «La Trinidad “económica” es la Trinidad “inma
nente”. Y a la inversa» (Mysal II, 328).
Si el Dios uno y trino se comunica al hombre (es decir, no se limita a propor
cionar informaciones teóricas), entonces la Trinidad tiene una importancia deter
minante para la vida humana y su camino hacia Dios. De aquí se le derivan a la
moderna teología trinitaria cuatro series de problemas:
1. El lugar de la doctrina trinitaria en la dogmática.
2. La unidad de la Trinidad inmanente y la Trinidad económica.
3. La referencia vital del conocimiento de Dios en su triple actividad. La Trini
dad no es un misterio conceptual que sólo interesaría a los especialistas, sino una
realidad que afecta inmediatamente a la relación viva con Dios de todos y cada
uno de los cristianos en la fe y en la oración. Justamente a través de su ser y de
su actuar trino, Dios determina las realizaciones exístenciales básicas del ser
humano en el amor, el sufrimiento y la muerte. Pues Dios, en cuanto amor tri
no, es la respuesta al interrogante que es el hombre para sí mismo.
4. La conexión de la autorrevelación de Dios en la vida y la muerte de su Hijo con
la historia del dolor y el sufrimiento de la humanidad.
434
r
IL LA LE EN LA TRINIDAD EN EL
TESTIMONIO BÌBLICO
«En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te
bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas
a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido
tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién
es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar» (Le 10,21-23).
435
zada en y soportada por el acontecimiento de la revelación. En el punto culminante
se produce la revelación de la Trinidad económica en el acontecimiento de la resu
rrección de Jesús crucificado por el poder el Espíritu Santo, a través del cual Dios
se revela como Padre, Hijo y Espíritu (Rom l,2s.; 8,11). A partir de entonces, la
existencia cristiana consiste en la filiación divina, que se consuma como participa
ción en la «esencia y la imagen de su Hijo» (Rom 8,29) y en el don del Espíritu a
los corazones de los hombres (Rom 5,5; 8,23) para que los que hemos sido intro
ducidos, por el poder de la gracia, en la relación filial de Jesús con el Padre, poda
mos clamar, por medio del Espíritu: «¡Abba, Padre!» (Rom 8,15; Gál 4,4-6; Jn
14,15.23.26).
El mediador del reino de Dios, elevado a la dignidad de consorte del trono con
el Padre («exaltado a la derecha del Padre»), dota a su Iglesia, desde el Padre y
a partir de su unidad con él en cuanto Hijo, con el poder del Espíritu (Le 24,49;
Act 2,32.39; 5,32; 7,55; Jn 20,22). La Iglesia es la Iglesia del Dios trino (Act 20,28).
También la futura resurrección de los muertos y la consumación de la Iglesia y
del mundo en la parusía de Cristo es obra de Dios y de su revelación como Padre,
Hijo y Espíritu (Rom 8,9-11; ITes 1,5.10; Ap 22,17). La semejanza con Dios y la
visión de su esencia (lJn 3,2; ICor 13,12) se lleva a cabo como participación en
la naturaleza y la vida de Dios, que es el amor. Dios ha revelado que su esencia es
amor al enviar «al mundo a su Hijo único» (lJn 4,9) y al «darnos su Espíritu»
(lJn 4,13).
Bajo el supuesto de que Dios no es, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento,
aquella esencia suprema (carente en sí misma de relaciones con ninguna otra cosa)
de que hablan la teodicea, el deísmo o la especulación abstracta de Dios, sino el
Dios de la libre autocomunicación y de la alianza y, finalmente, el Dios y Padre
de Jesucristo, se comprende también fácilmente por qué en numerosas fórmu
las de bendición, expresiones litúrgicas y doxologías del Nuevo Testamento se cree
y se confiesa la única realidad de la esencia y de la revelación divina bajo la suce
sión coordinada de los nombres del Padre, el Hijo y el Espíritu.
«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu San
to sean con todos vosotros» (2Cor 13,13).
«Os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu
Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones rogando a Dios
por mí» (Rom 15,30).
«Vosotros, queridos, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espí
ritu Santo, manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nues
tro Sfeñor Jesucristo para vida eterna» (Jud 20).
i
436
ICor 8,6:
(Y así nosotros tenemos)
un solo Dios, el Padre... ε ις θ ε ό ς ό π α τ ή ρ
ICor 12,4-6:
Hay diversidad de dones,
pero el Espíritu es ei mismo. τό δέ αύτό π νεύ μ α
Ef 4,4-6:
un solo Espíritu... un solo Señor... ... ε ν π ν ε ύ μ α , ... ε ι ς κ ύ ρ ιο ς ,
un solo Dios y Padre de todos... ... ε ι ς θεός κ α ί π α τ ή ρ π ά ν τ ω ν ...
437
dicado «Hijo». En Jesús sale al paso del hombre el Hijo único y humanizado del
Padre y mediador escatològico de la salvación. En él se hace Dios inmediatamen
te presente. En el contexto de la historia de Jesús revela Dios al Espíritu del Padre
y del Hijo como el don escatològico en el que se da a sí mismo. Por tanto, tampo
co el Espíritu es un poder o una eficacia apersonal de Dios o una descripción pura
mente metafórica de la acción divina. El Espíritu, que explora los abismos de la
divinidad (ICor 2,10), se afirma en la unidad y la diferencia de la relación al Padre.
Es contraria al autotestimonio de Cristo y a la confesión de la primitiva Igle
sia una interpretación que de entrada sólo admite una unión moral entre Dios y
el hombre Jesús, al que luego se le daría, de una manera meramente metafórica, el
nombre de hijo de Dios, en el mismo sentido y con el mismo contenido que cuan
do se le aplica al pueblo de la alianza, a los profetas y a los reyes. Según esta inter
pretación, la divinización del hombre Jesús se habría producido más tarde y poco
a poco. Se explicarían así las fórmulas de fe trinitarias que hablan del Padre y del
Hijo sin mencionar explícitamente al Espíritu Santo. Sólo mucho más tarde se habría
llegado a una divinización e hipostación del Espíritu, de modo que al final del pro
ceso en vez de un Dios habrían surgido, por así decirlo, tres dioses o, al menos, una
divinidad triforme. Pero contra esta concepción, el Nuevo Testamento afirma
que en el Hijo y el Espíritu se ha revelado la presencia salvifica escatològica de
Dios. Como ambos proceden del Padre, se insertan totalmente en la esfera de la
divinidad y forman con el Padre la una y única realidad esencial viviente de la divi
nidad que se realiza eternamente como amor. En la encarnación de la Palabra
divina y en la misión escatològica y universal del Espíritu se revela la actividad pro
pia y autónoma del Hijo y del Espíritu. Son, a una con el Padre y relacionados entre
sí, los portadores de la única divinidad. Como hay una sola autocomunicación de
Dios como Padre al Hijo y al Espíritu, constituyen los tres la unidad y unicidad
de Dios, que se realiza no a modo de yuxtaposición sino en mutua diferencia y refe
rencia «personal».
438
III. PERSPECTIVAS HISTORICOTEOLOGICAS
439
y el Espíritu (haer. 1,10,1; cf. epid.6). El hombre, en cuanto criatura de Dios y de
acuerdo con la imagen y semejanza de Dios que lleva en sí, está ordenado a una
plenitud y consumación sobrenatural (haer. V,6,l). El Padre volverá a unir en el
amor, también en Cristo, el Hijo hecho hombre y cabeza de la nueva creación, al
hombre creado en su Logos. La redención alcanzará su plenitud en el don del Espí
ritu. Y así, el Hijo y el Espíritu son «como las dos manos de Dios». Pertenecen a la
esencia divina. Se distinguen, pues, absolutamente de los seres creados. Por su medio
lleva Dios a cabo su inmanencia mundana en la creación y en la historia de la sal
vación, respecto de la cual Dios Padre es siempre trascendente. A diferencia de las
especulaciones gnósticas, Ireneo afirma que el origen o procedencia del Hijo y
del Espíritu respecto del Padre superan la capacidad intelectual humana. Esto, con
todo, no le impide hablar de la generación eterna del Hijo desde el Padre y distin
guirla de la generación temporal de las criaturas desde Dios. En la historia de la
salvación, la Trinidad se revela sobre todo, según Ireneo, en la encarnación de
la Palabra eterna. Este cristocentrismo de la historia de la salvación habría sido pre
parado ya en el Antiguo Testamento por el Espíritu Santo y llegaría a su perfec
ción en la fe de los discípulos en Jesús. La unidad del Padre, del Hijo y del Espíri
tu se revelarían escatológicamente al impulsar el Espíritu a la Iglesia a lo largo
del camino hacia el fin, para que llegue el día en que el Padre pueda reunir en Cris
to al universo entero y a la humanidad total en una recapitulado omnium (Act 3,21)
y pueda atraerlos definitivamente a sí.
440
En contra del modalismo, Tertuliano acentúa la diferencia real del Padre, el
Hijo y el Espíritu. Rechaza la tesis del patripasianismo según la cual sería el Padre
quien habría padecido porque —de acuerdo con las concepciones modalistas— el
Hijo no es otra cosa sino una simple manifestación modal del Padre. En el sacra
mentan oikonomiae (el misterio de la historia de la salvación, la Trinidad econó
mica) se demuestra, según Tertuliano, que el Padre es distinto del Hijo y el Hijo
distinto del Espíritu. En cuanto personas, serían alius, pero en cuanto a la esencia
divina común no serían aliud. Especialmente en la encarnación se advierte, siem
pre según Tertuliano, la diferencia divina del Padre y del Hijo en la relación filial
de Jesús a Dios, su Padre. Dado que Jesús ruega al Padre y se somete a su volun
tad, se ve claramente que el Padre no es el Hijo. El enviado es distinto del que envía,
el obediente es distinto de aquel a quien se presta obediencia. El Padre, el Hijo
y el Espíritu son titulares autónomos de sus propios actos. En la Trinidad econó
mica se revelan como «personas en las que subsiste el único Dios».
Tertuliano contribuyó sobre todo a la clarificación del término «persona». Este
vocablo designa al Padre, al Hijo y al Espíritu en cuanto sujetos o titulares, distintos
entre sí, de una única naturaleza divina individual. De todas formas, no puede iden
tificarse a la persona latina con el prosopon griego, cuyo significado original es el de
la «máscara» que se colocaban los actores de las representaciones teatrales para dar
a conocer su «papel». El contenido objetivo de la persona (y más tarde también el
de prosopon, derivado de aquélla) debe determinarse más bien a través del vocablo
griego hypostasis. Desde la época de los Capadocios existía una clara diferenciación
entre hypostasis y ousia. Para distinguir nítidamente en Occidente el concepto de subs
tancia frente al de la naturaleza general abstracta, se puntualizó el significado de la
persona o la hipóstasis, añadiéndole el concepto de subsistencia. Hasta las aporta
ciones de los neocalcedonianos (Juan Gramático, Leoncio de Bizancio, Leoncio de
Jerusalén, Máximo Confesor y Juan Damascene) no se consiguió una diferenciación
conceptual neta y precisa entre los términos hypostasis/ousia ni tampoco entre los de
subsistentia/substanlia/essentia. En todo caso, no puede partirse aquí de una defini
ción neutral antecedente de los conceptos. En la perspectiva de la historia de los dog
mas y del lenguaje, se recorrió más bien el camino inverso. Debe entenderse el con
tenido de los conceptos hypostasis y persona de tal modo que puedan designar con
la mayor precisión posible la diferencia —conocida en la fe— del Padre, el Hijo y el
Espíritu dentro de la esencia indivisible del Dios .único en su mutua referencia, según
el orden del origen. No se trata, pues, en modo alguno de que el contenido haya sido
remodelado para encajarlo en un sistema conceptual previamente dado.
En la definición de los conceptos de subsistencia e hipóstasis entra también la idea
de la relación. A diferencia de las divisiones tradicionales de las categorías filosóficas,
aquí no puede encuadrarse a la relación entre los accidentales. Debe indicarse,
por el contrario, que lo propio y característico de la persona divina es la subsisten
cia, que se constituye relacionalmente en la referencia a las otras personas divinas.
441
en las tres personas (mia oiisia - treis hypostaseis). La fe en la Trinidad no depen
de de procesos deductivos de la teología trinitaria. Pero una exposición teológica
puede aportar ayuda a la realización racional de la fe, puede profundizarla, puri
ficarla respecto de las posiciones heterodoxas y afianzarla contra los ataques de
la religión (judía) y de la filosofía pagana.
442
a la vez, la diferencia en Dios. Las ocasionales designaciones del Logos como
criatura en Col 1,15 y Prov 8,22-25 no pueden ser entendidas en el sentido de una
creación de la nada. Se expresa aquí, en sentido trasladado, la procesión del Hijo
y su generación arquetípica en virtud de la voluntad del Padre. El Hijo se con
vierte así en imagen eterna y resplandor del Padre, de cuya esencia divina partici
pa (en sentido platónico). Por la encarnación, el mediador de la creación pasa a ser
también mediador histórico de la salvación. Su obra consiste no sólo en el perdón
de los pecados, sino también, y sobre todo, en la gracia de la asunción salvífica de
la naturaleza humana. La gracia como deificación vincula con la comunión de la
Palabra y del Padre que son, en la eternidad, la unidad-diferencia de su amor.
443
del movimiento del Hijo al Padre en el Espíritu Santo. De la igualdad esencial se
deriva la unidad esencial que se realiza en el ámbito intradivino y se revela en el
espacio de la economía de la salvación en la diferencia del Padre, del Hijo y del
Espíritu.
Al igual que los arríanos, también Atanasio asume la diferencia radical entre
Dios y el mundo. Pero objeta contra ellos que la palabra «Dios» no designa una
naturaleza abstracta o un sujeto monopersonal absoluto (concebido en los térmi
nos de la substancia metafísica), al que se le añadirían accidentalmente las rela
ciones. En tal caso, en efecto, Dios sólo sería Padre cuando se refiere al Logos crea
do y le introduce en la relación filial. En realidad, Dios posee su propia esencia
porque es eternamente el Padre del Hijo y el origen del Espíritu. Para distinguir la
procesión intradivina del Hijo de la procedencia del mundo en virtud de la volun
tad del Padre y de la mediación que ejerce el Logos en la creación, Atanasio recu
rre a los términos de «generación» o de «nacimiento eterno». Afirma, de todos
modos, que la procesión del Hijo desde el Padre es un misterio inefable. Aquí el
pensamiento humano sólo puede echar mano de débiles analogías, que no disuel
ven el misterio sino que precisamente pretenden protegerlo frente a todo tipo de
racionalización. En todas y cada una de las acciones de Dios hacia afuera se reve
la siempre como el Padre que actúa por el Hijo en el Espíritu Santo. Finalmente,
esa filiación del Logos, igual en esencia al Padre eterno, se nos ha revelado median
te la encarnación de Cristo en la virgen María. Sólo porque fue Dios mismo quien
padeció por nosotros en la naturaleza humana asumida está cerca de los hombres
también en el amor de Jesucristo crucificado y resucitado, y así hemos sido inclui
dos en la vida divina.
Conocemos asimismo la procesión del Espíritu en el hecho de que nos ha sido
enviado como maestro para llevarnos al conocimiento del Hijo y del Padre (ICor
12,3). El Espíritu de Dios, que viene de las profundidades de la divinidad que
sólo él penetra (ICor 2,10s.), es Dios mismo, pero diferente del Padre y del Hijo.
Sólo en él se da la comunión vivificante con el Padre y el Hijo (cf. ICor 1,9). La
procesión del Hijo desde el Padre tiene que distinguirse de la procesión del Espí
ritu ya por el simple hecho de que entre el Hijo y el Espíritu no se da un paralelis
mo pleno, como si fueran hermanos. El Espíritu no procede del Hijo del mismo
modo que el Hijo procede del Padre. Cada uno de ellos procede del Padre de una
manera propia y específica, pero sin que se dé un escalonamiento jerarquizado en
el sentido del subordinacionismo. Es decir, ambos están en posesión de la misma y
única esencia divina.
En el sínodo de Alejandría del año 362 aludió Atanasio a las claras diferen
cias de las expresiones lingüísticas y de los esquemas conceptuales de los griegos
y los latinos en el ámbito de la doctrina trinitaria, pero admitiendo al mismo tiem
po lacom unidad en la fe. Conocía bien el esfuerzo del espíritu humano finito
para%-xpresar el misterio en el lenguaje de los hombres. Sabía, al igual que Hilario
de Poitiers (obra principal: De Trinitate), la problemática fundamental del pensa
miento teológico, que sólo puede hablar del misterio de Dios en términos analógi
cos. Pero básicamente puede afirmarse lo siguiente: son las formas lingüísticas y
conceptuales las que deben acomodarse al misterio y no, a la inversa, encajar por
la fuerza el contenido dentro de conceptos humanos previamente establecidos.
444
5. La doctrina trinitaria de los Capadocios
«El nombre de Padre no designa ni una esencia ni una actividad, sino una refe
rencia (oxéais), que señala cómo se relaciona el Padre con el Hijo y el Hijo con
el Padre.» (or. 29,16)
445
Las relaciones que surgen del Padre no indican ni una desvalorización des
cendente ni una jerarquización cualitativa en Dios. Se trata, muy al contrario, de
superar el subordinacionismo mediante una coordinación relacional. Cada perso
na tiene su propiedad, mediante la cual se distingue de las otras dos personas en el
entramado de las relaciones de origen que fundamentan la homoousia del Hijo y
del Espíritu con el Padre. Son, en esta hipostasía y relacionalidad, el ser, la esencia
y la vida del Dios único. Sólo así puede decirse que el Padre es ingénito (&yewr|aía),
que realiza hípostáticamente su paternidad y, con ello, su divinidad en la genera
ción eterna del Hijo (sKjiópeuaig) y en la procesión del Espíritu Santo (riotefoju.;),
que el Hijo realiza hípostáticamente su filiación y, con ello, la divinidad, al ser engen
drado por el Padre o nacer eternamente de él y que en cuanto Hijo eterno del Padre
alcanza su plenitud en orden a él (en respuesta de gratitud), mientras que el Espí
ritu realiza hípostáticamente su procedencia del Padre y posee la esencia divina en
la autodonación divina del amor del Padre (Gregorio de Nacianzo, or. 25,16).
446
va al conocimiento y al amor de Dios y en el que este amor y este conocimiento
se manifiestan. Si el alma, en cuanto imagen creada de Dios, posee una dinámica
que la orienta a Dios y sólo puede alcanzar su plenitud en la participación de la vida
divina, entonces únicamente puede volverse hacia su arquetipo, en la historia con
creta, a través de la encarnación del Logos y del envío del Espíritu Santo a nues
tros corazones (de acuerdo con el pasaje de Rom 5,5, frecuentemente citado por
Agustín). Es decir, sólo puede entrar en la comunión con el Dios del amor trino a
través de la mediación historicosalvífica del Hijo y de su Espíritu.
El pensamiento de Agustín tuvo que enfrentarse a los extremos contrapues
tos del sabelianismo y del arrianismo. En contra del arrianismo tardío, acentúa la
igualdad esencial del Padre, el Hijo y el Espíritu. De ahí que en la exposición agus-
tiniana de la Trinidad inmanente pase un tanto a segundo término, aunque sin difu-
minarse del todo, el pensamiento griego de la monarquía (=el principio sin princi
pio) del Padre. El Padre es aquí, en efecto, principium, fons et origo de toda la
divinidad y de la procesión del Hijo y del Espíritu (trin. IV, 20,29). El Padre es prin
cipium sine principio, el Hijo principium de principio. El Espíritu Santo procede de
ambos. Pero en la Trinidad económica reaparece con mayor relieve ante la mira
da la idea de la monarquía del Padre.
Mientras que en Oriente las reflexiones tenían una dirección más bien lineal,
que avanzaba desde el orden interior de la Trinidad hacia el orden historicosalví-
fico (desde el Padre por el Hijo en el Espíritu), Agustín contempla la Trinidad inma
nente de una manera que cabría calificar de circular y cerrada en sí. El proceso tri
nitario vital pasa del Padre al Hijo y se cierra en el Espíritu Santo, que es la comunión
de ambos como amor. Por consiguiente, aquí puede entenderse el ser personal del
Espíritu como el amor mutuo del Padre y del Hijo. De todas formas, también Agus
tín hace desembocar los procesos intradivinos (productiones) en las misiones (mis
siones) temporales. El Hijo aparece de hecho en el tiempo en virtud de la encar
nación y el Espíritu en virtud de la efusión escatológica. Por eso, los hombres nos
relacionamos realmente en la historia y en la vida personal con el mismo Dios y
somos santificados y deificados por el Dios trino.
La contribución más importante de Agustín se halla en la doctrina de la rela
ción, que ya había sido insinuada por Gregorio de Nacianzo. Mantiene siempre una
cierta reserva frente al ya aclimatado concepto de «persona», debido a que, dada
su significación originaria de máscara de los actores teatrales, se corría el riesgo de
darle una errónea interpretación. El concepto de persona debería ser siempre inter
namente entendido como orientado a la hipóstasis y debería superar, por consi
guiente, la categoría de substancia (pensada como algo encerrado en sí y carente
de relaciones).
La relacionalidad está ya inscrita en los nombres bíblicos del Padre y del Hijo.
No debe partirse de un concepto de persona entendido a modo de substancia y com
plementarlo luego extrínsecamente con la categoría de la relación. La relacionali
dad se encuentra en la persona misma, a saber, en la paternidad, en la filiación y
en la espiración del Espíritu de Dios. Así, pues, en Dios todo es uno, salvo lo que
se afirma de cada una de las tres personas en su diferente relación con las otras (civ.
XI,9,10; cf. Anselmo de Canterbury, De processione spiritus sancti, 1; también el
concilio de Florencia, DH 1330; DHR 703). A diferencia de la tabla aristotélica de
las categorías, aquí las relaciones no pertenecen a los accidentales. Se trata de rela
ciones reales, es decir, constitutivas de la esencia. Forma parte de la esencia eter-
447
na de Dios ser desde la eternidad Padre del Hijo (es decir, una relatio realis). En
cambio, y a diferencia del ser de Padre, el ser creador no es elemento constitutivo
de la esencia eterna de Dios, porque la creación no es necesaria, sino libremente
puesta desde el amor (esto es, una relatio rationis).
Las personas no son partes, fases o elementos de Dios. Cada una de ellas es
en sí misma, en relación a las otras dos, el Dios único y verdadero. Por eso debe
decirse Deus est Trinitas. La diferencia entre las personas consiste en el orden de
las relaciones y no en la diferencia respecto a una esencia preexistente a las tres y
concebida como una realidad abstracta. Al contrario, en la Trinidad el acto esen
cial de Dios se identifica con las personas, que sólo se diferencian entre sí por su
referencia mutua.
La peculiaridad del Espíritu Santo consiste en que es, en la eternidad, el don
mutuo que el Padre hace al Hijo y en el que el Hijo se da de nuevo, amando, al
Padre. En este don se distinguen entre sí y en él se ganan eternamente como la
comunión en el amor. El Espíritu Santo es donum, amor y communicatio o com
munio.
Contemplado desde la perspectiva de la Trinidad económica salvifica, esto sig
nifica que el Espíritu es el don (donum) historicosalvífico soteriológico de Dios y
Dios es el que se dona (se donans). El Espíritu es el amor de Dios a nosotros y en
nosotros y es también, a la vez, Dios en su autocomunicación gratuita, el que sus
tenta nuestra respuesta en la fe, la esperanza y el amor y nos introduce para siem
pre en la comunión del amor divino. Por eso, cada individuo concreto (en su alma)
y la Iglesia son imagen, señal y sacramento de la comunión de las personas divi
nas y de la comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu.
La teoría de Agustín, conocida bajo el nombre de «analogía psicológica de la
Trinidad», no pretende en modo alguno deducir el misterio de Dios trino a partir
de una especie de estructura básica triàdica del alma. Las estructuras triádicas (mens-
notitia-amor o memoria-intellectus-voluntas) son tan sólo huellas o imágenes, vesti
gio et imagines trinitatis. Como ayudas para la comprensión estas analogías meta
fóricas extraídas de la antropología son preferibles a las sacadas de la naturaleza
(peso, número, medida; sol, rayo, luz) o del ámbito de la cultura, por ejemplo, cuan
do se dice que la gramática, la retórica y la dialéctica configuran la esencia única del
lenguaje, también cuando se las aplica para clarificar y hacer más inteligible la afir
mación central de la fe cristiana. Pero se trata siempre sólo de ayudas a la com
prensión, no de explicaciones de la realidad misma ni deducciones. Para llegar al
conocimiento de la Trinidad inmanente es necesario la Trinidad económica. Aquí
la verdadera imago trinitatis es el hombre Jesús (2Cor 4,4) en su relación filial
—mediada por el Espíritu Santo— al Padre y subsistente en la palabra eterna. En
esta pelación se revela la relacionalidad interna de Dios Padre respecto de su Pala-
bra/ljíijo y de su Espíritu (cf. Le 10,21s.; Un 4,8-16; Rom 8,3.9 et passim).
7. La transición a la Escolástica
448
La influencia agustiniana se dejó sentir en tres niveles:
1. En la Escuela de los Victorinos, en especial en Ricardo de San Víctor, y más tar
de en los franciscanos, encabezados por Buenaventura y Duns Escoto, que par
tían de la idea de Dios como la esencia eterna que es amor y culmina su movi
miento en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el vínculo del amor entre el
Padre y el Hijo.
2. En Anselmo de Canterbury, y a continuación en la Escuela dominicana, con
su cima culminante en Tomás de Aquino, que exponían la esencia del Dios tri
no desde el análisis del espíritu y de sus realizaciones básicas del conocimien
to y la voluntad. Pero tampoco aquí esta prolongación de la doctrina psicoló
gica trinitaria pretende afirmar que pueda deducirse la Trinidad a partir de un
concepto (por ejemplo, el del espíritu o el del amor). La línea expositiva se apo
yaba obviamente en el conocimiento de la Trinidad transmitido por la revela
ción. '
3. En los esquemas historicosalvíficos globales esbozados por Ruperto de Deutz y
Joaquín de Fiore (con su muy discutible doctrina de las etapas cronológicas suce
sivas del Padre, el Hijo y el Espíritu), que tienen su punto de referencia último
en el misterio del Dios trino, principio y fin de la creación, de la historia y del
hombre.
449
Reviste gran importancia la crítica de Ricardo al concepto de persona de Boe
cio (tract. theol. V, 3: persona est rationalis naturae individua substantia. Aquí se
entiende la persona como equivalente de la hypostasis). En la definición de Boecio
no hay ninguna referencia a la relacionalidad, de modo que se trata de un con
cepto inaplicable a la Trinidad. La substancia individual sería la divinidad de Dios.
Desde estos supuestos no cabe imaginar una diferencia de las personas que no ten
ga como resultado el triteísmo. Dado que Ricardo no habla de la substancia, sino
de la existencia, puede ofrecer la siguiente descripción del concepto —en sí inde
finible— de persona: «Persona est intellectualis naturae incommunicabilis existen-
tía», la persona es la existencia incomunicable de una naturaleza intelectual
(trin. IV,23).
A diferencia de la definición boeciana, este concepto es aplicable analógica
mente tanto a las personas divinas como a las creadas. Mientras que la substancia
designa sólo estáticamente la inmediatez (= la no intercambiabilidad) de la perso
na, la existencia abarca tanto la posesión óntica individual como la procedencia, el
de dónde del ser individual. Según esto, en la esencia divina las procesiones (de las
personas del Hijo y del Espíritu) designan la personalidad como una autoposesión
respecto de las otras personas. Por consiguiente, una persona divina es un modo
existencial inmediato y directo de la naturaleza divina. La naturaleza divina per
tenece a las tres personas en virtud de las dos procedencias, a saber, la del Hijo res
pecto del Padre y la del Espíritu respecto del Padre por medio del Hijo.
450
a) Las procesiones intradivinas
451
en el amor experimentamos al Espíritu Santo que hace que Dios nos atraiga
y nos abarque como el bien supremo.
Al movimiento trinitario de Dios a nosotros responde el movimiento trinita-
riamente configurado del alma a Dios. En el alma habita el Dios trino.
En el ámbito eclesiológico, debe contemplarse a la Iglesia, en cuanto fundación
del Padre, como cuerpo místico de Cristo. La Iglesia es animada y vivificada por el
Espíritu Santo, de quien proceden sus servicios, sus ministerios y sus caris-
mas. El Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la consumación, hasta alcanzar la par
ticipación plena en la vida trinitaria de Dios.
452
vación de los hombres consiste en el conocimiento de Dios y en la comunión con
él como verdad y como vida:
«El conocimiento de las personas divinas nos es necesario por una doble razón:
»En primer lugar, para que reflexionemos correctamente sobre la constitu
ción de las cosas. Para que, en efecto, cuando decimos que Dios lo ha hecho todo
mediante su pa la b ra , quede rechazado el error de quienes suponen que Dios
ha creado las cosas por necesidad. Pero para que asumamos que se da en Dios
una procesión del amor, se indica que no ha creado a las criaturas debido a algún
tipo de necesidad, ni tampoco mediante una causa exterior, sino por amor a su
bondad...
»Tambiénpor una segunda razón, y ésta principal, nos es necesario el cono
cimiento de la Trinidad, para que pensemos rectamente acerca de la salvación
del género humano, que se consuma por medio del Hijo encarnado y el don del
Espíritu Santo» (S. th. I q. 32 a.l ad 3).
453
ración (spiratio) y por eso se le llama acertadamente spiritus sanctus (= divinus) o
πνεύμα cr/iov (cf. Jn 20,22).
El proceso de la espiración está más vinculado al acto de la voluntad de hacer
proceder que al de una comunicación intelectual. Es decir, como persona divina el
Espíritu Santo procede per modum voluntatis o per modum amoris.
La diferente concepción de la procesión del Espíritu (según las enseñanzas
orientales «sólo del Padre», según la doctrina occidental «y del Hijo») dio origen a
la llamada controversia del Filioque . El III concilio de Toledo del 589 utiliza,
para la concepción latina de que el Espíritu procede ab utroque, el giro Filioque
(DH 470). De todas formas, el Espíritu procede principaliter del Padre, que posee
la esencia divina como principium sine principio, mientras que del Hijo procede en
cuanto que es principium de principio (cf. la concepción oriental en Juan Damas-
ceno, fid. orth. 1,8.12).
Como Agustín, también Tomás parte de la unidad esencial de Dios en la igual
dad de las personas. Pero en su unidad esencial Dios no subsiste antes o fuera de
las relaciones subsistentes que son las personas divinas. Los escritos bíblicos hablan
de una realización dinámica vital de Dios y emplean nombres que designan las pro
cesiones intradivinas (Hijo, Palabra, Espíritu, Aliento). También Tomás asume
—a pesar de la infinita diferencia entre Dios y la naturaleza del hombre— la analo
gía agustiniana de la realización del espíritu humano, porque considera que aporta
ayuda particularmente adecuada para una mejor comprensión. El hombre, en efec
to, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. De todas formas, la utilización de
esta analogía presupone ya el conocimiento de la Trinidad a partir de la revelación
positiva y no tiene, por tanto, nada que ver con un proceso deductivo a partir de
un concepto o de una idea innata. En el espíritu humano los actos de la inteligen
cia o de la voluntad no pueden desembocar nunca en hipóstasis propias. Ello no
obstante, en la autorrealización espiritual descubrimos, en primer lugar, la auto-
expresión en la palabra interior (verbum mentís). Esta palabra interior es la expre
sión plástica y esencialmente igual de mi propio yo. Sólo en esta dualidad interna
de la afirmación y lo afirmado estoy en mí mismo. Al mismo tiempo, me identifico
con mi palabra interna, en la que estoy presente para mí mismo, es decir, me afir
mo. Y esta autoafirmación del hablante en lo hablado es un acontecimiento del
amor. La realización espiritual del hombre es siempre y a la vez conocimiento
y amor. A esta posición interna de la palabra se la puede denominar también, en
sentido analógico, generación, es decir, producción en igualdad esencial. En Dios
puede hablarse, aunque siempre en sentido analógico, de la Palabra o la imagen
eterna como del Hijo. A la procesión del amor se la denomina, con expresión meta
fórica, espiración. La espiración y la respiración (spirare) son la expresión sensible
de una igualación interna del amante y el amado y de la voluntad de comunicarse
a sí laísmo también en la palabra.
Todo lo anterior, trasladado a la teología trinitaria, significa lo siguiente: la Pala
bra eterna del Padre eterno procede a modo de generación. En consecuencia, el
Hijo existe como la imagen perfecta del Padre en cuanto que, por un lado, se dife
rencia de él, mientras que, por otro lado, realiza, justamente en esta diferencia, como
subsistente, la esencia plena de la divinidad.
El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto que el Padre quiere realmente
al Hijo procedente de él, es el objetivo de su voluntad y, en este acto volitivo, rea
liza a la vez la unidad con el Hijo como inclinación amorosa. Y esto es una reali
454
zación subsistente y propia del ser de Dios que procede de la relación del Padre y
el Hijo, se distingue de los dos y los distingue entre sí. Por eso es el Espíritu una
hipóstasis propia en Dios.
En perspectiva bíblica, el Espíritu Santo no tiene un nombre propio. La pala
bra «espíritu» designa tanto la esencia de Dios como la tercera persona divina y
es asimismo tanto una definición esencial como una denominación personal.
455
Para definir las diferencias entre las personas no basta con considerar las pro
cesiones. Sólo teniendo en cuenta las relaciones puede descubrirse la conexión entre
la Trinidad de las personas y la unidad de la esencia.
De las procesiones surgen cuatro relaciones, tres de las cuales son constitutivas
de las personas: la paternidad, la filiación y la espiración del Espíritu. De la rela
ción del Espíritu al Padre y al Hijo no surge una nueva persona divina.
Es en esta oposición de las relaciones de origen donde se consuma la esencia
trinitaria de Dios.
Así, pues, en Tomás de Aquino la relación es el concepto clave de la doctrina
sobre la Trinidad. Se daba aquí un decisivo paso adelante respecto de Aristóteles.
En efecto, en la lógica y en la teoría del conocimiento aristotélicas sólo existen rela
ciones predicamentales (ya que la categoría de la relación pertenece a los «acci
dentales»), por ejemplo, la relación de un niño a sus padres, que es sólo una deter
minación predicamental, predicada del sujeto. La esencia del hijo es el ser humano
y no la referencia a sus padres.
En el ámbito de la creación, la subsistencia no puede identificarse plenamen
te con una relación predicamental. De lo contrario, se eliminaría su autonomía
como criatura y, en el hombre, se destruiría incluso su ser personal o, como míni
mo, se le reduciría a la dimensión empírico-psicológica de la comunión de comu
nicación humana y se excluiría, por tanto, que la hipóstasis, fundamentada en el
acto de la creación, fuera el presupuesto metafísico de la realización histórica, comu
nitaria y dialogal de la personalidad humana,
Según Tomás de Aquino, debe admitirse en Dios una relación subsistente. Sólo
en Dios puede darse una relación como referencia pura capaz de configurar el fun
damento único de la constitución de una persona divina.
Sólo porque el Padre, el Hijo y el Espíritu subsisten en relación recíproca en la
realidad personal única de Dios pueden entenderse mutuamente, y precisamente
a través de esta oposición, como personas o hipóstasis distintas entre sí.
En el hombre, las realizaciones fundamentales del entendimiento y de la volun
tad están sólo accidentalmente referidas a la substancia humana. En Dios, en cam
bio, que consuma su esencia eterna en la generación del Hijo/imagen y en el amor
pleno, a las relaciones opuestas se las denomina las tres personas divinas. Por
consiguiente, debe concebirse la esencia de una persona trinitaria como relación
subsistente. La oposición de las referencias de unas a otras constituye la diferencia
personal y la unidad de la esencia consiste precisamente en la relacionalidad de
las personas.
La ventaja de estas reflexiones radica en que, en un primer momento, no se uti
liza el concepto de persona en un sentido absoluto que luego tenga que diferen
ciarse, g lo largo de un laborioso proceso, mediante el concepto de relación.
Nd'se enfrentan, por así decirlo, tres personas que luego deben ser entendidas
como constituyendo entre las tres una unidad posterior, sino que la persona está
caracterizada ya de antemano por una relación subsistente. Aquí, la subsistencia
y la relacionalidad son dos elementos que se constituyen mutuamente y que for
man finalmente la esencia de la persona divina.
No surge, pues, entre la naturaleza divina y las relaciones personales subsis
tentes ninguna diferencia esencial. Las personas divinas, en efecto, no se oponen a
la naturaleza común sino que, por el contrario, al diferenciarse sólo se oponen entre
sí. Por consiguiente, la diferencia entre la naturaleza divina y las relaciones perso
456
nales es sólo conceptual, no real. La unidad esencial de Dios es la oposición a las
relaciones subsistentes, reconocidas y adoradas por nosotros, siguiendo el ejemplo
de la Sagrada Escritura, como Padre, Hijo y Espíritu.
Las tres personas divinas
Los conceptos de hipóstasis (subsistencia, persona) y naturaleza son el resul
tado de una reflexión sobre el contenido de la revelación previamente dada en la
fe. Debe advertirse bien que en el dogma trinitario y escatológico y en la antro
pología teológica el concepto de persona no se utiliza en sentido unívoco, sino ana
lógico. La naturaleza significa el modo como un ente participa del ser (princi
pium quo), un modo de participación del que se extraen los conceptos generales
(por ejemplo, árbol, hombre). Como la existencia de Dios se identifica con su esen
cia divina, la palabra «Dios» no es un concepto general, cuyo contenido puede hacer
se realidad en diversos portadores individuales. La palabra Dios designa más bien
la unicidad y la indivisibilidad de la realidad esencial del poder que se da a cono
cer en la creación y la redención como origen y como fin.
Persona, por su parte, significa la realidad irreductible y no compartible (= no
intercambiable) de esta naturaleza en sus portadores.
El concepto de persona ha experimentado en la filosofía moderna un cambio
radical, del que se derivan numerosas erróneas intelecciones de la teoría trinitaria
clásica. En la antropología de René Descartes, según la cual el hombre se compo
ne de una substancia espiritual y otra material, el concepto (antropológico) de la
persona quedaría reducido a la conciencia que se da en una naturaleza sensible. En
la etapa siguiente, y bajo la influencia del empirismo, se identificó la autoexpe-
riencia del yo empírico-psicológico con la naturaleza y la suma de sus disposicio
nes materiales. Si se traslada a Dios esta concepción de la persona, se renuncia a la
substancia espiritual absoluta de Dios, que posee su esencia en tres centros de con
ciencia.
Las propiedades y nociones
De la diferencia relacional de las personas se derivan unas determinadas pro
piedades o peculiaridades, que sólo pueden predicarse de una persona concreta
(aunque siempre en referencia a las otras). Aquí se distinguen:
— Las propiedades constitutivas de la persona (proprietates personales): la paterni
dad del Padre, la filiación del Hijo y la espiración del Espíritu.
— Las propiedades que diferencian a las personaos (proprietates personarum): por
ejemplo, la agénesis del Padre, la generación pasiva del Hijo y la procesión acti
va del Espíritu desde el Padre y el Hijo.
Se trata de nociones (notiones) o señales características de las personas. Los
actos nocionales son actividades en las que las personas se distinguen entre sí. En
este sentido, al Hijo le competen el conocimiento y la palabra y al Espíritu Santo
el amor, aunque el conocimiento y el amor constituyen también, en cuanto tales,
la realidad esencial de Dios tal como procede del Padre (cf. Jn 3,16: «Dios Padre
ha amado al mundo» (notiones essentiales).
Aunque todas las obras de la Trinidad hacia el exterior son comunes a las tres
personas (según el ordo processionis que parte del Padre), se da una cierta coor
dinación (apropiación) entre las propiedades absolutas (por ejemplo, el poder, la
457
misericordia, la bondad) o las obras divinas en la creación, la redención y la santi
ficación, o los nombres divinos (Dios como «Padre de Jesucristo», el Hijo como
«redentor y salvador» y el Espíritu como «Señor y vivificador») y las personas divi
nas (apropiaciones).
La pericóresis trinitaria
La in-hesión de cada persona divina en las otras y su indisoluble comunión en
la unidad de la esencia divina ha sido expresada, sobre todo por Juan Damasceno
en la teología oriental, a través de la idea de la mutua compenetración de las per
sonas (perikhoresis, circumincessio, fid. orth. 1,8; 14; III,5).
La teología trinitaria oriental se desarrolló como contraposición o réplica al
modalismo. Acentuaba, por consiguiente, la diferencia de las personas y funda
mentaba su unidad en la procedencia del Padre. Para impedir la disgregación, se
insistía en la recíproca inhabitación. La teología occidental partía, desde Agustín,
de la unidad de la esencia divina y destacaba, contra el arrianismo y el subordina-
cionismo, la igualdad de las personas, de modo que pasaba un tanto a segundo pla
no el discurso sobre el Padre como origen de la Trinidad. Existía, pues, el peligro
de un distanciamiento excesivo entre la esencia de Dios y las divinas personas. Cuan
do la teología occidental aceptó y asumió las ideas de Juan Damasceno (siglo xi),
volvió a insistirse en la circumincessio o la circuminsessio (=inhabitación mutua)
y en la unidad entre las personas y la esencia divina.
Invocando la autoridad de Fulgencio de Ruspe, el Decreto para los jacobitas del
concilio de Florencia, de 1442, declara:
«Estas tres personas son un solo Dios y no tres dioses; porque las tres tienen una
sola substancia, una sola esencia, una sola naturaleza, una sola divinidad,
una sola inmensidad, una eternidad y todo es uno, donde no obsta la oposición
de relación. Por razón de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el
Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espí
ritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo ... El Padre, cuanto es o tiene,
no lo tiene de otro, sino de sí mismo; y es principio sin principio. El Hijo, cuanto
es o tiene, lo tiene del Padre, y es principio de principio. El Espíritu Santo, cuan
to es o tiene, lo tiene juntamente del Padre y del Hijo. Mas el Padre y el Hijo no
son dos principios del Espíritu Santo, sino un solo principio: Como el Padre y el
Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de la creación, sino un solo prin
cipio...» (DH 1330s.; DHR 703s.).
458
facultado, en virtud de las misiones divinas, para participar, por la gracia y el amor,
de la vida de Dios, que se identifica con las procesiones intradivinas de las perso
nas (cf.Jn 14,20.25; 17,22s.; Gál 4,4-6; Rom 8,15.29; lJn 1,1-3 et passim).
459
La tradición oriental entendía que afirmar que el Espíritu procede a la vez del
Padre y del Hijo equivalía a decir que procede inmediatamente de la naturaleza de
Dios. Ahora bien, si la diferencia de las personas divinas surge de su origen en el
Padre, entonces la causa de la procesión del Espíritu no puede ser aquello que es
común a las personas, a saber, la naturaleza.
Pero en la perspectiva latina, tal como había sido modelada por Ambrosio y
Agustín, la distinción de las personas se fundamenta en la oposición de las rela
ciones. Y como la espiración no implica ninguna oposición relativa entre el Padre
y el Hijo, puede ser común a los dos. Esto no significa que el Espíritu proceda de
la naturaleza divina, porque ésta nunca existe en abstracto, sino que subsiste siem
pre y sólo en las hipóstasis divinas. Por tanto, el Espíritu procede del Padre prin
cipaliter, en cuanto que éste es la fuente absoluta de la divinidad, de las procesio
nes y de las oposiciones relativas de las personas. Pero el Padre ha transferido al
Hijo que el Espíritu proceda también de él como de un principio único, sin que
desaparezca por ello la diferencia respecto de la principialidad del Padre. El Padre
es, en efecto, siempre, en el ordo relationis, el principium sine principio, mientras
que el Hijo es principium de principio de la procesión del Espíritu. El Espíritu no
procede de la naturaleza divina del Hijo, sino de la propiedad personal que se le ha
conferido al Hijo. Se cierra así en el Espíritu Santo el círculo de la divinidad al ser
este Espíritu el vínculo entre el Padre y el Hijo.
Los latinos (incluido Tomás de Aquino) admiten que los griegos pueden afir
mar rectamente que el Espíritu procede por medio del Hijo. Pero insisten en que
debe proceder asimismo del Hijo, pues de lo contrario no se distinguirían las rela
ciones del Hijo y del Espíritu respecto del Padre. Así, pues, el Hijo procede por
generación y el Espíritu por espiración, es decir, procede del amor del Padre al Hijo
y del amor de respuesta del Hijo al Padre inserto en aquel amor.
Tras un primer intento fallido de mediación del II concilio de Lyon el año 1274
(DH 850,853; DHR 460,463), el Concilio de la unión de Florencia del año 1439 halló
en la bula Laetentur coeli (DH 1300ss.; DHR 691ss.) la siguiente formulación común:
Todos los cristianos deben creer y profesar «que el Espíritu Santo procede eter
namente del Padre y del Hijo, y del Padre juntamente y el Hijo tiene su esen
cia y su ser subsistente, y de uno y otro procede eternamente como de un solo
principio, y por única aspiración; a par declaramos que lo que los santos Doc
tores y Padres dicen que el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo, tien
de a esta inteligencia, para significar por ello que también el Hijo es, según los
griegos, causa, y según los latinos, principio de la subsistencia del Espíritu San
to, como también el Padre.
| »Y puesto que todo lo que es del Padre, el Padre mismo se lo dio a su Hijo
unigénito al engendrarle, fuera de ser Padre, el mismo preceder el Hijo al Espí
ritu Santo lo tiene el mismo Hijo eternamente también del mismo Padre, de
quien es también eternamente engendrado. Definimos además que la adi
ción de las palabras Filioque (=y del Hijo) fue lícita y razonablemente pues
ta en el Símbolo, en gracia de declarar la verdad y por necesidad entonces
urgente.»
460
A las Iglesias orientales no se les pedía ni en el concilio de Florencia ni en otras
posteriores tentativas de unión que incluyeran en su redacción del credo niceno-
constantinopolitano el inciso del Filioque. Sólo se les solicitaba que respetaran la
situación de necesidad de la Iglesia latina en su lucha contra el arrianismo y el pris-
cilianismo. El Filioque no supone ningún tipo de ampliación objetiva, sino que se
le entendía como simple adición para precisar la fe en la Trinidad común a las
dos partes.
La objeción de tipo jurídico formal de que se había modificado el tenor literal
del Credo con menosprecio de las disposiciones canónicas no tiene en cuenta ni
la situación histórica del siglo vi ni la h'nea evolutiva, ya para entonces en amplia
medida independiente, ni el hecho de que tales prohibiciones no se refieren al puro
tenor literal, sino a los contenidos (DH 265; DHR 125).
En el diálogo ecuménico con las Iglesias ortodoxas, los viejos católicos y los
anglicanos han declarado que sería preferible renunciar al Filioque, pero sin que la
Iglesia latina tenga que revisar y declarar objetivamente falsa su centenaria pra
xis de oración. Se trata, además, de una añadidura con intención puramente acla
ratoria, que mantiene y explica la confesión común de la unidad de Dios en la esen
cia y la Trinidad en las personas de acuerdo con el ordo relationis y con los recursos
de la tradición doctrinal de Occidente.
Con esta distinción, a saber, por un lado, de la comunidad en la fe y, por el otro,
de la diferencia legítima de la tradición teológica, en el mantenimiento del Filio
que según la redacción occidental, junto al paralelo reconocimiento del Credo en
su originaria versión oriental, se admite tanto la confesión de la fe común como una
cierta banda de fluctuación en sus formulaciones teológicas.
No es necesario conciliar hasta en sus últimos detalles ambas tradiciones teo
lógicas. Pueden mantenerse ambas como dos modelos complementarios. No for
ma parte de la confesión de fe la afirmación de que la propiedad de las personas
provenga primariamente de las procesiones y de la monarquía del Padre o de las
relaciones subsistentes y de la oposición relativa de las personas divinas.
Es común la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la unidad de Dios en la
trinidad de las personas.
461
IV. CONCEPCIONES SISTEMATICAS
DE LA TEOLOGÍA TRINITARIA
CONTEMPORÁNEA
En el siglo xx, y tras varios cientos de años de olvido de la teología trinitaria,
se ha producido un verdadero renacimiento en este campo. Se ha reconocido de
nuevo que la Trinidad es lo specificum Christianum, se la ha sacado de su lánguida
situación (como si fuera una especie de juego conceptual reservado a piadosos espe
cialistas) y se la ha vuelto a colocar en el centro de la reflexión de fe. Si la fe es
comunión de vida con Dios, entonces existe una gran diferencia entre que el hom
bre se relacione con la esencia suprema y unipersonal, abstractamente entendida,
del deísmo y el teísmo, respecto de la cual sólo es posible una relación extrínseca
con la autoridad formal y un estilo de vida acorde con la moral, o que Dios se mani
fiesta en su propia vida y en la realización de la comunicación de su vida en la reve
lación como el misterio de la comunión de amor tripersonal del Padre, el Hijo y
el Espíritu. Sólo cuando el Espíritu Santo llena el corazón del hombre es posible
también el encuentro del hombre con Dios.
Configura aquí una problemática con muy importantes retos, que afectan a
todos los esquemas recientes, la definición de concepto de persona.
462
I
1. «El Dios único se revela según la Escritura como creador, es decir, como el
Señor de nuestra existencia. Como tal Dios es nuestro Padre, porque está ya
antes en sí mismo como Padre del Dios Hijo» (KD 1-1,404).
3. «El Dios único se revela, según la Escritura, como el redentor, es decir, como
el Señor que libera. Es, en cuanto tal, el Espíritu Santo, a través de cuya recep
ción somos hechos hijos de Dios, porque está ya antes en sí mismo como el Espí
ritu del amor de Dios Padre y de Dios Hijo» (KD 1-1,470).
463
unitariamente concebido sería de hecho, y a causa de su naturaleza absoluta e indi
ferenciada, un enfrente meramente delimitador respecto de la libertad humana.
Pero si la esencia de Dios está constituida por su autocomunicación y su autodife-
renciación interna, entonces su autorrevelación como Señor es al mismo tiempo la
oferta de una participación en su libertad soberana y en su vida como amor. Aquí
la obediencia al Dios trinitario es la más alta realización posible de la libertad.
El ateísmo, en cambio, dilapida la autonomía y la libertad del hombre, por
que no entiende a la persona humana en el contexto de la relacionalidad y la comu
nión. Y en estos supuestos la libertad sólo puede ser concebida como delimita
ción enrocada en sí misma frente a los demás, en vez de respuesta a una
determinación precedente que lleva a la comunión embriagadora a través de un
amor incondicional.
Barth conoce bien la problemática del concepto de persona de la Edad Moder
na. Ante la notable divergencia entre la concepción paleoeclesial de la hipóstasis
y la persona y el concepto que la reduce al yo empírico de la moderna filosofía racio
nalista y empirista, surge casi inevitablemente una errónea interpretación, de índo
le modalista o triteísta, de la fórmula clásica de la unidad de Dios en las tres per
sonas. En consecuencia, Barth propone sustituir el concepto de persona por la
expresión «tres modos de ser relativamente distintos de Dios» (DK 1-1,380). La
acusación de modalismo lanzada contra él por su expresión «modos de ser» es sim
ple producto del desconocimiento de aquel antiguo modalismo que consideraba
que la diferencia de Padre, Hijo y Espíritu no se fundamenta en Dios, sino en la
perspectiva humana de Dios.
464
deriva su principio teológico trinitario básico: La Trinidad económica es la Trini
dad inmanente. Y a la inversa (Mysal II, 328). En su venida a nosotros en la histo
ria, Dios se revela como el sujeto de la historia de la salvación (Padre), mediante
la encarnación de su Palabra escatológica eterna (como Hijo o como Palabra del
Padre) y el envío escatológico del Espíritu Santo (del Padre y del Hijo) al mundo
y al corazón de los creyentes. A la autoapertura trinitaria de la esencia de Dios en
su venida histórica corresponde la respuesta —trinitariamente articulada— del
hombre que se abre a Dios. Es una respuesta mediada en el Espíritu Santo, lleva
da a cabo mediante la Palabra encarnada en su referencia a Dios Padre (de acuer
do con el enunciado escolástico actus specificatur ab obiecto). Frente a una errónea
interpretación del axioma de que las obras de la Trinidad hacia el exterior son indi
visas (opera trinitatis ad extra sunt indivisa), y la afirmación de que podría haber
se encarnado cualquiera de las tres personas divinas, aunque era sumamente con
veniente la encarnación del Logos (Tomás, S. th. III q. 3 a. 8), Rahner sostiene que
sólo podía encarnarse el Hijo. Entre las procesiones eternas en Dios y las misiones
de las personas al exterior existe una relación no sólo adecuada o apropiada (exter
namente vinculada) sino propia de cada persona. Es propiedad del Hijo que en el
envío al mundo y en la encarnación de la Palabra se revela que procede del acto
generador del Padre. En la economía se revela que el Espíritu procede del Padre
y del Hijo como santificación que perdona y deifica al pecador y le inserta en la
comunión intratrinitaria del amor. El pecador justificado no obtiene tan sólo una
relación apropiada al Hijo y al Espíritu. En razón de la autocomunicación del Dios
trino entabla una relación personal insustituible con cada una de las personas divi
nas según el orden de su vida intra-trinitaria. El hombre no se refiere, pues, a Dios
como a una naturaleza divina abstracta o —en términos deístas— a una uniperso-
nalidad divina a la que luego se le añadiría, de una manera en cierto modo como
ornamental o accidental, la relación con las hipóstasis divinas reveladas. El hom
bre justificado se relaciona con Dios según el modo como Dios se posee eterna
mente y se comunica temporalmente en su diferencia relacional de Padre, Hijo y
Espíritu. Y así, el Dios trino es misterio salvífico ya en sí mismo y no simple factum
trascendental creído por autoridad, que de suyo no tendría nada que ver con la
comunión salvífica de Dios.
En contra de algunas injustificadas acusaciones, no se da en Rahner la menor
traza de modalismo sabeliano, pues de lo que se trata es de la revelación del ver
dadero sí mismo de Dios que se comunica, ni de hegelianismo, pues la Trinidad
inmanente se revela en la historia por libre decisión y desde su plenitud, exenta de
necesidades. Tampoco aflora en su pensamiento el monosubjetivismo de una per
sonalidad absoluta con fases o momentos de autodevenir meramente secundarios
y subordinados, pues, en efecto, también Rahner admite que el Padre posee ori
ginariamente su propia esencia cuando la comunica, en igualdad esencial, al Hijo
y al Espíritu. Rahner no distingue, pues, entre el concepto filosóficamente enalte
cido de una divinidad monopersonal absoluta (como acontecía, al menos como ries
go, en el tratado dogmático De Deo uno sobresaturado de deísmo) y el conoci
miento adquirido exclusivamente a partir de la teología revelada, de modo que a
esta monosubjetividad vendrían a añadírsele otras dos nuevas subjetividades.
Rahner expone la interconexión entre la Trinidad inmanente y la económica,
tanto desde la perspectiva de la revelación histórica como desde la epistemología
teológica, en los siguientes términos:
465
«El Dios único se comunica como autoexpresión absoluta y como don absoluto
del amor. Su comunicación es (y aquí está el misterio absoluto revelado por vez
primera en Cristo) verdadera auíocomunicación, es decir, Dios da a su criatu
ra no sólo participación (mediada) “en sí”, en cuanto que a través de su causa
lidad omnipotente crea y concede las realidades creadas y finitas, sino que, en
una causalidad cuasiformal, se da a sí mismo realmente y en el más estricto sen
tido de la palabra. Esta autocomunicación de Dios a nosotros tiene, según el tes
timonio de la revelación en la Escritura, un triple aspecto: es autocomunicación
en la que lo comunicado sigue siendo lo soberano e inabarcable, lo que, tam
bién en cuanto recibido, sigue siendo lo sin principio, indisponible e inabarca
ble; es autocomunicación en la que el Dios que se abre “está ahí” como verdad
que se expresa a sí misma y como poder de disposición que actúa libremente en
la historia; y es autocomunicación en la que el Dios que se comunica produce en
el receptor la aceptación amorosa de su comunicación y ello de tal modo que
la aceptación no degrada la comunicación al nivel de lo meramente creado»
(Mysal 1,338s.).
466
Hijo es el Dios que se expresa a sí mismo, el Dios autoexpresado. Hay, con todo,
una «conciencia» de sí de las personas divinas, pero es una conciencia que se iden
tifica con la unidad de su ser divino, en cuanto que el Padre, conociendo y aman
do, se expresa a sí mismo y se comunica en el Hijo y en el Espíritu. Pero esta dife
rencia relativa de las personas se identifica con la unidad de Dios.
Rahner no pretende, al contrario que Barth, superar ni sustituir el concepto de
persona. Propone, por el contrario, la utilización conjunta de la expresión modali
dad subsistente distinta extraída de la originaria significación de persona y legiti
mada por la definición de la persona de la escuela tomista. Se evitaría así una erró
nea intelección triteísta de la Trinidad inducida por el concepto psicológico-empírico
de la persona.
Esta expresión de «modo subsistente distinto» debería significar lo que en el
concepto clásico de persona de la Trinidad se entendía en el sentido de hipóstasis
y subsistencia (relatio subsistens).
«El Dios uno subsiste en tres modos subsistentes distintos; los modos subsis
tentes del Padre-Hijo-Espíritu son distintos en cuanto relaciones opuestas y por
eso éstos “tres” no son el mismo;
»el Padre-Hijo-Espíritu son el Dios uno, cada uno de ellos en un distinto
modo subsistente, y por eso pueden enumerarse “tres” en Dios;
»Dios es “trino” en virtud de sus tres modos subsistentes;
»Dios como subsistente en un determinado modo de subsistencia (por ejem
plo, el del Padre) es “otro” distinto del Dios subsistente en otro modo de sub
sistencia, pero no es “otra cosa”;
»el modo subsistente es distinto en virtud de su oposición relativa a otro y
es real en virtud de su identidad con la esencia divina,
»en cada uno de los tres distintos modos de subsistencia subsiste la única y
misma esencia divina; por eso, “el” que subsiste en este modo de subsistencia es
verdaderamente Dios» (Mysal 11,392).
467
m
468
«Éste es, pues, el Dios que es amor: el que está en tanta mayor autorreferencia
cuanto más carece de referencia y se derrama así con sobreabundancia y supe
ra su propio ser. Desde esta perspectiva debe suscribirse sin reserva alguna la
tesis de Karl Rahner: “La Trinidad inmanente es la Trinidad económica. Y a
la inversa”. La afirmación es exacta, porque en el abandono de Dios de Jesús y
en su muerte (Me 15,34-37) acontece Dios mismo. Lo que narra la historia de la
pasión permite comprender la doctrina de la Trinidad.» (Gott als Geheimnis der
Welt, 506s.; para una crítica del planteamiento de Jüngel, G.L. Müller, Hebt das
sola-fide-Prinzip die Möglichkeit einer natürlichen Theologie? Eine Rückfrage
bei Thomas von Aquin, en Cath 40 [1986] 59-96)
469
1. La forma monárquica se desprende de las obras de Dios. El Padre actúa por el
Hijo en el Espíritu. Toda actividad brota del Padre. La mediación acontece
por medio del Hijo. Toda la eficacia debe serle asignada al Espíritu Santo.
2. En la forma eucarística se produce una inversión de la orientación. En la con
ducta de respuesta del hombre a Dios en el lamento, la oración y la alabanza
todo brota del Espíritu y es transmitido por el Hijo al Padre, que es el receptor
de la respuesta humana. Sólo en la escatología se equilibran entre sí estos dos
movimientos de la Trinidad del hombre a Dios o de Dios al hombre. Y esto
lleva a
3. La doxología trinitaria, en la que se adora y glorifica al Dios trino en y por sí
mismo.
Según Moltmann, sólo en una doctrina trinitaria social puede formularse correc
tamente la unidad de la Trinidad y la cruz. Ya la creación misma estaría funda
mentada en la diferencia y la unidad interna del Padre y del Hijo. Esta creación
sería una forma del superávit, del exceso del amor entre ambos. No obstante, el
mundo se distinguiría también de Dios, que en la mutua referencia de Dios y la
creación se torna también dependiente del mundo. En esta relación se expresaría
el amor creador, pero también doliente y receptivo, entre el Padre y el Hijo.
«Por eso debe contemplarse la historia de la creación como la tragedia del amor
divino, como la historia de la redención, pero también como la fiesta del gozo
divino» (Trinität und Reich Gottes, M 21986,75).
íPor eso, y en este sentido, está la redención del mundo vinculada con la auto-
fredención de Dios respecto de su sufrimiento. En este sentido, no sufre sólo
Dios con y por el mundo, sino que también el hombre liberado sufre con Dios
y por él. La teología de la pasión de Dios lleva a la idea del autosometimiento
de Dios al sufrimiento. Debe llegar, también, por consiguiente, a la idea de la
autorredención escatológica de Dios. Entre estos dos movimientos se sitúa
la historia de la profunda comunión de Dios y de los hombres en el sufrimien
to, la compasión mutua y el amor apasionado de los unos por los otros» ( Trinität
und Reich Gottes, 75s.).
470
Moltmann cree, pues, que en el centro de la Trinidad se sitúa el Logos crucifi
cado. No se puede seguir hablando de la Trinidad esencial de Dios prescindiendo
de la cruz, porque Cristo es el cordero que ha sido inmolado desde el inicio del mun
do (Ap 13,8; IPe 1,20), la cruz es la señal del amor eterno de Dios y, contemplada
en perspectiva histórica, el punto de reunificación de la historia divina y humana
del sufrimiento y del amor.
471
que hablan tan sólo de distintos modos de subsistencia en Dios. El otro peligro sería,
siempre según Pannenberg, iniciar el discurso por el modelo del amor, que entien
de al Padre como amante carente de origen y existente en sí, que causa desde sí
mismo un objeto y produce finalmente la unidad de sujeto y objeto. En este mode
lo, el Hijo y el Espíritu estarían, en definitiva, subordinados al Padre. Pannenberg
se niega a aceptar como punto de partida tanto la unidad para llegar a la trinidad
de las personas como la trinidad antepuesta a las personas para recapitularlas a con
tinuación en la unidad de la esencia. Tampoco se puede comenzar, según él, por un
tratado De Deo uno desarrollado desde una visión filosófica, adscribiendo a la esen
cia divina los predicados de omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, etc., para
coordinarlos, en un momento posterior, de diferentes maneras, con las tres perso
nas divinas, conocidas a partir de la revelación.
Sólo es posible solucionar estas aporías si se parte estrictamente de la Trinidad
económica, para conocer desde ella las misiones de las personas. Sólo a través del
testimonio bíblico pueden deducirse las relaciones intradivinas. La unidad de la
Trinidad económica y la inmanente debe ser desarrollada a partir de su fundamento
en la Escritura. No es posible entender la revelación de la paternidad de Dios si no
se incluye la conducta de Jesús para con él como su Padre. Ya Atanasio habría indi
cado que el concepto de padre no es absoluto, sino que está internamente carac
terizado por la relacionalidad. Y así, también el Padre alcanzaría su divinidad y
su gloria por el Hijo, que tributa al Padre obediencia plena y le glorifica. Le reve
la, pues, en su ser divino y entrega al final de la historia su reino al Padre, para que
se revele plenamente Dios en su ser paternal (cf. Flp 2,11; ICor 15,28). La autodi-
ferenciación del hombre Jesús respecto del Padre se manifiesta desde los inicios de
su proclamación del reino de su Padre hasta la entrega al Padre del reino de Cris
to. Esta autodistinción del hombre Jesús respecto a Dios, a una con la paralela y
simultánea revelación de su unidad con él, indica que en Jesús se da un aspecto que
forma parte de la esencia eterna de Dios. Esta idea se habría expresado ya desde
fechas tempranas a través del concepto de la preexistencia y del título de Kyrios,
que es un predicado de la divinidad.
Se advertiría, además, que Dios no es nunca Dios sin Jesús y sin el Espíritu San
to, sino que la unidad de Dios sólo existe en y como autodiferenciación de Padre,
Hijo y Espíritu y se consuma en un enfrente de estos tres centros de acción.
La mutua dependencia de las tres personas no elimina la unidad de Dios. Tam
poco debe negarse que el punto de partida del movimiento trinitario se sitúa en
el Padre. La personalidad, la propiedad de las personas, sólo puede definirse a tra
vés de su mutua referencia. Que cada una de ellas es algo diferente respecto de las
otras dos, esto es, Padre, Hijo y Espíritu, es lo que constituye su identidad perso-
nal.|A través de la obra del Hijo se implanta en la creación el reino del Padre.
A través de la obra del Espíritu, que glorifica al Hijo como plenipotenciario del
Padre y en él al Padre mismo, alcanza aquel reino su consumación. El Hijo y el Espí
ritu están al servicio de la «monarquía» del Padre y la llevan a su plenitud. Pero
el Padre nunca tiene su reino (y, por tanto, su divinidad) sin el Hijo, sino sólo siem
pre por el Hijo y el Espíritu. Si la monarquía del Padre no se realiza nunca de for
ma directa e inmediata, sino siempre por intermedio del Hijo y del Espíritu, resul
ta ser necesario que la unidad del reino de Dios incluya en su misma esencia la
forma de esta mediación. La esencia de la monarquía del Padre sólo obtiene la defi
nición de su contenido a través de la mencionada mediación. En todo caso, la media
472
ción del Hijo y del Espíritu no puede ser un elemento extrínseco de aquella monar
quía. No puede aclararse el problema de la unidad del Dios trino sin la inclusión
de la economía de la salvación. Es cierto que debe marcarse una distancia entre
la Trinidad inmanente y la económica. Pero así como Dios es el mismo, tanto en su
esencia como en su revelación histórica, aunque debe ser entendido a un mismo
tiempo como distinto del acontecimiento de su revelación y a la vez como idéntico
con ella, así, a la inversa, tampoco cabe imaginar la unidad del Dios trino prescin
diendo de su revelación y de su acción historicosalvífica en la creación, sintetiza
da en aquella revelación.
473
Hijo en el amor. Por eso puede asumir Cristo el dolor del mundo en el dolor y en la
unidad de Dios y superarlo definitivamente en el amor del Espíritu. La resurrección
de Jesús por el Espíritu del Padre es la revelación de la vida de Dios en la unidad
del amor del Padre, el Hijo y el Espíritu. Dado que la communio humano-divina
muestra ser analogía y participación de la communio intradivina de las divinas
personas, en Jesucristo quedarían también liberadas por la gracia las libertades fini
tas del hombre para sí mismo y los hombres pasarían a ser actores del teodrama.
Sólo desde esta unidad tan hondamente entendida de la Trinidad inmanente y la
económica puede superarse la aporía mencionada al principio y entenderse juntas
la libertad absoluta de Dios frente al mundo y la contingencia y el carácter de acon
tecimiento de la historia como base de la communio humano-divina.
Si, pues, en la unidad infinita de Dios es precisamente la diferencia interna de
las hipóstasis la que constituye la plenitud divina en las relaciones de su amor, enton
ces en la procesión del Hijo está ya dada también la posibilidad de que el poder de
Dios libere en el Hijo lo no-divino, dotado de la disposición interna de participar
en su amor trinitario. Cuando el Hijo de Dios encarnado devuelve a los hombres a
Dios, no hay en ello tan sólo una simple veneración extrínseca a Dios, sino la glo
rificación de Dios a través de la naturaleza redimida. Al participar en la vida tri
nitaria, la creación sería ya gloria de Dios, porque la persona creada se convierte
en un don mediante el cual en la oikonomia de las personas divinas se con-suma su
amor trinitario. El enriquecimiento que Dios alcanza de hecho mediante la criatu
ra redimida no significa un añadido extrínseco a la gloria de Dios, ni la satisfacción
de su anhelo de gloria externa, ni mucho menos la eliminación de algún tipo de defi
ciencia o de carencia que aún hubiera en él. La «plenitud» de la Trinidad, tal como
acontece mediante la encarnación, la misión del Espíritu y la santificación del hom
bre, tiene su fundamento no en la criatura sino en el mismo Dios. Sólo su sobre
plenitud, a la que nada se puede añadir y que no pierde nada de sí cuando se derra
ma, puede abrir la vida divina a la realidad creada. Dios no es un rígido ser unitario
ni una absolutez cerrada en sí y desprovista de relaciones. La unidad de Dios con
siste, por el contrario, en la quietud —siempre en aumento y siempre en unión inin
terrumpida en el amor— de la plenitud infinitamente con-movida del ser. No desa
parece la diferencia entre el creador y la criatura, sino que se manifiesta, en el nivel
historicosalvífico, como la diferencia entre Cristo como cabeza y la Iglesia como su
cuerpo. En el nivel teológico, la unificación en el amor se fundamenta en la unidad
del Padre, el Hijo y el Espíritu. Tiene su exaltación escatológica en los esponsales
de Jesucristo, el cordero eternamente inmolado, con su esposa, que se prepara con
el Espíritu para las «bodas del Cordero» (Ap 19,8; 23,17). La respuesta a la pre
gunta del para qué de la creación y del descenso divino a las condiciones de la
historia de la libertad creada se encuentra, según Balthasar, en la in-utilidad del
amoj que se da gratuitamente. La creación consumada en Dios es:
«Un regalo adicional que el Padre hace al Hijo, pero también el Hijo al Padre y
el Espíritu de ambos, un regalo porque a través de las diferentes actuaciones de
cada una de las tres personas el mundo participa internamente del intercam
bio de la vida divina, que este mundo devuelve a Dios, como regalo divino, a
una con el regalo de su ser creado, pues de Dios recibe lo divino» (Theodra-
matik, IV, 476).
474
7. Resumen. La consumación del hombre en el
misterio trinitario del amor
Es parte constitutiva irrenunciable de la existencia humana la necesidad de ana
lizarse y de interrogarse sobre sí mismo en relación al mundo. El hombre no se halla
en armonía indiscutida e incuestionada con su medio ambiente para verse luego de
pronto súbitamente arrastrado por un ángel o un demonio a la angustia del pen
samiento disgregador.
Cuando el hombre, en un acto originario que se identifica con su existencia,
se entiende como distinto del mundo, se concibe a la vez como un centro espiritual
y libre. Y le adviene entonces también la percepción de que sólo se entiende a sí
mismo en el enfrente con las cosas concretas e individuales si la actualidad de su
espíritu está abierta a un horizonte inobjetivo, en el que se comprende como enfren
tado a los objetos concretos. A este horizonte abierto le llama mundo, y respecto
de él puede preguntarse por la causa que fundamenta tanto a este mundo como
al hombre mismo. Puede dejarse insertar en la profundidad que asoma en todos los
seres existentes y que todavía no puede objetivarse en cuanto fuente de la que bro
ta toda la realidad. Como origen de lo real, esta profundidad es la realidad más
absoluta que somos capaces de pensar. Y a esto lo llamamos Dios.
El hombre se interroga, pues, sobre los objetos concretos de toda especie, pero
apenas puede abarcar con la mirada la suma de todos ellos. Tampoco tiene impor
tancia existencial poder apropiarse (de forma positivista) de todos los conocimientos
objetivos posibles. Pero cuando alguno de ellos cae categorialmente bajo el alcan
ce de la mirada, se realiza siempre e inevitablemente la transcendentalidad del espí
ritu cognoscente. Ya en virtud de su simple existencia espiritual, se enfrenta el hom
bre a la pregunta sobre el origen del que brota el todo y el uno trascendental del
mundo. Es, pues, ya en sí mismo, el interrogante del de dónde y a dónde, del sen
tido del ser en el filo de la navaja del éxito y el fracaso de su propia existencia. Cuan
do explícita y convierte en tema de reflexión esta existencia como forma espiritual
del ser-en-el-mundo, se plantea la pregunta racional acerca de Dios. Dios sólo es
alcanzable en sí mismo allí donde sale al encuentro de la pregunta humana a tra
vés de su palabra y de sus acciones libres en el ámbito de la experiencia histórica,
es decir, allí donde se ofrece como respuesta al interrogante que es el hombre para
sí mismo.
A la luz de la palabra de Dios pronunciada de hecho en la historia conoce el
hombre al Dios de Israel y Padre de Jesucristo como la respuesta objetiva a este
interrogante básico. Aquí ocurre, en un replanteamiento que organiza bajo formas
nuevas e integra todo lo antecedente, el hecho de que Dios se sitúa, actuando y
comprometiéndose, en el camino histórico de Israel y da definitivamente en el Dios-
hombre Jesucristo, y de la manera más concreta y humana, respuesta al interro
gante que es el hombre para sí mismo.
No puede llegarse a una descripción de la esencia del hombre sólo mediante
un autoanálisis inmanente, ni siquiera introduciendo en este análisis el tema de su
referencia trascendental a Dios. En esta descripción esencial no puede pasarse por
alto la presencia histórica de Dios, cualquiera que sea su forma. Ésta es también
la razón de por qué una filosofía o una antropología que trabajen sin referencia
a la revelación histórica son incapaces de explicar la situación radical del hombre.
Ya se dijo en la antropología (cap. 2) que no pueden analizarse los aspectos for
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males del hombre prescindiendo del contenido de la consumación procedente del
exterior, sino sólo mediante abstracción del contenido dado. En concreto, a toda
la metafísica pre y extracristiana (incluida la aristotélica) le falta una reflexión
sobre la mediación entre el contenido y la forma del ser humano, más exactamente
en las categorías de lo histórico, lo dialogal y lo personal. En cualquier caso, toda
la antropología precristiana debe ser considerablemente modificada desde la pers
pectiva de la revelación. Pero no se trata tan sólo de añadir al pensamiento racio
nal, a modo de complemento externo, los datos meramente teológicos aporta
dos por la revelación. Los conocimientos procedentes de la revelación actúan aquí
únicamente como catalizadores y tienen la función de ofrecer a la razón, histó
ricamente condicionada, ayuda para la explicación de sus estructuras formales
básicas.
Si ha de ser el Dios trino quien dé respuesta a la pregunta de qué es el hom
bre para sí mismo, entonces debe entenderse la existencia humana de tal modo que
la vida trinitaria divina pueda tener su correspondencia en ella. No puede imagi
narse, pues, aquella existencia como una substancia rígida y objetiva firmemente
cerrada en sí y sobre sí misma. Toda aclaración antropológica de la esencia debe
llegar hasta el ser personal y hasta la realización relacional y trascendental del hom
bre incluida en aquel ser.
Debe concebirse, por consiguiente, el ser del hombre como personal y dialogal.
El hombre se encuentra siempre en un horizonte del ser y del mundo marcado por
la historia y la contingencia. Su constitución esencial es tal que Dios puede salir a
su encuentro personal, dialogal, histórico y escatológico como palabra y puede unir
se así a él en una comunión de amor personal.
En este sentido, el don de sí de Dios como respuesta a la pregunta de lo que
es el hombre para sí mismo implica una estructura personal y dialogal y, justamente
en ella, es amor trinitario. El ser-amor-trino de Dios es el presupuesto para que
el hombre pueda entender el sentido de la creación en su conjunto y pueda con
vertir en realidad el sentido de su ser humano. Ser hombre significa, pues, haber
sido creado por Dios a su imagen y semejanza y haber sido llamado a participar en
aquel amor que actúa en Dios mismo como unidad del Padre cognoscente y del
Hijo conocido en el Espíritu Santo.
Pero este ser humano así llegado a su plenitud acontece en el horizonte de la
historia. La historia es el ámbito adecuado para la realización de la esencia huma
na, una realización que avanza hacia una meta en la que el hombre se gana a sí mis
mo en su unidad y totalidad y se une así definitivamente a Dios en el amor. Y a esto
lo llamamos el eskhaton.
Al comprometerse en la creación, el Dios trinitario se inclina a hacerse presente
en la historia. Como autoexpresión intradivina y como mediadora de la creación,
la Palabra divina se hace en el hombre Jesús portadora activa tanto de la acción
histórica y humana de Dios hacia los hombres como de la acción humana hacia
Dios. Jesús es, en efecto, mediador entre Dios y los hombres en virtud de la unión
hipostática. Si quiere Dios incluir a la humanidad en su propio amor trino por el
camino de una realización escatológica de la salvación en la historia, debe revelar
se como el amor eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. En el mun
do se prolonga no sólo la procesión eterna del Hijo desde el Padre, sino también la
procesión eterna del Espíritu desde el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo lleva de
tal modo a la vida trinitaria divina a los hombres que se orientan según la presen-
476
cia de Dios en Jesucristo que la auíorrealización humana pasa a ser una co-reali-
zación de la communio del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo.