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frase que Cortázar nos introduce en la relación, no sólo de dos personas: la Maga y
Oliveira, sino en la de dos microuniversos que se atraen inevitablemente en la búsqueda
existencial de algo más allá de los ojos, modificando las visiones de los personajes y
sumergiendo al lector en el más profundo devenir de las olas del pensamiento.
La culpa y el miedo que rigen a Horacio por los ríos metafísicos, en los que se ahoga una y
otra vez a lo largo de la novela, es lo que lo lleva a crear espejos en las personas a su
alrededor; reflejos de su deseo de ser, el kibbutz es representado parte por parte en la cara
de sus amigos, Gregorovius es aquel capaz de amar a la Maga completamente, sin miedo,
Babs es la sensibilidad que él mismo se niega, el perverso Horacio busca en ellos su propio
juicio, un castigo trágico digno de su vida regida por la obligación estética.
Rayuela es un viaje por laberintos de pensamientos infinitos, donde la noción del tiempo y
el espacio se pierden y el único guía que le queda al lector es la búsqueda de lo
desconocido. La colisión de mundos tan diferentes da como resultado un destino fatal
predestinado, de encuentros y desencuentros, la transformación de la realidad desde la
ilusión de los recuerdos lleva a buscar esa piedrita en la vida de todos los lectores y lanzarla
hacia el cielo, hacia el deseo más profundo.