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Cómo el Evangelio remodela nuestra paternidad

Timothy Paul Jones

“Papi, tú no dijiste nada acerca de torcerle los brazos a las personas” me dijo, e inmediatamente
descubrí cuán peligroso puede ser el crear una lista de reglas para tus hijos.1

El año que adoptamos a nuestra hija mayor, ella iba al primer grado de una escuela
Montessori cercana. Allí había tenido algunos problemas interactuando de manera constructiva
con otros niños. Para ser específico, cuando las cosas no salían como ella quería en los juegos,
alguien terminaba inevitablemente herido, y ese “alguien” nunca era ella.

No queriendo ser demandado por la escuela o por los padres de sus compañeros, yo le hice
una lista de prácticas que la gente civilizada percibe, de manera general, como formas inaceptables
de responder con otra persona. Esta lista incluía las muchas actividades que mi hija ya había usado
como – golpear, patear, dar puñetazos, arañar – más unas pocas adicionales que ella todavía no
había usado pero que, es muy probable, que pronto las usaría, como el detonar una bomba
termonuclear en el patio de juegos. Cada mañana, yo le leía la lista y le señalaba como Dios nos
llama a valorar a cada persona como alguien creado a su imagen. Todo función muy bien por casi
una semana. Luego, un viernes por la tarde, recibí una llamada de la escuela.

“Su hija tiene algo que quisiera discutir con usted”, me dijo la administradora. Ella le pasó
el teléfono a mi hija, y las primeras palabras que oí fueron, “Papi, tú no dijiste nada acerca de
torcerle los brazos a las personas”. Ella estaba en lo correcto. No había incluido esa acción en mi
lista, lo que fue un recordatorio del peligro de hacer una lista con reglas. Una vez que hacemos la
lista, es fácil asumir que todo lo que deberíamos o no deberíamos hacer está incluido en la lista.
Tan pronto como quedamos listos con la lista, todo está bien—o eso creemos.

Por qué las reglas son necesarias pero nunca suficientes

El asumir que el mantener una lista de reglas puede hacer todo correcto no está limitando
al torcedor de brazos de siete años. “La naturaleza humana después de la caída”, como lo dijo un
predicador alemán llamado Martín Lutero, “no es capaz de imaginar o concebir alguna forma de
estar bien con Dios que no sean las obras de la ley”.2 Aparte de la gracia de Dios en Cristo, cada
uno de nosotros tiende a juzgar nuestras vidas y las vidas de otros con una lista de reglas y leyes.

Esto no es porque las reglas sean malas, sino porque nosotros somos malos (Ro. 7:12; 1
Tim. 1:9). Las listas de reglas y leyes nos proveen guías útiles para revelar nuestras deficiencias y
para frenar la maldad, pero no pueden nunca producir la rectitud que lleva a la vida (Ro. 4:13; Gál.
3:24). Solo el evangelio puede llenar nuestras vidas con verdadera rectitud (Ro. 1:16; Gál. 3:6-9),
y Dios nos da esa rectitud a través de la fe en el sacrificio de Jesucristo, completamente aparte de
cualquier esfuerzo humano que nos lleve a chequear los puntos de cualquier lista (Ro. 3:21; 10:4-

1
Este capítulo fue desarrollado de una transcripción de mi sesión de enseñanza en la Escuela de Liderazgo Masculino en la congregación de
Jeffersontown de la Iglesia Sojourn Community el 24 de febrero del 2016. Algunas porciones de esa sesión de enseñanza fueron tomadas de Guía
del Campo Ministerial Familiar (Indianápolis: Wesleyan:2011) y Ministerio Práctico Familiar (Nashville: Randall House, 2015).
2 Martín Lutero, “Tertia Disputatio: Alia Ratio Justificandi Hominis Coram Deo”, Quinque Disputationes, thesis 6

1
13). “La ley”, dice el evangelista D.L. Moody, “puede llevar a un hombre al calvario, pero no más
lejos”.3

Como seguidores del Señor Jesucristo, entendemos la centralidad del evangelio y los
límites de la ley. Aun cuando se trata de paternidad, puede ser difícil el ver cómo el evangelio debe
modelar las guías prácticas diarias para nuestros hijos. Esto es, en parte, porque la paternidad
requiere una aparentemente interminable lista de reglas que simplemente incrementan la
posibilidad de que nuestros hijos ¡sobrevivan a la infancia! Si ninguno de nosotros ha creado reglas
para nuestros hijos, nuestros preescolares de seguro hubieran pasado sus días clavándose las
narices con clips, metiendo cuchillos de mantequilla en los enchufes y viendo cuánto tiempo puede
sobrevivir el hámster familiar en el microondas. Aun cuando los niños y los adolescentes crecen,
ellos necesitan límites para mantenernos lejos de inclinarse a senderos necios y destructivos. El
problema radica en que, algunas veces, esas listas y límites pueden llega a ser el foco primario de
nuestra paternidad—muy a pesar del hecho de que somos completamente conscientes que ninguna
ley puede producir un gozo permanente en esta vida o frutos que duren más allá de esta vida.

Quisiera en este artículo desafiarte a que te preguntes a ti mismo una pregunta muy sencilla:
¿Qué podría lucir diferente en nuestras prácticas diarias de paternidad si es que el evangelio
remodela mis perspectivas y prioridades?

Antes que tratemos de entregar algunas respuestas, debo admitirte que no estoy hablando
como un maestro que ha llegado a destino; esto compartiendo esto contigo como un peregrino que
está viajando contigo. Como un padre que tiene hijos que van del segundo grado al segundo año
de la universidad, yo estoy luchando día a día para permitir que el evangelio remodele mis prácticas
de paternidad, y yo trato de recordar diariamente que una paternidad moldeada por el evangelio es
difícil. Clava nuestras orgullosas y llenas agendas humanas a una cruz ensangrentada y nos llama
a seguir un propósito que mucho más grande que la felicidad o el éxito de nuestros hijos. Quizás
lo más difícil de todo esto es que esto requiere que veamos nuestros hijos mucho más allá que
nuestros hijos y poder soltar sus futuros a un Dios que los ama mucho más de lo que nosotros
pudiéramos hacerlo. Con eso en mente, miremos juntos cuatro maneras con las que el evangelio
puede remodelar nuestra paternidad.

El evangelio remodela nuestra paternidad al revelar lo que nuestros hijos realmente


son

Para poder ver cómo el evangelio remodela la paternidad, recordémonos, en primer lugar,
a nosotros mismos lo que es evangelio y lo que hace el evangelio. El evangelio son las buenas
nuevas de que Dios ha inaugurado su reino en la tierra a través de la vida, muerte y resurrección
de nuestro Señor Jesucristo. Cuando nos arrepentimos y descansamos en la justicia de Cristo en
vez de la nuestra, el poder de su reino nos transforma, y venimos a ser participantes de la
comunidad de los redimidos. Unidos con Cristo a través del Espíritu, somos adoptados como
herederos de Dios y ganamos una nueva identidad que trasciende todo estatus terrenal. Esposos y
esposas, padres e hijos, huérfanos y viudas, inmigrantes y ciudadanos, los adictos que luchan por
recuperarse y la abuela abstemia—todos nosotros venimos a ser hermanos y hermanas a través del

3 D.L. Moody, Notas desde mi Biblia (chicago: Revell, 1895), 152.

2
evangelio, “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Ro. 8:17; vean también Mt. 12:50; Lc.
20:34-48; Gál. 3:28-29; 4:3-7: Ef. 1:5; 2:12-22; Heb. 2:11; Stgo. 2:5; 1 Pe. 3:7).

Entonces, ¿qué significa esto para nosotros como padres cristianos?

Significa que nuestros hijos son más que nuestros hijos. Nuestros hijos son, antes que nada,
potenciales o actuales hermanos y hermanas en Cristo.

Visto de esa manera, nuestra relación con nuestros hijos de repente toma un significado
muy diferente. Yo permaneceré como el padre de mis hijas hasta la muerte, pero—en la medida
en que ellos abracen el evangelio—yo permaneceré como su hermano por toda la eternidad. Como
padre, soy responsable de proveer para mis hijas y prepararlas para la vida; como su hermano en
el evangelio, estoy llamado a dar mi vida por ellas (1 Jn. 3:16), Como padre, las ayudo a ver su
propio pecado; como su hermano, estoy dispuesto a confesarles mis propios pecados (Stgo. 5:16).
Como padre, les llevo la verdad a sus vidas; como su hermano, les digo la verdad con paciencia,
aun buscando la paz que solo el evangelio puede brindar (Stgo. 4:11; 5:7-9; Mt. 5:22-25; 1 Cor.
1:10). Como padre, disciplino a mis hijas para que ellas consideren las consecuencias de sus malas
decisiones; como hermano, las discípulo, instruyo y las animo para que persigan los que es puro y
bueno (Ro. 15:14; 1 Tim. 5:1-2). Como padre, las ayudo a reconocer el camino correcto; como su
hermano en el evangelio, oro por ellas y busco restaurarlas cuando tuercen sus caminos (Mt. 18:21-
22; Gál. 6:1; Stgo. 5:19-20; 1 Jn. 5:16).

Tus hijos y los míos son también seres eternos cuyos días durarán más que el ascenso y la
caída de los reinos de esta tierra. Ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos revolotearán tan
brevemente sobre la faz de esta tierra antes de ser llevados a la eternidad (Stgo. 4:14). Si nuestros
hijos vienen a ser nuestros hermanos y hermanas en Cristo, sus días en la tierra son preparatorios
para la gloria que nunca acabará (Dn. 12:3; 2 Cor. 4:17-5:4; 2 Pe. 1:10-11). Los hijos son un
hermosos regalos de Dios—pero ellos son más que regalos. Visto desde la perspectiva del
evangelio, cada hijo en nuestra casa es, más que nada, un potencial o actual hermano o hermana
en Cristo. Sea que nuestros hijos estén de pie con nosotros en la gloria eterna, ellos no van a estar
allí por ser nuestros hijos. Estarán al lado nuestro porque—y solo por esa razón—ellos han venido
a ser nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

¿Esto significa que, una vez que nuestro hijo viene a ser hermano o hermana en Cristo a
través del evangelio, la relación padre-hijo, de alguna manera, desaparece? ¡Por supuesto que no!
El evangelio no cancela los roles que están enraizados en la creación de Dios. Jesús y Pablo
apelaron con libertad al orden de la creación de Dios como una guía para el liderazgo en la
comunidad cristiana (Mt. 19:4-6; Mc. 10:5-9; Hch. 17:24-26; 1 Cor. 11:8-9; 1 Tim. 2:13-15). En
vez de negar el orden de Dios en la creación, el evangelio añade una dimensión más profunda y
rica que llena el diseño original de Dios.

El evangelio remodela la paternidad al llamar a los padres a ser discipuladores

¿Qué pasa cuando los padres empiezan a ver sus hijos como potenciales o actuales
hermanos en Cristo? Los escritos de Pablo nos proveen una pista. El mismo apóstol que llamó a
Timoteo para que anime creyentes más jóvenes como hermanos y hermanas cristianas también le

3
encomendó que los padres nutran a sus hijos “… en la disciplina e instrucción del Señor” (Ef. 6:4;
vea también Col. 3:21). En otras cartas, Pablo aplica estos mismos dos términos—disciplina e
instrucción—para patrones que caracterizan las relaciones de discipulado entre hermanos y
hermanas en Cristo. La disciplina describe el resultado de ser entrenado en las palabras de Dios (2
Tim. 3:16). Instrucción implica amonestaciones y guía para evitar comportamientos no sabios y
enseñanzas impías (1 Cor. 10:11; Tito 3:10).

A la luz de estos textos, el mandamiento de Pablo de criar a los hijos “en la disciplina e
instrucción” de Cristo sugiere que Pablo estaba llamando a los padres—y particularmente a los
papás—a hacer mucho más allá que meramente dirigir los comportamientos de sus hijos y proveer
para sus necesidades. Como creyentes en Jesucristo, estamos llamados a relacionarnos con
nuestros hijos tal como lo haríamos con no-creyentes en el mundo o creyentes jóvenes en nuestra
iglesia, hablándoles el evangelio y entrenándoles en los caminos de Cristo (Mt. 28:18-20). La
creación de Dios y la caída de la humanidad han ubicado a los padres como proveedores y
disciplinadores. A través del evangelio, los padres cristianos han sido llamados a ser discipuladores
también.

Este proceso de discipulado paterno es posible que luzca diferente en cada hogar. En mi
hogar, esto significa un devocional familiar cada tarde del domingo, entrelazado con oraciones
diarias y tiempos de discipulado familiar con cada uno de nuestros hijos. En otro hogar, podría ser
un devocional nocturno familiar diario combinado con tiempos de conversación después de ir al
cine o a un evento deportivo. Y aún en otras familias, podría tomar la forma de canciones y textos
memorizados en el auto durante los viajes diarios. La manera precisa en que tú discípulas a tus
hijos en negociable; la práctica misma no lo es. ¡Esto no es sugerir, por supuesto, que los padres
cristianos deberían ser los únicos instructores bíblicos de sus hijos! Después de todo, la Gran
Comisión de hacer discípulos fue dada a toda la iglesia como un llamado a alcanzar al mundo
entero, incluyendo los niños (Mt. 28:19). Prácticas consistentes de discipulado deberían, sin
embargo, caracterizar las prioridades de los padres en cada hogar cristiano.

El evangelio remodela la paternidad al proveernos con un propósito que va más allá


que esta vida

Hace unos años, se hizo una encuesta a los padres acerca de cómo sabrían si ellos fueron
exitosos con su paternidad. Las repuestas más populares de los padres fueron que la paternidad
exitosa significa criar hijos que son felices y que tienen buenos valores. La repuesta que que se
acercó detrás de esas dos tuvo con el hijo sea vocacionalmente exitoso.4 Si esta encuesta realmente
representa las prioridades reales de los padres, entonces padres y madres están más enfocados en
criar a sus hijos para que actúen bien, se sientan bien y sean financieramente exitosos.

Moralidad, felicidad y éxito no son malos, por supuesto—pero son realmente metas
mezquinas para la paternidad. Cuando esas metas vienen a ser nuestra definición de paternidad
exitosa, el evangelio no está más moldeando nuestra prácticas de paternidad del día a día. Mas allá
del evangelio de Jesucristo, enfocarse en una buena moralidad tiende a resultar tanto en auto-
justicia o rebelión en nuestros hijos. El éxito financiero no puede garantizar gozo o paz

4 Mark Kelly, "LifeWay Research Looks at the Role of Faith in Parenting" (March 24, 2009):
http://www.lifeway.com

4
permanente, y lo que hace a nuestros hijos felices en el corto plazo podría no ser lo que los apunte
hacia Jesucristo en el largo plazo. Ninguno de esos valores supera esta vida. Y aun más, esos son
los valores dominantes en nuestra cultura cuando se trata de paternidad.

Ahora, si los hijos no fueran más que un regalo para esta vida, un enfoque único para la
felicidad de los hijos podría cobrar sentido con el éxito. Mientras que la agenda frenética de una
familia asegure un lugar para el hijo en una universidad de primer nivel, perdiendo una formación
espiritual intencional con el fin de poder participar de ligas deportivas competitivas o un lugar en
clases avanzadas sería entendible—si es que los hijos fueran un regalo solo para esta vida. Trabajar
a toda hora sería convincente, haciendo posible que los amigos de tus hijos estén visiblemente
impresionados con la casa que tú apenas puedes costear. Si los hijos fueran un regalo solo para
esta vida, podría tener sentido el criar hijos con calendarios que están llenos, pero almas que están
vacías, cautivados por ilusión mortal de que su valor depende de lo que puedan lograr aquí y ahora.

Pero el evangelio nos llama a buscar un propósito para nuestros hijos que vaya más allá de
esta vida.

Aun antes que la humanidad cayera en pecado, Dios diseñó la crianza de los hijos para que
sirva como un medio para la multiplicación de su gloria manifestada alrededor del mundo (Gn.
1:26-28). Unas pocas mordidas de la fruta prohibida, la crianza de Caín como de Abel, y un
servicio de adoración que terminó en un fratricidio cobró un precio alto a la primera familia—pero
Dios rehusó renunciar en su primer propósito de convertir a la familia en un medio para la
revelación de su gloria. Dios prometió que, a través de la descendencia de Eva, Él enviaría un
Redentor que pisaría la cabeza de la serpiente satánica y que inundaría toda la tierra con gloria
divina (Gn. 3:15; 4;1; Hab. 2:14). De principio a fin en el plan de Dios, la familia ha sido su sendero
escogido para derrotar la oscuridad, la revelación de su gloria y el pasar de la historia de una
generación a otra.

Lo que esto significa de manera práctica es que deberíamos ver a nuestros hijos bajo la luz
de un propósito mayor, como potenciales portadores del evangelio a las generaciones que no han
nacido todavía. En el buen diseño de Dios, nuestros hijos es muy posible críen hijos que, en su
momento, engendren más hijos. Cómo moldeamos las almas de nuestros hijos mientras viven bajo
nuestros techos, de tal manera que moldearán las vidas de los niños que todavía no han tomado su
primera bocanada de aire (Sal. 78:6-7). Esto es porque nuestro primer propósito para nuestros hijos
no debería ser nada tan pequeño y miserable como su éxito temporal.

“Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?” Jesús le
preguntó a sus seguidores (Mc. 8:36). Cuando esto tiene que ver con nuestros hijos, nosotros
deberíamos hacernos una pregunta como esta: ¿Qué beneficio hay que tu hijo se gané un premio
académico y nunca haber experimentado tiempos de oración y devocional consistentes con sus
padres? ¿Qué beneficio hay para mi hijo si tiene éxito deportivo y nunca haber conocido los ritmos
de un hogar en donde estamos dispuestos a liberar cualquier sueño en cualquier momento si es que
llegamos a estar muy ocupados par discipularnos mutuamente? ¿Qué beneficio será para nuestros
hijos a nuestro alrededor en nuestras iglesias si ellos son aceptados en las mejores universidades y
todavía nunca presentar sus vidas por el bien de proclamar el evangelio entre las naciones?

5
En el principio, Dios infundió humanidad con un anhelo de eternidad (Ecl. 3:11). Si el
rango de nuestra visión para nuestras vidas o para las vidas de nuestras hijos se encoge hasta ser
más pequeña que la eternidad, nuestra sed por eternidad nos llevará a tratar de llenar nuestro vacío
con una multitud de metas y dioses menores—incluyendo el éxito y felicidad fugaz de nuestros
hijos. Cuando la felicidad y el éxito de los hijos viene a ser el marco controlador de la vida, los
padres esperarán que sus hijos tengan, hagan, y sean más que todos los demás, y ellos estarán
dispuestos a sacrificar el discipulado familiar y la proclamación del evangelio con tal de alcanzar
ese objetivos.

No estoy sugiriendo que los éxitos académicos, atléticos o vocacionales están, de alguna
manera, fuera del buen plan de Dios. Aprender y jugar son gozos que Dios mismo tejió en la
verdadera fibra de la creación. Aunque maldito en la caída, el trabajo también era parte del buen
diseño de Dios antes de la caída (Gn. 2:15; 3:17-23). Aún más, donde sea que cualquier actividad—
sin importar cuán buena esta podría ser—viene a ser amplificada hasta el punto que ningún margen
permanece fuera para los miembros de la familia como para dejar de discipularse mutuamente y
compartir el evangelio en el mundo que los rodea, un gozo divinamente diseñado que ha sido
distorsionado y convertido en ídolo maligno. Nuestro propósito en todo lo que hacemos como
padres debería ser liberar las vidas de nuestros hijos para el avance del reino de Dios, para que así
la gente en cada tribu y cada nación acceda a la posibilidad de responder en fe al Rey de Reyes.

Hay un par de clausulas que he repetido una y otra vez a lo largo de la vida de mis hijos,
particularmente cuando ellos están considerando sus posibilidades vocacionales. Lo que les digo
es simplemente esto: “Preferiría tenerlos al otro lado del mundo buscando la gloria de Dios que en
la casa de al lado buscando su propia gloria. Y preferiría tenerlos en una tumba en la voluntad de
Dios que en una mansión resistiendo la voluntad de Dios”. Uno de mis hijos puso estas
afirmaciones a prueba hace unas semanas atrás.

Nuestra hija mayor había escogido consejería como su especialización antes de empezar la
universidad y ya estaba más de la mitad de su primer semestre. Una tarde, ella se encontró conmigo
en una cafetería y empezamos a hablar acerca de cómo usaría su educación en el futuro.

“Papi”, dijo, después de unos minutos. “¿Sabes que no estoy en el programa que se supone
debería estar?”

“No”, le dije, un poco confundido. “¿En qué carrera deberías estar?”

“Se suponer que debería ser misiones, pero no se si quiero estar tan lejos de la familia”.

Esta admisión abrió la puerta en nuestra conversación, y entramos allí con mucha cautela,
explorando el llamado que mi hija ha sentido por algún tiempo. Hubo algunas lágrimas y muchas
preguntas, pero al final ella decidió cambiar su grado de consejería a estudios globales.

Mientras nos levantábamos de la mesa, ella me dijo, “tú siempre dices que preferirías que
esté al otro lado del mundo en la voluntad de Dios que como vecina pero fuera de la voluntad de
dios, pero nunca supe que tan real era esto”.

6
La única respuesta honesta que pude darle fue esta: “Tampoco yo. Pero espero que sea así.
Siempre lo he esperado”.

Dios nos llama—así como llamó a nuestro padre Abraham—a estar dispuestos a soltar cada
deseo de seguridad y éxito de nuestros hijos por el bien de la obediencia a la Palabra de Dios (Gn.
22:2-18). No cada hijo crecerá—o deberá crecer—para convertirse en un misionero en el otro lado
del mundo. Pero cada hijo está llamado a ubicar el reino de Dios dondequiera que estén, y cada
padre cristiano está llamado a estar dispuesto buscar la extensión del reino de Dios mucho más
allá de cualquier comodidad o éxito terrenal. Esta actitud no viene con facilidad. De hecho, ¡esta
disposición no viene de nosotros en lo absoluto! Nada menos que la obra de Dios a través de su
Santo Espíritu puede crear la disposición en nosotros. Y aún más, lo que Dios pide de nosotros es
liberar a nuestros hijos para que se unan a su misión no es menos de lo que Él mismo ya ha hecho
en Jesucristo: “El que no eximió ni a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros…”
(Ro. 8:32).

El evangelio remodela la paternidad al liberarnos del engaño al pensar que nuestro


valor depende de nuestra paternidad

Mientras más tiempo he sido padre, más me he encontrado a mí mismo buscando refugio
en una verdad final acerca del evangelio y la paternidad. La verdad que ha venido a ser mi refugio
es simplemente esta: Debido a la gracia que viene a través del evangelio, la disposición de Dios
hacia mí no depende en qué tan bien lo haga como padre. No he hecho nada para obtener el favor
de Dios y no hay nada que pueda hacer para mantener el favor de Dios. A través de la fe, he sido
adoptado en Cristo (Ro. 8:15-17; Gál. 3:26). Debido a lo que soy en Cristo, Dios el Padre nunca
podrá pensar nada menos de mí de lo que piensa de su amado Hijo, Jesucristo.

Entonces, ¿qué tiene que ver esta verdad con mi paternidad?

¡Todo!

Medita por un momento en las implicaciones de esta verdad: Debido al evangelio, la


aprobación de Dios de ti no depende en que si tú has provisto a tus hijos de todo lo que los demás
piensan que necesitan. La aprobación de Dios no depende en cómo tus hijos actúan en la caja del
supermercado. No depende en que si tus hijos fueron alimentados con leche materna, hicieron sus
necesidades solos para cuando tenían dos años, fueron educados clásicamente y se les alimentó
protegidos de preservantes artificiales. Tampoco depende de si tus hijos persisten en la fe más allá
de su graduación de la secundaria. Las buenas noticias del evangelio declara que tu aprobación de
parte de Dios no depende en nada que tú hagas; depende únicamente en lo que Cristo ya ha hecho.
Todo lo que cada uno de nosotros debe hacer—que no es realmente no “hacer” del todo—es recibir
lo que Dios en Cristo ya ha hecho.

Las implicancias de esta simple verdad para la paternidad son asombrosas, y yo


desesperadamente necesito ser recordado de estas implicaciones cada día. Debido a que nunca más
debemos probarnos a nosotros mismos que estamos correctos producto de nuestras actuaciones
perfectas, podemos humillarnos a nosotros mismos y pedirle perdón a nuestras familias cuando
fallamos. Cuando nos sentimos abrumados como padres, podemos clamar por ayuda. Cuando le

7
decimos no a los compromisos que pudieran consumir nuestros calendarios y nuestras almas, lo
podemos hacer sin culpa o temor que crece en nuestra anhelo desesperado por lograr la aprobación
de los demás. Podemos ser liberados de nuestro persistente deseo por demostrar nuestra propia
rectitud al demandar que otros padres se midan con nuestros estándares familiares. Nosotros
podemos guiar a nuestros hijos a Cristo desde un fundamento de gozo y descanso, conociendo que
Dios ya nos ha dado todo lo que demanda de nosotros.

No hay una lista de reglas para padres moldeados por el evangelio, con puntos que puedes
chequear en la medida que los vas completando. Pero está, sin embargo, Cristo mismo, quién nos
ha dado su Palabra, su Espíritu, su pueblo y su evangelio. En todo esto, nuestra meta no es
meramente llegar al fin del día con el mismo número de hijos que teníamos al iniciar el día. Nuestra
meta es un reino que nunca termina y nuestro propósito de paternidad es ver ese reino revelado a
través de nuestras familias.

PREGUNTAS DE ESTUDIO

1. ¿Cuándo, en tu paternidad, eres más propenso a estar demasiado enfocado en listas y reglas
perdiendo de vista el evangelio? ¿Qué puedes hacer, a la luz de este artículo, para mantener
la centralidad del evangelio en tus prácticas de paternidad?

2. Así es como el evangelio ha sido definido en este artículo: El evangelio son las buenas
nuevas de que Dios ha inaugurado si reino en la tierra a través de la vida, la muerte y la
resurrección de nuestro Señor Jesucristo?. Cuando nos arrepentimos y descansamos en la
justicia de Cristo en vez de la nuestra, el poder de su reino nos transforma, y venimos a ser
participantes de la comunidad de los redimidos.

Nombre tres manera, adicionales a las descritas en este artículo, con las que el evangelio
puede remodelar nuestras prácticas diarias como padres.

3. ¿Qué harías de manera regular para discipular a tus hijos? Discute con un grupo de padres
cristianos qué es lo que ellos están haciendo para entrenar e instruir a la próxima
generación. Aprende todo lo que puedas de las prácticas de discipulado de otras familias y
anima a otros padres que están luchando con esa área.

4. Después de leer este artículo, ¿cómo definirías el éxito como padre? ¿Tus metas y tus
propósitos han cambiado de alguna manera producto de este artículo? Si han cambiado,
¿en qué manera?

5. Antes de leer este artículo, ¿habías pensado alguna vez en tus hijos como potenciales o
actuales hermanos y hermanas en Cristo? ¿De qué maneras específicas podría esta verdad
transformar las maneras en que tú escogiste reaccionar con tus hijos en las siguientes
semanas? ¿Cómo podría tu agenda familiar cambiar si empiezas a pensar en tus hijos, antes
que nada, como potenciales y actuales hermanos y hermanas en Cristo?

8
Timothy Paul Jones sirve como Profesor C. Edwin Gheens de Ministerio de Familia Cristiana en
el Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Kentucky, Estados Unidos. Él es el esposo
de Rayann y son padres de tres hijas. La familia Jones sirve en el Ministerio de Niños y en el
Liderazgo de Grupos Comunitarios de la Congregación Este de la Iglesia Sojourn Community.

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